El éxito que Bayle reconoció a Géraud de Cordemoy (1626-1684) nada tuvo de concesión gratuita. El modelo de explicación de la conducta humana y animal aportado en el Discurso del método logró levantar una verdadera polvareda de debates en la que participó Cordemoy con la obra que ahora publicamos. Acreditado y reconocido cartesiano, su actividad discurrió al margen de las instituciones académicas oficiales y próxima a los círculos y salones que acogían con agrado y sin servidumbres la discusión del pensamiento de Descartes y de las nuevas orientaciones de las ciencias y de la filosofía.
En las obras principales de Descartes y en su correspondencia, el estudio del lenguaje tuvo sus diversos momentos y formas; en unos casos se marcan las limitaciones de algunas conductas y se caracteriza el lenguaje humano como contrapuesto al lenguaje animal, en otros se expone su teoría sobre los signos y se destaca la no conformidad de los signos con los pensamientos que por institución están unidos a ellos o bien se nos advierte de la presencia del juicio donde pensamos que solo disponemos del testimonio sensorial.
Cordemoy asume este análisis y destaca «la gran inclinación» que le lleva a creer que los cuerpos que percibe, semejantes al suyo, poseen un espíritu. Pero, hecho esto, abre una pregunta: ¿qué valor se debe otorgar a esta creencia? La exposición de una teoría de los signos constituirá la vía de acceso a la respuesta y el nervio de este discurso.
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