El Laboratorio conversa con Constanza López Radrigán

Constanza López Radrigán es investigadora becaria de la Agencia Nacional de Investigación y
Desarrollo de Chile, en el Doctorado en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y
Sociedad de la Universidad de Valparaíso (2019-21191264). Es estudiante de postgrado del
Instituto para la Investigación del Cuidado MICARE y parte del Grupo de Estudios Críticos en
Discapacidad de CLACSO
. Combina su trabajo académico con el activismo en el campo
interseccional feminista y de la discapacidad.

Repertorios en resistencia

Desde abril de 2020, la pandemia del coronavirus COVID-19 facilitó en Chile el despliegue de una serie de mecanismos de control y vigilancia sanitaria que replegaron las movilizaciones sociales, incrementaron la represión policial y provocaron la emergencia de dilemas éticos, como el de la última cama, que implicaron complejas decisiones de priorización de ciertos pacientes sobre otros (Núñez-Parra et. al, 2020). Estos debieron ser resueltos de acuerdo, por un lado, a una precarización estructural enquistada en la salud pública chilena, heredada de la dictadura y agravada con políticas de corte neoliberal que han continuado la privatización de sistemas de protección social. Y por otro, a criterios de inteligibilidad en sociedades históricamente desiguales, donde el nacionalismo, el racismo y el capitalismo permiten de manera constante la muerte de cuerpos insuficientemente productivos. De este modo, las personas con discapacidad quedaron expuestas a mayor contagio y muerte por el virus, intensificándose su devaluación.

En el marco de una pandemia que continúa y parece no ser la última que nos tocará vivir, resulta necesaria la articulación de un archivo liminal con discursos y prácticas en torno a la discapacidad, que permita disputar los efectos de su ubicación como una indeseable variación que requiere clasificación, gestión y normalización.

Garland-Thomson (2017) se ha preguntado cómo puede considerarse la discapacidad una condición humana, si simultáneamente descalifica de la membresía plena de la comunidad y genera la promoción de iniciativas eugenésicas de construcción del mundo, que buscan eliminarla a través de variadas prácticas sociomateriales que oscilan entre la apariencia de bondad y lo antiético. Contra estas iniciativas, la autora considera la cuestión bioética sobre la deseabilidad, en lugar de la simple tolerancia, hacia la discapacidad, explorando en las contribuciones culturales y materiales de las personas con discapacidad el potencial generador de su presencia para la creación de circuitos significativos en el mundo. La autora organiza este potencial en tres registros interrelacionados y plantea la posibilidad que abre la discapacidad de reescribir las prácticas y los entendimientos temporales de la modernidad y el sujeto moderno, a quien le impone el difícil desafío de entablar relaciones interdependientes de cuidados y apoyos, exigiendo la imaginación de un sujeto sin una trayectoria teleológica.

Para la construcción de prácticas contra-eugenésicas que hagan vivible la discapacidad desde la resistencia a su constitución como aquello desechable o meramente tolerable en sociedades modernas, resultaría relevante el concepto de memoria social. Como práctica afectiva, corporal y emocional que otorga sentido al pasado, a través de sus énfasis, silencios y marcas estructurales, la memoria social requeriría de condiciones que la hagan posible y de dispositivos que creen sus propias sensibilidades.

Las instituciones han ejercido la autoridad hermenéutica de su poder arcóntico para aproximarse a la discapacidad, a través de un dispositivo eugenésico productor de locaciones culturales que han facilitado históricamente la exclusión, opresión, sometimiento y eliminación de los sujetos marcados por ella (Snyder y Mitchell, 2006). No obstante, el dispositivo se inscribe en el juego liminal del saber donde el archivo encuentra su potencialidad de disputa (Derrida, 1997). La instalación de ausencias, borramientos e invisibilizaciones mutila y constituye el archivo en su dimensión subyectil (Tello, 2018). Es decir, en un lugar que soporta sus propias huellas, marcando la materialidad de los silencios y de su circulación. Las experiencias de archivo pueden pensarse de este modo como prácticas documentales no solo de control y producción de verdad sino que también como acciones de registro desde los márgenes, que cobran sentido en cierto espacio y tiempo de observación. En esta línea, cabría preguntarse por las tecnologías de registro creadas desde el movimiento social de discapacidad en Chile, donde se guardan las huellas que generan las ideas e imaginarios con verdades opuestas a las del poder.

Los sujetos sociales pueden disputar los archivos institucionalizados, en la medida en que creen otros archivos con estrategias que, en el cuerpo a cuerpo, traten de liberar aquello apropiado y separado por los dispositivos, para resituarlo en uso común (Agamben, 2011). El dispositivo encuentra de esta manera su potencialidad de resistencia en la construcción de subjetividades capaces de encarnar redes que, en su elaboración de memoria, tensionan las relaciones de fuerza y el poder institucionalizado. Los repertorios del cuerpo constituyen así un conjunto de conductas encarnadas del archivo institucionalizado, aprendidas en colectivo y en rutinas de cadena ininterrumpida (Taylor, 2017: 51-72), que posibilitan la configuración de un lugar fronterizo de prácticas desde el cual confrontar las “ausencias de archivo oficial” producidas por el dispositivo eugenésico.

Imágenes y textos de acciones que componen la articulación a escala nacional del movimiento social de discapacidad en Chile, en el marco de nuestra revuelta popular de 2019, permiten reconstituir las estrategias que ponen en común aquello por siglos separado en el espacio público. Así ilustran el proceso de conquista material que disputa las formaciones de significados, narrativas e interpretaciones de la discapacidad que han segregado, sometido e incluso intentado eliminar las características de cuerpos requerientes de apoyos y cuidados y, por lo tanto, carentes de la productividad y la autosuficiencia imperativas para el funcionamiento normativo del sujeto moderno y su organización social.

Se trata de aquellos cuerpos frágiles, desechables, indeseables y abyectos, que han visto agudizada su precarización en el marco de la crisis pandémica. Cuerpos que no importan al registro del poder pero que resisten y crean desde otro lugar. Cuerpos que existen porque resisten, produciendo subjetividad y modos otros de organización de la memoria, en miras a la construcción de mundos accesibles y sin barreras, de relaciones interdependientes de autonomía, cuidados y apoyos para tod*s.

“Marcha por los discapacitados”. Santiago de Chile, 3 de diciembre de 2019. Foto de Paulo Slachevsky.

Descripción de la imagen: Fotografía en blanco y negro, con el edificio del gobierno nacional de  Chile de fondo. En primer plano aparece un cartel negro con letras blancas, con la consigna “Asamblea Constituyente con Sordas”. Atrás de ese cartel, alguien parado sobre una valla levanta en su mano derecha, mientras grita, la bandera de los pueblos originarios que se hizo transversalmente presente en las protestas de la revuelta popular. También sobre una valla, sentado y exclamando algo con sus manos en alto, un hombre levanta un cartel con la consigna “Hasta que la lengua de señas sea costumbre”. Parada sobre las vallas de metal está  en el costado derecho de la fotografía una mujer con sus brazos alzados, expresando un grito de ira con su rostro. En el borde inferior de la imagen, casi fuera del marco, aparecen las cabezas de otras cinco personas, participando de la manifestación.