Minotauro reedita la colección de relatos que convirtió a Ray Bradbury en un autor de éxito y traspasó los límites del género.
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima?» Las preguntas se las hacía Jorge Luis Borges hace ahora 60 años. El hombre de Illinois era Ray Bradbury (1920-2012), autor de obras maestras como Farenheit 451 (1953), y el libro en cuestión Crónicas marcianas. La única inexactitud, quizás, era llamar a Bradbury hombre de Illinois, porque aunque había nacido en este estado, vivía en Los Ángeles desde que tenía 14 años y en esta ciudad murió. Por todo lo demás, las preguntas siguen vigentes y surgen con cada relectura. ¿Cómo lo hizo?
«La he estado revisando. Tengo un ejemplar de hace 30 años. Es uno de esos libros de los que no se hace, de una ambición tremenda. Lo pongo al mismo nivel que los trabajos de Isaac Asimov, al mismo nivel que Fundación«. Los elogios los afirma ahora, seis décadas después, el escritor y científico Juan José Gómez Cadenas, quien se declara admirador de esta novela.
Con motivo del 60 aniversario de su publicación en España, Ediciones Minotauro ha decidido recuperar Crónicas marcianas, el libro con el que inició su andadura en 1955. Y lo ha hecho con una edición especial, numerada y con portada ilustrada por Javier Olivares, en la que se incluye un nuevo relato, ‘Los globos de fuego’, que se había publicado antes en la colección El hombre ilustrado. Además, esta nueva edición contiene cuatro ilustraciones de Edward Miller y dos prólogos que no estaban presentes en la original por evidentes razones cronológicas: uno a cargo del propio Bradbury, escrito en 1997, y otro de la mano del escritor John Scalzi, redactado en 2009.
Se aglutinan pues 27 relatos y se mantiene en 26 de ellos la traducción original de Francisco Porrúa (1922-2013), histórico editor criado en la pampa argentina que fue el visionario que trajo a España esta novela y otras obras maestras de la Literatura universal como Rayuela de Julio Cortázar, o del género fantástico como la obra completa de Tolkien. Aunque en el caso de Crónicas marcianas cabe reconocer que su elección fue azarosa.
Según confesó en una entrevista concedida en 2009 al periodista argentino Patricio Lennard para Página 12, Porrúa eligió el libro para ser el debut de Minotauro después de verlo citado en la revista de Jean-Paul Sartre Les Temps Modernes. «Me encontré con un artículo que se llamaba algo así como Qu’est que c’est la science-fiction? (¿Qué es la ciencia ficción?), y allí se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Entonces fui a una librería a la que iba habitualmente, conseguí un libro suyo en inglés y eso fue lo primero que leí de la ciencia ficción moderna».
Una novela que surgió como tal también por azar. Según explica el propio Bradbury en el nuevo prólogo incorporado al libro, fue tras un viaje a Nueva York cuando se planteó darle una estructura que ya le rondaba la cabeza. Su amigo Norman Corwin, («el primero que me escuchó contar las historias de Marte») le puso en contacto con quien sería futuro editor Walter I. Bradbury (ningún parentesco). Este le dijo: «Todos esos cuentos marcianos, ¿no podría usted juntarlos armado de aguja e hilo, coserlos, para dar forma a Crónicas marcianas?». Bradbury, que había crecido obsesionado con el libro Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, un conjunto de relatos sobre un pequeño pueblo de Estados Unidos, le respondió al día siguiente llevándole el plan para Crónicas marcianas. Ya tenía su propio Winesburg, Ohio.
Crónicas marcianas apareció publicada a finales de la primavera de 1950 y obtuvo pocas críticas al principio. El desinterés no duró mucho. Prontó saltó las fronteras de la ciencia ficción y llegó a los cenáculos literarios más serios. Una novela popular sojuzgó a los popes. Entre los fans, otro autor imprescindible del género, Aldous Huxley, quien había publicado veinte años antes una de las distopías más famosas de la Historia: Un mundo feliz (1932). Durante un encuentro entre Bradbury, Huxley y el filósofo inglés Gerald Heard, en casa del primero, los dos escritores británicos le preguntaron:
—¿Sabe qué es usted?
—¿Qué? —respondió Bradbury desconcertado.
—Un poeta —dijeron.
Un poeta con Arcadia propia, en este caso triste, y nombre real: Marte. «El tema de Marte nos obsesiona porque es un espejo de la Tierra. El ciudadano moderno sigue soñando con ese Marte que no es sino un reflejo de nuestro mundo, con viajar hasta allí», dice Cadenas. Un Marte en el que da igual la rigurosidad científica. Como recuerda Bradbury en su prólogo, «hasta los físicos de culo duro de CalTech aceptan la atmósfera compuesta por oxígeno fraudulento que he liberado en Marte». «Lo más reseñable es que la ciencia es una excusa, y además barata», comenta de nuevo el físico valenciano. «Su Marte es de mentira, como el de Edgar Rice Burroughs y los libros de la serie sobre John Carter como Una princesa de Marte. Lo que le interesan a Bradbury son los problemas sociales y los psicológicos«, añade. Nada de leyes robóticas. Nada de números. Sólo el alma.
Pese a su magisterio, o quizás por su grandeza, Bradbury no tuvo novelistas seguidores de inmediato. ¿Cómo imitar lo insuperable? ¿Quién podría hacerlo mejor? «Lo mismo que Asimov abre tres o cuatro canales a él no le sigue tanta gente», constata Gómez Cadenas. Su senda, dice, se retomó de manera notoria a partir de los años 90, con la serie de libros Marte Rojo, Marte Azul y Marte Verde, la Trilogía Marciana de Kim Stanley Robinson, herederos directos del trabajo de Bradbury.
Los nuevos narradores no ocultan ya su admiración hacia él y hacen bandera de su obra. Así lo cree por ejemplo el escritor valenciano Juan Miguel Aguilera, autor, entre otros libros y textos, del guión de Náufragos, la película de la cineasta valenciana Luna ambientada en Marte. «Crónicas marcianas es un referente para la gente de toda nuestra generación», dice Aguilera, «sobre todo porque él no era un escritor de ciencia ficción sino de Literatura. En su época ya se sabía cómo era Marte y se sabía que no podían ir con carretas como el Oeste. A él todo eso le da igual porque lo que quería era hacer una metáfora sobre el encuentro de civilizaciones, de culturas», explica.
La huella de Crónicas marcianas ya es indeleble y se encuentra en gran parte de los narradores actuales.»Me ha influido bastante porque casi todas mis novelas han tratado el tema del encuentro entre culturas», comenta Aguilera. Scalzi, quien leyó Crónicas marcianas por encargo de un profesor en sexto de primaria, dice en el prólogo que este libro le enseñó «lo que las palabras pueden hacer». «Me mostró la magia», añade. Bradbury como el gran mago.
«Es un adelantado a su tiempo», insiste Gómez Cadenas. «Puso el género patas arriba», dice Gómez Cadenas. «Hubo otros escritores que apostaron por la calidad científica, pero él apuesta por calidad literaria. La parte psicológica me interesa mucho, la percepción de la realidad… la construcción es como de tragedia. Cambia la manera de pensar y le da calidad literaria a la ciencia ficción. Era un auténtico escritor«.
Por eso, al margen de su carácter acientífico, lo realmente importante del libro es su capacidad de adentrarse en el alma humana con un estilo cuidado y atractivo. Esa es posiblemente la clave que explica la vigencia de un libro único, que reinventó el género y que ahora ha vuelto a las estanterías de la mano de la editorial que lo trajo a España, Minotauro. No se trata de una novela de ciencia ficción en sentido estricto. Es más. Es una metáfora sobre el ser humano. Los códigos y usos narrativos de la ciencia ficción se pusieron al servicio de la descripción de tipos, de personas reales. Es, en el fondo, una reflexión existencialista sobre el individuo y su papel en el universo, en la vida. «Es ya una obra clásica», concluye Gómez Cadenas.
Esta entrada fue originalmente publicada por Carlos Aimeur en Valencia Plaza, el 26-6-2015