El Laboratorio conversa con Yayo Herrero

Yayo Herrero es antropóloga, educadora social e ingeniera técnica agrícola. Presidenta del Foro Transiciones. El Laboratorio conversa con ella para abrir el primer debate de nuestro Foro: «La pandemia, un episodio del antropoceno».

Yayo, muchas gracias por dedicarnos este tiempo para compartir algunas reflexiones ahora que echamos a andar El Laboratorio. Antes de nada, ¿crees que es acertado hablar de la pandemia como un episodio del Antropoceno?

Sí. La comunidad científica venía tiempo alertando de que hay muchos más brotes epidémicos de los que había hace unas décadas. En la raíz del problema se encuentra la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, consecuencias de la sociedad industrializada y la globalización que hace que los agentes patógenos se propaguen a una enorme velocidad. La naturaleza y la biodiversidad suponían sistemas de protección integrada. Cumplen muchísimas funciones y protegen la vida en su conjunto, manteniendo las condiciones físicas, químicas y biológicas que reducen la carga vírica, para que los riesgos de la zoonosis (transmisión de virus y patógenos desde los animales a las personas) sean menos probables. En el Antropoceno –o capitaloceno–, la alteración de este equilibrio dinámico destruye este seguro de vida para la vida.

¿Qué escenarios crees que se abren ante sociedades sobredesarrolladas como las nuestras tras el parón de estos meses?

Se abre un escenario que agudiza las tensiones y contradicciones que se vienen produciendo durante las últimas décadas. Por un lado, el poder económico y una buena parte del poder político intentan desesperadamente volver a poner en marcha la economía que se ha frenado bruscamente y, para ello, tratan de reproducir lógicas anteriores, que son las que están en el origen del problema: más crecimiento, más músculo financiero, más consumo. Esto supone provocar un efecto rebote en la contaminación, emisiones de gases de efecto invernadero e impulso extractivista.

En segundo lugar, nos encontramos ante una posible profundización de las desigualdades y de la precariedad estructural en las que ya vivíamos previamente al virus. Desigualdades de clase, de género, por la procedencia o la etnia, por edad, en función de la diversidad funcional y a causa del especismo. El sufrimiento de muchos seres vivos –y entre ellos los humanos– es ya es intolerable.

Por último, estamos viviendo una enorme polarización social. Las medidas sociales aprobadas por nuestro gobierno, aunque insuficientes, han provocado una verdadera revuelta de las élites y la ofensiva política y mediática –también en cierto modo judicial, con tintes de lawfare– evidencian hasta qué punto van a intentar hacer todo lo que sea preciso para garantizar y blindar sus privilegios en un marco económico que colapsa. En el otro polo, hemos vivido unos días de importante rearme comunitario en el que la visibilización de trabajo ocultos y la valoración de los servicios públicos ocupan la centralidad de muchos análisis. Es un pequeño minuto de lucidez. Hacia dónde evolucionen las cosas tendrá mucho que ver con el tipo de movimiento de disputa de hegemonía cultural y política que seamos capaces de conseguir.

¿Qué podemos aprender de las enseñanzas del ecofeminismo para atravesar la crisis que va a seguir y reconstruir el futuro?

Creo que mucho. Reconocernos como naturaleza y seres ecodependientes y ser conscientes de nuestra vulnerabilidad y de la imposibilidad de mantener la vida en solitario es el paso previo para reconstruir otra forma de vivir. Queramos o no queramos, la humanidad vivirá con menos energía y menos minerales, y además lo hará en medio de un cambio climático y de la pérdida de biodiversidad. Prepararnos para lo que viene, requiere anticipación, y asumir estilos de vida guiados por tres principios: el de suficiencia, el del reparto (de la riqueza y de las obligaciones que comporta tener cuerpo y ser especie) y el del cuidado y lo común como guía orientadora de la política. La palabra clave es comunidad. En reinventar nuevas formas de organizarnos colectivamente bajo esos tres principios, nos va la supervivencia digna.

A principios de mayo interviniste por videoconferencia, claro en el Parlamento Europeo como presidenta de Foro Transiciones. ¿Cuáles son tus impresiones, cómo ves ese futuro cercano en Europa?

La intervención de Sassoli, el Presidente del Parlamento Europeo fue significativa. Hizo un discurso basado en la épica: Europa como atalaya y baluarte del bienestar, todos unidos contra el virus enemigo, hoy volcados en proteger el estilo de vida europeo, más crecimiento, más desarrollo…El día de marras, la mayor parte de los discursos fueron, en mi opinión, muy autocomplacientes.

La Unión Europea bajo el discurso de los Derechos Humanos practica políticas depredadoras de la naturaleza y precarizadora de las personas. Por no hablar de la cuestión migratoria, en la que las políticas, en mi opinión, son menos provocadoras y folklóricas, pero tan duras como las que defienden los grupos xenófobos y populistas de ultraderecha. No creo, sinceramente, que la política de la Unión Europea esté ni mucho menos encaminada a lo que necesitamos. Eso no significa, obviamente, que no haya grupos europarlamentarios que estén intentando trabajar y visibilizar estas cuestiones.

Vamos a echar a andar este laboratorio filosófico para tratar de pensar juntas la complejidad del mundo en que vivimos, y no queremos dejar pasar la ocasión para que nos digas qué elementos consideras que no nos pueden faltar para pensar las transiciones hacia un mundo más igualitario y que deje de minar sus propias condiciones de existencia.

Sugeriría tres asuntos. El primero colocar la vida en el centro de la reflexión y de la experiencia. Me refiero a recuperar racional y afectivamente la consciencia de ecodependencia e interdependencia. El segundo sería el trabajo en torno a la cultura de la suficiencia, el reparto y el cuidado. Y el tercero será trabajar en torno al alumbramiento de utopías cotidianas. Tenemos un exceso de distopía. La distopía es necesaria pero podemos llegar a normalizarla y entonces se convierte en una visión conservadora. Necesitamos trabajar para crear horizontes de deseo que puedan ser compatibles con las condiciones materiales que pueden hacerlos factibles. El papel de la educación, la cultura, la autoorganización y la puesta en marcha de laboratorios de experiencias son fundamentales para poder vislumbrarlos.

Ha sido un placer, Yayo, muchas gracias y seguimos. Está claro que queda mucho por hacer.