Fernando Broncano es doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca y catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Su campo de trabajo es la racionalidad en sus diferentes aspectos: teóricos, epistémicos y prácticos. Comenzó ocupándose de la racionalidad en la ciencia, tanto en su dimensión cognitiva como en el funcionamiento de las comunidades científicas. Esto le llevó a problemas más generales de filosofía de la mente: racionalidad limitada, racionalidad colectiva, racionalidad y emociones. En cuanto a la racionalidad práctica, se ha ocupado de la filosofía de la técnica: habilidades, planes, capacidad de diseño colectivo, etc. Mantiene una actitud militante contra la división entre la cultura científica y la humanística. Considera que la experiencia establece la escala de toda actividad humana. Entre sus libros: Mundos artificiales (2000); Saber en condiciones (2003); Entre ingenieros y ciudadanos (2006); La melancolía del ciborg (2009); La estrategia del simbionte (2012); Sujetos en la niebla (2013); Russell, conocimiento y felicidad (2015); Racionalidad, acción y opacidad. Sujetos vulnerables en tierras libres (2017); Cultura es nombre de derrota. Cultura y poder en los espacios intermedios (2018); Puntos Ciegos. Ignorancia pública y conocimiento privado (2019); Espacios de intimidad y cultura material (2020); Conocimiento expropiado. Epistemología política para una democracia radical (2020).
Formas de negacionismo
El negacionismo se caracteriza habitualmente como una ignorancia voluntaria de todos aquellos hechos o posibilidades que, de conocerlos, obligarían a cambiar de actitud o al menos a sufrir alguna forma de disonancia cognitiva. El sociólogo Stanley Cohen estudió en su libro States of denial. Knowing about Atrocities and Suffering (Polity Press, 2000) los esfuerzos de los gobiernos para no enterarse de las violencias reales que se cometen bajo sus órdenes como, por ejemplo, las torturas o los sufrimientos que producen en la práctica sus órdenes ejecutivas redactadas en un lenguaje neutral. Cuando el negacionismo se convierte en un hábito de los Estados o de las sociedades, se instala en su misma fábrica un fallo sistémico que cabe definir como vicio público epistemológico, que tiene graves consecuencias políticas y morales.
Se produce el negacionismo en diversas escalas y con diferentes grados de perversidad. En un nivel micro, personal, psicológico, la ignorancia voluntaria y la insensibilidad inducida pueden ser en ocasiones un recurso necesario. Así, los estudiantes de medicina que tienen que realizar prácticas con cadáveres, hacen bien en acorcharse y no querer hacerse preguntas sobre la vida pasada de ese cuerpo. Más tarde, en su práctica diaria, tendrán que negociar su empatía para no ser absorbidos por una vorágine de sentimientos que impida su ejercicio profesional. Este no querer saber aquello que no concierne a la tarea inmediata, ocasionalmente es una muestra de capacidad de atención a lo que importa. Es un negacionismo inocuo. Pero es ocasional, relativo a planes de acción o investigación, y sumamente peligroso cuando se convierte en una actitud ante la vida.
El negacionismo se convierte en vicio epistémico cuando produce ignorancia estructural de aquello que tendría que ser sabido. Las modalidades en las que se presenta son muy variadas, aunque es posible seleccionar entre ellas algunas especialmente dañinas. El no querer saber suele ser el mecanismo epistémico más importante que sostiene la injusticia y las situaciones de opresión, explotación y exclusión. Una primera modalidad que da forma y estructura a las sociedades es la ignorancia de las experiencias de sufrimiento de quienes están en una situación social subordinada. Los grupos privilegiados y dominantes emplean una panoplia de armas y armaduras que tienen por objeto impedir que les afecte la experiencia de quienes sufren sus decisiones políticas y empresariales.
Hay diseños institucionales cuya principal función es la de producir ignorancia. Pensemos, por citar un caso, en la barroca burocracia que generan las administraciones en lo que respecta al contacto con los ciudadanos en múltiples aspectos de su vida cotidiana: está organizada en apariencia para ser neutral, pero en realidad lo está para que las experiencias concretas de daño no puedan ser siquiera enunciadas, algo que de ser representado como tal en los papeles, construiría un retrato monstruoso de la sociedad. Desde la falta de casillas donde explicar la situación personal y las fórmulas lingüísticas meliorativas que ocultan la descripción de la experiencia, a los tiempos largos de los procedimientos, una gran parte del sistema de contacto de la administración de los Estados y las empresas con los ciudadanos está diseñado para producir ignorancia de su situación real.
Muchas formas de negacionismo se encuentran en el corazón de los instrumentos epistémicos de los aparatos administrativos, pues los Estados, las empresas y las instituciones de todo tipo son también proyectos epistémicos. Así, por ejemplo, los sistemas de indicadores y estadísticas que forman la columna vertebral epistémica de las administraciones, seleccionan la información que llega y la que están dispuestos a asumir quienes controlan esas instituciones. Una empresa eléctrica, pongamos por caso, estará muy interesada en conocer la tasa de impagos que se da en un barrio, pero no los daños que causa un corte de energía eléctrica a una familia sin recursos. En la medida en que sea posible, la administración tenderá a sustituir el contacto directo con los ciudadanos a través de personas y funcionarios especializados, por máquinas automáticas que den respuestas pautadas e impidan cualquier otro tipo de pregunta que no sean las FAQ, es decir, las únicas preguntas que la administración está dispuesta a responder.
La forma más dañina de negacionismo estructural es la que se esconde bajo la neutralidad de las leyes y medidas que organizan la vida. Se disfraza de economía cooperativa la extensión de plataformas digitalizadas cuya consecuencia primera es convertir a los trabajadores en presuntos autónomos sin derechos y sin obligaciones empresariales. Se instituye un lenguaje de eficiencia en lo que no es sino expropiación de los servicios públicos en contratas a grandes monopolios empresariales especializados en dar peores servicios, con mayor explotación de sus trabajadores y mecanismos de exclusión que los Estados no podrían adoptar por sus obligaciones legales. Se estipulan leyes de organización del suelo que, bajo la promesa de futuros brillantes de desarrollo, hacen caso omiso de los informes que anticipan la degradación del suelo y del subsuelo, la destrucción del paisaje y de la variedad biológica, y la exclusión de las formas de vida ancestrales que mantenían formas de equilibrio ecológico necesario.
Así, por ejemplo, se constituye todo un aparato ideológico llamado Cuarta Revolución Industrial que convence a ciudadanos e instituciones de la imposibilidad de alternativas tecnológicas que no sean las de la automatización masiva de las decisiones, sin querer poner en marcha estudio alguno que informe de las tasas de falsos positivos y negativos que generan las decisiones de los algoritmos a cargo de las decisiones. El aparatoso lenguaje ingenieril está ordenado para producir opacidad y falta de transparencia sobre cuáles son los valores reales que tiene en cuenta el algoritmo que decidirá la concesión de un servicio médico, de una libertad condicional, de un crédito a una familia con recursos escasos, de un trabajo a una persona con perfil no estándar, de una pensión por jubilación o incapacidad, de una prórroga de contrato eléctrico o telefónico.
El negacionismo tiene muchas formas, pero las dos básicas son las de no querer saber lo que ocurre y las de no querer saber lo que podría ocurrir. Los daños a la lucidez y a la imaginación son las modalidades que infectan a nuestra sociedad, que se proclama «del conocimiento» y sin embargo no tiene menos zonas de ceguera epistémica que aquellas sociedades premodernas o medievales a las que presume haber superado.