La viróloga Margarita del Val, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO-CSIC-UAM), es una de las voces expertas que más se ha hecho oír desde que empezó la actual pandemia. Dice que desde el principio ha insistido en que nos hacía falta una visión más global de la situación mundial. Pero el mensaje siempre quedaba eclipsado por la actualidad más urgente e inmediata.
Ahora que COVAX –la iniciativa internacional destinada a garantizar que todos los países tengan acceso rápido y equitativo a las vacunas contra la COVID-19, independientemente de su nivel de ingresos– está a punto de empezar a distribuir sus primeras dosis, es el momento de hablar en profundidad con Del Val de todo lo que implica.
¿Por qué es tan importante la iniciativa COVAX?
Es la única manera de que los países sin recursos cuenten con el apoyo necesario para recibir suficientes dosis de vacunas, para administrarlas y, a más largo plazo, para ser autosuficientes y llevar a cabo sus propias campañas de vacunación. COVAX es la heredera de GAVI, la Alianza Global para las Vacunas, que recibió este otoño el Premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional por promover el acceso equitativo a la vacunación infantil desde el año 2000 en los países de pocos recursos.
COVAX acaba de anunciar que a finales de mes repartirá 337 millones de dosis entre los 145 países solicitantes de los 186 países que se han adherido a ella. ¿Quién pone el dinero?
Filántropos, donantes, organizaciones internacionales, gobiernos de países con más recursos… Me enorgullece decir que en el Foro de la Paz de París, celebrado el pasado mes de noviembre, España confirmó la donación de 50 millones de euros para la causa COVAX. Además, aportamos como miembros de la Unión Europea, que conjuntamente donó 100 millones en esa ocasión, completando un total de 500 millones donados desde el inicio.
No es un gasto banal. Las vacunas son la mejor inversión que se puede hacer en cualquier país en vías de desarrollo. Cada euro que se dedica a vacunación infantil rinde más que cualquier otra iniciativa de salud o de educación. En costes directos, por cada euro invertido en vacunas infantiles se ahorran unos 16 euros. Y si contamos lo que se gana en años de vida sin secuelas, sube hasta 44 euros. Objetivamente, vacunar es muy rentable.
En el caso concreto de la vacunación frente a la COVID-19 se suma que, al no estar dirigida a los niños sino a la población adulta, inmunizar adecuadamente evita que se desestructure la sociedad en lugares donde las condiciones son muy precarias.
¿Cómo se establece el orden de prioridades en COVAX?
Se prioriza a los países con alto riesgo de sus trabajadores sanitarios, y que no han empezado aún la vacunación. Sobre todo porque está más que demostrado que hasta que no empiezas a vacunar no descubres lo que realmente necesitas. Lo hemos visto en España. Nos habíamos estado preparando para el momento en que arrancara la campaña de vacunación de COVID-19, pero hasta el día en que tuvimos en nuestras manos los viales no tomamos consciencia de los problemas a los que nos enfrentábamos, porque es todo demasiado nuevo y complejo.
Si a nosotros nos ha costado, imagina lo que puede pasar en países que no cuentan precisamente con los mejores sistemas sanitarios del mundo –más bien los peores–. Por un lado, se plantea el reto de asegurar que la vacuna llega a todos los rincones de países en los que ni siquiera está censada toda la población. Con la dificultad añadida de que hay que elegir a las personas a las que se debe priorizar. Hay que tener en cuenta que hablamos de países como Níger, Nepal o Camerún con una población mucho menos envejecida que la de los países europeos. No se pueden aplicar las mismas pautas. Los imprescindibles aquí son los sanitarios de primera línea.
Se refería hace un momento a GAVI, la Alianza Global para las Vacunas, como el germen de COVAX.
Sí. Y ha aportado la experiencia de nada menos que dos décadas. La principal diferencia es que GAVI suministraba vacunas solo a países de pocos recursos, mientras que COVAX recoge solicitudes de todo tipo de países, porque el objetivo es que se haga un reparto equitativo a nivel mundial de una vacuna de la que hay más demanda que oferta. Evitar el apartheid vacunal. Por eso en la primera lista que se acaba de anunciar están países solicitantes como Canadá, Singapur o Nueva Zelanda, que no son precisamente “pobres”, y que pagan sus propias vacunas y campañas.
Pero no España…
España participa como donante, pero no ha solicitado formar parte del reparto de la vacuna de la COVID-19, como tampoco lo ha hecho el resto de Europa. Hemos optado por gestionarlo por nuestra cuenta.
De las 337 millones de dosis que va a distribuir COVAX, 336 millones serán las desarrolladas por AstraZeneca y la Universidad Oxford, y 1,2 millones por Pfizer-BioNTech. ¿Por qué esta decisión?
AstraZeneca y Pfizer son las mismas que hemos comprado en Europa, las que de momento tenemos total garantía de que funcionan y son seguras. Es un problema que la vacuna de Pfizer deba seguir una compleja cadena de frío, de ultracongelación, porque muchos países carecen de la infraestructura necesaria.
AstraZeneca fue quien realizó una campaña más activa de preventa, comprometiendo con antelación muchas de las dosis que podía fabricar. Y por eso es la opción mayoritaria, siempre que la OMS la incluya en su lista de medicamentos de emergencia (que posiblemente lo hará pronto).
Las mayores de ambas remesas de vacunas se fabrican en la India, en el Instituto Serum, que es también receptora de vacunas.
Dependemos drásticamente de la India para la fabricación de medicamentos y de vacunas en el mundo. En el reparto que se acaba de anunciar le adjudican más de 97 millones dosis de vacunas, porque es un país muy poblado. Pero si en algún momento se decide favorecer o “mimar” a India, tampoco me parecería mal.
La OMS asegura que solo con COVAX podremos superar realmente la fase aguda de la pandemia mundial. En ese caso no es solo una iniciativa solidaria. En cierto modo, egoístamente, nos interesa que la iniciativa funcione…
Así es. No hay que olvidar que las enfermedades infecciosas no conocen fronteras. A la velocidad en que la pandemia avanza, nadie estará a salvo a no ser que lo esté todo el mundo. En ese sentido, a COVAX la mueve la solidaridad, pero también un punto de realismo. Sobre todo porque si se cometen injusticias en el reparto, grandes desigualdades, acabaremos sufriendo problemas de violencia mundial.
Entonces no solo peligran la salud y el dinero…
Se reflexiona mucho acerca del efecto de la pandemia sobre la economía, pero podría tener un gran impacto sobre la paz mundial. Aunque sea por puro egoísmo, hay que evitarlo.
El mundo se mantiene en un delicado equilibrio en estos momentos. Muchos países de ingresos medianos están retrocediendo y rozando ya los niveles de pobreza. Hay estudios recientes que hablan de que, aunque en África hay menos víctimas mortales de COVID-19, la desestructuración de la educación y de la sociedad que causa la pandemia afecta también a la salud y acabará causando un importante receso en la economía.
GAVI llevaba años apostando por no solo darles peces (vacunas, en este caso) a los países menos desarrollados, sino también enseñarles a pescar. O lo que es lo mismo, convertirlos en autosuficientes. Muchos ya estaban remontando sus economías con este impulso. Ahora todo eso se ve muy amenazado.
¿Cuál es el futuro inmediato de COVAX?
Hasta el momento se cuenta con las dosis para vacunar a un 3,3 % de la población de los países solicitantes. Ya se han reunido fondos para vacunar con dos dosis a unos 500 millones de personas, pero el objetivo es acercarse a los 1 750 millones de vacunados a finales de 2021. Por ello, sus responsables siguen buscando como locos a nuevos donantes. Eso supondría vacunar también a grupos de riesgo por exposición y por vulnerabilidad, ya sea por edad o por otras comorbilidades.
Con el arsenal que tienen ahora, lo más práctico, ya lo he dicho antes, es intentar inmunizar a los sanitarios de los países más necesitados. Al fin y al cabo, la disponibilidad de personal sanitario es el principal cuello de botella de esta pandemia. Si mueren o están de baja porque enferman, o si tienen que cuidar a los pacientes de COVID-19 o a quienes sufren de otras enfermedades crónicas más extendidas, como la malaria o la tuberculosis, no estarán disponibles para poner vacunas. Tienen una ardua tarea por delante, porque ahora no hablamos de vacunar solo a todos los niños nacidos en un año, sino de vacunar a millones de adultos. Por eso hay que evitar que este valioso personal se infecte.
Un personal que, por cierto, es mayoritariamente femenino…
Así es. En todo el mundo, un 70% del personal sanitario son mujeres. Si no las cuidamos, se produciría un retroceso en el desarrollo del papel de la mujer en los países con menos recursos. ¡Con lo que ha costado llegar hasta aquí!
Para llegar a 1 750 millones de vacunados (3 500 millones de dosis) en 2021, ¿qué presupuesto se necesitará?
COVAX destina 2 000 millones de dólares a vacunar a unos 500 millones de personas. Eso significa que cuesta 4 dólares vacunar a cada persona con dos dosis. Es barato teniendo en cuenta que hablamos de vacunas nuevas y que, por lo tanto, los primeros años pagaremos también lo que ha costado desarrollarlas. Pero necesita recaudar 5 000 millones de dólares más.
Por cierto, que en la producción de vacunas COVID-19 se ha dado una paradoja: pese a hacerse en tiempo récord, el número de voluntarios ha sido enorme y eso ha permitido dar garantías de seguridad mucho más potentes que en cualquier otra inmunización.
Ahora parece que la gente empieza a creerse al fin eso de que las vacunas frente a COVID-19 son seguras.
Sí, afortunadamente. Concretamente en España hemos pasado de que cerca de la mitad de los ciudadanos dudase si ponérsela a que muchos colectivos hagan valer su riesgo y exposición para inmunizarse cuanto antes.
Yo confiaba en que iba a ser así. Por suerte, somos un país que tiene mucha confianza en el sistema de salud y en las vacunas. Lo contrario que le pasa a Francia: los franceses ponen en tela de juicio las vacunas y su propio sistema de salud. Y confían mucho en la homeopatía y en otros remedios no científicos.
En cualquier caso, pecamos de mirarnos demasiado el ombligo. Nos planteamos cosas como si queremos o no vacunarnos, o si podemos elegir qué vacuna ponernos. Honestamente, me parece una actitud caprichosa. Siempre he dicho que en algún momento habría que levantar la mirada y atender a la vacuna en el mundo. Quizás el momento es ahora.
Elena Sanz, Salud y Medicina, The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.