Pedro Feal
El jueves 21 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía. Esta veterana disciplina del pensamiento, de bello nombre de origen griego (cuyo significado es “amor a la sabiduría”), se enfrenta en la actualidad a grandes retos. Mencionaré ahora dos de ellos: en primer lugar, a escala nacional, la asignatura de Historia de la Filosofía afronta una considerable renovación en el último curso de Bachillerato y en la nueva Prueba de Acceso a la Universidad (P.A.U.), que es todo un desafío para la continuidad futura y el prestigio de la materia. Sin embargo, el segundo reto, a nivel global, es mucho mayor: afrontar el impacto cultural, social y cognitivo que supone la introducción de la Inteligencia Artificial (IA) en todos los ámbitos del conocimiento y de la vida humana.
La Filosofía puede definirse como una reflexión racional acerca de la realidad en general. Por ello la primera función que ahora le corresponde es distinguir lo que es real de lo que no lo es en el flujo de información que llega a nosotros a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. La tecnología actual es capaz, valiéndose de la IA, de generar todo tipo de contenidos (imágenes, sonidos, textos, vídeos, etc.) puramente simulativos, que no corresponden a ninguna realidad existente fuera del ámbito digital. Por tanto, proporcionar métodos y criterios para poder diferenciar lo real de lo simulado es una de las tareas más importantes de la Filosofía en el presente. Dado el alud de informaciones falsas (“fake news” o bulos) que circulan en los dominios de internet, parece conveniente por ejemplo reeditar la duda metódica cartesiana como un procedimiento adecuado para poner en cuestión cualquier dato, noticia o imagen que recibamos a través de los medios sin suficiente garantía de validez real.
Por otra parte, la Ética es la parte de la Filosofía que se ocupa de estudiar y analizar los valores y las normas que han de regir la conducta individual y social. La IA ha nacido sin reglas morales propias, por lo que es preciso diseñar una ética específica para ella. Así, dado que esta tecnología se surte de textos e imágenes preexistentes que transmiten valores sesgados (pongamos por caso, racistas o sexistas), se ha observado que la IA, de modo en principio automático e inconsciente, refleja en sus producciones dichos valores y sesgos. De ahí la necesidad de desarrollar un pensamiento crítico que permita reconocer la ideología velada que subyace a las realizaciones de la IA, proponiendo en su lugar valores alternativos. Además, esta tecnologìa debe subordinarse siempre a los derechos humanos, incluídos los de autor, así como los relativos al respeto a la privacidad y a la dignidad de las personas.
En general, la actitud reflexiva y crítica propia de la filosofía ha de velar por evitar y contrarrestar los usos ideológicos, propagandísticos y manipulativos de la IA por parte de los poderes públicos y privados (como las grandes corporaciones internacionales que la promueven). Como han puesto de manifiesto Byung Chul-Han y Yuval Noah Harari, entre otros, la potencia de la IA para utilizar o deformar la información y controlar a los individuos es tal que puede conducir a un nuevo tipo de totalitarismo tecnológico, que ya se estaría experimentando en países autoritarios pero que también podría pronto extenderse por ejemplo a los Estados Unidos de Trump y Elon Musk, al menos en grado incoativo.
Y en efecto, es de prever y temer que quienes dominan la comunicación y la información- y por lo tanto el mundo- hagan todo lo posible por crear una nueva caverna platónica en la que una población hechizada por las triquiñuelas tecnológicas siga sus dictados casi sin darse cuenta y hasta con agrado. De hecho, es algo que en alguna medida ya está ocurriendo ahora mismo con los móviles y las redes sociales, a las que gran parte de la población se ha vuelto adicta en poco tiempo.
La tarea de la Filosofía en este nuevo” mundo feliz” (en el irónico sentido de Huxley) no es menor: enseñar a diferenciar lo verdadero de lo falso, lo real de lo irreal, lo moralmente válido de lo nocivo, y formar en el pensamiento crítico y autónomo, así como en el hábito de la reflexión, a unas mentes ya demasiado saturadas de una información a menudo ficticia o vana y en todo caso, excesiva. Mentes además urgidas por un inmediatismo inducido por la velocidad de los medios que utilizan y por los que son a su vez utilizadas. Se trata de una tarea hercúlea y a contracorriente pero necesaria, que ha de contar con la ayuda del espíritu humano y su natural “amor a la sabiduría”- que lo es también a la verdad y a la libertad- para poder ser realizada.
Pedro Feal es Catedrático de Filosofía jubilado