El Laboratorio conversa con Victoria D’hers

Victoria D’hers es licenciada en Sociología y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (GESEC, IIGG- UBA), y docente en UBA y Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Forma parte del Grupo de Estudios Sociales de las Emociones y los Cuerpos (IIGG-UBA) desde su creación en 2008, junto con Adrián Scribano. Investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Sociológicos. Es parte del GT CLACSO Sensibilidades, subjetividades y pobreza. Ha publicado varios artículos y es parte de varios comités de evaluación de revistas internacionales. Indaga en temas ambientales desde las sensibilidades sociales, explorando metodologías expresivas de investigación. Practica yoga desde 1999. Es Profesora Certificada Iyengar (Jr3) y parte activa de la Asociación Argentina de Yoga Iyengar.

Ciudades y pandemia: ¿hacia qué ritmos nos dirigimos?

La actual crisis ambiental, llamada con más precisión «socio-ambiental» o «socio-ecológica» por autores como Maristella Svampa y Horacio Machado Aráoz, es una realidad innegable. Los términos del diagnóstico de esta crisis constituyen la base de la disputa.

En un contexto tal, es necesario enfatizar la importancia de la redistribución, frente al resurgimiento de ciertos discursos de la década de 1970, aquel momento de visibilización de la cuestión ambiental en la agenda internacional, ligados al miedo a la escasez. Siempre las segundas partes se parecen más a una farsa que al fenómeno original, y este caso no es la excepción. Se debe estar atento a los modos de diagnosticar esta crisis, que siempre condicionan las “salidas”.

Durante el 2020, por un momento asomaba la posibilidad de mejorar sustancialmente la calidad de vida, tras el efecto de lupa de la pandemia de COVID-19 en cuanto a evidenciar las condiciones de habitabilidad (o falta de) en las grandes ciudades, la carencia de espacios verdes por metro cuadrado, y, por sobre todo, alertándonos sobre el ritmo frenético de la vida cotidiana. Por momentos, al ver las calles desiertas de las grandes ciudades, hasta se hablaba a nivel internacional de una posible baja de emisiones, y una vuelta (“venganza”, inclusive) de la naturaleza, con la pandemia como un portal. Hasta hemos hablado de una vuelta al campo, a una vida más apacible lejos del mundanal ruido (si bien esto sucedió en cierta medida, a inicios de 2022 esta opción -para quienes pudieron tomarla-, se mostró difícil de sostener dada la vuelta a la presencialidad para un gran número de trabajadores asalariados y cuentapropistas o autónomos). Sin embargo, más temprano que tarde este cambio radical en el modo de vida se mostró desmentido. Más allá de que aún es pronto para dar números certeros sobre un “antes” y “después”, la pandemia no hizo más que acentuar un estado de cosas. En cuanto a los ritmos, aceleró el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento aún mayor de unos pocos. Según titula el Banco Mundial en su Informe sobre el desarrollo mundial  2022: «La COVID-19 ha provocado el mayor aumento en la pobreza extrema en tres décadas».

En particular, la ciudad de Buenos Aires, principal metrópolis de Argentina, con un estimado de población que supera los 3 millones de habitantes, es un vivo ejemplo de este desenlace. Es decir, permite visualizar cómo en la pandemia y “pos-pandemia” (si hay tal cosa), los mecanismos del capitalismo, basados desde ya en sus propias contradicciones, se han metamorfoseado y fortalecido.

A pesar del mensaje permanente de organismos oficiales como UN Hábitat por una “ciudad sostenible”, dentro de la llamada Nueva Agenda Urbana, en la ciudad de Buenos Aires se siguen reproduciendo ferozmente prácticas extractivas, apoyadas básicamente en la reproducción del capital, a expensas del bienestar de la población.

Hay preguntas tan básicas como vitales: ¿cómo se define esta ciudad «sostenible»? ¿«sostenible» en qué sentido y para quién? En sentido amplio, la trastienda del debate es esta: ¿qué entendemos por «transición ecológica», cuando todo es utilizado como argumento para políticas diametralmente opuestas?

En Buenos Aires, encontramos múltiples ejemplos de expansión de megaproyectos inmobiliarios, basados en un extractivismo urbano que se organiza en procesos de rápida valorización, explosión de construcciones verticales, barrios cerrados (sobre todo en áreas periurbanas), y el fenómeno de gentrificación de barrios tradicionales con el aumento de locales internacionales, encareciendo el metro cuadrado en medio de una crisis habitacional como la que atraviesa la ciudad hoy día. Esto da lugar a una creciente segregación socio espacial mediante la fragmentación y la guetificación.

Pero como nada es monolítico ni unidireccional, esta dinámica también presenta grietas y espacios por donde emergen resistencias y visiones otras.

Así, se abre la pregunta en torno a los tipos de lazos sociales que se fortalecen o no en estos procesos, a partir de observar las características concretas del surgimiento de lo que se ha nombrado como un «modo de vida solidario», por oposición al «modo de vida imperial»: “La lógica de los cuidados reproduce y protege lo vivo en la sociedad y la naturaleza, sin embargo, es torpedeada y marginalizada por el mercado con sus principios capitalistas del aumento de la productividad y la eficiencia, competencia y acumulación”.

Ejemplos de ambos procesos, de valorización económica y de resistencia, se ven en los casos emblemáticos de la costa porteña. Históricamente, la ciudad creció de espaldas al rio. En las últimas décadas se comenzó a poner el foco en estas zonas y su potencial. Al compás de una retórica verde y apoyándose en la idea de favorecer la circulación en bicicleta y el reciclado, el gobierno de la ciudad es reconocido por su apoyo a grandes emprendimientos, cuestionados por la ciudadanía.

En Costanera Norte, la concesión de los proyectos Costa Salguero y Punta Carrasco terminó, y se abrió el conflicto por los avances del gobierno para permitir una construcción de torres en el llamado Distrito Joven. Según se reclama desde diversas organizaciones, esto va en detrimento del real acceso público al rio. La audiencia pública para tratar este caso tuvo participación récord y se logró que la Legislatura deba tratar el Proyecto de Parque Público.

En Costanera Sur, se buscaba firmar un convenio urbanístico entre el Gobierno de la Ciudad de BsAs y la empresa IRSA, que autorizaba la construcción de 20 torres de 145m. de altura, entre otros edificios (Proyecto Costa Urbana), al lado de la Reserva Ecológica, y la destrucción de uno de los últimos humedales de la ciudad. En marzo de 2022 se declaró su nulidad, tras una Audiencia Pública con gran participación durante 2021.

Más allá de las preguntas sobre la judicialización de la cuestión ambiental y urbana, sobre quiénes participan y qué problemáticas tienen quienes no pueden hacer uso de este “derecho a la ciudad” en sentido amplio, optamos aquí por cerrar estas palabras del lado de la esperanza, observando esta creciente participación e involucramiento de quienes habitan y producen la ciudad, y van comprendiendo que tienen qué decir en cuanto a las decisiones que moldean sus espacios vitales día a día.