Luciana Cadahia es profesora asociada del Instituto de Estética de la Universidad Católica de Chile. Ha sido profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, en FLACSO-Ecuador y en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia. También ha sido investigadora y profesora invitada en universidades de Estados Unidos, América Latina y Europa. Actualmente trabaja el vínculo entre el pensamiento estético y político de la modernidad y contemporaneidad relacionado con la sensibilidad, lo popular, el populismo y el republicanismo. Entre sus publicaciones más importantes cabe resaltar Seven Essays on Populism (junto a Paula Biglieri, Polity, 2021), Mediaciones de lo sensible (FCE, 2017), El círculo mágico del Estado (Lengua de trapo, 2019) y Fuera de sí mismas, editado junto a Ana Carrasco Conde (Herder, 2020).
Luciana, te agradecemos enormemente tu participación en El Laboratorio. El debate de este mes versa sobre los retos de la democracia ante la crisis ecosocial. ¿Cómo funcionaría en tu opinión esta nueva crisis en el marco del nuevo orden mundial?
Me parece que no se trata de una “nueva” crisis sino de una nueva fase de la vieja crisis de nuestro vínculo con la naturaleza. Hemos elaborado una idea de la naturaleza como útil a la mano, como algo que está ahí y de lo que puede “extraerse” lo que necesitemos para satisfacer nuestros “deseos”. Toda esta representación de la naturaleza como una “cosa” a la mano no solo revela la crisis de esta representación sino también la estructura de nuestro deseo. A fin de cuentas toda esta forma de desear, configurada en una forma de vida llamada “neoliberalismo”, ha terminado por crear las condiciones de nuestra autodestrucción. Me parece que es ahí donde debemos poner el foco. Es verdad que el pensamiento crítico viene explorando esta dimensión dialéctica del proyecto moderno “hegemónico” pero creo que lo que nos diferencia del pasado es que esta dialéctica, esta posibilidad de autodestrucción de la humanidad, hoy es más sentida que pensada. Estamos sintiendo este límite de un modo radical y la incertidumbre que ello supone exige un replanteamiento de nuestra presencia en el mundo –por decirlo en términos de Martino–.
Ahora bien, no todas las fuerzas históricas están interesadas en hacer este replanteamiento, puesto que la extrema derecha mundial, condensadas en figuras como Trump, Bolsonaro, Uribe, Le Penn o Abascal, quieren sacar provecho y llevar esta representación de la naturaleza hasta sus últimas consecuencias. Es decir, esta configuración de laboratorios post-democráticos negacionista son, en el fondo, estrategias cortoplacistas, pero estrategias muy poderosas que encuentran un buen arraigo en la sensibilidad colectiva. Como en toda relación tóxica, el paso más difícil es el de reconocer nuestra fragilidad y la necesidad de tomar una decisión radical que nos expone a una verdad dolorosa. En este caso: un replanteamiento radical en nuestras formas de desear y construir el vínculo social (o juegos de representación) que supondría otra relación con la naturaleza. Este replanteamiento, por tanto, es desestabilizante en varios sentidos y, por eso, genera una resistencia social muy fuerte, incluso en los sectores más afectados por este esquema de despojo y explotación.
Has trabajado mucho la cuestión del populismo republicano, prestando especial atención al contexto iberoamericano. ¿Hasta qué punto consideras que esos debates están marcados en Iberoamérica por las nuevas crisis ecosociales?
Me parece que un contrapeso a estos laboratorios postdemocráticos que está proponiendo la extrema derecha descansa en repensar los laboratorios republicanos como imaginación política de futuro. En ese sentido vengo trabajando una distinción entre republicanismo oligárquico y republicanismo plebeyo. La distinción no es mía, puesto que desde el ámbito de la teoría política (María Julia Bertomeu) y la historiografía (Valeria Coronel, James Sanders, José Figueroa, Marixa Lasso, etc.) se viene trabajando desde hace mucho tiempo en América Latina y el Caribe. Allí, en términos quizá demasiado resumidos, se plantea una tensión entre una idea de república gobernada por unos pocos y para beneficios de esos pocos y una idea de república organizada desde abajo y donde el derecho funciona como un mecanismo de producción de igualdad.
En esa dirección, considero que los populismos latinoamericanos, dentro de los ciclos históricos de democracia en América Latina y el Caribe, le han ido dando forma a las repúblicas plebeyas. Eso supone, en mi campo de investigación, deshacer todos los clichés mediáticos y académicos, que hacen del populismo una caricatura vertical, jerárquica y antidemocrática. Contrario a esta tendencia, y si prestamos atención a las transformaciones institucionales del siglo XX y XXI, las experiencias populistas son las que más han contribuido a hacerle un contrapeso a las oligarquías regionales. Esto no significa que no estén atravesadas por muchas contradicciones, a fin de cuenta todos los gobiernos se mueven dentro del capitalismo, pero sí apunta a un espacio de experiencia democrática capaz de construir otras representaciones de la naturaleza. Dicho de otra manera, el republicanismo oligárquico es la expresión del patriarcado y capitalismo.
La fantasía de la naturaleza como algo que poseo y de la que extraigo lo que deseo es la metáfora perfecta de cómo ha funcionado, en el plano hegemónico, el vínculo entre lo masculino (activo) y lo femenino (pasivo). Por eso, las imágenes del capitalismo y las imágenes del patriarcado se confunden, ya que son un mismo régimen de visión (por decirlo en términos de Rancière). Es una estructura doméstica de poder que, en el fondo, no cree en las instituciones, el derecho o la democracia, salvo cuando funcionan como un instrumento de uso privado para sus fines de dominio. El republicanismo en su perspectiva plebeya, en cambio, es, en su misma estructura, democrática, puesto que se asume (como diría el filósofo argentino Horacio González a partir de sus reflexiones de William Cooke) en los términos de un desajuste. Y este desajuste constitutivo de nuestras repúblicas se expresa en formas contenciosas que, lejos de ser destructivas, son edificantes. Me parece que ahí, gracias a este desajuste constitutivo de lo político, está la posibilidad de experimentar otra relación con la naturaleza y propiciar, como viene haciendo el feminismo: una república de los cuidados.
Creo que esa es la nueva imaginación de futuro que tiene la tarea histórica de imaginar otras formas del deseo. Incluso esas formas del deseo pueden implicar desenterrarlas del pasado. No me gusta la idea de que cada época engendra algo nuevo sin más y que en la idea de lo nuevo está el secreto de lo vivo. Creo que esa metáfora o deseo de querer cambiarlo todo o de la tábula rasa está presa, de manera inconfesada, de esta representación patriarcal de la naturaleza. Y ese es uno de los peligros del feminismo a explorar. Me gusta, en cambio, pensar una idea de lo vivo-no natural (como diría Warburg). Dicho de otra manera: ¿es posible que la imagen de una república de los cuidados sea capaz de imaginar la vida por fuera de la representación lineal y progresiva de la naturaleza? Me parece que ahí hay una clave a pensar y que, en última instancia, se relaciona con la cuestión del deseo.
En este sentido, ¿crees que podríamos hablar en este contexto de la configuración de un nuevo dispositivo estético y de nuevas estrategias de emancipación?
Creo que es importante pensar el papel de los dispositivos. Ahí tomo distancia de Agamben o el colectivo Tiquun, quienes identifican la emancipación con la destrucción de los dispositivos. Creo que es más interesante, como sugiere Martin-Barbero en su libro De los medios a las mediaciones, repensar el uso de los dispositivos en clave estética. En mi libro Mediaciones de los sensible sigo la estela de este gran pensador que acaba de fallecer. De ahí ese guiño al título. Por tanto, no creo que se trate tanto de “nuevos” dispositivos como de repensar el uso de los dispositivos tomando en cuenta su dimensión sensible. Me interesa pensar el Estado, el derecho, la democracia, etc… como dispositivos estéticos-políticos en sus usos plebeyos. Porque me parece que esta disputa por imaginar el futuro se da en el orden de la sensibilidad. Y cuando pensamos esto entramos de lleno en el ámbito de la estética. En ese sentido me aparto de las propuestas que conciben a la ética como el verdadero lugar de la emancipación. Tomo distancia de este legado levinasiano. Me interesa más pensarlo en clave estético-política. O, a lo sumo, ético-política. Pero aquí uso la ética en el sentido de Foucault y no de Levinas.
Luciana, muchas gracias por conceder esta entrevista a El Laboratorio.