A lo largo del último año y medio, la pandemia de la Covid-19 ha funcionado como una lente que ha visibilizado y magnificado muchos de los problemas que atraviesan nuestra sociedad. La discriminación por razón de edad y, más específicamente, la discriminación hacia las personas mayores es uno de los más destacables. Desde sus inicios en marzo 2020, la pandemia ha estado fuertemente marcada por la edad. No sólo porque el virus SARS-CoV-2 ataca de forma desigual a niños/as, jóvenes, adultos y personas mayores, convirtiendo a estas últimas en el grupo de edad más afectado, sino también por las medidas públicas que los gobiernos de distintos países han tomado para hacerle frente, así como por el modo en que los medios de comunicación han transmitido la información, estereotipando la imagen de la vejez y ocultando su carácter plural.
La edad ha sido utilizada como criterio tanto para la creación de grupos confinados como para el acceso a la atención médica, pero pocas veces en beneficio de las personas mayores. Si bien el discurso político, sanitario y mediático se ha jactado de priorizar el cuidado de «nuestros mayores», muchas de las medidas adoptadas han estado sustentadas en un paternalismo institucional que «infantiliza» a las personas mayores, reproduciendo estereotipos homogeneizadores de la vejez e incluso aplicando formas sutiles de discriminación orientadas a la pronta activación de la población en «edad productiva».
En países como Colombia o Serbia sólo las personas mayores fueron confinadas, mientras que en Reino Unido se recomendó a los mayores de 70 años autoconfinarse durante cuatro meses. En otros países como Estados Unidos o Brasil prácticamente no se tomaron medidas para protegerlas, con el objetivo de «salvar la economía». En España, se utilizó la «esperanza de vida» como criterio para distribuir recursos sanitarios y determinar quiénes debían vivir y quiénes morir, especialmente al comienzo de la pandemia, cuando no había recursos suficientes para responder a una situación desbordante.
Esta carencia de recursos se hizo visible de forma especialmente dramática en las residencias de mayores. Según el IMSERSO, en España se han registrado más de 30.000 defunciones de residentes con coronavirus desde el inicio de la pandemia. Sin duda, en este país las residencias de ancianos/as se han convertido en uno de los lugares donde la pandemia ha tenido un mayor impacto. Ello no se debe simplemente a que se trata de lugares habitados por el grupo de edad más vulnerable al virus, sino a que se habían convertido en espacios precarizados mucho tiempo antes de la llegada y expansión de la pandemia. Generalmente ubicadas en las afueras de las ciudades y carentes de la debida atención social y política, las residencias de mayores se habían convertido también en espacios de olvido e invisibilidad. Una invisibilidad que bien puede extrapolarse a otros países del mundo y que se extiende a la percepción social de la vejez en general.
La pandemia ha revelado que la discriminación hacia las personas mayores es un fenómeno estructural y prácticamente global, con drásticas repercusiones para el presente y el futuro de nuestras sociedades. Si, como decía Simone de Beauvoir en La vejez (1970), «no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja. Así tiene que ser si queremos asumir en su totalidad nuestra condición humana», está por verse si la pandemia que nos ha asolado fomentará o reducirá esa ignorancia. Por eso, es urgente reflexionar si la Covid-19, que ha puesto a los mayores en el centro de esta «tragedia» global, será un punto de inflexión para confrontar el edadismo social y crear espacios intergeneracionales de reconocimiento que trasciendan la segregación social por edad y permitan repensar nuestra condición humana en su totalidad.
El Laboratorio dedicará el mes de noviembre a debatir sobre estas cuestiones desde diferentes enfoques. Invitamos a las personas interesadas a enviarnos sus propuestas. Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos durarán entre 5 y 10 minutos, y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.