El Laboratorio conversa con Tica Font i Gregori

Tica Font i Gregori es licenciada en Física, investigadora del Centro Delàs de Estudios para la Paz y de AIPAZ (Asociación Española de Investigación para la Paz).

Pacifismo, Ucrania y cambiar paradigmas

Aquellos que tengan unos pocos conocimientos de Física saben que con las premisas newtonianas era imposible desarrollar la Teoría de la Relatividad; para llegar a ella hubo que cambiar de premisas. Este es para mí el debate: si queremos que no haya guerras, qué premisas tenemos que cambiar y cómo construir una cultura de paz contraria a la cultura de la violencia actual.

El final de la Guerra Fría supuso el final de un mundo bipolar, dominado por Estados Unidos y la Unión Soviética, y la entrada en un mundo unipolar con una única potencia hegemónica: Estados Unidos. El vencedor impuso la “paz liberal”, que consistía esencialmente en dos puntos: la forma de gobierno tenía que ser la democracia liberal y sus valores, y la forma de producción y distribución tenía que ser la economía capitalista y el libre mercado. Esta hegemonía lleva unos años siendo contestada y la retirada militar de Afganistán marca su fin y la posibilidad de un nuevo orden mundial.

La guerra de Ucrania abre la puerta a construir este nuevo orden, donde se tendrá que dirimir quién forma parte de él, de qué estructuras de diálogo se dota y en qué nudos se centra o acota la confrontación. Visto en perspectiva pacifista, es esencial regular las relaciones entre países y entre potencias; en general, las relaciones han sido hasta ahora de dominio, imposición, coerción o fuerza, donde cada cual ha tratado de imponer a los demás sus propios intereses.

Ante la confluencia de las diversas crisis a las que nos enfrentamos, es necesario plantear que las relaciones sociales, sean internacionales o personales, no pueden seguir la misma tendencia de lucha competitiva, es necesario cambiarlas por relaciones de colaboración, cooperación y aceptación mutua, para poder compartir el planeta asegurando un futuro sostenible al conjunto de la humanidad. Si seguimos aplicando las mismas formas coactivas de relación, en pocos años volveremos a plantearnos las mismas preguntas que ahora, pero ante una nueva guerra: ¿hay que mandar armas? ¿hay que intervenir militarmente? ¿hay que atacar o bombardear?

Las doctrinas y estrategias de seguridad -de la Unión Europea y de la OTAN- centran las amenazas o riesgos a la seguridad en aquellos elementos que pueden afectar a sus intereses, esencialmente económicos; en definitiva, las doctrinas de defensa plantean que quien tiene que estar seguro son las élites económicas y por tanto el sistema político que las representa. Y ¿de qué tienen que estar seguras? Del acceso a los recursos esenciales para mantener el sistema productivo, principalmente el acceso a los recursos fósiles y a los minerales estratégicos.

El cambio climático es considerado como una amenaza en tanto que producirá hambrunas, subidas de precio de los alimentos y, sobre todo, desplazamientos masivos de población. Para estas amenazas se preparan los ejércitos, para asegurar el acceso y distribución de los recursos esenciales y para impedir que lleguen personas extranjeras a nuestros territorios. En cuanto a las transnacionales, luchan entre ellas para obtener los insumos necesarios para seguir generando beneficios.

Si no cambiamos estas relaciones, esta manera de entender el poder y los valores que lo sustentan, seguiremos aplicando la violencia y el uso de la fuerza para obtener lo que necesitamos o deseamos, e iremos de guerra en guerra hasta el colapso de la civilización actual.

Para que nada cambie, los estados se preparan para la guerra. En estos días hemos visto cómo toda la Unión Europea ha anunciado que aumentarán los presupuestos de defensa nacional hasta el 2% del PIB. La decisión ya estaba acordada desde 2014, en una cumbre de la OTAN, pero las encuestas de opinión no eran favorables. La guerra de Ucrania ha servido para influir en la opinión pública, convencer a muchos ciudadanos de que Rusia podría atacar a otro país europeo y persuadirlos de la necesidad de incrementar los gastos de defensa, dotando de armas más modernas a los ejércitos europeos. En este sentido, los presupuestos actuales de la UE 2021-2027, por primera vez, tienen un capítulo de seguridad y defensa.

Desde 2017 se puso en marcha la Cooperación Estructurada Permanente en materia de Defensa (PESCO son sus siglas en inglés) y el Fondo Europeo de Defensa (cerca de 8.000 millones de euros), con un pilar cuya primera ventana es ayudar a que los estados miembros adquieran el mismo armamento, subvencionando con un 20% las compras y dejando de computar este gasto como déficit público; la segunda ventana va dirigida a la industria militar, subvencionando hasta el 100% de los gastos estructurales para desarrollar nuevas armas tecnológicas.

Estamos iniciando una nueva era tecnológica basada eminentemente en el uso de algoritmos de Inteligencia Artificial (IA). La irrupción de la IA puede llegar a transformar la manera de intervenir en los conflictos y en la guerra. El modo en que la sociedad percibe estas intervenciones armadas puede conllevar una pérdida de centralidad de los humanos. La importancia de la investigación en IA se puede medir en las desorbitadas cantidades de dinero que algunos países están destinando a su desarrollo, como también se puede visualizar en el protagonismo creciente que ocupa dentro de la rivalidad que mantienen las principales potencias económicas. El atractivo de esta tecnología viene determinado por la posibilidad de convertir innovación científica en riqueza y poder político.

Los poderes económicos y los gobiernos políticos no dan señales de proponer cambios que no sean “cambiarlo todo para que nada cambie”. Pero el futuro no está escrito, en nuestras manos está cambiar la dirección.