La importancia de la Filosofía. Artículo de Carlos Fernández Liria

No pude participar en las jornadas del pasado 28 de noviembre en defensa de la asignatura de Filosofía. Bajo el lema “Si la quitan de las aulas #FilosofíaEnLaCalle #28N”, se impartieron durante todo el día clases en la calle para llamar la atención sobre el daño que la LOMCE hace a esta asignatura. Con retraso, presento aquí la primera parte (I) de la clase que me habría gustado impartir. Mañana se publicará la segunda parte (II) en esta misma web.s-FILOSOFIA-small

Lo primero que hay que decir es que el tema es mucho más grave de lo que podría parecer si atendemos tan solo al descalabro de la asignatura en los planes de estudio. Cuando una sociedad olvida lo que significa la filosofía está perdiendo algo que, desdichadamente, sólo la filosofía misma es capaz de explicar. Se puede resumir en las palabras que Sócrates dirige al tribunal que acaba de condenarle a muerte.

“No estoy enfadado –les viene a decir Sócrates– porque me hayáis condenado. ¿Quién sabe si la muerte es algo bueno? ¿Quién sabe si, como suelen decir, iré a parar al Hades, donde me encontraré con Ulises, con Agamenón, con Aquiles, con muchos hombres célebres que murieron hace tanto tiempo? Será maravilloso aprovechar entonces para dialogar con ellos. En todo caso, los de ahí no podrán matarme por eso, pues ya estaré muerto. O quizás la muerte sea sólo la nada, como esas noches en que uno duerme sin soñar un solo sueño. Eso tampoco me parece muy malo. En cambio hay una cosa que seguro que sí que es mala: cometer injusticia y desobedecer al que es mejor, tanto dios como hombre, y hacer cosas impropias de un hombre libre. Es absurdo aferrarse a la vida si se pierde aquello por lo que merece la pena estar vivo. Ahora, yo tan sólo voy a perder la vida; vosotros, vais a perder aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Así pues, ¡venga, atenienses!, aquí nos despedimos. Yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a un destino mejor es algo desconocido para todos, excepto para el dios”.

Con esto quiero decir que la filosofía no es sólo una asignatura entre otras. Más bien es el testigo en el sistema de instrucción pública de que el resto de las asignaturas, e incluso la vida misma, pueden merecer la pena. Que son de esas cosas que tienen dignidad y no precio. Si no se entiende esto, es que ya se ha perdido lo esencial y es como si la asignatura misma ya hubiera desaparecido de facto.

Lo que más me ha sorprendido en algunas de las defensas de la asignatura que se han planteado en estos días es que los abogados eran a menudo más dañinos que los fiscales. O por decirlo de otra manera, semejantes “defensores” me han recordado a los amigos de Job que se proponen reconfortarlo haciendo de abogados de Dios y diciéndole, “algo habrás hecho para que te esté pasando todo esto”. Lo mismo ha pasado aquí con el ministro Wert. Es una manera extraña esta de defender la filosofía diciendo que si la filosofía ha desaparecido…, por algo será, algo habrá hecho para que se le haga justicia de este modo. Job responde a sus amigos: “¿Defenderéis la causa de Dios con mentiras?”. Ciertamente, la causa de Dios no se defiende con mentiras, pero la del ministro Wert, sí. Se ha llegado a decir que la asignatura de Filosofía fue ¡“un invento del franquismo”! (igual podría decirse que lo fue la vacuna contra la polio, felicitarse en consecuencia por su eliminación y divertirse con las paradojas de su retirada). La cosa viene de lo que yo creo que fue un debate muy sobrevalorado (y a la postre también muy mal entendido), el debate entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno sobre “el lugar de la filosofía en los estudios superiores” y, más aún, sobre “el papel de la filosofía en el conjunto del saber”, debate que tuvo lugar entre 1967 y 1970 (Gustavo Bueno lo reabrió en 1995 con una intervención sobre “el lugar de la filosofía en la educación”). Esta polémica tuvo un sentido relativo y discutible ya en su época, muy determinado en todo caso por un contexto político de oposición al franquismo, en el que la enseñanza reglada de la filosofía cumplía un papel apologético abominable. Pero nunca he comprendido que lo que entonces se dijo haya podido llegar a servir de pauta para juzgar sobre el asunto en general.

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Manuel Sacristán

La herencia de este debate, desdichadamente convertido en clásico, ha sido nefasta desde todos los puntos de vista si atendemos a la historia de los efectos. El resultado en general puede resumirse en una perversa e inesperadamente novedosa reconciliación de las posiciones de Sacristán y de Bueno, que aúna a ministros y enfants terribles de la escena cultural española. La filosofía, se dice, es “un saber de segundo grado” y, por lo tanto, no tiene sentido su estudio si previamente no se han estudiado matemáticas, física o, en fin, alguno de esos saberes “de primer grado” a los que consideramos ciencias. Y en consecuencia, pretendiendo defender a Job, inesperadamente, resulta que acaba defendiéndose a Dios (a Wert, en este caso): progresiva supresión fáctica de las asignaturas de Filosofía en el bachillerato y (poco a poco) de las Facultades de Filosofía en la Universidad. Incluso es habitual decir cosas tales como que no otro es el sentido del famoso friso de la Academia de Platón: “No entre aquí quien no sepa geometría”, en virtud del cual, por lo visto, la necesaria supresión de las Facultades de Filosofía, y de la correspondiente licenciatura (hoy “grado”), debería complementarse con la creación de una especie de segundo ciclo asignado (como pedía Sacristán) a un “Instituto central o general de Filosofía” en el que los doctores “científicos”, pero también “profesionales”, “técnólogos” y “artistas” (“miembros”, que no “profesores”, de la susodicha institución) pudieran dialogar e intercambiar impresiones y ocurrencias (“reflexiones”, decía él) “filosóficas”, realizar pertinentes labores de “asistencia” a la investigación y, por supuesto, formar a los futuros “doctores” en filosofía (en ningún caso “licenciados”, pues como hemos dicho, la licenciatura no existiría y para acceder al Instituto ─como estudiante─ habría que ser ya licenciado en alguna especialidad universitaria).

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Gustavo Bueno

La postura de Gustavo Bueno fue, desde luego, mucho menos despectiva respecto a la sustancialidad de la filosofía, pero sus efectos, a la postre, no han sido muy distintos (por eso hablo de reconciliación de hecho) y los que hemos sido profesores en la Facultad de Filosofía en estos últimos treinta años así lo hemos comprobado y lamentado. La idea de que la filosofía viene “después” ha llevado de hecho a muchos excelentes alumnos convertidos al “Buenismo” a abandonar la carrera para emprender estudios de matemáticas o de física. Y el caso es que, la mayoría de las veces, no ha habido camino de vuelta, sino que más bien se ha cultivado un altanero desprecio por la filosofía (a excepción de los textos sagrados del maestro Bueno) y, desde luego, por la Facultad de Filosofía (en la cual, obviamente, siempre hay mucho que despreciar, pero ni mucho menos tanto como se pretende, porque también ocurren ahí cosas inmensamente bellas y de increíble dignidad epistemológica, como demuestran todos los años decenas de profesores, becarios y alumnos admirables).

Desde luego que lo ideal sería que los matemáticos y los físicos supieran filosofía y los filósofos supieran matemáticas o física, y ya de paso, por qué no, historia, lingüística, griego, latín, biología, antropología, economía y, por supuesto, derecho constitucional y procesal. Pero como en la finitud de nuestra pobre existencia mortal no cabe todo, pues, al final, no veo yo que por ese camino se haya logrado evitar que, así en general, los matemáticos y los físicos no digan más que tonterías cuando hablan de Descartes, de Kant o de Hegel y que, al mismo tiempo, los profesores de filosofía no vivan como una enorme limitación eso de no saber una palabra de termodinámica o de física cuántica (aunque esta situación, al ser más modesta, es menos nociva para el “conjunto del saber”).

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René Descartes

En cambio, hay otros perfiles de alumnos muy interesantes y que no avalan precisamente la tesis esa de que la filosofía sea un “saber de segundo grado” (al menos, si se entiende esto como se suele entender, aunque hay que decir que la postura original de Gustavo Bueno era mucho más precisa y compleja). En primer lugar, muchos alumnos llegan a la Facultad de Filosofía “rebotados” de Exactas, Física, Derecho o, incluso, muchos, de Bellas Artes. Y vienen a Filosofía porque estaban hartos, según dicen, de no tener ni idea de qué carajo estaban haciendo ahí, hartos de aprender matemáticas o física como quien aprende una herramienta para hacer operaciones hipercomplicadas que sirven de respuestas y respuestas a preguntas que jamás han sido planteadas. Vienen a Filosofía con la esperanza de enterarse de algo respecto a lo que ahí, en Exactas, Física o Bellas Artes, habían estado practicando. Y hay, además, otro perfil de alumno muy interesante. Suelen ser estudiantes que terminan la carrera de Filosofía con un enamoramiento tan intenso por el saber que, inmediatamente, emprenden (a veces en condiciones económicas y vitales muy precarias) la carrera de Matemáticas, Física o Derecho. Para ninguno de estos dos perfiles la filosofía ha sido, en absoluto, un saber “de segundo grado”.

Y es que la filosofía no es un saber de segundo grado. Respecto a los saberes científicos y positivos de su época tiene un papel de primerísimo grado, en el sentido de que no es posterior, sino más bien, anterior. Aunque con una anterioridad no cronológico-empírica. Desde luego, eso hace que la filosofía “levante el vuelo al atardecer” y que, en cierta forma, tenga que venir después, pues no se puede ser anterior a algo sin que haya algo. Lo que ahora me interesa dejar bien sentado es que pretender sacar de esta “posterioridad de lo anterior” (un asunto filosóficamente muy interesante, sin duda; de hecho, y sin ir más lejos, todo el concepto kantiano de “lo trascendental” consiste en ello) una receta temporal para elegir carreras o colocar asignaturas en un plan de estudios es comprar todas las papeletas para meter la pata con seguridad. Yo, al menos, estoy hasta las narices de escuchar tonterías al respecto. Y, por cierto, creo que precisamente Gustavo Bueno, que en esta polémica sostuvo el que la filosofía “trabaja en un plano trascendental” (y justamente por ello defendió la existencia institucional de la filosofía académica) no estaría del todo en desacuerdo conmigo. En todo caso, estoy seguro de que le horrorizaría la versión “habermasiana” de esta tesis que muchos de sus discípulos han difundido por ahí.

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Immanuel Kant

1) Empecemos por el asunto de la enseñanza secundaria y el bachillerato. Puestos a pedir la luna, en estos tiempos en los que (desde la derecha y desde la izquierda) todo el mundo parece que aboga por los eclipses, pienso que el papel de la filosofía debería ser tan absolutamente anterior respecto del resto de las asignaturas que lo que habría que hacer es subordinar todos los departamentos al departamento de Filosofía. Lo que no se puede admitir es que los alumnos no paren de aprender respuestas a preguntas que no saben plantear. Cuando estudié matemáticas y física en el antiguo COU (curso de orientación universitaria) me adiestré, como todos mis compañeros, en resolver las más enrevesadas integrales y derivadas sin tener ni la menor idea de lo que era el cálculo infinitesimal. Tuve que esperar a tercero de mi carrera de Filosofía para que, estudiando a Leibniz y Newton, comprendiera un poco lo que había estado haciendo. Me desespera recordar el año de primaria en que se nos obligó a resolver raíces cuadradas kilométricas, cuando obviamente habría bastado con entender el concepto y que las calculadoras se ocuparan del resto. Porque, en efecto, lo desesperante en estos casos no es -como tantas veces se dice- que se enseñen cosas que no se sabe “para qué sirven”, sino que se enseñen cosas que no se sabe lo que son, que te enseñen a hacer piruetas para resolver operaciones sin haber entendido el concepto teórico de lo que estás haciendo.

Pese a lo que tantos expertos en pedagogía tienden a decir, lo que falta en la enseñanza secundaria y primaria no son prácticas, lo que falta es teoría. Hay, sí, una desquiciante acumulación de contenidos, que tiende a aprenderse disparatadamente de memoria. Pero esa sobreacumulación no es mala porque sean contenidos, sino porque, precisamente, no lo son. Se aprenden recetas para resolver problemas, se adiestra a los muchachos en una especie de gimnasia agotadora y desproporcionada, sin dejarles ni tiempo ni ganas para pensar un rato en lo que están haciendo. Lo peor ha sido el diagnóstico de los pedagogos. Según ellos sobran contenidos y faltan métodos prácticos de aprendizaje. Es todo lo contrario: sobra aprendizaje (de prácticas ciegas y mecánicas) y faltan verdaderos contenidos. La lista de los reyes godos no es un contenido conceptual, es un listado que se puede llevar escrito en el móvil o en cualquier otra chuleta. Pero, por lo mismo, la resolución de integrales o derivadas no es un contenido, sino un ejercicio gimnástico sin sentido que te quita el tiempo y las ganas de comprender lo que es el cálculo infinitesimal. En el bachillerato y la secundaria habría que centrarse en los conceptos, que no son tantos. No pasaría nada, en efecto, porque, por una vez, se confiara un poco en eso que dijo Aristóteles de que todos los seres humanos desean por naturaleza saber y, en lugar de buscar motivaciones lúdicas, psicológicas y heterónomas para el conocimiento, se apostara por aquello que tiene de atractivo el conocimiento en sí mismo. En lugar de aprender jugando (lo que en el mejor de los casos sirve para jugar en lugar de aprender), no pasaría nada por apostar un poco por el juego del conocimiento.

Y este sería, para empezar, un buen papel que la filosofía debería cumplir en la enseñanza secundaria y el bachillerato. Cuidar de que no se aprendan técnicas sin sentido para la resolución de problemas que nadie sabe plantear; y recordar, respecto del resto de las asignaturas, que lo fundamental es comprender lo que se está estudiando. En definitiva, contrarrestar mediante el conocimiento de la historia de la filosofía y la reflexión sobre los problemas fundamentales de la lógica, la metafísica y la ética, la inexorable tendencia a reducir la instrucción de los alumnos en las llamadas materias “científicas” a un adiestramiento operatorio. Todo lo que se encarga a las oficinas de la Pedagogía debería estar en manos de los Departamentos de Filosofía. Y el resultado, estoy seguro, sería mucho mejor desde un punto de vista pedagógico. Ya digo que soy muy consciente de que esto es pedir la luna, pero por pedir que no quede. La filosofía debería ser la columna vertebral de la enseñanza secundaria y el bachillerato. El resto de los departamentos deberían estar subordinados al de filosofía. En cuanto a las asignaturas mismas de Filosofía e Historia de la Filosofía, debería contar con mucho más peso docente y, por supuesto, liberarse de la dictadura delirante a la que la somete el examen de selectividad, que obliga al alumno a aprenderse de memoria una lista absurda de disparates que supuestamente han dicho unas supuestas escuelas filosóficas que, en realidad, jamás han existido.

2) Pasando al asunto de los estudios superiores: puestos a decir que la filosofía es un saber de segundo grado y que debería estudiarse otra carrera previamente para poder estudiar filosofía (y cosas de este estilo que suelen repetirse), yo diría que hay que proponer lo contrario, es decir, que nadie cursara un estudio superior sin antes haber cursado un grado de Filosofía muy exigente. Al menos para los estudios más teóricos como las Matemáticas, la Física, la Sociología o el Derecho. No hace falta que se me diga que esto es inviable, que ya lo sé. Y que no se trata de esto, ya lo sé. Pero sería muy razonable. Porque lo que no se puede hacer es cursar estudios superiores sin comprender lo que significa que sean “superiores”. Y eso solo se puede comprender desde la filosofía (no necesariamente, es verdad, cursando la carrera). Es muy terrible, por ejemplo, escuchar hablar a los sociólogos o a los juristas de Kant, de Locke o de Hegel o de Descartes. Y lo malo es que no estoy muy seguro de que desde esa indigencia se pueda entender muy bien a Max Weber, a Hans Kelsen o a Carl Schmitt. Y lo mismo, aunque no tanto (porque hablan menos de eso), ocurre con los físicos o los matemáticos.

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Hans Kelsen

De paso, conviene resaltar (ya que el tema también salió en las referidas Jornadas #FilosofíaEnLaCalle #28N), que si se aplicara hoy en día el famoso y ya citado lema de Platón –“no entre aquí quien no sepa geometrizar”–, no es cierto que sirviera para restringir drásticamente el ingreso en la Facultad de Filosofía, sino que lo haría, más bien, precisamente, respecto a la Facultad de Matemáticas (y todas las facultades teóricas). Para entrar en la Academia no se exigía saber el teorema de Pitágoras, la tabla de multiplicar o el cálculo de matrices. Lo que se exigía era saber distinguir lo que era un estudio superior, es decir, saber distinguir lo que era el saber teórico respecto a todo el entramado de los saberes prácticos, míticos, religiosos, artesanales, etc., en los que los ciudadanos eran ya siempre, de una u otra manera, expertos o especialistas. Por eso Platón insiste una y otra vez en que la aritmética, la geometría, etc. (las llamadas ciencias matemáticas) son “enteramente distintas de lo que de palabra dicen de ellas quienes las practican” (Rep. 527a), es decir, quienes intentan satisfacer las demandas de “los comerciantes y mercachifles” (525c). Si no se plantea en qué sentido la matemática está enteramente anclada en el “giro” del alma desde “el mar de la generación” hacia “la verdad y la esencia” (ibid.), giro en el que consiste la filosofía y cuya dramática autoconciencia es la historia de la filosofía , los matemáticos se convierten en unos especialistas o expertos entre los especialistas y expertos (frente a los cuales surgió precisamente la filosofía) poseedores de técnicas para resolver crucigramas y acertijos muy complicados, que quizás luego son útiles para que los ingenieros construyan puentes y los inversores apuesten calculadamente por su construcción. Ese saber de especialista podrá ser muy complicado y meritorio, pero no tiene nada de “superior”, porque no tiene nada de teórico. Insisto en que no estoy haciendo ninguna propuesta, no soy tan ingenuo. Intento tan solo dejar de escuchar tonterías que denigran a la filosofía y malentienden lo que es un saber científico. Puestos a decir cosas tales como que primero habría que estudiar una ciencia para luego poder estudiar filosofía, es más adecuado plantearlo al revés y decir que la carrera de filosofía debería ser una puerta obligatoria para las facultades teóricas. Pues, de lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos sin filosofía y de paso, sin ciencias, convirtiendo la Universidad en lo que, de hecho, ya se está convirtiendo: una escuela de especialistas en técnicas demandadas por el mercado.

(*) Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía en la UCM. Este artículo fue originalmente publicado en cuartopoder.es, el día 12-12-2015

Colecciones filosóficas de Hermida Editores

Desde Hermida Editores nos complacemos en presentar los últimos títulos publicados en nuestro sello con una temática filosófica.

Estas son algunas de nuestras últimas novedades:

 

Primera edición en español de los Cuadernos (Sudelbücher) de Georg Christoph Lichtenberg, de donde se han extraído todas las ediciones antológicas existentes en español, y que se han titulado comunmente como Aforismos. Este volumen, el primero de la obra completa que ahora publicamos bajo la traducción de Carlos Fortea, con prólogo de Jaime Fernández, recoge su trabajo según la edición canónica.

No fue hasta después de su muerte cuando se publicaron los célebres Cuadernos (Sudelbücher), de Georg Christoph Lichtenberg, de los que en este primer volumen se ofrece por primera vez en castellano la versión íntegra de los tres primeros. Se trata de una miscelánea de reflexiones agudas, perspicaces, serenas y al mismo tiempo divertidas, cargadas de simpatía, vivacidad e ironía, sobre el cuerpo, el amor, la sexualidad, los sueños, la soledad, el lenguaje, la religión, la muerte, el mundo de los libros, la ciencia, la filosofía y la situación política del momento. Lichtenberg se revela como un profundo conocedor de la condición humana.  Sin embargo, en sus observaciones no se aprecia ni un ápice de dogmatismo ni muestra alguna de superioridad intelectual o moral. Al contrario, una incansable curiosidad le incita a interesarse por todo cuanto le rodeaba y por las noticias que recibía del mundo, como los acontecimientos que desembocaron en la Revolución Francesa de 1789. Aunque se identificase con los valores humanistas de la Ilustración, fue uno de los primeros en atisbar en el pesimismo ilustrado una oculta apología del despotismo moderno.

Kant lo leyó atentamente. Goethe comparó sus escritos con una maravillosa varita mágica «que convertía sus bromas en problemas ocultos». Para Nietzsche, con excepción de Conversaciones con Goethe, de Eckermann, su obra era lo único de la prosa alemana que merecía ser leído una y otra vez. La profunda huella de sus reflexiones es visible en Schopenhauer. Tolstói fue un lector devoto de su obra. Freud dijo que sus chistes sobresalen por su contenido intelectual y la seguridad con que dan en el blanco. André Breton lo consideraba uno de los grandes maestros del humor y «padre de la patafísica». Canetti comentó que había escrito el libro más rico de la literatura universal porque nunca quiso redondear nada, lo cual «es su felicidad y la nuestra».

 

Estos «microrrelatos» escritos con absoluta libertad plástica siguen generando debate, y sorprendiendo a los lectores.

Escritos en 1843, al comienzo de su carrera literaria, los textos breves que componen Diapsálmata –palabra de origen griego que puede traducirse como «entre salmos»- pertenecen a la parte de la obra de Kierkegaard agrupada en los denominados «estudios estéticos». Son anotaciones breves, algunas con el formato de «microrrelatos», otras de parábolas, de aforismos, y algunas incluso de acertijos, en las que se refleja su estado de ánimo, el sinsentido y la desesperación ante la vida, y la lucha que sostenía para sobreponerse ante las adversidades y dudas, sin por ello sacrificar la libertad y la ironía, que, como dijo en una ocasión, impregnaban toda su existencia.

Esta nueva traducción de Diapsálmata se ha realizado directamente del danés, y su edición se justifica  en parte por el maltrato sufrido por los textos de este autor en las ediciones en español, unas veces debido a la censura, otras por tratarse de versiones de otras lenguas o, simplemente, por la hostilidad de determinadas corrientes filosóficas o religiosas a su aparente existencialismo.

Contrario a los sistemas filosóficos establecidos en su época, principalmente el de Hegel, Kierkegaard pensaba que la razón que pretendían imponer perjudicaba a la creatividad y singularidad de la persona, por lo que optó por pronunciarse en sentido opuesto, enfrentándose a la dificultad y manteniendo vivo el espíritu a través de la ironía. Conocido como el «Sócrates del Norte», se servía de ésta, al igual que el filósofo de la antigua Grecia, como un arma contra el todo normativismo.

La lectura de Diapsálmata no dejará indiferente a nadie. Cada lector podrá extraer sus propias conclusiones, algo que por otra parte encaja con el concepto de la diversidad humana postulado por Kierkegaard, y diametralmente opuesto al ideal uniformador de la razón anhelado por los pensadores contra los que bregó durante toda su vida.

 

 

Discípulo de Nietzsche y de Kierkegaard, aunque cautivado por los grandes autores de la novela rusa Tolstói y Dostoyevski, el pensador ruso de origen judío Lev Shestov —conocido hasta ahora en España y Francia, su país de adopción, como Léon Chestov— se inclinó por el fragmento corto y el aforismo para ensayar un difícil presente en el que las utopías morales, sociales y políticas han perdido credibilidad. En la obra que publicamos, inédita en castellano, ensarta curiosas observaciones cargadas de ironía, en las que no ahorra críticas al positivismo y las «buenas intenciones» de la razón secularizada, heredera de la Ilustración.

Además de filósofo combativo, Shestov cultivó la crítica literaria, por lo que fue tan admirado como denostado. Entre sus admiradores destacan pensadores de la talla de Edmund Husserl y Martin Buber. También dedicó estudios perspicaces a las obras de Dostoyevski, de Nietzsche, Kierkegaard, Pascal, Descartes y Spinoza, a quienes leyó atentamente toda su vida.

Su pensamiento es un poliedro: antirracionalista, anarquista, y al mismo tiempo religioso en el sentido pascaliano del término, aunque impregnado de la obra de Nietzsche hasta que Kierkegaard reemplazó al pensador alemán.

Shestov combatió nada más ni nada menos que a la misma historia de la filosofía occidental, de la que dijo que no era más que una larga batalla entre la razón y la fe, entre el secularismo y la religión, entre Atenas y Jerusalén.

Puede consultarse el catálogo entero aquí:

http://www.hermidaeditores.com/

 

SEGUNDA DECLARACIÓN FILOSOFÍA E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

El Observatorio Filosófico de México (OFM,  http://www.ofmx.com.mx/ ) publica la Segunda Declaración «Filosofía e Independencia en América Latina y el Caribe» que surgió en el marco del Coloquio Filosofía e Independencia desde América Latina y el Caribe (celebrado 23-26 de noviembre de 2015).

Aquí puede descargarse una copia:

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Cabe mencionar que la Primera Declaración (la Declaración de Morelia «Filosofía e Independencia», firmada por Enrique Dussel, Francisco Miró Quesada, Arturo Andrés Roig, Abelardo Villegas y Leopoldo Zea) surgió hace 40 años y la pueden encontrar en la Enciclopedia de la Filosofía Mexicana (http://dcsh.izt.uam.mx/cen_doc/cefilibe/images/banners/enciclopedia/Documentos/DeclaraciondeMorelia-Dussel_Enrique_etal.pdf).

Así mismo, se les invita a firmar esta SEGUNDA DECLARACIÓN FILOSOFÍA E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE que se alojará en la Enciclopedia de la Filosofía Mexicana.

Para ello deberán mandar a este correo (observatoriofilosofico09@gmail.com) los siguientes datos:
Nombre completo y adscripción actual, junto con la autorización de que se incluya su nombre)
Fecha límite: 18 de diciembre de 2015.

Entrevista a Reyes Mate en eldiario.es

El reconocido filósofo habla de La memoria que viene de Europa, una conferencia donde carga contra las teorías de «echar al olvido». Defiende el papel de la memoria para comprender no sólo el franquismo y la transición, sino como un marco de interpretación cuestiones tan actuales como los debates identitarios, el resurgimiento de los nacionalismos o la crisis de los refugiados. Reyes Mate trabaja en el Instituto de Filosofía del CSIC, del que ha sido miembro fundador y director de 1990 a 1998. Mantiene el proyecto de investigación La filosofía después del holocausto. Es también director del faraónico proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía y su apuesta por «pensar en español». Es Premio Nacional de Ensayo 2009 por su libro La herencia del olvido. Ensayos en torno a la razón compasiva (Errata Naturae). Su última publicación, La piedra desechada (Trotta), recoge textos escritos a lo largo de 15 años donde piensa el sufrimiento, la culpa, la responsabilidad o el perdón desde una «filosofía de la memoria».

¿Por qué has escrito que en España hemos llegado tarde a la cultura del holocausto?

Todos hemos llegado tarde, pero aquella idea era una rareza cuando lo decía en España a principios de los noventa. Entonces se pensaba que el holocausto era un asunto de judíos y alemanes que no tenía ningún significado más allá de la anécdota histórica. Aún no se habían traducido las teorías, autores y testigos más importantes. Testigos como Robert Antelme, Primo Levi, Jean Améry. Teóricos como Hermann Cohen, Walter Benjamin o Adorno. Con La filosofía después del holocausto queríamos decir que esto no debía interesar solamente a los expertos, sino a la opinión pública, porque esa experiencia histórica afectaba a las condiciones de la política, la moral y la estética contemporáneas. Hoy no sería una rareza entre mis colegas: hay muchos seminarios, publicaciones, tesis doctorales…

O sea, que la memoria no es igual para todos…

Creo que se ha generado una serie de categorías sobre la significación de la memoria, de las víctimas, el sentido político de la culpa o de la responsabilidad que ha fecundado la vida nacional y que se han proyectado sobre otros temas: las víctimas de la Guerra Civil, la Memoria Histórica, las víctimas del terrorismo de ETA, o todo lo que tiene que ver con la invisibilización de las víctimas de la carretera a causa de la ideología del progreso. Y más allá de España, en lugares como Colombia, Argentina o Chile estas categorías y conceptos intervienen en el análisis y en las respuestas de problemas que tienen lugar ahora.

El pasado 20 de noviembre, eldiario.es publicaba un especial sobre memoria histórica tras los 40 años de la muerte del dictador, ¿es el caso del estado español un caso de desmemoria?

En España tenemos la paradoja de que hay intelectuales, expertos, historiadores y filósofos que son muy sensibles a la significación de la memoria en Europa y aplican el deber de memoria al holocausto, y sin embargo son insensibles a la memoria en España. Esto da que pensar. Es verdad que Paracuellos o el Valle de los Caídos no son Varsovia ni Treblinka. Pero también es cierto que la reflexión que se ha hecho sobre esos lugares ha permitido desarrollar una serie de categorías que son perfectamente aplicables a otras víctimas, y en España eso no se hace. Historiadores como Álvarez Junco han defendido que la Historia de España se construye olvidando; Santos Juliá es muy sensible al holocausto (como demostró recientemente su indignación ante el chiste antisemita del concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata) pero mantiene su teoría de «echar al olvido» en el caso de España.

¿Por qué esta desmemoria?

Habría que analizar esta forma de desmemoria, que tiene muchas causas pero que fundamentalmente gira en torno a la valoración de la transición política. Se entiende que la memoria es un proceso que ya tuvo lugar y que acabó con la reconciliación, que es como se entiende la Transición. El abrazo simbólico entre Fraga y Carrillo cierra el tiempo de la memoria. La pregunta es si el abrazo de Fraga puede borrar la responsabilidad histórica del franquismo; y si el abrazo de Carrillo puede borrar la responsabilidad histórica del estalinismo. ¿Quiénes son ellos para sustituir a la justicia de las víctimas? En 1962, María Zambrano escribe una carta desde el exilio dirigida a los jóvenes intelectuales españoles que planteaban el posfranquismo como un asunto interno: os equivocáis, la reconciliación que olvide el exilio será una tregua que no impedirá la repetición del conflicto. Un gesto cargado de verdad que invalida teorías como la de «echar al olvido».

¿Quiénes son las víctimas de la desmemoria en España?

En España se puede ser muy sensible a la memoria de las víctimas propias mientras se cierra los ojos a las de los demás. Quienes son muy sensibles a las víctimas de ETA, suelen ser bastante insensibles a las víctimas de la Guerra Civil. Se confunde víctima e ideología. Pero ser víctima no es una opción: es algo que te acontece contra tu voluntad. La víctima es significativa en sí misma y no por la ideología de la víctima ni del victimario. La víctima lo es por ser objeto de una violencia inmerecida e injusta, y eso ha ocurrido en todos los bandos. Eso no significa que todos los bandos sean iguales ideológicamente, pero sí hay víctimas en todos los bandos. La memoria de las víctimas supone responder a cualquiera de ellas.

¿Pero todas las víctimas por igual?

Quien es sensible a una víctima debería serlo a todas, o si no, no ha entendido ninguna. La memoria de la Guerra Civil no es solamente la memoria republicana. Hace unos días, Bertín Osborne declaraba que si él había podido olvidar a sus familiares víctimas de Paracuellos, ¿por qué los demás no pueden olvidar también? Las víctimas de Paracuellos son víctimas, han merecido ser reconocidas, enterradas dignamente, ha habido reparaciones, imagino que habrá habido persecución de los culpables. Han tenido su ciclo de reconocimiento. Osborne no puede impedir que otras víctimas tengan ese mismo ciclo. Su reacción es literalmente incomprensible. También hace pocos días, Albert Rivera reconocía a duras penas el derecho de las víctimas del franquismo a ser identificadas y enterradas dignamente, pero sin embargo prohibía el que se las recordara públicamente. Como si esas víctimas no merecieran ser recordadas mediante conmemoraciones y monumentos públicos. Existe esta especie de incultura de la memoria que lleva a incoherencias (como el caso de Bertín Osborne) y olvidos (en el caso de Albert Rivera).

¿Estamos a tiempo de revertir esta incultura de la memoria?

Hubo un tiempo de olvido tras la Segunda Guerra Mundial del que Europa despertó muy tarde. Hasta los años setenta y ochenta, no se tuvo presente el holocausto para la construcción de una política moderna. La transición española tiene lugar todavía en ese tiempo de amnesia colectiva, de ahí el prestigio de un modelo de transición construido sobre el olvido. Cuando diez años después se hace notar la ola de la memoria, aparecerán la justicia transicional y las comisiones de la verdad en otras transiciones políticas (Argentina, Chile, Uruguay). Eso indica que hubo un cambio de ciclo y las víctimas fueron visibles. Pero desde hace cuatro o cinco años, parece que volvemos a una apología de la amnesia. De la nueva política se podía esperar lo que se espera de los nietos, que decía Benjamin que disponen de una «débil fuerza mesiánica» con respecto a lo que hicieron y lo que les hicieron a sus abuelos. A menudo, esa generación de nietos ha protagonizado la memoria. Pero aquí asistimos a lo contrario: los nietos como enterradores de la memoria. Me parece muy penoso, es señal de que hay involuciones que se pueden dar también en las generaciones más jóvenes.

¿Cuál es esa «memoria que viene de Europa»?

El título es provocativo. Cuando uno discute en España de memoria, echa de menos la maduración europea en relación a la cultura de la memoria. La historia de la memoria en Europa es larga. No hay que olvidar que el pasado es siempre muy goloso, porque está lleno de significación y a él acuden todos: historiadores, literatos, antropólogos, y también los filósofos. Cada cual tiene su «ideita» en el debate actual de la memoria en España. Ideas que son infantiles o primitivas comparadas con la cultura de la memoria europea. Me refiero a la reflexión que surge tras la liberación de los campos de exterminio, cuando los supervivientes expresan de forma sencilla lo fundamental de su experiencia: nunca más. Y para que evitar la catástrofe añaden la memoria, la modesta memoria. Porque se plantearon medidas más sólidas y serias que la memoria: el Plan Marshall, una constitución democrática para Alemania, o educar en la convivencia y la tolerancia. Pero para los supervivientes, lo más importante siempre la memoria.

¿Por qué es tan importante para ellos la memoria para impedir la repetición de la barbarie?

Porque vivieron lo impensable, algo que no había podido ser pensado antes: esa fábrica de muerte no había sido imaginada, ni siquiera por Kafka, que apuntó muchas cosas. Pero ocurrió. Y cuando ocurre lo impensable, lo que ocurre se convierte en lo que da que pensar. Esa es la memoria: entender que la realidad no se capta con el conocimiento. La realidad se capta con el acontecimiento. Si queremos entender la realidad, debemos desconfiar de nuestras capacidades analíticas y tomar en serio lo impensable que ocurrió. El deber de memoria no es acordarse de lo mal que lo pasaron los judíos, sino entender el acontecimiento como el a priori del conocimiento. Esa es nuestra carga de responsabilidad.

¿Qué cambiaría hoy en Europa, con la crisis migratoria y de refugiados, si se tuviera en cuenta el «deber de memoria»?

Si pensáramos la política teniendo en cuenta la memoria tendríamos que cambiar nuestra idea de los refugiados. Porque si algo pone en cuestión la experiencia del hitlerismo es el peligro de identificar ciudadana con sangre y territorio. Reducir los derechos humanos a la sangre y al territorio supone llegar a la situación actual. Somos ciudadanos de un estado los nacidos en ese estado, mientras que los demás lo son en la medida en que el estado quiera. El estado está por encima de un derecho humano, la ciudadanía, cuando lo asociamos a la sangre y a la tierra. Pensar la política después de Auschwitz significaría cuestionar los límites territoriales, el concepto de nacionalismo, la ciudadanía como sangre y tierra, y en definitiva pensar globalmente la política. De hecho, un producto temprano de esta reflexión fue la propia Unión Europea, que decía Jorge Semprún que nació en los campos de exterminio, como un proyecto de superación de los nacionalismos que tomaría en serio el sufrimiento de los inocentes y responsabilizaría a los culpables. Mientras esa idea se ha mantenido, Europa ha funcionado. Esta generación ha olvidado los orígenes de Europa y las respuestas los problemas de Europa vuelven a ser los nacionalismos.

¿Se puede aplicar el discurso de la Memoria Histórica en España a otros problemas sociales y políticos contemporáneos además del franquismo y la transición?

Cuando se habla de Memoria Histórica, se suele referir al franquismo o a la transición, pero debería ser una forma de entender la política aplicable a todos los campos. Tan importante es la Memoria Histórica para comprender la víctimas del franquismo, como para los refugiados. Es cierto que aquí se ha polarizado o anquilosado ese debate, seguramente por su magnitud: que haya más de cien mil cuerpos sin identificar es algo sobrecogedor. Pero si entendiéramos realmente el significado de la memoria como una forma de nueva racionalidad que incorpora el sentido del tiempo, podríamos aplicarlo a cuestiones como el debate identitario de España. Por ejemplo, las declaraciones de Xavier García Albiol sobre el multiculturalismo como uno de los principales problemas de España y Europa.

¿Por qué cree que ha ocurrido esto en España?

Desgraciadamente, en España se ha construido una identidad  sacrificando el multiculturalismo. Por eso tiene una herida histórica tras expulsar violentamente a judíos y árabes. No nos hemos curado de esa herida porque construimos identidades desde la exclusión. Si tuviéramos sentido de la responsabilidad histórica, si no queremos seguir construyendo colectivos enfrentados, deberíamos repensar el papel de las identidades y ser mucho más sensibles a las diferencias culturales. Esto es un ejemplo de cómo la Memoria Histórica podría ayudar al debate. Con sentido de la memoria juzgaríamos de otro modo la propia cultura española, que actualmente es inseparable de la cultura franquista. El franquismo supuso el exilio de una clase intelectual de primer orden que fue sustituida por unos mandarines mediocres que tenían la sola virtud de ser franquistas. Ocuparon todo el espacio cultural (universitario, artístico, literario) y han sido nuestros maestros. Algunos cambiaron, pero sin reconocer su responsabilidad. Y nosotros les seguimos sin advertir que muchos de nuestros tics son producto de esa historia de ocupación violenta del mundo cultural.

¿Qué quiere decir que la memoria es una forma de nueva racionalidad que incorpora el sentido del tiempo?

¿Cuál es el concepto básico común de la política moderna? El progreso. ¿En qué se expresa el progreso? En la velocidad, en el tiempo. Estamos asistiendo a una aceleración del tiempo. El tiempo es oro, cada vez más. Se es tanto más competitivo cuanto menos tiempo se tarda en producir una mercancía. La circulación del dinero es más beneficiosa cuanto más rápidamente se produce. Esa aceleración del tiempo es producto del mito del progreso, que nos está llevando a una situación suicida. Cada época ha tenido su modelo de tiempo: la velocidad del caballo, del barco, del tren, del avión. Hay quien dice que la música de Beethoven representa la velocidad del tren, mientras que Mahler representa la del avión.

¿Y en qué velocidad estamos ahora?

Nosotros vivimos la velocidad de internet, que es a velocidad de la luz: nuestro ideal es la instantaneidad. Pero todo lo que ganamos en tiempo lo perdemos en experiencia. Sin tiempo hay vivencias instantáneas, que se agotan en sí mismas; como una droga, una vivencia sólo pide otra vivencia, sin relación con la anterior pero de mayor intensidad. Se puede ver ademas que hay una relación entre la velocidad y las muertes. Se calcula que han muerto en las carreteras muchas más personas que en las guerras. Mueren en el mundo un millón trescientos mil personas anualmente, pero los heridos graves son treinta o cuarenta millones. Hay estudios que indican que la reducción de la velocidad supondría una disminución fabulosa de los accidentes. El ser humano necesita tiempo y espacio, y la instantaneidad supone la negación de las condiciones de posibilidad de la existencia.

¿Cuál es el papel de la industria cultural en la memoria?

La industria cultural está interesada por todo menos por la memoria. Es una industria ligada al beneficio. Por ejemplo, las publicaciones académicas. Sea cual sea el idioma de grandes y pequeñas universidades, se difunden y se leen las mismas teorías (del inglés): sobre la justicia, el autor que protagoniza esa industria cultural es Rawls, un norteamericano cuya teoría de la justicia está construida sobre la idea de que hay que hacer abstracción de la injusticia. Y que si queremos saber qué es lo justo, no pensemos en que hay ricos y pobres, o en la desigualdad, sino que hagamos abstracción sobre cómo se han generado las injusticias. Así, la Universidad de Barranquilla, situada en una zona pobrísima de Colombia, está generando un tipo de ideas que impiden que piense sus propios problemas. Otro ejemplo de industria cultural sería la prensa periodística: cada día es un shock, una vivencia que al día siguiente no interesa, porque lo que interesa es el impacto, que por cierto también es el criterio de evaluación en la universidad. Así, habrían fracasado Kant, Hegel o Cervantes, porque su impacto en su tiempo fue nulo.

¿Cuáles son los fundamentos de una filosofía de la memoria que deban tenerse en cuenta en la elaboración de políticas de memoria?

Filosóficamente, la memoria se reduce a entender que no hay que confundir realidad y facticidad. Normalmente, pensamos que la realidad consiste en los hechos. Pero hay una parte oculta, que según Adorno era la historia del sufrimiento. O siguiendo a Benjamin: la realidad consiste en hechos (proyectos realizados) y no hechos (proyectos que fracasan). La memoria se toma muy en serio esta idea de realidad. Aristóteles escribe en su Política la poesía tiene más realidad que la historia, porque no sólo habla de hechos, sino de lo que podría ser posible. Al hacer visible la parte oculta de la realidad, podemos evitar volver a construir la historia sobre sobre las víctimas.

¿Qué futuro tiene la memoria?

Lo que puede venir es la memoria del ordenador, que no sabe olvidar y, por lo tanto, no es ninguna memoria. Las nuevas generaciones cuyo referente es internet pueden acercarse a la memoria como un arma crítica contra esa realidad. La pérdida de experiencia en favor de la vivencia nos inhabilita para captar el significado de la memoria. La memoria sólo puede existir sobre una educación consciente de su significado porque ya va a contrapelo de la historia. Su futuro dependerá del valor que ocupe en la educación y en la cultura.

NOTA: esta entrevista tuvo lugar el 24 de noviembre de 2015 en la Facultad de Comunicación de Sevilla en el marco de las I Jornadas Internacional en Memoria y Comunicación del grupo de investigación MyC. Fue Originalmente publicada por eldiario.es el día 28 de noviembre de 2015

Damon Horowitz: Filosofía en la prisión

Damon Horowitz, alguien que con ese nombre propio no podía ser sino filósofo, dignifica la profesión con esta maravillosa dramatización de una experiencia vital con uno de sus alumnos.

De tan sencilla, de tan humana, desconcierta y asombra, como sólo pueden hacerlo las cosas que mueven a la reflexión. Hoy, en el Día Mundial de la Filosofía, queremos compartir con vosotros este testimonio para constatar que la filosofía florece en cualquier parte, por oscura que sea, siempre que haya dos o más mentes dispuestas al diálogo:

http://https://youtu.be/cMXFiYhm79g

Pueden ponerse los subtítulos en castellano pinchando en la doble c que hay en la parte inferior derecha de la pantalla.

Antonio Campillo publica Tierra de nadie

El filósofo y sociólogo Antonio Campillo acaba de publicar un nuevo libro: Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global (Herder, Barcelona, 2015, 120 p.). Ha sido editado en la colección «Pensamiento», dirigida por Manuel Cruz. El autor ya publicó en esta misma colección su libro El concepto de lo político en la sociedad global (Herder, Barcelona, 2008).

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Antonio Campillo

Como se indica en la nota final de Tierra de nadie, esta obra tiene su origen en la conferencia “Tierra de nadie: filosofía y sociedad global”, con la que Antonio Campillo inauguró el I Congreso internacional de la Red española de Filosofía: “Los retos de la Filosofía en el siglo XXI”, celebrado del 3 al 5 de septiembre de 2014 en la Facultat de Filosofia i Ciències de l’Educaciò de la Universitat de València, y cuyo texto ha sido recogido en las Actas del Congreso.

La obra

En Tierra de nadie, el autor se plantea una doble pregunta: cómo pensar la sociedad global para conseguir que la Tierra siga siendo un hogar para todos y, de otro lado, cómo pensar en la sociedad global, es decir, de qué modo los cambios en el mundo globalizado afectan e interpelan a la propia actividad de pensar.

Para analizar esta relación de ida y vuelta entre la globalización y la filosofía, Antonio Campillo toma como hilo conductor el concepto tierra de nadie, en sus diversos usos y sentidos: la tierra sin dueño, los territorios arrebatados a los pueblos, la tierra disputada, las fronteras amuralladas y, por último, el patrimonio común de la humanidad. El autor propone que nuestro planeta sea reconocido como propiedad de nadie, pero patrimonio de todos.
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En cuanto a la filosofía, para Campillo se trata de una actividad cosmopoliética, pues su tarea consiste en pensar las diferencias y las articulaciones entre las tres grandes esferas de la experiencia humana: el mundo, el nosotros y el yo. En este sentido, es también una tierra de nadie, porque permite conectar entre sí la ciencia, la política y la ética, y porque todos los seres humanos pueden acceder a ella y ejercitarla libremente.

El autor

Antonio Campillo es catedrático de Filosofía y decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia, presidente de la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía y presidente de la Red española de Filosofía (REF). Es director de Daimon. Revista Internacional de Filosofía. Fue promotor y primer presidente de la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia (1995-1999) y del Foro Ciudadano de la Región de Murcia (2001-2007). Ha sido investigador visitante en el Centro Michel Foucault de París (1995) y en el Instituto de Filosofía del CSIC (2009-2010). Ha traducido y editado textos de Foucault y de Bataille. Ha coordinado y editado varios volúmenes colectivos.

Ha publicado una decena de libros en solitario: Adiós al progreso. Una meditación sobre la historia (Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 1985, 2ª ed. 1995), Diálogo de los mundos (1986), La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en el Renacimiento (1987, 2ª ed. 2008), La razón silenciosa. Una lectura de las Enéadas de Plotino (1990), La invención del sujeto (2001), Contra la Economía. Ensayos sobre Bataille (2001), El gran experimento. Ensayos sobre la sociedad global (2001), Variaciones de la vida humana. Una teoría de la historia (2001), El concepto de lo político en la sociedad global (2008) y El lugar del juicio. Seis testigos del siglo XX: Arendt, Canetti, Derrida, Espinosa, Hitchcock y Trías (2009). La obra Tierra de nadie (2015) es su undécimo libro.

Su web personal: http://webs.um.es/campillo

El declive de las humanidades en la enseñanza y la tiranía del utilitarismo

El declive de las humanidades en la enseñanza y la tiranía del utilitarismo

Jaime Fernández
Escritor y periodista

La nueva puntilla a la enseñanza de las humanidades y a la cultura clásica en la reforma educativa –y ya van siete en treinta años de democracia- diseñada por el gobierno español a favor de las materias denominadas con el horrible epíteto de “instrumentales” ha provocado las protestas de profesores e intelectuales. En esta ocasión las quejas se centran en la eliminación parcial de la Filosofía, que sólo será obligatoria en primero de Bachillerato, cuando hasta ahora estaba presente en la etapa de Secundaria y en el Bachillerato a través de tres asignaturas relacionadas, Filosofía, Valores Éticos e Historia de la Filosofía. La idea que subyace en esta reforma es que las humanidades no son útiles para la formación práctica del alumno, que son teóricas y el mercado de trabajo no está para teorías.
La desconfianza en las enseñanzas que no son técnicas ni tienen una utilidad visible e inmediata no es nueva, del mismo modo que la réplica a esa desconfianza ha provenido precisamente de la filosofía. Se remonta muchos siglos atrás. Fue un filósofo, Aristóteles, quien en su Política justifica sólo la utilidad en la educación en el sentido de que los conocimientos -como era el caso de la gramática- deben servir para facilitar la adquisición de otros muchos. En esencia, sostiene que las enseñanzas que se impartan a los jóvenes tienen que ser “cosas dignas de ocupar a un hombre libre, como cosas que son bellas” y no “como cosas útiles o necesarias”.

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Aristóteles

La gratuidad de la belleza discurre paralela a la gratuidad del conocimiento. Se equivoca aquel que espere de éste contrapartidas contantes y sonantes, como si se tratara de una caja registradora. La escuela desempeña la valiosa función de abrir la espita al caudal infinito del conocimiento que, como señaló Aristóteles, sirve para facilitar la adquisición de otros. En todo caso ésa sería su única contrapartida.
En un sentido parecido se pronunció otro filósofo, Hans-Georg Gadamer cuando descubrió en la expresión griega de paideía “algo de la ligereza y de la inocencia del juego infantil” cuyo tema característico es “lo bello” para referirse a aquello que “sin servir para algo, se ofrece a sí mismo de tal manera que nadie pregunta para qué sirve”. Según Gadamer este sentido de lo bello “comprende naturaleza y arte, costumbres, usos, actos y obras y todo lo que se comunica y todo lo que, en la medida que es compartido, pertenece a todos”.
Una explicación plausible al coincidente interés de los griegos por colocar lo bello a la cabeza de las cosas dignas de enseñarse a los jóvenes sería que, como comentó el poeta Joseph Brodsky, “el propósito de la evolución es la belleza, que sobrevive a todo y genera verdad simplemente por constituir una fusión de lo mental y sensual”. Puede afirmarse sin paliativos que la educación moderna ha traicionado su promesa de transmitir “lo bello”, al subordinar el conocimiento al utilitarismo, convirtiéndolo en un medio, en lugar de hacer de él un fin en sí mismo. No es del todo peregrina la hipótesis según la cual esa subordinación del conocimiento al utilitarismo habría conducido a la institución escolar al estancamiento.
Siempre preocupado por el sentido de la educación, y partiendo del recuerdo de su experiencia más bien desalentadora, el escritor Hermann Hesse pensaba que la verdadera formación “no es formación para un fin, sino que, como todo anhelo de perfección, tiene sentido por sí misma”, como el deseo de fuerza física, destreza o belleza. Por el contrario, constituye “una ampliación benefactora y vigorizante de nuestra conciencia, un enriquecimiento de nuestras posibilidades de vida y felicidad”. Es también “satisfacción y estímulo” y “estar de camino en lo infinito, resonar en el universo, convivir en lo atemporal”. Su fin “no es potenciar tal o cual capacidad, sino que nos ayuda a darle un sentido a la vida, a interpretar el pasado, a estar abiertos al futuro”.

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Herman Hesse

Ortega y Gasset propuso que la escuela no eduque para “la vida ya hecha, sino para la vida creadora”, de modo que la enseñanza elemental fomente la “vida primaria y espontánea del espíritu, que es idéntica hoy y hace diez mil años, que es preciso defender contra la mecanización que ella misma, al crear órganos y funciones específicas, acarrea”.
La obsesión por recargar los planes de estudios de materias que supuestamente han de ser útiles al estudiante cuando tenga que abandonar la escuela, representa para Ortega un atentado contra la idiosincrasia del niño, ya que mientras se suministran conocimientos al ciudadano del futuro, se olvida de atender al niño del presente. Pese a la buena voluntad de los adultos por llenar las mochilas de los escolares de conocimientos que se presumen útiles para el futuro, Ortega aventuraba que esta manía obedece a un prejuicio típicamente adulto “que juzga los actos de los niños suponiendo a éstos sumergidos en el mismo medio que el de ellos” y entiende la misma infancia como una “etapa enfermiza” y “defectuosa” que hay que reprimir en la medida de lo posible, cuando no sofocar. Esta concepción de la infancia no entiende que capacidad receptiva del niño es limitada “en volumen, calidad y tiempo”.

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Ortega y Gasset

Por ello, considera que el problema de la educación “es siempre un problema de eliminación”, y el problema de la educación elemental, “un problema de la educación esencial”. De ahí su oposición a que se enseñe tanto El Quijote en las escuelas -una obra demasiado compleja para la mentalidad infantil y no porque fuera escrita en el siglo XVII, como argüía un pedagogo de la época- como los periódicos que, según Ortega, no son “la expresión de la vida, sino sólo de la faz que hoy tiene la vida”.
Contra la pedagogía vanguardista de su tiempo, alegó que sólo se ocupaba de adaptar nuestra vitalidad al medio, sin ocuparse de ella. En este sentido, proponía una educación que, en vez de adaptar el hombre al medio, adapte el medio al hombre. “En lugar de apresurarse a convertirnos en instrumentos eficaces para tales o cuales formas transitorias de civilización, debe fomentar con desinterés y sin prejuicios el tono vital primigenio de nuestra personalidad”. De ahí que, frente a la primacía de los hechos, con su carga de utilidad y evidencia incontestable, abogase por la enseñanza de los mitos que provoquen en los niños “sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas”.
En términos similares, Walter Benjamin aseveró que el poder inmediato de la creación, del que es portador el alumno, se ve anulado por la orientación hacia fines profesionales que, desde un principio, se pretende dar a los estudiantes.“La misteriosa tiranía de la idea de la profesión es la más profunda de estas falsificaciones (…) Desde que la vida de los estudiantes está sometida a la idea de utilidad y de profesión, semejante idea excluye la ciencia, porque no se trata de consagrarse a un saber que aleja del camino de la seguridad burguesa”.
También John Dewey abundaba en esta idea subrayando que la concepción excesivamente utilitarista de la educación induce a olvidar que el proceso educativo no tiene un fin más allá de sí mismo y que es un error percibir el crecimiento “como teniendo un fin, en vez de ser un fin” y “asignar importancia a la preparación para las necesidades futuras”, eludiendo de esta manera hacer de ella “la fuente principal del esfuerzo presente”. A juicio de Dewey, “si la educación es crecimiento tiene que comprender progresivamente las posibilidades presentes y hacer así a los individuos más aptos para satisfacer los requerimientos ulteriores”.
En 1952 Albert Einstein afirmaba que “la insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura fundada en la utilización inmediata matan el espíritu en que se asienta toda la vida cultural, incluido el conocimiento especializado”.
Testigo del declive de las humanidades, y en particular de la enseñanza de la Filosofía en los planes de estudio, el filósofo Emilio Lledó denuncia una “tendencia pragmatoide” en unos planificadores obsesionados con lo inmediato. Lledó reitera que la desaparición de la enseñanza de la filosofía equivale a “la muerte de la riqueza más grande un país, que es la cultura, porque ahí residen su libertad”. Entre los atributos que otorga a esta materia destaca el que “nos obliga a pensar sobre la lengua, sobre el bien, sobre la justicia, sobre lo que somos, sobre la verdad”. Además, desde los griegos, “los filósofos siempre han sido la conciencia crítica de una época”. soluciones-emilio-lledo-ok
No toda la responsabilidad del declive de las humanidades en la educación escolar recae sobre los encargados de planificar la enseñanza. Hay también una mentalidad en las familias que apunta en la misma dirección y que los propios alumnos se limitan a trasladar a la institución escolar.
Parece que esta mentalidad se ha convertido en el único medio de coacción para que los alumnos se interesen por el estudio, aunque, a la vista de los resultados, haya que dudar de su eficacia. Es posible que limitando la razón última del estudio y del conocimiento al utilitarismo chato, la escuela sobreviva como lo ha hecho hasta ahora, pero en unas condiciones precarias. Finalmente, el tecnocrático lema “menos latín y más eficiencia” ha relevado al brutal “menos latín y más deporte” jaleado por el ministro franquista.
En la escuela concebida como un supermercado de especializaciones profesionales hablar de Homero, de Platón, de Cervantes, Shakespeare, Kant, Bach, Mozart o Velázquez es casi superfluo. El conocimiento ya ni siquiera tiene el sentido meramente decorativo que se le daba en la vieja escuela.
Los planes de estudio han derivado en una especie de recipiente gigantesco en el que los planificadores se disponen a arrojar sin orden ni concierto todos los utillajes que, según creen, han de servirle al niño en el futuro, cuando deje de serlo, y que, los alumnos, a su vez, se vean degradados a la vejatoria condición de sacos de conocimientos sin fondo.
Hace unos años, en un diálogo con George Steiner, Cécile Ladjali, profesora de un conflictivo liceo de un suburbio parisino, reconocía que cuando pensaba en los demenciales programas que tenía que enseñar en primero de Bachillerato, se acordaba de su época de estudiante en el instituto, donde el listón no estaba tan alto. Ahora estaba obligada a inculcar a sus alumnos nociones que ella estudió en las oposiciones para profesora. No hay que extrañarse que ese demencial nivel de exigencia conviva con una creciente incapacidad de los alumnos para expresarse. Photo_Ludovic-Lai_-Yu--Cecile-L_32                 Cécile Ladjali
El hecho de que los escolares acaben la enseñanza básica sin dominar las reglas académicas más elementales, que sus antepasados a su edad dominaban perfectamente -lo que era el orgullo de todos-, confirma la falta de realismo y de sentido común de los planificadores, así como sus absurdas pretensiones, que les induce a creer que porque engorden mucho los programas escolares con materias meramente utilitarias los alumnos van a asimilarlos automáticamente, como si fueran máquinas.
La subordinación del carácter elemental de la enseñanza infantil al pretencioso e hiperracionalista propósito de suministrar al niño enseñanzas “instrumentales” hace que los estudiantes abandonen la escuela con un caos mental del que la única forma que tienen de liberarse es, como intuyó el ilustrado Lichtenberg, olvidando lo que aprendieron para aprenderlo de nuevo, si es que tienen la oportunidad y el suficiente humor para ello.
En el nuevo escenario la escuela tiene que hacer lo que ha venido haciendo desde siempre con mayor o menor fortuna (aunque a algunos no les guste y tachen de anticuado este propósito): “enseñar cómo es el mundo”, su pasado y su presente, preservando la atmósfera de intimidad que requiere la enseñanza y el aprendizaje y procurando mantener bien definidas sus diferencias con los medios extraescolares, en primer lugar ante los propios alumnos y luego ante la familia. No son pocas las dificultades con que se encuentra un profesor a la hora de cumplir esta aparentemente sencilla labor en una sociedad atrapada en un presentismo avasallador y presionada por las innovaciones tecnológicas y la voracidad consumista.
En un sistema educativo saturado de conocimientos variados pero no ligados por un hilo conductor, ni el profesor ni el alumno están predispuestos para asumir un método educativo basado en una relación dialéctica y viva. Aquél tiene que cumplir con su cometido de agotar a lo largo del curso el programa de la materia que imparte y éste, si quiere pasar al curso siguiente, debe acomodarse al ritmo que le marca el profesor.
Sin embargo, como mejor entiende y retiene el niño una enseñanza es mediante la narración y el lenguaje en el que se expresa. El discurso narrativo del profesor debe obrar el milagro de atrapar al alumno-oyente, estimulando su atención y curiosidad. Mientras escucha al maestro, el estudiante sólo atiende a la narración, pero al mismo tiempo, y sin que se dé cuenta de ello, está entablando una relación viva con aquél.
Por su parte, el profesor se sentirá estimulado por el auditorio e insuflará nueva vida a las enseñanzas que debe impartir curso tras curso, ahuyentando así la inercia a que se presta la repetición de las enseñanzas a las sucesivas hornadas de alumnos. La atención que preste el escolar dotará de individualidad a sus enseñanzas y él mismo adquirirá a los ojos de éstos una identidad diferenciada, que se fijará probablemente para siempre en la memoria de sus atentos oyentes. Pero, por regla general, se sigue el camino contrario al de la narración y, bien por comodidad, por incuria o impericia, se tiende a atiborrar al estudiante de datos, cifras, esquemas, definiciones y conceptos aislados de su contexto, que sólo sirven para facilitar su aprendizaje memorístico, no así su comprensión.

Este artículo fue publicado originariamente por Jaime Fernández en: