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SEGUNDA DECLARACIÓN FILOSOFÍA E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

El Observatorio Filosófico de México (OFM,  http://www.ofmx.com.mx/ ) publica la Segunda Declaración «Filosofía e Independencia en América Latina y el Caribe» que surgió en el marco del Coloquio Filosofía e Independencia desde América Latina y el Caribe (celebrado 23-26 de noviembre de 2015).

Aquí puede descargarse una copia:

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Cabe mencionar que la Primera Declaración (la Declaración de Morelia «Filosofía e Independencia», firmada por Enrique Dussel, Francisco Miró Quesada, Arturo Andrés Roig, Abelardo Villegas y Leopoldo Zea) surgió hace 40 años y la pueden encontrar en la Enciclopedia de la Filosofía Mexicana (http://dcsh.izt.uam.mx/cen_doc/cefilibe/images/banners/enciclopedia/Documentos/DeclaraciondeMorelia-Dussel_Enrique_etal.pdf).

Así mismo, se les invita a firmar esta SEGUNDA DECLARACIÓN FILOSOFÍA E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE que se alojará en la Enciclopedia de la Filosofía Mexicana.

Para ello deberán mandar a este correo (observatoriofilosofico09@gmail.com) los siguientes datos:
Nombre completo y adscripción actual, junto con la autorización de que se incluya su nombre)
Fecha límite: 18 de diciembre de 2015.

Entrevista a Reyes Mate en eldiario.es

El reconocido filósofo habla de La memoria que viene de Europa, una conferencia donde carga contra las teorías de «echar al olvido». Defiende el papel de la memoria para comprender no sólo el franquismo y la transición, sino como un marco de interpretación cuestiones tan actuales como los debates identitarios, el resurgimiento de los nacionalismos o la crisis de los refugiados. Reyes Mate trabaja en el Instituto de Filosofía del CSIC, del que ha sido miembro fundador y director de 1990 a 1998. Mantiene el proyecto de investigación La filosofía después del holocausto. Es también director del faraónico proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía y su apuesta por «pensar en español». Es Premio Nacional de Ensayo 2009 por su libro La herencia del olvido. Ensayos en torno a la razón compasiva (Errata Naturae). Su última publicación, La piedra desechada (Trotta), recoge textos escritos a lo largo de 15 años donde piensa el sufrimiento, la culpa, la responsabilidad o el perdón desde una «filosofía de la memoria».

¿Por qué has escrito que en España hemos llegado tarde a la cultura del holocausto?

Todos hemos llegado tarde, pero aquella idea era una rareza cuando lo decía en España a principios de los noventa. Entonces se pensaba que el holocausto era un asunto de judíos y alemanes que no tenía ningún significado más allá de la anécdota histórica. Aún no se habían traducido las teorías, autores y testigos más importantes. Testigos como Robert Antelme, Primo Levi, Jean Améry. Teóricos como Hermann Cohen, Walter Benjamin o Adorno. Con La filosofía después del holocausto queríamos decir que esto no debía interesar solamente a los expertos, sino a la opinión pública, porque esa experiencia histórica afectaba a las condiciones de la política, la moral y la estética contemporáneas. Hoy no sería una rareza entre mis colegas: hay muchos seminarios, publicaciones, tesis doctorales…

O sea, que la memoria no es igual para todos…

Creo que se ha generado una serie de categorías sobre la significación de la memoria, de las víctimas, el sentido político de la culpa o de la responsabilidad que ha fecundado la vida nacional y que se han proyectado sobre otros temas: las víctimas de la Guerra Civil, la Memoria Histórica, las víctimas del terrorismo de ETA, o todo lo que tiene que ver con la invisibilización de las víctimas de la carretera a causa de la ideología del progreso. Y más allá de España, en lugares como Colombia, Argentina o Chile estas categorías y conceptos intervienen en el análisis y en las respuestas de problemas que tienen lugar ahora.

El pasado 20 de noviembre, eldiario.es publicaba un especial sobre memoria histórica tras los 40 años de la muerte del dictador, ¿es el caso del estado español un caso de desmemoria?

En España tenemos la paradoja de que hay intelectuales, expertos, historiadores y filósofos que son muy sensibles a la significación de la memoria en Europa y aplican el deber de memoria al holocausto, y sin embargo son insensibles a la memoria en España. Esto da que pensar. Es verdad que Paracuellos o el Valle de los Caídos no son Varsovia ni Treblinka. Pero también es cierto que la reflexión que se ha hecho sobre esos lugares ha permitido desarrollar una serie de categorías que son perfectamente aplicables a otras víctimas, y en España eso no se hace. Historiadores como Álvarez Junco han defendido que la Historia de España se construye olvidando; Santos Juliá es muy sensible al holocausto (como demostró recientemente su indignación ante el chiste antisemita del concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata) pero mantiene su teoría de «echar al olvido» en el caso de España.

¿Por qué esta desmemoria?

Habría que analizar esta forma de desmemoria, que tiene muchas causas pero que fundamentalmente gira en torno a la valoración de la transición política. Se entiende que la memoria es un proceso que ya tuvo lugar y que acabó con la reconciliación, que es como se entiende la Transición. El abrazo simbólico entre Fraga y Carrillo cierra el tiempo de la memoria. La pregunta es si el abrazo de Fraga puede borrar la responsabilidad histórica del franquismo; y si el abrazo de Carrillo puede borrar la responsabilidad histórica del estalinismo. ¿Quiénes son ellos para sustituir a la justicia de las víctimas? En 1962, María Zambrano escribe una carta desde el exilio dirigida a los jóvenes intelectuales españoles que planteaban el posfranquismo como un asunto interno: os equivocáis, la reconciliación que olvide el exilio será una tregua que no impedirá la repetición del conflicto. Un gesto cargado de verdad que invalida teorías como la de «echar al olvido».

¿Quiénes son las víctimas de la desmemoria en España?

En España se puede ser muy sensible a la memoria de las víctimas propias mientras se cierra los ojos a las de los demás. Quienes son muy sensibles a las víctimas de ETA, suelen ser bastante insensibles a las víctimas de la Guerra Civil. Se confunde víctima e ideología. Pero ser víctima no es una opción: es algo que te acontece contra tu voluntad. La víctima es significativa en sí misma y no por la ideología de la víctima ni del victimario. La víctima lo es por ser objeto de una violencia inmerecida e injusta, y eso ha ocurrido en todos los bandos. Eso no significa que todos los bandos sean iguales ideológicamente, pero sí hay víctimas en todos los bandos. La memoria de las víctimas supone responder a cualquiera de ellas.

¿Pero todas las víctimas por igual?

Quien es sensible a una víctima debería serlo a todas, o si no, no ha entendido ninguna. La memoria de la Guerra Civil no es solamente la memoria republicana. Hace unos días, Bertín Osborne declaraba que si él había podido olvidar a sus familiares víctimas de Paracuellos, ¿por qué los demás no pueden olvidar también? Las víctimas de Paracuellos son víctimas, han merecido ser reconocidas, enterradas dignamente, ha habido reparaciones, imagino que habrá habido persecución de los culpables. Han tenido su ciclo de reconocimiento. Osborne no puede impedir que otras víctimas tengan ese mismo ciclo. Su reacción es literalmente incomprensible. También hace pocos días, Albert Rivera reconocía a duras penas el derecho de las víctimas del franquismo a ser identificadas y enterradas dignamente, pero sin embargo prohibía el que se las recordara públicamente. Como si esas víctimas no merecieran ser recordadas mediante conmemoraciones y monumentos públicos. Existe esta especie de incultura de la memoria que lleva a incoherencias (como el caso de Bertín Osborne) y olvidos (en el caso de Albert Rivera).

¿Estamos a tiempo de revertir esta incultura de la memoria?

Hubo un tiempo de olvido tras la Segunda Guerra Mundial del que Europa despertó muy tarde. Hasta los años setenta y ochenta, no se tuvo presente el holocausto para la construcción de una política moderna. La transición española tiene lugar todavía en ese tiempo de amnesia colectiva, de ahí el prestigio de un modelo de transición construido sobre el olvido. Cuando diez años después se hace notar la ola de la memoria, aparecerán la justicia transicional y las comisiones de la verdad en otras transiciones políticas (Argentina, Chile, Uruguay). Eso indica que hubo un cambio de ciclo y las víctimas fueron visibles. Pero desde hace cuatro o cinco años, parece que volvemos a una apología de la amnesia. De la nueva política se podía esperar lo que se espera de los nietos, que decía Benjamin que disponen de una «débil fuerza mesiánica» con respecto a lo que hicieron y lo que les hicieron a sus abuelos. A menudo, esa generación de nietos ha protagonizado la memoria. Pero aquí asistimos a lo contrario: los nietos como enterradores de la memoria. Me parece muy penoso, es señal de que hay involuciones que se pueden dar también en las generaciones más jóvenes.

¿Cuál es esa «memoria que viene de Europa»?

El título es provocativo. Cuando uno discute en España de memoria, echa de menos la maduración europea en relación a la cultura de la memoria. La historia de la memoria en Europa es larga. No hay que olvidar que el pasado es siempre muy goloso, porque está lleno de significación y a él acuden todos: historiadores, literatos, antropólogos, y también los filósofos. Cada cual tiene su «ideita» en el debate actual de la memoria en España. Ideas que son infantiles o primitivas comparadas con la cultura de la memoria europea. Me refiero a la reflexión que surge tras la liberación de los campos de exterminio, cuando los supervivientes expresan de forma sencilla lo fundamental de su experiencia: nunca más. Y para que evitar la catástrofe añaden la memoria, la modesta memoria. Porque se plantearon medidas más sólidas y serias que la memoria: el Plan Marshall, una constitución democrática para Alemania, o educar en la convivencia y la tolerancia. Pero para los supervivientes, lo más importante siempre la memoria.

¿Por qué es tan importante para ellos la memoria para impedir la repetición de la barbarie?

Porque vivieron lo impensable, algo que no había podido ser pensado antes: esa fábrica de muerte no había sido imaginada, ni siquiera por Kafka, que apuntó muchas cosas. Pero ocurrió. Y cuando ocurre lo impensable, lo que ocurre se convierte en lo que da que pensar. Esa es la memoria: entender que la realidad no se capta con el conocimiento. La realidad se capta con el acontecimiento. Si queremos entender la realidad, debemos desconfiar de nuestras capacidades analíticas y tomar en serio lo impensable que ocurrió. El deber de memoria no es acordarse de lo mal que lo pasaron los judíos, sino entender el acontecimiento como el a priori del conocimiento. Esa es nuestra carga de responsabilidad.

¿Qué cambiaría hoy en Europa, con la crisis migratoria y de refugiados, si se tuviera en cuenta el «deber de memoria»?

Si pensáramos la política teniendo en cuenta la memoria tendríamos que cambiar nuestra idea de los refugiados. Porque si algo pone en cuestión la experiencia del hitlerismo es el peligro de identificar ciudadana con sangre y territorio. Reducir los derechos humanos a la sangre y al territorio supone llegar a la situación actual. Somos ciudadanos de un estado los nacidos en ese estado, mientras que los demás lo son en la medida en que el estado quiera. El estado está por encima de un derecho humano, la ciudadanía, cuando lo asociamos a la sangre y a la tierra. Pensar la política después de Auschwitz significaría cuestionar los límites territoriales, el concepto de nacionalismo, la ciudadanía como sangre y tierra, y en definitiva pensar globalmente la política. De hecho, un producto temprano de esta reflexión fue la propia Unión Europea, que decía Jorge Semprún que nació en los campos de exterminio, como un proyecto de superación de los nacionalismos que tomaría en serio el sufrimiento de los inocentes y responsabilizaría a los culpables. Mientras esa idea se ha mantenido, Europa ha funcionado. Esta generación ha olvidado los orígenes de Europa y las respuestas los problemas de Europa vuelven a ser los nacionalismos.

¿Se puede aplicar el discurso de la Memoria Histórica en España a otros problemas sociales y políticos contemporáneos además del franquismo y la transición?

Cuando se habla de Memoria Histórica, se suele referir al franquismo o a la transición, pero debería ser una forma de entender la política aplicable a todos los campos. Tan importante es la Memoria Histórica para comprender la víctimas del franquismo, como para los refugiados. Es cierto que aquí se ha polarizado o anquilosado ese debate, seguramente por su magnitud: que haya más de cien mil cuerpos sin identificar es algo sobrecogedor. Pero si entendiéramos realmente el significado de la memoria como una forma de nueva racionalidad que incorpora el sentido del tiempo, podríamos aplicarlo a cuestiones como el debate identitario de España. Por ejemplo, las declaraciones de Xavier García Albiol sobre el multiculturalismo como uno de los principales problemas de España y Europa.

¿Por qué cree que ha ocurrido esto en España?

Desgraciadamente, en España se ha construido una identidad  sacrificando el multiculturalismo. Por eso tiene una herida histórica tras expulsar violentamente a judíos y árabes. No nos hemos curado de esa herida porque construimos identidades desde la exclusión. Si tuviéramos sentido de la responsabilidad histórica, si no queremos seguir construyendo colectivos enfrentados, deberíamos repensar el papel de las identidades y ser mucho más sensibles a las diferencias culturales. Esto es un ejemplo de cómo la Memoria Histórica podría ayudar al debate. Con sentido de la memoria juzgaríamos de otro modo la propia cultura española, que actualmente es inseparable de la cultura franquista. El franquismo supuso el exilio de una clase intelectual de primer orden que fue sustituida por unos mandarines mediocres que tenían la sola virtud de ser franquistas. Ocuparon todo el espacio cultural (universitario, artístico, literario) y han sido nuestros maestros. Algunos cambiaron, pero sin reconocer su responsabilidad. Y nosotros les seguimos sin advertir que muchos de nuestros tics son producto de esa historia de ocupación violenta del mundo cultural.

¿Qué quiere decir que la memoria es una forma de nueva racionalidad que incorpora el sentido del tiempo?

¿Cuál es el concepto básico común de la política moderna? El progreso. ¿En qué se expresa el progreso? En la velocidad, en el tiempo. Estamos asistiendo a una aceleración del tiempo. El tiempo es oro, cada vez más. Se es tanto más competitivo cuanto menos tiempo se tarda en producir una mercancía. La circulación del dinero es más beneficiosa cuanto más rápidamente se produce. Esa aceleración del tiempo es producto del mito del progreso, que nos está llevando a una situación suicida. Cada época ha tenido su modelo de tiempo: la velocidad del caballo, del barco, del tren, del avión. Hay quien dice que la música de Beethoven representa la velocidad del tren, mientras que Mahler representa la del avión.

¿Y en qué velocidad estamos ahora?

Nosotros vivimos la velocidad de internet, que es a velocidad de la luz: nuestro ideal es la instantaneidad. Pero todo lo que ganamos en tiempo lo perdemos en experiencia. Sin tiempo hay vivencias instantáneas, que se agotan en sí mismas; como una droga, una vivencia sólo pide otra vivencia, sin relación con la anterior pero de mayor intensidad. Se puede ver ademas que hay una relación entre la velocidad y las muertes. Se calcula que han muerto en las carreteras muchas más personas que en las guerras. Mueren en el mundo un millón trescientos mil personas anualmente, pero los heridos graves son treinta o cuarenta millones. Hay estudios que indican que la reducción de la velocidad supondría una disminución fabulosa de los accidentes. El ser humano necesita tiempo y espacio, y la instantaneidad supone la negación de las condiciones de posibilidad de la existencia.

¿Cuál es el papel de la industria cultural en la memoria?

La industria cultural está interesada por todo menos por la memoria. Es una industria ligada al beneficio. Por ejemplo, las publicaciones académicas. Sea cual sea el idioma de grandes y pequeñas universidades, se difunden y se leen las mismas teorías (del inglés): sobre la justicia, el autor que protagoniza esa industria cultural es Rawls, un norteamericano cuya teoría de la justicia está construida sobre la idea de que hay que hacer abstracción de la injusticia. Y que si queremos saber qué es lo justo, no pensemos en que hay ricos y pobres, o en la desigualdad, sino que hagamos abstracción sobre cómo se han generado las injusticias. Así, la Universidad de Barranquilla, situada en una zona pobrísima de Colombia, está generando un tipo de ideas que impiden que piense sus propios problemas. Otro ejemplo de industria cultural sería la prensa periodística: cada día es un shock, una vivencia que al día siguiente no interesa, porque lo que interesa es el impacto, que por cierto también es el criterio de evaluación en la universidad. Así, habrían fracasado Kant, Hegel o Cervantes, porque su impacto en su tiempo fue nulo.

¿Cuáles son los fundamentos de una filosofía de la memoria que deban tenerse en cuenta en la elaboración de políticas de memoria?

Filosóficamente, la memoria se reduce a entender que no hay que confundir realidad y facticidad. Normalmente, pensamos que la realidad consiste en los hechos. Pero hay una parte oculta, que según Adorno era la historia del sufrimiento. O siguiendo a Benjamin: la realidad consiste en hechos (proyectos realizados) y no hechos (proyectos que fracasan). La memoria se toma muy en serio esta idea de realidad. Aristóteles escribe en su Política la poesía tiene más realidad que la historia, porque no sólo habla de hechos, sino de lo que podría ser posible. Al hacer visible la parte oculta de la realidad, podemos evitar volver a construir la historia sobre sobre las víctimas.

¿Qué futuro tiene la memoria?

Lo que puede venir es la memoria del ordenador, que no sabe olvidar y, por lo tanto, no es ninguna memoria. Las nuevas generaciones cuyo referente es internet pueden acercarse a la memoria como un arma crítica contra esa realidad. La pérdida de experiencia en favor de la vivencia nos inhabilita para captar el significado de la memoria. La memoria sólo puede existir sobre una educación consciente de su significado porque ya va a contrapelo de la historia. Su futuro dependerá del valor que ocupe en la educación y en la cultura.

NOTA: esta entrevista tuvo lugar el 24 de noviembre de 2015 en la Facultad de Comunicación de Sevilla en el marco de las I Jornadas Internacional en Memoria y Comunicación del grupo de investigación MyC. Fue Originalmente publicada por eldiario.es el día 28 de noviembre de 2015

Damon Horowitz: Filosofía en la prisión

Damon Horowitz, alguien que con ese nombre propio no podía ser sino filósofo, dignifica la profesión con esta maravillosa dramatización de una experiencia vital con uno de sus alumnos.

De tan sencilla, de tan humana, desconcierta y asombra, como sólo pueden hacerlo las cosas que mueven a la reflexión. Hoy, en el Día Mundial de la Filosofía, queremos compartir con vosotros este testimonio para constatar que la filosofía florece en cualquier parte, por oscura que sea, siempre que haya dos o más mentes dispuestas al diálogo:

http://https://youtu.be/cMXFiYhm79g

Pueden ponerse los subtítulos en castellano pinchando en la doble c que hay en la parte inferior derecha de la pantalla.

Antonio Campillo publica Tierra de nadie

El filósofo y sociólogo Antonio Campillo acaba de publicar un nuevo libro: Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global (Herder, Barcelona, 2015, 120 p.). Ha sido editado en la colección «Pensamiento», dirigida por Manuel Cruz. El autor ya publicó en esta misma colección su libro El concepto de lo político en la sociedad global (Herder, Barcelona, 2008).

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Antonio Campillo

Como se indica en la nota final de Tierra de nadie, esta obra tiene su origen en la conferencia “Tierra de nadie: filosofía y sociedad global”, con la que Antonio Campillo inauguró el I Congreso internacional de la Red española de Filosofía: “Los retos de la Filosofía en el siglo XXI”, celebrado del 3 al 5 de septiembre de 2014 en la Facultat de Filosofia i Ciències de l’Educaciò de la Universitat de València, y cuyo texto ha sido recogido en las Actas del Congreso.

La obra

En Tierra de nadie, el autor se plantea una doble pregunta: cómo pensar la sociedad global para conseguir que la Tierra siga siendo un hogar para todos y, de otro lado, cómo pensar en la sociedad global, es decir, de qué modo los cambios en el mundo globalizado afectan e interpelan a la propia actividad de pensar.

Para analizar esta relación de ida y vuelta entre la globalización y la filosofía, Antonio Campillo toma como hilo conductor el concepto tierra de nadie, en sus diversos usos y sentidos: la tierra sin dueño, los territorios arrebatados a los pueblos, la tierra disputada, las fronteras amuralladas y, por último, el patrimonio común de la humanidad. El autor propone que nuestro planeta sea reconocido como propiedad de nadie, pero patrimonio de todos.
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En cuanto a la filosofía, para Campillo se trata de una actividad cosmopoliética, pues su tarea consiste en pensar las diferencias y las articulaciones entre las tres grandes esferas de la experiencia humana: el mundo, el nosotros y el yo. En este sentido, es también una tierra de nadie, porque permite conectar entre sí la ciencia, la política y la ética, y porque todos los seres humanos pueden acceder a ella y ejercitarla libremente.

El autor

Antonio Campillo es catedrático de Filosofía y decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia, presidente de la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía y presidente de la Red española de Filosofía (REF). Es director de Daimon. Revista Internacional de Filosofía. Fue promotor y primer presidente de la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia (1995-1999) y del Foro Ciudadano de la Región de Murcia (2001-2007). Ha sido investigador visitante en el Centro Michel Foucault de París (1995) y en el Instituto de Filosofía del CSIC (2009-2010). Ha traducido y editado textos de Foucault y de Bataille. Ha coordinado y editado varios volúmenes colectivos.

Ha publicado una decena de libros en solitario: Adiós al progreso. Una meditación sobre la historia (Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 1985, 2ª ed. 1995), Diálogo de los mundos (1986), La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en el Renacimiento (1987, 2ª ed. 2008), La razón silenciosa. Una lectura de las Enéadas de Plotino (1990), La invención del sujeto (2001), Contra la Economía. Ensayos sobre Bataille (2001), El gran experimento. Ensayos sobre la sociedad global (2001), Variaciones de la vida humana. Una teoría de la historia (2001), El concepto de lo político en la sociedad global (2008) y El lugar del juicio. Seis testigos del siglo XX: Arendt, Canetti, Derrida, Espinosa, Hitchcock y Trías (2009). La obra Tierra de nadie (2015) es su undécimo libro.

Su web personal: http://webs.um.es/campillo

El declive de las humanidades en la enseñanza y la tiranía del utilitarismo

El declive de las humanidades en la enseñanza y la tiranía del utilitarismo

Jaime Fernández
Escritor y periodista

La nueva puntilla a la enseñanza de las humanidades y a la cultura clásica en la reforma educativa –y ya van siete en treinta años de democracia- diseñada por el gobierno español a favor de las materias denominadas con el horrible epíteto de “instrumentales” ha provocado las protestas de profesores e intelectuales. En esta ocasión las quejas se centran en la eliminación parcial de la Filosofía, que sólo será obligatoria en primero de Bachillerato, cuando hasta ahora estaba presente en la etapa de Secundaria y en el Bachillerato a través de tres asignaturas relacionadas, Filosofía, Valores Éticos e Historia de la Filosofía. La idea que subyace en esta reforma es que las humanidades no son útiles para la formación práctica del alumno, que son teóricas y el mercado de trabajo no está para teorías.
La desconfianza en las enseñanzas que no son técnicas ni tienen una utilidad visible e inmediata no es nueva, del mismo modo que la réplica a esa desconfianza ha provenido precisamente de la filosofía. Se remonta muchos siglos atrás. Fue un filósofo, Aristóteles, quien en su Política justifica sólo la utilidad en la educación en el sentido de que los conocimientos -como era el caso de la gramática- deben servir para facilitar la adquisición de otros muchos. En esencia, sostiene que las enseñanzas que se impartan a los jóvenes tienen que ser “cosas dignas de ocupar a un hombre libre, como cosas que son bellas” y no “como cosas útiles o necesarias”.

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Aristóteles

La gratuidad de la belleza discurre paralela a la gratuidad del conocimiento. Se equivoca aquel que espere de éste contrapartidas contantes y sonantes, como si se tratara de una caja registradora. La escuela desempeña la valiosa función de abrir la espita al caudal infinito del conocimiento que, como señaló Aristóteles, sirve para facilitar la adquisición de otros. En todo caso ésa sería su única contrapartida.
En un sentido parecido se pronunció otro filósofo, Hans-Georg Gadamer cuando descubrió en la expresión griega de paideía “algo de la ligereza y de la inocencia del juego infantil” cuyo tema característico es “lo bello” para referirse a aquello que “sin servir para algo, se ofrece a sí mismo de tal manera que nadie pregunta para qué sirve”. Según Gadamer este sentido de lo bello “comprende naturaleza y arte, costumbres, usos, actos y obras y todo lo que se comunica y todo lo que, en la medida que es compartido, pertenece a todos”.
Una explicación plausible al coincidente interés de los griegos por colocar lo bello a la cabeza de las cosas dignas de enseñarse a los jóvenes sería que, como comentó el poeta Joseph Brodsky, “el propósito de la evolución es la belleza, que sobrevive a todo y genera verdad simplemente por constituir una fusión de lo mental y sensual”. Puede afirmarse sin paliativos que la educación moderna ha traicionado su promesa de transmitir “lo bello”, al subordinar el conocimiento al utilitarismo, convirtiéndolo en un medio, en lugar de hacer de él un fin en sí mismo. No es del todo peregrina la hipótesis según la cual esa subordinación del conocimiento al utilitarismo habría conducido a la institución escolar al estancamiento.
Siempre preocupado por el sentido de la educación, y partiendo del recuerdo de su experiencia más bien desalentadora, el escritor Hermann Hesse pensaba que la verdadera formación “no es formación para un fin, sino que, como todo anhelo de perfección, tiene sentido por sí misma”, como el deseo de fuerza física, destreza o belleza. Por el contrario, constituye “una ampliación benefactora y vigorizante de nuestra conciencia, un enriquecimiento de nuestras posibilidades de vida y felicidad”. Es también “satisfacción y estímulo” y “estar de camino en lo infinito, resonar en el universo, convivir en lo atemporal”. Su fin “no es potenciar tal o cual capacidad, sino que nos ayuda a darle un sentido a la vida, a interpretar el pasado, a estar abiertos al futuro”.

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Herman Hesse

Ortega y Gasset propuso que la escuela no eduque para “la vida ya hecha, sino para la vida creadora”, de modo que la enseñanza elemental fomente la “vida primaria y espontánea del espíritu, que es idéntica hoy y hace diez mil años, que es preciso defender contra la mecanización que ella misma, al crear órganos y funciones específicas, acarrea”.
La obsesión por recargar los planes de estudios de materias que supuestamente han de ser útiles al estudiante cuando tenga que abandonar la escuela, representa para Ortega un atentado contra la idiosincrasia del niño, ya que mientras se suministran conocimientos al ciudadano del futuro, se olvida de atender al niño del presente. Pese a la buena voluntad de los adultos por llenar las mochilas de los escolares de conocimientos que se presumen útiles para el futuro, Ortega aventuraba que esta manía obedece a un prejuicio típicamente adulto “que juzga los actos de los niños suponiendo a éstos sumergidos en el mismo medio que el de ellos” y entiende la misma infancia como una “etapa enfermiza” y “defectuosa” que hay que reprimir en la medida de lo posible, cuando no sofocar. Esta concepción de la infancia no entiende que capacidad receptiva del niño es limitada “en volumen, calidad y tiempo”.

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Ortega y Gasset

Por ello, considera que el problema de la educación “es siempre un problema de eliminación”, y el problema de la educación elemental, “un problema de la educación esencial”. De ahí su oposición a que se enseñe tanto El Quijote en las escuelas -una obra demasiado compleja para la mentalidad infantil y no porque fuera escrita en el siglo XVII, como argüía un pedagogo de la época- como los periódicos que, según Ortega, no son “la expresión de la vida, sino sólo de la faz que hoy tiene la vida”.
Contra la pedagogía vanguardista de su tiempo, alegó que sólo se ocupaba de adaptar nuestra vitalidad al medio, sin ocuparse de ella. En este sentido, proponía una educación que, en vez de adaptar el hombre al medio, adapte el medio al hombre. “En lugar de apresurarse a convertirnos en instrumentos eficaces para tales o cuales formas transitorias de civilización, debe fomentar con desinterés y sin prejuicios el tono vital primigenio de nuestra personalidad”. De ahí que, frente a la primacía de los hechos, con su carga de utilidad y evidencia incontestable, abogase por la enseñanza de los mitos que provoquen en los niños “sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas”.
En términos similares, Walter Benjamin aseveró que el poder inmediato de la creación, del que es portador el alumno, se ve anulado por la orientación hacia fines profesionales que, desde un principio, se pretende dar a los estudiantes.“La misteriosa tiranía de la idea de la profesión es la más profunda de estas falsificaciones (…) Desde que la vida de los estudiantes está sometida a la idea de utilidad y de profesión, semejante idea excluye la ciencia, porque no se trata de consagrarse a un saber que aleja del camino de la seguridad burguesa”.
También John Dewey abundaba en esta idea subrayando que la concepción excesivamente utilitarista de la educación induce a olvidar que el proceso educativo no tiene un fin más allá de sí mismo y que es un error percibir el crecimiento “como teniendo un fin, en vez de ser un fin” y “asignar importancia a la preparación para las necesidades futuras”, eludiendo de esta manera hacer de ella “la fuente principal del esfuerzo presente”. A juicio de Dewey, “si la educación es crecimiento tiene que comprender progresivamente las posibilidades presentes y hacer así a los individuos más aptos para satisfacer los requerimientos ulteriores”.
En 1952 Albert Einstein afirmaba que “la insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura fundada en la utilización inmediata matan el espíritu en que se asienta toda la vida cultural, incluido el conocimiento especializado”.
Testigo del declive de las humanidades, y en particular de la enseñanza de la Filosofía en los planes de estudio, el filósofo Emilio Lledó denuncia una “tendencia pragmatoide” en unos planificadores obsesionados con lo inmediato. Lledó reitera que la desaparición de la enseñanza de la filosofía equivale a “la muerte de la riqueza más grande un país, que es la cultura, porque ahí residen su libertad”. Entre los atributos que otorga a esta materia destaca el que “nos obliga a pensar sobre la lengua, sobre el bien, sobre la justicia, sobre lo que somos, sobre la verdad”. Además, desde los griegos, “los filósofos siempre han sido la conciencia crítica de una época”. soluciones-emilio-lledo-ok
No toda la responsabilidad del declive de las humanidades en la educación escolar recae sobre los encargados de planificar la enseñanza. Hay también una mentalidad en las familias que apunta en la misma dirección y que los propios alumnos se limitan a trasladar a la institución escolar.
Parece que esta mentalidad se ha convertido en el único medio de coacción para que los alumnos se interesen por el estudio, aunque, a la vista de los resultados, haya que dudar de su eficacia. Es posible que limitando la razón última del estudio y del conocimiento al utilitarismo chato, la escuela sobreviva como lo ha hecho hasta ahora, pero en unas condiciones precarias. Finalmente, el tecnocrático lema “menos latín y más eficiencia” ha relevado al brutal “menos latín y más deporte” jaleado por el ministro franquista.
En la escuela concebida como un supermercado de especializaciones profesionales hablar de Homero, de Platón, de Cervantes, Shakespeare, Kant, Bach, Mozart o Velázquez es casi superfluo. El conocimiento ya ni siquiera tiene el sentido meramente decorativo que se le daba en la vieja escuela.
Los planes de estudio han derivado en una especie de recipiente gigantesco en el que los planificadores se disponen a arrojar sin orden ni concierto todos los utillajes que, según creen, han de servirle al niño en el futuro, cuando deje de serlo, y que, los alumnos, a su vez, se vean degradados a la vejatoria condición de sacos de conocimientos sin fondo.
Hace unos años, en un diálogo con George Steiner, Cécile Ladjali, profesora de un conflictivo liceo de un suburbio parisino, reconocía que cuando pensaba en los demenciales programas que tenía que enseñar en primero de Bachillerato, se acordaba de su época de estudiante en el instituto, donde el listón no estaba tan alto. Ahora estaba obligada a inculcar a sus alumnos nociones que ella estudió en las oposiciones para profesora. No hay que extrañarse que ese demencial nivel de exigencia conviva con una creciente incapacidad de los alumnos para expresarse. Photo_Ludovic-Lai_-Yu--Cecile-L_32                 Cécile Ladjali
El hecho de que los escolares acaben la enseñanza básica sin dominar las reglas académicas más elementales, que sus antepasados a su edad dominaban perfectamente -lo que era el orgullo de todos-, confirma la falta de realismo y de sentido común de los planificadores, así como sus absurdas pretensiones, que les induce a creer que porque engorden mucho los programas escolares con materias meramente utilitarias los alumnos van a asimilarlos automáticamente, como si fueran máquinas.
La subordinación del carácter elemental de la enseñanza infantil al pretencioso e hiperracionalista propósito de suministrar al niño enseñanzas “instrumentales” hace que los estudiantes abandonen la escuela con un caos mental del que la única forma que tienen de liberarse es, como intuyó el ilustrado Lichtenberg, olvidando lo que aprendieron para aprenderlo de nuevo, si es que tienen la oportunidad y el suficiente humor para ello.
En el nuevo escenario la escuela tiene que hacer lo que ha venido haciendo desde siempre con mayor o menor fortuna (aunque a algunos no les guste y tachen de anticuado este propósito): “enseñar cómo es el mundo”, su pasado y su presente, preservando la atmósfera de intimidad que requiere la enseñanza y el aprendizaje y procurando mantener bien definidas sus diferencias con los medios extraescolares, en primer lugar ante los propios alumnos y luego ante la familia. No son pocas las dificultades con que se encuentra un profesor a la hora de cumplir esta aparentemente sencilla labor en una sociedad atrapada en un presentismo avasallador y presionada por las innovaciones tecnológicas y la voracidad consumista.
En un sistema educativo saturado de conocimientos variados pero no ligados por un hilo conductor, ni el profesor ni el alumno están predispuestos para asumir un método educativo basado en una relación dialéctica y viva. Aquél tiene que cumplir con su cometido de agotar a lo largo del curso el programa de la materia que imparte y éste, si quiere pasar al curso siguiente, debe acomodarse al ritmo que le marca el profesor.
Sin embargo, como mejor entiende y retiene el niño una enseñanza es mediante la narración y el lenguaje en el que se expresa. El discurso narrativo del profesor debe obrar el milagro de atrapar al alumno-oyente, estimulando su atención y curiosidad. Mientras escucha al maestro, el estudiante sólo atiende a la narración, pero al mismo tiempo, y sin que se dé cuenta de ello, está entablando una relación viva con aquél.
Por su parte, el profesor se sentirá estimulado por el auditorio e insuflará nueva vida a las enseñanzas que debe impartir curso tras curso, ahuyentando así la inercia a que se presta la repetición de las enseñanzas a las sucesivas hornadas de alumnos. La atención que preste el escolar dotará de individualidad a sus enseñanzas y él mismo adquirirá a los ojos de éstos una identidad diferenciada, que se fijará probablemente para siempre en la memoria de sus atentos oyentes. Pero, por regla general, se sigue el camino contrario al de la narración y, bien por comodidad, por incuria o impericia, se tiende a atiborrar al estudiante de datos, cifras, esquemas, definiciones y conceptos aislados de su contexto, que sólo sirven para facilitar su aprendizaje memorístico, no así su comprensión.

Este artículo fue publicado originariamente por Jaime Fernández en:

Documental sobre Carlos París: Soy un animal teórico

Carlos París. Soy un animal teórico bucea en el pensar y en el hacer de este filosofo y activista españoles también un documento sobre la historia contemporánea de España, sobre la Memoria y sobre la lucha por la justicia social, un alegato por la ética radical y por una sociedad igualitaria para hombres y mujeres. 

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Profesor, académico, político, minero, piloto, presidente del Ateneo, ciclista, padre, compañero y amante…  

Carlos París. Soy animal teórico. Un documental para recordar su memoria y su legado


El documental Carlos París. Soy un animal teórico está disponible a través de esta dirección de correo: carlosparissoyunanimalteorico@gmail.com (14,00€).
Es posible organizar proyecciones y/o mesas redondas sobre la película con la asistencia del director -Nacho Blanes- y la productora -Lidia Falcón-.

Publicación del libro «Memorias de un profesor» de José María Calvo

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José María Calvo

D. José María Calvo publica Memorias de un profesor en la colección Energia de la editorial Ápeiron Ediciones.
Fruto de una larga experiencia profesional en la enseñanza secundaria, en este libro se dan la mano el pensamiento sobre la propia vida (el paso del tiempo y el juego de ilusiones y desilusiones que a todos nos afectan) y la reflexión del experto en educación que desde un principio y —antes de que llegasen las modas y las políticas mediáticas— había apostado por la innovación con un solo objetivo: conseguir que los adolescentes pensasen por sí mismos de manera libre para conseguir un mundo mejor.

Memorias de un profesor combina impresiones biográficas con
reflexiones profesionales en una obra de interés para profesores,
padres y alumnos

En palabras del autor: «El profesor no es el sabio, el sofista, que conoce las respuestas
de antemano. Es el filo-sofo, que ama el saber. No da respuestas que no tiene y que
pueden matar toda necesidad de investigación y de creatividad de los alumnos, sino
que camina a su lado. No manipula ni adoctrina, ilusiona. Hace emerger la autonomía
y la madurez. El profesor responde ante los alumnos, ante las familias y ante la
sociedad, en el ejercicio de sus funciones. Todo el mundo debe ser responsable en el
puesto que ocupa».

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«El profesor no manipula ni adoctrina»

José María Calvo de Andrés es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de
Madrid y licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Ejerció
como profesor de Filosofía y Psicología en la Universidad de Montclair (EE. UU.) y ha
sido profesor de Filosofía, Psicología y Ética en la educación secundaria española. Es
miembro fundador del programa «Filosofía para niños» y Presidente fundador del Ateneo Escurialense de las Letras, las Artes y las Ciencias. Entre sus libros publicados
destacan Educación y filosofía en el aula (Barcelona, 1994), Filosofar en la escuela: los
jóvenes piensan (Barcelona, 2006) y Éxito en educación (Madrid, 2009).

Puede encontrarse información detallada sobre el libro aquí:

Memorias de un profesor

Más información:

Ápeiron Ediciones
Telf.: 911 64 66 23
E-mail.: info@apeironediciones.com
Twitter.: @ApeironEdicion