Asunción Herrera Guevara es doctora en Filosofía y profesora titular de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Oviedo. Investiga en temas relacionados con la ética, la política y la bioética. Participa en el proyecto de investigación «Deberes éticos en contextos de desastres (DESASTRE)», financiado por la Fundación BBVA. Ha realizado estancias en las universidades de Turín, Frankfurt y Northwestern. Entre sus últimos libros: Ilustrados o bárbaros (2014), La conspiración de la ignorancia. Una reflexión sobre el progreso y sus paradojas (2018) y Bioética postsecular e interespecífica: ciencia, ética y cultura en el siglo XXI (2020). Fue responsable de la edición del volumen colectivo De animales y hombres (2007).
Los animales no humanos en un contexto de desastres
Vivimos una época difícil de calificar. Acaso, ¿vivimos una época caótica u ordenada? ¿Esperanzadora o desesperanzadora? ¿Injusta o más justa que nunca? ¿Aterradora o fascinante? El tema del trato hacia los animales no humanos en un contexto de desastres bien pudiera calificarse de esperanzador y, al mismo tiempo, de aterrador. Por un lado, hoy más que nunca se podría hablar de una clara conciencia animalista entre los ciudadanos o tal vez sería más correcto afirmar un creciente debate sobre el tema; el debatirlo ya es un paso importante. La filosofía ha tomado cartas en el asunto desde hace décadas. Este auge del debate animalista nos hace tener esperanzas. Por otro lado, vivimos un momento donde los desastres climatológicos no solo aumentan, sino que son más virulentos, y, evidentemente, estos desastres golpean con fuerza a los más vulnerables. Ni que decir tiene que la vulnerabilidad de tales fenómenos afecta a una ingente población de humanos, pero esto no quita ni es excusa para silenciar u olvidar el sufrimiento y la vulnerabilidad de los animales no humanos. La vulnerabilidad y el sufrimiento de unos y otros, los humanos y los no humanos, se constelan, se yuxtaponen. Una ética materialista como la de Adorno, que hace tanto hincapié en el sufrimiento, es clara al respecto: no se podrá alcanzar la verdadera emancipación hasta erradicar el sufrimiento de todo ser vivo.
La filosofía se ha servido desde sus orígenes de un pensamiento binario demoledor ante lo otro. Ya sea este otro, la mujer, la naturaleza, el animal no humano o el humano con otro color de piel. Se ha ejercido desde la totalidad de lo uno la opresión. Lo paradójico es que esta misma filosofía que «lleva dentro de sí la coacción» es la que se ha percatado críticamente de la coacción a la que somete. Si la filosofía ha ejercido la metafísica de la violencia, en palabras de Vattimo, no menos ha permitido en el terreno de la filosofía moral, percatándose críticamente de la coacción que legitimaba, la expansión del círculo moral, expandiendo derechos hasta llegar a los animales no humanos. Por todo ello, la filosofía ha ampliado los límites de la comunidad moral, incluyendo dentro de esta a los animales no humanos. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que el problema esté resuelto. Las discrepancias se encuentran en el debate actual. ¿Cómo incluimos a los no humanos en la comunidad moral? ¿Cómo seres que tienen un valor en sí mismo? ¿Cómo seres tutelados por nosotros, los humanos, y ante los cuales tenemos «deberes indirectos» como los referidos por Kant? ¿Aceptamos que entren en la comunidad moral, pero los vemos como seres que se encuentran por debajo de la humanidad y, por lo tanto, tenemos tan solo hacia ellos deberes de obligación imperfecta? Más en concreto, ¿cómo estamos categorizando a los animales no humanos en los actuales contextos de desastre? ¿Cómo seres con valor en sí mismo o como seres por debajo de la humanidad y a los que debemos, en el mejor de los casos, caridad y beneficencia? ¿Debemos ir más allá en nuestro trato con los no humanos e incluirlos en el espacio de la justicia y de los derechos?
Se necesita una tercera Ilustración para escapar del antropocentrismo fuerte que nos impide tratar a los animales no humanos como fines en sí mismos. La pregunta clave de cómo debemos actuar en un contexto de desastre ante los sufrimientos de los animales no humanos no tiene una respuesta evidente. Cuando pregunto cómo debemos actuar no me estoy refiriendo a un nosotros equivalente a la suma de cada ciudadano. Todos hemos visto imágenes en los telediarios de personas que desean salvar y proteger a sus animales en una situación de desastre, tanto a los que conviven con ellos en sus casas como a los que habitan sus cuadras y son el sustento de sus economías. No me estoy refiriendo a este tipo de trato hacia el animal no humano. Me refiero a lo que debemos hacer como sociedad y como comunidad política, lo que deben hacer nuestras instituciones cuando un contexto de desastre afecta también a los animales no humanos.
Para percatarnos de la necesidad urgente de actuar me gustaría citar un solo dato: «El fuego ha matado a más de mil millones de mamíferos en Australia.» Estas cifras y estos datos tan demoledores muestran que a menudo se está actuando sin ningún plan previo que facilite el socorro y la ayuda que necesitarían numerosos animales en un contexto de desastre. Es cierto que los operativos de salvamento siempre que pueden también ayudan a algunos animales o especies a escapar del peligro; pero evidentemente con escasos medios y sin planificación bien poco se pude hacer. No se trata de culpar a quienes están luchando contra el fuego en condiciones durísimas. Se trata de preguntarnos por qué no sentimos como sociedad esta pérdida de no humanos como un crimen hacia ellos. Es claro que no vemos a los animales como fines en sí mismos, que seguimos pensando que en todo caso tenemos obligaciones imperfectas hacia ellos y, por lo tanto, sentimos caridad y beneficencia hacia ellos, pero no los vemos como sujetos de pleno derecho que forman parte de nuestra comunidad moral. Con todo esto no quiero decir que podríamos salvar a todos los no humanos ante un desastre. Por supuesto que no. Se trata de evitar el cinismo en nuestra relación con los no humanos. Se trata de plantear si realmente importan, de si tienen valor en sí mismo, de si pertenecen a nuestra comunidad moral y política y, en caso afirmativo, adoptar medidas institucionales y legales para que las cifras de animales muertos dejen de ser tan aterradoras.
Con todo, mostrar las cifras no parece suficiente; numerosos prejuicios y juicios se alían en contra de los datos. Vivimos en la época de más información, pero al mismo tiempo una de las épocas con más ignorancia. Para escapar de la inacción, y actuar ante los sufrimientos de los no humanos en los contextos de desastres, es necesario romper con la lógica de la dominación impresa en el androcentrismo y el antropocentrismo. Tan ardua misión solo puede triunfar de la mano de un ecofeminismo constructivista, como el postulado por Alicia Puleo. Parafraseando a la pensadora Françoise d’Eaubonne: «ecofeminismo o extinción». Tal vez alguien piense que es una exageración, pero retomando a Adorno solo me cabe afirmar que en la exageración está la verdad.