Alejandra Varela
Cuando Timothy Morton propone incluir a los “no humanos” en un espacio habitado por el desgarro que ya no podría nombrarse como realidad, las categorías se debilitan. Su procedimiento intelectual desacomoda el intercambio entre las personas para darle un protagonismo mayor a todo aquello que no responde estrictamente a la palabra humanidad.
Si Carlos Marx sostenía que en el marco del sistema capitalista las relaciones sociales eran mediadas por la mercancía, el filósofo inglés se anima a imaginar que el marxismo podría ser esa ideología que incorpore a los no humanos. Entonces, dibuja sobre la escritura de Marx líneas o tendencias como si quisiera llevarlo a una versión cercana a la ciencia ficción. Un género que Morton traduce al campo de las ideas, inspirado en sus colaboraciones con la cantante Björk y en las esculturas e instalaciones del artista danés Olafur Eliasson.
Hay un agenciamiento en los objetos, especialmente porque no forman parte de ninguna exterioridad. Para Morton ese afuera que la ecología quiere proteger está en cualquier cuerpo. “En 1989, en un club extrañamente llamado Tierra, experimenté una lluvia de sudor humano que se había acumulado en el techo después de horas y horas de música tecno. Partes de todos cayendo sobre los demás, como algo alienígena, húmedo y cálido, debido a nuestra propia agitación repetitiva”, escribe el profesor de Rice University en su libroHumanidad. Solidaridad con los no humanos (Adriana Hidalgo Editora).
Mientras su estilo se afirma en la primera persona, Morton llama a bajar el volumen de lo humano para subir la intensidad de los no humanos como una suerte de rousseauniano del siglo XXI. Su teoría parece estar al borde de un proceso de desubjetivación. Pero el capitalismo ya logró ensayar una realidad donde los objetos tienen cada vez más agencia, donde la posibilidad de que las sillas bailen, para tomar un ejemplo que le sirve a Morton al sospechar la autonomía de las cosas, no estaría tan lejos. Tal vez el capitalismopueda ganarle al ecocomunismo que pregona Morton y en ese escenario los sujetos se encuentren demasiado desvalidos. “¿Por qué tenemos que tener un club exclusivo para sentirnos reales?”, discute por correo electrónico el autor desde Houston donde desarrolla su tarea académica. “¿Por qué tiene que ser un juego de suma cero? Si los seres humanos no masculinos y no blancos obtienen más derechos legales ¿eso priva a los hombres blancos de algo en absoluto? ¿Por qué tenemos que tener ‘objetos’ para dar una patada para demostrar que existimos?”.
Morton se opone al correlacionismo kantiano donde la existencia de las cosas es asumida por un sujeto trascendental “La ontología orientada al objeto no quiere destruir el correlacionismo. Quiere destruir el antropocentrismo correlacionista”, señala Morton.
A ese goce sádico que implica hacerle algo a las cosas, Morton le responde con una actitud similar a la expresada por el antropólogoClaude Lévi-Strauss cuando añoraba una época donde el sujeto se situaba como un elemento más de la naturaleza, sin buscar el protagonismo.
Claude Levi Strauss antropologo y etnologo en una entrevista en 1986,
Morton instala la palabra solidaridad en una realidad no representativa de universos perforados, un poco como si tratara de describir lo invisible. “Solidaridad puede significar un estado en el que estás, un sentimiento, así como algo que elegís o haces”, explica el autor inglés. “Decidí enfatizar el sentimiento, porque está tan desatendido y porque sostengo que incluye necesariamente a los seres no humanos, aunque solo sea porque estamos hecho de ellos”.
Los objetos tienen una vida independiente y Morton quiere entrenar al lector para que pueda percibirla. Esta operación es política. Si el capitalismo subjetiviza la mercancía, el comunismo de Morton busca quitarle a las cosas su valor de uso para pensarlas bajo la lógica de la afectividad, de una paridad con lo humano que haría de la acción una instancia menos automática. Es lo empírico y lo aparente lo que Morton pone en discusión. No hay un paisaje, un entorno, la relación con los no humanos es permeable y simbiótica. Por eso, la solidaridad se aleja por completo de la empatía que supone una posición de poder.
Es en esa solidaridad con los no humanos donde Morton parece imaginar la agonía del capitalismo. Mantener la diferencia entre humanos y cosas sería alumbrar otra forma de fascismo. “La ontología orientada al objeto no implica una política porque el pensamiento de izquierda es muy hegeliano, incluso cuando está tratando de no serlo”, continúa Morton.
“Esto es visto como apolítico y por lo tanto antipolítico o reaccionario pero no lo es”. El lugar de lo político en Morton está en destituir al capitalismo como el correlacionador que le otorga sentido a la mercancía.
La noción de vida, o más precisamente su imperativo, ubica en el centro la imagen del sobreviviente, el término Muselmann creado por Primo Levi que sugiere el exterminio. “Creo que la palabra más peligrosa del planeta es la palabra sobrevivir. Es una idea armada de la vida: matar o ser asesinado”, interviene Morton.
“El modo de supervivencia puede convertirse fácilmente en tóxico para la persona traumatizada que tiene que usarlo. Lo sé porque soy un sobreviviente de todo tipo de cosas. El otro problema es que las ideas de vivo y persona son muy caras y elegantes, todo el mundo lucha para otorgar o negar este estatus elegante. En cambio, deberíamos hacer que la idea de vivo sea realmente barata, porque no significa tanto como nos gustaría pensar. Porque la idea de vivo y persona ya no dependen de explotar a otra persona. La pulsión de muerte freudiana es como un zombi o una momia, es implacable. Evitar estar muerto no es una buena definición de estar vivo. La vida incluye la muerte. La vida es un parpadeo entre dos tipos diferentes de muerte”.
La acción entra en alianza con lo espectral, categoría en la que pueden convivir los humanos y los no humanos. Entendida como aparición, ilusión o sombra, conecta con esa irrealidad a la que Morton siempre apela para instalar la vacilación de la vida. Darle a lo ontológico prioridad sobre lo material es lo que produciría una fisura en el capitalismo. Como si Morton propusiera apaciguar lo político, o abrir sus interpretaciones más allá de la lucha de clases para desarmar al sistema desde un lugar insospechado. Aunque su estrategia se muestre como disuasiva y riesgosa.
La pregunta que guía a Marx en la escritura de El Capital ¿por qué la mercancía vale? es profundamente ontológica. El autor alemán encuentra la respuesta al descubrir que su valor surge del tiempo de trabajo humano acumulado. En la mercancía ya está el espectro de lo humano.
Un semaforo con la figura de Karl Marx, en Tréveris, Alemania, la ciudad natal de Karl Marx, cuando se cumplieron 200 años de su nacimiento. (DPA)
Morton se adelanta a la actitud cínica que puede manifestar cualquier lector de su libro. El filósofo inglés recupera la posibilidad de la utopía desde un territorio que rechaza el realismo capitalista. Sus recursos son más osados que los de Mark Fisher, el crítico inglés que elaboró esta definición.
La teoría de Morton presiente que la actualidad es de naturaleza fantástica, que aquella especulación del fin del mundo que imaginaba el cine ya ha ocurrido pero los humanos todavía no se dieron cuenta. Es en esa condición de persistir en un tiempo que no es el presente que Morton encuentra el sustento de su noción de lo espectral. La acción es deslazada por el verbo rockear, un movimiento que no se dirige hacia ningún lado pero que conquista cierta igualdad entre los humanos y las cosas.
Básico
Timothy Morton ocupa la cátedra de Rita Shea Guffey en Rice University (EE.UU.). Colaboró con Björk, Olafur Eliasson, Jennifer Walshe, Haim Steinbach y Pharrell Williams. Entre sus libros se encuentran El pensamiento ecológico, Hiperobjetos. Su obra parte de una matriz de temas y referencias –de Shelley a My Bloody Valentine, del budismo a las cadenas de ADN– a través de las cuales articula ideas sobre ontología, ecología o estética. Junto con Graham Harman, Ian Bogost y Levy Bryant, forma parte del núcleo de la OOO, la ontología orientada a objetos, un movimiento filosófico promovido por Harman en 1999 que propone la reinterpretación antiantropocéntrica de nuestra relación con el mundo, los objetos y las jerarquías.
Fuente:
https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/-convivir-mundo-humano-_0_nwy-KKwY.html