La académica Lyndsey Stonebridge publica una biografía en la que explica por qué Arent, judía, refugiada, feminista e intelectual independiente se ha vuelto “imprescindible para el siglo XXI”
En los meses posteriores a la victoria de Donald Trump en 2016, ‘Los orígenes del totalitarismo’ de Hannah Arendt se colocó inesperadamente en la lista de libros más vendidos en Estados Unidos. Amazon llegó a quedarse sin stock de este libro publicado en 1951 en el que Arendt, una filósofa judía que logró escapar de los nazis tras pasar por el campo de concentración de Gurs, describía cómo las condiciones históricas en el siglo XX se conjuraron para “dotar al mal de una forma política asombrosamente moderna”.
El ascenso de la ultraderecha, las teorías de la conspiración, la posverdad y la constatación de que, para muchos hoy las vidas de algunos son superfluas, la han vuelto a poner de moda. Millones de jóvenes en todo el mundo, de Rusia a Europa y Estados Unidos, han descubierto a Arendt. La académica y profesora de Humanidades y Derechos Humanos en la Universidad de Birmingham Lyndsey Stonebridge acaba de publicar ‘Somos libres de cambiar el mundo. Pensar como Hannah Arendt’ (Ariel) una biografía en la que explica por qué la brillante filósofa judía, refugiada, feminista e intelectual independiente se ha vuelto “imprescindible para el siglo XXI”.
¿Cómo llegó a Hannah Arendt?
Por accidente. Leí ‘La condición humana’ casi en secreto; nunca antes había leído algo así. Cuando era estudiante no se la leía mucho, era la época del postestructuralismo en Europa. Luego llegó el siglo XXI y las cosas empezaron a torcerse: Putin, Orban, el colapso de Estados Unidos, el ascenso de la ultraderecha, el Brexit, Trump… y en ese momento mi conversación con Arendt se volvió más intensa y urgente.
La actualidad resuena de forma muy poderosa en lo que escribió hace 70 años.
Sí, pienso mucho en todo lo que Arendt tendría que decir hoy sobre la guerra de Gaza. Me acordé de ella cuando se canceló la entrega del premio que lleva su nombre a la escritora Masha Gessen. La ironía es que a Hannah Arendt no se le permitiría hoy obtener el Premio Hannah Arendt. Ella también criticaba a Israel todo el tiempo.
¿Cuál de sus ideas nos puede servir hoy?
En ‘Los orígenes del totalitarismo’ escribió que incluso cuando los regímenes totalitarios hubiesen terminado, los verdaderos problemas de nuestro tiempo se revelarían en su forma más verdadera, pero no necesariamente la más cruel. Para ella, el totalitarismo había puesto algo en el mundo que no iba a ser vencido ni por el liberalismo ni por el nuevo orden mundial, el derecho internacional o la derrota de la URSS. Creía que esa sensación de alienación y soledad, de desconexión y desarraigo que se apoderó del mundo no se iba a ir a ninguna parte. Esas corrientes subterráneas que salieron a la superficie con el nazismo y el comunismo han resurgido nuevamente.
¿Por qué cree que conecta ahora con los jóvenes?
Un miembro de las Pussy Riot que logró escapar de Rusia después de que empezara la guerra llevaba una copia de ‘Los orígenes del totalitarismo’ en su mochila. La clave para mi es que más que tener una teoría filosófica o un sistema, lo que hace Hannah Arendt es animarte a pensar por ti mismo. Las redes sociales habrían sido una pesadilla para ella. Arendt pensaba que la categoría de lo social era una de las más peligrosas. Me atrevería a decir que Twitter es uno de los lugares más solitarios del planeta, lleno de gente buscando aprobación social, éxito, con miedo y tendencia a la autocensura.
¿Y como feminista?
Crecí en la generación de ‘lo personal es político’. Y por supuesto que lo es, porque cada ley sobre el aborto o el divorcio impacta en nuestra vida privada. Pero Arendt me ha enseñado que no tiene por qué ser así. Las mujeres deberían tener derecho a la privacidad. Porque para pensar, actuar, para ser parte del mundo, hay que poder retirarse del mundo.
Pero el cuerpo de las mujeres se ha convertido en un objetivo político.
El hecho de que la vida personal de las mujeres se vuelva política es totalitario. Que nuestros cuerpos se vuelvan algo político no significa que deban serlo. Las personas no deberíamos ser políticas todo el rato. En Irán, Rusia y Afganistán, estados totalitarios impulsados ideológicamente por el terror, las mujeres, lo queer y lo trans se presentan como lo peligroso.
Se ha escrito mucho sobre su relación con Martin Heidegger. Ella escapó en 1933 de Alemania, ¿entiende cómo pudo volver a entablar una relación con él tras el Holocausto?
Arendt tenía dos fotos en el escritorio de su apartamento de Nueva York. Una era de su segundo marido, Heinrich Blücher, y la otra de Heidegger. La gente pasa por alto que fue su maestro, no solo su amante. Sus ideas dieron paso al existencialismo y la dejaron completamente atónita. Se sintió vista por primera vez. Todos hemos tenido un maestro que nos ha dado un lenguaje para hablar de vivir, para entender el mundo. Heidegger fue esa persona. Luego ella lo abandonó y se separaron después de que él se uniera al partido nazi. Es cierto que luego reiniciaron su amistad intelectual. Ella sabía que no podía pensar las cosas que pensaba sin él. Pero como vivimos en una sociedad sexista, la gente está obsesionada con el sexo y con lo que hacen las mujeres, no con lo que escriben. A las mujeres, además, no se les permite separarse. Y Arendt tuvo una vida privada muy intempestiva.
¿Cree que ella no podía pensar las cosas que pensaba sin él?
Heidegger es el gran pensador de la tragedia existencial. Ella empezó a cambiar eso cuando tenía 23 años, al escribir su tesis sobre Agustín y pensar: no, la clave de la condición humana no es la muerte, es el amor. Arendt es heideggeriana y antiheideggeriana al mismo tiempo.
La conexión con James Baldwin es sorprendente.
Sí, creo que no estaban de acuerdo en muchas cosas porque Arendt pensaba que el amor no debía entrar en política, pero le admiraba. No la culpo, la primera vez que lees a Baldwin suena como si viniera directamente de Dios. Es un genio. Me parece muy significativo que en solo seis meses, entre el 62 y el 63, se publicaran ‘Primavera silenciosa’ de Rachel Carson, ‘Carta desde una región en mi mente’ de James Baldwin y ‘Eichman en Jerusalén’ de Arendt. Son tres obras maestras sobre el mal de los tiempos modernos: la catástrofe medioambiental, el racismo endémico y la banalidad del mal. Ninguno de los tres fue un gran constructor de un sistema filosófico revolucionario, pero los tres tenían un agudo sentido de lo que ya había en el mundo. Querían preservar lo que veían que estaba siendo atacado.
¿De qué sirve la filosofía hoy?
Gran pregunta. Después de 1933, Arendt dijo que no quería pasar más tiempo con filósofos ni tener nada que ver con lo que llamó ‘negocio intelectual’. Vio cómo personas que se consideraban muy inteligentes no eran lo suficientemente inteligentes como para no ser cómplices del fascismo. Tenía un fuerte compromiso con la esfera pública, de hecho muchos de sus ensayos surgen de discursos, pero nunca se inclinó por la profesionalización de la filosofía. Prefería a Sócrates, que se sentaba con los jóvenes en el ágora, enseñándoles a pensar y a estar perplejos, que a Platón, que quería un gobierno de reyes filósofos. Ese es el totalitarismo original.