Adrián Almazán es físico, filósofo y ecologista. En la actualidad trabaja como profesor de filosofía en la Universidad de Deusto, coordina diferentes proyectos en Ecologistas en Acción y es miembro del equipo editorial del Laboratorio. Fue además uno de los impulsores del manifiesto «La necesidad de luchar contra un mundo ‘virtual’». El Laboratorio conversa con él para abrir el debate sobre: «Pandemia y digitalización. La doctrina del shock digital».
Adrián, gracias por haber accedido a responder unas preguntas sobre esta cuestión que quizá para algunas lectoras y lectores resulta relativamente desconocida. Empezando por el principio, ¿qué es eso de la doctrina del shock digital?
El concepto de doctrina del shock fue acuñado hace ya más de una década por la periodista Naomi Klein en su análisis de cómo el neoliberalismo, el nuevo capitalismo del desastre, fue capaz de pasar de idea marginal a marco socioeconómico dominante. Su idea es que, en ocasiones, situaciones traumáticas que dejan a la sociedad en shock pueden ser utilizadas por las élites para imponer una agenda que hasta el momento era minoritaria o se encontraba con resistencias. En su opinión justamente eso es lo que está ocurriendo ahora mismo. La crisis en la que casi todos los países del mundo han quedado sumidos tras la pandemia mundial de la COVID-19 se está convirtiendo en la excusa perfecta para la construcción de, en sus palabras, «una distopía de alta tecnología». Klein observa que Silicon Valley ya tenía toda clase de planes antes del coronavirus en que imaginaba sustituir muchas, demasiadas, de nuestras experiencias corporales insertando tecnología en medio del proceso; y nos llama a resistir contra lo que se puede denominar un Screen New Deal. De nuevo, por tanto, las élites utilizan el dolor social y la confusión para llevar a término de manera antidemocrática su particular proyecto de mundo.
Y, ¿en qué sentido el proyecto de digitalización se puede considerar indeseable y su avance antidemocrático?
Las grandes compañías de telecomunicaciones del planeta, las famosas GAFAM, están comenzando a desarrollar un poder preocupante sobre el rumbo que toman muchos de los aspectos más básicos de la vida social. En el Estado de Nueva York Eric Schmidt, el CEO de Google, o el mismo Bill Gates han sido los encargados de encabezar una comisión para reimaginar una nueva normalidad que, por supuesto será virtual. La idea es clara: lo que a estas empresas les interesa es lograr que cada vez más cosas dependan de sus plataformas, interfaces y bases de datos. ¿Por qué? Porque es la única manera de seguir alimentando su modelo de negocio, que se basa en la captación masiva de datos.
Shoshana Zuboff habla ya de la existencia de un Capitalismo de la vigilancia en el que las empresas generan beneficios extra precisamente a través del mercadeo con nuestros datos personales. Nuestras fotografías en Facebook, por ejemplo, han permitido educar a la inteligencia artificial utilizada por el Estado Chino para el reconocimiento facial, una de las piezas clave de la que Marta Peirano no duda en considerar la primera tecnodictadura del planeta. Nuestras conversaciones, grabadas por las aplicaciones de los smarphones, sirven ya para el diseño de publicidad dirigida y personalizada. Pero también nuestros datos médicos o nuestros desplazamientos son cada vez más utilizados por empresas e instituciones para generar perfiles detallados orientados al marketing o al desarrollo de la gestion burocrática de nuestras vidas.
Es evidente que los diferentes algoritmos que permiten esta recopilación de datos y la ponen en valor están ganando un poder creciente en nuestras sociedades. Escándalos como el de Cambridge Analytica han mostrado ya claramente que la automatización de la creación de opinión política es hoy uno de los principales desafíos a los que se enfrenta los regímenes representativos. Por otro lado, en países como Estados Unidos o China los algoritmos se utilizan ya como asesores o mediadores de las decisiones judiciales, las actuaciones policiales o el acceso a ciertas coberturas sociales. Una centralidad especialmente peligrosa toda vez que ha quedado demostrado que éstos están lejos de ser imparciales y reproducen los mismos prejuicios, por ejemplo racistas o machistas, de los datos con los que son “entrenados”.
Hablas de China o de EEUU. ¿Significa eso entonces que en Europa, que cuenta con una legislación de protección de datos mucho más restrictiva, no tenemos nada de qué preocuparnos?
Nada más lejos de la realidad. Por un lado porque, en tanto que usuarios de las GAFAM, nuestros datos se encuentran igual de desprotegidos que los del resto del mundo. Varios procesos judiciales han demostrados que los estándares de privacidad europeos no se cumplen en ese caso, tal y como demostró también Snowden. Pero, mucho más importante, porque tras la pandemia estas empresas están fusionándose de manera muy profunda con las propias instituciones europeas. En ámbitos como la educación o la sanidad, las aplicaciones, plataformas y servidores de empresas como Google o Amazon están instalándose con fuerza, dependiendo de ellas en gran medida hoy el funcionamiento cotidiano de nuestras aulas o del seguimiento de los casos de infección por la covid-19.
Pero la cosa no acaba ahí, los fondos de recuperación frente a la pandemia que prepara la Unión Europea vienen a profundizar esta dinámica de shock del capitalismo del desastre. El acceso a los 750.000 millones de euros que, en el marco del fondo Next Generation EU, la UE va a poner a disposición de sus estados miembros obligará a éstos a abrazar una economía digital en la que se apueste por «las tecnologías como la inteligencia artificial, la ciberseguridad, los datos y la infraestructura de computación en nube, las redes 5G y 6G, los superordenadores y los ordenadores cuánticos, y las tecnologías de cadena de bloques».
Pero, ¿no presenta la UE este proceso de digitalización como una de las componentes de su Nuevo Pacto Verde Europeo? ¿No necesitamos acaso de este conjunto de transformaciones en marcha, de esta Cuarta Revolución Industrial, para poder luchar contra el Antropoceno?
La forma en que, en los medios de comunicación e incluso en algunos medios ecologistas, se presentan como compatibles y complementarios la transformación ecológica de nuestros modos de vida y la digitalización del mundo sólo se puede considerar como engañosa. Digitalización y transición ecosocial son proyectos de naturaleza antagónica. Por un lado, porque la extensión de internet y las TIC está suponiendo un aumento exponencial del consumo de energía y materiales críticos, especialmente minerales escasos como las tierras raras o el coltán. Internet no es una nube inmaterial, y la economía digital no está desacoplada de los impactos ecológicos. El acceso a la Red de Redes solo es posible gracias a la existencia de un entramado de servidores (ordenadores conectados las 24 horas del día y sujetos a exigentes demandas de refrigeración, concentrados en pocos lugares del mundo y en su mayoría propiedad de las grandes empresas tecnológicas) que se extiende cada vez más, a la par que todos nuestros dispositivos necesitan utilizar materiales y energías para construirse, distribuirse y eventualmente desecharse. La fase digital del capitalismo industrial está suponiendo una impresionante profundización del extractivismo, un aumento de las emisiones de efecto invernadero –si Internet fuera un país sería el sexto más emisor del mundo y consumiría tanta energía como Rusia– y una destrucción ecológica ampliada.
Muchas gracias por tus respuestas, que nos dejan quizá con la tarea de pensar en cómo resistir frente a esta doctrina del shock digital…