‘Pitágoras y la ciencia sagrada’: noticias de la luz

Lorenzo Luengo

Pongamos que es así: en una oscuridad que no era ni siquiera oscuridad, y ni siquiera era nada, un extraño incidente en sus propias texturas provocó la aparición de un fogonazo, que supuso el origen de la vida. Desde ese momento –no olvidemos de que todo forma parte de lo mismo–, soles, estrellas, árboles, montañas e individuos, de lo más grande a lo más pequeño, de lo que sabemos que fue a lo que alguna vez tendría que ser, misteriosamente comenzamos a rimar.

Pitágoras no fue el primero en percibir esas rimas (posiblemente incluso él sea el fruto de un poema que mutó), pero la atención que puso en ellas llama con su puño todavía a nuestro tiempo. En aquel enigmático filósofo de Samos, que aprendió a mirar la «realidad» en Egipto, Creta y Babilonia –y tal vez en la India, donde pudo recibir el apelativo de Pitta Guru–, y que influyó en gnósticos, alquimistas y poetas, cristalizaron varias corrientes mistéricas que estaban destinadas a fluir por los ríos periféricos de la historia, por sus arroyos subterráneos, recogidas en tratados, en códices ocultistas, en manuales escritos en un código cabalístico que alguna vez se encontrarían en los laboratorios secretos de Praga o entre los alambiques de algún abandonado altillo de París (siglo XVI), insolentemente oscuros e indescifrables.

Hasta cierto punto, Pitágoras sufrió un destino similar. Su influencia ha sido decisiva en la música general de nuestra civilización mecanicista, que, muy a su pesar, tanto ha dependido de él, pero muchas de sus notas (aquellas justamente que conforman la melodía más extraña) se han perdido bajo los tonos de un mero calentamiento de cuerdas, entre los sonidos deformados por los preparativos en el foso de la orquesta. Shelley lo entendió muy bien cuando, dirigiéndose a ese inmenso reino de las rimas del que él se sabía sílaba, escribió: «Haz de mí tu lira». Haz de mí tu lira.

Pitágoras y la ciencia sagrada es un libro de nueve cuerdas, y cada una de ellas vibra en alguna de las frecuencias en las que Pitágoras reconoció un patrón del universo, una forma refleja del «mundo mental de las relaciones». Es preciso, para entender este concepto, pensar en la totalidad de las cosas –el yo que se extiende hasta eso que llamamos así: universo– como una de esas flores que se cierran para recibir a la noche, y se abren lentamente cuando sienten las primeras noticias de la luz.

Viaje al corazón de las revelaciones

En este libro, Keith Critchlow y Arthur Zajonc dicen cosas absolutamente reveladoras sobre la forma geométrica, el número y la luz –así como Anne Macaulay levanta un retrato inesperado de Apolo, y Kathleen Raine, un espejo diabólico en el que se reflejan mágicamente dos rostros que parecen uno: William Blake y William Yeats–, pero quien me parece que convierte esta obra en un viaje al corazón de las revelaciones más profundas es el hombre que tradujo a René Adolphe Schwaller de Lubicz, y que, por tanto, no puede ser otra cosa que un prodigio: Robert Lawlor, simbólogo, mitógrafo y arquéologo de la luz.

Difícil hallar en nuestros días otro libro como este, verdadera brujería para iniciarse en la realidad que nos rodea bajo una mirada nueva

Hay una frase suya de la que aún no he podido salir: «Si entendemos este modelo a escala cósmica, el efecto de la angulación sobre patrones de resonancia podría ser clave para entender cómo los ángulos de una configuración planetaria modifican la atmósfera electromagnética del sistema solar… La Tierra es una ecuación geométrica y rítmica tremendamente precisa cuyo resultado es la vida consciente».

No sin aprensión, aquí veo como de perfil una respuesta al principio antrópico fuerte de John Wheeler, según el cual el universo entero es la creación de los miles de millones de individuos que lo observan desde el pasado, el presente y el futuro, todos sin cerrar los ojos y mirando al mismo tiempo. Pero Lawlor no parece precisar de una inteligencia que organiza el universo al completo a partir de una mirada: le basta con crear una fabulosa telaraña de luces y de esferas que asoman a un templo abandonado en esa Tierra para crear un vértigo que viaja desde nosotros hasta ese lugar –¿lugar?— en el que el tiempo está naciendo una y otra vez.

Difícil hallar en nuestros días otro libro como este, verdadera brujería no ya para iniciados, sino también para iniciarse en la realidad que nos rodea bajo una mirada nueva, y comenzar a despejar la sospecha –¡y si fuera solo una!– de que tras todo este contubernio de formas hay algo que se nos escapa. ¿El qué? No lo sabemos con seguridad. Pero aquí se nos ofrece un inesperado punto de partida mediante el gesto más atrevido imaginable: abriendo en canal la luz.

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/libros/20250529/pitagoras-ciencia-sagrada-libro-critica-117957615