Josep Maria Esquirol: «Cuando una sociedad no está bien, multiplica las normas»

Gemma Martínez

Los tiempos de la desorientación y de la sociedad pantallizada invitan a buscar refugio y guía para aprender a vivir, porque vivir a veces cansa. No hay manual de autoayuda ni youtuber de moda a la altura de un buen libro de filosofía, como los que escribe Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, 1963), premio Nacional de Ensayo por ‘La resistencia íntima’. A base de verbo pausado, ideales claros, verdades como puños y vuelta a los básicos, Esquirol se ha convertido en una autoridad, tanto para los neófitos de la filosofía a los que encadila como para los especialistas a los que agita el intelecto. Su última obra, ‘La escuela del alma’, es una reflexión sobre la forma de educar –»la enseñanza es un modo de orientar la mirada»– y la manera de vivir. En este lugar, cuya puerta siempre está abierta para todos –sin que importe la edad–, se cuida y cultiva el alma, que empieza a hacer camino. También se entrena el prestar atención. Solo puede ser maestro quien vive y quien puede y debe enseñar desde el deseo y la pasión. Jamás desde la frialdad, sostiene Esquirol. El también autor de ‘Humano, más humano’ asegura que para crecer siempre es necesario juntar. Sepan que si entran en su escuela del alma, querrán quedarse.

Aunque no le gusten las etiquetas, Esquirol es sinónimo de filosofía de proximidad. ¿Cómo la definiría para los profanos? 

Mi trayectoria filosófica me ha llevado a ir articulando un pensamiento propio. ‘Proximidad’ es una palabra que me gusta mucho porque indica un intento de ir a lo concreto, a la vida, a la experiencia, y nunca desconectar de ello. Conviene que las abstracciones, cuando se hagan, mantengan este vínculo con lo próximo. El carácter de esta filosofía no es pesimista ni optimista, porque huyo de contraposiciones simplistas. La vida es a la vez gravedad y ligereza. No una cosa o la otra. Y abogo por la austeridad. 

¿En qué sentido?

Con poca y buena filosofía basta. A veces hay un exceso de discurso. Es como el peligro de la verborrea. La palabra es algo esencial y tiene que ver con nuestro modo de ser. Nos expresa y nos constituye. Vibramos con ella. Pero el exceso lleva a lo contrario. La verborrea es una traición a la palabra. 

«La palabra es algo esencial, nos expresa y nos constituye. Vibramos con ella. Pero el exceso lleva a lo contrario. La verborrea es una traición a la palabra»

Defiende la orden filosófica del amor y la escuela del alma en estos tiempos de desorientación. 

Sí. Quizá son conceptos que suenan demasiado buenistas o demasiado mayúsculos. Sin embargo, el horizonte de la acción y de nuestra capacidad de resistencia ha de tener este carácter. Se trata de lo que antes, y también ahora, llamamos los ideales. Estos no son aquellos puntos elevadísimos que nunca vamos a alcanzar. Los ideales tienen que ver con algo que ya se está realizando, a veces de manera marginal o incipiente, pero otras con una cierta plenitud. La esperanza es que eso que ya es bueno y que se da en pequeños lugares se propague a todas las zonas colindantes.

¿Qué papel juega la escuela? 

Es el lugar donde se producen dos encuentros, con los compañeros y con el maestro. Este indica al alumno las cosas buenas que merecen la pena, tanto las que nos vienen dadas –como el cielo estrellado–, como las que nosotros hemos creado, es decir, la literatura, la música o las matemáticas.

Josep Maria Esquirol, en otro momento de la entrevista.
Josep Maria Esquirol, en otro momento de la entrevista. / JORDI OTIX

En ocasiones, a los niños se les impulsa a ser menos niños, como si tuvieran que hacerse mayores cuanto antes. ¿No es excesivo?

Sí. Uno de los problemas de la sociedad contemporánea, quizá de los más graves, es la desorientación, la falta de sentido. Esto provoca homogeneización. Inquieta que todo parezca lo mismo. Hay que reivindicar la diferencia y cultivar la infancia como infancia, la juventud como juventud, etcétera. Las instituciones educativas no siempre lo hacen. De hecho, están en una crisis profunda.

«Uno de los problemas más graves de la sociedad contemporánea es la progresiva homogeneización de todo. Hay que reivindicar la diferencia»

¿De qué tipo?

Cultural, referida a cómo debe ser el cultivo de las personas y a cómo debe entenderse la madurez humana. Esa falta de horizonte conduce a tratar la educación como un problema estrictamente técnico, relativo a la disposición de las piezas y los elementos. Y, sí, cuando los resultados no son los esperados, puede que haya que cambiar de estrategia técnica. Pero esto no es lo principal. Lo principal es la dimensión del sentido. 

En este cultivo de las personas, no debería haber espacio para la violencia ni el acoso escolar. 

No, por mucho que en la sociedad haya mucha violencia y que esta se exprese de modos distintos. Existe violencia física, verbal, gestual… En esencia, la escuela es el lugar de la no violencia. Por eso, cuando la violencia aparece, la luz de la escuela se apaga por completo. Lo mismo sucede en lo relativo a la casa. Un hogar violento es una contradicción. Puede tener la forma externa de casa, pero no lo es sin calidez, amparo, bondad, acogida y amor. 

«Un hogar violento es una contradicción. Puede tener la forma externa de casa, pero no lo es sin calidez, amparo, bondad, acogida y amor»

¿Casa y escuela son compatibles con la sociedad pantallizada?

Cuando algo predomina tanto que está por todas partes, se produce un empobrecimiento de la experiencia. No hay nada perverso intrínsecamente en un móvil ni en un ordenador. El problema surge cuando lo colonizan todo. Enlaza con la connotación negativa que posee el totalitarismo político. 

¿Es bueno imponer reglas para combatir esa colonización?

No hace falta. Eso es parte del problema. Cuando una sociedad no está bien, multiplica las normas. Ya lo decía Platón. La manía legislativa es síntoma de que las cosas no funcionan. Hace falta más sentido común. Ya sé que el sentido común es un poco difícil de definir. Tiene que ver con cierto equilibrio que evita la colonización excesiva o la totalización. 

¿Ayudaría ese sentido común a potenciar algo tan necesario como la atención? 

Sí, sobre todo ese concepto de atención que tan bien acota Simone Weil. Ella decía que cuando una persona está absorta, cuando un niño intenta resolver un problema matemático, da igual si llega a la solución o no. Lo importante es que en ese momento está cultivando su espíritu, haciéndose más poroso, es decir, incrementando su capacidad para que algo le llegue y le transforme. Esa es la idea. Yo defino el ser humano como una hondura abierta. El cultivo de la atención es el cultivo de esta hondura que somos. Una hondura que no es una interioridad, en el sentido de algo cerrado que obliga a hacer una introspección para sumergirse. Una hondura abierta significa una hondura especialmente conectada con el mundo y con el tú. El cultivo de uno mismo es el cultivo de esas relaciones esenciales. 

Hay que tener momentos para ello. ¡Qué importante es el tiempo!

Las cosas bellas son difíciles y requieren esfuerzo, paciencia, tenacidad y tiempo. La productividad prematura es mala cosa. Por ejemplo, algo no se está haciendo bien cuando hoy la universidad pide a los jóvenes que empiezan su carrera académica que tengan unos currículos muy gordos ya desde el principio. Le hablaba antes de la importancia de la diferencia, también de los lenguajes. ¿Es adecuado que el lenguaje mercantilista, que no tiene nada de perverso, se exporte al ámbito escolar y allí se hable ya de manera muy prematura del emprendedor o del liderazgo? Es una auténtica barbaridad y un error mayúsculo, aunque lo defiendan las escuelas de negocios. Error semejante es el de extender el lenguaje y la mentalidad consumista por doquier, convirtiendo al yo en un consumidor corto de miras y muy egocéntrico que continuamente está reclamando para sí cosas que quizá no debería. 

«Las cosas bellas son difíciles y requieren esfuerzo, paciencia, tenacidad y tiempo. La productividad prematura es mala cosa»

No podemos quererlo todo. ¿La ambición desmedida genera frustración?

El límite que separa lo bueno de lo malo está ahí, pero a veces es difícil detectarlo. La autoridad, por ejemplo, es positiva, y así se lo digo a mis alumnos. Ahora bien, el límite entre la autoridad y el autoritarismo es muy fino y se puede traspasar fácilmente. Ocurre que muy cerca de fenómenos buenos y valiosos siempre surge lo contrario. Que una persona tenga pasión, que quiera abrirse camino y llegar lejos, es bonito. Pero si eso degenera y traspasa ese umbral, ya no es lo mismo. La ambición desmesurada traiciona el movimiento más genuino. 

En este contexto, ¿es obligado amar mucho siempre, como dice en su libro? ¿No caben filtros? 

El amor es un concepto muy general, que hay que matizar, porque en lo concreto adquiere distintas formas. El afecto intenso que puede darse desde el ámbito de la familia no es lo mismo que el respeto que debería darse en la escuela. El amor fraternal es una cosa y el conyugal otra. Creo que hay que describir el amor en función de las distintas situaciones de la vida.

Josep Maria Esquirol, autor de 'La escuela del alma', en otro momento de la entrevista.
Josep Maria Esquirol, autor de ‘La escuela del alma’. / JORDI OTIX

¿La debilidad está permitida?

Claro. En la escuela del alma a veces hay lágrimas que vienen de lo profundo, igual que la alegría. Ya le dije que las contraposiciones pueden ser inadecuadas. Existe una angustia existencial que nos acompaña casi siempre. Pero eso no impide que haya momentos de alegría, de gozo, de disfrute de la belleza y de la amistad. A veces hay lágrimas y mucho dolor. Hay que afrontar la dificultad de la existencia de la mejor manera. 

¿Cómo?

Pues comprendiendo que esta dificultad de la existencia no siempre es una anomalía y que la tristeza no es una enfermedad que pida soluciones farmacológicas. Hay una dificultad vinculada a la finitud de la vida, al cansancio, al paso del tiempo, a las pérdidas, etcétera. Hay que trabajar esa comprensión. 

¿Es un error ser demasiado bueno?

En absoluto. Lo más humano del humano tiene que ver con la calidez, con ese gesto hacia los demás, que, en función de la situación, será un gesto de compañerismo, de fraternidad, de respeto o de atención. Hay quien predice y preconiza un futuro de dureza y de prepotencia. Pero no hay que someterse acríticamente a ello. Eso sería una nueva forma de fatalismo. Justo cuando todo el mundo dice que se están dejando atrás algunos esquemas religiosos tradicionales, resulta que emerge un fatalismo peor que el de los antiguos, como si algo viniese, en forma de un futuro implacable, y no quedase otra alternativa que adaptarnos. Tenemos que denunciarlo. De nosotros depende el futuro, de nuestro compromiso, de nuestra responsabilidad y de nuestra capacidad para construirlo. 

«Justo cuando todo el mundo dice que se están dejando atrás algunos esquemas religiosos tradicionales, emerge un fatalismo peor que el de los antiguos»

¿El infierno es narcisista?

Hay muchos libros de autoayuda y de seudofilosofía oriental que cargan directamente sobre el concepto del yo. Pero de ningún modo comparto este planteamiento. Cuando describimos nuestra propia vida y nuestras acciones, siempre está presente la referencia al yo. Una referencia que perfectamente puede tener un tono sencillo y modesto. El problema lo tienen las personas que han hipertrofiado su ego. La perversidad sucede cuando el yo se convierte a sí mismo en centro único y se hincha hasta tal punto que no ve ya nada más. Ese yo ya no es capaz de advertir que la principal belleza no está en uno mismo. 

¿Las personas que viven solas son menos casa, menos hogar?

Casa es calidez y es anecdótico si en ella viven una, tres o cinco personas. Una sola puede desprender mucha calidez. Conozco una ermitaña hospitalaria hasta límites increíbles. He ahí la calidez.  

Mencionaba usted antes a los alumnos. Su carrera discurre entre la filosofía, la docencia y la escritura. ¿La palabra es el elemento común en los tres campos?

Sí. La palabra y el pensamiento. No habría que olvidar nunca que la palabra alude a nuestra capacidad de expresarnos, literalmente. Es decir, el humano es el que se expresa, el que sale hacia fuera y se dirige a los demás. Así, la palabra que sale de nuestra hondura es cordial. En ella late y vibra nuestro corazón. En este sentido, hablamos sobre todo para cuidar a los demás y para cuidarnos a nosotros mismos.

¿Qué son sus libros entonces?

Son una manera de compartir, en este caso a través de la palabra escrita. Compartir con los lectores la pasión por lo valioso, incrementa esa misma pasión y el goce. Es un regalo.

¿Es consciente de que leerle remueve por dentro?

Gracias. Es verdad que a menudo noto una especie de sintonía, que creo que es fruto de que no explico las cosas como una divulgación fría que no vaya conmigo. Al revés. Planteo lo que vivo, lo que pienso, lo que me tiene conmovido. Y me dirijo al lector de tú a tú. 

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/abril/20240615/entrevista-josep-maria-esquirol-escuela-alma-103701025

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