El conjunto de prácticas concernientes al proceso educativo tradicional ha dinamitado la posibilidad del conocimiento objetivo del mundo. La expresión más completa de este fenómeno se encuentra en la subordinación del pensamiento investigador a ideas dogmáticas que, recientemente, encuentran cabida en nuestras vidas. No solo en las ya señaladas redes sociales, sino también en el conjunto entero del tejido social. De ahí que, como síntoma de un cambio necesario, el planteo de nuevas lógicas de pensamiento requiera de una auténtica aptitud innovadora en el entorno académico. Es decir, que el movimiento hacia una educación óptima aún precisa de un método de la enseñanza capaz de solventar todas sus carencias.
El modo fundamental de conquistar el cambio de dirección en dicho proceso educativo responde a la interacción oportuna entre el campo de la psicología, la pedagogía y lo filosófico; teniendo en cuenta el papel activo que ocupa cada uno en la producción de conocimiento. Esta cuestión, orienta las nuevas tendencias pedagógicas y sus efectos inmediatos hacia una relación de equilibrio con la instauración de un nuevo tipo de pensamiento.
Tomemos, para pensar esto último, a John Dewey. En él podemos encontrar ideas que giran en torno a qué entender por pensamiento. Y, en contraste con ello, aparece la más importante de las proposiciones asociada a la actividad académica e investigativa, la actividad reflexiva. Esta última característica del razonamiento lógico desarma sin esfuerzos la autoridad de métodos anteriores y plantea un principio de funcionamiento basado en “un examen activo, persistente y cuidadoso de toda creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de los fundamentos que la sostienen y las conclusiones a las que tiende”[1].
Lo que destaca en esta teoría de Dewey, es el salto cuantitativo que imprime la condición reflexiva al pensamiento. Su conceptualización, como una asociación de ideas referidas a un objeto especifico, trasciende esta imagen y se muestra como un método que da origen a conclusiones más elaboradas y precisas. Razón por la cual, desde el espectro que el propio Dewey confiere, tres son las características que hacen distinguido al pensamiento reflexivo: un encadenamiento ordenado de ideas, una voluntad de control y una finalidad, y el análisis e investigación personal. Además de esto, la reflexión introduce términos como significado y símbolo que, identificados con conceptos generales, designan un modo especifico de examinar un objeto. De aquí se deduce que el pensamiento reflexivo se encuentre en un nivel superior, y entre todas las fuentes de conocimiento, tenga un valor agregado.
En este sentido, la práctica docente, que implementa el pensamiento reflexivo, figura como momento que posibilita mostrar la educación como hecho social permeado de novedad y enriquecimiento cultural. Para el desenvolvimiento armónico de esta actitud, pudiera plantearse una Filosofía de la Educación como método para expresar un campo en la práctica docente enfrentado a un sector de la academia que defiende la inercia en el proceso de aprendizaje.
El asentamiento de esta nueva tendencia pedagógica que fomenta la actividad reflexiva constituye una ruptura con supuestos previos. La capacidad de autorreflexión crítica demanda como inadecuado el sistema tradicional de educación, enjuiciándolo como un sistema de enseñanza que se apoya en la posición pasivamente receptiva y repetitiva de la persona en condición de alumno: “(…)la educación, entendida dentro de los moldes afincados por una tradición de más de quince mil años de objetualización de las relaciones interpersonales, implica la imposición al educado de esquemas mentales, de estilos de pensamiento, de normas y valores, por parte del educador[2]”.
Aunque en Dewey no hay un reconocimiento explícito de las ventajas del pensamiento reflexivo, su estudio presenta un contacto íntimo con cada tópico, lo cual funciona como hecho probatorio de este empeño. La precisión con que desarrolla su meditación prolongada acerca de las condiciones en que surge lo reflexivo, lo coloca en una situación de alto comprometimiento con un lenguaje normativo de la subjetividad. Ahora bien, la identificación de estas virtudes no aleja su teoría de la dificultad.
La implementación del pensamiento reflexivo lleva un nivel de análisis que no debe ser restringido al entorno psicológico y filosófico. A pesar de los esfuerzos que puede hacer el campo pedagógico en este sentido, hay contenidos culturales e ideológicos que escapan a la tangibilidad con que puede ser tratado el asunto. Es así que una limitación del pensamiento reflexivo, puede expandirse a otras cuestiones y resultar en escenarios convenientes para una legitimación.
El pensamiento reflexivo en el cual Dewey deposita toda su convicción implica una nueva metodología sobre la base de lograr un desarrollo científico coherente del proceso de enseñanza. El valor principal de esta observación pone a la comunidad educativa ante la necesidad de descentralizar los postulados academicistas, sin perder de vista el papel del saber y del proceso formativo en la distribución de nuevos valores y la transformación de las relaciones sociales. De esta revolución depende en gran medida, la no proliferación de falsos métodos educativos carentes de análisis y canonizados a lo largo del desarrollo histórico de la pedagogía.
Referencias
[1] Dewey, John: ¿Cómo pensamos? (How we think), Editorial Paidós, Barcelona, 1998, pág.13.
[2] Acanda, Jorge Luis: Educación, Ciencias Sociales y cambio social en Concepción y metodología de la educación popular, Tomo I, Editorial Caminos, La Habana 2004, Pág. 29.
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