María Zambrano: ser de luz
A la mujer luminosa que fue María Zambrano le tocó vivir una época guerrera y oscura. Obviamente, su tiempo definió su peripecia vital y marcó su pensamiento: un legado heterodoxo y moderno de una vitalidad renovada con cada lectura.
Por Pilar G. Rodríguez
“La figura central era María, quien, de hecho, había convertido la trattoriaen su salón. En torno a ella se sentaban hispanistas destacados, algunos intelectuales, y visitantes españoles o latinoamericanos de paso por Roma”. Ese era el caso de un joven Sergio Pitol. El escritor mexicano conoció a las hermanas Zambrano en 1926 y retrataba así el círculo que rodeaba a María. “Cuando llegaba algún grupo de españoles jóvenes, María se crecía. Les hablaba de su juventud republicana, de su maestro Ortega, de los escritores de su generación, de la guerra civil, de la derrota y del exilio. Se convertía entonces en un personaje trágico: Hécuba, Cassandra y, por supuesto, Antígona. Envuelta en el humo de su cigarrillo, mirando hacia lo alto, escanciaba las palabras, como si un espíritu superior visitara su cuerpo, se posesionase de ella y utilizara su boca para expresarse (…). No le gustaba cerrar en un momento de pathos. Una vez logrado, pasaba, como si nada, a relatar anécdotas de Cernuda o de Lezama Lima o de Prados (…)”.
En esas pocas líneas de El arte de la fuga, Pitol pone en boca de María Zambrano el trepidante relato de su vida: la militancia republicana, el eterno maestro Ortega, el sustento de las amistades, la guerra, la derrota y el exilio con sus muchas caras y destinos. Solo faltaba la vuelta a España y algunas líneas más personales, sentimentales acaso, que rellenaran de músculo el esqueleto biográfico de Zambrano.
“Envuelta en el humo de su cigarrillo, mirando hacia lo alto, escanciaba las palabras, como si un espíritu superior visitara su cuerpo”. Así describía Sergio Pitol a Zambrano en El arte de la fuga
Viajes y amores de infancia
Hija de maestros, María nació el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga. Las ideas y el carácter de su padre, Blas Zambrano, activo militante socialista y buen amigo de Machado, influyeron en el desarrollo de una joven acostumbrada desde chica a ir de acá para allá: de Málaga a Madrid y finalmente Segovia, donde es una de las pocas chicas que visita el instituto.
Siendo casi una niña descubre al amor de su vida, su primo Miguel Pizarro, de quien dirá que es “el ser más bello”. En el verano de 1923, en Estoril, los amores entre los primos superan lo que el padre de María, aún en su progresismo, está dispuesto a soportar. Blas Zambrano cierra la relación: él se traslada a Japón como lector de español y ella continúa en Madrid los estudios de Filosofía que había comenzado. Es así como entra en contacto con Ortega, que, a pesar de las diferencias, siempre será su maestro. No solo a Ortega. María conoce y se integra de forma muy activa en todos los círculos intelectuales, universitarios y políticos hasta que la salud le da un toque; una tuberculosis le obliga a guardar reposo.
Zambrano y un limonero
María Zambrano y otras 49 históricas heroínas españolas más o menos “secretas” son la materia con la que el ilustrador Juan de Aragón, El fisgón histórico, ha elaborado su último libro. Editado por Plan B, Heroínas secretas de la historia de Españarecupera las vidas ejemplares de mujeres pioneras en diversos campos. Descubre así las peripecias de la primera enfermera de la historia de España, la primera cirujana, de mujeres aventureras y de otras guerreras que se disfrazaron de hombre para luchar… Desde la filosofía, María Zambrano integra esa panorámica de mujeres excepcionales. María Zambrano… junto a un limonero al que el ilustrador da una especial relevancia. Lo saca de las palabras de la filósofa, quien años antes de morir decía recordando su existencia viajera: “El olor del limonero, el rumor del agua de Vélez-Málaga, no ha podido ser borrado por las enormes bellezas de todo el mundo que el destino me ha dado a conocer”. Ella está enterrada en su querido pueblo, bajo un limonero…
En la República y en la guerra
Recuperada la salud, vive con entusiasmo los acontecimientos políticos del 30, la caída de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la imposibilidad de la “dictablanda” de Berenguer y finalmente la proclamación de la República en abril del 31. Política y escritura concentran sus esfuerzos. Zambrano escribe incansable –actividad y cualidad que mantendrá toda su vida– numerosos artículos y reseñas. No solo es asidua e imprescindible en los círculos literarios de la capital –en el de Ortega y su Revista de Occidente; en el de Bergamín y la suya, Cruz y Raya; en el de Los Cuatro Vientos, de los poetas del 27…–, sino que ella va conformando el suyo propio a base de tertulia de domingo en su casa de la Plaza del Conde de Barajas. Académicamente, la alumna exitosa y crecida de Ortega le pide significarse desde sus artículos y, cuando estalla la sublevación militar del 36, cree que es la única capaz de arrancar a Ortega una firma para un manifiesto de apoyo a la República de parte de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura.
La carismática alumna de Ortega se viene arriba y le pide significarse a su maestro cuando estalla la sublevación del 36
Su vida da un vuelco al casarse con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave en septiembre del 37 porque ambos se van a Chile, donde él es nombrado secretario de la embajada española. La estancia no da mucho de sí. Lo más importante que ocurre en esa época es entrar en conocimiento con Lezama Lima, al que le unirá una amistad inquebrantable a través de los años. Un año después, el matrimonio está de vuelta en España. Le preguntan a María, cuenta su biógrafo Jesús Moreno, por qué vuelven si la guerra está perdida. “Por eso mismo”, dicen que responde. Viven en Valencia y Barcelona desarrollando una intensa labor en favor de la República, mediando entre los diversos sectores enfrentados… La vida se complica: la guerra definitivamente está perdida, muere el padre de María… En enero del 39 se ven obligados a partir al exilio. Marchan familiarmente: su madre, las hermanas, algunos primos, la criada…
El exilio (aún no querido)
El 28 de agosto de 1980 aparece en ABC el artículo de María Zambrano titulado Amo mi exilio, donde apunta cosas como: “Desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. No concibo mi vida sin el exilio que he vivido. Ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez se conoce es irrenunciable (…). Amo mi exilio, será porque no lo busqué, porque no fui persiguiéndolo, no, lo acepté y cuando se acepta algo de corazón, porque sí, cuesta trabajo renunciar a ello”. Estoica, serena y sabia como nunca, Zambrano responde a la pequeña muerte que significa un exilio con el renacer a una segunda vida. El exilio es un lugar privilegiado donde Zambrano se convierte en privilegiada observadora no solo de las miserias de España, sino del destrozo de Europa y de la ruina que ella atisba en la condición humana. Es un nuevo impulso para su pensamiento y una obra que seguir “dilapidando” en cientos de artículos, diarios, confesiones, poemas…, pues ni un solo día de su vida dejó de escribir.
Estoica, serena y sabia como nunca, Zambrano responde a la pequeña muerte que significa un exilio con el renacer a una segunda vida
La época latinoamericana del exilio tiene paradas en México, Cuba y Puerto Rico. Desde esas atalayas cultiva la actualidad y sufre al conocer la posición de Ortega que califica de franquista, escribe ensayos titulados La agonía de Europa o La violencia europea, pero sin descuidar nunca la filosofía clásica (Séneca, Descartes, Nietzsche después) ni los místicos, San Agustín y sobre todo su admirado y querido San Juan de la Cruz. De mediados de los 40 son también sus estudios sobre la piedad, el cristianismo y sus relaciones con la filosofía. Trascendental será su pertenencia al grupo Orígenes en cuya revista publica valiosos estudios a la hora de clarificar lo que significa su concepto de razón-poética.
La parte europea de su exilio se inicia con un viaje a París, donde aguardan una madre moribunda y su hermana Araceli. Por problemas burocráticos, cuando llega, su madre está ya enterrada. A partir de ese momento las hermanas formaran una pareja de hecho, ya que el matrimonio de María, de hecho también, no existe. En París conoce a Albert Camus, con quien estrechará lazos de amistad, y al tándem Sartre-Beauvoir, con quien no congenia.
Un nuevo paso por La Habana le servirá para tomar impulso hacia su nuevo destino: Roma, tras volverse imposible un supuesto regreso a España al asentarse y reconocerse internacionalmente, en el año 1950, el régimen de Franco. Pero ese primer establecimiento no es definitivo, pues las Zambrano pasan casi un año en París. Allí, María deja entregado a Camus, como relata Jesús Moreno, el manuscrito de El hombre y lo divino, entre otros textos que concentran sus inquietudes e intereses de esa época. En La Habana esperan los buenos amigos de siempre, con Lezama Lima a la cabeza y uno más, Luis Cernuda, que le causa –y a quien causa– una buena y honda impresión.
La gran obra de sus obras completas
En 2011 comenzó el trabajo ímprobo de publicar las obras completas de María Zambrano en seis tomos que dieran a conocer todos sus escritos. Decir todos sus escritos viene a ser lo mismo que decir toda su vida, porque María Zambrano escribió mucho, de hecho se dice que escribió todos los días de su vida. El volumen de lo publicado vendría a corroborarlo. Al frente de la tarea, Jesús Moreno como director de una obra que se ha convertido en referencia del catálogo de Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.
El último de los tomos en aparecer (no lo han hecho de forma correlativa) ha sido el cuarto y es doble: se ha publicado la primera parte, mientras que la segunda está prevista para dentro de unos meses. El volumen IV, en sus respectivos tomos, recoge los seis últimos libros de María Zambrano. Cuatro de ellos —Claros del bosque (1977), De la Aurora (1986), Notas de un método (1989) y Los bienaventurados (1990)— parten de un tronco común, crecido entre 1954-1974, que desarrolla la razón poética, y del que se irán desgajando estos cuatro libros, que configuran así el árbol final de este pensamiento. Ese mismo tronco común afecta también a los otros dos libros que figuran en este volumen IV: Senderos (1986) y Algunos lugares de la pintura (1989).
Todos los volúmenes de las Obras completas de María Zambrano van acompañados de una completa edición crítica.
Hasta el 53 las hermanas no se asientan en Roma, donde prosigue su activa vida social y literaria rodeadas de personajes como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral o Alfonso Costrafreda. También las rodean multitud de gatos que causan molestias al vecindario hasta que consiguen echarlas. De México llegan ecos del divorcio formal de quien en algún momento fue el marido de Zambrano…
El siguiente destino de las Zambrano es una casa-refugio en las montañas del Jura, en los Alpes franco-suizos. Es la época donde cristalizan obras clave de la filósofa como De la aurora, Los bienaventurados, La tumba de Antígona... y comienza a elaborar Claros del bosque. En ese libro trabaja cuando muere su hermana Araceli de una tromboflebitis, en 1972. La década verá morir también, en el 77, a su amigo Lezama Lima, a quien dedica emocionadas palabras de homenaje en su artículo: Lezama Lima, Hombre verdadero. Él ya lo había hecho: “La veíamos con la frecuencia necesaria y nos daba la compañía que necesitábamos. Éramos tres o cuatro personas que nos acompañábamos y nos disimulábamos la desesperación (…). Recuerdo aquellos años como los mejores de mi vida”, había escrito el poeta cubano un par de años antes de morir.
El regreso
Los años pasan y el declive físico avanza. María Zambrano está en contacto intenso con José Ángel Valente, el poeta, que le ayuda a ordenar Claros de bosque, y con Jesús Moreno, que se convertirá en biógrafo, en la máxima autoridad sobre la pensadora malagueña. Para variar, llegan noticias de España que no son malas: a propuesta de la colonia asturiana de Ginebra, donde Zambrano reside desde 1981, es nombrada hija adoptiva del Principado de Asturias. No solo su nombre, también su voz se empieza oír en España, en grabaciones que lleva Jesús Moreno a conferencias y cursos. Ese año, 1981, le es concedido el premio Príncipe de Asturias de Humanidades y con él se le dedican páginas en los suplementos de los periódicos, minutos de entrevista en radio, el ayuntamiento de Vélez-Málaga la nombra hija predilecta… Si algún momento era propicio para volver sin duda era ese. Es la resolución que adopta Zambrano y que, por motivos de salud, se demorará algo más de lo previsto. El 20 de noviembre de 1984 regresa a España y se instala en un piso cercano a El Retiro, en Madrid.
Desde los 80 llegan a María Zambrano noticias de España y, para variar, no son malas: comienzan los reconocimientos. El primero, ser nombrada hija adoptiva del Principado de Asturias
En este nuevo tiempo la diferencia es el reconocimiento. Se repiten las veladas con amistades que convertirán su casa en lo que ella quería: un arca de Noé, donde cabían las especies de más diverso pelaje, y los esfuerzos, cada vez mayores, por proseguir con su tarea, si era menester, dictada, ya que sus ojos apenas veían ya. Y sin embargo, la pensadora seguía lúcida, clarividente: en una de las entrevista que le realizó José Miguel Ullán afirma: “Es terrible lo feo que está el mundo. No hay un rostro de verdad, un rostro, puro o impuro, pero un rostro. El mundo está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso (…). Sí, encuentro que el mundo se está vaciando de pensamiento. Es horrible”. Es el mismo mundo también que está empeñado en resarcir sus disgustos, su tiempo de exilio, a golpe de premio y homenaje. En 1988 se le concede el Cervantes, pero necesita asistencia para redactar el discurso oficial. En realidad, ya necesita ayuda para casi todo. Sumará dos años más en esa situación hasta que muere el 6 de febrero de 1991. Sus restos reposan en Vélez-Málaga, junto con los de su madre y hermana. Ella misma eligió la inscripción de su lápida, un verso del Cantar de los Cantares: Surge amica mea et veni” (levántate amada mía y ven”). De esa forma quiso despedirse la filósofa de la aurora y partir hacia un nuevo y desconocido exilio. En vida pronunció palabras que también sirven para saludar la muerte: “Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero sin olvidar el pasado. Nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos; son más grandes las raíces que las ramas que ven la luz”.
Fuente:
https://blogs.herdereditorial.com/filco/maria-zambrano-ser-de-luz/