El Laboratorio conversa con Mijo Miquel

Mijo Miquel es docente e investigadora en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV). Se dedica también a la gestión cultural independiente, donde se ha especializado en la coordinación de actividades relacionadas con la creación de esfera crítica. Como investigadora, entiende la ciudad como un laboratorio de experimentación, negociación y transformación constante. Se ha interesado por la resolución de conflictos entre el ámbito urbano y el rural, en el inevitable proceso de transición ecológica. Forma parte activa de la red de colectivos EntreBarris, que trabaja contra la gentrificación y la turistificación y por el derecho a la vivienda en la ciudad de Valencia.

Mijo, muchas gracias por concedernos esta entrevista. Para empezar, y con el fin de que nuestros lectores y lectoras te conozcan un poco mejor, cuéntanos qué es lo que te condujo a interesarte por los asuntos urbanos a partir de tu inicial vocación artística.

En el fondo, mi trayectoria es bastante común a otros artistas. Cuando estudié Bellas Artes, el arte público tenía mucha fuerza y su deriva fue acercándolo más a lo que hoy día se conoce como arte participativo o colaborativo. Las obras site-specific ya no estaban determinadas únicamente por el lugar físico sino también por los condicionantes sociales, políticos y geográficos que las rodeaban, y allí era donde los artistas interveníamos. En ese sentido, yo también paso de trabajar con materiales a trabajar con el entorno en su sentido más amplio. Al mismo tiempo, tanto arquitectos como sociólogos llevan a cabo intervenciones de campo compartidas, donde las personas en contexto urbano adquieren cada vez mayor importancia y la distancia, siempre artificial, entre disciplinas se va reduciendo. Todos nosotros acabamos inmersos en procesos compartidos de autoformación porque abordamos de una forma diferente las problemáticas urbanas. Para ello, vamos a buscar metodologías fuera de nuestros países y de nuestros ámbitos laborales, para incorporarlas a nuestros modos de hacer y progresivamente al repertorio de actuaciones reconocido por las instituciones.

¿Qué papel puede jugar el arte en la mejora de la convivencia urbana?, ¿cómo compatibilizas tu labor creativa y tu activismo cívico?

El argumento clásico es que el arte contribuye a la elevación del espíritu… Fuera de bromas, el arte puede actuar como mediador entre partes, como instrumento de visualización de un estado de cosas y de visibilización pública más allá del entorno concreto en el que está interviniendo; y también como proceso de articulación comunitaria, ya que no hay mejor manera de “hacer comunidad” que hacer algo comunitariamente. Es más fácil que un grupo de personas, a menudo enfrentadas en determinadas cuestiones, se avengan a trabajar juntas en terrenos simbólicos como pueden ser la representación o la acción artística. Por otra parte, el arte también puede funcionar como artwashing, como una manera de acallar conflictos o embellecer intervenciones que rompen el territorio, o bien como un vampiro cuya única intención es apropiarse de las cualidades simbólicas que se le otorgan a la intervención, en vez de implicarse seriamente en el proceso y dejar de lado divismos de otra época. Como todo, depende del uso que se haga de él. En ese conflicto, yo he decidido separar radicalmente ambas esferas de manera que mi mano derecha no sepa lo que hace la izquierda, pero es una opción personal de vivir en esa esquizofrenia, no una crítica a otras maneras de resolver la cuestión.

La ciudad, como tú señalas muy bien, es un laboratorio de experimentación donde, por un lado, se condensan todos los problemas económicos, políticos, sociales, culturales y ecológicos de la sociedad actual, y, por otro lado, donde se están produciendo también muchas experiencias creativas, muchas iniciativas de transformación social. Pero vayamos por partes. Uno de los grandes problemas de las ciudades actuales, que se replica en todo el mundo, es el proceso de gentrificación y turistificación, que transforma los centros históricos y expulsa a las personas con menos recursos. ¿Cuál es tu experiencia en el caso de la ciudad de Valencia?, ¿en qué medida puede extrapolarse esa experiencia concreta a otras ciudades en el marco de la sociedad global?

Como bien dices, el caso de Valencia serviría para analizar el de muchas otras ciudades, ya que la problemática de la vivienda forma parte de una transformación de valores común a todos nosotros. La progresiva mercantilización de aquellos bienes que antes estaban considerados como intocables, la vivienda, la sanidad, la universidad, hace que todos caigan bajo la onda expansiva de la privatización, la especulación, la financiarización. A partir del momento en que desaparecen las normativas de protección relativas a la vivienda, dentro del proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar, la ciudad entera se contempla como una oportunidad de negocio.

Por un lado está la construcción de infraestructuras culturales (la multiplicación de museos, oceanográficos, centros de arte contemporáneo, etc.), asociadas a grandes operaciones de revalorización inmobiliaria que producen la expulsión de barrios enteros, ya que la gente de esos barrios no puede permitirse la subida de precios asociada a ese incremento del valor simbólico y por tanto económico. A eso se suma la conversión del centro histórico en un simulacro que contribuye del mismo modo a hacer que la ciudad en cuestión entre en el mapa del turismo, junto con la subvención no reconocida a las compañías de vuelos low cost y otras tantas paletadas del mismo estilo.

El elemento que ha reventado realmente el equilibrio entre beneficios e inconvenientes del turismo en una sociedad cuyos ingresos dependen fundamentalmente del sector servicios es la aparición de las “viviendas de uso turístico”. Este nuevo agente gentrificador se contempló en principio con benevolencia, atendiendo a sus características teóricamente horizontales, ante una crisis que obligaba a buscar maneras alternativas de redondear salarios o de ingresar unos mínimos. Bien sabemos que ese potencial ha sido barrido del mapa para dar pie a las compras masivas por parte de fondos de inversión nacionales e internacionales que han agujereado barrios enteros, extrayendo del mercado viviendas de uso residencial y acentuando hasta el límite la problemática de la vivienda.

Otra cuestión muy importante es la transición ecológica de las ciudades, un reto cada vez más urgente ante la emergencia climática y ante el declive de las energías fósiles. ¿Qué opinas de las políticas públicas adoptadas hasta ahora y qué medidas crees que deberían adoptarse para mejorar la habitabilidad de las ciudades ante el futuro que se nos avecina?

Pecaría de simplista si dijera que lo que nos tiene que preocupar es la habitabilidad del planeta, pero no puedo resistirme a hacerlo. El planeta es nuestra casa y por mucho que adecuemos nuestras viviendas a la catástrofe climática con aislamientos y sistemas de refrigeración, no vamos a ser capaces de afrontar los grandes cambios que se avecinan. Las intervenciones a pequeña escala en ciudades puntuales pueden reducir los efectos inmediatos de este proceso, como la reducción de temperaturas mediante el incremento de zonas verdes, el cambio urgente en el paradigma de la movilidad urbana, que de todas maneras va a tener que hacerse debido al encarecimiento de los combustibles fósiles, etc. Mientras estas medidas no sirvan para acallar nuestras inquietudes a gran escala, o para agudizar las expulsiones de personas de los barrios que se benefician de ellas, como suele pasar, considero que son medidas que por lo menos contribuyen a sensibilizar a la población de la urgencia en que nos hallamos y de la dimensión comunitaria de los problemas que requerirán una transformación mucho más profunda de nuestras vidas. Por ello, me parece fundamental crear espacios donde podamos estar juntos para discutir o para articular tramas que nos permitan paliar los efectos más crueles de este futuro, así como organizar resistencias a la inercia que nos arrastra en la dirección contraria.

La pandemia de Covid-19 ha sido un gran experimento social. Por un lado, ha puesto a prueba los sistemas de salud pública y ha revelado las grandes desigualdades sociales y habitacionales. Sobre todo, ha mostrado la vulnerabilidad de las personas mayores, tanto las que están en residencias como las que viven solas en sus casas. Pero, por otro lado, ha hecho aflorar nuevas formas de solidaridad, de ayuda mutua y de vínculos emocionales. Como sabemos que estás trabajando en un proyecto sobre esta cuestión, nos gustaría que nos hablaras un poco de ello.

Efectivamente, resulta paradójico que en el momento de mayor aislamiento, el confinamiento, hayamos sido capaces de generar redes de solidaridad, redes que han contribuido a paliar los efectos más dramáticos de esta pandemia. Desde la presión para establecer moratorias a los desahucios, el asesoramiento en la concesión de ayudas, hasta los bancos de alimentos o el acompañamiento de casos de soledad no deseada, todas estas redes han sido determinantes para la supervivencia de un gran número de personas. En estos casos, se ha visto que ha sido fundamental la existencia de asociaciones o colectivos previos a la pandemia, que se han podido transformar para ser capaces de afrontar esta situación excepcional. Nos hemos dado cuenta de lo que ya sabíamos, hemos constatado con crueldad que una sociedad basada en el individualismo más salvaje, que da la espalda a la interdependencia de todos sus miembros así como del entorno, es una sociedad suicida, incapaz de reaccionar a tensiones suplementarias a las ya existentes. Necesitamos tejer mallas de protección porque sabemos que vamos a tener que hacer frente a sucesivas crisis de todo tipo en el futuro próximo.

Tú vienes participando muy activamente en la red de colectivos vecinales EntreBarris. Todo lo que hemos comentado hasta ahora (la gentrificación, la transición ecológica, la pandemia, las redes de ayuda mutua, etc.) nos lleva a plantear inevitablemente la cuestión política de la gestión democrática de las ciudades, de la participación vecinal en la toma de decisiones, del “derecho a la ciudad” como una nueva agenda de transformación social. ¿Cómo valoras las experiencias “municipalistas” que se han dado en España y en otros países en los últimos años?

Para mí, las experiencias municipalistas forman parte de procesos globales que horizontalizan la gestión de la vida y reconocen, entre otras cosas, la amplia gama de conocimientos no académicos. Por otra parte, son escuelas de aprendizaje político para todos, gobernantes y gobernados, que acercan sus posiciones e intentan empatizar. En el proceso de separación radical de esferas, de profesionalización de todo tipo de elementos, desde los cuidados hasta los saberes pasando por los gobiernos, hemos ido vaciando a las personas de competencias, por lo menos nominalmente. La búsqueda de maneras de redemocratizar los procesos y de inventar lo común como evolución necesaria de lo público va a ser clave en la invención de nuevos horizontes de vida.