Cuando habíamos comenzado a quitarnos las mascarillas y a respirar de nuevo, tras dos años sufriendo el impacto de la pandemia global de Covid-19, en la última semana de febrero de 2022 recibimos dos nuevos mazazos que también han tenido un impacto global.
El 24 de febrero Vladimir Putin, presidente electo y dictador de facto de la Federación Rusa, ordenó la invasión de Ucrania con el objetivo de resucitar el antiguo imperio zarista (días antes declaró que Ucrania no tenía derecho a existir como una nación independiente y que era preciso revertir el error de Lenin al reconocerle el derecho a la autodeterminación), y como respuesta a la progresiva expansión de la OTAN hasta la frontera rusa mediante la incorporación voluntaria de catorce de las ex repúblicas soviéticas. Por muy cuestionable y errada que haya sido esta expansión de la OTAN, no justifica la invasión rusa de Ucrania, condenada por 141 de los 193 países miembros de la ONU, y rechazada también por una parte de la propia ciudadanía rusa, que está siendo reprimida, silenciada y encarcelada implacablemente. Conviene recordar que desde que Putin llegó al poder en 1999, Rusia ha multiplicado sus intervenciones militares en varias ex repúblicas soviéticas y en Siria: Georgia (1990-2008), Chechenia (1994-2009), Kirguizistán (2012), Ucrania (2014), Siria (2015) y Kazajistán (2022).
La invasión de Ucrania ha causado miles de muertos y heridos, muchos de ellos debidos a crímenes de guerra del ejército ruso (bombardeos de hospitales, escuelas, viviendas y una estación de tren, cerco a ciudades para que sus habitantes no puedan huir ni recibir ayuda humanitaria, asesinatos de civiles y prisioneros, torturas, violaciones, deportaciones forzosas a territorio ruso), pero también a crímenes cometidos por militares ucranianos. Además, la guerra ha expulsado a más de la cuarta parte de la población ucraniana: en solo seis semanas había ya 4,2 millones de refugiados y 7,1 millones de desplazados, el éxodo más rápido y numeroso desde la Segunda Guerra Mundial. Europa ha acogido a los refugiados ucranianos con una generosidad que le ha negado a las víctimas de otros conflictos cercanos, como el de Siria, en el que también está implicada Rusia.
Esta brutal invasión ha puesto patas arriba el precario equilibrio geopolítico mundial, ha reactivado la vieja amenaza de las armas nucleares e incluso de las armas químicas, ha acentuado la nueva polaridad geopolítica entre el Occidente euro-atlántico liderado por Estados Unidos y el Oriente asiático-pacífico liderado por China, ha obligado a Europa y a los países del Sur global a replantearse su futuro en este nuevo escenario, y ha revelado el desconcierto teórico de un sector de la izquierda occidental.
Además, la guerra de Ucrania ha agravado la crisis económica y energética, con la subida del precio de los combustibles fósiles y de la electricidad, los múltiples fallos en la cadena de suministros y, como consecuencia de todo ello, una inflación desbocada, no solo por la guerra sino también por el bloqueo económico a Rusia.
Cuatro días después de la invasión de Ucrania, el 28 de febrero se publicó la segunda parte del Sexto Informe del IPCC sobre el Cambio Climático, titulada Impactos, adaptación y vulnerabilidad. El 9 de agosto de 2021 se había publicado la primera parte, sobre las Bases físicas, y el 4 de abril de este año se ha publicado la tercera parte, sobre las medidas de Mitigación. Aunque se había filtrado ya un borrador del «resumen para gestores políticos», la versión definitiva ha sido deliberadamente descafeinada por los representantes de los gobiernos.
El Sexto Informe del IPCC ha confirmado que el cambio climático “es generalizado, rápido y se está intensificando”; que sus impactos son cada vez más graves, pues están amenazando la vida y el bienestar de casi la mitad de la población mundial y han causado ya la reducción e incluso la extinción de muchas otras especies vivientes; que el margen temporal de respuesta se está estrechando rápidamente debido a la inacción de los gobiernos, lo que puede conducirnos a un punto de no retorno y a catástrofes de grandes proporciones; y que, por todo ello, es preciso adoptar ya medidas urgentes y radicales para descarbonizar la economía, proteger los ecosistemas y corregir las grandes desigualdades sociales. Como dice la ONU, «es ahora o nunca».
La falta de respuesta por parte de los gobiernos ante la emergencia climática ha llevado al grupo Rebelión Científica (Scientist Rebellion) a organizar una convocaroria mundial de actos de protesta durante la semana del 4 al 9 de abril. El 6 de abril, científicos españoles se manifestaron a las puertas del Congreso de los Diputados.
Estos dos acontecimientos, la guerra de Ucrania y el último informe del IPCC sobre el cambio climático, están estrechamente relacionados entre sí, como ha señalado la web especializada Carbon Brief. Según Juan Bordera y Antonio Turiel, estamos ante «la primera guerra de la Era del Descenso Energético». Pierre Charbonnier ha llegado a hablar del «nacimiento de la ecología de guerra». En parte porque Europa depende de los combustibles fósiles que financian la máquina de guerra rusa; en parte porque tanto Rusia como Ucrania poseen abundantes minerales estratégicos y una importante producción agrícola; y en parte porque la necesaria transición ecológica se verá aún más dificultada si las guerras geopolíticas por el control de los recursos siguen prevaleciendo sobre la cooperación mundial para frenar el cambio climático y mitigar sus impactos de manera equitativa.
El 27 de febrero, la meteoróloga ucraniana Svitlana Krakovska, mientras asistía en línea a la reunión del IPCC que aprobó la segunda parte del Sexto Informe, estaba junto a sus hijos por si sonaban las sirenas que alertaban de un posible bombardeo ruso, del que ella y su familia debían refugiarse. Entonces dijo esto a sus colegas: ”El dinero que financia esta agresión procede del mismo lugar que el cambio climático: los combustibles fósiles. Si no dependiéramos de los combustibles fósiles, [Rusia] no tendría dinero para hacer esta agresión.” Además, añadió Krakovska, no podemos afrontar en común el cambio climático si sigue imperando la lucha entre las grandes potencias por el control de los recursos: «Si cualquier país grande puede quedarse con su vecino, con un suelo rico, una buena gestión del agua y unos buenos bosques, no podremos hacer frente al cambio climático.”
Para frenar a un tiempo la guerra en Ucrania y el cambio climático, algunas organizaciones como Avaaz, Greenpeace y el grupo Los Verdes del Parlamento Europeo han pedido que se interrumpa la importación del gas y el petróleo de Rusia. También lo está pidiendo Ucrania, aunque Alemania se niega debido a su enorme dependencia del gas ruso. En 2020, las ventas de gas a Europa le generaron a Rusia 35.000 millones de euros, mientras que su gasto militar anual ascendió a 55.000 millones de euros. El problema, como señalan Antonio Turiel y Pedro Prieto (uno de los invitados a este debate del Laboratorio), es que Europa no puede prescindir de un día para otro del gas ruso (que es el 45% de todo el que consume), ni de minerales como el uranio enriquecido que alimenta a las centrales nucleares (Rusia exporta también la tercera parte de su consumo mundial). Las interdependencias económicas globales son de tal envergadura que cualquier bloqueo económico tiene sus límites y puede causar una crisis mundial. De hecho, más que acelerar la transición energética y ecológica, la guerra de Ucrania ha incrementado la producción, el consumo y la financión pública de los combustibles fósiles.
Es obvio, pues, que hay una relación muy estrecha entre la guerra de Ucrania, las dificultades de la transición energética y la urgencia de poner freno al cambio climático. Por eso, el Laboratorio ha decidido dedicar el mes de abril a debatir sobre todas estas cuestiones, y ha invitado a varias personas para que nos expongan sus puntos de vista: Tica Font i Gregori, licenciada en Física e investigadora del Centro Delàs de Estudios para la Paz y de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ), que analiza la guerra de Ucrania desde un enfoque pacifista y propone una desmilitarización a escala global; Pedro Prieto, ingeniero técnico de telecomunicaciones, experto en energía y miembro de las asociaciones APOS y AEREN, que nos describe detalladamente la situación del petróleo y el gas en el caso español y en el contexto de la guerra de Ucrania; y Pedro Jiménez Guerrero, ingeniero ambiental, profesor de Física de la Tierra de la Universidad de Murcia y experto en cambio climático, que nos explica los datos y las propuestas esenciales aportados por el último informe del IPCC.