La revista Paideia tuvo la gentileza de publicar en su último número nuestro artículo «La filosofía como eje de la educación en democracia«. En él sostenemos la idea de que la formación filosófica es un componente fundamental de la educación en y para la democracia. La razón es que tres de las propiedades más importantes de las ideas de democracia y de educación (la orientación axiológica, la dimensión dialéctica y la autorreferencialidad) son las mismas que caracterizan específicamente a la actividad filosófica, una disciplina que contribuye como ninguna otra al aprendizaje de tres competencias análogas a dichas propiedades (la especulación en torno a las ideas, el diálogo crítico y la actitud reflexiva) y que resultan necesarias tanto para el ejercicio pleno de la ciudadanía como para el desarrollo de una educación articulada en torno a la autonomía del alumnado.
Todo lo que no sabías de Benito Pérez Galdós, el escritor que hay que leer para «sentirse español»
Lorena Maldonado
Desde la azotea de su casa natal de las Palmas de Gran Canaria, el niño Benito Pérez Galdós podía ver el mar. Regresaría siempre a esa masa regeneradora, a ese misterio acuoso que conformó de alguna manera su personalidad amplia, polifacética, curiosa y renovadora, porque como escribió él mismo más tarde, “bien puede decirse que la estrategia, y la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que es divino”. La luz y el paisaje de la isla le inyectaron una frescura que se canjeó en eso: en una nueva manera de mirar las cosas. En un deseo por superar los arquetipos y dualidades predominantes desde el Renacimiento -razón y corazón, mente y emociones, espíritu y cuerpo- y dibujar una realidad humana más ecuánime, más justa, ¡verdadera!, que no despreciaba al cuerpo por ser innoble frente al espíritu.
Ese crío de clase acomodada -hijo de un militar, veterano de la guerra de la independencia, y de una madre férrea que gobernaba el hogar imponiendo los valores tradicionales- se mostraba tímido y se refugiaba en los mimos de sus seis hermanas, pero pudo desarrollar desde pequeño varias de sus artes: la escritura, la pintura y la música. Sobre ese diminuto vástago -que luego fue un gran hombre cerebral, racional, modernísimo, hijo del pensamiento ilustrado- versa ahora Benito Pérez Galdós. La verdad humana, la exquisita exposición comisariada por Marta Sanz y Germán Gullón que abre sus puertas hoy viernes en la Biblioteca Nacional de España y que trata de aunar todas las caras del genio en más de 200 piezas.
El que se enamoró por primera vez de una niña llamada Sisita -resultó que era su prima y eso cabreó a la teniente Dolores Galdós, quien hizo todo lo posible por alejarlos-. El que empezó Derecho y lo abandonó. El que se hizo periodista y acudía a las tertulias canarias y plácidas de la Puerta del Sol, donde ahora hay un Pans&Company, en contraposición al ‘Bilis Club’ asturiano donde asistía Clarín -con miembros llenos de mala leche-.
El que soñó con vivir armónicamente, con minimizar a los enemigos; y el que aprendió eso mismo de Giner de los Ríos, que le inculcó el “diálogo” y las ganas de vivir las ideas para tenerlas. El diputado. El heterodoxo. El liberal. El republicano. El que en la fase final de su vida se hizo socialista. El que se alineó con Pablo Iglesias al darse cuenta de que “el proyecto de la restauración no había funcionado”, al asumir que “el llamado tercer Estado no tenía sentido”. El candidato más votado. El amante de los perros. El tipo que alquilaba pianos porque no podía dejar de tocar. El de la curiosa caligrafía.
Todos los Galdós
El que escribió “sin miedo a ser local”, como señala Sanz, y, sin embargo, puede leérsele siempre, “encaminado a lo universal, siempre traducible en las nuevas coordenadas culturales de cualquier momento”. El autor que contó la historia desde abajo, desde “la vida privada de los seres normales” -en boca de Almudena Grandes- para entender la conciencia pública. El ciudadano que respetaba las instituciones. El que se matriculó en la vida urbana madrileña. El gran lector de reacciones humanas. El del pulso de la calle. El director de diversas publicaciones. El editor. El dibujante. El coleccionista de arte. El mejor dramaturgo de su época, aunque ya no se le reconozca. El ensayista político.
Una de las piezas de la BNE.
El hombre que edificó a esa Tristana que no quería ser ni amante ni esposa. El autor que dibujó a la niña rebelde, huérfana y desgraciada para retratar la emancipación de la mujer en la sociedad española de finales del siglo XIX, para hablar de “amor libre y anarquismo”, como señala un vídeo de Elvira Lindo en la misma muestra. El pionero. El vanguardista. El progresista. El viajero. También Galdós es el envidiado y admirado por Luis Buñuel, el amante favorito de Emilia Pardo Bazán, el padre de María Galdós Cobián.
Un escritor para «sentirse español»
“Yo viví en EEUU mucho tiempo y entré en contacto con muchos exiliados, como Francisco Ayala, y con muchísimos campesinos…”, comienza a rememorar el comisario Germán Gullón. “Y recuerdo la frase del poeta Cernuda. Él vivía, el pobre, en una universidad del norte de Nueva York, un sitio muy triste, muy horrible, donde estaba solo y no tenía nadie con quien hablar, porque ni siquiera manejaba el inglés. Por las noches leía a Galdós. Y decía que lo leía para sentirse español. Para volver un poco a España. Sus lecturas le ponían contento”. Sanz, por su parte, apunta que el final de la exposición cuenta con varias entrevistas a galdosianos muy reconocidos, como Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina, Trapiello o Almudena Grandes, “que nos dan razones y argumentos para entender a Galdós más allá de ese ‘garbancero’ que muchos han pretendido que fuera”.
Una de las piezas expuestas en la BNE.
Recuerda la comisaria que hay que reivindicar al “Galdós estilista”, al que “basándose en la realidad y en la historia de su tiempo fue capaz de volver a ella a través de sus textos literarios”: “Habló de todas las capas sociales. Habló de hombres y de mujeres admirables. Construyó personajes femeninos que forman parte de nuestro imaginario sentimental. El realismo galdosiano muchas veces ha sido denostado por una parte pseudoexquisita y elitista de la cultura española”. Es hora de quitar de una vez por todas esa caspa. Es hora de reconocerle como le extrañaban en Madrid el día de su entierro. Eran las tres y media de la madrugada del 4 de enero de 1920 cuando se fue. Le despidieron unos 30.000 madrileños “de todas las clases sociales, menos la política”: “Fue un acto emocionante, donde el pueblo mostró su cariño por quien les había retratado con fidelidad, y ofrecido una imagen imperecedera de su tiempo”.
Escribió entonces Unamuno que, leyendo su obra, “nos daremos cuenta del bochorno que pesa sobre la España que en él ha muerto”. Ortega y Gasset le dedicó las siguientes palabras: “La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós. La visita del ministro de Instrucción Pública no basta… Son otros los que han faltado… El pueblo, con su fina y certera perspicacia, ha advertido esa ausencia… Sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes”. Quizá la mejor de sus memorias la reflejó Cernuda en su Díptico español: “La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado. / De aquélla nos consuela y cura ésta”.
El videojuego busca su sitio entre el arte y la filosofía
El Espacio Fundación Telefónica alberga una exposición que aborda con profundidad la dimensión sociológica y cultural del ocio interactivo
Dos de los videojuegos jugables de la exposición. JAIME VILLANUEVA
Una lapidaria sentencia del historiador del arte alemán Oliver Grau preside una de las paredes de la última exposición del Espacio Fundación Telefónica: “En cada era se ha dado una revolución en las artes. En el Renacimiento fue la perspectiva. En el siglo XX, el movimiento, de la mano del cine. Y en el XXI es la interacción, posible mediante las nuevas tecnologías”. Lenta pero inexorablemente los videojuegos van reclamando (y alcanzando) un espacio en el marco cultural, y buena muestra de ello es la exposición Videojuegos, los dos lados de la pantalla, que desde ayer y hasta el 12 de enero puede verse en Madrid.
“Lo que queremos mostrar es el videojuego como algo que va más allá de la pantalla”, explica la comisaria del evento, la doctora en filosofía especializada en tecnología Eurídice Cabañes. “Mostar la influencia de otras artes en los videojuegos, pero también la influencia que ejercen los juegos en otras artes y en la sociedad”.
Parte de la exposición dedicada a los avatares.J. V.
La exposición es oscura, introspectiva. Los objetos antiguos y nostálgicos, generalmente centrales en exposiciones de este tipo, tienen aquí un papel muy secundario: viejas consolas, mandos antiguos o dispositivos portátiles salpican el cuarto piso del edificio de la calle Fuencarral, pero no acaparan el protagonismo que les corresponde a las instalaciones artísticas. “Nuestra intención aquí”, explica Cabañes, “es preguntarnos cuál es la relación entre el mundo físico y el virtual, o qué impacto tiene en nuestro cerebro jugar a videojuegos. Indagar en si son o no una expresión artística”. “Los juegos guían cada paso que damos: mueven la relación entre la sociedad y la tecnología”, sostiene la comisaria. “El primer contacto tecnológico de los niños es con videojuegos. Y hoy son una catapulta artística: los juegos integran otras artes como la narrativa, o la música, pero las hacen evolucionar como la narrativa no lineal, o las composiciones interactivas”.
A diferencia de otras expresiones artísticas, jugar a videojuegos tiene un efecto físico. La exposición no entra en la problemática de las adicciones pero sí subraya los efectos positivos del ocio interactivo: una obra creada a base de maquetas de cerebros que se van iluminando dependiendo de a qué juego se juega es, según Cabañes, “muy eficaz a la hora de trazar un mapeo del cerebro y ayudar a combatir enfermedades”. Sobre lo que sí mete el dedo en la llaga es sobre la imposición económica real en el mundo digital: o sea, transacciones con dinero contante y sonante. Baste como ejemplo una de las imágenes de la muestra, el “perro de guerra infatigable” del juego onlineWorld of Warcraft por el que un jugador pagó 33.927 euros.
Uno de los hologramas de la exposición.J. V.
Problemáticas
“El juego pone sobre la mesa problemáticas importantes”, explica Cabañes. Y es que, como sostiene el diseñador e investigador Ian Bogost en otra de las citas que envuelven la exposición, “los videojuegos pueden modificar las actitudes y creencias fundamentales sobre el mundo generando un cambio social significativo a largo plazo”. “Tomemos como ejemplo un juego como Dys4ia [que nos mete en la piel de un sujeto en plena terapia hormonal para reasignar su sexo]: pone sobre la mesa problemáticas de género. Pero otros juegos cuestionan sistemas políticos o económicos”, muestra Cabañes. Este tipo de cuestiones se abordan en el espacio dedicado a los serious games.
Otro de los espacios está destinado al personaje que se crea el jugador cada vez que juega: el avatar. Esta zona se sustenta sobre el trabajo del artista Robbie Cooper, que ha pasado tres años fotografiando y comparando a jugadores y a sus avatares. “En el mundo real a mí me van a tratar siempre como a una mujer. De hecho, como a una mujer con mi peso y estatura”, explica Cabañez. “Pero el avatar subvierte el peso de las expectativas sociales”.
El último tramo de la exposición se vuelca en preguntas filosóficas, con ejemplos de juegos (casi siempre independientes) que confrontan al jugador con decisiones de calado. Por ejemplo, el Red Strings Club (2018), donde se plantea la cuestión de, si tuvieras un dispositivo para controlar las emociones, ¿eliminarías las emociones negativas? O en Papers, Please (2013), donde el jugador ejerce de agente de aduanas que, tras ver que la madre de la persona que ha dejado pasar no tiene sus papeles en regla, debe decidir si pasa o no.
“Juguemos o no”, apostilla Cabañes, “vivimos inmersos en una realidad en la que el videojuego lo ha transformado todo”. También el arte. La cita inicial de Oliver Grau, de hecho, termina así: “Hoy, confrontado con la obra, el espectador se convierte en una parte activa de la misma”. Lo sepamos o no, estamos en la era del arte interactivo.
ESTEREOTIPOS Y ENTRAÑAS
La presencia de juegos españoles es notable en la exposición. En una zona dedicada a la disección de un guión de videojuegos —“más parecido a una hoja de Excel, porque las decisiones ramifican la historia”, explica Cabañes—, podemos encontrar el desarrollo narrativo y los storyboards de Gris (2018) o de Rime (2017), dos de los últimos éxitos españoles. Las ilustraciones de Gris, un juego con un apartado visual de altura, creado por las acuarelas del catalán Conrad Roset, comparten espacio con una zona dedicada a obras clásicas que han influido en juegos, en la que el original y la influencia están enfrentadas. Un ejemplo: las ilustraciones de escaleras laberínticas de Giovanni Battista Piranesi encuentran su reflejo en el juego Monument Valley (2014).
En otra de las zonas de Los dos lados de la pantalla, encontramos un panel que compara imágenes de personajes que, a juicio de Cabañes, están estereotipados. “Desde el protagonista, siempre musculoso, hasta las mujeres, hipersexualizadas, hasta los personajes árabes, encasillados en el papel de terroristas con la cara tapada”, analiza la comisaria de la exposición.
“Hay un cambio en marcha, y se están dando saltos: muchos personajes femeninos antes sexualizados ya no lo están”. De todos modos, incide en que “el 97% de los personajes femeninos de los juegos son caucásicas, y si la población del mundo se correspondiera con la virtual, las mujeres representarían solo el 15% de la gente del mundo”.
Fallece a los 61 años Miguel Catalán, el filósofo que analizó la mentira
El pensador valenciano dedicó la mayor parte de su obra al estudio del engaño
Miguel Catalán, en su casa.
Comentaba un día Miguel Catalán (Valencia, 1958-2019), fallecido ayer a los 61 años, que tenía cuatro autores a los que se refería con reiteración: Thomas Mann, Marcel Proust, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Los motivos por los que lo hacía eran de peso: “Los dos primeros son escritores con pensamiento propio, algo bastante difícil de encontrar; los dos últimos, pensadores que escriben bien, lo cual, tratándose además de filósofos alemanes, es casi un milagro”. Dos virtudes que él compartía: escribía muy bien y pensaba incluso mejor. Y habría que añadir aún otra: era un trabajador infatigable, hasta el punto que apenas daba tiempo a sus lectores para seguirle el ritmo.
Había previsto escribir una obra de la que él mismo decía que era desmesurada: el tratado sobre la pseudología (la mentira) para la que había previsto una veintena de volúmenes. El último lleva el número diez y se titula La alianza del trono y el altar. El anterior, también centrado en el uso de la religión como instrumento de dominación, se titula La santa mentira. Pero en medio han salido un par de volúmenes menores en extensión, pero no en contenido, dedicados a Oscar Wilde (Aforismos misceláneos) y el Diccionario lacónico, una obra que refleja a la vez su comprensión de las cosas y del lenguaje que las explica y su capacidad de síntesis y de humor. Un humor que tiene su mejor expresión en el Diccionario de falsas creencias.
Catalán fue, hasta la jubilación, hace poco más de un año, profesor de Ética en Valencia y, en paralelo, escribía. Su primer texto, resultado de su investigación para la tesis doctoral, estuvo dedicado a John Dewey, autor que junto a Ambrose Bierce, era para él también referencia continua.
Podía trabajar de sol a sol, sobre todo desde que abandonó la ciudad de Valencia para instalarse en Godella, porque tenía, como él mismo decía, “obstinación investigadora”, una obstinación que encontró sentido en la mentira. “El universo del engaño es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente. Dedicar toda una vida de investigación a un tema en concreto, aunque sea tan transversal como el mío, es posible porque hay una fuerte corriente subterránea: el deseo de encontrar la verdad debajo de todas las alfombras”.
En los últimos tiempos, imponiéndose a la enfermedad que estaba seguro de acabar venciendo, trabajaba en los volúmenes dedicados al engaño en los medios de comunicación, la publicidad y, también, claro, la política, convencido de la veracidad de uno de los aforismos que figuran en la selección que hizo de la obra de Wilde: “Fue un día fatal cuando el público descubrió que la pluma es más poderosa que el adoquín y puede hacer tanto daño como un ladrillo”. Un daño que debía producirse en las filas de los dominadores porque Catalán se había puesto siempre del lado de los dominados. Y es que era un optimista dispuesto a conseguir con su obra que el pueblo abandonara la fe del carbonero.
El profesor J. Barrientos fue entrevistado por el programa de radio Talentos del proyecto Filosofía en la Calle, en torno a la filosofía aplicada.
Biografia:
José Barrientos Rastrojo es profesor en la Universidad de Sevilla y director de la Revista Internacional de Filosofía Aplicada HASER, Director Adjunto de la Revista Argumentos de Razón Técnica y codirector de la Cátedra de Hermenéutica Analógica y de la Revista Hermes Analógica. Escribió el primer libro sobre historia de la Filosofía Aplicada u Orientación Filosófica en lengua española, fundó y es uno de los actuales presidentes de la Red Iberoamericana de Investigación en Filosofía Aplicada.1 Asimismo, dirigió el International Conference on Philosophical Practice, máximo evento de la profesión.
Es autor de más de doscientas publicaciones y de más de cien conferencias y ponencias expuestas en América, Asia, África y Europa.
Sus temas de investigación son la Filosofía Aplicada y la Experiencialidad. Este último tema lo ha desplegado en los últimos años en varios formatos académicos incluyendo un grupo de investigación, el primer proyecto experimental internacional, con sedes en Noruega, México y Croacia, y varios congresos y eventos académicos en varios países. Actualmente, vincula Filosofía Aplicada y Cooperación al Desarrollo con un proyecto internacional en cárceles y Casas Hogar.
Entrevista en el programa Talentos de Filosofía en la Calle.
Jean Starobinski, el intelectual que armonizó la historia cultural y las ciencias
El pasado lunes 4 de marzo murió Jean Starobinski, importante historiador de la literatura, las ideas y la medicina. Era ya casi centenario —nació en Ginebra en 1920—, y su vida se desarrolló en torno a su ciudad. En ella dirigió durante 30 años los importantísimos Encuentros de Ginebra, creados en 1946 y abiertos al público, donde fueron confluyendo los más diferentes especialistas e intelectuales. Con ese nuevo enciclopedismo de posguerra, Starobinski se caracterizó por practicar, y enseñar, una historia cultural en la que al fin se armonizaban las ciencias y las humanidades.
Como toda interpretación histórica requiere también la «máxima especificidad individual» —lo reconocía en La relación crítica (1970)—, conviene recordar que su familia fue aniquilada en Polonia y que, como resistente, escribió crónicas precoces en defensa de Europa y de la sensatez política: están recopiladas, desde 1999, en La poésie et la guerre, 1942-1944.
En 70 años de trabajo, la energía de su obra logra fundir crítica literaria y psiquiatría (mayormente analítica), con un explícito escepticismo frente a todo dogma metodológico; si bien reafirma sin desmedirse la función poética del lenguaje y la fecundidad de la inmersión en detalles singulares que puedan suponer, en última instancia, un corte revelador de cierto aspecto histórico.
La Ilustración y su crisis constituyeron el hecho sociocultural más frecuentado por Starobinski. En su primer y magnético Jean-Jacques Rousseau: la transparencia y el obstáculo (1957) —título que define ya la expresividad de su propio estilo—, Starobinski desvelaba las contradicciones insalvables del idealismo rousseauniano. Fue un tema recurrente en él, que culminó en 2012 con Accuser et séduire. Essais sur Rousseau. Y esa misma indagación reiterada se halla en sus catas diderotianas aparecidas ese mismo año, en un volumen sutil e impresionante. Pues, al fin, Starobinski publicó un gran libro, que venía anunciando a lo largo de su vida —Diderot, un diable de ramage—, y que es una obra mayor de entre las dedicadas al gran genio del siglo XVIII.
Su atracción por la civilización de las Luces brilla en dos trabajos complementarios entre sí, La invención de la libertad (1964) y 1789, los emblemas de la razón (1973), o en los estimulantes y civilizadores capítulos de su paradójico El remedio en el mal (1989). Pero su ámbito de pensamiento fue más amplio, y nunca olvidó el clasicismo francés ni los hitos de la literatura contemporánea, desde Baudelaire. Tampoco dejó de lado su mirada médica como lo muestra un gran recorrido, Acción y reacción: vida y aventuras de una pareja (1999), donde se integran política, ciencias modernas y formas literarias.
En otro ensayo central, que seguía nuevos derroteros, El ojo vivo (1961-1999), confesó: «Me atraía una investigación sobre las máscaras, en el sentido propio y en sentido figurado. Y me interesaba muy especialmente por quienes se declaraban sus enemigos: moralistas, denunciadores de la hipocresía y del engaño». El tema lo trató en Retrato del artista como saltimbanqui (1970) o incluso en La tinta de la melancolía(2012) —un libro fundador que se remonta a 1960-2004—, pues la historia de la tristeza que fundó implica desenmascaramiento personal y colectivo.
Sorprende que haya libros suyos sin traducir, como Interrogatoire du masque (2014); o un monumento como Montaigne en mouvement (1982), más aún por cuanto Starobinski es el gran heredero hoy de Montaigne. En fin, las mil páginas de La beauté du monde. La littérature et les arts de 2016 darían la medida de su gracia y su talento por afrontar con viveza nuestra cultura desde Virgilio o Dante hasta Kafka o su amigo Bonnefoy, que desapareció en ese mismo año.
Una visita al monumental archivo del latinista y filósofo, en proceso de ordenación en su casa de Zamora. Un libro póstumo y una obra de teatro recuperan su contestataria figura
“Agustín se pasaba el día escribiendo. Nosotros le fisgábamos en la máquina para ver en qué andaba. Cuando daba algo por terminado lo metía en una carpeta y lo dejaba en esa estantería”, cuenta Sabela García Ballestero, hija de Agustín García Calvo, en una luminosa habitación de la casa familiar de Zamora. La estantería de la que habla está ahora ocupada por enciclopedias, pero cuando murió su padre —en 2012, con 86 años— encontraron allí varias carpetas con inéditos. Entre ellos estaba el original de Desnacer, un relato de 170 páginas narrado por una voz femenina anónima que realiza un viaje hacia atrás en el tiempo para ir convirtiéndose en un ser “más niño, más fresco, menos cargado de saberes”.
El libro es un alarde de construcción que resume bien el pensamiento de su autor: la crítica a una realidad formateada por el dinero; la aversión a sacrificar el presente en el altar del futuro. “Cualquier cosa es posible mientras no se le empiezan a poner nombres”, escribe en Desnacer. “Todos los días os cambian la vida por futuro”, decía megáfono en mano a los jóvenes reunidos en la Puerta del Sol durante el 15-M. “Os dicen que tenéis mucho futuro. Para el poder futuro significa muerte”.
Cartas de la novelista irlandesa Iris Murdoch al poeta y filósofo zamoranoJ. R.
¿Tenía miedo a la muerte Agustín García Calvo? “No decía nada. Era el futuro. No hacía proyectos”, responden completando la frase Sabela y dos de sus tres hermanos, Víctor y Ruth, que viven en la misma casa. A ellos se ha sumado en los últimos meses Silvia, hija de Sabela, encargada de la digitalización de los cientos de originales, notas, cuadernos, recortes y cartas dejados por su abuelo al morir en estas habitaciones, en su casa de Madrid y en la de su pareja, la poeta Isabel Escudero, fallecida hace dos años. De esos papeles salieron dos poemarios inéditos ya publicados —Sermón del dejar de ser y Yo misma—, dos ensayos pendientes de revisar y el mecanoscrito de Desnacer, al que precede una hoja de instrucciones “por si alguna vez mereciera la pena hacer una copia decente” de ese, dice, “astroso original”.
La estantería de los clásicos grecolatinos.J. R.
A toda una constelación de notas, márgenes y tipografías García Calvo añadía su tendencia a ajustar la ortografía al habla, de ahí que escriba “esplicación” y “esperiencia”. “Trasgresiones de ostáculos subcoscientes”, dice Sabela citando el título de un artículo de su padre, al que ella, como el resto de la familia, llama siempre Agustín. Todos los libros que publicó en su última década de vida los firmó en la cubierta con el nombre y los apellidos entre signos de interrogación. “Estaba en contra del nombre propio”, explica Silvia, que recuerda cómo su abuelo les grababa a ella y a su hermano cuando aprendieron a hablar para estudiar el modo en que construían las frases. García Calvo fue poeta, filólogo, dramaturgo, traductor y ensayista pero a él le gustaba hablar de sí mismo como gramático. Gran defensor de la tradición oral, solía comenzar sus recitales con una advertencia: todo lo que los lectores encontraran de bueno en sus versos —“todo lo que les hiera”—, eso no era de Agustín García Calvo. Todo lo malo —“lo obediente”—, sí.
Iris murdoch le mandó un poema escrito en Zamora; él lo tradujo al castellano
La dificultad de hacer entender a las editoriales su forma de escribir y de componer los libros fue lo que le llevó a crear en 1978 su propio sello. Lo puso en marcha con la ayuda de su hijo mayor, Joaco, que ahora vive en Sevilla, y lo bautizaron con el nombre de la diosa romana de los partos: Lucina. La mariquita roja y negra que le sirve de logotipo preside discreta la puerta del caserón de la Rúa de los Notarios, en el puro centro de Zamora. En la planta baja está la oficina de Víctor, que ejerce de director editorial y —40 años después de que apareciera el primer lucino:Del lenguaje (1979)— lamenta la dificultad de reeditar títulos clave como el Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación (2006), un volumen de 1.700 páginas inaudito en la cultura española. “Lucina es un desnegocio”, explica con cierta sorna. El libro más vendido de la editorial —Canciones y soliloquios—, no ha pasado de los 10.000 ejemplares pero muchos no paran de reeditarse. Ahora espera la última revisión de la edición que su padre hizo de De Rerum Natura, de Lucrecio, uno de sus hitos como traductor junto a la versión rítmica de la Ilíada. “Lo dejó muy corregido y ahora lo revisan los filólogos de la tertulia”, dice en referencia a los encuentros que todavía se celebran en el Ateneo de Madrid cada miércoles.
Una libreta con escritos del dramaturgo y profesor.JULIAN ROJAS
García Calvo promovió esa tertulia en 1997, cinco años después de jubilarse de la cátedra de latín de la Universidad Complutense de Madrid, de la que fue expulsado durante el franquismo —junto a Enirque Tierno Galván, José Luis Aranguren, Santiago Montero y Mariano Aguilar— por apoyar las protestas estudiantiles de 1965. Tras enseñar en una academia de la calle del Desengaño en la que tuvo como alumno a Fernando Savater, se exilió en Francia e impartió clases en Nanterre y Lille. Su hija Sabela recuerda cómo poco antes de morir volvió a París para participar en un congreso mundial sobre Homero: “Recitó de memoria tiradas enteras de la Ilíada en griego. Y eso que ya estaba tocado. La gente se quedó pasmada”. No es difícil encontrar en Internet vídeos de García Calvo declamando sus propios versos, a los que pusieron música Chico Sánchez Ferlosio o Amancio Prada.
La biblioteca de Agustín García Calvo se compone de cuatro estanterías. La primera conserva los libros de trabajo —Herodoto, Platón o Tito Livio en la edición de Oxford— y un remo de La perla del Duero, la barca en la que solía remar por el río. Se la llevó una crecida. La segunda, los libros dedicados y revistas como Archipiélago o Un ángel más. En las otras dos se agolpa un millar de libros en inglés con el lomo gastado por el uso. Son lo que la familia llama “las damas inglesas”, las novelas que el latinista leía cada noche.
Fotografías y objetos familiares de García Calvo.J. R.
Ahí están Edna O’Brien, Anita Brookner, Margaret Drabble, Patricia Highsmith y, por supuesto, Iris Murdoch. Impresionado con The Philosopher’s Pupil, García Calvo dedicó a su autora —“que ha pintado compasivamente la miseria del filósofo contemporáneo viejo y malenamorado”— su traducción de los fragmentos de Heráclito: Razón común, de 1985. Entre ese año y los dos siguientes Murdoch escribió a “profesor Calvo” cinco largas cartas que completó con el envío de un poema escrito de su puño y letra: ‘John ve una cigüeña en Zamora’. La Rúa de los Notarios comunica la catedral con la iglesia de San Ildefonso, en la que todavía hoy puede verse un nido. De ahí el envío y la alusión a los impresionantes tapices de la guerra de Troya que cuelgan en el museo catedralicio. Su destinatario se lo devolvió traducido: “Al salir entre tranquila gente de la misa, / vio una cigüeña repentina / de su nido volar sobre una casa / —el cielo tan azul, tan blanca el ave—, / suceso acostumbrado para aquellas gentes: / él, de pura sorpresa, se quitó el sombrero, / se paró allí y abrió de par en par los brazos / dejando que la gente le pasara / por uno y otro lado, / atento a nada más que al vuelo de cigüeña. // Ahora (en el museo), sobre una tapicería negra / ese gesto de gozo, / tan absolutamente tú”.
El relato ‘Desnacer’ es el tercer inédito publicado desde su muerte en 2012
Aunque en la casa de Zamora se conservan algunos borradores de las cartas de Agustín García Calvo, la familia rastrea en Oxford las enviadas a Murdoch. Las recibidas por él a lo largo de toda su vida ocupan 12 cajones en un armario. Están pendientes de una revisión detenida, explica Sabela, que reconoce que su carrera como filólogo y su larga amistad con autores como Carmen Martín Gaite o Rafael Sánchez Ferlosio tienen su reflejo en esos cajones. Ella, por ahora está transcribiendo los textos de su padre, que lo guardaba todo: desde un cuaderno escolar con apuntes sobre Tucídides hasta un recibo para una colecta contra la OTAN pasando por los guiones de los temas abordados tertulia tras tertulia. Ahora, de hecho, anda enfrascada en las llamadas “cartas circulares”, una suerte de ensayos epistolares con destinatario colectivo —Ferlosio, Dacio Rodríguez, Eugenio Gallego…— en los que García Calvo proseguía con sus amigos la discusión sobre un asunto concreto debatido en un encuentro pasado. El 18 de julio de 1960, por ejemplo, el tema es la idea de belleza partiendo de “los cristales de la nieve, el orden de los planetas, la simetría y gracia del cuerpo, el ritmo de los días y noches o del galope de un caballo”.
Reconocimiento
Cuenta su familia que Agustín García Calvo se quejaba de que se le hacía poco caso. “No tanto porque no se le diera reconocimiento”, aclara Sabela, “como porque no veía interés por los temas que le interesaban a él. ‘Se me da por supuesto’, solía decir”. También solía decir que era el precio que pagaba por negarse a salir en televisión, un “medio de formación de masas”. ¿La veía? “Algún partido de fútbol” ¿Fútbol? “Le gustaba por lo que tiene de coreografía y de cálculo de probabilidades. Por eso le daba igual que el partido fuera de hacía dos años. También le gustaban el ajedrez y los solitarios. Barajaba las cartas con tanta energía que las dejaba redondas”.
Sabela García Ballestero, hija de Agustín García Calvo, en el dormitorio de su padre.J.R
Silvia, la nieta, que actualiza continuamente la enciclopédica web de Lucina, matiza esa falta de reconocimiento: ella rastrea las muchas alusiones que se hacen en todo el mundo a los trabajos de su abuelo. “Los honores oficiales le horrorizaban”, cuenta. Se negó a que le pusieran una calle en Zamora y a que bautizaran con su nombre la estación del tren, de la que era habitual por su aversión al automóvil. Además de la labor de Lucina, Anagrama y Penguin Clásicos reeditan con frecuencia sus traducciones de Shakespeare y Ediciones del Salmón acaba de rescatar el ensayo ¿Qué es el Estado? con epílogo de Luis Andrés Bredlow, uno de sus grandes colaboradores. Por su parte, el Centro Dramático Nacional pone en escena su farsa trágica Pasión. De puertas para adentro, el orden en su archivo crece a diario aunque Sabela, bibliotecaria jubilada, no sabe si serán capaces de llevarlo a buen puerto con sus escasos medios: “Tal vez haya que plantearse crear una fundación. La idea es conservarlo para que se pueda trabajar en él. ¿Ofertas de instituciones? Ninguna. Agustín estuvo siempre al margen de lo institucional, despotricando contra los poderosos. Se entiende que nadie se haya preocupado”.
LA PASIÓN DE UN SÓCRATES CONTEMPORÁNEO
EFE
Agustín García Calvo recibió a lo largo de su vida tres premios nacionales: el de traducción por toda su trayectoria, el de ensayo por Hablando de lo que habla y el de literatura dramática por Baraja del rey don Pedro, estrenadaen 2000 en el Teatro de la Abadía con dirección de José Luis Gómez. En la Abadía se formó Ester Bellver, que el próximo 26 de abril llevará a las tablas del teatro Valle-Inclán Pasión (Farsa trágica). Bellver recuerda que García Calvo le pedía con frecuencia que hiciera algo por sus obras teatrales: “Lo decía con un hilo de voz y a mí me parecía una injusticia que no se representara más su teatro porque es una verdadera revolución”. Ella asistió a sus talleres de métrica y a las tertulias políticas del Ateneo y, siguiendo su magisterio, ha convertido el texto de Pasión en “una partitura” en la que cada frase está “marcada rítmicamente”. “Para mí, Agustín era un Sócrates contemporáneo, un maestro empeñado en devolver al teatro la prosodia perdida y en hacer patente la guerra de tiempos que se da entre la realidad y la representación, obligándonos a quitarnos las máscaras”. Era uno de sus géneros favoritos. Con solo 13 años escribió una pieza sobre la invasión persa titulada Los bárbaros se acercan. Décadas después, sus hijos la representaron ante los vecinos durante unas vacaciones.
La publicación de libros de filosofía se reduce un 62% en siete años
Los datos del INE muestran que el género toca fondo en las librerías. La Lomce, la falta de novedades y la confusión en la catalogación con el emergente ensayo explican la merma
La filosofía está bajo mínimos en las librerías. Un alumno de 16 años puede finalizar la educación obligatoria sin tener noticias de Kant. Y esa deforestación del saber, ejecutada por el PP en 2013 con la Lomce (la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa que suprimió Ética de 4º de la ESO y Filosofía como troncal en 2º de Bachillerato), también ha llegado a las librerías: en 2017 se publicaron en España 1.612 títulos de esta materia, tal y como ha hecho público el INE hace unos días. A pesar de que los 62.187 nuevos títulos que se comercializaron son el dato más alto del último lustro, la filosofía ha tocado fondo con la cifra más baja desde que el ISBN capta datos de la industria editorial. El género retrocede en los últimos siete años, con una caída del 62,4% desde 2011, cuando se publicaron 4.291 libros. Esto no ocurre en otras disciplinas como la historia o la literatura, que crecen.
“Es cierto. Ha decrecido el universo de los lectores de filosofía de antaño, nutrido principalmente en las aulas”, confirma Alejandro del Río, editor de Trotta, especializada en la materia, que avisa también del recorte de la tirada. Desde la librería El Buscón, en Madrid, comentan que no hay tantas novedades como reediciones. “Tenemos problemas para determinar qué son libros de filosofía y qué ensayos, crónicas o análisis de la actualidad”, aseguran en Meta Librería. En ambos comercios echan en falta nuevos autores y —primera clave— los que aparecen prefieren transitar hacia otros universos más populares.
“Es el papel que se me exige”. Es un apunte de Clara Ramas (Madrid, 1986), doctora europea e investigadora en la Universidad Complutense, donde ha dedicado su labor a la obra de Karl Marx. “Todos tenemos muchas preguntas, pero quizá no se entiende cómo una disciplina académica puede dar respuesta a nuestras inquietudes. Quizá la gente no cree que la filosofía es la solución. Por eso a los filósofos se nos pide encontrar formas de intervenir en la sociedad menos académica. Menos filósofos, más analistas”, añade. El editor en Akal de Clara Ramas es Tomás Rodríguez y encuentra una segunda hipótesis a esa reducción: “Es un buen momento para la polémica, pero malo para la reflexión”. Indica, además, que se está abandonando el pensamiento teórico para aproximarse a un análisis de la actualidad de corte intelectual, más que filosófico.
Nueva clave: el negocio. “Un ensayo de consumo vende mejor que la filosofía dura. Por eso preferimos que nos coloquen en el punto de venta de Política, porque creemos que el lector está ahí. Ya no importa el origen del libro, importa adónde llega”, incide Rodríguez. Este es un cambio fundamental, porque las editoriales prefieren catalogar en función de quién quieren que lea el libro, en vez de quién lo escribe.
Cuando la filosofía dejó la icónica pipa y agarró el megáfono, se manchó con la calle, atiborrada de gritos y malestar que reclamaban una solución de urgencia a largo plazo. Aquella fotografía icónica con Foucault y su altavoz frente a la fábrica de Renault, con Sartre a su lado, en 1972, lanzaba una profecía: “El filósofo debe intervenir en los nuevos espacios. Si antes agarraron el megáfono, igual ahora hay que estar en Instagram”, habla Ramas, que no tiene perfil para cambiar el filtro de la realidad. Ella misma salió a impartir clases a la calle, durante los movimientos del 15-M, en 2011.
Aquel movimiento lo transformó todo, según ella, porque demostró la necesidad de apertura a audiencias más amplias. Lejos de las academias, lejos de la casta del pensamiento.
Los canales de intervención filosófica se han diversificado, pero sin renunciar a lo teórico: “No podemos perder el libro, ni dejar de tuitear”, dice la filósofa. Marina Garcés (Barcelona, 1973) lo llama “filosofía de guerrilla”. En su libro Fuera de clase (Galaxia Gutenberg) explica que la filosofía aspira ahora a transformar la vida, a volverse acción, que ha abandonado la academia para convertirse en una fuerza de guerrilla, para diluirse en otras formas y fórmulas. Para ser más accesible, para abrirse a los problemas comunes, para no ser neutralizada por su propio elitismo.
Algunos filósofos han abandonado la filosofía para ser interlocutores desde los márgenes del pensamiento. ¿Para qué? “La filosofía es un arma capaz de visibilizar y herir las formas de un pensamiento que trata de oscurecer la pasión fundamental: la libertad”, cuenta Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, que encuentra en la filosofía el antídoto contra la ultraderecha para que no dibuje en nuestro horizonte “el sentido común” del que hablaba Lorca.
Este 2018 ha sido un año en el que se ha consolidado la caída de los títulos de filosofía mientras se ha constatado la subida de la ultraderecha. Para que aquella siga siendo un antídoto eficaz, Santamaría dice que la filosofía debería atravesar todas las enseñanzas de los estudiantes y futuros votantes, que debería estar en todas partes y no aislarse en su propia historia: “Debería cruzar desde las Matemáticas a la Plástica, pasando por la Física y la Química”. Aislarla es ahogarla en un momento en el que urge la reflexión.
Ismael Grasa (Huesca, 1968) es profesor de Filosofía en un colegio de Zaragoza y autor de La hazaña secreta (Turner) y cree que ya no se publica para filósofos, que es una sección que se ha hecho transversal para tocar géneros ligados a la actualidad. Lo llama “perfil antiintelectual” y tiene nuevos referentes.
Santiago Gerchunoff (Buenos Aires, 1977), doctor en Filosofía por la Complutense que publicará Ironía on (Anagrama), apunta que el pensamiento crítico se ha mudado, “que está viviendo o haciéndose público en algún otro espacio distinto del libro”. No ha fallecido porque, “al igual que la ironía”, brota cuando discursos con pretensiones de verdad se enfrentan públicamente. Cree que hay un margen de esperanza: “Se publica menos filosofía, pero hay mayor interés por el pensamiento”.
“NOS VENDRÍA BIEN AIREARNOS UN POCO”
A la filosofía le faltaba calle. Esta nueva hipótesis la lanza el filósofo César Rendueles (Girona, 1975), que reconoce que “buena parte de los debates que tenemos en las facultades de Filosofía son increíblemente escolásticos, en el peor sentido de la expresión”.
“Hemos convertido la filosofía en un permanente comentario de texto de dudosa inteligibilidad. Creo que nos vendría muy bien airearnos un poco y relacionarnos más estrechamente con las ciencias sociales y naturales, para contar algo más que literatura especulativa”, explica a este periódico el filósofo profesor de Sociología en la Complutense, que cree que hay un desplazamiento del pensamiento a otros espacios, porque “hay un público muy amplio y creciente, receptivo a las voces filosóficas cuando estas eligen otros modos de expresión”.
La proliferación en los últimos años de ensayos sobre diversos aspectos de la actualidad refrendan estas palabras.
Vivimos en una era de incertidumbre y decepciones en la que pensar en el largo plazo cada vez es más difícil
El siglo XXI se estrenó con la convulsión de la crisis económica, que produjo oleadas de indignación pero no ocasionó una especial perplejidad; contribuyó incluso a reafirmar nuestras principales orientaciones: quiénes eran los malvados y quiénes éramos los buenos, por ejemplo. El mundo se volvió a categorizar con nitidez entre perdedores y ganadores, entre la gente y la casta, entre quién manda y quién padece a los que mandan, al tiempo que las responsabilidades eran asignadas con relativa seguridad. Pero el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto sino a una situación en general. Y ya sabemos que cuando el malestar se vuelve difuso provoca perplejidad. Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más no saber cómo identificar ese malestar, a quién hacerle culpable de ello y a quién confiar el cambio de dicha situación.
1. El final de las certezas
Que nos han abandonado algunas certezas es algo que puede comprobarse comparando nuestras previsiones y lo que realmente ha sucedido; si consideramos la seguridad de la que han disfrutado muchas generaciones y civilizaciones menos informadas que la nuestra, con una tradición más rígida que compensaba la escasez de libertad con una orientación aplastante. También hay desconcierto en relación con qué hacer con ese poco de lo que estamos seguros; hay incertidumbre teórica y también incertidumbre de la voluntad: apenas conocemos la realidad y tampoco sabemos muy bien si es algo a lo que hay que adaptarse o que debe combatirse. Hechos, teorías, relatos y expectativas tienden a mezclarse y generar confusión. ¿Qué tienen en común la llamada posverdad, el desprecio hacia los hechos y la facilidad con que nos rendimos a las teorías conspirativas, cuyo principal defecto es que explican demasiado?
2. La desregulación emocional
Hemos pasado mucho tiempo examinando cómo debería racionalizarse el diálogo y la convivencia, mientras lo ignorábamos casi todo acerca de cómo se estaban configurando los nuevos espacios emocionales de las sociedades democráticas. Esos estados de ánimo, menos encuadrados que nunca en entramados institucionales estables o tradiciones poderosas, son ahora, al mismo tiempo, fuentes de conflicto y vectores de construcción social. En el gobierno de las emociones colectivas se contiene una fuerza que es clave para la transformación de las sociedades democráticas; nos jugamos ahí muchas más cosas que en la vida política formalizada. El combate contra la perplejidad política ha de empezar con un examen de nuestro paisaje afectivo. El desconcierto político tiene más que ver con la incapacidad de reconocer y gestionar nuestras pasiones que con el orden de los conocimientos.
3. La política, en una zona de señalización escasa
El mundo está lleno de informaciones acerca de cómo conducirse en él: mapas, indicaciones, referencias, brújulas y otros sistemas cada vez más sofisticados nos indican dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos y cuál es la naturaleza de los elementos con los que nos iremos encontrando en nuestro desplazamiento. Las cosas se complican cuando no se trata de espacios físicos sino políticos, en los que hay una dimensión de sentido e interpretación que es menos evidente e implica juicios de valoración: entonces lo que nos interesa son asuntos como saber en qué consiste la legitimidad, si algo es democrático, quién tiene la autoridad de decidir qué o a quién imputar determinadas responsabilidades. Hemos entrado en un tiempo histórico en el que todos estos asuntos se han vuelto especialmente controvertidos. La política ha entrado desde hace algún tiempo en una zona de señalización insuficiente como cuando un conductor se adentra en una ruta desconocida, en transformación o en lugares no transitados antes por nadie. A partir de ese momento las señales binarias confunden más de lo que orientan, donde antes había una evidencia ahora tenemos una paradoja, aumentan las zonas sin cartografiar, proliferan las cosas que no son lo que parecen y todo se llena de efectos secundarios.
4. La democracia en la era de Trump
En el inventario de cuanto nos ha producido especial perplejidad política ocupa un lugar destacado la elección en noviembre de 2016 de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Pero que algo nos haya sorprendido no quiere decir que no pueda explicarse, que no responda a cambios sociales y políticos insuficientemente advertidos por quien se sorprende ante uno de sus efectos. ¿Cuáles son esas cosas en las que se han producido transformaciones sociales profundas, que indignan a buena parte de la sociedad y que no acaban de ser adecuadamente interpretadas? Yo las sintetizaría en tres procesos que son particularmente visibles en la sociedad estadounidense, pero que tienen manifestaciones muy similares en otras sociedades: una política degradada, que no es concebida como el ejercicio de las virtudes públicas, y que da la impresión de ser el oficio de un círculo cerrado de privilegiados que se dedican al ejercicio de la intriga; un modelo de capitalismo virtual acelerado que ofrece muchas oportunidades a algunos, pero que destruye ámbitos completos de empleo y que resulta literalmente insufrible para muchos trabajadores; y en tercer lugar, un dualismo también en referencia al fenómeno multicultural, celebrado idílicamente por quienes no experimentan más que sus beneficios, y temido en exceso por quienes lo viven en sus dimensiones más conflictivas.
5. Configurar sistemas inteligentes
Portada del libro.
La principal tarea del gobierno de la sociedad del conocimiento consiste en crear las condiciones de posibilidad de la inteligencia colectiva. Sistematizar la inteligencia, gobernar a través de sistemas inteligentes debería ser la prioridad de todos los niveles de Gobierno, instituciones y organizaciones. Gobernar entornos complejos, hacer frente a los riesgos, anticipar el futuro, gestionar la incertidumbre, garantizar la sostenibilidad o estructurar la responsabilidad nos obliga a pensar holísticamente y a configurar sistemas inteligentes (tecnologías, procedimientos, reglas, protocolos…). Sólo mediante tales dispositivos de inteligencia colectiva es posible acometer un futuro que ya no es la pacífica continuación del presente, sino una realidad intransparente, llena de oportunidades por la misma razón por la que contiene también riesgos potenciales de difícil identificación. Ese mismo principio de gobierno inteligente debería presidir la manera de relacionarnos con nuestros dispositivos tecnológicos para hacer frente a las nuevas ignorancias que, en una sociedad compleja, nos vemos obligados a gestionar.
6. Lo que nos espera
Cuando uno es un filósofo y no un vidente, las recomendaciones acerca de cómo divisar el futuro no serán apuestas proféticas ni aseveraciones demasiado rotundas; me conformo con dar alguna indicación que mejore nuestras disposiciones a enfrentarnos con un tiempo que, por su propia naturaleza y pese a los tahúres del porvenir, nos es fundamentalmente desconocido. Reflexionemos sobre el modo como se producen los cambios, pensemos en la curiosa paradoja de que escudriñar el futuro es una tarea ineludible y de resultados escasos, consideremos qué estado de ánimo es más razonable a la hora de enfrentarse al porvenir. El futuro es algo que por principio no podemos conocer, pero podemos comportarnos razonablemente con él.
Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Extracto de su libro Política para perplejos (Galaxia Gutenberg), que saldrá el 28 de febrero.
Ayer la radio pública valenciana se hizo eco del éxito del libro de Per què filosofía? un libro coral coordinado por el infatigable Sergi Pascual, profesor de filosofía y escritor, que además gestiona el blog Café filosòfic . En la presentación que hizo el programa Al ras, se leyeron fragmentos del mismo, por alumnas que habían participado en su redacción. A continuación, se entrevistó a representantes de la Movida filosófica valenciana, con un invitado sorpresa de Catalunya:
También la cadena Ser entrevistó a Sergi Pascual hace poco tiempo, con ocasión de la publicación del libro:
Editado por Neopàtria, El libro está compuesto por una serie de artículos de la más diversa temática y estilos, pero siempre tomando como referencia la filosofía. Cerca de 80 personas han trabajado en su redacción, procedentes de diferentes ámbitos -profesorado, alumnado, intelectuales de otras disciplinas- y el resultado es muy sugerente precisamente por su pluralidad.