El filósofo Alexander Lacroix ha escrito un tratado amatorio actualizado a los tiempos de la pornografía
Cada año se producen en el mundo 190.000 millones de encuentros sexuales, la mayoría de ellos fieles a un guion establecido en tiempos de Freud y, según Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975), bastante mediocres. El filósofo francés acaba de publicar en castellano «Aprender a hacer el amor» (Arpa), un tratado amatorio actualizado a los tiempos de la pornografía. Según él, la única representación del sexo con la que contamos hoy es la que nos ofrecen webs como PornHub, un imaginario «muy cuestionable en el que la mujer no disfruta nunca, además de ser víctima de la violencia y dominación que se ejerce sobre ella». Contra eso propone una nueva manera de acercarse al sexo que nos conduzca al coito perfecto. Si es que eso es posible.
-Es una disciplina que, tradicionalmente, ha sido liderada por hombres solteros. Son muy pocas las páginas dedicadas al arte amatorio en los libros clásicos de Filosofía. Pero si te remontas a Platón, te das cuenta de que el erotismo es una parte importante de su manera de ver el mundo. Mucho más tarde, en gente como Sartre, Roland Barthes o Foucault encontramos diferentes “imputs” y herramientas sobre el tema. En mi opinión, la Filosofía debe responder a las preguntas existenciales del ser humano y quizá pueda iluminarnos sobre cómo hacer el amor bien.
-Esa búsqueda parece más importante ahora que hace unas décadas.
-La expresión en francés de hacer el amor se usa hace poco menos de un siglo. Diría que antes de que acabara el XIX, las relaciones sexuales no eran un tema de conversación. Hoy en día es algo que está constantemente en el debate público, con el feminismo y el movimiento #MeToo hemos entendido que también es un tema político. Y esto es bastante nuevo. Nuestra postura política se refleja en lo que hacemos en la cama. Antes creían que el sexo era algo completamente apolítico, una actividad natural y sin normas de ninguna clase, una dimensión de la vida salvaje e indomable. Nos hemos dado cuenta de que esa visión era falsa y que, además, favorecía al factor dominante, que, en el caso de las relaciones heterosexuales, es el hombre.
-¿De qué echa la culpa a Freud?
-Cuando hacemos el amor estamos siguiendo un guion. Hay un gran malentendido al respecto porque mucha gente cree que es algo biológico, una pulsión natural. Nada que ver. La manera en que lo hacemos es totalmente cultural. Por ejemplo, besar. Es un acto que nació en la Antigua Roma.
-¿Es todo un constructo, entonces?
-Claro, por eso sabemos lo que tenemos que hacer en cada momento. No hace falta siquiera que hayas leído a Freud para seguir su patrón. El orden siempre es el mismo: los preliminares seguidos de una penetración cada vez más rápido hasta llegar al clímax, entendido como eyaculación del hombre dentro de la mujer. Este guion fue el que propuso Freud para unas relaciones perfectas orientadas a la concepción.
-¿Era tan conservador?
-Totalmente. Para él los preliminares debían ser muy cortos porque, si dedicas demasiado tiempo, por ejemplo, al sexo oral, estás derivando hacia la perversión. El problema es que en un escenario tan predeterminado no eres realmente libre. ¿Por qué los juegos preliminares deben hacerse al principio y la penetración ha de ser el plato principal? En mi opinión, hay muchas carreteras secundarias que puedes tomar en lugar de seguir por la autopista hasta el destino final, que sería el orgasmo. No existe un orden correcto o incorrecto, cada uno debe hacer lo que le salga en cada instante, por placer y por la relación que se va construyendo.
Usted dice en el libro que el deseo sexual es imposible de satisfacer, a diferencia de la sed o el hambre.
-En mi opinión no se trata de una cuestión meramente biológica porque el deseo no desaparece cuando se culmina el acto. Además, si fuera algo solo físico hay una manera de satisfacerlo: la masturbación. Es algo más. Por otro lado, también puedes mantener un matrimonio maravilloso y no estar contento con la vida sexual después de diez años. Así que no es algo ni meramente físico ni meramente emocional. Hay algo metafísico en el sexo, un deseo que siempre permanece y nunca acaba de satisfacerse del todo ni después del orgasmo.
¿Cuáles son los requisitos del coito perfecto?
-Lo interesante es que nunca alcanzamos la perfección en esta área, así que tenemos que repetir y repetir. Siempre hay algo que mejorar. En el libro trato aspectos diferentes del sexo de una forma que no es la mayoritaria, la que llamo «freudporn». Si te quieres salir de ese camino hay una serie de cosas que puedes hacer, entre otras, saltarte el guion. También integrar la idea de que no hay necesidad de estar todo el rato inmerso en la interacción. Se puede parar, tomar un vaso de vino, volver… Otra cosa muy importante es deshacerse de la idea de que hay un objetivo, una meta. Que tienes que dar un orgasmo al otro. Esto no es un trabajo en el que se te evalúa por tu rendimiento al final.
-El capitalismo, que está por todas partes.
-Exacto. Hay que deshacerse de las viejas concepciones. El orgasmo está bien, pero no se trata solo de eso, que se puede conseguir en tres minutos y ya está. Cuando hacemos el amor con otra persona estamos creando algo. Si bailas con alguien o tocas música juntos lo haces sin meta. Es una forma de expresarte y de descubrir al otro. Es una forma de disfrutar, de celebrar el presente. No es un acto consumista.
-Su manera de verlo es, en cierto sentido, romántica.
-Creo que el cristianismo y la pornografía se parecen bastante. En ambos observo un cierto desprecio del cuerpo humano, que lo ven como algo vulgar. Hay cierta degradación sobre el concepto del sexo y los órganos genitales. Es como si les diera asco la desnudez.
-En el libro habla de una amiga que ha decidido creerse todo lo que le digan en sus citas, aunque sea por unas horas.
-Es bastante interesante esto. Ha decidido que va a usar Tinder como quien va a al cine. Si te pones a ver una película pensando en todo lo que puede ser mentira no te metes en la historia, no la disfrutas. Hay que hacer una inmersión completa. Puede sonar un poco fantasioso, pero es necesario para pasar un buen rato. Quizá al día siguiente veas que solo fueron unas horas, pero, ¿es tan horrible?
-También propone un cambio de vocabulario. Por ejemplo, interludios en lugar de preliminares. O «swing» en lugar de repetición.
-Es que el concepto de los preliminares arranca con Freud, antes no había nada parecido. Me gusta más interludio porque transmite que puedes hacer esos juegos sexuales en cualquier momento, no tienen que ir primero ni conducir a nada.
-Pero los preliminares se antojan algo necesario desde el punto de vista físico para facilitar la penetración, ¿no?
-La forma de plantearlo de Freud es, no obstante, que si hay una justificación física para que se ejecuten esas interacciones a modo de preludio también la hay desde un punto de vista moral. En su visión, por ejemplo, el sexo oral es una profanación porque es una cavidad con la que se habla, se come, pero no está designada para el sexo. Solo sirve como medio de excitación que favorece el coito posterior. Y hay otras formas de excitarse, como una conversación, un buen vino, un beso o una determinada manera de mirarse.
-Dice que la desnudez es algo imperativo.
-Se da una importancia excesiva a las zonas erógenas, a los orificios, una visión muy reduccionista. Deberíamos resaltar el valor de la piel como un todo. En embriogénesis se ve cómo muy desde el principio tanto el cerebro como los ojos se construyen como prolongaciones de la piel. Se trata de un argumento médico que refuta la teoría de Nietzsche de que no hay nada más profundo que la piel. Cuando estás desnudo o descubres la desnudez del otro se derriban los muros sociales que representa tu ropa, hay una gran vulnerabilidad en ese acto. Expones las partes que menos te gustan de tu cuerpo, tus defectos, así que también es una cuestión de confianza. El contacto de una piel con otra es de los más intensos que existen.
-¿En ese ambiente sobran las palabras y las risas?
-Ha habido muchísimas reacciones al capítulo de las palabras. En él digo que las conversaciones en la cama deben ser planas y con lugares comunes. Clichés. Y eso es porque cualquier charla más elaborada te saca completamente de la situación. Para tener un diálogo de esos que te cambian la vida tienes que estar totalmente dedicado a ello. No se puede montar en bici y tocar el violín al mismo tiempo.
Con la risa pasa lo mismo. Si, de pronto, uno suelta una carcajada en medio del acto, la atención pasa directamente a la dimensión mecánica del asunto. Nos entrará la duda sobre lo que estamos haciendo, o sobre nuestro cuerpo. Nos hará sentir ridículos. Mejor la sonrisa que la risa en el sexo.
-Describe como realista la manera en que Houellebecq describe las relaciones sexuales. ¿Con qué escritores se identifica?
-Me gusta mucho cómo lo hace Annie Ernaux. Es directa, intensa. Escribe desde el punto de vista femenino de una manera cruda y romántica al mismo tiempo. Muy interesante. Se puede ser muy explícito y, al mismo tiempo, poético. También me gusta Henry Miller, sobre todo en «Trópico de Cáncer». El problema con esos libros más antiguos es que la forma de hablar del sexo ha cambiado tanto que suenan vintage.
-¿El sexo está sobrevalorado a fin de cuentas?
-El problema no es ese porque realmente es una parte muy importante de la vida. Si analizas la cantidad de tiempo que dedicamos a pensar en ello a lo largo de nuestra vida es enorme. Mucho más que en cuestiones filosóficas. Otra cosa es que la forma de imaginarlo es muy pobre, basada en pornografía y no en el buen sexo. Estamos encerrados en una representación muy fría de la materia. Quizá lo que haya que cambiar no sea la cantidad de tiempo que dedicamos a pensar en ello sino la forma. Más positiva, bella y estética. Al final todo se reduce a eso.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20221204/ki7z3zhoana7vnemwdgqltakue.html