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Sobre lo verdadero, lo falso y lo aparente

«Las noticias falsas sólo representan el lado oscuro de la comunicación y suelen incrementarse cuando hay bandos enemigos en una guerra o en una competición, particularmente, en la batalla política para alcanzar el poder», escribe la filósofa Virginia Moratiel.
«Las noticias falsas sólo representan el lado oscuro de la comunicación y suelen incrementarse cuando hay bandos enemigos en una guerra o en una competición, particularmente en la batalla política para alcanzar el poder», escribe la filósofa Virginia Moratiel. Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay.

La mejor arma para enfrentarse a las fake news, las noticias falsas, dice la filósofa Virginia Moratiel, es el saber, la filosofía, es decir, «no un saber puramente teórico, sino práctico, cuya piedra de toque se encuentra en la ética».

Por Virginia Moratiel, doctora en Filosofía

Existen varios tipos de noticias falsas, guiadas por propósitos diferentes: desde aquellas que pretenden ser una sátira o una parodia y no persiguen causar daño o engañar, hasta las que intentan perjudicar o incriminar a otros; desde las que suplantan las fuentes originales para atribuirse textos apócrifos —como ocurre con algunos poemas de Whitman o de Borges que circulan en la red—, hasta las que presentan un contenido auténtico en un contexto equivocado. De igual modo, su creación obedece a distintas causas: desde la ignorancia y la rivalidad, efectuada con humor o con saña, hasta el narcisismo del canalla que se cree capaz de emular la obra de los genios sin que nadie se dé cuenta.

Pero lo cierto es que el fenómeno de las fake news ha existido siempre, sólo que ahora le prestamos más atención por dos razones. Primero, por la multiplicación exponencial de esta clase de noticias desde el uso masivo de Internet y de las nuevas tecnologías de comunicación e información. Esta coyuntura se ha agravado con la pandemia, porque, al promoverse la distancia entre individuos, la cultura se ha vuelto mucho más dependiente de la tecnología. Segundo, a causa de los escándalos provocados por la intervención de Cambridge Analytica, la empresa que utilizó los datos de los perfiles de redes sociales como Facebook y envió noticias fraudulentas o mensajes engañosos atendiendo al perfil psicológico de sus miembros, obtenido mediante un test de personalidad. Así se consiguió manipular la intención de voto en el Brexit y en varios comicios presidenciales, a saber, en las elecciones argentinas de 2015 a favor de Macri, en las norteamericanas de 2016 a favor de Trump y en las brasileñas de 2018 a favor de Bolsonaro, según vemos, favoreciendo en todos los casos a la derecha, incluso podríamos decir a la derecha más radical. En México, el problema se viene denunciando desde 2012 debido al uso de cuentas e informaciones falsas cuyo objetivo era desviar la atención del descontento hacia Peña Nieto, entonces candidato del PRI, ocultando noticias desfavorables a él y opacando la imagen pública de su contrincante.

No se puede negar que las noticias falsas, igual que los rumores, son inevitables y sólo se puede enseñar a distinguirlas de las legítimas como, por ejemplo, hace la Página de First Draft News, una ONG dedicada a la lucha contra la desinformación en línea. Eso, aparte de establecer un límite legal que resguarde los datos privados y nos proteja del constante bombardeo de la publicidad, sin afectar a la libertad de expresión. Las noticias falsas sólo representan el lado oscuro de la comunicación y suelen incrementarse cuando hay bandos enemigos en una guerra o en una competición, particularmente en la batalla política para alcanzar el poder. Eso no quita que la información, los medios digitales y el periodismo en general no tengan también su lado luminoso. Como ya había anunciado McLuhan, gracias a Internet, cada lugar del planeta se convirtió en una «aldea global» y ahora las noticias llegan hasta el último de sus rincones y desde allí se difunden de manera instantánea a todo el mundo. Esto visibilizó a muchas minorías, así como a individualidades, al permitirles alzar su voz y luchar por sus derechos, lo cual democratizó el espacio cultural que había sido anquilosado por el partidismo y la endogamia de ciertas instituciones, por ejemplo, de la Universidad. Pero, a la vez que se extendía el efecto democratizador, las redes servían para atentar contra la democracia, porque, al no haber ninguna instancia ni criterio para distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, en definitiva, lo verdadero de lo falso, se sometieron a la dictadura del «me gusta».

Las noticias falsas sólo representan el lado oscuro de la comunicación y suelen incrementarse cuando hay bandos enemigos en una guerra o en una competición, particularmente, en la batalla política para alcanzar el poder

Así, la sociedad de la información se convirtió en la sociedad de la desinformación, produciendo un estado de deterioro del conocimiento, del gusto y de la opinión pública que valida el convencimiento expresado por Platón, tanto en la República como en su diálogo El Político, de que la democracia directa sirve de caldo de cultivo para la demagogia hasta hacerla desembocar en la tiranía. Para ejemplo, el último premio de poesía Espasa, dotado con 20.000 euros, concedido a un bloguero que nadie conoce y cuenta con miles y miles de seguidores, cuyos poemas han recibido las máximas críticas de los poetas españoles por su mediocridad.

Pero el proceso de la desinformación no sólo se produjo como efecto de lo material o lo exterior, es decir, como resultado de un sistema económico y de unos artefactos a su servicio, cuyo objetivo es fomentar la competitividad y el individualismo. Más bien se podría decir que la tecnología acompañó y ratificó lo que el periodismo venía haciendo desde mucho tiempo antes. No en vano ya desde el siglo XIX se llamó a la prensa cuarto poder, dada su constante injerencia en los asuntos sociales y políticos gracias a esa capacidad suya para tergiversar los acontecimientos y las declaraciones de los entrevistados mediante la redacción de titulares que actúan como gancho para ganar un público determinado y orientan todo el desarrollo de la noticia.

Lamentablemente, también la filosofía contribuyó de manera esencial a la incertidumbre y a la confusión. Me refiero a la posmodernidad, que anunció la muerte del sujeto y, para reivindicar lo fragmentario o divergente, denunció los relatos universales mediante una interpretación torcida de la historia de la filosofía. Convenció de que los discursos holísticos, planteados desde la totalidad —como el de Hegel—, son necesariamente totalitarios, despreciando las enseñanzas del propio Hegel, quien mostró que los conceptos de lo verdadero y lo falso siempre son relativos y, por eso, se transforman con facilidad el uno en el otro, dependiendo del contexto en que se engloben. Lo único completamente falso es la absolutización atemporal de una afirmación, porque la verdad es el conjunto de todas las posibles perspectivas que se desarrollan a lo largo de la historia, incluidos los puntos de vista que nos podrían parecer infames o superfluos, y, por tanto, siempre está abierta a una nueva interpretación que viene desde el futuro. Sin duda, la focalización de lo diferente permitió escuchar a los marginados o detractores del orden establecido, pero la desconexión de los discursos particulares al final pobló el ciberespacio de un sinfín de noticias falsas y produjo una proliferación de voces e intereses discrepantes que hizo imposible crear una narrativa común capaz de enfrentar a los poderes globales. Esto colaboró al desprestigio social de la filosofía, aumentado por la actitud de ensimismamiento de la Academia, enfrascada en sus luchas internas de poder, para las que utilizó como criterio la cantidad y no la calidad de los conocimientos.

La filosofía nació del humilde reconocimiento de la falta de seguridad en nuestras afirmaciones y de que, en todo caso, cada uno construye su verdad de forma paulatina mediante un aprendizaje, posible sólo si nos abrimos respetuosamente a los demás y entramos en diálogo con ellos

Esta es la situación actual, la de la «modernidad líquida» —como la llama Zygmunt Bauman—, una sociedad fluida y volátil, sin valores sólidos, donde el desasosiego, provocado por la rapidez de los cambios debida a la instantaneidad y viralización de las noticias, ha debilitado los vínculos humanos; una sociedad dominada por las empresas e instituciones capitalistas que redefinieron el digitalismo adaptándolo a la lógica del beneficio y haciéndolo omnipresente. Es la era de la posverdad, en la cual los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones y las creencias personales, porque, gracias a ellas, se consigue modelar la opinión pública y las conductas sociales. Se trata de un mundo donde es más importante que algo aparente ser verdadero a que lo sea.

Precisamente, lo que dio origen a la filosofía fue el deseo de distinguir la apariencia de la verdad y de comprometerse con la última. De hecho, su nacimiento está vinculado al juicio y condena de Sócrates, quien fue acusado por corromper a la juventud y por introducir nuevos dioses en la ciudad-Estado. Sin duda, dos noticias falsas —en el sentido actual de la expresión— que generaron en los votantes de la asamblea ateniense emociones negativas en torno a temas muy sensibles para la población griega de entonces: la patria y las nuevas generaciones. El juicio, evidentemente, tenía connotaciones políticas, porque Sócrates cuestionaba el subjetivismo y el relativismo dominantes en Atenas, que al final incidían en la falta de ética de sus gobernantes. Su método anclaba el saber en el individuo —el famoso «conócete a ti mismo»—, para poner en evidencia el carácter ficticio de nuestras supuestas certezas. Estas pueden desmoronarse con facilidad, ya que son creencias que vienen desde fuera, opiniones distorsionadas inculcadas por la sociedad, que se basan en una reacción emotiva y aceptamos por costumbre. Igual que Sócrates, sólo sabemos que no sabemos nada. La filosofía, entonces, nació del humilde reconocimiento de la falta de seguridad en nuestras afirmaciones y de que, en todo caso, cada uno construye su verdad de forma paulatina mediante un aprendizaje, posible sólo si nos abrimos respetuosamente a los demás y entramos en diálogo con ellos. La docta ignorancia constituye el punto de partida, porque permite construir un auténtico saber que posibilita la convivencia social, justa, equitativa, un saber que ya no es relativo, pues en él no manda el criterio del sujeto ni los deseos particulares de cada uno, sino una racionalidad que aspira a lo común, lo válido para todos, la ley, el concepto.

Ya con Platón la verdad se identifica con el bien y entonces la filosofía declara abiertamente que su fin consiste en formar políticos honestos, individuos capaces de remontar la oscuridad de la caverna y alcanzar por sí mismos la verdad, para luego volver y ayudar a salir de las tinieblas a los antiguos compañeros de cautiverio, quienes creen reales las sombras reflejadas en las paredes de la cueva. Hoy el mito nos resulta mucho más cercano y fácil de comprender. Que las cosas son copia de ideas es evidente si tenemos en cuenta que lo único que conocemos son las imágenes creadas por nuestra mente gracias a las conexiones neuronales, que estructuran el material proporcionado por las sensaciones. Además, existen copias de la copia —los eikona, en griego—, que son las sombras, comparables con ciertas imágenes artísticas, fotográficas o digitales, que imitan la realidad. Resulta muy fácil de entender que este nivel es el más lejano a la verdad y donde existe la mayor posibilidad de que se filtre el error. Así, cuando Platón condena a la poesía y la echa de la ciudad ideal en el Libro VII de la República, lo hace en el marco de una educación programática para los ciudadanos. Pretende conjurar el peligro que entraña el carácter engañoso del arte, no tanto por reproducir miméticamente una realidad que ya es copia del mundo ideal, dado que la imitación no está dentro de los objetivos de la poesía lírica. Lo que le preocupa es el recurso a las emociones en el ámbito discursivo, el hecho de que, en cierto sentido, ellas hechizan y persuaden induciendo a la equivocación, como sucede con el parlamento de Agatón en El Banquete, quien busca mediante astucias congraciarse con el auditorio y lo conmueve, nublándole el acceso a la verdad a través de la sensiblería. Es obvio que Platón quiere evitar los discursos políticos demagógicos así como aquellos que halagan a los gobernantes, construidos con mentiras que al final conducen al pueblo cegado hacia la tiranía. Por eso, la mejor arma para enfrentarse a las noticias falsas es el saber, la filosofía, es decir, no un saber puramente teórico, sino práctico, cuya piedra de toque se encuentra en la ética.

Sobre la autora

Su nombre original es Virginia López-Domínguez. Es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), donde fue profesora titular durante 30 años y vicedecana de la facultad. Especialista en idealismo alemán, en 2008 dejó la docencia en la UCM y adoptó el nombre de Virginia Moratiel. Desde entonces ha publicado novela, cuentos y minirrelatos. Desde 2014 reanudó su labor académica como profesora visitante en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad de Buenos Aires y como Visiting Scholar en la universidades de Harvard y Oxford.

Fuente: https://www.filco.es/verdadero-falso-aparente/

Shakespeare: pasiones filosóficas

«Ser o no ser, esa es la cuestión» son las primeras palabras del famoso monólogo de Hamlet, príncipe de Dinamarca. La frase recoge la pregunta esencial de la experiencia humana. En la imagen, fachada de la librería Shakespeare and Company, en París (Francia). Foto de Sierra Maciorowski en Pixabay.
«Ser o no ser, esa es la cuestión» son las primeras palabras del famoso monólogo de Hamlet, príncipe de Dinamarca. La frase recoge la pregunta esencial de la experiencia humana. En la imagen, fachada de la librería Shakespeare and Company, en París (Francia). Foto de Sierra Maciorowski en Pixabay.

La obra de Shakespeare encierra una especial profundidad que se manifiesta, además de en lo literario, también en lo filosófico. El meollo de sus creaciones no consiste tanto en lo magistral de su invención técnica, sino más bien en la revelación de valores y sentimientos inmortales, que con todo acierto de belleza expresiva encontramos puestos en la boca de personajes en el momento de sus acciones más trascendentales.

Por Carlos Javier González Serrano

Cuando Miguel de Unamuno, en su Vida de Don Quijote y Sancho, explicaba que los personajes a los que dio vida Cervantes eran más reales que su propio creador, no hacía con ello un simple halago literario al autor de la célebre obra. El escritor vasco estaba convencido de que don Quijote y Sancho no eran meras creaciones, sino que con su ir y venir, transido de innumerables aventuras, habían ganado terreno al mismísimo Cervantes en lo que a su materialidad se refiere.

Romeo y Julieta, de Shakespeare (Alma).
Romeo y Julieta, de Shakespeare (Alma).

Algo muy parecido ocurre con los personajes de cualquiera de las historias ideadas por William Shakespeare (Romeo y Julieta, Lear, Hamlet, Otelo, Macbeth, Antonio y Cleopatra, etc.), contemporáneo del propio Miguel de Cervantes, quien desde muy joven gustó de escribir versos. Una vocación que pronto le valdría el reconocimiento de la posteridad (si bien no tanto de su propia época). Casi aún adolescente, contrae matrimonio en 1582 con Ana Hathaway, con la que tendría tres hijos (Susana, Hamnet —de muerte funesta, a los doce años— y Judit).

Mucho se ha hablado de la —real o ficticia— vida matrimonial de Shakespeare, quien cuatro años más tarde de sus desposorios abandona a su mujer en Stratford para establecerse en Londres, donde trabajó como actor (hay quien dice, también, que como cochero, impresor, prestamista, marinero o jardinero) y desarrolló su célebre obra dramática entre los años 1591 y 1611. Shakespeare fallecerá, curiosamente, el mismo día que su colega Miguel de Cervantes, el 23 de abril de 1616.

Shakespeare tenía veintiséis o veintisiete años cuando por vez primera comenzó a nutrir de dramas a la compañía de actores en la que trabajaba. Así se convirtió, con increíble rapidez, en el principal proveedor de los teatros londinenses. Aunque se ha pensado que solo hacía arreglos, lo cierto es que creaba sus propias obras con un ingenio inagotable, aunque no dejó, como era inevitable en un joven primerizo, de adaptarse a las modas vigentes.

Shakespearese convirtió, con increíble rapidez, en el principal proveedor de los teatros londinenses. Creaba sus propias obras con un ingenio inagotable

Buscarse la vida: la literatura se abre paso

Al contrario que otros de sus compañeros de profesión, William no nace en una familia de poderosos y boyantes recursos. Su padre, John, fue un comerciante venido a menos que tuvo sus más y sus menos con la ley. Tampoco se sabe mucho de la vida del joven Shakespeare, que no aparece en documentos históricos hasta el año 1592, cuando —se cuenta— un colega literato, autor de tragedias, lo denunció por su condición de «gallo vanidoso embellecido con nuestras plumas». Este dato nos hace pensar que en esta época ya había iniciado más que sobradamente su labor literaria y que, además, había obtenido ciertos éxitos que habían levantado algunas violentas envidias.

Los primeros esfuerzos dramáticos de William son, a juicio de Luis Astrana, «tragedias y dramas históricos violentos; de colores crudos y tono declamatorio; comedias artificiosas, llenas de una alegría desbordante». Tal era el gusto del público de su tiempo, al que nuestro protagonista se vio obligado a satisfacer. Las exigencias del estómago mandaban. De hecho, algunos de estos incipientes trabajos fueron pensados para ser representados en entornos de alto copete (palacios de nobles, salones de la realeza, etc.), como en el caso de la primera de sus comedias, Trabajos de amor perdidos, que no sería publicada hasta 1598, y recomendada expresamente a la mismísima reina Isabel por uno de sus hombres de confianza a causa de «su ingenio y alegría».

Si ahora prescindimos de los argumentos de las obras de Shakespeare —difícil tarea— y ponemos nuestra atención en los entresijos filosóficos que nos pueden ofrecer, leemos en el Acto Primero (Escena Primera) de los mencionados Trabajos de amor perdidos toda una muestra del característico verbo desgarbado y tenaz del autor, que presenta a sus personajes como auténticas encarnaciones de las ideas que William desea exponer:

¡Cómo! ¡Todos los deleites son vanos; pero el más vano es aquel que, adquirido con pena, no rinde sino pena, como investigar penosamente sobre un libro en busca de la luz de la verdad, mientras esta verdad, en el propio instante, ciega pérfidamente la vista de su libro!

Algunos de estos incipientes trabajos fueron pensados para ser representados en palacios de nobles y salones de la realeza, como su primera comedia, Trabajos de amor perdidos, recomendada expresamente a la reina Isabel por uno de sus hombres de confianza a causa de «su ingenio y alegría»

A lo largo de toda su trayectoria, Shakespeare deambula —casi temeroso y siempre a través de las acciones de sus personajes— entre una suerte de empirismo, que necesita tocar y ver las cosas (y sobre todo, sentirlas) para confirmar su realidad, y una concepción ideal (casi romántica) de la existencia que parece explicar que tras todo este mundo evanescente y perecedero, tras toda la pompa y ornato que pueda adornar nuestro vivir, encontramos un universo inefable que de alguna manera sustenta al «real» y permite que no se venga abajo a causa de nuestras execrables acciones.

Justicia terrena y justicia universal

Medida por medida, de Shakespeare (Cátedra).
Medida por medida, de Shakespeare (Cátedra).

En otra de sus obras dramáticas, Medida por medida, William ponía en boca de uno de sus personajes este mismo dilema entre dos tierras prácticamente enfrentadas (aunque convivientes), cuyo conflicto nunca da lugar a la paz permanente de la conciencia. Ante la inminente muerte de su hermano Claudio, Isabela explica a su interlocutor que la justicia ha de castigar los actos, y no a las personas (en un intento desesperado por salvarle), a lo que el preboste le contesta, airado: «¡Condenar la falta y no el culpable! Pero, ¡pardiez!, toda falta está condenada antes de ser cometida; ¡mi función sería puro cero, si no tratase más que de castigar las faltas cuyo castigo está inscrito en nuestras leyes y dejar libres a los culpables!».

Cohabitan, y pueden cohabitar (asunto que a Shakespeare preocupa terriblemente), una justicia eterna que vela por el diálogo entre nosotros y nuestra conciencia (con el objetivo de que reconozcamos nuestras faltas), y una justicia mundana que, en su aplicación, no tiene por qué responder a los criterios propuestos por aquella primera, a la que podríamos llamar Justicia con mayúscula.

Una presunta justicia, la terrenal, que ni siquiera respetará la vida de dos jóvenes de familias enfrentadas… Su tragedia es inmortal, tanto como su amor, y quizás el mensaje fundamental de Shakespeare (al poner en boca de Julieta la certeza de que «antes de ser desleal» se clavaría la daga que portaba en uno de los momentos finales de la obra) es que por encima de toda veleidad, fatalidad o capricho del destino, debemos buscar —en un giro que Séneca aprobaría de buen grado— el sentimiento de encontrarse en paz consigo mismo. Aunque el deseo es poderoso: por mucho que la filosofía pueda llegar a ser un «bálsamo de la adversidad», como explica Fray Lorenzo a un desesperanzado Romeo, este no dudará en desecharla, «a no ser que la filosofía sea capaz de crear una Julieta, transportar de sitio una ciudad o revocar la sentencia de un príncipe, para nada sirve, nada vale».

Shakespeare deambula entre una suerte de empirismo, que necesita tocar, ver y sentir las cosas para confirmar su realidad, y una concepción ideal, casi romántica, de la existencia que parece explicar que tras todo este mundo evanescente y perecedero encontramos un universo inefable

¿Personaje literario o filósofo? Hamlet

Hamlet, de Shakespeare (Rialp).
Hamlet, de Shakespeare (Rialp).

Pero si alguno de los personajes de Shakespeare ha pasado a formar parte del elenco filosófico de la historia del pensamiento, al que acaso se puede tildar propiamente de filósofo, ese es Hamlet. En una conversación con su madre, al principio de la obra, ella explica a su hijo que el destino de todo ser humano es la muerte, y que «todo cuanto vive debe morir, cruzando por la vida hacia la eternidad», a lo que un disconforme Hamlet, convencido del velo que cubre toda realidad, contesta que «¡todo esto es realmente apariencias, pues son cosas que el hombre puede fingir; pero lo que dentro de mí siento sobrepuja a todas las exterioridades, que no vienen a ser sino atavíos y galas de dolor!».

Este contraste entre el cambiante y engañoso mundo exterior (sujeto a férreas leyes causales que en última instancia desconocemos) y lo que sentimos de primera mano en nuestro interior, será una constante en el desarrollo literario de Shakespeare, que conducirá al príncipe danés al cuestionamiento de todo cuanto le rodea; en concreto, será asediado por la inquietud que le propinan tres grandes temas de la existencia humana: el amor, la honestidad y la banalidad de cualquier empeño desmedido. «¡Oh, vergüenza! ¿Dónde está tu rubor?», se pregunta un Hamlet incapaz de comprender las intrigas políticas y familiares que rodean a la oscura muerte de su padre.

El inmortal discurso —desgarradoramente— existencialista (Acto III, Escena I), pero a la vez tan marcadamente vitalista, que arremete contra todo convencionalismo social y contra todo falso sentimiento, y donde compara la vida con un mero sueño del que apenas somos conscientes, ha encumbrado a Hamlet, y de su mano, a Shakespeare, a una de las cimas más altas de la literatura, pero también, por qué no, de la filosofía. Un discurso que por su brillantez hace de obligado cumplimiento la lectura de Hamlet, Príncipe de Dinamarca: «¡Dormir!… ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo!».

Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza? Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. 

En Hamlet, en una conversación con su madre, ella explica a su hijo que el destino de todo ser humano es la muerte, «todo cuanto vive debe morir, cruzando por la vida hacia la eternidad», a lo que Hamlet contesta: «Lo que dentro de mí siento sobrepuja a todas las exterioridades»

Poesía y tragedia, pero siempre filosofía entre bambalinas

Sonetos, de Shakespeare (Renacimiento).
Sonetos, de Shakespeare (Renacimiento).

Pero no tendríamos un retrato completo del pensamiento de William Shakespeare si no contáramos con una de sus más olvidadas producciones, que compuso durante toda su vida y en la que muestra los temas que más repercusión tuvieron en la conformación de sus obras: la fugacidad de la vida (que tacha de «mudable estancia»), el deseo (como lujuria, en la que se da «gozo al probarla y, una vez probada, verdadero pesar»), el destino, el tiempo («Nada puede servir de defensa contra la guadaña del tiempo»), la dicotomía ficción/realidad y la concepción del mundo como si de un escenario se tratara («El legado de la Naturaleza no da nada, solo presta»). Nos referimos a sus Sonetos.

A pesar de la importancia de Shakespeare en la historia de la literatura, su obra puede reunirse en apenas dos volúmenes. Su prosa poética y lo impactante de sus historias (tragedias o comedias) cobran presencia en cualquiera de sus ineludibles piezas teatrales.

Por primera vez publicada en 1623, aunque compuesta a principios de siglo, La tragedia de Macbeth supone una de las lecturas irrenunciables de quien desee acercarse al autor inglés, en la que los celos, las intrigas y la ambición cobran un papel principal. El desarrollo de la obra conseguirá desengañar a su protagonista, que terminará confesando: «¡Me he saciado de horrores! La desolación, familiar a mis pensamientos de muerte, no me produce ya emoción alguna».

En Romeo y Julieta asistimos, quizás, junto a la historia de Werther (Goethe), a la tragedia más conocida de todos los tiempos. En ella vivimos de primera mano el desesperado amor de sus dos protagonistas, que no dudarán en darse muerte y desafiar a un destino que parece truncar toda posible felicidad común:

¡Amén, amén! —dice Romeo a su confesor, Fray Lorenzo—. Pero vengan como quieran las amarguras, nunca podrán contrarrestar el gozo que siento un solo minuto en presencia de mi ama. ¡Junta nuestras manos con santas palabras, y que luego la muerte, devoradora del amor, haga lo que quiera! ¡Me basta con poder llamarla mía!

En sus Sonetos muestra los temas que más repercusión tuvieron en la conformación de sus obras: la fugacidad de la vida, el deseo, el destino, el tiempo, la dicotomía ficción/realidad y la concepción del mundo como si de un escenario se tratara

La tempestad, de Shakespeare (Alianza).
La tempestad, de Shakespeare (Alianza).

Por su parte, La tempestad (uno de sus escritos más tardíos) muestra de nuevo la obsesión del autor por la complejidad de las relaciones familiares; en concreto, por las relaciones fraternales que tendrán en vilo a Próspero, duque legítimo de Milán, expulsado de su tierra y naufragado en una isla desierta. La fuerza dramática de la obra, en este caso, descansa en la recuperación de numerosos elementos míticos, que permitirán al protagonista llevar a cabo su venganza. De recomendada lectura son sus obras de carácter histórico, en las que Shakespeare pone su punto de mira en el paso del tiempo, las corruptelas políticas y las pasiones humanas. Destacamos por su importancia Ricardo III y Enrique V. Por último, El sueño de una noche de verano es considerada una de las cimas teatrales de la historia de la literatura, que ha inspirado a numerosos músicos, cineastas y literatos, en la que de nuevo el mito ayuda a trazar a Shakespeare un intrincado argumento desarrollado tras el telón de fondo de la boda de Hipólita y Teseo.

Fuente:

https://www.filco.es/shakespeare-pasiones-filosoficas/

Schopenhauer

Las fiestas con Schopenhauer

Diseño hecho a partir de un dibujo de Arthur Schopenhauer a lápiz de Álvaro Marqués Hijazo derivado de la imagen Arthur Schopenhauer by J Schäfer, 1859, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia creative commons Attribution-ShareAlike 4.0 International (CC BY-SA 4.0).
Diseño hecho a partir de un dibujo de Arthur Schopenhauer a lápiz de Álvaro Marqués Hijazo derivado de la imagen Arthur Schopenhauer by J Schäfer, 1859, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 4.0 International (CC BY-SA 4.0).

¿Nos las hubiera amargado? El padre del pesimismo filosófico nos ofrece algunas claves para desprendernos de las ilusiones huecas, pisar firmemente la realidad y no caer en la vana ilusión de una esperanza que siempre nos promete tiempos mejores. El pesimismo de Schopenhauer nos redime de un peligroso buenismo y nos reconcilia con el aspecto más terrible y oscuro del mundo: al contrario de lo que suele pensarse, el pesimismo nos fortifica gracias a un vitalismo muy realista que no cae en dulzonas recetas.

Por Carlos Javier González Serrano

Arthur Schopenhauer (1788-1860) suele ser tenido como un pesimista irredento. Y desde luego que lo fue. Al menos en términos teóricos. Pero ¿qué ocurre si echamos un vistazo a su vida, a sus avatares existenciales cotidianos? Schopenhauer fue un hombre de fuerte carácter que no dudaba en comer, a diario, en el agradable Englischer Hof de Frankfurt, rodeado de «despreciables humanos» que se acercaban a él como si de una atracción se tratara, pero aceptó de buena gana su postrera fama y cada tarde, con buen ritmo, salía a pasear junto con su perrito de lanas Atman (a quien llamaba «humano» cuando quería reprenderlo).

Aunque su temperamento le empujaba a defender tesis netamente pesimistas, lo cierto es que Schopenhauer fue un individuo de charla vivaz e inteligente y nunca consideró el suicidio como una solución acertada para afrontar los problemas más hondos de nuestra existencia, si bien pensó que la muerte es la auténtica inspiradora de la actividad filosófica. La filosofía, al fin y al cabo, es una meditatio mortis.

Pero ¿qué habría ocurrido si hubiéramos podido pasar con él una fiesta de cumpleaños, una celebración cualquiera, una noche de parranda o esta Navidad? ¿Qué nos hubiera dicho el «Buda de Frankfurt»? Quizá nos habría dado los siguientes consejos:

1 No temas a la muerte, porque puede compararse con el dulce despertar de un sueño que ha estado plagado de desagradables pesadillas. De hecho, y a menudo, la muerte se nos aparece como un bien, «como algo deseado, como algo amistoso», pues nos da la posibilidad de «retornar al seno de la naturaleza», del cual salimos por un corto lapso de tiempo.

2 El bien más preciado al que podemos aspirar no es la felicidad (ese «error innato» de los humanos que creen poder alcanzar y que se muestra siempre engañosa), sino la tranquilidad de ánimo y la ausencia de pasiones violentas que nos convierten en marionetas vapuleadas.

Schopenhauer nunca consideró el suicidio como una solución acertada para afrontar los problemas más hondos de nuestra existencia, si bien pensó que la muerte es la auténtica inspiradora de la actividad filosófica

3 El pesimismo, y de su mano la filosofía, nos ayuda a comprender que el mundo está presidido por un mecanismo que no tiene principio ni fin, la voluntad, cuya dinámica consiste en devorarse a sí misma: el principio de un individuo supone el final de otro, en un ciclo circular imposible de modificar.

4 El apego que tenemos por la vida es del todo ciego e irracional: si lo pensamos fríamente, empleando nuestras herramientas intelectuales, caeremos en la cuenta de que la inexistencia es mucho más preferible a la existencia.

5 No merece la pena hacer caso a las pasiones desenfrenadas de otros individuos, pues solo responden al hecho de que somos pura voluntad de vivir que lucha por imponerse. Más bien, deben causarnos pena e incluso invitarnos a la compasión. La suprema sabiduría consiste en desprenderse de estos movimientos anímicos y acceder a un estado de ascetismo que, paulatinamente, nos aleje de la vida hasta sumergirnos en la muerte, que no es sino el renacimiento en el ciclo eterno de la naturaleza.

6 El miedo a la muerte solo responde a que somos seres con conciencia; mas, cuando esta desaparezca, también desaparecerán todas nuestras preocupaciones y tribulaciones.

7 El amor se funda en la sexualidad, en el empeño de la voluntad de vivir por perseverar en una existencia que, sin embargo, solo nos da quebraderos de cabeza.

8 No conviene sucumbir a los influjos del corazón, que solo nos exponen a nuevas penalidades que concluyen, en el mejor de los casos, en una siempre efímera satisfacción de nuestro deseo sexual.

9 La vida es una continua estafa. Por eso, es imprescindible aprovechar los escasos momentos de alegría cuando llegan y no despreciar jamás la oportunidad de sonreír frente al sinsentido. La ironía es la más cabal respuesta ante la estupidez.

10 En la medida en que aumentan nuestros (aparentes) goces, también disminuye, con ello, nuestra capacidad para apreciarlos. Por eso: moderación. Lo que se hace habitual deja de sentirse.

11 La mayor parte de las vidas humanas transcurren entre dos polos, el aburrimiento y el dolor. Las grandes empresas lo saben y por eso nos manejan con el aguijón continuo del entretenimiento (por supuesto, previo pago), que nos impide parar a pensar sobre nuestras condiciones de vida y cuestionarlas.

12 El sexo es el entretenimiento por antonomasia de la voluntad de vivir que nos engaña con la promesa de una definitiva satisfacción para entregarnos, una y otra vez, a las inasaciables fauces del deseo.

13 Todos los seres humanos, por lo común, son interesados y egoístas: no debemos esperar lo bueno ni lo mejor de ellos, salvo contadas excepciones en las que la voluntad se pierde de vista (a través del arte, la religión o el amor puro).

La vida es una ardua tarea, no una celebración: estamos sujetos, por el hecho de haber nacido, a tener que luchar continuamente contra la miseria

14 Incluso los genios, en ocasiones, están sujetos a diabólicas pasiones que no se corresponden con la belleza que pueden llegar a crear. No puedes fiarte ni siquiera de la más excelsa inteligencia; solo de un buen corazón, que eclipsa las luces de cualquier intelecto privilegiado.

15 La vida es una ardua tarea, no una celebración: estamos sujetos, por el hecho de haber nacido, a tener que luchar continuamente contra la miseria. La vida es una deuda que, precisamente, se ha contraído en el acto sexual de los padres.

16 Sabernos miserables, y saber que los otros también lo son, nos hace más prudentes, sobre todo con los otros, de los que no debemos esperar nada. Pero si por casualidad el bien o lo bueno llegan, hay que acogerlos con alegría, sin despreciarlos… aunque teniendo en cuenta que son excepciones a la regla.

17 La vida se renueva en su continua destrucción, y vida y muerte son las artimañas de la voluntad para mantener este ciclo eterno en constante funcionamiento. No te engañes, no ganarás nada con esta vida; pero tampoco perderás nada importante.

18 No vistas la sexualidad con las galas del amor, que no es más que la más destructiva ilusión del ser humano. Si amas, te haces esclavo de una pasión que te hará sufrir y que, además y seguramente, se verá recompensada con un nuevo engranaje para la vida (y la muerte): el nacimiento de un nuevo individuo. Hay que despreciar el amor cuando sólo supone el mejor disfraz para el instinto sexual. Es decir, siempre.

Fuente:

https://www.filco.es/fiestas-con-schopenhauer/

HITCHENS

Hitchens, el escéptico ilustrado

Christopher Hitchens en 2010. Imagen de Andrew Rusk de Toronto, Canada, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia creative commons Atribución 2.0 Genérica (CC BY 2.0).
Christopher Hitchens en 2010. Imagen hecha a partir de una foto de Andrew Rusk de Toronto, Canada, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia creative commons Atribución 2.0 Genérica (CC BY 2.0).

Han pasado nueve años desde que un cáncer de esófago acabara de forma temprana con la vida de Christopher Hitchens. El filósofo chileno Rogelio Rodríguez recuerda a este escritor británico que se estableció en Estados Unidos, del que dice que «consideraba que el mayor honor de su vida era haber desempeñado un papel en la lucha contra las religiones organizadas y a favor de la razón y la ciencia».

Por Rogelio Rodríguez Muñoz, licenciado en Filosofía

Se cumplen nueve años del fallecimiento de Christopher Hitchens (13 de abril de 1949-15 de diciembre de 2011) y seguimos evocando su voz y sus ideas, las que están más vigentes que nunca.

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Hitch-22, memorias de Hitchens (Debate).

Británico de nacimiento, pero norteamericano por propia decisión, Hitchens representó siempre la agudeza, la vivacidad y la fuerza de la genuina reflexión crítica, la desafiante lucidez del más pleno ejercicio intelectual. Sin pretender forjar un conjunto de dogmas definidos, alejado de los ropajes ideológicos a la moda, hablando solo desde sí mismo sin personificar doctrina alguna, solidario con el dolor y sufrimiento de los perseguidos por credos supuestamente poseedores de «certezas absolutas», apasionado de la vida a la que le exprimió toda su savia mientras pudo, Hitchens arremetió con su pluma erudita, irónica, libertaria, contra reyezuelos de todas layas desnudándolos sin vacilaciones: la monarquía británica, Kissinger, Clinton, la madre Teresa de Calcuta, los islamistas radicales… Y no trepidó en defender al escritor Salman Rushdie, mientras este era condenado a muerte por la barbarie teocrática. Poco después de terminar sus memorias —tituladas Hitch–22—, un cáncer al esófago puso fin a sus días.

Postrado por la enfermedad, dirigió un mensaje a sus «queridos compañeros no-creyentes», donde consideraba que el mayor honor de su vida era haber desempeñado un papel —que calificaba, humildemente, de pequeño— en la lucha contra las religiones organizadas y a favor de la razón y la ciencia.

Tiempo antes, al finalizar sus memorias, declaraba sentirse honrado de compartir esta lucha con grandes escépticos como Richard Dawkins, Daniel Dennett y Sam Harris. Y escribía: «Ser no creyente no solo significa poseer ‘una mente abierta’. Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política». (Hitch–22).

«Alejado de los ropajes ideológicos a la moda, solidario con el sufrimiento de los perseguidos por credos supuestamente poseedores de ‘certezas absolutas’, Hitchens arremetió con su pluma erudita, irónica, libertaria, contra reyezuelos de todas layas»

Dos de sus obras llevan por título Dios no es bueno y Dios no existe. El primer libro está constituido por sus ideas; el segundo es una antología de las voces más influyentes del pasado y del presente en el alegato racional contra la religión.

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Dios no es bueno, de Hitchens (Debolsillo).

En Dios no es bueno, Hitchens argumenta sobre la inutilidad de la religión, sobre la obvia fabulación de sus libros fundacionales, sobre su naturaleza enemiga de la ciencia y la investigación, sobre su subsistencia en base al engaño, al miedo, la ignorancia y la culpa. En nombre de ideales celestiales —dice— los seres humanos han cometido crímenes terribles. La alternativa al fanatismo religioso es, para Hitchens, la defensa del pluralismo laico y el derecho a no creer y a no ser obligado a creer.

En Dios no existe, Hitchens guía al lector de una instructiva manera a través de textos fundamentales de la filosofía, la literatura y la investigación científica que o ponen en duda la existencia de Dios o demuestran los efectos perniciosos de la fe religiosa. Algunas de las figuras antologadas vivieron la experiencia de la fe y luego la de perderla; otros están hechos de tal temple que no pueden creer. Junto a destacados ateos, nuestro autor allega también la pluma de autores agnósticos. Así, pueden encontrarse en estas páginas importantes textos de Lucrecio, Omar Jayam, Hobbes, Spinoza, Hume, Marx, Darwin, Mencken, Freud, Einstein, Orwell, Russell,Sagan, Dennett, Dawkins, Rushdie, Harris, Crayling y Ayaan Hirsi Ali, entre otros.

En la historia pasada, la religión ha contribuido a la violencia y al sufrimiento de la humanidad con sacrificios humanos, caza de herejes y brujas, censura y persecución a la razón y el conocimiento. Hitchens señala que hoy parece pasado de moda despotricar contra las crueldades primitivas de la religión, ya que vivimos en una época ilustrada que ha desterrado las antiguas supersticiones. Los creyentes ya no sacan a colación dogmas ni creencias, sino los aportes humanitarios y morales de las iglesias. Ante esto, nuestro autor desafía a nombrar una sola declaración o acción éticas de un religioso que no pudiera haber hecho un no creyente. Nadie —asevera— ha recogido el guante.

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Dios no existe, de Hitchens (Debolsillo).

El germen del odio y la violencia están latentes en los viejos textos y amenazan, hoy como ayer, aflorar en la teoría y en la práctica de la religión.Los fanatismos e integrismos de corte musulmán, cristiano y judío, no son una distorsión de la religión, sino un resultado de la misma. Mientras haya libros considerados «sagrados» que pretenden poseer «verdades reveladas», habrá desprecio, condena y furia delirante contra la libertad, la razón y la vida en este mundo.

La religión —al menos en Occidente— ya no tiene el poder para imponer su fuerza y hacerse valer por el miedo y la ignorancia. Ahora está obligada a competir en el mercado libre de las ideas, por lo que puede someterse a un debate abierto y está expuesta al libre examen. Los dos libros preparados por este notable polemista, que nos dejó lamentablemente tan temprano, constituyen armas de gran calibre para resistir en la arena dialéctica a los guerreros de la fe que buscan obstaculizar el avance del conocimiento humano ad maiorem gloriam Dei.AYUDA #1 con la compra de libros en La Tienda de Sofía,colaboras a la sostenibilidad de este proyecto.

La última palabra

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Mortalidad, de Hitchens (Debate).

El sello Debate editó póstumamente su obraMortalidad (en 2012), relato que da cuenta de sus últimos meses de vida. El epílogo ha sido redactado por Carol Blue, su esposa. En estas páginas Hitchens sigue dando muestras de lucidez y valentía. Describe los tormentos de su enfermedad, discute sus tabúes y analiza cómo va transformando la experiencia humana y la relación con el entorno.

Mirando de frente a la muerte, se permite ironizar sobre su tránsito desde el país de los sanos al territorio de la enfermedad, al que bautiza Villa Tumor. Escribe: «Me oprime terriblemente la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio y me parecía que había trabajado lo bastante como para ganármelo. ¿Realmente no viviré lo suficiente para ver cómo se casan mis hijos? ¿Para ver cómo el World Trade Center se alza de nuevo? ¿Para leer —si no escribir— las necrologías de viejos villanos como Henry Kissinger y Joseph Ratzinger?». (Mortalidad).

«Callada la voz de este librepensador, de este escéptico ilustrado, sus ideas quedan como ejemplo y legado para que sigamos construyendo una sociedad laica que cobije a todos los seres humanos»

En las últimas páginas Carol Blue confiesa extrañar la voz de su marido. Esa voz que, sin aumentar de volumen, esgrimía inteligentes argumentaciones que desarmaban a los adversarios, y por lo que Richard Dawkins llegó a advertir: «Si te invitan a un debate con Christopher Hitchens, no vayas». Expone que su esposo no dejó de reflexionar y escribir hasta el final, en el hospital, empleando estallidos de energía y usando la bandeja de comida como escritorio. Callada la voz de este librepensador, de este escéptico ilustrado, sus ideas quedan como ejemplo y legado para que sigamos construyendo una sociedad laica que cobije a todos los seres humanos, sean cuales sean sus miradas ante las preguntas trascendentes, y donde no haya amenaza, persecución ni prohibición para la sed de conocimiento.

Fuente:

https://www.filco.es/hitchens-el-esceptico-ilustrado/

Abriendo la panza del oso de trapo

El libro «Mentes colmena», de Isabel F. Peñuelas, reúne dieciocho relatos. «En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente», escribe Francisco J. Pariego en esta reseña. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.
El libro «Mentes colmena», de Isabel F. Peñuelas, reúne dieciocho relatos. «En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente», escribe Francisco J. Pariego. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, de Isabel Fernández Peñuelas, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra.

Por Francisco J. Jariego

Ciboria huele mal a causa de las ratas que se utilizan para fabricar nuestros cerebros. 
De Memorias de un ciborg, primer relato de Mentes colmena

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Mentes colmena, de Peñuelas (Bubok).

Que un cuento comience hablando de malos olores me produce escalofríos. Los olores tienen un poder de persuasión más fuerte que el de las palabras, nos dice Patrick Süskind enEl perfume. «El poder persuasivo de un olor entra en nosotros como el aliento en nuestros pulmones, nos llena, nos impregna totalmente». Quizás por eso a mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones. Los dieciocho cuentos de la antología Mentes colmena de Isabel Fernández Peñuelas son todos así: dieciocho chapuzones. Das dos pasos y el agua te cubre hasta el cuello, tienes que echar a nadar sin ver lo que hay en el fondo y sin ver la otra orilla. La única opción es darle la mano a la autora y dejarte guiar. Pero ¡cuidado!

Los cuentos de Mentes colmena son una colección de instantáneas en movimiento, como esas fotos que tomas con tu smartphone y que cobran vida al pulsarlas. Podrás ver unos instantes antes y después de la escena principal. Dos, a lo sumo tres improntas o pequeños fragmentos, separados a veces por el paso de los años, otras por un simple parpadeo entre dos miradas consecutivas. Muchos de los cuentos no tienen un final nítido, un destino. La autora hace una sugerencia y te abandona. Que el cuento alcance o no el final es, en gran medida, una decisión del lector.

A mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones

En Memorias de un ciborg, un androide intenta comprender a su amo humano. En La copiay en Felicity, es una humana la que intenta proyectarse en un androide. En No soy un animal se diluye la frontera entre especies. El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra. Las imágenes y la realidad se entrecruzan con una estética vagamente ciberpunk y la violencia onírica del vídeo de Heart-Shaped Box, de Nirvana. No sabes si lo que estás viendo es real o cambiará en la siguiente instantánea como un fondo de pantalla o un decorado digital.

Definir Mentes colmena no es sencillo. La autora ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa en Mentes colmena, un pretexto o incluso una charada. En la ciencia ficción dura, la ciencia quiere ser protagonista, el novum es la estrella. EnMentes colmena, las profecías de la madre Shipton se dan la mano con una oscura referencia alos mercados de predicción. La ciencia es a veces un comodín que la autora se saca de la manga. A veces la utiliza como un ariete para atacar lo que, para mí, constituye el tema central de la obra. Identificar al yo, la consciencia, lo que nos define, la esencia del ser, es una auténtica obsesión. La autora nos busca y se busca a sí misma en Mentes colmena. Y lo hace con un método despiadado. Como ella misma nos anuncia en el prólogo, «nadie sabe lo que guarda en su interior hasta que no se abre a sí mismo como la panza de un oso de trapo».

Trece de los dieciocho relatos están escritos en primera persona, un narrador extremadamente subjetivo que casi nunca es el protagonista, apenas visible, sin nombre. En algún caso, en alguno de los relatos, encuentras el nombre al final, de manera fortuita, como si alguien hubiera olvidado borrarlo. El narrador es un instrumento necesario de los acontecimientos que se personifica para describir lo que tiene delante. El foco es a veces su compañero, un amante, a veces un obstáculo, el antagonista. Este personaje en el foco sí tiene nombre propio, Frida, Lea, que en ocasiones es una descripción que se repite de manera obsesiva hasta llegar a convertirse en nombre propio: la doctora turquesa, la mujer de la capa de plumas. En algunos cuentos, el narrador parasita la historia y acaba sobrepasando al protagonista para ocupar el foco de la narración en un ejercicio de superación, en una salida de la crisálida al final de cuento.

La autora de Mentes colmena ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa, un pretexto o incluso una charada

Más allá de los dos, a lo sumo tres personajes identificados, el resto de identidades se diluyen en una masa informe, una suerte de personaje único y omnipresente, que se integra en el fondo, casi indistinguible del paisaje. En algunos casos la referencia al carácter indistinguible es explícita y deliberadamente buscada: asistentes clónicos o mutaciones genéticas que no admiten variaciones en su perfección o en su insustancial irrelevancia. En otras, sospecho que se produce de manera inconsciente, como reflejo de esa obsesión por la consciencia y la identidad. El reconocimiento, la identificación de una persona o una personalidad es siempre el objetivo. Alcanzarlo es la única posibilidad de encontrar la paz.

Los otros presos y yo nos miramos entre nosotros; no lo hacíamos en el penitenciario, no nos gusta mirarnos, pero ahora sí lo hacemos. Reconocernos nos reconforta.
Poda neuronal

Pero en última instancia resulta ser un objetivo inalcanzable.

En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente. Los relatos transcurren en lugares y tiempos muy diferentes, reales o imaginarios, a veces señalados por la autora de manera explícita —Dubai 2079 o Retina 2120—, otras solo intuidos. La geografía, entrevista por medio de sutiles referencias, es un personaje más del cuento que oprime con su silencio y su presencia. Una referencia, un par de objetos, dos o tres breves frases, a modo de brochazos con suficientes para crear el ambiente, para dejar al lector contemplando y recomponiendo un cuadro impresionista.

Desde la terraza de mi apartamento puedo ver los cargueros que circulan por el mar gelatinoso. (…) El transbordador interplanetario avanza por el aeropuerto espacial desplegando las alas azuladas de su exoesqueleto metálico con la pesadez de un escarabajo gigante.
Eutanasia espacial

Peces sin boca, o con una única aleta, con colas diminutas como un grano de arroz, o flacas como el sedal de la caña. Peces azules y sardas, jureles de ojo negro a los que no les quedan escamas. Antes se comían.
Sobran muchas horas de vida

El paisaje en Mentes colmena me hace recordar, de alguna manera, al mar de Solaris. En sus páginas se respira la misma soledad opresiva que en las estancias de la estación de investigación que imaginara Stanislav Lem.

«Un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano». Javier Cercas

Mentes colmena es una apuesta valiente y de una gran originalidad. La identidad, la soledad, la búsqueda y la huida, el paso del tiempo son temas recurrentes. El conjunto de cuentos es más que la suma, lo cual no es habitual en las antologías, donde a menudo un cuento toma el protagonismo. Como sucede con las obras singulares, encasillarla en un género es, en gran medida, un ejercicio estéril. Hace unos días, en una entrevista para La noche de los libros de la Comunidad de Madrid, Javier Cercas afirmaba que un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano. Con la antología de Mentes colmena, publicada por la editorial Bubok, Isabel Fernández Peñuelas demuestra que es una escritora. La antología no dejará a nadie indiferente, y creo que el lector curioso en busca de una obra original se encontrará con una grata sorpresa.

https://www.filco.es/abriendo-la-panza-del-oso-de-trapo/

Desconocido

La puerta abierta a lo desconocido

Rebecca Solnit escribe en «Una guía sobre el arte de perderse»: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás».
Rebecca Solnit escribe en «Una guía sobre el arte de perderse»: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás».

Rebecca Solnit, colaboradora habitual de conocidas revistas y activista de los derechos humanos, presenta Una guía sobre el arte de perderse, todo un elogio de la capacidad para desvincularse conscientemente del mundo y adquirir así un renovado interés por él. Quizá no sea tan importante saberlo todo como saber cuándo debemos dejar de querer saber…

Por Carlos Javier González Serrano

Una guía sobre el arte de perderse, de Solnit (Capitán Swing).
Una guía sobre el arte de perderse, de Solnit (Capitán Swing).

A medio camino entre las memorias, el ensayo y la investigación histórica, Rebecca Solnit (San Francisco, Estados Unidos, 1960) indica muy claramente su empeño en las primeras líneas de Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing, 2020) —en forma de suave y atractivo imperativo—: «Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás». Habituados a la sobreexposición de información, a saberlo todo sobre todo (y en todo momento), hemos perdido nuestra capacidad para asombrarnos, nuestra potencia para enfrentarnos al mundo (como escribía Ortega y Gasset) con los ojos en pasmo. Solnit parte en su libro de un interrogante que ya nos lanzara Platón: «¿Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?».

Es precisamente este desconocimiento de lo que deseamos, pero cuya naturaleza desconocemos, el aguijón principal que, por ejemplo, ha hecho ponerse manos a la obra a la práctica mayoría de los artistas y literatos de la historia, pues su labor no es otra que la de «abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es ahí de donde proceden sus obras», apunta Solnit. Incluso científicos de la talla de Oppenheimer asumieron que «viven siempre ‘al borde del abismo’, en la frontera de lo desconocido».

Y, sin embargo, hemos dejado de aceptar ese elemento de desconocimiento que nos permite introducirnos en el dominio de la curiosidad, en el «hueco» del que habla el pensamiento oriental. En Occidente nos hemos acostumbrado a llenar todo de Ser: no hay resquicios, no existen las grietas por las que el sentido pueda colarse. Al revés, todo parece consistir en conocer lo que tenemos delante de nuestros ojos. En una dinámica de signo contrario, Rebecca Solnit nos insta a «colaborar con el azar», a «admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, lugares a los que no podemos llegar mediante los cálculos, los planes, el control. Calcular los elementos imprevistos quizá sea precisamente la paradójica operación que más nos exige la vida que hagamos».

Rebecca Solnit nos insta a «colaborar con el azar», a «admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, lugares a los que no podemos llegar mediante los cálculos, los planes, el control

Pero no, resulta imposible, y hasta cierto punto estúpido, querer desentrañar hasta el fondo toda (posible) experiencia humana. Ya escribió el poeta romántico John Keats que tenemos que ser solidarios con nuestra «capacidad negativa», es decir, con «la virtud de encontrarse sumergido en incertidumbres, misterios y dudas sin sentirse irritado por conocer las razones ni los hechos». Tanto Keats como Rebecca Solnit abogan, pues, por dejar ser a la realidad, sin que deseemos irrumpir en ella como sus pretenciosos descubridores.

Frente a ese insidioso imperativo que nos empuja a descubrir, Solnit defiende nuestro derecho —y nuestra necesidad— para perdernos en el universo de lo incognoscible. En lo que los antiguos mapas llamaban terra incognita. Perderse es en el fondo una «rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja». Como ya indicara Walter Benjamin, a quien Solnit cita con mucho acierto, y al contrario de lo que suele pensarse, perderse significa estar plenamente presente, y estar plenamente presente significa que somos capaces de encontrarnos sumergidos en la incertidumbre y en el misterio. «Y no es acabar perdido —apuntala la autora—, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía».

Incluso hemos vedado a los niños esta cualidad tan humana: la exploración de los límites, la frontera entre lo conocido y lo desconocido. Y es que los niños, denuncia Solnit, ya apenas deambulan, ni siquiera en los lugares más seguros: los encerramos en parques, atrincherados en su nido de aparente seguridad. «En mi caso —nos cuenta la autora de este necesario libro—, ese deambular durante la infancia fue lo que me hizo desarrollar la independencia, el sentido de la orientación y la aventura, la imaginación, las ganas de explorar, la capacidad de perderme un poco y después encontrar el camino de vuelta. Me pregunto cuáles serán las consecuencias de tener a esta generación bajo arresto domiciliario».

Rebecca Solnit cuenta en esta guía numerosas anécdotas personales, que acompaña de muchos y muy relevantes testimonios de autores del pasado. Por ejemplo, piensa —junto aHenry David Thoreau— que «perderse en los bosques es una experiencia tan sorprendente y memorable como valiosa». Pues «solo cuando estamos totalmente perdidos —escribía Thoreau en su inmortal Walden— tomamos consciencia de la inmensidad y de la extrañeza de la naturaleza». Solo nos encontramos a nosotros mismos cuando hemos tenido la valentía de perdernos.

«En mi caso —nos cuenta Solnit—, ese deambular durante la infancia fue lo que me hizo desarrollar la independencia, el sentido de la orientación y la aventura, la imaginación, las ganas de explorar, la capacidad de perderme un poco y después encontrar el camino de vuelta»

Tal es la reivindicación fundamental del volumen de Rebecca Solnit en tiempos de sobreinformación y sobreactivación intelectual. En él nos invita, de la mano de Virginia Woolf,a inspeccionar ese yo que no para de hacer, de estar envuelto en la atroz locura de la productiva vida cotidiana, y dejar que sea, sin límites ni corsés, para que pueda perderse en las más extrañas aventuras. Pero, como nos muestra bellamente, «hay cosas que solo poseemos si están ausentes, hay cosas que no están ausentes si de ellas nos separa la distancia».

Para llegar a apreciar esta distancia, este paréntesis entre nuestro yo y la realidad que produce la experiencia de la pérdida, es necesario desentenderse de nuestros habituales mecanismos de enfrentarnos con el mundo. No descubrir, sino dejarse descubrir; no investigar, sino dejar al mundo ser. Al fin y al cabo, el arte de perderse es un sentido estético que encuentra belleza en lo distante: en lo que de ninguna manera se deja comprender.

Fuente:

https://www.filco.es/el-arte-de-perderse/

Prisiones

El pensamiento siempre es libre… incluso en prisión

Edson Renato Nardi, director del Posgrado de aconselhamiento filosófico del Centro Universitario Claretiano, coordina los talleres en la prisión brasileña de Serra Azul.
Edson Renato Nardi, del Centro Universitario Claretiano, en acción: coordina los talleres en la prisión brasileña de Serra Azul y los imparte, junto con otros compañeros.

Empeñados en dotar de herramientas filosóficas a todos, a todas, y especialmente a quienes más lo necesitan (porque quizá nunca oyeron hablar sobre tal cosa), un grupo de investigadores con José Barrientos-Rastrojo a la cabeza están inmersos en la aventura de llevar la filosofía a la prisión. Este es el relato de su experiencia. 

Por Pilar G. Rodríguez

La filosofía, la importancia del pensamiento crítico… Muy bien, en las universidades lo saben. Y en los institutos y en los colegios también o, al menos, deberían saberlo. Pero no basta con eso. La filosofía es aventura y riesgo serio. No es una sentada de horas de estudio, sino un empujón. A Eduardo Vergara, licenciado en filosofía, pero sobre todo militante de esa rama del conocimiento, el empujón le hizo llevar la filosofía las cárceles. Su proyecto se materializó en 2007 en las prisiones de Mairena del Alcor y de Alcalá de Guadaira (Sevilla, España). Allí empezó todo gracias al apoyo de José Barrientos-Rastrojo, pionero y experto en filosofía aplicada e impulsor del grupo ETOR (Educación, tratamiento y orientación racional) que había surgido a principios de los 2000 al calor de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Él es el director de este proyecto y quien lo explica pormenorizadamente y de primera mano, en este artículo. Resumido muy brevemente consiste en llevar a cabo talleres de filosofía para presos que realmente tengan una repercusión en su vida, su actitud y comportamiento y cuyos efectos sean, a ser posible, cuantificables. En la actualidad el proyecto ha cruzado el charco y, en su versión llamada BOECIO, se desarrolla en México y Brasil y tiene objetivos ambiciosos de ampliación.

Geografía de un proyecto

En México, la filosofía llega al Centro de Ejecuciones y Sanciones Penal Oriente (CESPVO), en el Reclusorio Sur (ambos masculinos) y en el Centro Femenil de Santa Martha en México. Allí, los talleres fueron iniciados por Marco Antonio López Cortés y se ha unido, luego, Ángel Alonso, secretario del Programa Universitario de Bioética y Profesor Titular en la Universidad Autónoma de México (UNAM).
En Brasil, el profesor Edson Renato Nardi, director del Posgrado de aconselhamiento filosófico del Centro Universitario Claretiano, coordina los talleres en la prisión Serra Azul.

En 2020 el proyecto aterrizará en Colombia, en la Prisión del Buen Pastor, por medio del equipo coordinado por Víctor Rojas, profesor en la Corporación Universitaria Uniminuto y director del grupo Marfil. En marzo está previsto llegar a Argentina (Buenos Aires y Rosario). Asimismo hay intenciones de llevar la iniciativa a Portugal (Algarve y Oporto), Estados Unidos (Texas), Israel y Turquía.

El profesor Barrientos-Rastrojo, responsable del proyecto BOECIO que quiere llevar la filosofía a las prisiones. En este artículo explica lo que él ha aprendido y lo que la filosofía puede aprender de esta experiencia.
José Barrientos-Rastrojo dirige el proyecto de filosofía aplicada en prisiones BOECIO.

Antes de comentar en detalle la especificidad de estos talleres, una matización importante: «El peligro de hablar de diferencias de aquellos que están en prisión
–explica Barrientos– es incentivar la estigmatización social al atribuirles características por naturaleza vinculadas con la violencia, o con deficiencias cognitivas o de socialización. Muchos reclusos se encuentran en prisión por sentencias que se acaban demostrando que no eran correctas o, aún más grave, por venganzas personales procedentes de poderosos, por falta de recursos económicos para afrontar un proceso justo o por ideología del sistema (por ejemplo, conocemos casos de mujeres en prisiones latinoamericanas con penas largas por un delito que cometieron junto a su pareja masculina y ellos están fuera de prisión). Esta reflexión no desea exculpar a todos los internos, sino que quiere evitar valoraciones simples en una situación que es muy compleja y que requiere matizaciones que no siempre aparecen en los medios». Dicho esto –prosigue Barrientos-Rastrojo– el filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia, hacer valoraciones éticas y menos desde una conciencia de las actividades previas del alumno. De hecho, una de las primeras máximas del filósofo aplicado es superar estas etiquetas para empezar a restituir al delincuente, devolverle su posibilidad de ser algo más amplio que una categoría devaluadora que lo distinga respecto a los seres normales, como se explica en Vigilar y castigar o en obras de Juan Pablo Mollo».

«El filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia ni hacer valoraciones éticas», explica Barrientos-Rastrojo

Con todo, hay diferencias y estas empiezan por las más básicas: entrar en una cárcel no es lo mismo que entrar en cualquier otra institución. Un acto en teoría tan sencillo se puede convertir en una hazaña por culpa de rituales burocráticos pesados y enrarecidos: «Entrar en prisiones españolas como voluntario depende de pasar el filtro de las asociaciones que copan el trabajo dentro o de contacto de personas que llevan mucho tiempo desarrollando talleres». Y aprovecha para dar las gracias a todas aquellas personas que les han ayudado en su empeño. Por otra parte, hay dificultades técnicas, deudoras de la propia situación de encierro. «Primero, hay ciertos objetos que no se pueden introducir en prisión o requieren semanas y meses para hacerlo. En prisiones latinoamericanas, la pobreza conduce a tener dificultades para tener los rudimentos más básicos como una pizarra. Asimismo, la frecuencia en la asistencia a un proyecto de siete meses puede ser problemática puesto que hay traslados repentinos, personas que entran en aislamiento u otras circunstancias que no siempre aseguran la continuidad. Por otro lado, los talleres pueden cuestionar ideologías útiles para el sistema creado dentro y que manipula como el pensamiento de que asesinar es un mecanismo de elevación en el rankingmasculino. Esta es una auténtica acción de pensamiento crítico con posibles consecuencias cercanas a lo que sucedió a Sócrates o Séneca. Sin embargo, saca a la filosofía de ser una mera impostura, transforma al filósofo de mero dandy crítico y abúlico a un comprometido pensador que se enfrenta al sistema de forma real».

 

La comunicación familiar y la experiencia en México

Marco Antonio López comenzó las sesiones en el Penal Oriente masculino de Ciudad de México.
Marco Antonio López comenzó las sesiones en el Penal Oriente de Ciudad de México.

Egresado de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán UNAM, Marco Antonio López Cortés es el responsable del proyecto BOECIO en México. En la valoración del mismo se centra en uno de los beneficios que se presenta con mayor frecuencia: retomar el contacto familiar.

«Buena parte de la población que se encuentra en prisión pierde contacto con sus familiares debido a la defraudación o decepción que este supone: el preso es olvidado y al mismo tiempo él olvida que el lazo familiar es importante. El rencor se acumula y ni una ni otra parte intenta comunicarse. Una vez que en el taller de filosofía se explica un punto del proyecto sobre cómo atajar pasiones como la cólera, por mencionar alguna, ellos toman el valor suficiente para desprenderse de toda esta nebulosa que les impide ceder ante la indiferencia de su familia. Deciden llamar y la sorpresa que se han llevado es que los escuchan con afabilidad. Dando este primer paso la comunicación se fortalece y el éxito es que tienen visita familiar después de varios años. Desde luego, las citas que se encuentran en los textos que se les otorgan a los alumnos no sugieren tal cual la situación de reconciliarse con sus familiares, sin embargo, ellos han argumentado que el ejercicio de reflexión que ha surgido del taller les ha llevado a tomar la decisión de comunicarse con sus esposas, hijos y padres principalmente. Es aquí donde la filosofía demuestra una vez más que es un bien si se encarna paulatinamente».

La filosofía es un gimnasio

Los talleres son largos, de entre cinco y siete meses, y no consisten en dar una clase de filosofía y debatir sobre los temas propuestos, no. La tarea del conductor es dotar de herramientas filosóficas a los internos para el desarrollo de su pensamiento crítico, el gobierno de sí y de sus emociones. Pero esto corre por su cuenta, de modo que lo que importa no es la atención prestada a la sesión semanal, sino lo que el recluso hace con aquello que ha apuntado o que ha escuchado durante la semana. «BOECIO no es un curso que proponga contenidos, sino que crea escenarios para que los internos crezcan filosóficamente. Este crecimiento les ayuda a que sean ellos los que generen sus propios pensamientos. Así, se rompe la estructura unidireccional de la enseñanza de la filosofía puesto que el interno ha de ser el agente de su cambio (si lo desea). Nosotros solo le proporcionamos los pinceles: la obra de arte de su vida es responsabilidad suya.

La misión de quienes imparten los talleres no es proponer contenidos, sino conseguir que los internos crezcan filosóficamente y lleguen a generar sus propios pensamientos: así se rompe la unidireccionalidad de la enseñanza de la filosofía

Por pertinentes que pudieran parecer asuntos como la esperanza o el perdón «el temario no se centra en contenidos, sino en habilidades prácticas. Por ejemplo, dos sesiones del proyecto se centran en la diakrisis, es decir, en aprender a distinguir (1) lo que depende de mí y puedo cambiar y (2) lo que no depende de mí y debo aprender a aceptar. Este taller ha levantado temas como la esperanza y el perdón, pero lo que se buscan no son las respuestas o sistemas generados, sino mejorar las capacidades de los asistentes para incentivar su autonomía para darse respuestas, para que estas les lleven a la acción o para que acepten sus descubrimiento, según el caso».

Ejercicios filosóficos

Junto a la mencionada diakrisis, en los talleres se llevan a cabo otros ejercicios como la desensibilización óntica o visión cósmica. Se trata de saber distanciarse de un problema para llevar a cabo un mejor autogobierno. Al ser capaz de pensarse o verse a uno mismo desde fuera de las situaciones de conflictos cambia de inmediato la percepción del problema y también las reacciones y sus efectos. Por ejemplo: hay una bronca en el patio, me empujan y respondo con un puñetazo; pero si viera el lío desde uno de los corrillos o desde una ventana, ¿reaccionaría igual? Seguramente no entraría o no bajaría a pegar a nadie.

Otro de los ejercicios es la premeditatio malorum, un ejercicio estoico que trata de adelantarse a lo que ocurra y pensarlo sobre todo en términos negativos: imaginar que somos ciegos o que no podemos ver los colores tiene repercusiones sobre la conciencia y el valor que damos a lo que tenemos al tiempos que nos prepara por si alguna de esas desgracias ocurriera.

Querencia estoica

Como se deja intuir a través de los ejercicios, los estoicos son los filósofos de cabecera de este proyecto. «Recurrimos a trabajos de Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Crisipo o Musonio Rufo. Pero, además, añadimos textos de otros autores que sirven para el despliegue de las tareas como Boecio, María Zambrano, Husserl, Honneth o Baudelaire. En cualquier caso, volviendo al gimnasio mencionado anteriormente, no es tan importante el nombre del autor del libro que nos ayuda a desarrollar los bíceps, sino el mecanismo necesario para llevarlo a término y su ejecución diaria. La filosofía es más importante que los filósofos, aunque intentamos sujetarnos a los filósofos para evitar perder la naturaleza de la disciplina que, después de todo, nos llega a través de sus autores».

Resultados empíricos

Lo que diferencia a BOECIO de otras iniciativas similares es su ambición por la cuantificación de los resultados. El hecho de haber sido financiado por una fundación estadounidense por medio de la Universidad de Chicago exhortaba a la verificación empírica de los resultados. Y esta llegó. En palabras de Barrientos-Rastrojo, se obtuvo «una mejora de la regulación emocional de un 15,2%, en la apertura mental de un 14,3% y de las capacidades para enfrentar los conflictos y dificultades con humor de un 23,4%. Este último dato coincide con la idea de Séneca de que un mecanismo para disminuir la violencia y la ira pasaba por tomar las agresiones desde el filtro de la broma y la ruptura de la seriedad belicosa».

Y prosigue Barrientos: «Desde la perspectiva cualitativa, hemos descubierto la disminución de las ideas suicidas en muchas reclusas, un mayor control de las propias pasiones o de la capacidad para tomar las riendas de la propia existencia. En este último sentido, había presos que hacía años que no se comunicaban con su familia y, después de las sesiones, decidieron telefonearla y tener contactos por iniciativa propia. En una prisión donde los funcionarios recibieron con escepticismo los talleres nos solicitaron que los realizásemos con ellos. Varias mujeres de una de las prisiones se inscribieron en la carrera de Filosofía. Otros internos que finalizaban la condena y pensaban volver a delinquir puesto que solo tenían vida entre rejas nos han agradecido los talleres porque han aprendido a generar nuevos horizontes de sentido fuera del reclusorio. Por último, algunos casos nos han generado conflictos y riesgos graves, por ejemplo cuando han abandonado el consumo de drogas y quienes las suministraban decidieron pasar a la acción contra nosotros».

Los efectos de las sesiones de filosofía llegaron a poner en compromiso en ocasiones a quienes los impartían, como cuando algunos reclusos dejaron el consumo de drogas y aquellos que las suministraban decidieron pasar a la acción contra los profesores

Las emociones y la experiencia en Brasil

Filosofía & co. - Renato Nardi.Boecioen Brasil
Edson Renato Nardi, del universitario Claretiano, es el responsable del proyecto BOECIO en Brasil.

El responsable de los talleres en Brasil, Edson Renato Nardi (Centro Universitário Claretiano),recuerda algunos de los momentos en los que sintió que el proyecto BOECIO y su ambición de que los reclusos incorporaran la filosofía a su día a día daba sus frutos:

«En muchos momentos tuve la evidencia empírica de que los internos usaron las categorías de reflexión propuestas en el proyecto para analizar su realidad, situarse de manera diferente en relación a ella y así poder gobernar sus emociones. Entre estos, el día en que un recluso dejó caer agua involuntariamente sobre su compañero de prisión y se dirigió a él afirmando que la presentación del hecho era correcta (estaba mojado por el acto de su colega) pero que la re-presentación, es decir, la opinión que tenía no debería ser que fue intencional, sino un accidente».

«En otro momento –continúa Nardi–, otro interno se enteró de que un pariente suyo estaba muy enfermo. Cuando comenzó a darse cuenta de las emociones que tal condición le traía, recordó la lectura de Epicteto sobre las cosas que están sucediendo bajo su poder de acción y que puede cambiar y aquellas que no al no depender únicamente de él. Se dijo a sí mismo que no podría hacer nada porque estaba detenido y no tenía medios para abandonar la penitenciaría en ese momento; no podía intervenir en la enfermedad que afectaba a su pariente y, sin embargo, sí podía influir sobre las preocupaciones, la culpa y la desesperación que inicialmente había provocado la noticia. Al realizar el ejercicio, se encontró lo suficientemente tranquilo como para lidiar con lo que sucedió y se mantuvo equilibrado en este momento difícil».

Los internos y las internas en la prisión

A la hora de enumerar los resultados del proyectos, hacía José Barrientos la distinción por sexo en algunos de ellos. Es pertinente porque hay muchas diferencias, especialmente en los países latinoamericanos: «Sufrir condenas distintas, no poder recibir visitas de hombres (salvo que estés casada con uno de ellos) en el caso de ellas –explica Barrientos–, mientras ellos no han de pasar este filtro o circunstancias más sangrantes como que las mujeres son visitadas en un porcentaje de menos de un 20% y los hombres de más de un 80%. La estigmatización de la mujer delincuente y de su familia (que debería haber impedido que la chica se ‘descarriase’) es mayor».

También existen diferencias en torno a las razones para cometer delito. Más de un 80% de internas colombianas afirma que delinquió para conseguir dinero para ella o para su familia. En este sentido la primera causa es el tráfico de drogas. Las causas de las penas de los hombres son más variadas y no tienen tan en cuenta el cuidado de la familia. «Por otro lado –prosigue el filósofo–, solo un 5% de las parejas (masculinas) que están fuera cuida de los hijos comunes cuando ellas están en prisión frente a más de un 80% de ellas. Por último, la principal preocupación de las mujeres en prisión suele ser la familia y la del hombre se distribuye en otras como, por ejemplo, el trabajo o conseguir la libertad, como explica en sus talleres mi compañero Eduardo Vergara. Además, el proyecto BOECIO ha sido testigo de cómo hay contingentes de mujeres en Latinoamérica que van de su prisión a la de hombres a prostituirse para conseguir dinero, circunstancia de la que no tenemos parangón en el caso de hombres».

Hay muchas diferencias entre las reclusas y los reclusos en las prisiones de Latinoamérica en cuanto a las motivaciones para delinquir, la imposición de penas, el trato dentro de las cárceles…

El pensamiento siempre es libre

Finalmente, quisimos saber si los muros de la cárcel son barreras para el pensamiento, si dentro se debate y se puede hablar y expresar todo, y la sorpresa es mayúscula; una invitación, como la del principio, a acercarnos a gentes, instituciones, grupos sin prejuicios, a intentar mantener la mirada abierta, curiosa y bien dispuesta para la sorpresa: «Dentro de prisión no se nos han planteado temas tabú hasta el momento. No obstante, el curso pasado estuve monitorizando unos talleres en Casas Hogar en México (lugar en que se recibe a hijos de presos, huérfanos o niños de los que no se pueden ocupar sus padres) y me sorprendió que los/as educadores/as y los/as directores/as prohibían a los alumnos hablar sobre ciertos temas. La sorpresa fue supina puesto que, si no lo hacían dentro, lo harían fuera sin profesionales que pudieran cuestionar las ideologías de aquellos que deseaban controlarlos. En la medida en que nosotros trabajábamos también la filosofía con niños, nos planteamos que si se mantenían las restricciones no sería posible realizar un trabajo de pensamiento crítico y que abandonaríamos esas instituciones».

«Desgraciadamente –prosigue el filósofo–, he visto esta misma imposición ideológica en estructuras europeas ajenas a las prisiones que, bajo el paraguas de un supuesto ‘pensamiento crítico’, aceptan la crítica solo de los principios contrarios a la propia visión, pero se oponen a analizar y criticar las posiciones que ellos defienden, acusando a aquellos que no se alistan a los propios presupuestos de irracionales o bárbaros. En ocasiones, hay más libertad en los recintos confinados que en las aulas de fuera». Porque dentro y fuera, como dice el comienzo de una tradicional canción alemana, Die gedanken sind frei… El pensamiento, los pensamientos son libres. «Aunque me encierren en un oscuro calabozo/ Siguen siendo inmortales/ Porque mis pensamientos destrozan las barreras y los muros/ Los pensamientos son libres», dice una de las estrofas. Y tanto. Por muy preso que esté el cuerpo el pensamiento siempre, siempre, es libre.

Fuente:

https://www.filco.es/pensamiento-libre-incluso-en-prision/

Vico

David Pastor Vico: «Pensamos desde el individualismo, no desde el colectivismo»

El filósofo David Pastor Vico.
El filósofo David Pastor Vico.

El filósofo David Pastor Vico es mexicano de adopción. Nació en Bélgica, donde residían sus padres, emigrantes andaluces; pasó su infancia en España, en Sevilla, pero vive en México; trabaja en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hablamos con él de su libro Filosofía para desconfiados, de la pandemia actual y del individualismo que va carcomiendo el corazón de nuestra sociedad.

Por Julieta Lomelí Balver

La era del vacío fue publicada en 1983. El espanto frente al individualismo aparecía danzando las páginas de Lipovetsky, el fantasma merodeaba por la comunidad humana, anunciando que algún día se fortalecería, volviéndose el antihéroe de las sociedades futuras de Occidente. Han pasado ya casi cuarenta años y el individualismo perdió su carácter espectral para volverse el gran conquistador de todo ámbito humano: el «proceso de personalización», del cual escribía Lipovetsky, pasó de ser una posición liberadora que arrancaba al individuo del «orden disciplinario-revolucionario-convencional» a una completa sustracción de hombres y mujeres ante cualquier coerción u orden social, en aras del encuentro consigo mismo. Cuántas veces no hemos escuchado repetir a nuestro alrededor ese gran imperativo del nuevo siglo, uno que ordena que primero es necesario pensar en uno mismo para poder después pensar en los otros; o que ante todo lo más importante es «que mientras yo esté bien, puedo ver el mundo arder». Este «yo» de cada uno de nosotros que debería ser lo más importante sobre todo lo demás se ha vuelto un tipo de mantra de esta centuria. Sin embargo, y como David Pastor Vico escribe en Filosofía para desconfiados, la naturaleza del humano es ser, antes que todo, un ser gregario.

Últimamente he pensado que quienes no pueden mirar al otro con un auténtico compromiso están un poco muertos. No digo compromiso en el sentido de obligatoriedad, sino de comparecencia, de prometerte a los demás de verdad, aunque ni siquiera sean nada de ti, pero porque al final sí son una parte de ti. Miro en aquellos seres egoístas que aumentan cada vez más en número —y que obviamente lo hacen gracias al otro—, seres vacíos, hastiados, que en el autoengaño no dejan de sentir que la solución es la inmersión total en sí mismos, imposible e ilusoria.

Heidegger pensó muy bien como un co-estar con los otros (Mitsein), una coexistencia.Porque incluso, cuando uno crea encontrarse solo, ello nunca suprimirá la inevitable comparecencia con los demás. Escribió Heidegger en Ser y tiempo: «El estar solo es un modo deficiente del co-estar, su posibilidad es la prueba de este». No se engañen, no están hastiados del otro, sino de la negativa de no sentirse otros —en el autoengaño de afirmar su individualidad—, pero finalmente ser siempre parte del otro.

Filosofía para desconfiados, de Vico (Planeta).
Filosofía para desconfiados, de Vico (Planeta).

Esta rabia que he sentido en los últimos meses, desgraciadamente acentuada por la pandemia que ahora atravesamos, ha encontrado donde sublimarse, antes de estallar, en el lúcido, profundo y no por ello menos irónico libro del filósofo David Pastor Vico. En Filosofía para desconfiados —editado por Planeta— deja clarísima la moraleja de que hemos recorrido, de manera óptima, el sendero del egoísmo y del individualismo muy bien fundamentado en la estulticia y el autoengaño. Vico nos da una zarandeada con sus palabras que nos vuelve conscientes de lo ridículos que nos vemos al sentirnos el sol de un universo infinito, mientras solo somos una migaja de pan caduco, que algún sabio marinero ha tirado en la inmensidad del océano.

El ejercicio debería ser al revés: no nos conocemos a nosotros mismos aislándonos de los demás, nos conocemos a partir de los demás. Esto es algo que Occidente ha olvidado lo suficiente como para volverse una máquina de imbéciles ausentes de mínima empatía. Sobre la horrenda metástasis individualista que va carcomiendo el corazón de nuestra sociedad y otros tópicos referentes al mundo de la vida tuve la fortuna de conversar con el filósofo David Pastor Vico. (En esta ocasión vamos a romper la regla de llamar de usted a un entrevistado, porque, nos dice Pastor Vico, no le gusta, ya que «solo los estirados usan el usted»).

«La pandemia que ahora sufrimos nos ha golpeado muy duro en varias cuestiones que dábamos por resueltas ya, y parece ser que estábamos equivocados. Importa un carajo dónde se origine, ya que en pocos días se distribuye por el mundo y no exige pasaporte alguno para matar, así que no hay sitios seguros»

Me ha gustado mucho tu Filosofía para desconfiados. Tengo que admitir que me ha sorprendido la voz de profeta —perdón por los spoilers— que has construido en las últimas páginas de tu libro. Sé que hemos esperado el apocalipsis por siglos, pero me imagino que tú también te has visto sorprendido al ver cumplidas tus propias palabras que escribiste muchos meses antes de lo que ahora vivimos. Esas que, en el último capítulo del libro, vaticinaban un primer escenario apocalíptico de una pandemia por venir, que supongo, pensabas llegaría mucho después. Ante la crisis actual, paradójicamente, la pregunta por el futuro inmediato es casi una pregunta por el presente: habitamos a ciegas los instantes, desconocemos qué pasará la siguiente semana, en dos meses, o el siguiente año. ¿Qué sientes en estos momentos en que la realidad ha superado a la ficción de tus palabras?
Al principio sentía cierta satisfacción insana, sobre todo, contra quienes me tildaban de agorero, precisamente por esos vaticinios finales donde no hago más que externar tres situaciones que, en menor o mayor grado, ya hemos vivido como especie y sería de necios creer que, por haberlas pasado ya, no tuvieran que volver a repetirse. Pero esa sensación de vivir en la vanguardia del tiempo nos suele nublar lo que de certero tiene el pasado. Los avisos de lo contingente, cuando estamos nosotros de por medio, pierden eso que de azaroso les otorgamos y simplemente hay que ser hábil observador para empezar a conjeturar cuándo nos golpeará la realidad de nuevo. Y vaya que lo ha vuelto a hacer, aunque podría haber sido mucho, mucho peor.

¿Esta pandemia es parecida a la que habías pensado en tu libro o, por el contrario, una más benevolente, acaso una que no dejará la población mundial «reducida a mil millones de seres humanos»?  
Esta pandemia, en contra de la opinión de muchos que ahora pueden estar leyendo estas letras, es una oportunidad magnífica para aprender un par de cosas importantes. Sé que decir esto con más de un millón cien mil cadáveres en el mundo —más los que faltan por contabilizarse y los que aún no saben que morirán, y que podríamos ser tú y yo si no hacemos las cosas bien— puede parecer una falta de respeto. Pero si esta pandemia hubiera sido como la que vaticino vendrá en algún momento, y no la actual por SARS-CoV-2, que es mucho más benigna, ahora mismo ni tú ni yo estaríamos cruzándonos preguntas y respuestas, ni habría quien tuviera la tranquilidad espiritual de leerlas. Así que, hecho el vaticinio, solo cabe esperar esa otra peste, la de «a de veras», que cumpla con su fin malthusiano de esquilmar la población para que podamos seguir reproduciéndonos algunos siglos más antes de agotar, por fin, los recursos planetarios.

La realidad es que la pandemia que ahora sufrimos nos ha golpeado muy duro en varias cuestiones que dábamos por resueltas ya, y parece ser que estábamos equivocados. Importa un carajo dónde se origine, ya que en pocos días se distribuye por el mundo y no exige pasaporte alguno para matar, así que no hay sitios seguros, no hay zonas de confort donde atiborrarse de series cuando hablamos de virus, si no aprendemos rápidamente.

Otro ídolo caído ha sido el de la percepción de la ciencia. La ciencia es la ciencia, con sus métodos, sus tiempos y sus intereses económicos y políticos. No un sinónimo de «magia altruista». Funciona con ensayo y error, con hipótesis y con posibilidades, con fondos públicos o privados y, para colmo de males, son humanos y no dioses quienes están detrás de las investigaciones e interpretaciones de los resultados. Así que, en contra de la creencia popular de que la ciencia nos salvará ahora mismo, hay que repensar que la ciencia salvará a quienes queden vivos mañana, pero la supervivencia hoy depende de nosotros… ¡Nosotros! Esa palabra tan en desuso, ¿verdad? La reflexión sobre el «nosotros» es esa deuda pendiente que nadie quiere reconocer.

Cuando comenzó esta pesadilla provocada por el SARS-CoV-2, leí un maravilloso artículo del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien señalaba la diferencia entre las estrategias —suficientemente malogradas— para controlar la pandemia Occidente, y las que sí parecen haber conseguido domar la pandemia en China, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Japón o en su originaria Corea del Sur. Dejando de lado la polémica de si ha sido o no el mejor modo de actuar frente al virus, me ha encantado una tesis que tú también compartes y es que Occidente está más bien construido por sociedades individualistas, como la nuestra, mientras que muchos de los países orientales tienden a ser más comunitarios, más responsables con el prójimo, y por lo mismo eso ha favorecido tener una consciencia y un cuidado común que han ayudado a bajar el número de contagios. Digo esto porque en las páginas de Filosofía para desconfiados encuentro una crítica severa a este individualismo exacerbado en las últimas décadas, que, como escribes, «tal y como lo entendemos y padecemos, lamentablemente parece ser un producto cultural más del animal humano occidental, en lugar de una impronta propia de nuestra condición animal». ¿Consideras que la pandemia —que es solo la raíz de muchas otras crisis por venir, como la económica, la laboral, la educativa y la crisis en temas de salud mental— nos esté orillando a algún tipo de consciencia comunitaria que nos lance a resolver, desde la fraternidad global, los enormes conflictos que ya están azotando nuestra puerta? ¿O crees, como Han escribe, que ningún virus sería capaz de revolucionar a la sociedad, y mucho menos cuando «el virus nos aísla e individualiza y no genera ningún sentimiento colectivo fuerte, porque, de algún modo, cada uno se preocupa tan solo de su propia supervivencia»?
Ver la pandemia como una posible solución a algo creo que es un error; más bien, como te decía, es un marcador fosforescente que está subrayado nuestras debilidades. La más jodida de ellas es ese concepto de sociedad que nos empeñamos en mantener vivo a costa de hipotecar el futuro de nuestros hijos. Sí, el individualismo se ha descubierto como el talón de Aquiles de una sociedad que creía que su acción moral debía ser el imperativo categórico de los que en el futuro la estudiaran, y me alegro que vaya a ser justo lo contrario y ya lo estemos empezando a comprender, al menos unos pocos, como Han. Si pensamos que gracias a la pandemia vamos a arreglar los desaguisados del individualismo capitalista y caníbal en el que vivimos y podremos arribar así a una Ítaca que rezume miel y ambrosía, volveremos a equivocarnos. Redirigir nuestro modelo social hacia un modelo más comunitario, de inspiración oriental o tribal como explico en el libro, requiere de algo que no estamos dispuestos a pagar, porque implicaría no vivirlo: de sacrificar nuestro statu quo. Cualquier cambio real, cuando hablamos de animales humanos, requiere, cuanto menos, de un par de décadas en el sentido orteguiano, unos 30 años, tiempo suficiente para no poder disfrutar en vida útil del nuevo modelo que se genere. ¿Y para qué voy a sacrificar mi ahora por un hipotético mundo mejor que no voy a poder disfrutar? Porque pensamos desde el individualismo y no desde el colectivismo. Ante el sentimiento de tribu que protege la vida de sus descendientes, nosotros solo pensamos en un egoísta aquí y ahora, a menos, claro, que vivamos en Finlandia, Islandia, Noruega… o en un poblado yanomami en el Amazonas, por ejemplo.

«El individualismo se ha descubierto como el talón de Aquiles de una sociedad que creía que su acción moral debía ser el imperativo categórico de los que en el futuro la estudiaran, y me alegro que vaya a ser justo lo contrario y ya lo estemos empezando a comprender»

Háblanos de tu perspectiva de la actualmente muy agudizada cotidianidad digital. ¿Cómo podríamos pensar en una nueva desigualdad social-digital? 
Esto ya está sucediendo ante nuestras narices y no queremos verlo. Y no me refiero a la brecha económica que privilegia a unos y castra a otros muchos de la posibilidad de disfrutar de los adelantos de las TICs [Tecnologías de Información y Comunicación]. No, eso a nivel estadístico no importa porque, de no extinguirnos antes, en unos años habrá WIFI patrocinado por Coca Cola en las chozas de barro del África profunda, mucho antes que tener asegurado el suministro de agua potable, ¡acepto apuestas! No, la nueva desigualdad socio-digital que comentas está apareciendo donde menos cabía esperar, en el propio Silicon Valley. ¿Qué saben los desarrolladores de estas tecnologías de la comunicación e información para que estén prohibiendo a sus hijos el acceso a las mismas y aboguen por una educación analógica y no digital? Estos padres que eran adolescentes brillantes encerrados en garajes imaginando el futuro que hoy disfrutamos, han dado un «paso atrás» cuando se han convertido en padres responsables. Mientras sea el hijo del vecino, poco o no nada les ha importado violar su intimidad, alterar su estado de ánimo, mercadear con su información, anestesiar su pensamiento crítico; pero cuando son los suyos, la cosa cambia. Nuevamente aparece el individualismo y tenemos que estar ágiles para detectar estos movimientos, analizarlos y actuar antes de que algo nuevo nos entretenga y nos olvidemos de lo importante.

En tu libro, que publicaste unos meses antes de esta crisis sanitaria, hablas del tema del trabajo, de cómo en México se trabaja más y se gana menos que en un país como Alemania; y cómo esa falta de tiempo también se materializa en familias cada vez más disfuncionales, y en relaciones interpersonales que dejan mucho que desear. Pero ¿y ahora, con el teletrabajo?
La realidad del teletrabajo en México, que no en Alemania, por seguir con el ejemplo, es que aquí, en realidad, solo ha afectado a una franja muy concreta de la población, y sus efectos pueden ser casi considerados como anecdóticos o pasajeros cuando llegue la «vieja normalidad». Recordemos que en México ni el 70 % de la población tiene acceso a internet y la bolsa de trabajo informal, que por obvias razones no aplica para teletrabajar, supera los 30 millones de una población activa de 90. Y de los 60 millones restantes, ni el 23 % ostenta un puesto de trabajo que permita el teletrabajo. Obvio que en Alemania esto no es así, su realidad será otra. Así que realmente los problemas previos a la pandemia, en relación al trabajo, persistirán cuando la misma acabe. Y aunque para algunos el teletrabajo sea una novedad que quizá viniera para quedarse, dudo que por ello las cifras monstruosas de horas por año que ostenta México, decrezca. A pesar de ello, sin duda, sería interesante averiguar esos cambios y reacciones que el teletrabajo ha suscitado en los hogares afectados, no lo dudo.

Escribes sobre la desconfianza, sobre esa desconfianza que repele el vínculo amoroso con los demás. Esta misma desconfianza que vuelve a viejos y jóvenes impermeables a la amistad. Retando a superar el tono mayéutico de su libro, quisiera que me respondieras: ¿cómo crees que sería posible recuperar la confianza en los demás, para izar en nuestra sociedad la bandera del amor y la empatía? ¿Qué crees que sería necesario hacer para superar esa atomización humana y tejer sociedades realmente comunitarias?
Odio esa pregunta porque nunca sé qué contestar y las posibles respuestas que me vienen a la cabeza no me gustan, me incomodan. Por eso terminé Filosofía para desconfiados con los finales apocalípticos, porque, para quien supiera leerlos, las tres situaciones que planteo (pandemia, tormenta solar y guerra mundial) son, aunque muy bestias, tres formas de reiniciar todo, aprender de los errores e intentar subsanarlos para el futuro. Sea como sea, no va a ser ni fácil ni indoloro y, como mencionaba antes, si llegamos a ponernos de acuerdo para cambiar las cosas, ni tú ni yo lo veremos. Con suerte, nuestros hijos lo verán y seguro nuestros nietos. Pero de no cambiar todo, de no renovarse el modelo social hacia un «nosotros» e ir abandonando este «yo» con tan poco por recorrer ya, lo que entonces no sería seguro es si habrá condiciones necesarias para que en un futuro existan «esos nietos».

Sé que eres filósofo, pero no uno en sentido ortodoxo, porque no te veo muy casado con la idea de escribir papers y publicarlos en una revista leída tan solo por un séquito de iniciados. Sé que no te interesa esa escritura elitista y un poco despegada del mundo de la vida que a veces sí representa la escritura académica de la filosofía. En este sentido, ¿cómo ves en México la salud actual de la filosofía, dentro y fuera de la universidad?  
¡Otra pregunta difícil de contestar! Llevo casi ocho años viviendo en México y trabajando en la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México] en diferentes puestos de responsabilidad y, ciertamente, siempre he percibido un buen músculo filosófico que, visto desde dentro —y más siendo la universidad una casa tan grande y poderosa—, da la sensación de que goza de buena salud y vigor. El problema es que, a la par, he impartido más de 700 conferencias en ese mismo lapso, algunas dentro de la UNAM y muchísimas fuera, en otras universidades, preparatorias, secundarias, municipios, etc. Y cuando te mueves es cuando ves que ese músculo filosófico se diluye, desaparece a pesar de ser el motor y ejemplo del resto de la materia gris universitaria nacional y, en gran medida, de Latinoamérica. Pareciera que el mundo de la universidad no permeara al resto de la sociedad, incluso en espacios nobles y presuntamente dedicados al conocimiento, que aún creen que la metafísica es un tipo de arte adivinatorio, la estética un sitio donde arreglarte las uñas y la ética una cosa que dan las escuelas para no impartir religión. Pero lo desolador es ver que, ni dentro del propio ámbito universitario, la filosofía ha sido capaz de reivindicar su sitio; y no faltan profesores de cualquier otra disciplina incapaces de tomar distancia frente a supersticiones y supercherías que con una debida divulgación filosófica mínima se podrían mitigar sensiblemente.

«Pareciera que el mundo de la universidad no permeara al resto de la sociedad, incluso en espacios nobles y presuntamente dedicados al conocimiento, que aún creen que la metafísica es un tipo de arte adivinatorio, la estética un sitio donde arreglarte las uñas y la ética una cosa que dan las escuelas para no impartir religión»

Una pregunta morbosa, para superar ambigüedades. Cuando hablas de esos «filósofos escondidos en nuestras urnas de cristal polvorientas, como pájaros disecados y solos, o volantes en un cielo acotado, viendo cómo la humanidad se hace jirones sin poder hacer nada, sin ser escuchados, sin ser tomados en cuenta más que por nosotros mismos», ¿te refieres a los filósofos metidos en las facultades, o también a otros, que, por ejemplo, escriben en prensa y en revistas de divulgación, o son asesores políticos, o de algún otro órgano público?
Llámame miope, que lo soy, pero cuando leo prensa o revistas de divulgación, analizo la acción política o sufro las inclemencias de la maquinaria pública, jamás habría pensado que hubiera un filósofo detrás de estas cosas. Licenciados en filosofía no lo dudo, incluso algún doctor en Kant,tampoco lo pongo en duda, ¿pero filósofos? Eso sí que lo dudo. Y sí, mi crítica, dando contestación a tu pregunta y uniéndola con la anterior, es de esa endogamia filosófica cavernaria que desde hace años carcome al templo de Sofía. Entiendo perfectamente el feo vicio de la subsistencia, yo mismo confieso que gusto de comer al menos tres veces al día, y que el sistema de recompensas de la academia favorece la mutación del licenciado en filosofía en funcionario burócrata y que, si lo hace bien y paga por publicar en ciertos sitios: manda papers y va a congresos en Japón con cuatro asistentes, esto le traiga alguna que otra dádiva pecuniaria. Entiendo también la magistral sentencia que asegura que «hay gente pa’to». Pero cerrando la cuestión y con el único fin de seguir haciendo amigos, sí me refiero en ese fragmento de mi libro —cuando hablo de los filósofos escondidos en sus urnas— a la filosofía confinada en la academia que provoca, entre otras cosas, que alguien de la calle pueda asegurar que «Walter Mercado fue un gran metafísico».

Me gustaría que nos contaras un poco más sobre los motivos, el público —joven o no tan joven— al que quieres llegar. ¿Cuál es ese resorte que te empuja a escribir divulgación de la filosofía, y no, por ejemplo, una larga perorata académica solo para los iniciados?
Desde hace más de veinte años me dedico a la divulgación de la filosofía y el pensamiento crítico. Desde entonces me preguntaban por cuándo iba a escribir algo y siempre contestaba lo mismo: «No tengo nada que decir». Pero el búho de Minerva ya sabemos cómo las gasta, y ahora que las canas han aparecido, y aunque aún me considero joven, la respuesta a la misma pregunta ha cambiado. Cambiar de país, abandonar Sevilla y aterrizar en México, impartir conferencias y, sobre todo, conocer las diferentes realidades de este apasionante país, han sido esa chispa que ha provocado mi necesidad de compartir lo poco que creo saber. Pero como la mayor parte de mi público siempre ha sido y es gente no versada en la filosofía, al escribir es a ellos a quienes tengo en la cabeza, no al colega filósofo. Por ello, Filosofía para desconfiados está escrito así, con peras y manzanas, con capas y capas que permiten al neófito avistar nuevos horizontes. Y al versado y docto, esbozar una sonrisa si va rápido, o disfrutar encontrando los huevos de Pascua que he ido dejando en cada párrafo, al igual que he hecho en esta entrevista.

Para ti, ¿cómo y qué debería hacer un filósofo actualmente, si hipotéticamente pensáramos en el ideal de una figura intelectual de verdadero impacto social?
Creo que nuestro papel debería ser, al menos, visible. Creo que con eso me conformo. Si pides que me extienda, te diré que debemos reivindicar nuestro espacio en los medios de comunicación. No debemos conformarnos con publicar 200 ejemplares en «editoriales de prestigio», necesitamos publicar miles de ejemplares en editoriales comerciales. Me repugna ver que en esas tiendas donde puedes comprar desde libros a telescopios, los pocos libros de filosofía están en los estantes de autoayuda. ¿Cuándo hemos dejado que esto suceda? ¿Cuánto más lo vamos a permitir? Los gurús de la autoayuda ahora se rebautizan como coach de vida, o peor aún, practican el coaching ontológico. Ante dicha situación no he visto a nadie de la academia hervir en cólera y golpear con el martillo nietzscheano a estos oportunistas, vividores y usurpadores. Mal, muy mal, el filósofo tiene que mancharse de barro y mierda las sandalias y la toga, no encaramarse al Olimpo, porque de ser así, entonces Epicuro tendría razón, y los dioses, de existir, no nos sirven de nada, y además les importamos un pito. Debemos de dejar de hablar lento, en voz queda, hay que hablar más deprisa, con palabras que todos entiendan. Alzar más la voz, aunque escueza a pieles sensibles. Que, para darnos palmaditas en la espalda, siempre tendremos nuestros espacios. O somos visibles, o desapareceremos entre las pajas sucias, como nos diría el bueno de Kafka.

Fuente:

https://www.filco.es/david-pastor-vico-pensamos-desde-el-individualismo/

Platon

El escritor Marcos Chicot.

El asesinato de las ideas de Platón: la demagogia que tanto combatió sigue más vigente que nunca

El escritor Marcos Chicot publica su nueva novela sobre otro de los grandes maestros de la filosofía, llena de paralalelismos con el presente.

Marcos Chicot (Madrid, 1971) regresa a las librerías con su novela, asegura, «más ambiciosa». Después de matar a Pitágoras y Sócrates, aborda ahora la figura de otro de los grandes filósofos de la historia en El asesinato de Platón (Planeta). Un monumental ejercicio de reconstrucción de la Grecia clásica —casi mil páginas— y la vida en el siglo IV a.C., tanto a nivel cotidiano, con sus mercados de esclavos, oráculos, banquetes, etcétera; como de las continuas rivalidades y enfrentamientos bélicos entre Atenas y Esparta.

El eje principal de la novela, no obstante, es la figura de Platón, indagar en sus ideas que resuenan con especial utilidad en los tiempos presentes, marcados por esa demagogia que él tanto detestó y combatió. El título augura una trama de intriga, pero el autor, finalista del Premio Planeta en 2016, también pretende combatir el olvido del pensamiento crítico que abanderó el filósofo, su proyecto de que un gobierno debe estar guiado por la razón y la sabiduría; y en el que las mujeres debían jugar un papel importante.

¿Qué ha sido lo más difícil de esta monumental novela?

Por la riqueza del pensamiento de Platón, había muchas cosas que contar, que convertir en algo más sencillo. A la gente le gusta aprender, pero no nos gusta esforzarnos. He tenido que hacer un esfuerzo enorme para sintetizar y quedarnos con las ideas principales del filósofo, que voy contando en escenas sencillas, a través de pinceladas mientras también reconstruyo el fresco de la Grecia clásica.

El personaje de Altea está inspirado en dos mujeres que asistieron a la Academia de Platón. La visión que el filósofo tenía de la mujer la consideraríamos hoy bastante progresista…

Respecto a su época, era absolutamente revolucionario. Si por norma general el valor de la mujer era de 1 sobre 100, él pensaba que era de 95 sobre 100. Platón decía que las mujeres podían realizar las mismas tareas que los hombres —también gobernar— y que prescindir de ellas suponía renunciar a la mitad de los recursos que el Estado podía obtener.

Resulta sorprendente repasar sus alegatos en contra de la demagogia y ver que 2.500 años después esa lacra sigue más presente que nunca.

Platón luchaba contra los demagogos de entonces igual que lo haría ahora, contra quienes pretendían derribar la democracia. Es el mismo problema de ahora: la degeneración de la democracia. Él hubiera arriesgado su vida igual que lo hizo entonces. Su gran proyecto era unir filosofía y política para que gobierne la razón, la sabiduría.

Portada de 'El asesinato de Platón'.

Portada de ‘El asesinato de Platón’. Planeta

¿La novela se puede leer también como una suerte de denuncia de ciertos comportamientos del presente?

En los últimos meses, al revisar el libro, se me empañaban los ojos con los paralelismos y la forma en que Platón luchaba contra situaciones terribles, en cómo denunciaba las consecuencias que tenían el vicio y la demagogia. Hay un evidente paralelismo que despertará el interés de los lectores. Las reflexiones del filósofo son las mismas que tenemos que hacernos ahora. Hoy no tenemos un Platón. Tenemos sus obras, pero la mayoría están olvidadas. Ojalá la gente lea esta novela y recapacite sobre sus ideas, como la necesidad de que gobiernen los más preparados. Porque si escogemos a los médicos más preparados, ¿no deberíamos hacer lo mismo con los políticos?

¿Qué deberíamos aprender de los griegos clásicos?

La importancia del pensamiento crítico, a cuestionarlo todo. Ellos nos enseñan a pensar, a cuestionar incluso las enseñanzas de tu propio maestro. Hoy en día nadie se para a pensar y cuestionarse las cosas. Simplemente reaccionamos ante tormenta. La gran lección es que para solucionar los problemas tenemos que ser conscientes de ellos.

Platón apostaba por el bien común. Ahora parecemos estar cada vez más inmersos en una sociedad individualista.

La sociedad actual está muy volcada en el hedonismo, en obtener objetivos superficiales, efímeros, basados en el placer. Eso nos lleva al individualismo. Y no sé si es más egoísta o inconsciente. En la novela vemos a Platón enfrentándose con quienes propugnaban buscar el disfrute propio. Son sus enemigos y los de Sócrates. En estos grandes maestros encontramos la enseñanza contraria: todo su pensamiento tiene una orientación ética al bien común. A quien más le exige Platón es al gobernante. Lamentablemente, hoy en día lo que se transmite es la corrupción.

Si Platón contemplase lo que sucede en el Congreso cada semana y luego tuviese que subirse al estrado para lanzar un mensaje a los diputados, ¿qué cree que les diría?

Se llevaría las manos a la cabeza y directamente no subiría. Nos cuenta que renunció a la vida política cuando era joven al descubrir los desmanes que se registraban, como el episodio de la muerte de Sócrates. Esos desengaños le hicieron concluir que no servía meterse en esa demagogia. E intenta el proyecto paralelo: difundir sus ideas a partir de sus obras. Él no convencería a un demagogo porque no se puede convencer, su tarea es ganarle un debate.

Fuente:

https://www.elespanol.com/cultura/historia/20201029/asesinato-ideas-platon-demagogia-combatio-sigue-vigente/531946832_0.html

Gomá

Javier Gomá: «Toda conquista es reversible y frágil, así que nada sabemos del futuro»

El filósofo, director de la Fundación Juan March, reflexiona en esta entrevista sobre la vida en tiempos de pandemia, la ejemplaridad, la dignidad y la pérdida.

Javier Gomá (Bilbao, 1965) es filósofo y director de la Fundación Juan March.
Javier Gomá (Bilbao, 1965) es filósofo y director de la Fundación Juan March. Samuel Sánchez

JUAN LUIS GALLEGO

Estudió Filología Clásica y Filosofía, como buscando entender el mundo, y Derecho, como buscando herramientas para transformarlo. Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) no es solo un prestigioso filósofo, sino uno de los más grandes pensadores y creadores contemporáneos. Autor de un sólido cuerpo teórico –basado en la ejemplaridad como ideal universal, si es que semejante aporte intelectual, reflejado en una extraordinaria Tetralogía de la ejemplaridad, puede resumirse así–, es letrado en excedencia del Consejo de Estado, director de la Fundación Juan March, escribe ensayos –Dignidad es otro de sus trabajos fundamentales–, colabora en prensa y crea obras literarias. Su agenda, de hecho, incluía para los próximos meses el estreno de, entre otras, la más reciente, la comedia Quiero cansarme contigo. Pero, como el mundo entero, la vida pública se congeló de repente a su alrededor ante una pandemia que, según dice en esta entrevista, demuestra que no solo el individuo, sino también toda la especie humana, “es frágil, vulnerable y en peligro de extinción”. Hemos apelado a su lucidez para encontrar respuestas en un mundo convulso.

¿Comparte esa percepción de que nada será igual en el mundo post coronavirus?

Cuando uno se asoma al balcón de la historia descubre que la humanidad avanza, pero muy lentamente. La Declaración de Derechos Humanos se fue gestando desde principios del siglo XX, pero necesitamos dos experiencias absolutamente traumáticas, como las guerras mundiales, para alcanzar el consenso necesario para su aprobación en 1948. La pandemia tiene rasgos singulares. Posiblemente, es la primera vez que la humanidad comparte al mismo tiempo una experiencia tan traumática, con unos efectos de cosmopolitismo: todos unidos ante una amenaza común y una conciencia de la vulnerabilidad de nuestra especie. Cómo va a cuajar eso en nuestros hábitos en los próximos años es muy difícil de prever. No soy de imaginar el futuro; sé que la humanidad avanza, pero con experiencias extremadamente traumáticas, y que aún así le cuesta.

“Vamos a mejor en todo, lo material y lo moral”. Lo dijo usted hace tres años. ¿Lo diría ahora?

A veces me ponen al lado de los optimistas y yo eso lo matizo con intensidad. Frente a ese grupo de filósofos optimistas que confían en una ley del progreso necesario, yo mantengo que si algo aprende uno de la historia es que toda conquista es reversible, frágil y vulnerable, y que, en consecuencia, nada sabemos del futuro. No tengo ni idea de si va a ser mejor o peor. Es verdad que, si uno observa la historia, no si mira al futuro, que es lo que hacen los optimistas, sino al pasado, como hacen los analistas, ve que en los últimos dos mil años, mil, cien o cincuenta, el mundo progresó, tanto en lo material como en lo económico, pero ese progreso no es lineal, ni tampoco a corto plazo, admite rodeos, regresiones, caídas. Nada está asegurado.

Ahora, junto a esa conciencia de la fragilidad individual, nos encontramos con que la especie humana es también frágil, vulnerable y en peligro de extinción

Disculpe la intromisión personal: ¿qué sentimientos se agolpan en usted estos días?

Antes pensábamos que el hombre y la mujer son individualmente seres frágiles y que cualquier soplo de aire puede terminar con ellos, pero que la humanidad en su conjunto era una especie fuerte, que había logrado dominar no solo a las otras especies, sino a la naturaleza en su conjunto; y además la ciencia nos prometía en poco tiempo algo así como una especie humana mejorada, trashumana, casi perfecta. Pero ahora, junto a esa conciencia de la fragilidad individual, nos encontramos con que la especie humana es también frágil, vulnerable y en peligro de extinción. Ya no es inconcebible que sea arrasada por un virus todavía más violento que este. Así que contra los augurios de la ciencia, que prometían algo así como una raza de superhombres, esta epidemia me genera la sensación de que la humana es una especie digna de protección.

¿Deberíamos sacar alguna conclusión, en nuestra actuación personal, de esa vulnerabilidad que comenta?

Escribí en mi libro Filosofía mundana que de la conciencia de nuestra propia mortalidad brotan todos los bienes que hacen la vida digna de ser vivida: el arte, la solidaridad, la justicia, el Estado, la ciencia, la filosofía, la compasión, la amistad, el amor… Por intentar ver el lado positivo, es posible que de esta pandemia que nos provoca a todos conciencia de que no existen razas, que existe solo una, la humana, a la que todos pertenecemos y que está en peligro, broten otra vez con más fuerza, o vuelvan a tener significado, aquellos bienes que hacen justamente la vida digna de ser vivida.

Ha dedicado usted una tetralogía a la Ejemplaridad y un ensayo a la Dignidad. ¿Cuánto de esas dos virtudes está viendo en esta situación extrema?

En mi tetralogía mantengo que la ejemplaridad, desde un punto de vista subjetivo, exige una doble especialización: la del corazón y la del oficio. Es decir, en determinado momento, un hombre o una mujer especializa su corazón eligiendo a una persona con la que funda una casa, y elige una profesión con la que se gana la vida. Esas dos instituciones de la ejemplaridad, que son el oficio y la casa, se están manifestando en grado extremo en esta pandemia. Por un lado, con millones de personas que aceptan la pérdida de su libertad y la probable ruina de su negocio para luchar contra la pandemia. Y por otro, con otros muchos que tienen que salir de su casa para desarrollar su profesión en grado heroico. Dos casos de ejemplaridad que se pueden predicar de la ciudadanía y con gran eficacia. 

¿Qué opinión le merece el papel de la mujer en esta crisis? Da la sensación de que incluso en los más difíciles momentos seguimos mirando el mundo en masculino.

Por algún motivo el virus respeta más a la mujer que al hombre… Muchas de ellas están en primera línea de lucha contra la pandemia. Y, al parecer, hay un grupo de mujeres líderes de países como Alemania, Taiwán o Nueva Zelanda, que han coincidido en una política más acertada en la lucha contra el virus.

¿Dónde se esconde más filosofía en estos tiempos rápidos de tecnología y productividad, en las redes sociales o en las aulas?

En las redes sociales no encuentras filosofía, pero tampoco lo espero. Y en las aulas normalmente tampoco, allí se da más bien historia de la filosofía. Una cosa es lo que podríamos llamar la filosofía profesional, que administra la historia de la filosofía de grandes autores, una introducción a sus tesis, la edición de sus libros, la traducción, la interpretación, la glosa, la divulgación, y otra cosa es la filosofía tal como yo la entiendo, que es un universal: todo hombre y toda mujer somos filósofos porque interpretamos el mundo, y la filosofía es una interpretación del mundo. Y luego hay un pequeño número de personas con vocación literaria que además de interpretar, escriben libros sobre esa interpretación con los que aspiran a iluminar o mejorar la interpretación que todo el mundo tiene. Esos son los filósofos.

Todo hombre y toda mujer somos filósofos porque interpretamos el mundo, y la filosofía es una interpretación del mundo

Hace unos días, ante tanto sufrimiento provocado por la pandemia, compartió usted en redes sociales Inconsolable, la obra que escribió por el luto de su padre. ¿Algún atajo para encontrar el consuelo?

Tras el desconsuelo y esa experiencia insondable que es la del dolor absoluto, en la parte final de la obra el protagonista empieza no tanto a mirar al pasado, a la pérdida, sino a contemplar por primera vez la imagen de la vida de su padre, póstuma. Creo que solamente cuando uno muere lega a los demás la imagen completa de su vida. Y cuando el que sobrevive ve la imagen completa de la vida de su padre experimenta una conmoción particular. En el desenlace final, el protagonista empieza a encontrar consuelo en la idea de que él también algún día dejará una imagen a los que le sobrevivan y que todavía está a tiempo de mejorarla, llenarla de colores, de formas, de luz, a fin de que sea una imagen que dé esperanza, ilumine y ofrezca dignidad. De hecho, la obra termina diciendo: “Os invito, procurad que vuestra vida sea una vida digna y bella”.

Fuente:

https://www.vozpopuli.com/gentleman/JavierGoma-filosofia-pandemia_0_1398461672.html