Raúl Romero es licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y realizó estudios de maestría en el Programa de Estudios Latinoamericanos. Miembro de la Secretaría Académica del sitio Conceptos y Fenómenos Fundamentales de Nuestro Tiempo, proyecto coordinado por el Dr. Pablo González Casanova. Forma parte del Grupo de Trabajo «Derechos Humanos, luchas y territorialidades» del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Ha sido profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Actualmente es Técnico Académico Asociado C en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Ha publicado articulos en revistas académicas y capítulos en libros. Es co-coordinador del libro Resistencias locales, utopías globales (STUNAM-Yod Estudio, Ciudad de México, 2015). Sus líneas de investigación son: movimientos sociales, procesos emancipatorios y economías criminales. Colabora en medios nacionales e internacionales como La Jornada, Rebelión y Agencia Latinoamericana de Información.
Defender la vida en tiempos COVID
La pandemia por coronavirus llegó a los pueblos en resistencia en México en un momento de asedio por varios frentes: a la lucha contra los megaproyectos, a la resistencia contra las violencias estatales, paramilitares y del crimen organizado, a la ofensiva mediática y al discurso oficialista que les coloca como adversarios, tuvieron que sumar la organización para sobrevivir al coronavirus.
Basta con revisar la página oficial del Congreso Nacional Indígena (CNI) para comprobar que durante la pandemia no cesaron los ataques contra los pueblos. Sólo entre marzo y agosto de 2020, se contabilizan más de 40 denuncias que van desde amenazas, detenciones, despojos, torturas, secuestros y masacres. Mayor notoriedad cobró la masacre contra el pueblo Ikoots, en Oaxaca, o los despojos y agresiones contra integrantes del Ejido Tila, en Chiapas. Los ataques, por parte de grupos paramilitares contra bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), también forman parte de ese contexto de asedio contra los pueblos y sus organizaciones.
Es en medio de ese escenario que estas organizaciones se han dado a la tarea de implementar medidas para enfrentar la pandemia. En la Chiapas Zapatista, por ejemplo, el EZLN optó por «la prevención y la aplicación de medidas sanitarias que, en su momento, fueron consultadas con científic@s». Estas medidas contemplaron el uso de «cubre bocas o su equivalente, distancia entre personas, cierre de contactos personales directos con zonas urbanas, cuarentena de 15 días para quien pudo haber estado en contacto con contagiados, lavado frecuente con agua y jabón» (Sexta parte: Una montaña en alta mar, Comunicado del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, México, 5 de octubre de 2020). Para octubre de 2020, el EZLN reportó el fallecimiento por COVID de 12 de sus compañer@s.
La estructura de salud con la que cuentan las comunidades zapatistas es ampliamente reconocida en la región. En 2014, durante la Escuelita zapatista, las bases de apoyo contaron a sus alumnos y alumnas cómo se implementa un modelo de salud desde abajo y desde adentro de las comunidades, lo que permite un conocimiento del contexto cultural y lingüístico. Este modelo, que tiene fuerte énfasis en lo preventivo y en la alimentación, es aplicado con el trabajo de hombres y mujeres como promotores de salud, con casas de salud, microclinicas y clínicas, laboratorios, ediciones de libros y folletos, y capacitaciones.
En este modelo se combina la medicina tradicional con la medicina moderna, partiendo siempre de ver a la salud como un proceso comunitario e integral, donde lo físico, lo mental y lo emocional forman un conjunto; y donde la salud personal y comunitaria, el territorio y la naturaleza están íntimamente relacionados.
En el caso del CNI, los pueblos y sus organizaciones se dieron a la tarea de compartir mediante programas de radio, algunas de las experiencias de lo que significa defender la vida en tiempos de pandemia. En esas ediciones puede documentarse la importancia de las radios comunitarias, desde las cuales se difundió información culturalmente adecuada, traducida y adaptada por las propias organizaciones.
La adaptación o creación de estrategias propias, como el «quédate en tu comunidad», es relevante. Igualmente, el papel de las juventudes fue clave, pues ayudaron al diseño de cápsulas de radio, infografías y folletos, y también a la utilización efectiva de redes sociales y plataformas digitales, con las cuales también se combatió la desinformación y difusión de información falsa.
Por otra parte, se ha hecho especial énfasis en la promoción de la salud preventiva, enfocada a fortalecer las defensas del organismo mediante la alimentación y la medicina tradicional. Se establecieron cercos sanitarios y en algunos casos, en comunidades que tienen importante flujo migratorio, se establecieron centros de observación para prevenir infecciones.
En otras comunidades se activaron «comités de salud y resistencia», «comités de alimentación y resistencia», y fueron las propias las comunidades las que se dieron a la tarea de conseguir insumos, botiquines, etc. Salud comunitaria y autogestionada.
El trabajo de las mujeres parteras ha sido importantísimo, incluso, su labor cobró gran notoriedad en zonas urbanas.
La reflexión sobre el papel de las personas adultas mayores también destaca. La integrante del Colectivo Suumil, en Sinanche, Yucatán; reflexiona: «Mientras el sistema puso a los ancianos como los y las desechables, en la comunidad nos lanzamos a su resguardo, a cuidarles». En ellos y ellas, nos cuentan en otros pueblos, habita la memoria histórica de cómo sus antepasados vivieron otras «calamidades».
Muchos otros elementos habría que apuntar de estas experiencias que en lo económico, en la seguridad, e incluso en sus luchas, tuvieron que imaginar para continuar con sus resistencias. Sirvan por ahora estas notas para reflexionar sobre el papel de las autonomías comunitarias como alternativas frente a las crisis que enfrentamos como humanidad.