¿Por qué un laboratorio filosófico?

Antonio Campillo es filósofo, sociólogo y escritor. Catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia, ex presidente de la Red española de Filosofía (REF) y miembro del equipo editorial del Laboratorio. En este artículo explica las razones por las que hemos puesto en marcha este Laboratorio Filosófico sobre la Pandemia y el Antropoceno.

Un laboratorio, según el DRAE, es un «lugar dotado de los medios necesarios para realizar investigaciones, experimentos y trabajos de carácter científico o técnico». Hay también «laboratorios clínicos» para analizar muestras biológicas y «laboratorios de idiomas» para aprender lenguas extranjeras. La pandemia de Covid-19 ha revelado la importancia de los laboratorios científicos y clínicos para investigar el comportamiento del virus SARS-Cov-2, diseñar vacunas y antivirales, y hacer pruebas a la población.

Pero el término latino laboratorium se acuñó en la Edad Media con un significado mucho más amplio, para referirse a cualquier lugar (-arium) donde un agente (-tor) realiza una actividad (labora). Un laboratorio es un taller donde una persona labora o donde varias colaboran en una tarea. Este antiguo significado se mantiene todavía hoy en la lengua italiana. El diccionario Treccani, junto a la limitada definición de la DRAE, recoge esta otra: «Cualquier local o conjunto de locales donde varias personas se dedican a los trabajos de un arte u oficio: l. de sastrería, l. artesano, l. de ebanistería, etc.».

Merece la pena rescatar este uso más amplio del término para reivindicar la importancia del trabajo artesano. Como ha mostrado Richard Sennett en El artesano, hay una gran diversidad de tareas (cocina, costura, crianza, cuidados sanitarios, albañilería, carpintería, horticultura, música, diseño, escritura, etc.), en los que se combina la habilidad técnica y la sensibilidad estética, el saber material y la preocupación por los otros, y en los que se condensa una experiencia colectiva transmitida durante generaciones.

Pero, ¿por qué un laboratorio filosófico? Ante todo, para mostrar que el pensamiento no es una actividad solitaria sino una labor cooperativa que requiere el debate con otros, el aprendizaje mutuo y la hibridación entre los saberes. El término griego «filosofía» suele traducirse como amor al saber, pero este no puede darse sin el saber del amor. Los antiguos griegos descubrieron que hay una relación muy estrecha entre la pasión por la verdad y el cultivo de la amistad. Por eso se reunían en plazas, pórticos y jardines, unos lugares de encuentro y de debate que fueron los primeros laboratorios filosóficos.

Además, la filosofía es una actividad artesana porque trata de crear una obra bien hecha. Trabaja con las palabras, ideas, creencias, etc., de las que nos servimos para dar cuenta del mundo, del nosotros y del propio yo. El trabajo filosófico comienza realizando un riguroso análisis desconstructivo de todas esas palabras con las que se construyen y legitiman las formas dominantes de organización de la vida. Pero esa labor critica tiene como objetivo último acuñar nuevos conceptos con los que componer nuevos mapas conceptuales, nuevas maneras de comprender el mundo y orientarnos en él.

Queda por mencionar la tercera razón para crear un laboratorio filosófico. El DREA ofrece una segunda definición de laboratorio: «Realidad en la cual se experimenta o se elabora algo». A veces, es nuestra realidad circundante la que se convierte en un laboratorio abierto, donde tiene lugar un experimento a gran escala, no diseñado ni controlado por nadie. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo en nuestro planeta desde que terminó la Segunda Guerra Mundial y se inició lo que Paul Crutzen, Will Steffen y otros científicos han llamado la «gran aceleración» del Antropoceno: como ya apuntó Vladimir Vernadsky, los humanos nos hemos convertido en una «fuerza geológica» y en apenas siete décadas hemos alterado y degradado profundamente todos los procesos naturales que hasta ahora habían hecho posible nuestra vida sobre la Tierra.

En 2020 ha estallado la primera pandemia global de la historia. Ignacio Ramonet la ha calificado como un «hecho social total», retomando la expresión con la que Marcel Mauss describió la práctica del «don» como fundamento último de la vida social. Pero esta pandemia, lejos de confirmar los sólidos fundamentos del capitalismo dominante, ha revelado su extrema fragilidad. Además, ha evidenciado que la destrucción ecocida de los ecosistemas terrestres no sólo está provocando la aparición de nuevas enfermedades infecciosas sino que también puede conducir al genocidio de una parte de la humanidad.

Esta pandemia es un «gran experimento ecosocial» que está poniendo a prueba todas las esferas y escalas de la vida humana. En 2001 publiqué un librito titulado precisamente así, El gran experimento. Lo que está sucediendo ahora es sólo un preludio del colapso civilizatorio al que nos conducen el cambio climático, la reducción de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos y la contaminación de los suelos, las aguas y el aire.

En resumen, la pandemia de Covid-19 es un episodio más de la «gran aceleración» en la que los humanos estamos poniendo en riesgo nuestro propio destino. Por eso, un grupo de filósofas y filósofos hemos decidido crear un Laboratorio Filosófico sobre la Pandemia y el Antropoceno, para analizar el gran experimento ecosocial en el que estamos comprometidos y para construir mapas que nos permitan cambiar de rumbo.