Mina Lorena Navarro Trujillo es socióloga y profesora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Co-coordina el Seminario de Investigación Permanente “Entramados Comunitarios y Formas de lo Político” en el ICSyH de la BUAP, junto con Raquel Gutiérrez y Lucía Linsalata. Integrante del Grupo de Trabajo “Ecología Política del Extractivismo en América Latina” de CLACSO. Es autora, entre otras publicaciones, de Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México (Bajo Tierra, 2015).
Lucia Linsalata es doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y co-coordinadora del Seminario de Investigación Permanente “Entramados Comunitarios y Formas de lo Político” en la misma institución. Sus investigaciones se han centrado en el estudio de procesos organizativos de carácter comunitario-popular en Bolivia y México. Actualmente trabaja en la construcción de una perspectiva analítica materialista, no antropocéntrica, que se propone repensar las luchas por la defensa de la vida en América Latina desde la clave de la interdependencia. Ha publicado varios artículos científicos y de divulgación en distintos medios. Es autora del libro Cuando manda la asamblea (Bolivia, 2015), coordinadora del libro Lo comunitario-popular en México. Desafíos, tensiones y posibilidades (México 2016) y co-coordinadora, junto con Daniel Inclán y Márgara Millán, del libro Modernidades Alternativas (UNAM, 2017).
Capitaloceno, luchas por lo común y disputas por otros términos de interdependencia en el tejido de la vida
Las reflexiones que aquí se presentan nacen de las preocupaciones del área de investigación de “entramados comunitarios y formas de lo político” en torno a lo que hoy en América Latina significa defender la vida para un amplio y variado abanico de procesos organizativos y luchas comunitarias en medio de las renovadas dinámicas de apropiación, despojo, devastación y degradación de las naturalezas humanas y no humanas que las violentas lógicas de acumulación impulsan sin parar. Esta inquietud nos ha llevado a la tarea de dotarnos de una mirada analítica, ecológica, holística y relacional en torno a la noción de «vida», que hemos ido componiendo en diálogo con la perspectiva de la ecología-mundo, la ecología política latinoamericana y la apuesta de algunas tradiciones del feminismo por poner en el centro la vida.
El capital en el tejido de la vida
En el recorrido para entender cómo el capitalismo y su lógica patriarcal y colonial ha ido fracturando y transformando el tejido de naturalezas humanas y no humanas, así como de los elementos abióticos que constituyen nuestros ambientes, hemos entrado en diálogo con la perspectiva de la ecología-mundo y los aportes de su precursor Jason W. Moore, para poner en juego una visión poscartesiana y abonar en una comprensión histórica de las relaciones entre el capitalismo, la naturaleza y el poder.
En este esfuerzo, reconocemos la búsqueda por reconceptualizar la historia ambiental rastreando las coproducciones que desde el siglo XVI, en el marco del Capitaloceno, se han desplegado en los nuevos patrones de configuración de la humanidad en la naturaleza y de la naturaleza en la humanidad. Cuando hablamos del Capitaloceno asumimos una distancia crítica de los diagnósticos que señalan que el origen de la crisis socioecológica actual es antropogénica, al asumir que lo humano es un todo homogéneo, como unidad ficticia en la que se desdibujan las responsabilidades particulares y las formas concretas de intervención, apropiación y coproducción en el tejido de la vida.
Las narrativas dominantes del Antropoceno sacan de la ecuación al capitalismo y omiten su responsabilidad en marcar las pautas destructivas de las transformaciones ecosistémicas y termodinámicas en el planeta. En pocas palabras, coincidimos en que el problema no es el Antropos en general, sino las relaciones del capital y el patrón de configuración ambiental que desde el siglo XVI ha privilegiado la acumulación sin fin. Desde esta perspectiva, defendida por Jason W. Moore en El capitalismo en la trama de la vida, el capitalismo no es una producción exterior al tejido de la vida, un sistema económico o un sistema social como generalmente se le concibe, sino una “forma de organizar las naturalezas y de organizarnos nosotros en ellas y a través de ellas”.
Tal como nos explica Moore, el capitalismo es una coproducción de proyectos y procesos que parten de la iniciativa humana y se articulan, a través de relaciones asimétricas de apropiación y explotación, con y dentro de otras naturalezas específicas. De modo que la acumulación del capital no es un mero proceso social con consecuencias medioambientales, sino una red de relaciones internas a la totalidad de la conformación de la vida y, en ese sentido, una ecología-mundo, es decir, una forma de enlazar las naturalezas humanas y extrahumanas para ponerlas a trabajar en beneficio de la generación de valor.
Este entendimiento de la coproducción entre capitalismo y naturalezas nos ha llevado a reconocer dos cuestiones. Por un lado, nos ha permitido visualizar la enorme capacidad necrótica de la acumulación del capital a lo largo de la historia, es decir, la acción sistemática de transformar ambientes, degradar los sistemas vivos y las capacidades de autorregulación y de complejización que ha permitido la evolución creativa y diversa del planeta, así como las condiciones que posibilitan la regeneración y reproducción de la vida a través de la violencia y la muerte impuesta.
Por otro lado, nos ha llevado a ahondar críticamente en la ficción de la omnipotencia y omnipresencia con la que el capital presume absoluta capacidad de control y subordinación de los procesos vitales. En pocas palabras, sin desconocer la capacidad destructiva del capital, nos proponemos reconocer su fragilidad en el intento por organizar el tejido de la vida a su imagen y semejanza.
¿Por qué afirmamos lo anterior? ¿Qué implica organizar en términos capitalistas las naturalezas o el tejido de la vida? ¿Cuáles son los desafíos de la empresa capitalista para lograrlo?
Para encarar estas preguntas, hemos aprendido de la mano de fértiles discusiones del eco-marxismo que la coproducción capitalista de las naturalezas ha ido generando lo que Jason W. Moore ha denominado como «cambios metabólicos», que en nuestras palabras podemos definir como la generación de sucesivas alteraciones en los flujos y patrones de intercambio de materia y energía de los sistemas vivos y, por tanto, de los términos en los que se organizan las relaciones de interdependencia inter e intra especie. Estos cambios incluyen tanto la fractura del metabolismo anterior a partir de imponer separaciones en el tejido de la vida, así como la simultánea generación e imposición de un patrón de reconexión sostenido por mediaciones y ensambles funcionales a la valorización del valor, tales como el salario, el mercado, la familia heteropatriarcal, el Estado, etc.
Cuando hablamos de «separación» nos referimos a la fractura y cambio de las relaciones de hombres y mujeres con sus medios de existencia, dinámica que se presenta desde la llamada «acumulación originaria», como momento histórico en los albores del capitalismo que Marx documentó ampliamente para el caso de Inglaterra. No obstante, como lo han advertido una serie de voces del marxismo crítico, como las de María Mies, Silvia Federici, Massimo de Angelis y George Caffentzis, entre otros, es también una lógica continua y necesaria en la generación de valor que persiste hasta nuestros días.
En diálogo con Jason W. Moore, diríamos que estos procesos de separación con sus respectivos cambios metabólicos se acentúan con la expansión y ampliación histórica de las fronteras capitalistas de las zonas de apropiación de Naturalezas Baratas, adecuando el trabajo no remunerado al servicio de la producción mercantil. En tal sentido, la perspectiva de Moore se diferencia enormemente de la teoría marxista clásica y aquella comprensión que sitúa la principal contradicción del capital con el trabajo humano asalariado en el terreno de la relación de explotación y enajenación.
Contrariamente a esta postura, Moore —al igual que varias pensadoras feministas marxistas como Leopoldina Fortunati, Maria Rosa Dalla Costa y Silvia Federici— nos abre una ventana para ver cómo la producción de valor no se basa sólo en la explotación del trabajo humano asalariado, sino también en la apropiación de inmensas cantidades de trabajo/energía no remunerado (humano y no humano) por afuera de los circuitos clásicos de la producción capitalista; es decir, que la generación de valor capitalista es posible sólo a partir de procesos simultáneos de explotación de trabajo remunerado y apropiación de trabajo/energía no remunerado. Tal trabajo no remunerado es llevado a cabo “por seres humanos —mujeres y esclavos, por ejemplo— o por naturalezas extrahumanas, como bosques, suelos o ríos”, y representa la base material a partir de la cual el capital expande continuamente sus fronteras sobre el tejido de la vida, reorganizando las dinámicas de reproducción de la misma de acuerdo con la lógica de la ganancia sin fin. Desde los orígenes del Capitaloceno, dichos movimientos de fronteras han sido esenciales para la creación de formas de Naturaleza Barata necesarias para el capitalismo, a través de los Cuatro Baratos: trabajo, alimentos, energía y materias primas.
En esta ampliación de fronteras de nuevas zonas de apropiación, los procesos de separación se garantizan a partir de fijar mediaciones que van transformando de manera radical las naturalezas y los términos en los que se organizan las relaciones de interdependencia, estableciendo formas de explotación y enajenación de los medios de existencia funcionales a la acumulación de capitales. Así, la coproducción histórica de modos de existencia capitalistas se sostiene en un metabolismo que reorganiza el tejido de la vida para extraer y exprimir el mayor valor posible, gestionando, como señala Amaia Pérez Orozco, la interdependencia en términos de explotación, es decir, poniendo en el centro su lógica de acumulación de ganancias y no la de la reproducción de la vida.
Este violento proceso, al que llamamos reorganización capitalista de la condición de interdependencia, se constata en la imposición de patrones de relación e intercambio de materia y energía, y en general de organización de la vida, que en términos estrictamente bio-geo-ecológicos generan bucles de retroalimentación necróticos. De modo que la reorganización de los términos de interdependencia planteados por los procesos de acumulación capitalista entra en una contradicción estructural con los ciclos vitales en su conjunto, puesto que, al tiempo que se imponen unos patrones de reproducción de la vida para la extracción y generación de valor, también se van fracturando y degradando las capacidades autorregulativas de los organismos vivos, de sus entornos y del planeta en su conjunto, enajenando y refuncionalizando las potencias autopoiéticas inscritas en los mismos.
En resumen, son al menos tres dinámicas las que coexisten en la reorganización capitalista de la condición de interdependencia:
- La instauración y reiteración constante (bajo formas históricamente renovadas y geográficamente diferenciadas) de la separación simbólica y material de hombres y mujeres de nuestros medios de existencia, y la consecuente fractura y cambio metabólico de relaciones sociales, biológicas y ecológicas correspondientes a formas sociales anteriores.
- La reconexión y reorganización de lo inicialmente separado, bajo los términos fijados por las mediaciones capitalistas, patriarcales y coloniales (el estado, el derecho, el mercado, el salario, la familia heteropatriarcal, etc.) y las escalas espaciotemporales funcionales a la reproducción ampliada del valor.
- La conversión de nuestros medios de existencia, incluido nuestro cuerpo y nuestra capacidad viva de trabajo, en cosas explotables y valores independientes y aparentemente ajenos a nosotros, cuya posibilidad de acceso y usufructo queda paulatinamente limitada y/o gestionada por las mediaciones capitalistas, patriarcales y coloniales previamente fijadas.
Un ejemplo muy claro de lo anterior es la tragedia que muchos países del planeta han experimentado en relación con la mercantilización y privatización del agua de uso domiciliario durante la época neoliberal. Una tragedia que nos ha llevado a un contexto como el actual, en el que 3 de cada 10 personas o más de 2.100 millones de personas carecen de agua potable en el hogar y más del doble no disponen de saneamiento seguro en todo el planeta (OMS, 2017).
Bajo el argumento de la presunta ineficiencia de los sistemas públicos y de los sistemas cooperativos/comunitarios y la supuesta eficacia y capacidad financiera del sector privado, durante varias décadas se ha procedido al paulatino desmantelamiento tanto de los servicios públicos como de una infinidad de experiencias cooperativas y/o comunitarias de gestión del agua, para dar paso a la privatización de dicho servicio en manos de empresas privadas y grandes corporaciones trasnacionales.
Uno de los aspectos más lamentables de lo anterior ha sido la dilución de una multiplicidad de relaciones de interdependencia y formas de organización social en torno al agua, dentro de las formas de relación homogéneas, enajenadas e individualizadas que nos impone el mercado, al interior de las cuales la mayoría terminamos siendo reducidos a simples consumidores que pagan mensualmente por la cantidad de agua proporcionada por la empresa privada de turno. Agua de la que desconocemos sus orígenes, sus caminos, que se transforma en cada vez más lugares del planeta en un agua desterritorializada, despojada de sus trayectorias atmosféricas, superficiales y subterráneas, y “liberada” de sus vínculos ecológicos, espaciales y bioculturales.
La mercantilización y, por lo tanto, la fijación de la mediación dineraria en el metabolismo capitalista del agua —sus fuentes, redes de suministro y servicios de abastecimiento— ocultan las múltiples formas de despojo, dominación y explotación que alimentan la maquinaria del sistema hídrico, permitiendo que se lleve a cabo, una y otra vez, una profunda desconexión de las naturalezas transformadas de su fundamento biogeoquímico y sociocultural. Es así como a partir de grandes obras hidráulicas y sofisticadas tecnologías, este precioso líquido es puesto a circular en función de los ritmos, de las necesidades económicas, de las condiciones de existencia y de las escalas espaciales impuestas por los procesos de acumulación de capital, imponiendo metabolismos socio-ecológicos profundamente desequilibrados. Trasladada de un lugar a otro, el agua puesta “al servicio del capital”, encuentra su uso en lugares cada vez más distantes de las fuentes de origen, en detrimento de sus ciclos naturales, de los vínculos con el sistema de cuenca, con las comunidades concretas de vida y con las relaciones históricas y culturales que solían definirla en cada lugar de forma diferente.
De este modo, el sistema de percepciones y las relaciones simbólico-afectivas que como sociedades humanas hemos ido tejiendo históricamente en torno a este líquido, así como las formas tradicionales de gestión y relación colectivas con el agua, se fragmentan, para terminar diluidas en un acto de consumo homogéneo, mercantilizado, enajenado, individualizado y automatizado, que se celebra cotidianamente bajo los términos y las mediaciones impuestas por el capital. En suma, hablamos de profundas fracturas y cambios metabólicos de los ciclos naturales del agua y los términos de interdependencia tejidos colectivamente desde la garantía de la reproducción de la vida para imponer patrones de reconexión sostenidos por mediaciones y ensambles funcionales a la valorización del valor.
El capital impone sus prioridades, sus jerarquías y modalidades de uso, a costa de la vida y el bienestar de extensos territorios y millones de seres vivos y especies compañeras. Y al hacerlo promueve una separación ontológica que alienta narrativas históricas e imaginarios sociales en los que las relaciones entre seres humanos se presentan como independientes del resto de la naturaleza. Es así como miles de millones de hombres y mujeres en el mundo tienen profundamente interiorizada una visión cosificada del agua y se relacionan diariamente con ésta a partir de un sentimiento de desafección que les impide percibir y/o sentirse afectados por todo lo que acabamos de mencionar. Sin embargo, también es cierto que millones de entramados comunitarios en todo el planeta luchan, y lo seguirán haciendo, por no perder sus culturas del agua y/o por crear nuevas; por desalienar y defender sus fuentes de agua, y con ellas, sus territorios y una multiplicidad de formas concretas de vida; por tener un acceso más igualitario a este líquido y por producir otras formas de gestión colectiva del mismo, más dignas para ellos y más respetuosas de los entornos vivos que habitan.
Tal y como hemos señalado anteriormente, la empresa capitalista de coproducción —en y a través del tejido de la vida— de naturalezas funcionales a la acumulación de valor no logra nunca de manera plena su cometido, es decir, los cambios metabólicos o alteraciones de los términos de la interdependencia que los patrones de vida capitalista nos imponen, tienen siempre como correlato el despliegue de conflictos, luchas y antagonismos. A cada avance del capital, se abren nuevas disputas protagonizadas por variados sujetos colectivos y formas políticas que buscan acortar las distancias generadas por los procesos capitalistas de separación y establecer un patrón de relación e intercambio específico de materia y energía acorde con la reproducción de la vida y con lo necesario para garantizar sus modos de existencia.
Este artículo se corresponde con el segundo apartado del artículo «Capitaloceno, luchas por lo común y disputas por otros términos de interdependencia en el tejido de la vida. Reflexiones desde América Latina», publicado originalmente el 28 de febrero de 2021 en la revista Relaciones Internacionales, 46 (2021), pp. 81-98. Agradecemos a la revista y a las autoras que nos hayan permitido su reproducción.