El Laboratorio conversa con Maria del Mar García-Calvente

Doctora en Medicina y Especialista en Salud Pública y en Pediatría, trabajo como profesora
en la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) (Granada) desde 1990, con funciones de
docencia, investigación y consultoría nacional e internacional. Actualmente dirijo el
Diploma de Especialización en Género y Salud (título propio por la Universidad de Granada)
y coordino la Red Andaluza de Salud Sexual y Reproductiva. He participado en proyectos de cooperación internacional en diversos países, especialmente en El Salvador, donde fui durante un año profesora asociada en el Departamento de Salud Pública de la Universidad José Simeón Cañas (UCA). También en
Paraguay, Nicaragua, Brasil y Chile. Soy consultora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en temas de Género y Salud, y he participado como experta en diversos paneles y reuniones organizadas por la Unidad de Género de OPS (Washington DC).

María del Mar, te agradecemos enormemente tu participación en El Laboratorio. En primer lugar, cabría preguntarte, ¿existen diferencias de género en relación con la salud en el marco de la actual pandemia? ¿Cuáles destacarías?

A estas alturas no cabe duda de que esta pandemia -y las crisis derivadas- necesita ser abordada teniendo en cuenta el enfoque de género. Diversos organismos internacionales, como Naciones Unidas, y grupos científicos de prestigio advierten de la manera diferente en que los brotes de enfermedades infecciosas afectan a mujeres y hombres, y de que las epidemias aumentan las desigualdades de género preexistentes. Sin embargo, uno de los obstáculos con los que chocamos cuando queremos analizar el diferente modo en el que esta pandemia está afectando a mujeres y a hombres es la dificultad para obtener datos desagregados por sexo, que son escasos e inconstantes.

Con los datos disponibles a partir de los informes publicados por el Ministerio de Sanidad en España, podemos detectar algunas diferencias: las mujeres superan a los hombres en número de casos diagnosticados de COVID-19 (52% y 47% respectivamente), su edad media es ligeramente mayor, y presentan diferencias significativas en el tipo de síntomas, tasa de hospitalización, admisión en UCIs y letalidad (mayor mortalidad entre los hombres). Algunas de estas diferencias se podrían explicar mediante factores relacionados con la biología (por ejemplo, se han manejado hipótesis sobre diferencias en las respuestas inmunológicas a las infecciones entre ambos sexos). Sin embargo, también hay que tener en cuenta las diferencias, más bien las desigualdades, debidas al género, sobre todo a los roles asignados socialmente a mujeres y hombres. Entre los casos de COVID-19 predominan las mujeres que han tenido un contacto estrecho con otros pacientes infectados o que trabajan en centros sanitarios o sociosanitarios: el 78% del personal sanitario o sociosanitario diagnosticado de COVID-19 son mujeres. Esta mayor exposición de las mujeres al contagio está mediatizada por uno de los principales determinantes de las desigualdades de género en salud: los cuidados. Y no hay que olvidar, que la inmensa mayoría de las personas cuidadoras no remuneradas, aquellas que cuidan a personas dependientes o enfermas en sus casas sin recibir retribución alguna, son también mujeres.

¿Son más evidentes esas diferencias si las contemplamos a escala global?

Si miramos a otros entornos más desfavorecidos que el nuestro, sabemos que existen grandes desigualdades de género que afectan a la salud de las mujeres en regiones o países empobrecidos. La Organización Mundial de la Salud ha alertado sobre las dificultades que está añadiendo la situación de pandemia a la ya precaria atención al embarazo y al parto en determinados países (de América Latina o África, por ejemplo), poniendo mayores obstáculos a la accesibilidad a los servicios de atención perinatal, y esto significa más muertes de mujeres en edad fértil que serían totalmente evitables. Igualmente, se ha alertado acerca del aumento de casos de mutilación genital femenina o de embarazos no deseados en niñas y adolescentes. Sin olvidar la situación extremadamente difícil y peligrosa en la que se encuentran las mujeres víctimas de violencia de género (también en nuestro entorno), que tienen que convivir con sus agresores en un contexto de confinamiento, de limitación de la movilidad, de reducción de contactos sociales y de mayor dificultad de acceso a los servicios de ayuda.

¿Dirías que hay un sesgo de género en la forma en la que organizamos nuestros sistemas de salud? Y si lo hay, ¿qué diferencias y similitudes destacarías a nivel global?

Por supuesto, el género es una categoría que no sólo afecta a nuestra identidad o a nuestras relaciones privadas, sino que el género está “institucionalmente estructurado”. Esto significa que nuestras instituciones están atravesadas por las mismas desigualdades de género que afectan a toda la sociedad. Y esto obviamente afecta también a los sistemas de salud. Por ejemplo, el tipo de financiación de los sistemas de salud es importante para la equidad de género: en sistemas de salud no solidarios (es decir, los basados en el pago directo por servicios o el aseguramiento privado), las mujeres pagan más por los servicios de salud. Incluso en nuestro país, que goza de un sistema público de salud de calidad, hay un mayor porcentaje de mujeres que de hombres que declaran dificultades de acceso a determinados servicios sanitarios por motivos económicos (por ejemplo, a servicios de salud dental o salud mental).

Y también hay que hablar de los sesgos de género en la atención sanitaria, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento. El caso de las enfermedades cardiovasculares es de sobra conocido, pero no es ni mucho menos el único. Tanto las enfermedades como sus tratamientos se han estudiado tradicionalmente en grupos formados exclusiva o mayoritariamente por hombres, y este sesgo androcéntrico de la ciencia médica supone que sabemos mucho menos sobre cómo se manifiesta y evoluciona una determinada enfermedad (hablando en términos generales) en las mujeres, así como existen todavía muchas lagunas sobre la eficacia y seguridad de multitud de medicamentos en las mujeres. Esperemos que en el caso de los tratamientos y de las vacunas frente a la Covid-19 no se cometan estos mismos errores.

¿Dirías que podemos ver en ciertas actitudes hacia la pandemia un cierto sesgo de género? Quiero decir, ¿están influidas por una determinada concepción de la masculinidad las respuestas que han adoptado ante la pandemia mandatarios como Trump, Putin o el mejicano López Obrador?

La llamada “masculinidad hegemónica” o tradicional, esto es, la que dicta que los hombres tienen que ser fuertes, asumir riesgos y afrontar la vida desde una posición de prepotencia, es sin duda un factor de riesgo para la salud. Es peligrosa para la salud de las mujeres (por ejemplo, a través de actitudes violentas), pero también para la de los propios hombres. Se sabe que este tipo de masculinidad implica menor utilización de servicios sanitarios por parte de los hombres que la practican, así como un menor cuidado de la propia salud. Durante esta pandemia se han detectado actitudes de rechazo a medidas preventivas como las mascarillas, relacionadas con este tipo de masculinidades, incluso se ha llegado a utilizar el término “maskulinity”. La relación de estas actitudes y comportamientos con una mayor mortalidad por COVID-19 en hombres, por ejemplo, sería un aspecto importante a investigar.

Se habla del derecho universal a la salud, ¿qué te parecen propuestas como la de planetary health, promovida desde The Lancet, o la de one health, apoyada por la Organización Mundial de Salud Animal?

Esta pandemia está poniendo de manifiesto la necesidad de una visión global de la salud: o nos salvamos todas y todos, o no nos salvamos. El coste de un acceso tan desequilibrado a la salud como el que existe actualmente en el mundo es una brecha brutal de desigualdad, y esto no nos lo podemos permitir como género humano en el siglo XXI.

También la pandemia ha hecho muy evidente que la salud no se juega solamente en unos buenos hospitales, los determinantes de la salud son sociales y globales, e implican una buena salud de nuestro entorno. Esta perspectiva más ecológica de la salud es la que ponen en valor estas iniciativas.

Para terminar, ¿cuáles son en tu opinión las principales enseñanzas en relación con la salud, la salud global y el género que podemos extraer de la actual pandemia?

Esta pandemia nos está enseñando muchas cosas valiosas de las que deberíamos aprender. La primera de ellas es que somos vulnerables, que un fenómeno como el que estamos viviendo afecta a todo el mundo y que no estábamos suficientemente preparados.

Destacaría también que no todos ni todas tenemos las mismas oportunidades para mantener nuestro nivel de salud. Estamos viendo cómo el hacinamiento en la vivienda, el trabajo precario, la pobreza, los estilos de vida menos saludables…son determinantes sociales de la salud importantísimos. El género es sin duda uno de estos determinantes sociales de la salud, y deberíamos atenderlo también en esta pandemia.

Las soluciones tendrán que ser también globales. Hemos visto cómo se han hecho grandes inversiones y esfuerzos en investigación sobre la COVId-19, mediante la cooperación entre grupos científicos, instituciones y países diferentes. Y estos esfuerzos están dando grandes resultados. Pero también existe el riesgo real de que los logros obtenidos (por ejemplo, en producción de vacunas) no se distribuyan de manera equitativa y que esto aumente aún más las brechas de desigualdad existentes en el mundo.

Esperemos que seamos capaces de aprender de la situación que estamos viviendo para progresar hacia una mayor equidad en salud.

María del Mar, muchas gracias por conceder esta entrevista a El Laboratorio.