Wittgenstein, Lovecraft y la mitología universal protagonizaron la sección ‘Letras y bits’ del festival avilesino dedicado al fantástico
«De lo que no se puede hablar, es mejor callarse». Y, sin embargo, dio tanto de que hablar esa bella, sarcástica y demoledora frase. Así terminó, con finísima y devastadora ironía, su Tractatus el filósofo Ludwig Wittgenstein. Y así la recordó Tom Jubert, diseñador de videojuegos de profesión y filósofo de formación, durante la jornada de ayer en el festival Celsius 232 de Avilés. Jubert fue la estrella de la primera jornada de la sección Letras y Bits, con la que colabora 1UP en la moderación de las mesas junto con Keith Stuart de The Guardian, y que funde videojuegos y literatura desde una perspectiva cultural.
Jubert enfrentó a su auditorio con una ardua y fascinante reflexión sobre la filosofía tras los videojuegos. El joven diseñador, de 33 años aunque se define ya como «hombre de mediana edad», habló de su trabajo tras títulos independientes de gran éxito como The swapper, Faster than light, The Thalos principle o Subnautica. Juegos tras los que subyacía un amor personal por la filosofía y un deseo por difundir tal amor. «La razón por la que hago videojuegos y no otra cosa tiene dos respuestas. La verdadera y emocional: ¡porque me encantan los videojuegos! Pero puedo dar una más racional. Que la filosofía a mí me cambió la vida y que quiero compartir por qué a través de mi obra. Creo que los videojuegos son el medio perfecto para poner en juego la filosofía y los dilemas éticos. Además, hasta hace muy poco, nadie se preocupaba en mirar mucho lo que escribías. Mis jefes, desde luego, no lo hacían».
Hubert reflexionó sobre su condición de rara avis de la industria. Quitó importancia a su éxito, afirmando que tampoco cree que sea «tan buen escritor» y que el hallazgo de sus juegos tal vez provenga de su «inusual perspectiva» sobre el mundo. Manifestó su viraje de la filosofía occidental a la oriental y dio un emotivo discurso ante una pregunta de este periódico. «¿Qué dice de los occidentales el hecho de que nuestra filosofía lleve habitualmente a angustiosas preguntas y la oriental serene?».
Jubert sonrió y, con cierto temblor en la voz, habló de Wittggenstein y los colores con un recuerdo a esa decisión nihilista que tan gráficamente planteó Matrix. «En la vida puedes tomar la pastilla roja o la pastilla azul. La pastilla roja es la filosofía occidental, que parte la realidad en parcelas cada vez más pequeñas y luego intentar reconstruirla. Es una aproximación muy buena para controlar el mundo y a las personas, para hacer que vuelen aviones, por ejemplo. Pero es muy mala como cimientos para vivir. La azul, sin embargo, acepta que no podemos comprender lo real. Y por eso nos serena».
Hubo más reflexiones de calado durante la jornada. Por ejemplo, en la presentación del libro El soñador de Providence (Héroes de papel, 2018)con su autor Carlos Gurpegui. El autor informó del «propósito divulgador» de su obra, que pretende «actualizar el conocimiento académico» del escritor del fantástico probablemente más influyente del siglo XX. Ese conocimiento, en España, sigue anquilosado en unas ideas respecto a la figura de Lovecraft y más gravemente de su obra que las últimas investigaciones académicas, especialmente las de la escena anglosajona, han dejado atrás. La visión de Lovecraft como un extraño misántropo asexuado, por ejemplo. Pero también la confusión respecto a la esencia de sus textos, que no es una lucha del bien contra el mal sino muy al contrario la insignificancia de lo humano ante la enormidad del cosmos.
Dicha confusión viene dada por el papel que jugó August Derleth en la difusión de la obra de Lovecraft, figura a la que Gurpegui dio una de cal y una de arena. «Al César lo que es del César. Es verdad que sin él probablemente no se hubiera conservado la obra de Lovecraft. Pero es verdad también que continuó su obra aduciendo que tenía cartas, que nunca reveló, que demostraban cómo Lovecraft quería inculcar a su obra de una visión maniquea que realmente nada tenía que ver con él, un ateo convencido». Los motivos de Derleth para retorcer la visión del autor original obedecían a su ferviente cristianismo y también a su gran ego, ego que lo distanció y hasta enemistó con los integrantes del Círculo de Lovecraft —entre los que se encontraban autores como Robert Bloch (Psicosis), Robert E. Howard (Conan) o Clark Ashton Smith (Zothique)—, un grupo de amigos escritores que entendieron la gestación de una mitología cruzada y común con el autor de Providence como el abuelo de todos ellos.
Esta primera jornada de videojuegos y literatura, a la que seguirán otras dos, también tuvo un vistazo a uno de los grandes fenómenos del videojuego: la saga Final fantasy, que ha vendido más de 135 millones de juegos y ha recaudado más de 8.000 millones de euros. Los autores Carlota Fernández y Miguel Martínez, que junto a Marta García firman Explorando final fantasy(Diábolo Ediciones, 2018), ahondaron en un carácter extraordinario de esta saga, cómo consigue mezclar mitos, estéticas y sociedades en un tótum revolútum capaz de tamizar un sabor concreto.
«Hay de todo, mitos nórdicos como Odín, hindúes como Shiva o estéticas modernas y nada te produce extrañeza. Todo tiene un sentido conjunto», declaró Fernández. Martínez reflexionó sobre lo que más le sorprende a él: «Que si nos hablan de un Ifrit, un Odín o un Shiva pensamos automáticamente en Final fantasy y no en los mitos de los que provienen. Así de poderosos son estos juegos». Y la reflexión, divulgación y difusión sobre ellos, como recordó uno de los directores del festival Jorge Iván Argiz, está alcanzando al fin el vuelo de estas obras del décimo arte.
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