En los cuarenta años que han pasado desde la década de los ochenta hemos asistido al estrechamiento del mundo. Especialmente tras la caída del muro de Berlín, ha ido ganando terreno la creencia de que no hay alternativa y de que el capitalismo realmente existente es no solo el mejor, sino también el único de los mundos posibles. Esta estrechez de miras supone un empobrecimiento del debate público respecto a décadas anteriores y permite afirmar que el nuestro es un mundo menos flexible en lo importante: la discusión razonada entre paradigmas y presupuestos enfrentados. Hoy sigue vigente aquello que el filósofo Francisco Fernández Buey escribió sobre el pensamiento utópico: «Ser utópico está bien visto a condición de que uno confiese al mismo tiempo que su sociedad alternativa (más justa, más igualitaria, más habitable) no es de este mundo» (Filosofar desde abajo, pp. 74-75). Es decir, que las utopías están bien como pasatiempo teórico o ensueño literario, siempre que su realización no se plantee. Pero, ¿qué es eso de las utopías y en qué nos pueden ayudar las «utopías reales» en este momento tan corto de miras? La revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global dedicó a esta cuestión el monográfico de su número 149 (abril de 2020), titulado «Utopías en tiempos de pandemia».
El profesor de filosofía política Lyman Tower Sargent, especializado en la historia del pensamiento utópico, ha sugerido distinguir las utopías literarias (que serían los relatos de ficción en los que se describe una sociedad inexistente con la pretensión de que los lectores la perciban como mejor que la sociedad en la que viven) de las utopías prácticas o las prácticas utópicas (que serían los tipos de actividad social y política que pretenden realizar una sociedad mejor aquí y ahora) (Utopianism, pp. 5-7). En este último caso, el pensamiento utópico da un paso hacia la realidad y trata de poner en marcha una transformación efectiva de la misma. Las prácticas utópicas, como forma de acercar las alternativas de allí hasta aquí, toman cuerpo en las propuestas de transición y tienen que ver con la técnica del backasting, que consiste en definir un escenario futuro deseable y desde ahí comenzar a recorrer –retrospectivamente– los pasos que serían necesarios para conectarlo con el presente.
El recientemente fallecido Erik Olin Wright popularizó la expresión utopías reales para referirse a las alternativas socioeconómicas al capitalismo entre las que prima su apuesta por la viabilidad por encima de su perfección teórica: «Lo que necesitamos son utopías reales, esto es, ideales utópicos fundados en las potencialidades reales de la humanidad, destinos utópicos que tengan paradas intermedias accesibles, planes utópicos para instituciones que puedan informar nuestras tareas prácticas de navegar en un mundo de condiciones imperfectas de cambio social» (Construyendo utopías reales, p. 22).
En un momento como el presente, en el que se superponen distintas crisis (económica, social, de cuidados, de representación, ecológica…), hay motivos de sobra para considerar que lo que atravesamos es más bien una crisis de modelo o de civilización. Lo que está en crisis y nos obliga a pensar alternativas, en definitiva, es ni más ni menos que la forma de organizar la vida de nuestra especie en el planeta. Ese es el reto que nos plantea lo que Jorge Riechmann ha llamado el Siglo de la Gran Prueba. Creemos que una de las formas de enriquecer el discurso público sobre las transiciones hacia sociedades justas y sostenibles sería pensar juntos en torno a esas utopías reales que abran alguna ventana al agobiante presente. Dicho de otro modo: es el momento de perder el miedo a elaborar propuestas deseables que además piensen bien en los caminos de transición desde nuestro escenario presente.
En El Laboratorio dedicaremos el mes de abril a debatir sobre estas cuestiones desde distintos enfoques y perspectivas, e invitamos a todas las personas interesadas a enviarnos sus propuestas. Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos durarán entre 5 y 10 minutos, y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.