El popular filósofo coreano ofrece en su último libro una salida al depresivo mar de fondo de la sociedad posmoderna
Me rodea el espíritu del miedo». Así arranca Byung-Chul Han su nuevo libro, El espíritu de la esperanza (Herder). Y así lo termina: «La clave fundamental de la esperanza es la venida al mundo como nacimiento». Sugerente, cuando menos.
Byung-Chul Han probablemente sea el filósofo más de moda del momento. O uno de ellos. Ya explicamos por aquí cómo y por qué. Sus críticos dicen que no aporta nada, que se limita a regurgitar la obra de una serie de autores ya más que digeridos por la filosofía: desde Hannah Arendt a Walter Benjamin, pasando por Nietzsche y Adorno, pero sobre todo Heidegger. Puede ser. Pero quizá eso era lo que había después de la posmodernidad. Regurgitar hasta que, un buen día, llegue algo realmente nuevo. Y Byung-Chul Han regurgita bastante bien.
Sus libros, cortos y repletos de citas, hilan lo que han dicho todos esos (y unos cuantos más) filósofos brillantes de cuando aún se podía ser brillante para mostrar una perspectiva de lo que está pasando. Más o menos del gusto de cada uno, de acuerdo, pero una, al menos, y razonada, un paréntesis en el guirigay plano e interesado, banal y venal (y feo, para qué vamos a engañarnos: eso también cuenta) en que se ha convertido hoy cualquier aproximación crítica a la realidad.
Ángel Peña
Acierte o no en el diagnóstico y/o la solución de los problemas que aborda, la fama adjudicada a Byung-Chul Han lo habilita, por lo menos, como un criterio posible para asomarse al Zeitgeist. Sospechosamente, su tema estrella ha sido hasta ahora el cansancio: hastiados de este consumismo frenético en el que nos han montado para que demos vueltas y vueltas, necesitamos parar y buscarle el sentido a todo esto que nos rodea. Algún sentido, el que sea. Ahora, quizá hastiado él mismo de tanto hastío, Byung-Chul Han propone una salida conceptual.
El espíritu de la esperanza se estructura en tres capítulos. Esperanza y acción sitúa su tesis con el habitual aluvión de citas, que podríamos resumir en esta sentencia apoyada en Havel y en contra de Bloch (en realidad, matizándolo): «La esperanza no depende de cómo acaben saliendo las cosas», porque «el contenido de la esperanza es el profundo convencimiento de que algo tiene sentido, sin importar cómo acabará resultando. Su sitio está en la trascendencia». Dicho lo cual, el capítulo termina con la transcripción de un canto de El Orfeo de Monteverdi y una de las fotografías de obras de arte abstractas que ilustran el libro. El arte. La trascendencia. Cosas sutiles: difíciles de empaquetar.
Contra el hiperconsumo
Esperanza y conocimiento continúa con el laberinto de citas y matices de citas y palabras subrayadas, con derivadas tan sorprendentes como esta, cazadas al vuelo cruzado de Benjamin y Proust: «Los sitios favoritos de la verdad son el sueño y el adormecimiento. En ellos se derogan las separaciones nítidas y las delimitaciones tajantes, que son características de la vigilia». Suena a la ya mencionada cruzada del autor contra el desenfreno de la sociedad del hiperconsumo. De hecho, «la esperanza se distingue radicalmente de lo que Bloch llama ‘optimismo militante’. La esperanza me infunde ánimos en medio de la desesperación más absoluta […] El espíritu de la esperanza habita en un campo de posibilidades que trasciende la inmanencia de la voluntad. La esperanza hace innecesarios los pronósticos. Quien tiene esperanza confía en lo imprevisible».
Jaque mate. La esperanza es invencible. No niega lo negativo (el buenismo tan afín al consumismo: esos anuncios de la tele…), sino que lo asume y lo trasciende.
Ángel Peña
Pero, para penetrarla realmente, hay que conocer su esencia. Y ahí Byung-Chul Han arremete contra el mismísimo Heidegger, que «desconoce por completo esa otra forma de ser solícito que consiste en consagrarse al otro con amor y afecto, en ocuparse altruistamente de él, que es lo que podríamos llamar diligencia amorosa». Al rescate llega Gabriel Marcel, con esta maravillosa formulación de la esperanza: «Pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti». Al no sacar sus fuerzas de la inmanencia del yo, porque está «camino del otro«, se instala como «un estado de ánimo». Este, «a diferencia del sentimiento o la emoción, no se refiere a nada determinado […] Por eso, podemos pensar en una persona esencialmente esperanzada». El libro, a esta altura, está ya concluyendo con un tercer capítulo significativamente titulado Esperanza como forma de vida.
La esperanza como estado de ánimo… Sostiene Byung-Chul Han que «esperanza, fe y amor están emparentadas». Fe también, porque «cuando uno tiene esperanza, confía en algo que lo trasciende», y «quien tiene esperanza es sostenido por algo distinto». En definitiva, una vía de escape a esa forma de entender la esencia que nos angustia sin saber por qué, algo muy parecido, en el fondo, al solipsismo. Dice Byung-Chul Han que «en Heidegger todo gira en torno a la esencia, en torno a lo sido. No hay ninguna apertura».
Nacimiento y muerte
No hay que haber leído a Heidegger para sentirse arrastrado por una inexplicable inercia inmanente: esto es lo que hay, mejor tener dinero para comprarlo, consumirlo y tirar para adelante. Solo tenemos referencia en lo que ha sido, la versión anterior del iPhone. La verdadera novedad es una ilusión. «El pensamiento heideggeraino es insensible para lo posible y para lo venidero», porque «trascienden la esencia». Lo que «define y templa el pensamiento heideggeriano no es el nacimiento, sino la muerte». Por el contrario, «el pensamiento de la esperanza no se rige por la muerte, sino por el nacimiento, no se rige por la ‘estancia en el mundo’, sino por la venida al mundo. La esperanza espera incluso más allá de la muerte».
Eso dice Byung-Chul Han.
Ángel Peña
¿La culpa de todo la tiene Heidegger? ¿Por eso nos arrastramos como alimañas hacia el fin de mes, abrumados por la imposibilidad de catar esas vacaciones en Ibiza o ese coche de alta gama antes de que nos lleve la Parca? Que levante la mano el que haya leído al pobre Martin y sepa algo más de él que sus escarceos con los nazis. Vale. Pero, ¿y si Heidegger, como el resto de los grandes filósofos, fuera más un síntoma que una causa, una punta de lanza más que la mano que la empuña, un explorador sofisticado antes de la llegada de los colonos con su (nuestra) arrolladora vulgaridad?
Escenarios apocalípticos
Desde esta perspectiva, lo realmente interesante de El espíritu de la esperanza quizá sea su Preludio. Ahí Byung-Chul Han explica por qué lo escribe. O sea, se presenta como síntoma. Volvemos al fantasma del miedo. «Permanentemente, nos vemos abocados a escenarios apocalípticos». Que, por cierto, «se venden ya como si fueran mercancía». Son muy útiles: «El miedo ha sido desde siempre un excelente instrumento de dominio». Además, «lo distinto es inasequible a la lógica de la eficiencia y la productividad, que es una lógica de lo igual». La negatividad existe, pero «nuestra experiencia se ha atrofiado y se ha reducido al ‘me gusta’, tan usado hoy en todas partes, pero totalmente carente de negatividad» y «fórmula básica de consumo». Como resultado, la angustia, «que actualmente, es omnipresente, no se basa realmente en una catástrofe permanente. Lo que más nos atormenta son unos miedos difusos que son estructurales«. Porque, en realidad, nace de un veneno tan sutil como insoportable: «El modelo posmoderno de creatividad no busca un nuevo nacimiento […] Solo produce variaciones de lo mismo».
El resultado: la depresión. Estamos, en general, deprimidos. Pero: «La esperanza es el salto, el afán que nos libera de la depresión, del futuro agotado». Solo hay que atreverse…
- Ángel Peña Periodista y profesor. Ha ejercido el periodismo cultural y económico en medios como El Mundo, Actualidad Económica, La Gaceta de los Negocios,… Ver más