El hombre-masa de Ortega, el visionario
Por Filosofía&Co -18 octubre, 2019
La rebelión de las masas es una de las obras más conocidas de Ortega y Gasset. Con el objetivo de explicar la sociedad que le toca vivir, el filósofo español desarrolla en ella una de las ideas claves de su pensamiento: el hombre-masa. Hoy es aniversario de su muerte, el 18 de octubre de 1955.
Por Candela Touza-Vidal
La rebelión de las masas es uno de esos libros cuyo título puede llevar a equívoco. El ensayo filosófico de Ortega y Gasset no habla del levantamiento popular o de la revolución como la conocemos, sino que define y explica la aparición del hombre-masa y los Estados que este crea. Pero ¿quién es este hombre? ¿Qué tipo de realidad elabora a su alrededor? ¿Por qué es relevante hoy día?
Con esta obra maestra del pensamiento occidental, publicada en 1930 y traducida inmediatamente a varios idiomas, Ortega y Gasset vuelve a estar, hoy más que nunca, de rabiosa actualidad. Con ella se sitúa a la altura de visionarios como Huxley y Orwell, y predice una situación que se ha acentuado en lo que llevamos de este siglo XXI.
Sin cobardía, el pensador expone lo que opina de su tiempo, de la época que le ha tocado vivir, desde su punto de vista, una realidad vacía, llena de apariencias pero sin profundidad, sin objetivos, protagonizada por el hombre-masa.
¿Quién teme al hombre-masa?
El concepto de hombre-masa es una de las contribuciones más relevantes de Ortega y Gasset a la historia de la filosofía occidental. Este es el hombre de su tiempo, el conformista al que la vida le parece fácil, que se siente en control de la realidad que le rodea y que no se somete o siente sometido a nada ni a nadie. Es un individuo egoísta y mimado, un ser cuya máxima preocupación es él mismo. Este también es el hombre del siglo XXI, preocupado por las tendencias y las apariencias, poco profundo.
«El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él»
El filósofo español centra parte de su argumento en la imposición de la masa sobre el total de la sociedad, ya que esta masa alocada no ve más allá de sí misma, no respeta, no sigue. La masa se impone. Los que tradicionalmente se consideraban lujos reservados a unos pocos, se convierten ahora en los placeres a los que todos tienen acceso. La masa ya no va detrás, ahora se coloca en cabeza: «El ejército humano se compone ya de capitanes». El hombre del presente se ve a sí mismo más merecedor, que su «vida es más vida que todas las antiguas (…) que el pasado íntegro se le ha quedado chico a la humanidad actual».
El hombre-masa es autosuficiente. «Por lo menos en la historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener ‘ideas’ sobre las cosas. Tenía creencias, tradiciones, experiencias, proverbios (…) Nunca se le ocurrió oponer a las ideas del político otras suyas; ni siquiera juzgar las ‘ideas’ (…) Hoy, en cambio, el hombre medio tiene las ideas más taxativas sobre cuanto acontece y debe acontecer en el universo. Por eso ha perdido el uso de la audición. ¿Para qué oír si ya tiene dentro cuanto le hace falta?». La rebelión de las masas es un ensayo sobre el triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa que la hace constar, la sitúa por encima de todo. Es casi como si no respondiese a razones; posee todos los poderes. Él se lo guisa y él se lo come.
El «especialista», un sabio-ignorante
Por otra parte, con mucho sentido del humor y cierto grado de preocupación, Ortega se aventura a definir otro tipo de ejemplar propio de su tiempo y que se extiende hasta el presente: el especialista. Al explicar cómo es este individuo, el autor se encuentra con que, en el pasado, era sencillo y fácil agrupar a los hombres. Existían dos grupos: sabios e ignorantes, y dentro de cada uno, varios grados. El especialista, que a principios de siglo llegó a su «más frenética exageración», es un hombre que «no es un sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es un hombre de ciencia y conoce muy bien su porciúncula (pequeña porción de tierra) de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante» ya que, dependiendo del tema en cuestión, se comportará de una u otra manera.
Hoy día podría decirse que la situación se ha acentuado y generalizado hasta tal punto que todo el mundo, cualquier individuo, opina. O mejor dicho, impone su opinión sobre cualquier materia. El hombre-masa es especialista en todo y más que nunca se siente en posesión de la verdad, su verdad, y trata de imponerla.
Ortega, su circunstancia y el pensamiento del siglo XX
«Yo soy yo y mi circunstancia» es la cita más conocida e interpretada del filósofo. Recogida en su perspectivista obra Meditaciones del Quijote (1914), estas seis palabras resumen la postura del autor en lo referente a la existencia del individuo y cómo esta no puede separarse de la realidad, del mundo que le rodea. Es decir, la historia, su contemporaneidad, lo espiritual. De alguna forma define la interactuación del hombre con sus alrededores.
A lo largo del siglo XX, la filosofía muestra un creciente interés en el estudio del individuo como realidad social, como elemento componente del todo, de la masa. Los autores estudian y se centran más en la influencia de la sociedad (de las comunicaciones y el consumo) sobre el hombre.
En el clásico moderno La sociedad del espectáculo (1967), Guy Debord presenta la existencia del individuo tal y como lo expresa en el título: como un espectáculo. Una de las citas más reveladoras y concluyentes de este trabajo es esta: «la declinación de ser en tener y de tener en simplemente parecer». La vida social se ha reemplazado por una mera representación de sí misma. Este concepto de espectáculo se convirtió en uno de los pilares centrales del Movimiento Situacionista de los años sesenta.
Jean Baudrillard, en La sociedad de consumo, expone que este es una forma activa de «relacionarse no solo con los objetos, sino con la comunidad y con el mundo, un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural». De nuevo, un filósofo de primera línea se centra en los aspectos más sociológicos del pensamiento y expone que los medios de comunicación de masas saturan la realidad que nos rodea. «Los perjuicios culturales, debidos a los efectos técnicos y culturales de la racionalización y de la producción de masas son, rigurosamente incalculables».
Los pensadores alemanes de la Escuela de Frankfurt Theodor Adorno y Max Horkheimer, de alguna forma en línea con las predicciones de Ortega y Gasset, puntúan que «la industria de la cultura ha acomodado y estandarizado todo el arte. Debido a esto, ha ahogado la individualidad y destruido el pensamiento crítico» (Dialéctica de la Ilustración, 1944).
Si todo apunta a que nos hemos vaciado, a que el Estado, los medios de comunicación, la sociedad de masas han absorbido a la persona como entidad individual, ¿qué nos queda?
Una monótona repetición
La descontextualización de una obra de este calibre conlleva a falsas o incompletas interpretaciones de la misma. La rebelión de las masas fue escrita durante la aparición de los fascismos y comunismos, algo que el lector no debe ignorar y que el autor critica duramente: «Bolchevismo y fascismo, los dos intentos ‘nuevos’ de política que en Europa y sus aledaños se están haciendo, dos claros ejemplos de regresión sustancial».
¿Dónde está el error de acuerdo con el filósofo? ¿La regresión? ¿En qué se equivoca la masa que apoya, defiende, entiende estos regímenes? En el hecho de que se vuelven a cometer los mismas equivocaciones del pasado. El hombre-masa no ha aprendido, no ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones sociales, políticas y culturales que no triunfarán porque «no escucha», no aprende, por lo que tropezará en la misma piedra una y otra vez. «Con el pasado no se lucha cuerpo a cuerpo. El porvenir lo vence porque se lo traga. Al pasado, si se le echa, vuelve, vuelve irremediablemente».
En el capítulo titulado El mayor peligro, el Estado, el filósofo se encuentra frente a frente con una de esas paradojas que consigue desenmarañar con gran ingenio. La sociedad de masas crea el Estado para el servicio de sí misma. ¿Cómo es posible entonces, que el resultado sea el inverso y que la masa acabe estando al servicio del mismo? O en palabras del autor, «el andamio se hace propietario e inquilino de la casa». Con estas palabras entra de lleno en la explicación de cómo y por qué han aparecido los fascismos en Europa, en los que una sola persona se hace dueño o manipulador del órgano creado por todos (el Estado), abusa de él y lo pone a su servicio. A modo ilustrativo, el caso de Mussolini que, una vez en el poder solo tuvo que emplear la máquina del Estado de forma extrema. Las herramientas creadas por la democracia liberal ya estaban establecidas. Solo tenía que saber cómo utilizarlas.
«El hombre-masa no ha aprendido, no ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones sociales, políticas y culturales que no triunfarán porque este hombre que no escucha, que no aprende, tropezará en la misma piedra una y otra vez»
Visión aristocrática
A Ortega y Gasset se le ha criticado en ocasiones por su acercamiento a diversos temas desde un punto de vista que expresa cierta superioridad, un aire aristocrático, elitista. Como todos, es un comentario válido –sobre todo teniendo en cuenta la decadencia propia del cambio de siglo– pero que se contradice en parte con la idea de hombre liberal que se posee de él. Probablemente, como ocurre con muchos pensadores, lo hemos malentendido. Tal vez no.
Uno de los motivos por el que el lector puede llegar fácilmente a esta conclusión tras leer La rebelión de las masas es que Ortega y Gasset –como otros muchos hombres de su tiempo– considera que el arte, el pensamiento y la cultura en general deben ser responsabilidad de unos pocos y no de todos. Con esto no quiere decir que deba reservarse a unos pocos, sino que es la minoría que se ha renovado y se distancia de la masa la que debe abrir nuevos caminos en el arte, en el pensamiento, en la creatividad. La cultura en general existe para que todo el mundo la disfrute –y ahí es donde entra su lado más democrático–, pero no debe ser cualquiera quien la desarrolle y la cultive o se vulgarizará.
El pseudointelectual, el hombre-masa, no posee el conocimiento, el individualismo y el deseo de superación necesarios para desarrollar o elevar ni las artes, ni el pensamiento. Es un hombre satisfecho, apático, incluso conformista; no se marca metas, es como si ya hubiese llegado a donde tenía que llegar. «La famosa plenitud es, en realidad, una conclusión. Hay siglos que por no saber renovar sus deseos mueren de satisfacción». En otras palabras, renovarse o morir. Este es un síntoma del hombre-masa: todo está alcanzado, descubierto, inventado. Le falta ese ímpetu, esa hambre, ese querer saber más que el hombre de épocas pasadas. La pereza de la masa.
La rebelión de las masas es un viaje que no se detiene aquí, en el presente, sino que continúa y se adentra en el futuro. ¿Y por qué no? Como dijo Cervantes, «el camino es siempre mejor que la posada».
El ciberhombre-masa
El hombre-masa que presenta Ortega y Gasset está hoy día en todas partes. El desarrollo de las redes sociales y los ciberespacios personales conforman la plataforma perfecta para el lanzamiento, proyección y marketing personal de uno mismo en el mundo.
En un intento de individualización, el hombre y la mujer del siglo XXI recuerdan mucho a los individuos del cambio de siglo que el filosofo español tanto criticó. Buscan ser originales y no aceptan ninguna realidad superior a ellos. En las redes sociales, el individuo crea su propia imagen ideal… y falsa.
Estas plataformas se han convertido en puntos de encuentro sin contacto físico, lugares en los que ser visto. Equivalen a los bailes y las fiestas de otro tiempo. Ortega y Gasset lo define muy bien en una anécdota que recoge en La rebelión de las masas: «Yo no puedo sufrir un baile al que han sido invitadas menos de ochocientas personas», en otras palabras: el «ser es ser percibido», que diría George Berkeley.
Hoy, si el individuo no tiene presencia digital, no existe. Ortega critica la sociedad de las apariencias que le toca vivir, por poco profunda y vacía. Podría decirse que esa situación se extiende hasta el presente. En Internet, el individuo posee carta blanca para ser, aparentar lo que desee. Inventa, diseña y distribuye una imagen de sí mismo que en muchos casos poco tiene que ver con la realidad. Se reinventa, se vacía. Esto es sintomático de la sociedad de consumo. Ya lo dijo Jean Baudrillard: «estadísticamente, y siguiendo una curva creciente, cada individuo tiene menos trato cotidiano con sus semejantes que con la recepción y manipulación de bienes y de mensajes».
Ortega añade que a su tiempo le pasa como se decía del Regente durante la niñez de Luis XV: «Tenía todos los talentos, menos el talento para usar de ellos». En este siglo XXI no podemos evitar sentirnos el centro del universo, capaces de llevar a cabo misiones imposibles. En palabras del autor: «Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar».