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El videojuego busca su sitio entre el arte y la filosofía

El Espacio Fundación Telefónica alberga una exposición que aborda con profundidad la dimensión sociológica y cultural del ocio interactivo

Dos de los videojuegos jugables de la exposición.
Dos de los videojuegos jugables de la exposición. JAIME VILLANUEVA

Una lapidaria sentencia del historiador del arte alemán Oliver Grau preside una de las paredes de la última exposición del Espacio Fundación Telefónica: “En cada era se ha dado una revolución en las artes. En el Renacimiento fue la perspectiva. En el siglo XX, el movimiento, de la mano del cine. Y en el XXI es la interacción, posible mediante las nuevas tecnologías”. Lenta pero inexorablemente los videojuegos van reclamando (y alcanzando) un espacio en el marco cultural, y buena muestra de ello es la exposición Videojuegos, los dos lados de la pantalla, que desde ayer y hasta el 12 de enero puede verse en Madrid.

“Lo que queremos mostrar es el videojuego como algo que va más allá de la pantalla”, explica la comisaria del evento, la doctora en filosofía especializada en tecnología Eurídice Cabañes. “Mostar la influencia de otras artes en los videojuegos, pero también la influencia que ejercen los juegos en otras artes y en la sociedad”.

Parte de la exposición dedicada a los avatares.
Parte de la exposición dedicada a los avatares. J. V.

La exposición es oscura, introspectiva. Los objetos antiguos y nostálgicos, generalmente centrales en exposiciones de este tipo, tienen aquí un papel muy secundario: viejas consolas, mandos antiguos o dispositivos portátiles salpican el cuarto piso del edificio de la calle Fuencarral, pero no acaparan el protagonismo que les corresponde a las instalaciones artísticas. “Nuestra intención aquí”, explica Cabañes, “es preguntarnos cuál es la relación entre el mundo físico y el virtual, o qué impacto tiene en nuestro cerebro jugar a videojuegos. Indagar en si son o no una expresión artística”. “Los juegos guían cada paso que damos: mueven la relación entre la sociedad y la tecnología”, sostiene la comisaria. “El primer contacto tecnológico de los niños es con videojuegos. Y hoy son una catapulta artística: los juegos integran otras artes como la narrativa, o la música, pero las hacen evolucionar como la narrativa no lineal, o las composiciones interactivas”.

A diferencia de otras expresiones artísticas, jugar a videojuegos tiene un efecto físico. La exposición no entra en la problemática de las adicciones pero sí subraya los efectos positivos del ocio interactivo: una obra creada a base de maquetas de cerebros que se van iluminando dependiendo de a qué juego se juega es, según Cabañes, “muy eficaz a la hora de trazar un mapeo del cerebro y ayudar a combatir enfermedades”. Sobre lo que sí mete el dedo en la llaga es sobre la imposición económica real en el mundo digital: o sea, transacciones con dinero contante y sonante. Baste como ejemplo una de las imágenes de la muestra, el “perro de guerra infatigable” del juego onlineWorld of Warcraft por el que un jugador pagó 33.927 euros.

Uno de los hologramas de la exposición.
Uno de los hologramas de la exposición. J. V.

Problemáticas

“El juego pone sobre la mesa problemáticas importantes”, explica Cabañes. Y es que, como sostiene el diseñador e investigador Ian Bogost en otra de las citas que envuelven la exposición, “los videojuegos pueden modificar las actitudes y creencias fundamentales sobre el mundo generando un cambio social significativo a largo plazo”. “Tomemos como ejemplo un juego como Dys4ia [que nos mete en la piel de un sujeto en plena terapia hormonal para reasignar su sexo]: pone sobre la mesa problemáticas de género. Pero otros juegos cuestionan sistemas políticos o económicos”, muestra Cabañes. Este tipo de cuestiones se abordan en el espacio dedicado a los serious games.

Otro de los espacios está destinado al personaje que se crea el jugador cada vez que juega: el avatar. Esta zona se sustenta sobre el trabajo del artista Robbie Cooper, que ha pasado tres años fotografiando y comparando a jugadores y a sus avatares. “En el mundo real a mí me van a tratar siempre como a una mujer. De hecho, como a una mujer con mi peso y estatura”, explica Cabañez. “Pero el avatar subvierte el peso de las expectativas sociales”.

El último tramo de la exposición se vuelca en preguntas filosóficas, con ejemplos de juegos (casi siempre independientes) que confrontan al jugador con decisiones de calado. Por ejemplo, el Red Strings Club (2018), donde se plantea la cuestión de, si tuvieras un dispositivo para controlar las emociones, ¿eliminarías las emociones negativas? O en Papers, Please (2013), donde el jugador ejerce de agente de aduanas que, tras ver que la madre de la persona que ha dejado pasar no tiene sus papeles en regla, debe decidir si pasa o no.

“Juguemos o no”, apostilla Cabañes, “vivimos inmersos en una realidad en la que el videojuego lo ha transformado todo”. También el arte. La cita inicial de Oliver Grau, de hecho, termina así: “Hoy, confrontado con la obra, el espectador se convierte en una parte activa de la misma”. Lo sepamos o no, estamos en la era del arte interactivo.

 

ESTEREOTIPOS Y ENTRAÑAS

La presencia de juegos españoles es notable en la exposición. En una zona dedicada a la disección de un guión de videojuegos —“más parecido a una hoja de Excel, porque las decisiones ramifican la historia”, explica Cabañes—, podemos encontrar el desarrollo narrativo y los storyboards de Gris (2018) o de Rime (2017), dos de los últimos éxitos españoles. Las ilustraciones de Gris, un juego con un apartado visual de altura, creado por las acuarelas del catalán Conrad Roset, comparten espacio con una zona dedicada a obras clásicas que han influido en juegos, en la que el original y la influencia están enfrentadas. Un ejemplo: las ilustraciones de escaleras laberínticas de Giovanni Battista Piranesi encuentran su reflejo en el juego Monument Valley (2014).
En otra de las zonas de Los dos lados de la pantalla, encontramos un panel que compara imágenes de personajes que, a juicio de Cabañes, están estereotipados. “Desde el protagonista, siempre musculoso, hasta las mujeres, hipersexualizadas, hasta los personajes árabes, encasillados en el papel de terroristas con la cara tapada”, analiza la comisaria de la exposición.
“Hay un cambio en marcha, y se están dando saltos: muchos personajes femeninos antes sexualizados ya no lo están”. De todos modos, incide en que “el 97% de los personajes femeninos de los juegos son caucásicas, y si la población del mundo se correspondiera con la virtual, las mujeres representarían solo el 15% de la gente del mundo”.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2019/09/24/actualidad/1569332873_597496.html

Adorno

Adorno: nuevos tiempos para el imperativo categórico

La ilustración, por cortesía de Ángela Lorenzo.
                                           La ilustración, por cortesía de Ángela Lorenzo.

 

Se cumplen hoy cincuenta años del fallecimiento de Theodor Adorno. Un pensador excepcional por sí mismo, por la época que le tocó vivir y por la importancia de su legado. Se atrevió a dialogar con el propio Kant y, en vista del atroz pasado, formuló un nuevo imperativo categórico para los tiempos que habrían de venir. Lo repasamos de la mano de la filósofa Marta Tafalla.

Por Pilar G. Rodríguez

 

Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, de Marta Tafalla (Herder).

Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, de Marta Tafalla (Herder).

El acontecimiento que lo cambió todo lo cambió pero todo, todo,porque lo que cambió fue nuestra forma de mirar el pasado, penar el presente y desconfiar del futuro. Ya nada era lo que había sido antes de que Hitler   –en la década de los 30 del siglo pasado– se hiciera con el poder, antes de la construcción de los campos de extermino y de poner en práctica la solución final. Y tampoco la ética, que estaba de capa caída en aquellas décadas en las que el siglo XX se acercaba a su mitad. Kant estaba obnubilado mirando al cielo en la noche estrellada donde había creído descubrir la ley moral y su imperativo categórico en riesgo de momificación. Pero estaba Adorno, un filósofo extraño. Alguien a quien le reprocharon los peores clichés que atacan a la filosofía: que si no se le entendía, que si era para iniciados, que no sé qué del elitismo…

Pero Adorno tenía algo importante que decir y, además, era urgente. Una especie de «esto no» y «así no» que se completó finalmente con un «y nunca más». Esto se entiende muy fácilmente; la dificultad estriba en llevar a la práctica ese deber de memoria dictado por Theodor Adorno. Un deber en el que está condensada su ética de mínimos. Una ética que algunos dicen que no es posible encontrar en la obra del filósofo alemán y que la profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona Marta Tafalla convirtió en el eje de su tesis doctoral. Una versión más corta reelaborada de la misma se convirtió en el libro Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, editado por Herder, de donde parte este artículo.

Adorno en pocas palabras

La relación de Adorno con la música es anterior a la filosofía, anterior a él mismo gracias a su madre, Maria Calvelli-Adorno, que era soprano e inculcó a su hijo el amor por la música. Pero los intereses de Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (Frankfurt,1903) iban más allá: estudió Sociología, Psicología, Filosofía y Música, trazando entre estas dos últimas interesantes relaciones. A ellas les iba a dedicar buena parte de su trayectoria intelectual.

Su carrera está vinculada al Instituto de Investigación Social, donde tuvo su sede la Escuela de Frankfurt y donde Adorno ocupó un lugar destacado junto con Max Horkheimer, que lo dirigió a partir de 1930. El ascenso de los nazis le obligó a huir a Inglaterra y posteriormente a los Estados Unidos, donde siguió trabajando como miembro del Instituto en estrecha colaboración con Horkheimer. Juntos alumbraron Dialéctica de la Ilustración, uno de los textos clave para el pensamiento del siglo XX. Allí también recibió las noticias de la muerte de otra de las personas que le marcaron vital e intelectualmente: Walter Benjamin.

Regresó a Alemania en 1949 para seguir desarrollando su labor crítica decisiva en el debate filosófico de la Alemania de posguerra. Siempre inquieto y siempre en la vanguardia de la creación, estaba en contacto con las voces renovadoras en los distintos ámbitos artísticos: Samuel Beckett, John Cage, Antonioni… Murió en 1969 en Suiza al sufrir un infarto.

El imperativo del «no»

En Dialéctica negativa –escrita entre 1959 y 1966– es donde Adorno toma el imperativo categórico de Kant y mueve la cabeza, en señal de desaprobación. Lo hace con cariño; Adorno es un gran admirador de Kant y en particular de su ética: la conoce tan bien, que por eso cree que necesita una nueva formulación en vista de los nuevos horrores: «Hitler ha impuesto a los seres humanos un nuevo imperativo categórico para su actual estado de ausencia de libertad: el de orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita», escribe Adorno en el mencionado libro.

El imperativo categórico de Kant

Un recordatorio del imperativo categórico de Kant –el clásico, en versión muy básica– antes de continuar con la reformulación de Adorno. En Crítica de la razón práctica se lee: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempos, como principio de una legislación universal». Pero esta ley fundamental se dice de otras formas o se completa en otras otras expresiones:
«Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio».
«Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines».

El «no» sienta las bases de un renovado imperativo categórico que Marta Tafalla explica en tres planos o niveles. Los entrecomillados que siguen son suyos:

  • No conoce el bien, a diferencia del kantiano que defendía que la ley moral habitaba en el corazón de los seres humanos y que estos sabían reconocerla y distinguir el bien y el mal. A la luz de los acontecimientos, «Adorno ha asumido que nada sabemos de cómo es el bien (…). Pero sí conocemos el mal, sí hemos tenido una experiencia rica y plural de lo que el mal significa y sus muchas formas». Se trata, por tanto, de resistir a ese mal conocido, de rechazarlo, pero esto ya es adelantar acontecimientos.
  • No lo dicta la razón. Esta era, en la concepción kantiana, el origen del imperativo categórico. El origen del nuevo imperativo categórico, Adorno lo sitúa «ante las fosas comunes donde se amontonan cuerpos torturados. Su ética no comienza con un ideal de humanidad, sino con el descubrimiento de un genocidio».
  • Dice «no». Retomando el punto primero de esta secuencia negativa, el deber que llena de contenido el nuevo imperativo categórico es saber decir no, «impedir que el mundo se deshaga» (en palabras de Albert Camus) nuevamente.

Dolor y memoria

Aparte de ser un imperativo en negativo, Tafalla desarrolla otras dos diferencias capitales en el nuevo imperativo categórico que formula Adorno respecto al de Kant:

  • Es materialista en su sentido más puro y más crudo: le interesan los cuerpos y su sufrimiento, su muerte. Y le interesa también la reacción que esta consideración debe provocar. No se trata de empatía, sino de una reacción física, de que la naturaleza se reúna a la naturaleza. En palabras de Tafalla: «Ese sentirse afectado por el dolor de los otros, esa reacción impulsiva y corporal, es lo que Adorno denomina mimesis. Para él, las normas éticas serán verdaderas cuando surjan de este impulso mimético (…)».
  • Pertenece a un tiempo y está hecho de memoria. Kant, en su ambición de universalidad, ideó un sistema moral apto para cualquier lugar de la historia del tiempo y, por tanto, independiente de la misma. El nazismo rompió esa temporalidad difusa con una muesca de horror. Se acabó lo que antes había sido válido, más en términos de moralidad abstracta: el imperativo categórico de Adorno «tiene como contenido concreto un hecho histórico, por ello está lleno de memoria, de la memoria de tantos individuos que sufrieron y perecieron». Este fue uno de los mayores hitos filosóficos del legado de Adorno: la memoria, el significado y la revisión de la misma y sus deberes han sido profusamente tratados desde entonces. Y ahí seguimos y lo que queda. La memoria no se acaba nunca porque el futuro depende de ella.

Fuente:

F+ Adorno: nuevos tiempos para el imperativo categórico

Miguel Catalán

Fallece a los 61 años Miguel Catalán, el filósofo que analizó la mentira

El pensador valenciano dedicó la mayor parte de su obra al estudio del engaño

Miguel Catalán, en su casa.
Miguel Catalán, en su casa.

 

Comentaba un día Miguel Catalán (Valencia, 1958-2019), fallecido ayer a los 61 años, que tenía cuatro autores a los que se refería con reiteración: Thomas Mann, Marcel Proust, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Los motivos por los que lo hacía eran de peso: “Los dos primeros son escritores con pensamiento propio, algo bastante difícil de encontrar; los dos últimos, pensadores que escriben bien, lo cual, tratándose además de filósofos alemanes, es casi un milagro”. Dos virtudes que él compartía: escribía muy bien y pensaba incluso mejor. Y habría que añadir aún otra: era un trabajador infatigable, hasta el punto que apenas daba tiempo a sus lectores para seguirle el ritmo.

Catalán fue, hasta la jubilación, hace poco más de un año, profesor de Ética en Valencia y, en paralelo, escribía. Su primer texto, resultado de su investigación para la tesis doctoral, estuvo dedicado a John Dewey, autor que junto a Ambrose Bierce, era para él también referencia continua.

Podía trabajar de sol a sol, sobre todo desde que abandonó la ciudad de Valencia para instalarse en Godella, porque tenía, como él mismo decía, “obstinación investigadora”, una obstinación que encontró sentido en la mentira. “El universo del engaño es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente. Dedicar toda una vida de investigación a un tema en concreto, aunque sea tan transversal como el mío, es posible porque hay una fuerte corriente subterránea: el deseo de encontrar la verdad debajo de todas las alfombras”.

En los últimos tiempos, imponiéndose a la enfermedad que estaba seguro de acabar venciendo, trabajaba en los volúmenes dedicados al engaño en los medios de comunicación, la publicidad y, también, claro, la política, convencido de la veracidad de uno de los aforismos que figuran en la selección que hizo de la obra de Wilde: “Fue un día fatal cuando el público descubrió que la pluma es más poderosa que el adoquín y puede hacer tanto daño como un ladrillo”. Un daño que debía producirse en las filas de los dominadores porque Catalán se había puesto siempre del lado de los dominados. Y es que era un optimista dispuesto a conseguir con su obra que el pueblo abandonara la fe del carbonero.

Fuente:
https://elpais.com/ccaa/2019/09/23/valencia/1569269079_952039.html

Einstein

Einstein, filósofo sin querer

  
«Insistir demasiado en un sistema competitivo y especializarse prematuramente con la vista puesta en una utilidad inmediata supone la muerte del intelecto» dijo Albert Einstein.
«Insistir demasiado en un sistema competitivo y especializarse prematuramente con la vista puesta en una utilidad inmediata supone la muerte del intelecto» dijo Albert Einstein.

Aunque la fama de Einstein se debe fundamentalmente a la promulgación de la teoría de la relatividad, el físico alemán nos legó varios escritos filosóficos de los que podemos entresacar toda una lección de vida basada en la aspiración a la verdad.

Por Carlos Javier González Serrano

Quizás como ninguna otra, la obra de Albert Einstein (1879-1955) nos muestra cuán cerca conviven las inquietudes científicas y las filosóficas, y más allá, cómo las segundas pueden llegar a complementar a las primeras cuando las herramientas de la ciencia parecen resultar insuficientes para otorgar un sentido a la existencia.

El mundo como yo lo veo, de Einstein (Plutón ediciones).

Y es que, como ya escribiera Einstein en El mundo como yo lo veo, «los hijos de la Tierra vivimos una curiosa situación. Estamos aquí de paso y no sabemos con qué fin, aunque a veces creamos intuirlo». El asombro por el mundo que nos rodea es, sin duda, la piedra de toque del pensamiento científico y filosófico de Einstein. Aunque llegó a afirmar que preguntarse por el sentido de la vida desde un punto de vista objetivo (científico) le parecía absurdo, nunca dejó de lado la vertiente anímica que esconde toda actividad científica: «El que experimenta su propia vida y la del prójimo como carente de sentido no solo es infeliz, sino incluso incapaz de vivir», aseguraba. A fin de cuentas, el don más hermoso con el que nos ha premiado la naturaleza como seres humanos es «la alegría de mirar» y, llegado el caso, poder llegar a comprender.

Un plus necesario

A pesar de su comprometida y frenética carrera científica, que le condujo a presentar en 1905 su teoría de la relatividad (cuando, con tan solo veintiséis años, se ganaba la vida a duras penas como oficinista de una agencia de patentes en Berna y aún no desempeñaba ningún cargo académico), Einstein sabía muy bien que, tras cualquier dato cuantificable, nos topamos con un resto inescrutable que la ciencia, en su aparente omnipotencia, no es capaz de abordar.

En una sentencia que recuerda mucho a las frases finales de Diotima en El Banquete de Platón, Einstein afirmaba que «la cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso, ese sentimiento primordial que se encuentra en la cuna del arte y la ciencia verdaderos. Quien no lo conoce y ya no puede maravillarse ni sorprenderse, está, en cierto modo, ciego o muerto».

«Estamos aquí de paso y no sabemos con qué fin, aunque a veces creamos intuirlo» escribió Einstein

Einstein, considerado por muchos el personaje más significativo del siglo XX, pensaba que el motor de la ciencia (así como de cualquier actividad humana digna de ser llevada a cabo) reside en la capacidad de plantear interrogantesque se hagan cargo de la complejidad del mundo. Una actitud que no dudó en caracterizar de religiosa: esta «religiosidad es la del asombro extático ante la armonía de las leyes de la naturaleza, donde se manifiesta una razón tan superior que todo pensamiento y orden humanos se reducen a un insignificante destello».

La filosofía del físico

Aunque propiamente Einstein no fue filósofo (al menos no se dedicó a la filosofía profesional ni académicamente), podemos decir con Hans Reichenbach que el físico alemán fue «filósofo por implicación». La publicación de la teoría de la relatividad obligó a cambiar de modo definitivo nuestra concepción tradicional del espacio, del tiempo y del movimiento.

ABC de la relatividad, de Russell (Cátedra).

Como asegura Manuel Garrido en la introducción de ABC de la relatividad de Bertrand Russell, «una de las consecuencias filosóficas de la teoría de la relatividad fue la fulminante disolución del concepto kantiano de síntesis a priori». Aunque sus dictados no solo sirvieron para derrumbar antiguos edificios filosóficos, sino también para configurar otros nuevos, como en el caso del Círculo de Viena, cuyos componentes invitaban a eliminar el concepto clásico de metafísica: lejos de grandilocuentes elucubraciones, la filosofía debía ceñirse al análisis lógico de las teorías científicas.

Sin embargo, como explica Manuel Garrido, Einstein «no compartía la actitud radicalmente antimetafísica de sus seguidores neopositivistas y tenía serios intereses filosóficos que iban más allá de esa actitud. Si en su juventud leyó mucho a Hume, en su madurez valoraba altamente a Spinoza». Esta implicación con el universo de las ideas nunca abandonó al físico alemán, hasta el punto de redactar algunos fragmentos de elocuente hondura filosófica que hoy podemos disfrutar en la recopilación El mundo como yo lo veo.

«En su juventud Einstein leyó mucho a Hume y en su madurez valoraba altamente a Spinoza». Manuel Garrido

Intelectual comprometido

En el magnífico libro ya mencionado del filósofo y matemático Bertrand Russell sobre la teoría de la relatividad, el británico escribía (capítulo 13) que mientras «en la teoría newtoniana del Sistema Solar el Sol semeja ser un monarca cuyos decretos tienen que obedecer los planetas, en el mundo einsteiniano hay más individualismo y menos gobierno que en el newtoniano».

Albert Einstein, que vivió en su juventud y madurez las dos guerras mundiales, fue un ferviente defensor del pacifismo. Frente a aquellos que abogaban por la necesidad de blindar sus derechos internacionales a través de la violencia, Einstein recriminaba que «matar en la guerra no es, bajo ningún concepto, mejor que asesinar en la calle». La auténtica utilidad de la guerra es su extinción, la abolición definitiva de los conflictos armados. Estos solo promocionan el separatismo, la desidia y la muerte.

En una misiva que el físico dirigió a Sigmund Freud, ponía de manifiesto la escasa implicación de los intelectuales de la época por los sucesos políticos y sociales: «Actualmente, la élite intelectual no está influyendo directamente en la historia de los pueblos y su fragmentación impide una contribución directa en la solución de los problemas del presente». En su escrito De la libertad académica,Einstein apuntaba que «numerosas son las cátedras, pero pocos los maestros sabios y nobles. Numerosas y grandes son las aulas, pero menos numerosos los jóvenes sedientos de verdad y justicia».

«Matar en la guerra no es, bajo ningún concepto, mejor que asesinar en la calle». Einstein

Mientras los gobiernos apoyen la formación de ejércitos, y mientras estos existan, cualquier conflicto grave, sea nacional o internacional, terminará derivando en guerra. A este respecto, Einstein comentaba, esperanzado, que esperaba «sinceramente que la conciencia y el sentido común del pueblo cobren vida para que podamos alcanzar un estadio de la civilización en el que la guerra solo esté presente como un error inconcebible de nuestros antepasados».

Por lo que toca al judaísmo, tema escabroso en la época, Einstein defendió un sionismo sui generis que siempre consideró a Palestina como parte integrante del pueblo judío. Judíos y palestinos han de tener los mismos derechos. Recordemos que el científico llegó a rechazar la posibilidad de convertirse en presidente de Israel a mediados del XX. Y es que no creyó nunca en el «Estado judío», sino en la comunidad que pudiera «recuperar la autoestima que necesitamos para vivir de manera fructuosa». E incluso llega escribir: «Palestina se convertirá en un sitio de cultura para todos los judíos, refugio para los más oprimidos, un campo de acción para los mejores entre nosotros, un ideal unificador y un medio para el restablecimiento interior de los judíos de todo el mundo».

La fuerza del individuo

Einstein conocía muy bien, tras las consecuencias de las dos guerras mundiales, los efectos que una sociedad adocenada y enclaustrada en sus ideas puede provocar en el desarrollo de la política internacional. Así, puso su confianza en la fuerza de aquellos individuos que «crean nuevos valores para la sociedad y fijan nuevas normas morales que marquen la vida de la comunidad. Sin personalidades creativas que piensen y juzguen desde la independencia», el deterioro político está garantizado.

Einstein siempre consideró a Palestina como parte integrante del pueblo judío

En un texto que podía haber sido redactado hoy mismo, Einstein denunciaba que se ha intensificado penosamente la lucha por la supervivencia a causa de la temible «evolución económica y tecnológica», una circunstancia que merma mucho nuestro crecimiento personal: debemos preocuparnos más por comer, por sobrevivir, que por pensar en la forja de un mundo mejor. Pues, en definitiva, «nada realmente valioso se puede conseguir si no es mediante la colaboración altruista de muchos individuos».

Palabra de Einstein 

  • «El verdadero arte del profesor consiste en despertar la alegría por el trabajo y el conocimiento»
  • «Nuestro destino depende de nuestras acciones»
  • «Solo puede aflorar lo mejor en el hombre si está arropado por una comunidad»
  • «Los hombres de buena voluntad tienen el deber, cada uno en su entorno, de intentar mantener viva la doctrina del humanitarismo puro»
  • «El riesgo radica en que cada individuo espere a que los demás actúen por él»
  • «La enseñanza debería ser tal que lo ofrecido se experimentase como un regalo valioso y no como un fastidioso deber»
  • «El perfeccionamiento moral y estético es un objetivo más próximo a los esfuerzos del arte que a los de la ciencia»
  • «Afirmo que la religiosidad cósmica es el mayor de los estímulos para la investigación científica»
  • «Todo lo que el hombre hace e imagina sirve para satisfacer necesidades interiores y calmar el sufrimiento»
  • «La vida del individuo solo tiene sentido si está al servicio del embellecimiento y el ennoblecimiento de la vida de todos los seres vivos»
  • «Al igual que puede ocurrirle a cualquier individuo, también los organismos de una sociedad pueden enfermar psíquicamente, en especial en épocas difíciles»
  • «La única actitud que no podemos permitir es la de esperar tranquilamente y criticar. El destino de la humanidad será el que nosotros nos labremos»
  • «Insistir demasiado en un sistema competitivo y especializarse prematuramente con la vista puesta en una utilidad inmediata supone la muerte del intelecto».

Fuente:

https://www.filco.es/einstein-filosofo-sin-querer/

 

Alain Deneault

Cuando los mediocres toman el poder

La división y la industrialización del trabajo manual e intelectual han contribuido al advenimiento de una ‘mediocracia’, sostiene el filósofo Alain Deneault en su último libro

triunfo de los mediocres
                                                 

Deje a un lado esos complicados volúmenes: le serán más útiles los manuales de contabilidad. No esté orgulloso, no sea ingenioso ni dé muestras de soltura: puede parecer arrogante. No se apasione tanto: a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las “buenas ideas”: muchas de ellas acaban en la trituradora. Esa mirada penetrante suya da miedo: abra más los ojos y relaje los labios. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado. Los tiempos han cambiado. Nadie ha tomado la Bastilla, ni ha prendido fuego al Reichstag, el Aurora no ha disparado una sola descarga. Y, sin embargo, se ha lanzado el ataque y ha tenido éxito: los mediocres han tomado el poder.

¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino adornarla con la apariencia del poder. “Si la estupidez […] no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría ser estúpido”, señaló Robert Musil.

Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia. Deberá usted saber cómo utilizar los programas, cómo rellenar el formulario sin protestar, cómo proferir espontáneamente y como un loro expresiones del tipo “altos estándares de gobernanza corporativa y valores de excelencia” y cómo saludar a quien sea necesario en el momento oportuno. Sin embargo –y esto es lo fundamental–, no debe ir más allá.

El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. No existe la medidad. Pero lamediocridad no hace referencia a la media como abstracción, sino que es el estado medio real, y la mediocracia, por lo tanto, es el estado medio cuando se ha garantizado la autoridad. La mediocracia establece un orden en el que la media deja de ser una síntesis abstracta que nos permite entender el estado de las cosas y pasa a ser el estándar impuesto que estamos obligados a acatar. Y si reivindicamos nuestra libertad no servirá más que para demostrar lo eficiente que es el sistema.

La división y la industrialización del trabajo –tanto manual como intelectual– han contribuido en gran medida al advenimiento del poder mediocre. El perfeccionamiento de cada tarea para que resulte útil a un conjunto inasible ha convertido en “expertos” a charlatanes que enuncian frases oportunas con mínimas porciones de verdad, mientras que a los trabajadores se les rebaja al nivel de herramientas para quienes “la actividad vital […] no es sino un medio de asegurar su propia existencia”.

[…] Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los primeros en atestiguar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho de todo un sistema. Su tesis, El principio de Peter, que desarrollaron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, resulta implacable en su claridad: los procesos sistémicos favorecen que aquellos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes. Se dan ejemplos impresionantes de este fenómeno en los colegios, donde se despedirá a un profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su asignatura, pero también se rechazará a un rebelde que aplique cambios importantes a los protocolos de enseñanza para lograr que una clase de alumnos con dificultades obtenga mejores calificaciones –tanto en comprensión lectora como en aritmética– que los alumnos de las clases normales. Asimismo, se desharán de un profesor poco convencional cuyos alumnos completen el trabajo de dos o tres años en solamente uno. Según los autores de El principio de Peter, en este último caso al profesor se le castigó por haber alterado el sistema oficial de calificaciones, pero sobre todo por haber causado “un estado de ansiedad extrema al profesor que habría de encargarse al año siguiente del grupo que ya había realizado todo ese trabajo”. Así es el proceso que va dando lugar a los “analfabetos secundarios”, por emplear la expresión acuñada por Hans Magnus Enzensberger. Este nuevo sujeto, producido en masa por instituciones educativas y centros de investigación, se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales […]

El “analfabeto secundario” se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales 

La norma de la mediocridad lleva a desarrollar una imitación del trabajo que propicia la simulación de un resultado. El hecho de fingir se convierte en un valor en sí mismo. La mediocracia lleva a todo el mundo a subordinar cualquier tipo de deliberación a modelos arbitrarios promovidos por instancias de autoridad. Hoy figuran entre sus ejemplos el político que explica a los votantes que se tienen que someter a los designios de los accionistas de Wall Street; o el profesor universitario que considera que el trabajo de un alumno es “demasiado teórico y demasiado científico” cuando sobrepasa las premisas que se habían expuesto previamente en un PowerPoint; o el productor cinematográfico que insiste en adjudicarle a un famoso un papel protagonista en un documental sobre un tema con el que este no tiene ninguna relación; o el experto que demuestra su “racionalidad” argumentando largamente a favor de un crecimiento económico (irracional). Zinoviev ya era consciente de las posibilidades del trabajo simulado como fuerza psicológica para alterar las mentes:

«La imitación del trabajo al parecer solo precisa de un resultado, o más bien de la mera posibilidad de justificar el tiempo que se ha invertido: la comprobación y la evaluación de los resultados las llevan a cabo personas que han participado de la simulación, que guardan relación con ella y tienen interés en perpetuarla».

Cabría pensar que un rasgo común entre quienes comparten este poder sería el de una sonrisa cómplice. Al creerse más listos que todos los demás, se complacen con frases cargadas de sabiduría tales como: “Hay que seguir el juego”. El juego –una expresión cuya absoluta vaguedad encaja perfectamente con el pensamiento del mediocre– requiere que, según el momento, uno acate obsequiosamente las reglas establecidas con el solo propósito de ocupar una posición relevante en el tablero social, o bien que eluda con ufanía tales reglas –sin dejar nunca de guardar las apariencias–, gracias a múltiples actos de colusión que pervierten la integridad del proceso.

Alain Deneault es filósofo y escritor, profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Paraísos fiscales. Una estafa legalizada (2017). Este texto es un extracto de su libro Mediocracia. Cuando los mediocres toman el poder, que publica Turner el 4 de septiembre.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567166223_815812.html

Carlos Bardem

7 preguntas filosóficas a Carlos Bardem

El actor y escritor español Carlos Bardem nació en 1963 en Madrid.
El actor y escritor español Carlos Bardem nació en 1963 en Madrid. Diseño hecho a partir de una foto cedida por la editorial Plaza y Janés.

Dice el actor Carlos Bardem, licenciado en Historia y diplomado en Relaciones Internacionales, que llegó a la Filosofía por la necesidad de entender la realidad. Y le ha ayudado en la vida y también en su faceta profesional como guionista y como escritor. En su última novela,Mongo Blanco, plagada de acción y aventura y alabada por crítica y lectores, hay recursos filosóficos. 

1 ¿Por qué se acercó usted a la filosofía?
Por la misma razón que me acerqué a la escritura, por la necesidad de entender, de comprender mejor la realidad y las construcciones mentales heredadas. Mi propio paso del mythos al logos. Buscar respuestas a lo que de un modo intuitivo era ya una fuerte discordancia entre realidad material y relato. Por supuesto, este acercamiento se produce desde un mismo lugar: la lectura.

Mongo Blanco, de Carlos Bardem (Plaza y Janés).
Mongo Blanco, de Carlos Bardem (Plaza y Janés).

2 ¿Cree que ese interés repercute de alguna manera en su profesión o en su forma de ser?
En mi faceta de novelista y guionista desde luego. Todas mis novelas parten de una inquietud, de una obsesión por explicar, a mí mismo en primer lugar, alguna realidad. La violencia, el origen y práctica de la violencia, por ejemplo. Es un tema recurrente en mi obra. Influye incluso en mi proceso de escritura. Mongo Blanco está planteado como un diálogo entre dos visiones absolutamente opuestas del mundo, antagónicas, y en la que uno de los personajes somete a otro a una especie de interrogatorio que tiene mucho que ver con una vía de conocimiento, en una inversión de roles entre maestro y alumno, la mayéutica socrática. Un recurso filosófico que se convierte en una útil herramienta narrativa, que permite a un personaje hacerle al gran negrero las preguntas que todos le haríamos a un esclavista del XIX si lo tuviéramos delante y no peligrara nuestra integridad.

En un marco más amplio, por supuesto que lo que escribo está enmarcado en el materialismo dialéctico, filosofía a la que me siento más cercano. Y en otra ampliación, la persona que soy está adscrita a una ideología y visión del mundo determinada por una opción filosófica.

Manifiesto comunista, de Marx y Engels (Alianza).
Manifiesto comunista, de Marx y Engels (Alianza).

3 ¿Qué libro filosófico le ha marcado y por qué?
El Manifiesto comunista. No es solo un programa político. Es mucho más que eso. Es un análisis profundo de la realidad, es filosofía. Y de una vigencia pasmosa en sus conclusiones.

4 ¿Qué idea o pensamiento suyo debería materializarse, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?
Uno no mío, de Jeremy Bentham: «La mayor felicidad para el mayor número». Urge.

5 ¿Qué idea comúnmente establecida en la sociedad debería desaparecer, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?
Cualquiera que nos devuelva al aspecto irracional y reaccionario del peor Idealismo. Pienso concretamente en las religiones, las iglesias, la inoculación de ideas inmovilistas en beneficio de unos pocos, cosas como «siempre ha habido ricos y pobres» (que es falso y niega cualquier posibilidad de evolución) o «Dios lo quiere».

El manifiesto comunista, de Marx y Engels (La Otra H).
El manifiesto comunista, Marx y Engels (La Otra H).

6 ¿Qué pensador actual le interesa particularmente y por qué?
Me divierte el caos feroz y feraz de Slavoj Zizek. Siempre encuentro entre sus contradicciones imágenes y pensamientos brillantes, estimulantes. Estoy descubriendo a Julián Baggini; me interesa lo bien que conecta el análisis de los fenómenos más actuales con el bagaje de la filosofía clásica. En España me encanta releer a José Antonio Marina.

7 ¿Una frase que le represente?
«(…) el mundo acabará con la carcajada general de amenos guasones creyendo que se trata de un chiste». Diapsálmata, Sören Kierkegaard. 

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7 preguntas filosóficas a Carlos Bardem

Nietzsche

Los mitos más oscuros de Nietzsche: el incesto con su hermana y su amor gay con Wagner

Nietzsche.

Sue Prideaux desmonta en ‘¡Soy dinamita!’ las grandes leyendas de Nietzsche: no era antisemita, ni nacionalista… ni un pervertido.

Lorena G. Maldonado 

“Conozco mi suerte”, escribió Nietzsche. “Alguna vez irá unido a mi nombre al recuerdo de algo gigantesco: de una crisis como jamás la había habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjunto, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita”. De ese pensamiento extrae su título ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche (Ariel), una detallada biografía firmada por Sue Prideaux. Un libro que desmonta sus leyendas más oscuras: no fue antisemita, no fue nacionalista, no fue nihilista. Ah: tampoco se enamoró de su hermana ni de Wagner… o no exactamente, a pesar de desarrollar feroces relaciones tóxicas con los dos. Aquí algunas curiosidades del gran filósofo del siglo XIX:

1. El pequeño ministro

Señala la biógrafa Sue Prideaux que aunque no puede llegarse a una conclusión definitiva, “no hay duda de que la familia Nietzsche estaba afectada por una propensión a los trastornos neurológicos”. Cuenta que Nietzsche era, de niño, mucho más sensible a la música que a la palabra. Se trataba de un crío solemne, de pensamiento preciso y ojos miopes que no paraban des esforzarse en enfocar objetos físicos: “Siempre estuvo fuera del rebaño”. Los demás niños lo llamaban “el Pequeño Ministro” y se reían de él.

Su primera revelación filosófica fue a los 12 años, cuando se negó a asumir que la Santísima Trinidad estuviese formada por Dios Padre, Dios Hijo y el Espíritu Santo. “Imaginé por mi cuenta algo distinto: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Demonio. Mi deducción era que Dios, pensando por sí mismo, creaba la segunda persona de la divinidad, pero que para ser capaz de pensar tenía que pensar en su contrario, y por tanto tenía que crearlo”.

2. Relación tóxica con Wagner

“Mi juventud habría sido insoportable sin la música de Wagner”, escribió Nietzsche. El compositor siempre ejerció un hechizo extraño sobre él que derivó en una relación extrema y tóxica. Wagner aparece recurrentemente mencionado en los libros del filósofo, tanto como Cristo, Sócrates o Goethe. La influencia del músico fue tan fuerte para el joven intelectual que le llevó a sumirse en “una complicada red emocional de amores hetero y homosexuales reprimidos, anhelos y tensiones sociales”. A pesar de esos turbios tejidos intelectuales y cómplices que crearon, parece que su pasión no trascendió a lo físico.

Muchos creen que lo que les separó fueron sus diferencias sobre la religiosidad del libreto del Parsifal de Wagner (así lo señaló Elisabeth, la hermana de Nietzsche), pero en realidad fue por una correspondencia que nunca debió salir a la luz: ahí el compositor dijo al doctor Eiser que pensaba que la masturbación estaba causando graves problemas oculares a Nietzche. Era, por entonces, una creencia muy extendida. Wagner andaba preocupado y repetía una y otra vez que Nietzsche tenía que casarse, es decir, “normalizar su vida sexual”.

3. ¿Incesto con su hermana Elisabeth?

Lo que la biógrafa desmonta aquí es la tradicional creencia de que Nietzsche firmó un libro llamado Mi hermana y yo. Falso, aunque mordisqueable narrativamente. La publicidad del libro rezaba así: “El chico que se crió en una casa llena de mujeres sin hombre. La extraña relación entre Nietzsche y su hermana, acallada durante 50 años y revelada por fin en la confesión del propio filósofo. La historia de un hermano famoso y una hermana pequeña aterradoramente ambiciosa que crecieron amándose físicamente desde niños y siguieron amándose de adultos, excluyendo a todos los demás hombres y mujeres (…) El mayor filósofo del siglo XIX relata cómo cayó poco a poco en la trampa amorosa extremadamente arriesgada, que le impidió casarse y llevó al suicidio al marido de su hermana”.

El relato, a juicio de la biógrafa, es “abominable”, y comienza con Elisabeth metiéndose en la cama de Nietzsche y procediendo a la “aplicación de sus pequeños y regordetes dedos”: supuestamente este episodio habría tenido lugar en la noche de la muerte de su hermano pequeño Joseph. Sue Prideaux señala que es imposible, entre otras cosas, porque en ese momento Elisabeth tenía dos años y Nietzsche cuatro.

El hombre que propulsó esta historia irreal fue el editor y librero Samuel Roth, un tipo conocido por airear sin permiso la vida sexual de diversos autores, ya fuese verídica o imaginaria. De hecho, Hemingway, Thomas Mann, Hamsun, Eliot o Einstein, entre otros, llegaron a denunciarle colectivamente mediante una misiva encendida.

4. Gusto por las mujeres

Nietzsche aseguraba que “la cualidad más importante (después del dinero) en una esposa es que fuera una mujer con la que pudiera mantener una conversación inteligente en la vejez”. Durante un tiempo le puso ojitos a Nataile Herzen, judía-rusa e hija del viudo Alexander Herzan. Sin embargo, aunque era notablemente inteligente, no era rica. Algo fallaba. “Cuesta imaginar a Nietzsche planteándose el matrimonio con algo que no fuera pánico”, escribe la biógrafa.

5. Locura

Nietzsche creía que la única manera de liberarse era “mediante un pavoroso ayudante: casi por todas partes fue la locura la que allanó el camino para la idea nueva, la que puso fin al hechizo de una costumbre o superstición veneradas”: “¿Entendéis por qué tuvo que ser la locura la que lo hizo? (…) ¿Dirán algún dia de nosotros que también, navegando hacia el oeste esperábamos llegar a unas Indias, pero que nuestro destino fue naufragar estrellándonos contra el infinito? ¿O no, hermanos míos? ¿O no?”. Ahí uno de sus cierres más épicos.

6. Su mala fama nazi

La biógrafa apunta lo injusto de la leyenda nazi que ha caído sobre Nietzsche. Se refiere a sus palabras en La genealogía de la moral. “Seguramente Nietzsche debe su mala reputación a esos escritos (…) como si el superhombre ario de Nietzsche prefigurase las leyes raciales de Hitler de 1935 de la sangre y el honor alemanes. Pero eso es una tergiversación grotesca. Hay cinco menciones a la bestia rubia y tres pasajes sobre ella en el texto de Nietzsche y ninguno de ellos tiene nada que ver con la clasificación racial, ni, mucho menos, con la idea de una raza superior”.

Insiste en que él nunca defendió a la “bestia rubia” como “representante de la raza superior alemana impulsada por la voluntad de poder para aplastar a la humanidad bajo el dominio de su bota: “: “Sin embargo, no cabe duda de que contienen elementos nocivos que podrían desarrollarse en incitaciones al racismo y el totalitarismo”, concede, finalmente.

7. ¿Y la culpa? De su hermana

Fue Elisabeth la responsable de que el Archivo de nacionalsocialistas impregnase su filosofía de partido con las ideas de Nietzsche. Ella era la auténtica nazi. Tanto fue así que, a su muerte, el mismísimo Adolf Hitler acudió a despedirla por su gran labor.

Fuente:
https://www.elespanol.com/cultura/libros/20190306/mitos-oscuros-nietzsche-incesto-hermana-amor-wagner/380963036_0.html

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

La hermandad del sentido común

Escritores como Raffaele La Capria animan a mirar con ojos propios, no con los anteojos prestados de las ideas de otros

El escritor italiano Raffaele La Capria, en 1980.
El escritor italiano Raffaele La Capria, en 1980. MARCELLO MENCARINI (LEEMAGE)

 

Casi hasta ayer mismo no sabía nada de Raffaele La Capria y hoy lo leo como si escuchara una voz familiar y reconociera en ella la cordialidad de un amigo. La Capria, que cumplirá pronto 100 años, ha escrito novelas, autobiografías, ensayos, incluso guiones de algunas películas italianas memorables de Francesco Rosi, pero yo solo conozco de él un libro breve y luminoso, La mosca en la botella. Elogio del sentido común, traducido y anotado cuidadosamente por Salvador Cobo. Empecé a leerlo hace solo unos días, y como tiene poco más de 100 páginas y está escrito como a rachas, en fragmentos, en anotaciones sucesivas de diario, me gusta unas veces abrirlo al azar y otras volver al principio y seguir leyendo en un orden que nunca es rígido ni lineal, ni mucho menos argumentativo. En algún momento La Capria cita el último libro de Rousseau, Divagaciones del paseante solitario. Hay mucho de esa libertad reflexiva en cada una de estas páginas, una elección de estilo que se corresponde con una actitud moral, la de dejar que las cosas, las ideas, vayan sucediendo a su aire en lugar de imponerles una dirección autoritaria, y también la de observar la realidad con una especie de cortesía, de cautela, procurando apreciarla con la mayor claridad posible, sin imponerle los moldes del prejuicio ni someterla a la niebla de las abstracciones intelectuales, de las temibles generalizaciones de la filosofía o de la ideología, o de esos saberes o pseudosaberes académicos que consisten sobre todo en el manejo de una jerga impenetrable.

Leo a La Capria con la alegría y la gratitud del descubrimiento. Cada nueva admiración ensancha el espíritu. Lo leo y, aunque él no los citara, reconozco muy pronto la huella de otros escritores que pertenecen a la hermandad antigua y dispersa del sentido común: Montaigne, Stendhal, Chéjov, Orwell. Lo que distingue a cada uno de ellos es la obstinada decisión de no dejarse arrastrar por ningún delirio; de enfrentarse, en palabras de Orwell, a la tarea tan difícil de mirar aquello que está delante de los ojos: “No las grandes verdades cuyos secretos solo se revelan a unos pocos”, dice La Capria, “sino las múltiples, pequeñas y obvias verdades que tienen lugar ante nuestra mirada, a la vista de todos, y que en cambio se pretenden negar”. El sentido común sería un ángel de la guarda que debe acompañarnos siempre y advertirnos de los espejismos cada vez más perfeccionados que nos impiden ver las cosas como son, las coacciones exteriores y muchas veces íntimas que nos empujan a aceptar lo inaceptable y a no saber distinguir entre la palabrería y la sabiduría. La Capria escribe en la Italia de los años noventa, cuando todavía eran recientes las tremendas borrascas ideológicas y las secuelas del 68, con toda la fantasía palabrera y sanguinaria de las Brigadas Rojas, con toda la impostura intelectual que venía de París, y que envolvía cualquier experiencia, pública o privada, cualquier sensación, cualquier proyecto político, cualquier libro o película o pieza de arte en un guiso verbal de marxismo, estructuralismo, psicoanálisis, nihilismo, etcétera. Escribe La Capria: “La conceptualización convencional de todo lo cognoscible y hasta de la vida misma en fórmulas, preceptos y simplificaciones (a veces atroces) camina de la mano del autoritarismo. Es siempre una élite dominante culturalmente la que promulga fórmulas, preceptos y simplificaciones donde se compendia todo aquello que se debe pensar y hacer para ser normales, o para ser transgresivos dentro de la normalidad”.

El sentido común no es la aceptación aburrida de lo que se da por supuesto, sino la interrogación atenta y con frecuencia irónica de muchas cosas que parecen evidentes y resultan no ser más que embustes aceptados

El ángel de la guarda del sentido común lo anima a uno a mirar a las personas y las cosas con sus propios ojos, no con los anteojos prestados de las ideas o los conceptos de otros, de los que mandan, de los que gritan más, de los que dictan la moda; y también a esforzarse a decir lo que tiene que decir con sus propias palabras, no con los términos infecciosos que de pronto repite todo el mundo. El ejercicio del sentido común es una tarea solitaria y una rebeldía privada, pero en vez de aislarlo a uno en la extravagancia del malditismo o de la soberbia resulta que lo acerca a la comunidad extensa de los otros, los que no sienten la necesidad de fingir sus gustos ni impostar sus opiniones: “Referirse al sentido común significa esforzarse por restablecer el equilibrio entre las cosas y los sentidos que las perciben, con el fin de no sentirse separado de ella, separado de esa sensibilidad que básicamente nos pertenece a todos, y que, si bien está distribuida en dosis distintas, todos compartimos”.

El pseudoexperto que vigila con celo el campo mínimo de su especialidad nos asegura que solo él dispone de los elementos de juicio necesarios para apreciar una obra de arte, un libro, una situación política. El ideólogo quiere imponer no solo los mandamientos de su dogma macizo, sino también las palabras con las que han de nombrarse las cosas. El dirigente o el charlista político busca marearnos y abrumarnos con su palabrería, y está dispuesto a afirmar bajo juramento que lo blanco es negro, que la corrupción es honradez, que la opresión es libertad. La Capria habla de Italia en los noventa, pero lo que dice suena como si estuviera escrito para nosotros y ahora mismo: “La impecable, irreductible, diabólica presunción conceptual de tantísimos intelectuales italianos custodia la mentira política e ideológica con más solvencia que la caja fuerte de un banco”.

El sentido común nos hace escépticos, pero no cínicos, porque si nos enseña los límites inevitables de la inteligencia y de las capacidades humanas también nos hace conscientes de la diferencia entre la verdad y la mentira y de la valiosa singularidad de cada persona y de cada experiencia concreta. El sentido común no es la aceptación aburrida de lo que se da por supuesto, sino la interrogación atenta y con frecuencia irónica de muchas cosas que parecen evidentes y resultan no ser más que embustes aceptados. Como nos enseña a no saberlo todo de antemano, el sentido común nos sume con frecuencia en la incertidumbre, y también en el asombro. Nos hace templados y nos radicaliza. Nos puede volver pragmáticos y a la vez subversivos. Nos hace sensibles y respetuosos hacia las diferencias y sin embargo nos anima a ponernos de acuerdo en cosas esenciales, en mejoras concretas para la mayoría. Leyendo a Raffaele La Capria uno comprende con alarma que la falta de sentido común que se ha adueñado en estos últimos meses de la vida pública española es tan desoladora y ya tan amenazante como la que él denunciaba en la Italia de 1996.

La mosca en la botella. Elogio del sentido común. Raffaele La Capria. Traducción de Salvador Cobo. Ediciones del Salmón, 2019. 147 páginas. 13 euros.

Jose Barrientos

Entrevista radiofonica a Jose Barrientos.

Antonio Guerrero

 

El profesor J. Barrientos fue entrevistado por el programa de radio Talentos del proyecto Filosofía en la Calle, en torno a la filosofía aplicada.

Biografia:

José Barrientos Rastrojo es profesor en la Universidad de Sevilla y director de la Revista Internacional de Filosofía Aplicada HASER, Director Adjunto de la Revista Argumentos de Razón Técnica y codirector de la Cátedra de Hermenéutica Analógica y de la Revista Hermes Analógica. Escribió el primer libro sobre historia de la Filosofía Aplicada u Orientación Filosófica en lengua española, fundó y es uno de los actuales presidentes de la Red Iberoamericana de Investigación en Filosofía Aplicada.1​ Asimismo, dirigió el International Conference on Philosophical Practice, máximo evento de la profesión.

Ha realizado estancias en Princeton University con Peter Singer, en Harvard University, en la University of Cambridge, en [[The University of Chicago Press|The University of Chicago]], en la University of Tokyo, en la Universidade de Sao Pauloy en la UNAM con Mauricio Beuchot entre otras instituciones de educación superior. Por otro lado, ha dirigido más de una docena de investigaciones entre tesis doctorales, de Master y de Grado.

Es autor de más de doscientas publicaciones y de más de cien conferencias y ponencias expuestas en América, Asia, África y Europa.

Sus temas de investigación son la Filosofía Aplicada y la Experiencialidad. Este último tema lo ha desplegado en los últimos años en varios formatos académicos incluyendo un grupo de investigación, el primer proyecto experimental internacional, con sedes en Noruega, México y Croacia, y varios congresos y eventos académicos en varios países. Actualmente, vincula Filosofía Aplicada y Cooperación al Desarrollo con un proyecto internacional en cárceles y Casas Hogar.

 

Entrevista en el programa Talentos de Filosofía en la Calle.

Talentos

 

http://candilradio.com/index.php?option=com_commedia&task=popup&commpid=45259504&commsid=553480&tmpl=component

 

Más información sobre el programa de radio Talentos:

 

http://candilradio.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=754:talentos&Itemid=348

 

Más información sobre el proyecto Filosofía en la Calle

 

https://filosofialacalle.wixsite.com/fcalle

https://filosofialacalle.wixsite.com/fcalle

La filosofía más allá de las aulas

Presentación de Filosofía en la calle | MuVIM, 6 junio 2019, 20.30 h. #Avivament2019 #Streaming

 

Filosofía en la calle

 

 

 

 

Futurama

 

Pienso, luego… ‘Futurama’

JAIME RUBIO HANCOCK

A Fry nunca se le dieron bien los libros, pero le sirvieron para vencer a los cerebros voladores

Un libro repasa debates filosóficos clásicos aprovechando las tramas y los personajes de la serie de Matt Groening.

Los seguidores de la serie la siguen echando de menos seis años después de su (segunda) cancelación, por lo que no es de extrañar que se acabe de publicar en España Futurama y la filosofía (Blackie Books), un libro de 23 ensayos editados por Courtland Lewis en el que sus tramas y personajes se aprovechan para hablar de asuntos éticos, existenciales y políticos. El texto sigue la estela de Los Simpson y la filosofía (y de otro centenar de títulos similares de la editorial estadounidense Open Court).

temas que recoge este volumen:

1. ¿Puedo comerme la bandera de España?

El doctor Zoidberg celebra el Día de la Libertad comiéndose la bandera de la Tierra, un acto con el que este alienígena quiere agradecer la libertad de la que disfruta. Sin embargo, la reacción de muchos terrícolas es la ira. Incluso la cabeza de Nixon (presidente del planeta) grita: “¡Muerte al traidor!”, antes de llevar a Zoidberg a juicio.

Este episodio está inspirado por la sentencia del caso Texas contra Johnson (1989), en la que el Tribunal Supremo consideró que Gregory Lee Johnson había ejercido su libertad de expresión al quemar una bandera estadounidense. Es decir, los jueces se mostraron cercanos al llamado “principio del daño”: según el filósofo John Stuart Mill, cualquier forma de expresión pública debe permitirse siempre que no cause un daño lo suficientemente grande. Y que algo ofenda no lo es. Para Mill, el debate público de ideas es indispensable. Y eso incluye quemar banderas, comérselas o, qué se yo, simular que uno se suena con ellas.

2. Sé tú mismo (si puedes)

Según relata Plutarco, durante sus años de servicio se fueron reemplazando todas las piezas dañadas del barco de Teseo, hasta el punto de que ya no quedaba ni un solo tablón del barco original. ¿Este barco seguía siendo el mismo barco?

Algo así (más o menos) se pregunta Fry en Parásitos perdidos. En este episodio, unas lombrices se cuelan en su cerebro y hacen sorprendentes mejoras en su inteligencia. Gracias a ellas está a punto de conquistar, finalmente, a Leela. Pero Fry se da cuenta de que todo es culpa de los parásitos y decide eliminarlos: quiere que su amiga se enamore de él y no de la persona que han moldeado las lombrices.

En realidad, todos cambiamos a lo largo de nuestras vidas. En el caso de Fry, la diferencia viene de que él es consciente de este proceso, de modo que afronta “la paradoja existente entre nuestra idea de ser un cuerpo permanente y la de ser un cuerpo que, en realidad, está constantemente cambiando”. ¿Y si Fry no se hubiera enterado de la existencia de las lombrices? ¿Seguiría siendo Fry?

La serie fue cancelada (por segunda vez) en 2013
La serie fue cancelada (por segunda vez) en 2013

3. ¿Los viajes en el tiempo son lógicamente posibles?

En Bien está lo que Roswell, la nave de Planet Express viaja al año 1947, lo que sirve para presentar la paradoja del abuelo: Fry no le debe hacer ningún daño al suyo porque podría dejar de existir.

¿Sería lógicamente posible que Fry matara a su abuelo? Si lo hiciera, Fry no llegaría a nacer, por lo que nunca viajaría en el tiempo, por lo que nunca habría matado a su abuelo, pero entonces sí nacería porque su abuelo seguiría vivo… Etcétera. Quizás no podría matar a su abuelo por mucho que se esforzara: por ejemplo, la pistola se encasquillaría o no acertaría ni un solo disparo. Es decir, sería lógicamente imposible y fracasaría siempre, del mismo modo que no podría dibujar un cuadrado de tres lados por mucho que lo intentara.

Pero Fry mata a su abuelo (sin querer). Y luego se acuesta con su abuela (queriendo). Y se da cuenta de que en realidad él es su propio abuelo. ¿Esto es lógicamente posible? Pues sí: es un ejemplo de “bucle causal”. Fry es la causa de su padre y su padre es la causa de Fry. Los bucles causales son raros, pero “no son lógicamente imposibles y, por tanto, no representan un problema al hecho de viajar al pasado”, explica el libro.

4. ¿Está mal comer popplers?

Leela descubre en otro planeta lo que parecen gambas rebozadas. Están tan ricas que se las lleva a la Tierra, donde se convierten en una moda gastronómica. Pero en realidad son crías de omicronianos, unos extraterrestres que en cuanto se enteran de la masacre acuden a la Tierra a buscar venganza: quieren comerse a Leela.

El capítulo se convierte en un disparatado debate sobre si está bien comer animales. Si nos parece bien criar a una vaca para asarla, ¿por qué nos parece regular que los omicronianos se coman a Leela? Como recoge el libro, la serie “incita a los espectadores a considerar la perspectiva de las especies inferiores (o, al menos más débiles)”. Todo cambia cuando tú eres el menú.

Leela descubre que los popplers en realidad son animales racionales
Leela descubre que los popplers en realidad son animales racionales

5. ¿Bender siente de verdad o solo está programado para sentir?

Como es el año 3000, en Futurama hay robots inteligentes. Casi todos, como Bender, tienen su propia personalidad. En este caso se trata de una personalidad egoísta y aficionada al robo, entre otras malas (e hilarantes) costumbres.

¿Pero Bender es así solo porque le han programado? ¿Entonces no es responsable de sus actos? ¿Eso no nos ocurre a todos? ¿Nuestros actos no son a fin de cuentas consecuencia de nuestra predisposición genética y del ambiente en el que hemos vivido?

Igual que los humanos, los robots de Futurama “pueden superar sus funciones” y “perseguir otros fines si así lo desean”. Nuestros impulsos y necesidades no determinan nuestro comportamiento y, por eso, igual que Bender, somos agentes morales responsables de nuestras acciones.

Al menos, que sepamos. Quizás todo esto no sea más que otra serie de Matt Groening y nosotros solo seamos dibujos que siguen un guion.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2019/05/28/actualidad/1559046049_905790.html