(Francisco José García Carbonell)
Para muchos, es de sobra conocido el famoso “Experimento de la cárcel de Stanford”. Este ejemplo de sadismo adormecido, que puede despertarse en ciertos contextos, se ha encontrado en numerosos estudios. Esta situación, que no solo provoca conflicto sino que también lo legitima, arde desde lo más profundo de nosotros. Una persona común que te encuentras por la calle, sin ningún trastorno de personalidad extremo aparente, de pronto se encuentra quemando contenedores, rompiendo escaparates y bloqueando aulas. Todo esto, justificado por una ideología apoyada desde las propias instituciones. Así, en un breve momento, surge una posición que marca un antes y un después en nuestra conducta.
Gustave Le Bon, considerado por muchos como el padre de la psicología de masas, nos dice que, en ciertas circunstancias, un grupo de personas puede desarrollar características que son diferentes de las de cada individuo por separado. La conciencia individual desaparece, y los sentimientos y pensamientos de todos se alinean en una misma dirección. Surge así una entidad colectiva, temporal pero bien definida, que actúa como una masa organizada o masa psicológica. Esta masa se comporta como un solo ser y se rige por la ley de la unidad mental de las masas. Le Bon advierte que una masa no se forma en todas las circunstancias, sino solo bajo «la influencia de determinados excitantes». Estos actúan como una droga que dirige nuestros “sentimientos y pensamientos” hacia una dirección. Un conjunto de personas, por estas mismas circunstancias, no tiene que formar una masa, sino que incluso se puede formar por una serie de individuos separados entre sí pero movidos en un «determinado momento, bajo la influencia de ciertas emociones violentas (un gran acontecimiento nacional, por ejemplo), adquiriendo las características de una masa psicológica». Es, pues, y así lo distingue el autor, que la razón de ser de esta se deja guiar por elementos inconscientes: “instintos, pasiones y sentimientos idénticos” que, de algún modo, anulan “las actitudes intelectuales de los hombres y, en consecuencia, su individualidad”.
El conocimiento de la psicología de las masas nos lleva a la creación de valores sociales que puedan servir como soporte para determinadas ideologías. Tomemos como ejemplo la investigación sobre la sincronización de la menstruación en mujeres que viven juntas. Durante el auge del feminismo, en 1971, surgió la publicación de McClintock, que daba pie a este hecho. Esto sirvió para plantear la cooperación de las mujeres frente a la dominación masculina, como medida de defensa. Sin embargo, a medida que avanzaban las investigaciones, surgieron nuevos descubrimientos que, si bien no evidenciaban del todo lo anterior, sí hallaban errores de fondo. Independientemente de que esto dependa del azar o no, hay un hecho que resalta aquí y es, en palabras de Le Bon, «que por neutra que se le suponga, la masa se encuentra generalmente en un estado de atención expectante favorable a la sugestión».
En relación a toda esta volubilidad de la masa, se ha dado un fuerte movimiento identitario en nuestros tiempos, que tiene su razón de ser en las luchas contra la discriminación que sufren ciertos grupos marginales de nuestra sociedad. Hoy en día, sin embargo, todo esto ha girado, como nos dice la ensayista Mary Eberstadt, en referencia a las cada vez más continuas agresiones en los campus universitarios por turbas de estudiantes inflamados por lo políticamente correcto: “Es una verdad visceral el hecho de que el identitarismo sea el corazón y el alma de la política para muchas personas, dentro y fuera de Estados Unidos; una verdad visceral como las imágenes de disturbios en los campus universitarios, que ahora se ven con frecuencia y que hubieran conmocionado a la mayoría hace un par de décadas. Lo más singular acerca de dicha política es precisamente su emotivismo profundo e inmediato, su aterradora volatilidad y su ignición instantánea en una violencia irracional”.
Hoy en día, vivimos en un mundo cada vez más polarizado, que oscila entre extremos, construyendo realidades ficticias o quedándose atrapado en los sentimientos. Esta volatilidad es un reflejo de las críticas de Gustavo Bueno al idealismo alemán, describiéndolo como una especie de novela que se aleja de la estructura operacional real. En este sentido, Judith Butler y otros pensadores contemporáneos beben de estas corrientes idealistas, perpetuando una narrativa que desconecta de las condiciones tangibles y operacionales de la realidad, tal como sostiene Jesús García Maestro.
Referencias:
[1] Como trata la psicología social. [2] Gustave Le Bon, Psicología de las masas (Último Reducto, 2012), http://upcndigital.org.[3] Charlotte McDonald, “¿Es cierto que la menstruación se sincroniza cuando las mujeres viven juntas?”, New Mundo, 2016, http://bbc.com.[4] Le Bon, Psicología de las masas. [5] Mary Eberstadt, Gritos primigenios (cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad) (RIALP, 2020), 36.