Para una buena parte del pensamiento occidental, el concepto de lo político se ha interpretado de forma restringida, para definir un tipo de relación social institucionalizada, diferenciada del resto de relaciones sociales y preservada en su particularidad. No obstante, esta concepción restringida debe ser completada mediante una aproximación extensiva o generalizada, con la que vendríamos a referirnos a aquellos rasgos de la vida humana que están presentes en todas las relaciones sociales, y que precisamente por ello nos permiten conectarlas y compararlas entre sí. Opuestas y al mismo tiempo inseparables, ambas caras de lo político pueden ayudarnos a comprender en toda su complejidad tanto los conflictos como los acuerdos políticos.
Como ha señalado Antonio Campillo en El concepto de lo político en la sociedad global, el espacio de la política no está dado de una vez por todas, sino que se va configurando y transformando en el incesante devenir histórico, a través de los procesos de despolitización y repolitización de los distintos ámbitos de la vida humana. Desde esta perspectiva, la organización del gobierno legítimo en una sociedad determinada –es decir, su nivel formal, institucional o jurídico– no puede ser entendida de forma independiente del conjunto de relaciones sociales –y, por tanto, políticas– que codifican y estructuran las demás esferas de la vida humana: desde la familia y las relaciones entre los géneros hasta la economía y la relación del hombre con la naturaleza.
En este sentido, por ejemplo, la antigua democracia griega institucionalizaba una determinada relación social entre hombres libres, pero esa forma política no era independiente de –e incluso se sostenía en– la propia organización económica esclavista de la polis, una marcada y jerárquica diferenciación entre los géneros, o una particular concepción del lugar del hombre en el cosmos, propia de las sociedades agrarias.
Asimismo, el desarrollo de los modelos democráticos liberales en Occidente desde finales del siglo XVIII y principios del XIX vino definido por una relación prometeica del hombre con la naturaleza, una diferenciación entre los géneros que modificaba y reforzaba el modelo patriarcal, y nuevas formas de desigualdad no solo entre las distintas clases sociales, sino también entre los ciudadanos de los países industrializados y los habitantes de las colonias europeas y de los países no occidentalizados.
Tras la Segunda Guerra Mundial y la llamada “edad de oro” del capitalismo fosilista y fordista, el modelo democrático pareció consolidarse en buena parte del llamado “mundo libre”, estrechamente ligado a la formación de la sociedad de consumo de masas. Se construyeron entonces los diversos modelos del Estado de Bienestar y se conquistaron derechos y libertades para los trabajadores, las mujeres, las minorías y, desde finales del siglo XX, las orientaciones sexuales no heteronormativas.
Ahora bien, estas democracias y sus niveles de bienestar se han sustentado en una concepción del progreso heredera de la Modernidad y en un modelo económico guiado por la idea del crecimiento ilimitado. El “bienestar” depende de un sistema extractivista y depredador de recursos naturales, un consumo insostenible de energías fósiles y una producción acelerada de residuos y contaminación. El dogma del crecimiento ilimitado ha chocado con los límites biofísicos de la Tierra. Este modelo económico insostenible, además, ha provocado un agravamiento sin precedentes de las desigualdades sociales, tanto dentro de los países occidentales como en las antiguas colonias y en los países llamados “en desarrollo”, así como profundas alteraciones en los ciclos naturales de la biosfera terrestre, entre ellas la reducción de la biodiversidad y el calentamiento de la atmósfera, cuyas consecuencias pueden llegar a ser -están siendo ya- catastróficas.
En este contexto de crisis ecosocial global, las democracias liberales están viendo erosionada su legitimidad ante la emergencia de nuevos conflictos y luchas socio-ecológicas que irrumpen en todas las esferas de nuestra vida y en todas las escalas territoriales (local, regional, nacional e internacional). Esta nueva situación histórica nos obliga a repensar nuestra relación con la naturaleza y con los demás seres vivos, con los distintos pueblos del planeta, con los miembros de nuestras propias comunidades políticas, con nuestro cuerpo viviente y con nuestros hábitos y estilos de vida.
Como dice Pierre Charbonnier en Abondance et liberté. Une histoire environnementale des idées politiques, es preciso revisar en clave ecológica, desde la perspectiva histórica del Antropoceno, todas las grandes ideas e ideales políticos heredados de la Modernidad, para adaptarlos a los retos ecosociales del presente.
En El Laboratorio dedicaremos el mes de septiembre a reflexionar sobre estas cuestiones. A las personas interesadas en participar las invitamos a que nos envíen sus propuestas, en cualquiera de estos tres formatos: textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos no durarán más de 10 minutos y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados ya en otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar el anonimato. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.