Fernando Prats es arquitecto urbanista, cofundador de la asociación Foro Transiciones y de Futuro Alternativo, y miembro de la Fundación Renovables. El Laboratorio ha mantenido con él esta entrevista sobre la «nueva normalidad» y sobre las posibilidades de afrontar los grandes retos del Antropoceno.
Llevamos ya unos meses escuchando hablar de la «nueva normalidad» para referirse a la vuelta a la vida en común después de los meses de confinamiento estricto que vivimos la primavera pasada. ¿Qué opinión te merece esa denominación?, ¿crees que es atinada?
En mi opinión, se trata de mensaje de contenido medido que, con mucho éxito mediático, ha tratado de marcar los límites de actuación frente a la Covid 19. De una parte, se reconoce la necesidad de introducir cambios (lo nuevo) y, de otra, se trata de marcar los límites de dichos cambios, preservando las lógicas socioeconómicas precedentes (la normalidad).
Creo que, junto al concepto de «reconstrucción», se trata de denominaciones que renuncian a contemplar la dimensión de los problemas derivados del Antropoceno (o Capitaloceno), un nuevo ciclo histórico condicionado por la concatenación de crisis globales y regionales interrelacionadas (con un frente ecosocial determinante) que, a falta de cambios profundos y rápidos, conducen a una dramática desestabilización de alcance civilizatorio.
Por el contrario, me temo que las lógicas dominantes no reconozcan en toda su dimensión los tiempos y el carácter sistémico de la crisis y conduzcan a un intento de recomponer un nuevo ciclo de acumulación capitalista y desigualdad social, basado en la confianza interesada de que las nuevas aportaciones tecnocientíficas serán capaces, por sí mismas, de superar las crisis por venir sin necesidad de renunciar a la continua expansión de la onda económica.
¿Dirías que sociedades como las nuestras están abiertas a cambios profundos, o más bien necesitan pensar que todo o casi todo va a seguir igual que siempre?
Creo que la impotencia para afrontar la realidad apuntada en toda su dimensión deriva, entre otros, de una serie de factores clave que apunto a continuación. De una parte, la dominación ideológica, política, económica y cultural de las elites que gobiernan el mundo y que no conciben la necesidad de cambiar los paradigmas vigentes. De otra, hay que reconocer que, habiéndose diluido los sujetos históricos tradicionales, mayorías sociales comparten esas mismas cosmovisiones dominantes en las que depositan sus aspiraciones de mejoras (materiales) de vida. Además, existen inercias socioeconómicas muy fuertes que dificultan transitar ordenadamente desde «lo posible» a «lo necesario» en tiempo récord (un par de décadas). Finalmente, hay que reconocer que, más allá del dinamismo de minorías críticas (que hoy están muy activas), no existen relatos (y realidades) compartidos con propuestas de cambio sistémico suficientemente convincentes.
En estas condiciones, me temo que, ante el continuo deterioro de la situación (la situación actual de nuestro país es paradigmática), se puedan fortalecer las alternativas populistas/autoritarias de corte fascista con discursos fuertes en temas como las cuestiones nacionales, migratorias, de género, las libertades y derechos democráticos, etc.
Por lo tanto, no creo que las cosas vayan a cambiar a mejor, pero tampoco creo que vayan a seguir igual. Mucho me temo que, debido a la confluencia de crisis diversas, el deterioro democrático avance. En todo caso, entiendo que las contradicciones también crecerán y se producirán acontecimientos disruptivos (la rebelión de los jóvenes de Fridays for Future es un precedente interesante) en los que, dependiendo de muchos factores, se pondrá, o no, en cuestión el sistema de dominación y las lógicas vigentes. Otra cosa es si, entonces, estaremos todavía a tiempo de evitar una versión dramática del colapso civilizatorio.
¿Cómo es posible continuar pensando que todo puede seguir como si nada (Business as Usual) incluso en un momento como este?
Creo recordar que un filósofo español decía que hoy no somos capaces de imaginar otra realidad distinta de la que vivimos bajo el capitalismo. Insisto en que la dominación del relato capitalista (con sus guiños reformadores) en cierto modo refleja también la debilidad de las alternativas que se le oponen. Como en otras crisis civilizatorias, todo ello apunta a procesos de desestabilización generalizada en los que, en ciertos momentos, es posible (solo posible) que surjan oportunidades de cambio. Pero no acierto a ver hoy la configuración de alianzas sociopolíticas amplias capaces de asumir/dirigir un cambio de la dimensión requerida.
¿Qué pistas aporta esta reacción y la búsqueda de la normalidad perdida para las profundas transformaciones ecosociales?
Creo que la idea de la apuesta por la «nueva normalidad» y «reconstrucción», conceptos cargados de contenido, van a legitimar una inversión económica sin precedentes en el mundo que va a condicionar los recursos disponibles en uno o varios decenios y, por lo tanto, el margen de maniobra de las futuras generaciones.
Si las fuerzas alternativas no lo entienden así y apoyan acríticamente el proceso -¿quién va a pagar mañana la deuda inducida por los escudos sociales? ¿se conseguirán resultados suficientes en la resolución de la crisis energética/climática/biodiversidad/alimentaria? ¿se avanzará, o no, en la vertebración social y el recorte de las desigualdades? ¿se fortalecerán los derechos humanos y democráticos?– probablemente pueda decirse que se habrá perdido la última oportunidad de evitar un futuro dramático para amplios sectores de la población mundial.
¿Qué tipo de normalidad consideras que sería imprescindible si queremos transitar hacia sociedades sostenibles y justas?
Entiendo que, si existieran fuerzas sociales mayoritarias capaces de impulsar un cambio histórico, habría que contemplar una serie de cuestiones:
- Información y debate que permitieran a la ciudadanía reconocer el alcance de la crisis global, las causas que la impulsan y la necesidad de afrontar cambios profundos y justos en defensa de una vida digna en un planeta habitable. En recientes artículos del Foro Transiciones hemos abogado por impulsar el «debate del siglo».
- Establecer estrategias-país de emergencia que, bajo la dirección de las instituciones públicas, contemplen el binomio energía-clima, la preservación de los ecosistemas clave (incluidos los agroalimentarios) y los correspondientes programas en sectores centrales (energía, transportes/automoción, turismo, construcción, agricultura, etc.) y de carácter territorial (biorregiones y ciudades).
- Impulsar las redes de actividades socioeconómicas de ámbito local/regional vinculadas a la economía social y ecológica, muy especialmente las referidas a proyectos cooperativos en los campos de la energía, la alimentación y la preservación sostenible de los sistemas naturales.
- Construir un nuevo pacto social en torno a los objetivos y las estrategias de emergencia y dotarse, desde las instituciones democráticas, de las competencias y recursos precisos para impulsar los cambios necesarios.
- Redoblar en el ámbito europeo/internacional el esfuerzo por hacer realmente posible alcanzar, desde postulados justos (hojas de ruta confluyentes y diferenciadas), los objetivos necesarios antes de mediados de siglo, especialmente en materia energética/climática y de biodiversidad.
- Establecer procesos democráticos/transformadores en los que participe activamente la ciudadanía, porque, entre otras razones, sin dicha implicación tales procesos no serán factibles ni justos.
- Los puntos indicados reflejan lo lejos que todavía estamos de poder alcanzar acuerdos amplios en las líneas mencionadas para afrontar a tiempo los retos que nos depara el Antropoceno y, en todo caso, apuntan a la dimensión del cambio antropológico, cultural y político que todo ello requeriría.
¿Qué papel consideras que podría desempeñar la filosofía en esas transiciones? ¿y los movimientos sociales e iniciativas ciudadanas?
La historia indica que los procesos de cambio de la dimensión del que hablamos suelen producirse en momentos de crisis estructurales y requieren la confluencia de pensamiento filosófico y científico, y de movimientos sociales de amplio espectro capaces de impulsar el cambio de ciclo histórico (reformista o revolucionario). De no ser así, las más de las veces se produce un colapso civilizatorio.
Insisto en que todo apunta a que hoy afrontamos un auténtico «fin de época», pero que los movimientos transformadores (el feminismo, el ecologismo, los derechos humanos…) parecen carecer de la fuerza necesaria para abrir una nueva época. Aunque también es cierto que las tendencias de desvertebración son muy potentes, avanzan con rapidez y conoceremos momentos de disrupción.
Muchas gracias por conversar con nosotros, Fernando.
Gracias a vosotros. Quiero terminar contándoos un recuerdo personal que transcribí en el libro Ciudades en movimiento auspiciado por el Foro Transiciones en 2018:
A finales de los 70, un grupo de españoles visitaba el interior de China para trasladar un mensaje solidario a una población que afrontaba una situación difícil tras haber sufrido en los últimos años los embates de múltiples terremotos e incendios. Al final de una larga reunión en una humilde escuela para recibir información sobre la situación, la comunidad introdujo en la estancia a un viejo profesor considerado un sabio por sus miembros. El maestro miraba y escuchaba atentamente las explicaciones de sus vecinos sin decir nada y solo al final tomó la palabra para rememorar un proverbio tradicional que reflejaba bien la experiencia vivida recientemente: «Una comunidad cuya ciudad haya sido devastada por los incendios tendrá mejores opciones para sobreponerse a la catástrofe si sus habitantes fueron capaces de organizarse colectivamente para luchar contra el fuego y tratar de salvar la vida y los bienes de sus conciudadanos».