Antonio Guerrero
Enajenación moral
Repasando algunos textos de ética nicomáquea y esbozando comparaciones con el gran Ortega y Gasset, no he podido evitar una reflexión sobre los tiempos presentes y el estado moral. Dijo Lipovetsky que esta era la era de la «nada» donde la indiferencia moral campaba a sus anchas; y donde la dejadez y la irresponsabilidad a lo ajeno se habían convertido en el modus operandi de la deriva social. Con eso declaró que este era un mundo de apatía, de autoexilio, de individualismo dentro de la masa, en el que ya no quedaban posibilidades de recuperación de los valores. No obstante desde mi óptica el problema es otro. El estado moral de nuestro tiempo creo que es el de la enajenación moral. La definición de enajenación según la R.A.E. es clara: perdida transitoria de razón a consecuencia de un estado anímico insuperable. Si lo aplicamos a nuestra sociedad encontramos mucha verosimilitud. Existe una pérdida del sentido moral a consecuencia de cambios anímicos en las personas: hay miedo a la perdida de trabajo, hay odio hacia las agresiones jurídicas de algunos entes públicos (ya que no hay ley de segundas oportunidades), hay una cultura de corrupción estructural igual al tráfico de indulgencias de otra época, y una insuficiente formación moral en la educación básica. Con esta desorientación es inevitable el menoscabo transitorio de los valores y la enajenación. Hay sin duda una desgaste del sentido moral que nos ha conducido a esta sociedad opulenta y caótica donde no rigen ni los principios ni las máximas y donde nada es lo que parece, o acaso se ha hecho parecer lo que no es. El caso es que todos somos unos enajenados porque nadie nos educó para lo contrario y porque la supervivencia social requiere carecer de valores hoy día. Sin embargo la enajenación moral tiene una lectura positiva. Se trata de un mal transitorio. Se puede recuperar los valores de nuestra cultura si somos capaces de crear una base educativa dentro de la formación elemental y si le damos la importancia que se merece. La pregunta consecuente esta clara: ¿El ente público va a invertir en formación ética? ¿Le va a dar más importancia que a las finanzas? Probablemente no, pero su dejadez no hace irresoluto al problema solo declara la dejadez de dicho ente. Nuestro deseo ahora debería ser exigir dicha formación. Yo lo exijo desde aquí; que se tomen la formación ética en serio.
Yo, Libre
Normalmente la libertad está muy sobrevalorada; suele tomarse como un fin en si misma, una circunstancia ideal en la que las personas disfrutan de un estado de bienestar satisfactorio, sin tapujos, sin culpas y sin miedos. Desde ese punto de vista podríamos considerarla como una utopía, un horizonte que fija un rumbo y un destino para los que ansían cambiar su vida. A esa idealización han contribuido mucho los estereotipos del cine y la literatura. Existen modelos culturales creados que son perseguidos por las personas con frustraciones como única ambición en la vida, entendiendo que si no llegan a alcanzarlos su vida carece de sentido. Tomemos como ejemplo «Cadena Perpetua» de Frank Darabont. Los lugares comunes, los clichés, suelen crear interpretaciones subjetivas restando objetividad a los valores éticos con los que fueron construidos. Una persona se identifica con ellos cuando no tiene una identidad bien formada. En ese tipo de abstracciones suelen confundirse mucho las fronteras de la libertad, la felicidad y el bienestar. No obstante si la libertad no está bien entendida, si tenemos una confusión, es porque las personas tenemos una obsesión: la de preguntamos si somos o no libres. En realidad esa pregunta es innecesaria por completo. Las personas no debemos plantearnos si somos o no libres, puesto que ya lo somos. Así lo dijo Sartre. Somos libres desde nuestro nacimiento. Tenemos libertad de decisión, libertad ambulatoria y podemos llegar a ser librepensadores. La verdadera pregunta es si estamos dispuestos a asumir con valentía nuestra libertad. Si somos lo suficientemente osados como para aceptarla y ejercerla según nuestras necesidades y deseos. La respuesta a esa segunda pregunta es más compleja porque entra el juego social y la responsabilidad. Pero asumir nuestro verdadero estado es la única manera de tener nuestra identidad, la nuestra, a salvo y no vivir confundido en la aspiración de un estereotipo encontrado en una película o en un libro. En cierta forma preguntarnos si somos libres es una perdida de tiempo; saber si somos quienes debemos ser es la verdadera cuestión: si somos seres auténticos, emancipados, librepensadores y si proyectamos nuestra identidad. Aspirar a la autorealización, que diría Aristóteles, es la mejor vía de evolución personal y la única posible para no confundirnos con los espejismos de nuestra cultura.
Fuente: http://www.elalmeria.es/antonio_guerrero/