En apenas unas semanas se cumplirá un año de la declaración por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19. Asistíamos entonces a la aparición de una auténtica pandemia global, a la que los diferentes Estados respondieron, de una parte, adoptando medidas ya estipuladas en su mayoría en los viejos planes de urgencia contra la peste –o cualquier otra epidemia– fijados desde finales de la Edad Media: confinamientos domiciliarios; limitación de movilidad; inspecciones registradas en sistemas centralizados de información; etc. Pero, de otra parte, activaron –en mayor o menor medida– nuevos instrumentos como la geolocalización de nuestros dispositivos móviles; la monitorización de enfermos y posibles contagiados por parte de profesionales sanitarios a distancia; etc.
No obstante, la nueva pandemia –y sus respuestas– se daba en contextos fundamentalmente distintos, con circunstancias y actores que la diferenciaban de las grandes epidemias del pasado: en primer lugar, no quedaba circunscrita a lugares y espacios acotados –barcos, islas, ciudades–, puesto que la actual pandemia se ha desarrollado a escala global, con una rapidísima expansión por todo el planeta en apenas unos meses. En segundo lugar, la respuesta de los distintos países ha estado decididamente condicionada por la robustez o debilidad de sus sistemas sanitarios, siendo aquellos más capaces de ocuparse de las manifestaciones individuales de la enfermedad los que más posibilidades han tenido de preservar la salud de sus poblaciones, organizando las medidas higiénicas y sanitarias para asegurarla. Y finalmente, a diferencia de lo que ocurría en las ciudades apestadas, el aislamiento social actual no ha impedido la puesta en común de la experiencia individual o familiar durante los distintos confinamientos, debido al desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, y con unos medios de información que han mantenido a la población informada sobre las medidas higiénicas y los protocolos a seguir con el fin de evitar el contagio y la transmisión de la enfermedad.
Todo ello señala la radical novedad de la pandemia que aún sufrimos, su manifiesto y definitorio carácter planetario, y las nuevas problemáticas en relación con la salud que se han puesto de relieve: en primer lugar, la absoluta convicción de que el virus SARS-CoV-2 –como el Ébola o antes lo fue el VIH– es el resultado de una relación insostenible del ser humano con el planeta, de un modelo basado en los combustibles fósiles y en la depredación de los recursos del planeta y los hábitats de las demás especies naturales que seguirá produciendo en un futuro nuevas enfermedades y desastres naturales. En segundo lugar, la evidencia de que los seres humanos compartimos con el resto de los animales y los seres vivos un complejo sistema homeostático en el que todo está conectado, sostenido por los complejos procesos geoquímicos que conectan la tierra, los océanos, la atmósfera y la corteza terrestre, y que el desequilibrio de ese delicado sistema puede conllevar funestas consecuencias para la salud de todos los seres humanos. Y, finalmente, la necesidad de desarrollar programas y estrategias de salud global capaces de atender las necesidades socio-sanitarias de todos los seres humanos, y de coordinar respuestas planetarias a los problemas globales que ponen en peligro nuestra supervivencia como especie, pero también la del resto de seres vivos sobre el planeta. Vemos así superados muchos de los límites asociados a la idea de salud global, lo que hace que empiecen a plantearse alternativas capaces de dar cuenta de los mismos. En este sentido, propuestas como la de planetary health, promovida desde The Lancet, o la de one health, apoyada por la Organización Mundial de Salud Animal, pretenden lidiar con estos problemas, ampliando el alcance de nuestros sistemas sanitarios.
En El Laboratorio dedicaremos el mes de febrero a reflexionar sobre estas cuestiones. A las personas interesadas en participar las invitamos a que nos envíen sus propuestas, en cualquiera de estos tres formatos: textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos no durarán más de 15 minutos y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.