La música es un lugar

Laura Barrachina

El problema, creía Wallace Stevens, es que la vida es una cuestión de lugares cuando solo debería ser una cuestión de personas. Sobre esta idea del poeta estadounidense gravita Barrio Venecia (Lengua de Trapo), la nueva novela de Alberto Santamaría que, como reza el subtítulo, es casi una historia obrera. El barrio del escritor, filósofo y poeta, se construyó en Santander sobre un terreno cenagoso y en torno a la fábrica que en realidad daba nombre al vecindario, Candina. Irónicamente, porque se inundaba con frecuencia, los vecinos bautizaron el barrio como Venecia.

Las palabras, a las que vuelve obsesivamente Santamaría, haciendo de las suyas. El lenguaje, escribe el poeta, es una forma de descenso por una cuerda que se agita. El escritor recuerda -así que distorsiona- su infancia y juventud atrapado en un barrio que odiaba, que había heredado odiar, como forma de pertenecer a esa comunidad.

La vida es cuestión de lugares así que la vida es ese barrio, ese terreno inundable, los desguaces a los que acude con su padre los fines de semana el escritor y que conforman, de algún modo, un lenguaje entre el hijo y el padre que se comunican con poleas, colectores y llantas. El padre cree en lo viejo, en recuperar lo roto, es su forma de resistencia y Alberto lo hace suyo en esta novela de iniciación a la vida y a la música, que es otro lugar, dice el escritor, como el gotelé de su casa, como la cama que se ha de desplegar cada noche en ese cuarto en el que viven, comen y duermen.

El protagonista descubre lo que piensa y pone palabras a su malestar escuchando a La Banda Trapera del Río cuando cantan: “Vivís en cuatro paredes agobiados del mal olor (…) Creéis que estamos salvados pero estáis en un rincón”. Desde Cataluña la banda de El Morfi habla exactamente sobre lo que pasa en Santander, se sorprende Santamaría, pero él, en su libro, retratando su barrio y su vida, retrata, también, esa historia obrera que trenza nuestro país; su casa de ladrillos baratos es la casa de toda la clase obrera española de los años 70 en la que Mari Trini canta que el amor es una barca con dos remos en el mar, un remo aprieta en mis manos, el otro lo mueve el azar.

RECUERDOS

Con quince años lo normal era odiar el barrio, la fábrica que ha echado a tu padre y a Mari Trini. Ahora, a los cuarenta y siete años, lo único que ha cambiado es que Santamaría entiende las letras de Mari Trini, entiende lo que se pregunta en Amores: ¿Y quién cuando la vida se apaga y las manos tiemblan ya, quién no buscó ese recuerdo de una barca naufragar? Lo entiende porque es lo que está haciendo él, buscar ese recuerdo, ahondar en él, explicarse y explicarnos de dónde venimos y él viene de ese lugar que es la música y que le permite escapar y que suena en Barrio Venecia: Ilegales, Ramones, Mari Trini o El Manifiesto Comunista al que, dice Alberto Santamaría, llega por estética, como a la poesía, que también es un lugar. Noticias relacionadas

Se fascina con las palabras, se las aprende, las tararea, las repite y las palabras dejan de ser sólo algo físico para calarle y cambiar su mirada sobre el mundo. Esa es otra idea bonita de esta acertada novela: los libros y las canciones nos eligen a nosotros. Una tarde, el joven Alberto pasea aburrido por el Pryca del barrio y ve un libro que le llama, tanto como para robarlo, es Hijos de la ira de Dámaso Alonso.

Alberto se lo esconde en el pecho y pedalea de vuelta a casa con los versos empezando a acompasar sus latidos. Los lee compulsivamente sin entender nada, se los aprende como había hecho con La Banda Trapera del Río, hasta que cobran vida y las palabras danzan y así es como el escritor va aprendiendo lo que termina escribiendo en esta novela: “Ser poeta: orientarse, como esa luz dudosa cruzando el descampado y en vez de una existencia brillante, tener alma o piedras en el bolsillo. Poesía es lanzar piedras”.

Fuente: https://www.epe.es/es/abril/20230219/musica-lugar-82923679

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