La aportación de Wittgenstein podría simplificar la implantación de una inteligencia artificial más integrada con la filosofía. Las ideas de Wittgenstein propician un acercamiento entre filosofía y tecnología, aunque parece que sus pensamientos se alejarían de una propuesta que optara a una posible evaluación ética.
Por Xavier Alcober Fanjul
Con la emergencia de la industria 5.0 aparecen nuevos y exigentes retos para una sociedad con una base tecnológica cada vez más pronunciada. La industria 4.0 se ha ido consolidando gracias a la aportación de distintas tecnologías clave, pero la versión 5.0 pretende asegurar que esos avances tecnológicos se enfocarán más hacia las personas, la sostenibilidad y la resilencia.
Con el desarrollo intensivo de tecnología y los flujos masivos de datos surgen cuestiones relacionadas con la filosofía que inquietan sensiblemente a la sociedad. Cómo asegurar que la tecnología se utiliza de forma ética, cuáles son las líneas rojas de la AI (siglas del inglés: Artificial Intelligence) o cómo garantizar que estamos en un camino 5.0 adecuado son algunas de las cuestiones.
Hay varias iniciativas para intentar dilucidar estos aspectos, como aplicar criterios éticos definidos a la hora de diseñar los equipos o hacer un seguimiento detallado durante todo su ciclo de vida. No obstante, una posibilidad adicional consiste en utilizar la propia AI para preevaluar automáticamente las consecuencias de un proceso o de posibles decisiones. Por supuesto, siempre controlando y limitando su impacto en un espacio seguro.
Para conseguir este ambicioso objetivo de evaluación sobre un flujo masivo de datos será necesario solventar varios aspectos fundamentales: estructurar un modelo de AI funcional y consecuente, escoger un marco de filosofía suficientemente adecuado para monitorizarlo (directa o indirectamente) e implementar con tecnología apropiada esta ambiciosa aplicación.
Si nos centramos en la filosofía, una opción atractiva para esta propuesta es la promovida por Ludwig Wittgenstein. A su favor, que las ideas de Wittgenstein propician un acercamiento entre filosofía y tecnología, además de proporcionar objetividad en el análisis. En su contra está que, a primera vista, parece que sus pensamientos se alejarían de una propuesta AI que optara a una posible evaluación ética. Veamos cómo podría conducirse esta delicada cuestión, que parece albergar contradicciones.
Cómo asegurar que la tecnología se utiliza de forma ética o cuáles son las líneas rojas de la inteligencia artifical son algunas cuestiones relacionadas con la filosofía
¿Por qué Wittgenstein?
Wittgenstein solo publicó en vida un libro con menos de cien páginas (publicado en 1921), titulado Tractatus Lógico Philosophicus. No obstante, su obra se completa con Investigaciones filosóficas, un compendio de reflexiones que vio la luz después de su muerte (1951).
Wittgenstein nació en Viena (1889) y fue el último de ocho hermanos de una familia adinerada (aunque él renunció a su herencia). Estudió ingeniería aeronáutica en Manchester, pero su pasión por la filosofía lo llevó a Cambridge para estudiar esta especialidad. Fue discípulo de Bertrand Russell, que rápidamente se percató del gran potencial que tenía su alumno y lo convirtió en su protegido. Pero Wittgenstein era un perfeccionista radical y eso le impedía llegar a escribir las ideas que iba elaborando. Al final, el propio Russell llegó a tomar notas de los debates que mantenían.
El filósofo decidió regresar de nuevo a Austria, para trabajar como profesor en una escuela rural de primaria, pensando que ya no tenía más que decir sobre filosofía y cansado del ambiente universitario. Posteriormente, estalló la Primera Guerra Mundial y se alistó en el ejército austrohúngaro. Una vez terminada la contienda, siguió alejado de la universidad, pero su obra ya se había publicado.
Con el paso del tiempo, sus colegas británicos lo reclamaron y finalmente decidió regresar a Cambridge (1929). Para entonces, el Tractatus ya se había difundido ampliamente y Wittgenstein era toda una celebridad. El Tractatus marca su primera etapa de pensamiento, un texto ambicioso que se da a múltiples interpretaciones. A su llegada a Inglaterra, acude a recibirlo nada menos que John Maynard Keynes, que llega a comentarle a un amigo: «¡Dios ha llegado!». Es entonces cuando se inicia la segunda etapa de sus pensamientos.
Aunque la filosofía analítica ya había sido anticipada por Gottlob Frege y Bertrand Russell, entre otros, es Wittgenstein quien le da un gran impulso. Precisamente, es uno de los periodos en que filosofía y tecnología registran uno de sus máximos acercamientos.
La atractiva propuesta de Wittgenstein
Intentar sintetizar en pocas líneas el pensamiento de Wittgenstein es tarea compleja. No obstante, en el resumen que sigue, un técnico de software o un diseñador de procesos encontrará familiaridad con los diversos puntos que se apostillan (siempre guardando las distancias). De hecho, Alan Turing, uno de los precursores de la informática e inventor de la máquina Enigma, acudió a las clases impartidas por Wittgenstein en Cambridge.
La filosofía analítica es básicamente una filosofía del lenguaje. Se cuestiona el significado del propio lenguaje, como por ejemplo «mesa», antes de lo que es la cosa en sí. Para Wittgenstein, el lenguaje es como si pintara gráficos que crean imágenes objetivas en la conciencia. Concluye que lo único que puede analizarse es el lenguaje.
El lenguaje es una colección de «proposiciones» y cada proposición puede ser verdadera o falsa. Una proposición verdadera expresa un hecho real (por ejemplo, «el gato se estira en el suelo»); existe igual número de hechos reales que de proposiciones verdaderas (teoría figurativa o de las imágenes). Como las proposiciones copian al mundo real, si se analizan todas las proposiciones, se puede analizar el mundo completo. Wittgenstein piensa que el mundo real es la totalidad de los hechos que acontecen.
Para Wittgenstein, una frase no verificable resulta siempre imprecisa respecto a la correspondencia con sus hechos; independientemente de que su contenido sea verdad o no, la frase será imprecisa, como consecuencia de haber hecho un uso incorrecto del lenguaje. Por ejemplo, proposiciones no verificables, como «Dios ha muerto» o «la virtud es conocimiento», no tienen sentido y representan un uso incorrecto del lenguaje.
Afirma que las respuestas que ofrece la filosofía tradicional a cuestiones como ¿puede el ser humano llegar a alcanzar la verdad? o ¿Dios existe? persiguen verbalizar algo que no se puede expresar con el lenguaje y, por lo tanto, no tienen respuesta (o no se pueden demostrar).
En definitiva, para Wittgenstein, esta filosofía constituye un saber inútil por el uso equivocado de las palabras. Piensa que el verdadero papel de la filosofía consiste en determinar los límites de lo que puede decirse y de lo que puede ser representado por el lenguaje. Además, afirma radicalmente que «hemos de guardar silencio respecto a lo que no se puede expresar con el lenguaje».
Existe igual número de hechos reales que de proposiciones verdaderas. Las proposiciones copian al mundo real, así que si se analizan todas las proposiciones, se puede analizar el mundo completo. Wittgenstein piensa que el mundo real es la totalidad de los hechos que acontecen
La estricta frontera del lenguaje
En su segunda etapa de pensamiento, Wittgenstein introduce cambios significativos y hace autocrítica. El estudio filosófico del lenguaje vira hacia una perspectiva más pragmática. Se da cuenta de que el lenguaje científico y académico utilizado en Cambridge no es óptimo, pues, directa o indirectamente, deriva del lenguaje cotidiano. Por lo tanto, el lenguaje ordinario que utilizamos diariamente en nuestra conversación es el verdadero lenguaje original.
Adoptar el lenguaje cotidiano supone abandonar la correspondencia unitaria de proposición y hecho. Ahora hay más posibilidades, ya que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones estará en función del uso del lenguaje, su contexto y las características intrínsecas de cada comunidad que lo habla. A esta particularidad la denomina «juego de lenguaje». Con esta aportación, una proposición puede ser absurda si se utiliza fuera de su juego de lenguaje como, por ejemplo, «hace mal tiempo».
Con la filosofía tradicional, Wittgenstein piensa que se establece un «juego de lenguaje enredado», cuyas reglas no están determinadas, ya que es la propia filosofía que pretende establecer esas reglas (y así se alimenta un círculo vicioso).
Para él solo el lenguaje es capaz de crear una imagen objetiva en la conciencia y lo único que puede analizarse es el significado de sus palabras (a eso lo denomina «giro lingüístico»). Solo así se puede llegar a una filosofía objetiva. Wittgenstein vivió la Segunda Guerra mundial en Gran Bretaña y compaginó la docencia universitaria con otros trabajos no relacionados con esta actividad. Murió en Cambridge en 1951.
En síntesis, Wittgenstein intenta desarrollar las herramientas necesarias para conseguir una filosofía objetiva y científica, estableciendo límites a lo que puede decirse y a lo que no. Afirma rotundamente que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Su influencia es enorme en la filosofía, especialmente en la anglosajona.
Wittgenstein piensa que el verdadero papel de la filosofía consiste en determinar los límites de lo que puede decirse y de lo que puede ser representado por el lenguaje. Y afirma radicalmente que «hemos de guardar silencio respecto a lo que no se puede expresar con el lenguaje»
Filosofía y tecnología bajo la mirada de Wittgenstein
Hay voces críticas en foros filosóficos que se inclinan por pensar que Wittgenstein no estaría a favor de la inteligencia artificial. No parece que fueran de su agrado los primitivos modelos computacionales de la época o la popular prueba de Turing, un test para saber si un evaluador externo sería capaz de distinguir entre una máquina o un humano, bajo determinadas condiciones.
Pero independientemente de los argumentos que puedan ofrecerse en este sentido, la filosofía de Wittgenstein puede ser muy útil como base para implementar una aplicación de la AI orientada a la preevaluación ética. Conceptos referentes a la ética pueden quedar fuera de la frontera del lenguaje trazada por Wittgenstein, pero la ventaja de utilizar su filosofía para un modelo AI es que proporciona una metodología y estructura muy atractiva a la hora de diseñarlo y ejecutarlo.
De hecho, si Wittgenstein está en lo cierto, quizá es un emparejamiento casi perfecto para ambas disciplinas (filosofía y AI). Tecnologías como NLP (Natural Language Processing), ML (Machine Learning) o DL (Deep Learning) parecen idóneas para implementar esta funcionalidad. Además, los adelantos en gestión y orquestación de datos (organización de formatos diversos de datos) para ser procesados con AI avanzan rápidamente y contribuyen a una alimentación más consistente de los algoritmos. Incluso sería posible detectar proposiciones Wittgenstein poco visibles y poder aflorarlas, ampliando las posibilidades del sistema.
Pero antes de ofrecer una propuesta de cómo podría ser una estructura de AI basada en Wittgenstein, sinteticemos algunos conceptos enunciados anteriormente: ML es una tecnología que forma parte de la AI y permite que el sistema aprenda de forma automática, sin ser explícitamente programado. Este aprendizaje puede ser supervisado o no.
DL es una extensión o subconjunto de ML que utiliza redes neuronales, intentando emular a las de un cerebro humano, aunque guardando las distancias. Estos sistemas se entrenan con millones de datos, básicamente compuestos por ejemplos de textos, imágenes o sonidos. Consiguen identificar patrones o formas determinadas de datos a gran escala (Big Data). El aprendizaje puede ser supervisado o no.
NLP también forma parte de AI y en muchos casos puede considerarse como una aplicación de ML y DL. Actualmente ya hay aplicaciones de AI que podrían inspirarse en Wittgenstein. Un ejemplo podría ser el popular Google Translator, basado en NLP.
Dos espacios separados
Utilizar directamente la AI para la evaluación ética de una sentencia o imagen es una tarea compleja. Pero hacer un ejercicio teórico para dar con un esquema potencial de funcionamiento parece una idea atractiva.
Una propuesta consiste en dividir el sistema en dos partes: uno se correspondería con un espacio Wittgenstein (WS) en el que se aplicaría estrictamente un criterio de la filosofía del lenguaje; el otro sería un espacio no Wittgenstein (NWS) en el que se procesarían las propuestas no verificables en WS. Tanto en un espacio como en el otro, podrían utilizarse predominantemente técnicas NLP/ML/ DL.
En el espacio WS, el lenguaje es esencial, aunque la captura de datos podría provenir tanto de texto, como audio o imágenes, con la posibilidad de utilizar un sistema multimodal. Al final, siempre se expresarían en una sentencia que utilizaría texto. Sería como una plataforma de simulación en que se obtendría un resultado en que la propuesta verdadera o falsa y si es verificable o no.
En el caso de que se obtuviera una respuesta no verificable, el proceso continuaría hacia un entorno NWS, un espacio que podría estar más asociado con la metafísica. En este espacio NWS también se aplicarían técnicas de AI; podrían proporcionar un resultado basado en una valoración de si la frase es más o menos ética, en una escala numérica, por ejemplo.
Así pues, en el espacio WS el criterio de evaluación queda relativamente bien definido. Para el espacio NWS, se podría apostar por un diseño técnico inicial con criterio agnóstico, para después implementarlo con base a una filosofía híbrida definida y específica (Kant, Hegel, etc.).
Es obvio que en este punto hay una diversidad de propuestas de criterio en función de muchas variables y particularidades culturales, pero esto es así, independientemente de que se utilice una máquina o no. En definitiva, el espacio Wittgenstein actúa como un filtro de las proposiciones, reduciendo la complejidad del sistema.
La inteligencia de una máquina no se parece a la de un humano, pero puede llegar a complementarla, siempre con las debidas precauciones
Proyección de cara al futuro
Una propuesta de este tipo se enfrenta con dificultades técnicas que tendrían que superarse. Una de ellas es la velocidad de ejecución de este proceso automático de evaluación, que para muchas aplicaciones puede llegar a ser crítico.
En este aspecto, hay que remarcar los avances, tanto en tecnología de hardware como software, aunque lo que puede llegar a proporcionar un empuje definitivo será la futura implantación de ordenadores cuánticos en la nube. Es entonces cuando habrá una ejecución en tiempo real de la evaluación compleja de un flujo intenso de proposiciones.
Otra dificultad es llegar a conseguir una fiabilidad suficiente de la AI para ejecutar estas tareas. Aunque los sistemas van mejorando sensiblemente, en determinadas aplicaciones o situaciones proporcionan resultados erróneos, poco consistentes o con un sesgo indeseable, entre otras deficiencias.
Un aspecto que preocupa de la AI es su explicabilidad, es decir, disponer de la trazabilidad de los pasos que se suceden en el algoritmo hasta proporcionar un resultado. Esto es importante para conseguir que un humano pueda interpretar el proceso, si fuera necesario, disminuyendo el efecto de «caja negra».
La explicabilidad es imprescindible para cumplir con determinados estándares normativos o para permitir que los afectados por una decisión de la máquina puedan impugnarla. Si se aplica la elegante y estricta filosofía analítica de Wittgenstein a la AI, se tenderá a favorecer esa explicabilidad.
En cualquier caso, una aplicación interesante de la AI basada en Wittgenstein es que pueda proporcionar una preevaluación de un resultado para saber si cumple con determinadas exigencias éticas o estéticas. Dicho de otra forma, podría ser la base para conseguir un diseño que integrara parte de la ética en el propio software o dispositivo.
Aunque, según Wittgenstein, la ética queda fuera de los límites del lenguaje, su filosofía es como un filtro elegante y clarificador que podría contribuir a implantar modelos de AI que intenten dar respuesta a estas cuestiones, mejorando la estructura y reduciendo la complejidad del sistema.
No obstante, otorgar a una máquina ese privilegio entraña riesgos, pero una funcionalidad limitada en un entorno controlado (sandbox) facilitaría enormemente la posevaluación humana para un cauce potencial masivo de acciones determinadas. Obviamente, para aspectos sensibles y de impacto la supervisión humana es imprescindible.
Probablemente, el modelo de AI propuesto queda aún lejos de poderse materializar, pero abre un planteamiento atractivo por el que poder avanzar. En cualquier caso, la inteligencia de una máquina no se parece a la de un humano, pero puede llegar a complementarla, siempre con las debidas precauciones.
Sobre el autor
Xavier Alcober Fanjul nació en Barcelona, es ingeniero y consultor. Tiene experiencia en docencia técnica e implantación de aplicaciones de automatización industrial. Ha publicado múltiples artículos en medios técnicos y también ha participado en distintos foros de tecnología. Además, es un apasionado de la filosofía.
Fuente: https://www.filco.es/filosofia-y-tecnologia-wittgenstein/