El Laboratorio conversa con Germán Orizaola

Germán Orizaola es licenciado en Biología y doctor en Biología por la Universidad de Oviedo en 2004. Entre 2005 y 2018 fue investigador senior en el Centro de Biología Evolutiva de la Universidad de Uppsala (Suecia). Desde junio de 2018, es investigador Ramón y Cajal en el área de Zoología de la Universidad de Oviedo y el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB) (Universidad de Oviedo-CSIC–Princesa de Asturias). Sus principales líneas de investigación se centran en examinar la ecología evolutiva de organismos (fundamentalmente vertebrados) que viven en ambientes extremos. Desde 2016 investiga los efectos del accidente nuclear de Chernóbil sobre los ecosistemas de la zona.

Germán, te agradecemos la participación en el Laboratorio, que este mes abre el debate al tema de «Renaturalizar en el Antropoceno». En primer lugar, querríamos preguntarte genéricamente de qué modo piensas que el Antropoceno (marcado por un contexto de cambio climático acelerado, de agotamiento de recursos y de defaunación) puede dificultar llevar a cabo con éxito procesos de rewilding o de renaturalización.

Los desequilibrios ecológicos causados por la actividad humana que han dado lugar a la definición de Antropoceno están alterando gran parte de las dinámicas naturales. Estos desequilibrios tienen el potencial de afectar también a los procesos de renaturalización, especialmente aquellos que se realizan de forma activa, mediante la liberación o introducción de especies. La planificación de estas actividades tendrá que considerar, por ejemplo, los cambios en las condiciones climáticas pronosticados a medio plazo antes de ejecutar acciones de renaturalización. Otra característica del impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente es la fragmentación de los ambientes naturales, lo que en muchos casos dificulta e incluso imposibilita los procesos de renaturalización al no existir superficies suficientemente grandes que posibiliten el mantenimiento de procesos ecológicos complejos a medio y largo plazo.

Parte de tu investigación se ha centrado en estudiar las respuestas adaptativas y los procesos evolutivos que han ocurrido en zonas tras un desastre natural, como Chernóbil. Más allá de la tragedia social que supuso, ¿consideras que ha sido una buena oportunidad para la regeneración de la vida salvaje? ¿Qué especies han vuelto?

El accidente de Chernóbil (o Chornobyl), y el establecimiento de la Zona de Exclusión alrededor de la central nuclear, supuso la creación de un área de unos 4.500 km2 sin apenas presencia humana. Esta superficie es una de las mayores de Europa en las que los procesos naturales ocurren sin interferencia humana adicional. En comparación, el Parque Nacional de Doñana tiene 543 km2. Con el paso del tiempo la zona de Chornobyl ha experimentado una renaturalización (fundamentalmente pasiva) de gran magnitud. La superficie forestal se ha duplicado hasta alcanzar aproximadamente el 80% de la zona, recuperando parte de las áreas utilizadas para actividades agrícolas en el momento del accidente. En cuanto a la fauna, más que las especies que han vuelto (de manera natural el oso pardo; como producto de liberaciones el bisonte y el caballo de Przewalski) lo interesante es que muchas especies han aumentado de manera muy notable sus poblaciones, en especial aquellas especies más dependientes de la existencia de grandes espacios sin interferencia humana. Un ejemplo muy relevante es el del lobo, que mantiene ahora en Chornobyl la mayor densidad de población de toda Europa. En la actualidad Chornobyl es uno de los mejores ejemplos de renaturalización pasiva que existen en el mundo.

Dentro de la literatura en torno al rewilding a veces se distinguen diferentes fases o procesos del mismo. De manera resumida, por un lado, estaría el «rewilding activo o trófico», que buscaría sobre todo traslocar especies a un ecosistema deteriorado para que puedan generar un efecto top-down o de cascada trófica. Y, por otro lado, estaría el «rewilding pasivo» que principalmente se basaría en limitar las presiones antropogénicas sobre el medio natural, para permitir que la vida salvaje se autogestione. ¿Consideras que a nivel ecológico (donde los ecosistemas recuperen una mayor funcionalidad y biodiversidad) puede ser más importante primero centrarse en frenar las presiones humanas que en reintroducir especies clave?

Chornobyl es un claro ejemplo del potencial de los procesos de renaturalización pasiva, en el que en tres décadas se ha llegado a un sistema ecológico de gran valor y perfectamente funcional. Estos procesos pasivos, en mi opinión, tienen el potencial de generar sistemas ecológicamente más robustos, en especial con la situación actual de cambio en las condiciones climáticas. Un problema de muchos procesos de renaturalización activa, dependientes de especies carismáticas (grandes mamíferos, en general) es la complejidad de realizarlos a una escala realista desde el punto de vista ecológico. El ejemplo de Chornobyl muestra que reducir la presión humana sobre los ambientes naturales es una de las medidas más eficaces de conservación que se pueden realizar.

Sabemos que un plan de renaturalización o de recuperación ecológica a veces puede agravar las desigualdades sociales, tanto en zonas rurales como urbanas, si no van de la mano medidas éticas y de justicia social. ¿Dirías que un rewilding activo presenta mayores retos sociopolíticos que un rewilding pasivo, o al revés?

Los procesos de renaturalización activa tienen un componente simbólico importante, y se suelen realizar con especies carismáticas que en principio generan poco rechazo (por ejemplo, bisontes, «uros», grandes rapaces…). En mi opinión, la renaturalización pasiva originada al permitir los procesos de sucesión ecológica (por ejemplo, matorralización, reforestación de ambientes agrícolas en desuso, renaturalización de cursos de agua…) genera mayores conflictos por un creciente rechazo social a la complejidad natural. Este rechazo, que se ha caracterizado como Obsessive Tidiness Disorder o trastorno de orden obsesivo, asocia un valor negativo a la falta de uniformidad ambiental. Trasmitir el valor de la complejidad ambiental es un reto imprescindible para el éxito social de los procesos de renaturalización.

¿Crees que mantener zonas de exclusión (donde se prohíba el reasentamiento humano) en algunas áreas es necesario para que sea viable conservar la naturaleza y tengan éxito algunos procesos de rewilding?

El papel fundamental con el que se crearon gran parte de nuestras áreas protegidas, especialmente los parques nacionales, era precisamente el de la conservación de la naturaleza. Estas zonas debían dar prioridad a la conservación de las especies y procesos naturales sobre la actividad humana. No se trataba tampoco de prohibir todo asentamiento o actividad humana, pero sí de que las actividades que se realizasen estuvieran supeditadas al fin prioritario que era el de la conservación. El mantenimiento de estas zonas protegidas es imprescindible para la conservación de superficies de hábitats de la suficiente magnitud como para que sean efectivas para la conservación de especies y de dinámicas ecológicas. Lamentablemente, esta función de conservación que debían jugar las áreas protegidas se ha ido perdiendo en favor de su uso turístico-recreativo, agro-ganadero… Es imprescindible recuperar la función de los espacios naturales protegidos como herramientas de conservación de la naturaleza si queremos hacer frente a la actual crisis ambiental y de pérdida de biodiversidad.

Por último, ¿cómo ves el futuro de aplicar la estrategia del rewilding a algunos territorios de la península ibérica? En tu opinión, ¿hay potencial para una mayor convivencia con la fauna salvaje o impera el rechazo?

Gran parte de la superficie que se ha ido deshabitando en la península ibérica en las últimas décadas tiene un gran potencial para generar procesos de renaturalización a gran escala. Además, la península mantiene aún niveles de biodiversidad óptimos como para que esos procesos puedan darse de manera pasiva. Es imprescindible resaltar el valor ambiental que tienen esas zonas, en lugar de sólo considerarlas como áreas vacías. Estas dinámicas deberían fomentarse con políticas activas desde las instituciones.

Desgraciadamente, el rechazo hacia la fauna salvaje y los ecosistemas naturales ha aumentado en las últimas décadas, en parte asociado a una cierta idealización de las actividades humanas de uso del espacio etiquetadas como tradicionales. Estas opiniones pueden afectar negativamente no sólo a la conservación de los ambientes naturales, sino también a las actividades de renaturalización. Cada vez es más frecuente encontrar en medios de comunicación y en opiniones de gestores políticos una visión negativa sobre la fauna y referencias a los problemas que genera. Es imprescindible seguir manteniendo una actividad de educación ambiental intensa que incida en el papel crucial que el mantenimiento de amplias superficies de ecosistemas naturales tiene para el mantenimiento del clima, de los ciclos biológicos, y en último término de la salud.