Lo que usted tendría que haber entendido en 2023 es simple: esto va a acabar mal. No hablamos de grandes problemas en la portada del periódico, sino de una cosa muy pequeña y atmosférica: la razón. Si algo se tambalea en nuestro tiempo, si algo se apedrea y se deslegitima día a día, es el imperio ilustrado de la razón. Esto no tendría que preocuparle si usted fuera un perro pekinés o un hámster. En el caso de que usted no sea una mascota, debería preocuparle mucho.
Algunos fuimos educados -lo sabríamos luego- en el marco deslumbrante de la Ilustración. Las tres divisas básicas de este movimiento intelectual han regido la civilización occidental desde hace siglos. Son, en efecto, la libertad, la igualdad y la fraternidad. De ellas derivan pulsiones civilizatorias como el progreso, la tolerancia o el rigor científico. Gracias a estas tres cosas, no nos comemos los unos a los otros, no creemos en el infierno y aún le damos algún crédito a los comunicados de la AEMET.
Desde hace años, sin embargo, lo irrazonable se va imponiendo en todos los ámbitos. Haría falta un ensayo descomunal para abarcar la multiplicación delirante en nuestro tiempo de sinsentidos y disparates que ya le hablan de tú a tú a las reflexiones pausadas y enjundiosas, y que en muchas ocasiones incluso las exterminan. Esto nos regala el impagable espectáculo de ver a personas que sólo están un escalón por encima del analfabetismo humillar a los más cultos y formados de entre nosotros.
El delirio intelectual en el que creo que nos encontramos (aprecien que, como persona ilustrada, aún soy capaz de dejar abierta la posibilidad de estar completamente equivocado); el delirio tocante, digo, quizá guarde relación con un puñado de ideas estrambóticas que han acabado recuperándose con el paso de los años. Son concepciones caprichosas de la realidad que sólo pueden impulsarse desde una situación material de privilegio.
Así, las teorías deconstructivistas de Jacques Derrida estarían detrás del socavamiento cultural; la convalidación de Michel Foucault de la locura daría alas a la homologación de todo sinsentido de índole social; la teoría de género de Judith Butler alimentaría el desmantelamiento de las relaciones usuales entre hombres y mujeres. Todo abaratado y romantizado por las universidades, y reducido hoy a enunciados simples y taxativos. Ninguno de sus emisarios los ha leído nunca, es como un rumor estimulante al que han decidido incorporarse.
Lo que hay que entender de inmediato es que estas emociones fuertes pseudo-psicotrópicas sólo son posibles con la férrea práctica de una total indiferencia hacia el conjunto de la población que vive apremios materiales. Destruir el mundo conocido es la labor exclusiva de aquellos que van a seguir siendo prósperos cuando nada quede en pie.
Todo lo que era sólido se vuelve primero relativo, y después, indeseable. Algunos ejemplos escalofriantes los encontramos en la Constitución, la familia, la igualdad o la libertad de expresión. Oímos constantemente a artistas que trabajaban ya en los años 90 hacer comparaciones nada favorables para nuestros días sobre la inconsciencia con la que estaban acostumbrados a abordar sus creaciones: podían hacer cualquier cosa. Hoy no. Si le preguntáramos a cualquier ciudadano menor de treinta años sobre los valores que asocia al PSOE, ninguno se acordaría de la igualdad. Las afirmaciones contrarias a los niños (casi puericidas) se difunden hoy alegre, casi jocosamente. La Ley Fundamental puede ser traicionada y descompuesta sin mayores miramientos.
Pronto se pondrá en duda el pilar democrático «un hombre, un voto». Me extraña mucho que no haya empezado una campaña en esta dirección
Estos grandes desaguisados generan a su vez una pacotilla de polémicas, barrabasadas y excentricidades que pasan sin embargo como opciones perfectamente válidas en el debate público. Se niega que una forma de adelgazar sea comer bien y hacer ejercicio. Se normaliza el consumo de drogas y barbitúricos, y la dependencia de terapeutas o psicólogos. Las mascotas son tan sagradas como lo fue la infancia. Las mujeres pasan a ser “personas con vagina” o “personas gestantes”. La mejor película de todos los tiempos es un filme del montón. Un barrio pobre y antiestético como Carabanchel ocupa la tercera posición entre los barrios “más cool” del planeta; y la primera posición la ocupa un barrio más pobre y antiestético todavía. Se puede ser antifascista y antisemita al mismo tiempo (se debe, de hecho). La auténtica izquierda es mucho más auténtica si no ha vivido nunca en un barrio obrero. Se puede ser feminista y tener un oscuro historial con las mujeres. Los hombres que no han hecho daño a ninguna mujer son calificados de misóginos. El fútbol es el opio del pueblo, pero la mitad del pueblo (las mujeres) también debe sumergirse en ese opio. En el país manda quien menos votos ha obtenido. La democracia sana es la que no permite que gobierne una alternativa. Bildu acabó con ETA.
Diría que el denominador común de todas estas paradojas (muchas de las cuales resonaron a lo largo del año 2023 que despedimos) se sitúa a medio camino entre la frivolidad y el interés. Las inicia en muchas ocasiones la frivolidad (no tener nada que perder, ya decimos) y las sostiene el interés (económico).
Mi predicción es que pronto se pondrá en duda el pilar democrático “un hombre, un voto” (“una persona, un voto”, si quieren). Me extraña mucho, de hecho, que no haya empezado ya una campaña en esta dirección, basada en ese axioma motor de esta visión/versión del mundo, que dice: todo lo que es indiscutible está equivocado. Si “un hombre, un voto” es indiscutible, debe estar equivocado.
Volviendo una vez más a George Orwell, lo que vemos es una alteración casi automática de valores: lo bueno es malo, lo malo es bueno (política), la calidad es basura, la basura es calidad (cultura), los culpables son inocentes, los inocentes son culpables (sociedad)
Si les digo la verdad, a mí todo esto me daría igual si no tuviera hijos. A lo mejor me parecería hasta divertido, en el suelo más hondo de mi cinismo. Pero, como tengo hijos, la destrucción de toda certeza, toda luz, toda diferencia me angustia. Nos encaminamos hacia un futuro de arbitrariedad moral y totalitarismo sonriente.
Por ello, mi determinación es dar la batalla por la razón hasta el final.
Fuente: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2023-12-27/que-haber-entendido-2023-razon_3801172/