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Mundo ordinario vs. mundo extraordinario

Buscamos el otro lado, el más allá, en el paso a un mundo especial, un bosque encantado o una cueva sobrenatural que nos desvela el misterio del mundo

David Hernández de la Fuente

Hay un momento esencial en el ciclo de los héroes de los mitos y los cuentos mitológicos que es el del cruce del umbral entre el mundo ordinario y el mundo especial, que da comienzo a toda aventura. En un principio está el escenario habitual de nuestras vidas (lo que hoy llamarían los pedantes «la zona de confort»), la casa familiar, la aldea, la comarca, o la Tierra Media; ese mundo, en fin, que habitamos diariamente, con su galería de personajes familiares que vemos en los trabajos y en las escuelas, entre parientes y personajes cotidianos. Es el grado cero de toda aventura. Llevamos una existencia marcada por lo ordinario y por la rutina de todos los días. Pero ese mundo es imperfecto, agobiante o bien nos llega a aburrir mortalmente hasta que, en cierto momento, hay una disrupción, representada muchas veces por un desafío, una carta, o un mensaje que hay que responder: a veces es la constatación de una carencia, una falta, un pecado, una desaparición. Parece que faltara algo en ese mundo idílico de nuestra comodidad rutinaria: era algo intuido que salta a la vista justo entonces. Sigue la llamada a la aventura, a veces realmente banal, que hace al héroe trascender lo aparente y lo cómodo para sumergirse en un mundo diferente.

Entonces se da el paso al mundo especial. Muchas veces existe de incógnito, plegado al otro lado de lo cotidiano, y se puede desplegar con un acto insignificante, como volver la esquina, mirar a través de un espejo o un cuadro, dentro de un armario, buscar entre las páginas de un libro, en las notas de una sinfonía o ponerse un anillo o una capa. Los teóricos de la mitología y el cuento maravilloso, formas esenciales y populares de la narrativa patrimonial, han escrito mucho sobre este paso entre el mundo ordinario y el extraordinario. Recordamos, por ejemplo, los tratamientos paralelos de Vladimir Propp y Joseph Campbell. Otros mitólogos y estudiosos han tratado repertorios de diversas formas sencillas de narración, tanto literaria como filosófica o religiosa, fábulas, ejemplos y muy a menudo parábolas o apólogos, con este esquema del viaje existencial, sapiencial o aventurero. Todo ello, se olvida a menudo, es también una clave para un aprendizaje extremadamente útil en la vida. Y es que la literatura y la filosofía nos ayudan a entender la existencia como una peripecia de eterno descubrimiento, un viaje redondo entre el nacimiento y la muerte –la historia de una ida y una vuelta, parafraseando a Tolkien–, que tiene su trascendencia indudable en el espejo de los otros, los que nos han precedido y los que vendrán.

Buscamos el otro lado, el más allá, en el paso a un mundo especial, un bosque encantado o una cueva sobrenatural que nos desvela el misterio del mundo. Así se ve en los mitos de diversas latitudes, las aventuras de Perseo, Hércules, Buda o Cúchulainn, en pos del paso al otro lado para alcanzar el conocimiento, el reino o la trascendencia. La filosofía sigue a veces un esquema similar. Los diálogos de Platón en cierto modo también describen una aventura filosófica en diversos escenarios, un paseo junto al Iliso, una peregrinación a una cueva sagrada, una invitación a una cena algo especial… La escenografía nos ayuda a situarnos en la vida cotidiana y urbana o rural. Luego se produce la ruptura con los mitos y alegorías en el interior, que nos guían por el mensaje filosófico del diálogo, como esa caverna en la que estamos encadenados, o el ascenso por la escalera mística. En el camino del mito filosófico, como en el del cuento maravilloso, hay auxiliares, objetos mágicos, un cruce del umbral y, sobre todo, un regreso con el elixir.

También la narrativa posterior, sobre todo la destinada a los más jóvenes –pienso en Barrie, Carroll, Frank Baum, C.S. Lewis, Tolkien, Hesse y otros muchos–, ha tratado con predilección el cruce del umbral que lleva al mundo extraordinario. A veces ese tránsito no está custodiado por criaturas terribles, como las sirenas o la esfinge, que preguntan la contraseña para desprendernos de nuestra vieja identidad, sino que, como en «Alicia en el País de las Maravillas», los auxiliares, mediadores y umbrales son un mero picaporte, un conejo blanco, unos pasteles o bebedizos de salón de té, que conducirán al jardín del más allá. Y es que tras lo cotidiano y aparentemente banal se encuentra la ruptura hacia la peripecia.

Lo fantástico, lo único y lo sobrenatural animan y dan sentido a nuestras vidas. Podemos buscar el misterio también en lo cotidiano: en los elementos más insospechados del día a día se esconden los portales hacia lo extraordinario. Viene esto a cuento también del regreso a nuestras vidas ordinarias tras recientes festividades navideñas. Se puede indagar en lo extraordinario –el mundo festivo es un paréntesis de lo cotidiano– al volver ahora a lo ordinario. Esto se hace a veces con desazón, tras las fiestas. Pero ¿por qué no seguir buscando en nuestro mundo de regreso a lo rutinario esos pasajes ocultos a lo extraordinario? En lo cotidiano están latentes la oportunidad, el riesgo y la aventura de escudriñar un poco en el otro lado.

La narrativa patrimonial, en la que se basan el mito y el cuento maravilloso, utilizada con preferencia por la filosofía y la religión, nos ayuda a soñar con esos mundos. Pero, atención, que no solo meras ensoñaciones o utopías escapistas ante los problemas del día a día. Muy a menudo aportan verdaderas soluciones prácticas para la busca de la felicidad. Así lo ha entendido siempre la humanidad, valorando como una de sus más altas realizaciones esa literatura patrimonial que nos hermana en una gran familia y nos explica, una y otra vez, la gran aventura, el gran misterio de nuestras vidas.

David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.

Fuente: https://www.larazon.es/opinion/mundo-ordinario-mundo-extraordinario_202401076599e368cf86730001cdd0a2.html

Montaigne: peregrino en búsqueda de sí mismo

Uno de los filósofos más relevantes del siglo XVI, Michel de Montaigne fue el fundador de un nuevo género literario: el ensayo. Para la escritura de los «Ensayos» hubo de recluirse en búsqueda de sí mismo. Una reclusión que, lejos de aislarlo, lo acercó al conocimiento y la libertad.

Por Alfredo Abad

Una expresión personal, única

Decidido a abandonar el siglo y enclaustrarse en su torre, en 1571, a la edad de 38 años Montaigne inicia un peregrinaje por un mundo en el que intentaba ser dueño de sí. Después de haberse dedicado durante varios años a su oficio como magistrado, alcalde de Burdeos y comisionado del rey, vende su magistratura —como era común en su época— y se dedica a una vida en la que, bien podría pensarse, abraza la renuncia y manifiesta un fracaso en lo que respecta a su labor oficial o profesional.

Esta decisión marca el camino hacia un proyecto decisivo en la historia de la literatura y el pensamiento de Occidente. Lo interesante es que la escritura de los Ensayos deriva justamente de allí, de una necesidad y vocación ajenas a cualquier tipo de ejercicio profesional.

Antes bien, Montaigne puede considerarse un aficionado, un amateur cuyas pautas se definen distantes a un vínculo académico, a un patrón técnico, agenciado dentro de normas o procedimientos estandarizados. Lo que hace implica una expresión personal, y como tal, única. Al recluirse en la torre de su castillo, intensifica su inmersión en sí mismo, en los recovecos de su intimidad. Así pues, alejarse del mundo involucra renunciar a las vicisitudes prácticas de un hombre útil, de un funcionario.

Este dar la espalda a las convulsiones cotidianas de la vida secular pública y política involucra la búsqueda de una soledad derivada de los ejercicios monacales que en el Renacimiento ya han dado paso a las actividades eruditas profanas. Montaigne es, en efecto, un hombre encerrado en su espacio con plena convicción de su vocación dentro de un mundo profano, y cuya más fuerte obsesión es el recorrido que pueda realizar sobre sí mismo.

Recorrer su intimidad se convierte en la cima de la libertad que se ejerce en la posibilidad brindada por el ocio. Esta actividad aristocrática no puede ser considerada como un aspecto menor dentro del derrotero por el cual se asimila el desenvolvimiento práctico enfocado en un ideal de libertad que en el autor es absolutamente imprescindible. Desligarse del mundo, escribir, meditar, autoevaluarse, son despliegues vitales a partir de una ética que proyecta el sentido de un hombre libre.

Montaigne puede considerarse un amateur cuyas pautas se definen distantes a un vínculo académico, a un patrón técnico, agenciado dentro de normas o procedimientos estandarizados

Explorador de la intimidad

Ajeno a las búsquedas filosóficas enmarcadas en la cientificidad, es decir, en el conocimiento del mundo externo, este aristócrata se siente obligado a describir y explicitar un espacio que a lo largo de la filosofía había sido poco explorado: la intimidad. Expresa entonces sus intereses, evidencia sus límites, enuncia sus preferencias, sus barreras, sus vicios. A través de este egotismo configura una de las obras más representativas de la literatura; su tema: él mismo.

Desplegado, seccionado y disuelto a partir de innumerables tramas subalternas, las cuales a su vez conforman una variada escenografía, Montaigne se da cuenta de la particularidad de su obra. Única y más que eso, creadora de un género, en ella expresa la poca disposición a hacer parte de la uniformidad estilística que cobija gran parte de la tradición literaria y filosófica.

Él mismo asume su libro como el único en su especie, presentándose como flujo dentro del vaivén permanente en el que el yo se diluye. Sin embargo, su libro tiene similitudes con otros. Pensar que, en efecto, los Ensayos sean un texto completamente original o absolutamente distinto, implicaría desconocer las relaciones e influencias que rigen y permean toda creación literaria.

En este caso, las diatribas griegas influyen en el género del discurso que, de cierta manera, acoge Montaigne. También las Moralia de Plutarco influenciaron en gran medida su obra, así como la Silva o miscelánea que acogía una variedad de temáticas y que fue conocida por el autor francés, lector de la obra del español Pedro Mexía. Además de estos, las cartas (Séneca), los soliloquios (Marco Aurelio) cumplen una influencia determinante en la escritura de Montaigne1.

Por supuesto, los Ensayos, si bien acogen todas estas particularidades escriturales, y también figuras retóricas como la paradoja y la digresión, van gestando ellos mismos una voz propia que se consolida en una singularidad estilística que va ganando terreno. En definitiva, esta se arraiga como experiencia decisiva en los lectores de estas tentativas o experimentaciones tanto en el ámbito estilístico como en su contenido.

Y es que, en efecto, la diferencia desarrollada en estos textos implica tanto el contenido como la forma. Ambos son indisolubles, se proyectan el uno al otro, constatan su entrelazamiento a través de direcciones plurales en las que las ideas y su expresión vagan con entera libertad.

Este aristócrata se siente obligado a describir y explicitar un espacio que a lo largo de la filosofía había sido poco explorado: la intimidad. A través de este egotismo configura una de las obras más representativas de la literatura; su tema: él mismo

Escritor polémico y problemático

Para alguien como él, promulgador del cambio, del devenir, del flujo, de la inestabilidad, de la variabilidad de todo, sus escritos corroboran esos movimientos en la medida de consignar la oscilación de temas, intensidades, humores, énfasis. Pocos textos logran suscitar tan fuerte correspondencia entre la forma y el contenido, aspecto clave dentro de la configuración interpretativa de una obra de enfoques plurales como de cualidades escriturales múltiples.

Sin duda, esta es una de las razones por las que el pensamiento del señor de Montaigne ha recibido críticas y rechazo desde la impronta fundamentalista de quienes conciben la filosofía como una reflexión sistemática y acabada. Así, el filósofo francés Nicolas Malebranche escribió una enérgica invectiva2 contra Montaigne contenida en su De la recherche de la vérité; más interesado por supuesto, en asuntos epistemológicos y morales, el teólogo no pudo ver en él más que liviandad, desfachatez y aturdimiento.

Montaigne no es apto para puritanos, por ello, a pesar de las detracciones, nos bastan unas pocas líneas de los Ensayos para advertir en ellos rasgos inagotables de una actividad filosófica que descarta suficiencias, revela contrariedades y enuncia proyecciones problemáticas.

Una de ellas la encontramos en los rasgos que el ser y el hacer ofrecen en la variedad de reflexiones que Montaigne expone como procedimientos íntimos que, de cualquier forma, han de poder ser conferidos a la condición humana en general. No es posible separar el ser de su proyección práctica (hacer), concibiendo así la unidad de pensamiento y acción. Lo que en Montaigne acaece es también lo que se despliega en el acontecer de cualquier persona.

Ser y hacer, analíticamente distinguibles, no lo son tanto en los acaecimientos que conforman el devenir humano. Marginar el ámbito práctico, y por ello ético, de la reflexión de este autor sería negar uno de sus principales focos. Filósofo sí, pero, al fin y al cabo, hombre.

En ese sentido, la impronta de su individualidad se universaliza en una célebre sentencia:

«Podemos (dice) unir toda la filosofía moral a una vida popular y privada como a una vida de más alta alcurnia; cada hombre encierra la forma entera de la condición humana».

Nos bastan unas pocas líneas de los Ensayos de Montaigne para advertir rasgos inagotables de una actividad filosófica que descarta suficiencias, revela contrariedades y enuncia proyecciones problemáticas

En estos cruces que ofrece el pensamiento de Montaigne no hay lugar para un ultimátum; todo depende, se concibe en perspectiva, se juzga en contexto. De esa forma, si desde su ser se aspira idealmente a una vida contemplativa que contrasta con la praxis, con los negocios, con las tribulaciones a las que se enfrenta en el hacer cotidiano, no es otra la relación conflictiva que puede envolver toda reflexión y acción humanas.

En el marco del ser y el hacer humanos se debe excluir una separación tajante como si fuesen esferas absolutas e irreductibles. Por el contrario, la vida reclama su paralelismo, el cruce de vertientes a las que está sujeta la existencia y, sobre todo, la necesidad de complementarse.

«Nuestra principal capacidad —indica Montaigne— es saber adaptarnos a distintas costumbres. Es ser, mas no vivir, el permanecer atado y obligado por necesidad a una sola manera. Las almas más hermosas son aquellas que tienen más variedad y flexibilidad». Montaigne, retirado en su biblioteca, da más importancia a la vida que al ser3.

Sabe que el ser humano transcurre su existencia entre vicisitudes prácticas, embrollos recurrentes, entre matices que moldean las maneras como va constituyéndose, con belleza o sin ella, la vida de cada quien. En ese sentido, en el vivir, no en el ser, precisa Montaigne su sentido.

Por ello también no dejó atrás sus afanes prácticos y domésticos, ni siquiera los intereses políticos circundantes le fueron enteramente ajenos en su madurez. A pesar de la molestia que le generaban, no se marginó de la vida secular. Montaigne, hombre del renacimiento, espíritu libre, no tendría afinidad con las exigencias de las órdenes regulares.

Ese mismo espíritu que germinaría teóricamente unos siglos después en el pensamiento enciclopédico francés o en las pautas éticas de Nietzsche, ya se ha puesto en práctica y se ha configurado en la constitución vital, estilística e intelectual de Montaigne, aunque de una manera quizás más auténtica.

«Nuestra principal capacidad —indica Montaigne— es saber adaptarnos a distintas costumbres. Es ser, mas no vivir, el permanecer atado y obligado por necesidad a una sola manera. Las almas más hermosas son aquellas que tienen más variedad y flexibilidad»

Una filosofía para una vida contradictoria

En tanto Honnête homme, modelo ético del renacimiento que recoge y al mismo tiempo reconfigura la kalokagathía griega, Montaigne intenta conciliar (a veces sin éxito claro), en una armonía siempre en riesgo, las contradicciones, los desatinos, los puntos divergentes a los que la generalidad y la individualidad, el arrebato y el sosiego, el equilibrio y el desafuero, van constituyendo en el flujo de su existencia.

Se trata de un ideal de vida ajeno al resentimiento, una ruta de construcción por medio de la cual se espera un goce de la vida, no a través de un simple y burdo hedonismo burgués, sino de una presencia espiritual aristocrática en la que se constituyan reglas y conductas ejercidas bajo el balance de la norma que se auto-constituye y el ímpetu del cuerpo que se manifiesta constantemente.

Montaigne se sabe contradictorio y, por ello, alejado de los delirios sectarios. Considera la vida como un movimiento desigual, irregular y multiforme que involucra por ello también una complejidad y una problematicidad que, no obstante, han de ser valoradas desde una óptica ajena al pesimismo.

Una sabiduría práctica en el marco de una libertad asumida desde sus dificultades y restricciones, una Gaya ciencia que, en el sentido atribuido por Nietzsche, instaura la búsqueda de sentidos en medio de las incongruencias y deméritos de la vida. Esa búsqueda en Montaigne da frutos.

La atmósfera de los Ensayos no atosiga el espíritu. Por el contrario, lo libera, lo exime de la pesadez, de los manifiestos reactivos, de las exacerbaciones fanáticas, de las servidumbres políticas, religiosas, morales… Que esa atmósfera irrite aún a los siniestros inquisidores de toda estirpe, es sin duda augurio de su buena salud, de su tono jovial, de su sonrisa ecuánime y, sobre todo, inteligente.

Montaigne se sabe contradictorio. Considera la vida como un movimiento desigual, irregular y multiforme que involucra una complejidad y una problematicidad que han de ser valoradas desde una óptica ajena al pesimismo

Referencias

1 Al respecto, puede consultarse el capítulo «La estética de Montaigne» del libro Montaigne de Peter Burke, Alianza Editorial, Madrid, 1985.

2 La diatriba de Malebranche fue traducida por Francia Elena Goenaga y Efrén Giraldo y publicada en la Revista Co-herencia Vol. 20, n.º 38, enero – junio de 2023.

3 Ser, en este caso, entendido como el mero hecho de existir sin libertad. La existencia estrictamente ontológica y no práctica.

Sobre el autor

Alfredo Abad es doctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia), traductor y editor. Profesor titular de la Escuela de Filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira (Colombia) y director del grupo de investigación de Filosofía y escepticismo, ha publicado los libros Dispersiones y fugacidad. Al margen del substancialismo (2022), Cioran en perspectivas (2009), Pensar lo implícito en torno a Gómez Dávila (2008) y Filosofía y literatura. Encrucijadas actuales (2007).

Fuente: https://filco.es/montaigne-busqueda-de-si/

Lo que usted tendría que haber entendido en 2023

Alberto Olmos

Lo que usted tendría que haber entendido en 2023 es simple: esto va a acabar mal. No hablamos de grandes problemas en la portada del periódico, sino de una cosa muy pequeña y atmosférica: la razón. Si algo se tambalea en nuestro tiempo, si algo se apedrea y se deslegitima día a día, es el imperio ilustrado de la razón. Esto no tendría que preocuparle si usted fuera un perro pekinés o un hámster. En el caso de que usted no sea una mascota, debería preocuparle mucho.

Algunos fuimos educados -lo sabríamos luego- en el marco deslumbrante de la Ilustración. Las tres divisas básicas de este movimiento intelectual han regido la civilización occidental desde hace siglos. Son, en efecto, la libertad, la igualdad y la fraternidad. De ellas derivan pulsiones civilizatorias como el progreso, la tolerancia o el rigor científico. Gracias a estas tres cosas, no nos comemos los unos a los otros, no creemos en el infierno y aún le damos algún crédito a los comunicados de la AEMET.

Desde hace años, sin embargo, lo irrazonable se va imponiendo en todos los ámbitos. Haría falta un ensayo descomunal para abarcar la multiplicación delirante en nuestro tiempo de sinsentidos y disparates que ya le hablan de tú a tú a las reflexiones pausadas y enjundiosas, y que en muchas ocasiones incluso las exterminan. Esto nos regala el impagable espectáculo de ver a personas que sólo están un escalón por encima del analfabetismo humillar a los más cultos y formados de entre nosotros.

El delirio intelectual en el que creo que nos encontramos (aprecien que, como persona ilustrada, aún soy capaz de dejar abierta la posibilidad de estar completamente equivocado); el delirio tocante, digo, quizá guarde relación con un puñado de ideas estrambóticas que han acabado recuperándose con el paso de los años. Son concepciones caprichosas de la realidad que sólo pueden impulsarse desde una situación material de privilegio.

Así, las teorías deconstructivistas de Jacques Derrida estarían detrás del socavamiento cultural; la convalidación de Michel Foucault de la locura daría alas a la homologación de todo sinsentido de índole social; la teoría de género de Judith Butler alimentaría el desmantelamiento de las relaciones usuales entre hombres y mujeres. Todo abaratado y romantizado por las universidades, y reducido hoy a enunciados simples y taxativos. Ninguno de sus emisarios los ha leído nunca, es como un rumor estimulante al que han decidido incorporarse.

Lo que hay que entender de inmediato es que estas emociones fuertes pseudo-psicotrópicas sólo son posibles con la férrea práctica de una total indiferencia hacia el conjunto de la población que vive apremios materiales. Destruir el mundo conocido es la labor exclusiva de aquellos que van a seguir siendo prósperos cuando nada quede en pie.

Todo lo que era sólido se vuelve primero relativo, y después, indeseable. Algunos ejemplos escalofriantes los encontramos en la Constitución, la familia, la igualdad o la libertad de expresión. Oímos constantemente a artistas que trabajaban ya en los años 90 hacer comparaciones nada favorables para nuestros días sobre la inconsciencia con la que estaban acostumbrados a abordar sus creaciones: podían hacer cualquier cosa. Hoy no. Si le preguntáramos a cualquier ciudadano menor de treinta años sobre los valores que asocia al PSOE, ninguno se acordaría de la igualdad. Las afirmaciones contrarias a los niños (casi puericidas) se difunden hoy alegre, casi jocosamente. La Ley Fundamental puede ser traicionada y descompuesta sin mayores miramientos.

Pronto se pondrá en duda el pilar democrático «un hombre, un voto». Me extraña mucho que no haya empezado una campaña en esta dirección

Estos grandes desaguisados generan a su vez una pacotilla de polémicas, barrabasadas y excentricidades que pasan sin embargo como opciones perfectamente válidas en el debate público. Se niega que una forma de adelgazar sea comer bien y hacer ejercicio. Se normaliza el consumo de drogas y barbitúricos, y la dependencia de terapeutas o psicólogos. Las mascotas son tan sagradas como lo fue la infancia. Las mujeres pasan a ser “personas con vagina” o “personas gestantes”. La mejor película de todos los tiempos es un filme del montón. Un barrio pobre y antiestético como Carabanchel ocupa la tercera posición entre los barrios “más cool” del planeta; y la primera posición la ocupa un barrio más pobre y antiestético todavía. Se puede ser antifascista y antisemita al mismo tiempo (se debe, de hecho). La auténtica izquierda es mucho más auténtica si no ha vivido nunca en un barrio obrero. Se puede ser feminista y tener un oscuro historial con las mujeres. Los hombres que no han hecho daño a ninguna mujer son calificados de misóginos. El fútbol es el opio del pueblo, pero la mitad del pueblo (las mujeres) también debe sumergirse en ese opio. En el país manda quien menos votos ha obtenido. La democracia sana es la que no permite que gobierne una alternativa. Bildu acabó con ETA.

Diría que el denominador común de todas estas paradojas (muchas de las cuales resonaron a lo largo del año 2023 que despedimos) se sitúa a medio camino entre la frivolidad y el interés. Las inicia en muchas ocasiones la frivolidad (no tener nada que perder, ya decimos) y las sostiene el interés (económico).

Mi predicción es que pronto se pondrá en duda el pilar democrático “un hombre, un voto” (“una persona, un voto”, si quieren). Me extraña mucho, de hecho, que no haya empezado ya una campaña en esta dirección, basada en ese axioma motor de esta visión/versión del mundo, que dice: todo lo que es indiscutible está equivocado. Si “un hombre, un voto” es indiscutible, debe estar equivocado.

Volviendo una vez más a George Orwell, lo que vemos es una alteración casi automática de valores: lo bueno es malo, lo malo es bueno (política), la calidad es basura, la basura es calidad (cultura), los culpables son inocentes, los inocentes son culpables (sociedad)

Si les digo la verdad, a mí todo esto me daría igual si no tuviera hijos. A lo mejor me parecería hasta divertido, en el suelo más hondo de mi cinismo. Pero, como tengo hijos, la destrucción de toda certeza, toda luz, toda diferencia me angustia. Nos encaminamos hacia un futuro de arbitrariedad moral y totalitarismo sonriente.

Por ello, mi determinación es dar la batalla por la razón hasta el final.

Fuente: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2023-12-27/que-haber-entendido-2023-razon_3801172/

Flora Tristán

Flora Tristán: la filósofa que viaja hacia la revolución

La adversidad fue una constante en su vida. La filósofa francoperuana vivió una época de convulsión social, agotamiento del poder colonial del Estado francés y emergencia del capitalismo. Se enfrentó a la subordinación de la mujer y de los trabajadores, poniendo las bases de lo que posteriormente fueron el feminismo socialista y el socialismo utópico.

La violencia patriarcal, la persecución política, la pobreza y la miseria acosaron la vida de Flora Tristán (1803-1844). Desheredada por su familia, perseguida por su marido y sometida al doble yugo del patriarcado y el capitalismo, Tristán convirtió el dolor de su vida en impulso para transformar el mundo. Un impulso que plasmó en sus libros y su actividad política y que serviría de inspiración para el pensamiento posterior.

La opresión de la mujer, la emancipación de la clase obrera y el internacionalismo proletario fueron algunos de los temas clave que abordó en su obra. Planteó, antes de la publicación de El manifiesto comunista de Marx y Engels, la necesidad de la unión entre los trabajadores contra el capitalismo, y dedicó los últimos años de su vida a organizar a la clase trabajadora francesa.

Una juventud atravesada por el padecimiento y la pobreza

La vida de Flora Tristán fue corta pero intensa. Nacida en París, Tristán era hija de un criollo peruano llamado Mariano Tristán y Moscoso y de una mujer francesa, de nombre Anne-Pierre Laisnay, que provenía de una familia burguesa exiliada en España tras la Revolución francesa de 1789. Los primeros años de su vida fueron de prosperidad económica gracias a la fortuna de su padre. Mariano Tristán y Moscoso era un noble peruano, coronel del Reino de España y representante en París de la Corona española. Por este motivo, por la casa de Tristán pasaban figuras políticas del más alto rango. El matrimonio de sus padres era religioso, pero no tenía validez legal. Por ese motivo, la familia fue desheredada cuando muere el padre de Flora Tristán en 1808. A ojos de la ley, la joven era considerada como hija natural no legítima. Una lacra que la acompañó toda su vida y que esto, su condición social, fue el motivo por el cual, cuando se enamoró de un chico, sus padres no la aceptaron.. En el momento de morir su padre, la prosperidad se convierte en padecimientos económicos y la familia pasa a depender del hermano de su madre. La familia se traslada a un barrio obrero de París donde conoce la miseria de primera mano. Esta primera experiencia con la pobreza marcará de por vida la sensibilidad de la joven.

El matrimonio de los padres de Flora Tristán no tenía validez legal, motivo por el cual fue desheredada cuando muere su padre. La familia se traslada a un barrio obrero de París donde conoce la miseria de primera mano

La herencia familiar pasa a manos del hermano de Mariano Tristán: Juan Pío Tristán y Moscoso. El tío de la niña era un militar peruano perteneciente a la oligarquía gobernante en la región que llegó a ser virrey de Perú, siendo el último representante de España en la colonia. Con 17 años, Flora Tristán comienza a trabajar como obrera en un taller de litografía dirigido por un hombre llamado André Chazal. Este hombre la perseguirá en todos los sentidos durante el resto de su vida. En 1821, antes de cumplir 18 años, es obligada por su madre a contraer matrimonio con Chazal. Con el matrimonio, su madre pretendía que la familia saliera de las condiciones de miseria. Sin embargo, para la joven, el matrimonio es percibido como una condena. En su libro de 1838 Reflexiones de una paria, se refiere así a este episodio:

«Mi madre me obligó a casarme con un hombre al que yo no podía ni amar ni apreciar. A esa unión debo todos mis males; pero como después mi madre no dejó de manifestarme su más vivo pesar, la perdoné».

El matrimonio estuvo marcado por la violencia por parte de Chazal. Durante los primeros años de matrimonio, comenzaron las agresiones por parte de su marido, que la maltrataba física y emocionalmente.

Antes de cumplir los 19 años, nació su primer hijo, Alexandre. Su embarazo transcurrió, según narró más tarde, en una profunda depresión que solo podía combatir a través de la lectura. En ella encontró una cierta liberación y un lugar de refugio frente a la violencia sufrida. Hasta 1825 tiene dos hijos más: Ernesto y Alina. Durante su tercer embarazo «solo desea una cosa: escapar del hombre que tiene poder absoluto sobre ella», según cuenta su biógrafa Evelyne Bloch-Dano1. Flora Tristán decide huir con sus hijos y separarse así de su marido, el cual le obliga incluso a prostituirse. En este momento, la joven tiene 22 años. Desde el año 1826, Flora Tristán consigue trabajo como «señorita de compañía» y en el servicio doméstico. Durante este periodo, sus hijos quedan al cargo de su abuela. Pocos años más tarde, la joven recibirá un duro golpe con la muerte de su hijo mayor, Alexandre, que tenía solo 8 años. El marido de Flora Tristán vuelve a su vida en 1832. Comienza un pleito judicial por la custodia de sus hijos y logra hacerse con la de su hijo varón, Ernest, mientras Aline se queda con su madre, llegando a acompañarla en alguno de sus viajes. Pese a que el pleito pone punto y final a la relación entre ambos, Tristán decide alejarse de él, marcharse de París y comenzar una vida errante como «paria», condición que reclama para sí el resto de su vida. Comienza así un momento para ella como mujer que viaja sola por el mundo. Tal y como señala la historiadora Josefina Martínez en Revolucionarias, un libro que recopila la vida y obra de autoras como Louise Michel, Eleanor Marx, Clara Zetkin, Angela Davis o la propia Tristán, «una fuerte pulsión por la libertad la llevó a atravesar océanos, cruzar los Andes, compartir tertulias con socialistas utópicos y dedicar los últimos años de su vida a la organización de la clase trabajadora en Francia».

Tras un pleito que pone punto y final a la relación entre Flora Tristán y André Chazal, ella decide marcharse de París y comenzar una vida errante como «paria», condición que reclama para sí el resto de su vida

Los primeros viajes de Flora Tristán

En 1833, Flora Tristán se embarca rumbo a Perú, en un navío en el que va rodeada de hombres. La joven en este viaje va en búsqueda de su identidad, como escribe Martínez: «Flora espera encontrar en su familia americana —que forma parte de la oligarquía peruana— el reconocimiento y el dinero que no tiene en París».

Se trataba de un trayecto de cinco meses de viaje a través del Atlántico en el que la escritora trata de reclamar un dinero con el que se acabarían sus padecimientos económicos. La estancia en Perú, que duró veinte meses, serviría de inspiración para el libro Peregrinaciones de una paria, publicado en 1838.

Aunque nunca antes había pisado territorio peruano, el viaje era para la joven escritora una especie de regreso al hogar. Escribe más tarde: «Nací en Francia, pero soy del país de mi padre». Por este motivo, ha sido considerada una de las primeras escritoras latinoamericanas y peruanas en particular que ofrece una mirada crítica de la sociedad europea, que hasta entonces se consideraba un contexto de libertad y prosperidad.Su paso por Perú le permite conocer otro tipo de pobreza, que la conmocionará. El país acaba de salir del yugo del colonialismo español, pero continúa con un régimen que somete a la esclavitud a una parte de la población. Con su tío, vivió entre la oligarquía reaccionaria que gobernaba el país: los criollos blancos de origen español que mantenían sometida a la población indígena, negra o mestiza, la cual constituía más de la mitad de la población. Le impacta particularmente la situación de las mujeres esclavas que, por ejemplo, se ven obligadas a dejar morir a sus hijos retirándoles la leche materna.En la ciudad de Arequipa comenzó un proceso para reclamar su herencia paterna. Este proceso, tal y como escribirá más tarde, fue muy duro para ella y la llevó a otro periodo depresivo en el que llegó a plantearse la posibilidad de suicidarse. Finalmente, logra que su tío le conceda una pensión mensual, aunque no su herencia completa. En este periodo, Flora Tristán comienza su labor periodística, registrando todo lo que ve en el viaje y volviendo a Europa como reportera. Reportera porque documenta el mundo desde fuera, desde su condición de «paria». Flora Tristán ha pasado ya mucho tiempo en los márgenes como para saber que ni la ley ni los hombres van a permitirle integrarse exitosamente en la sociedad. Escribe que la mujer separada «no es, en esta sociedad que se vanagloria de su civilización, sino una desgraciada paria a la que se cree hacer un favor cuando no se la insulta».

En Perú comienza un proceso muy duro para reclamar su herencia paterna, que la lleva a otro periodo depresivo en el que llega a plantearse la posibilidad de suicidarse. Finalmente, logra que su tío le conceda una pensión mensual, aunque no su herencia completa

Regreso a Europa

En 1835, Tristán regresa a Francia, más adulta y con convencimiento político. Comienza a escribir sobre las leyes represivas, la situación de las mujeres y el socialismo. Lleva años carteándose con intelectuales como Fourier, el socialista utópico. Es muy crítica con las leyes y códigos de su tiempo, que imponían a las mujeres casadas el estatuto de menores de edad, sometiéndolas a la autoridad de sus maridos. El adulterio es perseguido y la violación en el lecho conyugal, obligada, tal y como señalan Ana de Miguel y Rosalía Romero en el estudio introductorio de su antología, Flora Tristán: feminismo y socialismo. En 1838 publica Peregrinaciones de una paria. En este libro empieza a desarrollar su visión feminista y realiza una crítica a la oligarquía criolla peruana y sus tradiciones, motivo por el cual se produjeron quemas de su libro en las ciudades de Lima y Arequipa. También por ello, su tío le retiró la renta que había negociado con ella. Durante estos años, vuelve a hacer frente a la persecución de André Chazal. El hombre trata de violar a su hija Aline y de asesinar a Flora Tristán en 1838, disparándola en plena calle tras meses de planificar el crimen espiando a la joven desde un bar en frente de su casa. En el juicio se citaron pasajes de su libro Peregrinaciones de una paria para tratar de acusarla de inmoralidad. Finalmente, consiguió la separación legal de su marido y el intento de asesinato la hace cobrar cierta notoriedad en prensa, dando más visibilidad a sus escritos. Chazal termina siendo condenado a trabajos forzosos. Flora Tristán escribe en este momento: «Por fin soy libre».

En 1838 publica Peregrinaciones de una paria. En este libro empieza a desarrollar su visión feminista y realiza una crítica a la oligarquía criolla peruana y sus tradiciones, motivo por el cual se produjeron quemas de su libro en las ciudades de Lima y Arequipa

Su visión del capitalismo y el anticipo de la revolución

Como «reportera de la miseria» abogó por la abolición de la esclavitud y el trabajo infrahumano que realizaban sobre todo mujeres y niños en las fábricas. Opinaba que esta explotación podía llegar a ser peor que la esclavitud. Ya en su juventud había conocido la extrema pobreza y el drama humano que se vivía en París. Como cuentan Romero y de Miguel, hasta 1820 el índice de mortalidad infantil era de más del 30%. Muchas de las muertes se producían en el trabajo, al que los niños eran sometidos desde pequeños. En 1939, Flora Tristán viaja a Londres, viaje que inspiraría su libro de 1840, Paseos por Londres. Antes de este viaje, la escritora había viajado varias veces entre 1826 y 1831 en su tiempo de dama de compañía de una familia inglesa y al regreso de su viaje a Perú en 1834. En Inglaterra, le impacta la situación social y la desigualdad entre la vida de las élites económicas y la miseria de la clase trabajadora. Este viaje termina de afianzar su compromiso político y su visión transformadora de la realidad, que también plasmó en su libro La unión obrera, publicado en 1843. Desde su vuelta de Inglaterra, en 1939, se dedicaría casi en exclusiva a la organización del proletariado francés.

Como «reportera de la miseria» abogó por la abolición de la esclavitud y el trabajo infrahumano que realizaban sobre todo mujeres y niños en las fábricas. Opinaba que esta explotación podía llegar a ser peor que la esclavitud

En La unión obrera, Flora Tristán ya no solo documenta la miseria como una periodista, sino que hace una propuesta política. En este libro, aboga por la solidaridad entre los trabajadores y su unión en la lucha contra el sistema que los oprime. Señala, además, que la emancipación de la clase trabajadora va necesariamente de la mano de la emancipación de la mujer. Acuña la famosa consigna «Proletarios del mundo, uníos», que recogerán Marx y Engels en El manifiesto comunista y que resume el espíritu internacionalista del pensamiento comunista. Además, en el libro de La sagrada familia de estos dos autores se la defenderá explícitamente como feminista comunista.Tras la publicación de esta obra, comienza una gira por Francia para dar a conocer su pensamiento y se imprimen decenas de miles de copias de su libro. Recorre más de veinte ciudades, participa en todo tipo de actos y entra en contacto con los trabajadores. A partir de septiembre de 1844 se ve obligada a guardar cama, víctima del cansancio. Es diagnosticada de tifus y el 14 de noviembre de 1844, con 41 años, muere rodeada de amigas y admiradores. Los trabajadores con los que discutió los meses previos le construyeron un monumento. Pese a no vivir los grandes eventos de la lucha de clases del siglo, como la revolución de 1848 o la Comuna de París, su pensamiento fue un verdadero viaje hacia la revolución, y anticipó el pensamiento emancipatorio posterior. Desde su muerte, son cientos las agrupaciones, locales e instituciones socialistas de todo tipo y por todo el mundo que llevan su nombre y recuerdan su legado. En las notas que escribió en mitad de su gira por Francia se puede leer algo que es casi una premonición:

«¡Oh! Qué desdichado es el que nace, vive y muere en la misma situación y posición. Desde esta perspectiva yo soy muy privilegiada. ¡Qué vida fue jamás tan variada como la mía! Además, en estos 40 años, ¡cuántos siglos he vivido!».

Doscientos años más tarde, Flora Tristán sigue viviendo en el corazón de cada socialista.

En las notas de Flora Tristán se puede leer: «¡Oh! Qué desdichado es el que nace, vive y muere en la misma situación y posición. Desde esta perspectiva yo soy muy privilegiada. ¡Qué vida fue jamás tan variada como la mía! Además, en estos 40 años, ¡cuántos siglos he vivido!»

Su legado como feminista

Sin duda, su pensamiento como precursora del feminismo moderno es lo que más populariza a Flora Tristán. La filósofa se conmovía con la realidad que veía y era capaz de empatizar con los más pobres entre los pobres. Hizo mucho hincapié en la denuncia de la pobreza, la desigualdad, la violencia en los prostíbulos, la situación en las prisiones y la subordinación de las mujeres. La revolución democrática de 1789 había sido un hito en la consecución de derechos, pero era insuficiente. No solo le había abierto la puerta a un régimen de explotación que continuaba subordinando a grandes mayorías sociales a la subalternidad y la miseria, sino que incluso dentro de las clases menos precarias, la mujer era consideraba una ciudadana de segunda.Las continuas agresiones a las que la sometía su marido eran amparadas por una legalidad que Tristán no dejó de criticar. El Código napoleónico de 1804 establecía para las mujeres un régimen de absoluta subordinación según el cual las mujeres casadas no podían firmar documentos, su palabra no era legalmente consideraba, perdían su apellido y debían obediencia a sus maridos.Las mujeres no podían defenderse en los tribunales sin la firma de su cónyuge y, a partir de 1810, el adulterio fue considerado como un delito con el que se perseguía especialmente a la mujer, que le debía un «deber conyugal» al marido en forma de obediencia. El divorcio había sido prohibido en 1816 y las violaciones dentro del seno de un matrimonio eran permitidas, siendo imposible escapar a la violencia del marido.

La revolución de 1789 era insuficiente. Le había abierto la puerta a un régimen de explotación que continuaba subordinando a grandes mayorías a la subalternidad y la miseria y dentro de las clases menos precarias, la mujer era consideraba una ciudadana de segunda

Flora Tristán habló, como lo hicieron los ilustrados, del papel de la educación en la configuración de los ciudadanos. Para ella, si las mujeres pudieran acceder a la educación, se acabaría una parte importante de su subyugación (y aquí ataca directamente a Rousseau, para el cual las mujeres debían ser educadas solo como madres y personas sumisas). Pero al mismo tiempo, advierte que es esencial atacar al orden capitalista para que las mujeres se emancipen. Por esto, es una filósofa de transición entre el feminismo ilustrado y el feminismo de clase. En La unión obrera habló sobre «los últimos esclavos que todavía quedan en la sociedad francesa», las mujeres. Las «proletarias de los proletarios» que deben emanciparse para que los valores de la revolución estén cumplidos. Referencias1 Cita extraída de Martínez, J., (2018). Revolucionarias. Lengua de Trapo. Un extracto está disponible en la revista CTXT.

Fuente: https://filco.es/flora-tristan-viaje-a-la-revolucion/

EL PACIENTE, SU PUNTO DE VISTA, Y EL HECHO PERNICIOSO DE LA RELIGIÓN EN LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA DENTRO DEL SECTOR SANITARIO

Francisco García Carbonell

Desde antes que existiera la filosofía ya existía la religión, luego esta supo como filtrarse en la semilla de aquella primera cuando fue echada a la tierra. Así, pues, esta brotó contaminada con las grandes preguntas religiosas que inquietaban el alma del pobre ser humano.[1]Y así, que es en el campo de la reflexión ético-filosófica, sin lugar a dudas, que quedó enraizado este parasito de tal forma que hasta en la actualidad vivimos todavía, querámoslo o no, confundidos con las grandes cuestiones que suscita la misma.

Esa cosmovisión religiosa de antaño no deja de pervivir aún en nosotros a través de las secuelas que nos ha legado. Aunque ya no lo cope todo, aunque nos hayamos desprendido de su autoridad moral, aunque hayamos cerrado los oídos a sus sermones, aunque aceptemos, en definitiva, que esta no puede acaparar todos los aspectos de nuestra vida. Aún a pesar de todo eso, la persona todavía se encuentra limitada ysin poder transitar por ese puente que nos haga cruzar el río de la vida[2]. Vemos, en este estado de cosas como, con gran sagacidad, aún nos mantienen atados con esas prácticas y lenguaje del medievo clerical con un mundo, el religioso, que pervierte no solo nuestros pasos sino también decide el bien del ser humano.

Así, y tal como señalan los investigadores Fernando-Miguel Gamboa y Juan Manuel Poyatos, los religiosos de antaño que copaban todo el campo de la asistencia social y el cuidado al enfermo, han dejado la ponzoña de la beneficencia y la caridad en el espíritu paternalista del sanitario de hoy en día.En el campo de la salud, que es hacia donde quiero derivar la problemática de mis reflexiones, el principio de objeción de conciencia está a la orden del día. El personal sanitario se acoge a la objeción de conciencia cuando una situación clínica atenta contra lo que considera unos principios éticos o que vulnera sus creencias religiosas. Entonces hablamos, en este caso, de un derecho subjetivo (que es propio de este). El problema aquí, pues,  no es la objeción de conciencia en sí sino la desprotección que puede suscitar esta dentro del ámbito público frente a los derechos del  paciente y frente a ese futuro que quiere construir.

            Esta, la objeción de conciencia, adquiere una base normativa tanto en nuestra propia Constitución, precisamente en el artículo 18 donde se garantiza la libertad de conciencia: “Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni obligado a revelar o actuar contra su conciencia”, como en la Carta de Derechos fundamentales de la Unión Europea. En el propio ámbito sanitario, que es lo que nos interesa, la misma ha creado arduos debates “tanto en el aspecto jurídico como en el aspecto ético”. Son muchos los profesionales y asociaciones sanitarias las que han entrado en pleno a un intenso debate con resultados muy variopintos. En este caso el Comité de Bioética sigue un criterio básico en donde intenta aclarar esa motivación de una persona a no realizar ciertos actos (“que pueden ser jurídicamente exigibles, y que pueden llegar a lesionar, en caso de una imposición sancionadora, las creencias de ese individuo”). En este caso jugamos a excavar en un terreno jurídico para buscar alternativas viables tanto a esa persona como a la sociedad.De este modo, nos dicen los autores respecto a la delgada línea entre la moral y lo jurídico:

La moral apela a la conciencia personal en sus manifestaciones íntimas, mientras que el derecho es heterónomo. El ordenamiento jurídico prescribe normas para todos e impone un mínimo ético. La persona que objeta no pretende cambiar la norma, sino solo que se le exima de su cumplimiento por razones de conciencia. La objeción de conciencia no supone una postura de resistencia frente al Estado y no promueve ninguna oposición social ni política a una determinada norma.

Por consiguiente, y siguiendo con ambos investigadores, nos encontramos con un dato a tener en cuenta para llegar a captar todo el proceso del estudio que pretendo hacer y es, que con el tema de la objeción se produce, tal como dicen los mismos, “un conflicto entre dos esferas positivas: el derecho a la libertad de conciencia de un profesional  y el derecho del usuario a recibir una prestación[3], con lo cual, aquí entramos en el campo de la acción políticos y las necesidades sociales (las necesidades de esas personas a poder optar a acceder por derecho a una prestación sanitaria) frente a esa objeción de conciencia.

Pongamos el ejemplo de la eutanasia, esta presenta un gran dilema ético sobre la intervención médica en una buena muerte. Son varios los factores que se pueden intervenir en la limitación de la vida que cuenta con la voluntad del enfermo e, incluso, de los propios familiares. Así, nos encontramos que un sector la considera muerte digna mientras que otro la ven moralmente inaceptable.

Si recogemos los estudios realizados por el investigador Rómulo Rodríguez Casas, este ve que en esa relación entre la integridad del paciente con el médico, se da la base moral sobre la que actuar y que se acerca más a la posición de autodeterminación que defiende los bloques que piden despenalizar la práctica de la misma (aunque, a diferencia de estos, da un cierto matiz), de este modo:“los principios de intimidad, autonomía y respeto a la integridad de la persona, son necesarios pero no totalmente suficientes para preservar la integridad de la persona enferma en la transición médica[4]

Por otro lado, en nuestro país el caballo de batalla respecto a la objeción de conciencia, y me remito a las fuentes consultadas, es importante resaltar el fuerte empuje religioso, sobre todo desde el sector católico (el cual se refiere a la eutanasia como suicidio asistido),  a la hora de explicar el motivo para acogerse a la objeción de conciencia la Conferencia Episcopal Española alega que no hay enfermos incuidables y que la muerte no ha de ser causada, pero tampoco absurdamente retrasada. Esta hace una nota de aprobación en el Congreso de los Diputados de la última ley de la eutanasia con el título, “La vida es un don, la eutanasia un fracaso”, se da por tanto una resistencia a la ley.

En referencia al aborto, por poner otro ejemplo, se dan dos posturas bastante contrapuestas, por un lado, se sitúan los movimientos que son partidarios del aborto libre (de modo independiente al criterio médico), exponiendo para ello, sobre todo en sectores feministas y más de índole social, que la mujer “tiene derecho a decidir sobre su maternidad y su cuerpo”.[5]

            Rosana Triviño expone sobre esto, que se da un silencio cómplice (habla también sobre una desinformación) “que generan injusticias epistémicas”. Las mujeres, prosigue la investigadora, no pueden abortar en muchas ocasiones debido al papel que juega la objeción de conciencia (algo, como he podido contrastar en mis estudios, que está muy escindidos en mayor o menor medida dependiendo de factores religiosos). La misma autora pone ejemplos sobre esa desinformación y en donde numerosas mujeres han visto peligrar su propia salud por esta oscuridad informativa. Todo el sector médico, siguiendo con la lectura, acapara tanto la información como “el acceso al aborto”, dejando excluida, con todas las consecuencias jurídicas y éticas, a las mujeres.[6]

Aquí, en España, podemos poner el ejemplo de dos regiones: La Rioja y Cataluña. En la primera, según fuentes consultadas, se da un índice de médicos que se oponen a realizar abortos bastante considerable, se habla de un porcentaje que puede rondar más del noventa por ciento, de igual forma en dicha región las clínicas abortistas son casi inexistentes. En el otro polo se sitúa Cataluña, en la cual los datos casi se invierten. Es de notar que tras consultar datos estadísticos, la primera región se encuentra como la primera en número de católicos mientras que en la segunda ese dato también queda invertido.

El factor religioso, pues, todavía en nuestro país, cumple un papel primordial a la hora de tomar partido por la objeción de conciencia, incluso eclipsa el ideológico. Sobre este caso existe un interesante estudio de la investigadora Marta Lamas, en donde la misma expone que una de las mayores dificultades a las que se exponen las mujeres a la hora de abortar se encuentra en las proclamas de la Iglesia católica (también entra dentro la prohibición de los anticonceptivos).[7]. La propia Conferencia Episcopal Española, en un documento sacado con motivo de la resolución del tribunal constitucional del 2023 sobre el aborto, dice en su punto sexto:

Invitamos a los profesionales sanitarios a ejercer su derecho a la objeción de conciencia y de ciencia, ya que las leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ella mediante la objeción de conciencia”[8]

Como expone en varios estudios Rosana Triviño, es cierto que la objeción de conciencia atenta contra los intereses legítimos de muchos pacientes y que, hasta ahora, se había ido discriminando a una de las partes en tal ejercicio, los pacientes. [9]. Respecto al aborto, y siguiendo con dicha autora, se da “una vulneración de los derechos sexuales y reproductivos” acogiéndose a valores morales subyacentes.[10] Y, por no extenderme más, se puede llegar a hacer un abuso de dicho ejercicio de objeción que ha menoscabado el acceso y la prestación asistencial[11].

Todo antes circulaba alrededor de la caridad e, igual, la beneficencia cristiana. El paternalismo derivado de esa concepción religiosa ha tenido consecuencias hasta el día de hoy. Ha sido a través de una toma de conciencia sobre los derechos de los consumidores, unido a ciertos movimientos sociales, los que han transformado tanto el sistema sanitario (a través de la educación), como que se cuestione la mala praxis profesional.[12]

A medida que nos vamos desligando de las secuelas de la religión (caridad y beneficencia dentro de un tipo de marco moral), manifestadas a través del paternalismo médico, los derechos de esos pacientes, en cuanto a que se tome en cuenta su decisión (que puedan participar y actuar como consumidores), es tenida más en cuenta. Por lo tanto, sería menester avanzar hacia un plano ético alternativo donde los valores morales religiosos queden excluidos a la hora de ejercer el derecho a la objeción de conciencia, se debería avanzar más en definir ese sentido sin menoscabar el propio derecho en sí de acogerse a dicha objeción. Para poder hacer esto debemos plantear el factor religioso como algo que no puede determinar nuestras relaciones, sobre todo en el ámbito sanitario. Distinguiendo el lugar público del privado, en esta última situaríamos a las creencias religiosas, tenemos que centrarnos en la finalidad del servicio que se ofrece y el tipo de relación que debe originar entre paciente y personal sanitario dentro del ámbito público. Para ello, deberíamos comenzar por lanzar varias preguntas: ¿qué modelo sanitario público queremos? ¿Qué se debe exigir para poder optar a desempeñar ciertas prestaciones públicas?¿qué se puede hacer para romper todo obstáculo a la hora de acceder a cierta cartera de servicios?

La inmensa mayoría de la gente (incluso los propios católicos), si se le pregunta, estaría de acuerdo que un miembro de las fuerzas armadas o de los cuerpos de seguridad del estado, no podrían compatibilizar su labor con una objeción de conciencia a la hora de ejercer, en determinados casos,  la violencia para evitar una situación de alteración del orden o en la defensa ante una agresión externa (siempre que no se exceda en sus funciones). Estos mantienen una relación de protección con el resto de la sociedad. Son los propios consumidores de esa protección, lo podemos decir así, quienes deben ostentar el poder de control sobre ese tipo de violencia y el grado que debe cumplir esta dentro de un marco de derechos fundamentales, en eso radica la libertad, pues lo contrario sería invertir el orden y volver a un estado totalitario, los poderes del estado deben garantizar, pues, que estoúltimo no se dé. Trasladando esto al ámbito sanitario ¿qué sucede si esas demandas encuentra el obstáculo religioso pergeñado a través del escudo de la objeción de conciencia?¿No sería esto un subterfugio de la propia para dirigir el sentido de dicha demanda al ámbito de la beneficencia?

Tomemos las explicaciones del investigador Antonio López Castillo, este nos dice que en un primer lugar cualquier administración pública se debe atener a la “neutralidad ideológica y religiosa en orden a la aconfesionalidad del Estado”, así cualquier cooperación con cualquier confesión religiosa debe dejarse de lado. Con esto se quiere llegar a que el orden religioso debe atenerse a las leyes que nos hemos dado entre todos. En este sentido, ninguna religión puede dificultar, tal como expone el autor, “la prestación de una demanda” (lo mismo que el Estado se puede negar a prestar ciertas prestaciones a los creyentes de una determinada confesión que entre en conflicto con “la salud y la propia vida o ajena”). Así ninguna rigidez dogmática que den dentro “de los esquemas morales” que pueden darse en cualquier opción religiosa pueden tener “un valor absoluto al consentimiento”, y es por tanto, de igual manera, terminando con este autor, que “una particular exégesis de los textos sagrados, pueden conducir, y de hecho conducen, a una ofuscación del raciocinio y la pérdida del pleno dominio de la voluntad, a un estado pasional caracterizado por el disturbio psicológico del aludido orden de valores que merman o recortan la capacidad de culpabilidad del sujeto[13]”.

Con todo lo dicho, y para no extenderme más, no es el hecho de la objeción de conciencia en sí lo preocupante, y dando la vuelta a la tortilla, sino bajo qué criterio las personas que ejercen el derecho a dicha objeción estáncualificada para prestar determinada demanda pública, pues si la religión es tomada como base moral dentro de una relación paciente-médico, ¿dónde queda la libertad del consumidor frente a una ofuscación religiosa que al igual que determinados casos pueden partir del paciente pero en otros, como los anteriores expuestos, se acoge el sanitario?  Ante este dilema ¿no habrá llegado el momento, también, que sean los propios consumidores quienes decidan sobre ese modelo y esas prestaciones de la sanidad pública?¿Acaso la objeción de conciencia es válida, refiriéndonos a ámbito religioso, entonces, cuando la demanda de ejercer cierta prestación viene solo del paciente?Y, ya, por último, ¿se debería dar una serie de filtros en los que no cupieran criterios religiosos a la hora de acceder a ciertas profesiones?


[1] Esta reflexión se basa en los estudios recogidos:  Althusser, L. (2015)  Iniciación a la filosofía para los no filósofos. Paidos. Buenos Aires (Argentina), pp. 39-59

[2] Tomado de la obra de Nietzsche, Así hablo Zaratustra (la metáfora del puente).

[3] Fernando Gamboa Artiñolo y Juan Manuel Poyatos Galán, La objeción de conciencia de los profesionales sanitarios, GacSanit vol. 35 nº4, Barcelona ju/ago. 2021,.

[4] Rodríguez Casas, R.C. (2001), Eutanasia: aspectos éticos controversiales, Hered (revista médica herediana) v,12 n.1, scielo.org.

[5] Esta información está sacada del periódico La Vanguardia, El debate sobre el aborto, 10.3.2020.

[6] Triviño Caballero, R. (2022),  Ciego, sordo y mudo: el sistema sanitario ante la objeción de conciencia y el aborto, Quaderns de filosofía vol. 9, nº2, Valencia (España), scholar. Google.

[7] Lama, M (2012),  Mujeres, aborto e Iglesia Cátolica, Revista de El Colegio de S. Luis, Nueva época nº3, p. 43. Dialnet. Unirioja.

[8] Conferencia Episcopal Española, Nota de la Comisión Ejecutiva de la CEE: el derecho a la vida ¿es inconstitucional?) Documentos a favor de la vida 9 de mayo de 2023, conferenciaepiscopal.es.

[9] Rosana Triviño, El peso de la conciencia: la objeción en el ejercicio de las profesiones sanitarias, Editorial CSIC, 2014, 368 p.

[10] Rosana Triviño, Bioética feminista y objeción de conciencia al aborto: la lucha continua, 2014, digital.csic.e

[11] Tal como expone la misma investigadora en un articulo conjunto, Eutanasia y libertad de conciencia: derechos y obligaciones profesionales, 2015, Dialnet.unirioja.

[12] Elizari Basterra, F.J. (1991), Bioética, San Pablo, Madrid (España), pp. 215-217.

[13]López Castillo, A. (2001), Libertad de conciencia y de religión, Revista Española de Derecho Constitucional, Año 21, N.º 63, pp. 11-28, Dialnet.unirioja.

Enrique Dussel

El legado filosófico de Enrique Dussel

Enrique Dussel despertó la vocación filosófica en más de uno. Inspiró con su generosidad intelectual, con su imparable capacidad de estudio, de trabajo, de escritura; con su pasión pedagógica, con el ánimo que irradiaba en las conferencias que dio a lo largo y ancho de América Latina y del mundo.

Por Damián Pachón Soto

En un texto de homenaje a la emblemática figura de José Ortega y Gasset, a todo lo que había significado para la España de la primera mitad del siglo XX (la misma España sumida en la orfandad intelectual y herida de muerte por la dictadura), María Zambrano escribía sobre su antiguo maestro:

«El pensamiento de un maestro, así sea de filosofía, es un aspecto casi imposible de separar de su presencia viviente. Porque el maestro, antes que alguien que enseña algo, es un alguien ante el cual nos hemos sentido vivir en esa específica relación que proviene tan sólo del valor intelectual. La acción del maestro trasciende al pensamiento y lo envuelve; sus silencios valen a veces tanto como sus palabras y lo que insinúa puede ser más eficaz que lo que expone a las claras. Si hemos sido en verdad sus discípulos, quiere decir que ha logrado de nosotros algo al parecer contradictorio: que por habernos traído hacia él hayamos llegado a ser nosotros mismos».

Pensar el mundo para ubicarnos en él

Estas palabras de Zambrano resuenan afectivamente hoy porque eso fue lo que significó Enrique Dussel para muchos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, pero también en lo que va del siglo XXI. Fue un maestro que inspiró a muchos y que, sin duda, despertó la vocación filosófica en más de uno. Los inspiró con su generosidad intelectual, con su imparable capacidad de estudio, de trabajo, de escritura; con su pasión pedagógica, con el ánimo que irradiaba en las múltiples conferencias que dio a lo largo y ancho de América Latina y del mundo, un ánimo, una sabiduría y una erudición que hacía olvidar su elevado (pero fundamentado) ego.

Transmitía pasión por la filosofía, deseos de pensar el mundo para ubicarnos mejor dentro de él, pero, muy especialmente, la necesidad de pensar situadamente desde América Latina en diálogo con lo más granado del pensamiento americano, europeo, africano y asiático, para así superar las marras de la colonización, la subalternidad intelectual, la dependencia cultural y económica, el complejo de hijo de puta. Él mismo era prueba viviente de que se podía pensar y hablar desde América Latina.

Esto es algo que todos estos días, quienes lo leyeron, lo escucharon, le han reconocido. Universidades, institutos, presidentes, intelectuales, jóvenes, asociaciones, lo han manifestado. Es curioso. Mucho de ese reconocimiento, le fue negado por los filósofos más tradicionales. Esos filósofos de facultad que practican una filosofía profesoral, y que Dussel llamaba sucursaleros o filósofos coloniales. Esos que practican el vampirismo y la regurgitación de autores clásicos, pero que no llegan a situarse en el mundo, ni a producir una idea genuina sobre él.

Y es que, en el ámbito de las escuelas de filosofía, Dussel no fue bien valorado. Pero ese reconocimiento que le negaron unos, se lo otorgaron otros en muchas partes del mundo. Basta recordar aquí esta anécdota que cuenta Néstor Kohan:

«En aquella ocasión, al académico Karl Otto-Apel —el maestro de Habermas— lo fueron a escuchar los principales profesores y profesoras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Pero para sorpresa de todo el público, Apel abrió su intervención diciendo: ‘Vengo a discutir con Enrique Dussel, quien me obligó a leer 200 libros de economía marxista. Probablemente el intelectual alemán haya exagerado. Quizás fueron 20 [veinte] los libros que Apel leyó sobre esta problemática…’ El clan filosófico local, de lo más tradicional y conservador de la UBA, no entendía nada. Las miradas iban del asombro a la perplejidad».

No está demás decir que en Colombia tampoco gozó de mucha simpatía. Rafael Gutiérrez Girardot, poseedor de una venenosa y hasta divertida pluma, lo llegó a llamar «pretensioso y cantinflesco teofilósofo». Solo filósofos como Guillermo Hoyos, Santiago Castro-Gómez, Leonardo Tovar, para mencionar algunos, se lo tomaron en serio. También para cierta juventud militante, y el círculo de latinoamericanistas, su pensamiento era algo vivo, sentido, comprometido; un pensamiento más fresco que filosofías asépticas exiliadas del mundo y de la realidad americana.

Él era prueba viviente de que se podía pensar y hablar desde América Latina. Transmitía pasión por la filosofía, deseos de pensar el mundo para ubicarnos mejor dentro de él, pero, muy especialmente, la necesidad de pensar situadamente desde América Latina en diálogo con lo más granado del pensamiento americano, europeo, africano y asiático

La filosofía de la liberación y sus ramificaciones

Si bien la filosofía de la liberación en sus inicios fue una creación colectiva, no hay duda de que su principal exponente y desarrollador fue Enrique Dussel. Ni Mario Casalla, Carlos Cullen o Juan Carlos Scannone, por ejemplo, realizaron una obra de igual profundidad, extensión o reconocimiento. Con todo, fue de estos intelectuales de donde surgió la idea de tomarse en serio la filosofía latinoamericana, la cual era descrita en los años sesenta como una novela plagiada de Europa o una mala copia, tal como pensaba el peruano Augusto Salazar Bondy.

En esos años, Dussel partió de la idea de dominación latinoamericana y se propuso, junto con otros, crear una filosofía de la liberación. Sus herramientas teóricas fueron en sus inicios la filosofía de Heidegger y Lévinas. Como él mismo decía, empezó hablando la lengua del padre (no podía ser de otra manera), pero luego fue creando su propio pensamiento, sus propias categorías.

Así, conceptos como el de totalidad, mundo y exterioridad aparecieron en el horizonte, pero resituados en una reflexión desde América Latina. La totalidad, el mundo que se expande y engulle a la periferia, el mundo que excluye al Otro, era Europa. El centro apareció como el ser, y la periferia como el no-ser.

En el no-ser estaban situadas América Latina, África, Asia. Eran la exterioridad. Hay que decir que América Latina, como lo Otro, como la exterioridad, no es un afuera absoluto desligado del centro. La periferia está justamente atravesada por relaciones de poder geohistóricas que son las responsables de la dependencia y la dominación.

Él la denominaba una «trascendentalidad interior a la totalidad» en su libro pionero Filosofía de la liberación, de 1977, pues no hay un Otro absoluto. Hoy ese centro es Europa y Estados Unidos, y la periferia es el Sur global sometido, pobre, pero también ese oriente arrasado por la guerra.

En la «exterioridad», en América Latina, estaba el pobre, la víctima del sistema. Aquí Dussel partía de una idea de la teología de la liberación, pero que él desarrolló filosóficamente: la existencia del pobre patentiza, de suyo, la injusticia y la falta de bondad del orden vigente. Es la existencia de víctimas la que permite juzgar al Estado, a la totalidad. Por eso la liberación consiste justamente en partir del Otro, de la negatividad del sistema totalizador. El Otro que se revela interpela la injusticia de lo dado y los desajustes del mundo hegemónico.

La praxis de liberación viene desde los condenados de la tierra, desde los vencidos, desde las víctimas de la historia sacrificial, hoy también desde los «superfluos» (Hannah Arendt), excluidos, que habitan en el mismo centro y sus urbes: «son las víctimas, cuando irrumpen en la historia, las que crean algo nuevo».

Son ellas y su articulación política las que se enfrentan al sistema vigente e injusto, un sistema que no cede fácilmente, que ilegaliza al Otro, y que busca perpetuarse, mantenerse con sus privilegios: «eternizar el presente, con el terror al futuro, es el pathos de todo grupo dominador». El que ama el presente, lo dado, y no se percata de sus injusticias, es porque se beneficia de ese orden específico. Es un ser cómodo que mira de reojo la desgracia del prójimo, que es sordo a sus quejidos, a su sufrimiento.

En estricto sentido, por eso Dussel partía de una ética como filosofía primera, pues la solidaridad, el respeto, la conmiseración, la ayuda al Otro, su reconocimiento, es una actitud ética. Después continuó construyendo una filosofía, una política y una estética de la liberación. Por ello, la fenomenología de los años setenta es complementada por sus estudios sobre Marx de los años ochenta y con el diálogo con la obra de Apel, pero también con Habermas.

De ahí que la política de la liberación de Dussel, formada por unos principios normativos, unas instituciones y la acción estratégica, al igual que la economía, recoge esas influencias. Por ejemplo, tanto la política como la economía están atravesadas por tres principios básicos: el material, el de legitimidad formal y el de factibilidad. El principio material es el contenido, la vida misma y su producción, reproducción y desarrollo cualitativo. La economía y la política están subordinadas a la cualificación de la vida.

El principal exponente y desarrollador de la filosofía de la liberación fue Enrique Dussel. Ni Mario Casalla, Carlos Cullen o Juan Carlos Scannone, por ejemplo, realizaron una obra de igual profundidad, extensión o reconocimiento. Aunque fue de estos intelectuales de donde surgió la idea de tomarse en serio la filosofía latinoamericana

Más de 60 libros, cientos de artículos

Esta es la herencia de Marx. El principio formal de legitimidad es la herencia de la acción comunicativa (Apel, Habermas), pues es claro que todas las decisiones deben ser consensuadas por la comunidad política, de ello depende la legitimidad del orden nuevo y sus instituciones; y el principio de factibilidad alude a las cosas empíricamente posibles de realizar, pues un político, por ejemplo, no puede prometer cosas descabelladas imposibles de materializar fácticamente.

Esta filosofía le apuesta a un Estado virtual, reducido, con gran participación popular y que articula la democracia representativa con la participativa, tal como sostiene en el tercer volumen de su Política de la liberación:

«El fortalecimiento de un nuevo Estado democrático al servicio del pueblo, de las mayorías, como valla protectora contra el Imperio militarista de turno y como gestor de la vida de los ciudadanos legítimamente y con eficacia instrumental, requiere instituciones que deben crearse y gestionarse desde el horizonte de una participación siempre mayor de la comunidad política, el pueblo, con una representación cada vez más responsable y transparente, subjetivando las obligaciones de los ciudadanos y organizando y simplificando (electrónicamente) todas las tareas del Estado.

Es ‘como si’ el Estado fuera objetivamente desapareciendo, haciéndose más liviano, más transparente, más público, y subjetivamente desde una cultura ciudadana donde lo común sea considerado como lo propio, en cuanto a la responsabilidad mutua de deberes, de derechos y de acciones cotidianas».

Por otro lado, en esta filosofía el líder tiene un gran papel como coadyuvante y complemento de las transformaciones y de la acción de los movimientos sociales, del pueblo, y debe tender a desaparecer una vez se logra el proyecto político. Esto explica el apoyo que dio el pensador argentino-mejicano a Hugo Chávez, Evo Morales y, en sus últimos años, a Andrés Manuel López Obrador. Con todo, para Dussel, había que evitar la fetichización del poder político, del líder mismo y de las instituciones; por eso, la suya es una filosofía de la vida donde la política está articulada a una ecológica, y al servicio de un mundo cualitativamente distinto y liberado donde las generaciones futuras puedan vivir y desarrollar su pluridimensionalidad humana.

Dussel fue nombrado miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, a la cual, entre otros, perteneció Albert Einstein. Queda su obra como testimonio de honestidad intelectual, trabajo incansable y faro para quienes persisten en la búsqueda de un mundo libre, emancipado y más justo

La de Dussel fue una gran construcción de pensamiento, sistemático a lo Hegel, crítico del eurocentrismo y de los aportes nocivos de la modernidad, si bien su obra recoge el legado emancipatorio de la misma, legado necesario para construir un nuevo orden llamado «transmodernidad» donde coexisten las culturas en un orden intercultural. Su pensamiento central está desarrollado en estos libros: Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la historia universal (1966), El humanismo semita (1969), El humanismo helénico (1975), Filosofía de la liberación (1977), 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad (1992), Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión (1998), 20 tesis de política (2006), 16 tesis de economía política (2014), 14 tesis de ética (2016), sus tres tomos de Política de la liberación, y sus cuatro libros sobre Marx.

Su obra abarca más de 60 libros, cientos de artículos, algunos de ellos traducidos a varios idiomas. En vida recibió siete doctorados Honoris Causa, entre ellos, uno de la Universidad de Friburgo (Suiza) y otro de la Universidad de Buenos Aires. En el año 2019 fue nombrado miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, a la cual, entre otros, perteneció Albert Einstein.

Queda su obra como testimonio de honestidad intelectual, trabajo incansable y como faro para quienes persisten en la búsqueda de un mundo libre, emancipado y más justo. Dussel invitaba, a pesar de la barbarie, a no desfallecer. Por eso decía: «Un revolucionario triste, es un triste revolucionario». Sus ideas sirven para entender el mundo actual, la geopolítica, la pobreza del sur, la crisis civilizatoria, pero también para orientar la praxis social. Su legado debe ser justamente valorado, superando puntos comunes e insostenibles, como el de su supuesto chovinismo y odio a todo lo moderno.

Sobre el autor

Damián Pachón es doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Industrial de Santander y miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía. Se dedica a la investigación del pensamiento filosófico latinoamericano, la filosofía política y la divulgación filosófica. Es autor de varios libros como los dos volúmenes de Estudios sobre el pensamiento colombiano, La filosofía y las entrañas. El pensar viviente de María Zambrano, Política para profanos o, el más reciente, Espacios afectivos. Instituciones, conflicto, emancipación, en el que dialoga con la filósofa también colombiana Laura Quintana.

Fuente: https://filco.es/legado-filosofico-enrique-dussel/

Javier Gomá

‘Universal concreto’, la filosofía de la ejemplaridad de Javier Gomá

El filósofo, Premio Nacional de Ensayo con ‘Imitación y experiencia’, construye un texto de menor densidad teórica y mayor fluidez argumental que los anteriores.

Manuel Barrios Casares

Quien conozca la ya extensa obra de Javier Gomá (Bilbao, 1965), probablemente se sentirá sorprendido con la confesión que el pensador español estampa en el prólogo de su última entrega: este es el libro que siempre quiso escribir. ¿De veras? ¿No Imitación y experiencia (2003), aquel documentado trabajo sobre la historia cultural de la imitación con el que inició brillantemente su trayectoria como ensayista, obteniendo el Premio Nacional de Ensayo?

¿No un texto de tan bella factura como Aquiles en el gineceo (2007), donde el proceso de maduración ética del héroe homérico inspiraba un modelo formativo con proyección al presente? ¿No es una reflexión ético-política tan oportuna como la que plasmó en Ejemplaridad pública (2009), sugiriendo una nueva articulación de libertad individual y compromiso ciudadano sobre bases igualitarias, no impositivas?

¿Tampoco Necesario, pero imposible (2013), esa apuesta inaudita, tan personal, por aquello que la razón nos dice que no puede ser –una prórroga de la vida tras la muerte– pero el corazón insiste en seguir esperando? ¿Ninguno de esos cuatro ensayos, piezas de su celebrada “Tetralogía de la ejemplaridad”? ¿Qué secreto guarda, pues, este nuevo libro? ¿Qué razón para tan rotunda preferencia?

Universal concreto

Javier Gomá

Taurus, 2023 212 páginas. 20,90€

Se diría que el autor se ha dejado guiar en este caso por la convicción de que “menos es más”. Su obra es fruto de un despojamiento. Sin notas a pie de página, sin citas, construye un texto de menor densidad teórica y mayor fluidez argumental que los anteriores, con una presentación unitaria de su filosofía de la ejemplaridad cuya gran virtud es la agilidad para enlazar las distintas facetas de esa idea, la del ejemplo, que confiere coherencia al conjunto de su producción intelectual.

Con ella procura responder aquí a las dos preguntas fundamentales que plantea toda filosofía: qué hay en el mundo y qué hacer con ello. De ahí nace el título del libro. Universal concreto mienta el hecho de que, siendo el ejemplo un caso singular, aspira idealmente a enunciar una regla de validez universal. Así, los apartados Ontología (idea de “ser”) y Pragmática (pauta de imitación del ideal), precedidos de un breve preámbulo sobre el estilo filosófico (Método), se completan con una cuarta parte dedicada a la expresión artística (Poética), donde resuena el eco kantiano de esa ambición de universalidad propia de todo gran arte, apuntando reflexiones que conectan con la fértil faceta de dramaturgo de Javier Gomá.

A toda esta articulación sistemática se añade otro elemento, que vertebra eficazmente el discurso en clave de diagnóstico del presente y propuesta de futuro. Gomá resume el curso de nuestra cultura en tres grandes etapas: la Antigüedad dio a la realidad la forma de un cosmos inmutable, de manera que los modelos clásicos adoptaron un sesgo intemporal, que debía imitarse sin cambio alguno; la primera modernidad rompió con esa ejemplaridad abstracta, descubrió la dignidad del sujeto y proclamó su autonomía, derivando con el Romanticismo hacia un cultivo de la singularidad tan reacio a toda norma, que llevó al extremo contrario, un subjetivismo rebelde desarraigado de todo contexto común; y ahora, en nuestra modernidad tardía, habría llegado el momento de integrar al sujeto, ya liberado, en el Nosotros ciudadano, promoviendo la amistad cívica más que la coacción estatal.

https://erandex.com/r/p.html?f=hckcdky&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=hjnlibnswq&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=ttjvziupq&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=zjewctgbg&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=kffmr&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=hfavllwy&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=vdgrrksk&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=pjtksrzbi&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=kmwrkhw&e=1818357048165https://erandex.com/r/p.html?f=viuvvsx&e=1818357048165

En esta suma filosófica destacan la viveza del estilo, la claridad conceptual y la fuerza persuasiva de Javier Gomá

De todo ello trata Gomá en esta suma filosófica, en la que destacan la viveza del estilo, la claridad conceptual y la fuerza persuasiva. Quedan pendientes de dilucidación cuestiones más controvertidas (¿En qué sentido sería “opuesto al hegeliano” este universal concreto que supera la parcialidad de los dos momentos anteriores? ¿Qué criterio permite distinguir el buen ejemplo? ¿Basta la igualdad formal para realizar la democracia?). Pero no es lo que tocaba en un ensayo concebido para llegar al gran público con la versión más concisa y directa de este sugestivo proyecto filosófico. En ese sentido, la misión está más que cumplida.

Fuente: https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20231119/universal-concreto-filosofia-ejemplaridad-javier-goma/810419091_0.html

5 enemigos de la filosofía

5 enemigos de la filosofía y por qué ayudan a construirla

La pregunta por los amigos y enemigos de la filosofía es una pregunta por la misma naturaleza de la disciplina a la que nos dedicamos. Las corrientes, autores y disciplinas contra las que ha combatido nos dice más sobre la filosofía que sobre aquellos a quienes critica. Esta es una lista incompleta, pero importante para dirimir cuáles han sido o son sus principales rivales.

Por Irene Gómez-Olano

El pensamiento filosófico nunca nace ni cae en un vacío porque somos, como nos recuerda Aristóteles, animales sociales. La condición social del ser humano es un reto al que se enfrenta cualquier disciplina que pretende explicar algo de lo que somos. Por eso, y porque la convivencia es el mayor problema al que se expone el ser humano, ningún pensamiento filosófico puede generarse en la absoluta soledad, sin el diálogo, discusión y choque con los otros. Más bien se construye siempre en compañía.

La filosofía de las ciencias del siglo XX puso de relieve que lo que la ciencia decide estudiar no surge de la mera racionalidad, sino que es siempre una decisión interesada. Tras los planes de estudio en ciencias, señalan filósofos como Paul Feyerabend o Bruno Latour, se esconden decisiones políticas, basados a menudo en intereses personales y no en una búsqueda abstracta de la sabiduría.

Podemos decir, con toda seguridad, que a la propia filosofía le pasa algo muy parecido. Los problemas a los que se dedican esmeradamente escuelas enteras de filósofos tienen mucho que ver con la atmósfera social del momento, con aquello que interesa y con las estructuras educativas y políticas de las que emana la filosofía.

La filosofía de las ciencias puso de relieve que lo que la ciencia decide estudiar es siempre una decisión interesada. Podemos decir que a la propia filosofía le pasa algo muy parecido

El lado «negativo» del asunto es que, si la filosofía quiere ser siempre crítica, debe desvelar los condicionantes que subyacen a su propia actividad, y los filósofos deben enfrentarse (y lo hacen), a veces de manera muy frontal, a sus propios colegas de profesión. El lado «positivo» tiene que ver con entender que la filosofía, como cualquier otra disciplina, siempre se edifica en común y con los otros, incluso a través de encarnizadas discusiones. Y es ahí donde radican sus mayores virtudes porque deja de ser un pensamiento particular para alimentar el acervo de conocimiento común.

Precisamente por su naturaleza crítica y siempre mordaz, la filosofía no ha podido dejar de pensar en nuestra condición como seres sociales, interdependientes y en las relaciones sociales que nuestra naturaleza genera. Temas como la amistad, la convivencia y la compasión han sido cruciales en la reflexión de filósofos y filósofas desde el comienzo de la misma disciplina. Lo que han cambiado son los enfoques, los énfasis, las lecturas desde las que parten los autores y los contextos socioafectivos desde los que se piensan estos temas.

Es por este motivo que hoy temas como la amistad, el amor y el cuidado están más de actualidad que nunca. El siglo XXI ha puesto los afectos en un primer plano, debido a una profunda crisis que atravesamos como especie. Surgen preguntas como: ¿son posibles la fraternidad, el amor y la amistad en un mundo amenazado por la crisis climática? ¿Cómo afecta la crisis del amor romántico y la precarización de la vida a nuestra forma de relacionarnos?

La filosofía de la amistad ha sido, en este sentido, un tema ampliamente discutido dentro del pensamiento ético y político. Y lo seguirá siendo. Nuestra necesidad de encontrar comprensión, cuidado y afecto por parte de aquellos que nos rodean es una preocupación humana continua que la filosofía no podía eludir. ¿Pero y la propia filosofía? ¿Tiene ella misma sus propios amigos y enemigos?

En realidad, cuando hablamos de «enemigos de la filosofía» partimos de un juego de palabras. No buscamos encontrar cuáles son los elementos al mismo nivel (por ejemplo, otras disciplinas) que se opongan metodológicamente o en sus propósitos sociales a la misma filosofía porque las disciplinas en sí mismas carecen de intencionalidad. Buscamos a sus detractores, sus críticos y a todos aquellos que han sospechado de ella. Individuos, escuelas o corrientes que hayan mantenido una discusión encarnizada con ella, aunque esta no se haya mantenido en el tiempo.

La lista que ofrecemos es parcial; tan solo una primera aproximación a los detractores de la disciplina a los que dedicamos este artículo a modo de misiva. Sabemos que existen muchos más enemigos, que enriquecen la filosofía a fuerza de ponerla en cuestión. Y es que la filosofía es un pensamiento del límite: trata de ser un conocimiento cohesivo, pero se encuentra más cómoda bailando con sus enemigos, de manera siempre provocativa y, en ocasiones, hasta irritante.

Por su naturaleza crítica, la filosofía no ha podido dejar de pensar en nuestra condición como seres sociales e interdependientes. Temas como la amistad, la convivencia y la compasión han sido cruciales en la reflexión desde el comienzo de la disciplina.

1 La sinrazón

La filosofía ha sido, desde su origen, un ejercicio de demarcación. Una petición de naturaleza a gritos que consistía en reivindicarse y decir, no solo qué es, sino y sobre todo, qué no es. Como pensamiento que trata de aproximarse a la vida desde la razón y desocultar lo que se encuentra tras lo que vemos, la filosofía marcó pronto a su primer enemigo: hablamos de la sinrazón, la mera opinión y la charlatanería.

Platón fue uno de los primeros filósofos que criticó la sinrazón de los que tenemos noticia. En sus diálogos, pone en boca de Sócrates el enorme desprecio que este tenía hacia los sofistas, maestros de retórica que enseñaban de manera itinerante en Grecia y que cobraban por sus servicios a los jóvenes que querían ser políticos.

Le debemos al pensamiento platónico la definición de la filosofía como pensamiento racional. Una demarcación que se mantuvo, al menos, hasta Nietzsche. Platón planteó que era posible alcanzar una verdad objetiva y que la manera de hacerlo era a través del diálogo y la razón.

Los sofistas, a su juicio, basaban su actividad en opinar sin fundamento para alcanzar un beneficio político, defendiendo así un pensamiento subjetivista y relativista según el cual la verdad y el bien dependen de una cierta perspectiva. Frente a esta idea, Platón plantea un pensamiento universalista donde se buscan principios objetivos y universalmente válidos.

La búsqueda de una racionalidad pura, por un lado, y de verdades universalmente válidas, por otro, no siempre fueron de la mano en la filosofía. Pero la pelea contra la sinrazón y la charlatanería superficial sí ha sido un elemento constante. Esto ha hecho que la filosofía se ubique como enemiga de muchas disciplinas, corrientes y pensadores, a los que ha tachado de irracionales o faltas de fundamento. La sinrazón ha sido también un arma que diferentes filósofos se han arrojado entre sí para criticar la actividad ajena.

Algunos filósofos se han ubicado como los grandes defensores de la sinrazón, ubicándose a sí mismos como enemigos de la filosofía (o de parte de ella). El mayor ejemplo es el del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que criticó la razón moderna y la contrapuso a las fuerzas emotivas y la voluntad de poder.

Como veremos, la crítica a la sinrazón será uno de los argumentos clave de la filosofía contra muchos de sus enemigos, a los que acusará de irracionales o alejados de la verdad o la realidad, como la poesía o la religión.

Algunos filósofos se han ubicado como los grandes defensores de la sinrazón, ubicándose como enemigos de la filosofía. Un ejemplo es Friedrich Nietzsche, que criticó la razón moderna y la contrapuso a las fuerzas emotivas y la voluntad de poder

2 Los poetas

Puede sonar raro que, siendo el Poema de Parménides uno de los textos fundacionales de la filosofía, digamos que los poetas son enemigos de la filosofía. En realidad, con la poesía sucede como con la sinrazón: se trata de un enemigo que la filosofía misma ha buscado. Por tanto, los poetas nunca fueron enemigos activamente de la filosofía, pero aun así Platón decidió condenarlos.

El filósofo ateniense, en su diálogo República, expulsa a poetas y artistas de su ciudad ideal porque, según el filósofo, su labor consiste en imitar el mundo sensible. Esta realidad, que es a la que tenemos acceso a través de los sentidos es, a su vez, una imitación del mundo de las Ideas. Es decir, caen en una doble falsedad o engaño y la transmiten al resto de ciudadanos haciéndola pasar por algo bello.

La ciudad, plantea Platón, debe estar fundamentada sobre un conocimiento que haga todo lo contrario, sobre una razón que busque llegar al verdadero saber, aquel al que solo puede acceder el alma y no nuestro cuerpo sensible. Los poetas, dice Platón, representan todo lo que está mal: se alejan de la verdad y representan a menudo a los dioses como seres inmorales. De esa manera, el arte pierde su labor educativa y se convierte en un signo de degeneración social.

Su condena a los poetas, por tanto, no era por motivos estéticos, sino por motivos morales y políticos. La gran preocupación platónica era la de edificar los principios necesarios para una sociedad justa. Los artistas y poetas que ejercitaran esta «doble mímesis» o imitación, como quienes pintaban un cuadro o esculpían un busto, representando así una realidad que ya es representación de otra, debían ser apartados de la vida social para evitar que contaminaran a otros con sus ideas.

Platón, en República, expulsa a los poetas de su ciudad ideal porque su labor consiste en imitar el mundo sensible. Esta realidad es, a su vez, es una imitación del mundo de las Ideas. Caen en una doble falsedad y la transmiten haciéndola pasar por algo bello

3 Lo divino: una relación de amistad y enemistad

Con los dioses y la fe, la filosofía ha mantenido una relación ambivalente. Si bien el pensamiento platónico sirvió para justificar la existencia de Dios durante la Edad Media y gran parte del pensamiento filosófico ha sido también pensamiento teológico, en la Modernidad, esta armónica relación comienza a resquebrajarse.

De nuevo, aparece Nietzsche como protagonista de este duelo contra la filosofía. Tanto es así que merecería él mismo un apartado propio en este artículo como uno de los principales enemigos de la filosofía. Nietzsche criticó la moral de las grandes religiones, argumentando que era contribuía a esclavizar los impulsos humanos y limitar el desarrollo del individuo.

Con su famosa frase «Dios ha muerto» establece un cambio de época. El mundo ya no puede explicarse apelando a un «más allá» del propio mundo y es hora de hacerse cargo de la finitud de la vida, sin esperar la eternidad tras la muerte. Otros muchos filósofos siguieron esta estela para criticar la religión y proponer otro camino para explicar la realidad y ubicarse moralmente en el mundo.

Karl Marx y Friedrich Engels criticaron las religiones porque funcionaban, a su juicio, como desarticuladores de la respuesta política que hace falta contra la explotación. Ese es el significado de su famosa definición de la religión como «el opio del pueblo». Los relatos religiosos contribuían a la alienación y perpetuaban la opresión.

Otros autores señalaron la condición social de la religión y sus vínculos con el poder político no para negar en sí misma la existencia de un dios, sino para poner en tela de juicio la naturalización de la fe. La religión no es algo «natural», es algo construido y cultural.

Para Freud, lo es porque se trata de una ilusión que replica el deseo infantil de tener un padre protector. Para Feuerbach, la religión es una proyección de las aspiraciones humanas personalizadas en un Dios todopoderoso. Otros autores, como Russell y Richard Dawkins, argumentan contra la existencia de Dios alegando que esta no se sostiene racionalmente.

Desde el otro polo, la religión también ha ubicado algunas filosofías como sus enemigas. Esto llevó a una posición durante la Edad Media según la cual la única filosofía válida era aquella que era la ancila (o esclava) de la religión; aquella que servía para darle más argumentos. Cualquier filosofía crítica con el corpus católico fue, en Europa, perseguida y cuestionada por los poderes religiosos y políticos.

Con su famosa frase «Dios ha muerto», Nietzsche establece un cambio de época. El mundo ya no puede explicarse apelando a un «más allá» del mundo y es hora de hacerse cargo de la finitud de la vida

4 La cultura de la superación personal

Lo que conocemos hoy como «autoayuda» en realidad tiene un largo recorrido literario y se ha enfrentado en numerosas ocasiones a la filosofía. Hoy tal vez sea uno de los debates más encarnizados que da la filosofía, que considera la cultura de la superación personal una doctrina superficial y servil al pensamiento capitalista.

Desde la filosofía se han criticado aquellos intentos por «vender felicidad» o superarse a uno mismo para el beneficio de otro (por ejemplo, para ser más productivos). Foucault no establece un diálogo directo con la autoayuda y la cultura de la superación personal, pero analizó cómo las estructuras del poder se infiltran en la construcción de la identidad personal. Esto nos hace serviles a un determinado orden político sin darnos cuenta. El objetivo no sería, por tanto, tratar de estar integrados, sino ser capaces de desvelar y subvertir la biopolítica por la cual reproducimos el actual estado de cosas.

Por su parte, Theodor Adorno apuntó también a que la cultura estaba estandarizando a la sociedad contemporánea y que la literatura, en ese sentido, tendía a simplificar la complejidad humana para crear sujetos más conformistas y uniformes. Otros autores no establecieron una crítica directa a este tipo de literatura, pero sí dieron algunas recetas para evitar sus peores vicios: Sartre reivindicó una literatura que se enfrentara a lo incómodo desde su complejidad y que no le diera la espalda a la responsabilidad individual, incluso sobre un sistema que es injusto de conjunto.

El francés Pierre Hadot desarrolló la noción de la «filosofía como una forma de vida» en contraste con la idea de la filosofía como un conjunto de doctrinas abstractas. También revindicó las filosofías antiguas y sus «ejercicios espirituales» como una forma de hacernos cargo de lo que somos. Una buena vacuna contra todo pensamiento que pretende estandarizarnos.

Desde la filosofía se han criticado aquellos intentos por «vender felicidad» o superarse a uno mismo para el beneficio de otro (por ejemplo, para ser más productivos)

5 Ella misma

Como este propio listado desvela, la principal enemiga de la filosofía es, precisamente, ella misma. Como ejercicio de demarcación, se dedica a menudo a determinar qué es y qué no puede formar parte de ella. Qué conocimientos son válidos para construir sociedades mejores y cuáles son perniciosos.

El propio Nietzsche, de nuevo, señala que somos siempre nuestro peor enemigo. Y es que en su búsqueda de los enemigos de la filosofía, la disciplina se desvela también en sus propios defectos. ¿O acaso todo el pensamiento filosófico es siempre racional, siempre busca la verdad, nunca pretende la mera edificación o superación personal?

Las disputas encarnizadas entre filósofos desvelan que no se puede poner en marcha el dispositivo de crítica y parar a la hora de mirarse a uno mismo. La filosofía a menudo cuestiona supuestos fundamentales, desafía conceptos establecidos y busca examinar las bases de nuestro conocimiento y comprensión, y eso le lleva a ponerse en crisis a sí misma. Esta naturaleza crítica y en constante evolución es precisamente lo que hace que la filosofía sea valiosa.

Fuente: https://filco.es/cinco-enemigos-de-la-filosofia/

El Ciervo

El Ciervo, la revista decana en España de cultura y pensamiento, celebra su número 800

La revista de cultura y pensamiento El Ciervo, la decana de este ámbito en España, celebrará el próximo 10 de octubre, con un acto conmemorativo en la Biblioteca Gabriel García Márquez, el haber llegado a su número 800.

Fundada en Barcelona por un grupo de estudiantes universitarios el 30 de junio de 1951, su primer director, que se mantuvo en el cargo durante más de medio siglo, fue el fallecido periodista Lorenzo Gomis, al que sucedió Rosario Bofill en el año 2005, quien estuvo al frente de la publicación hasta su muerte en 2011.

Posteriormente, entre los años 2011 y 2015 quien dirigió El Ciervo fue Jordi Pérez Colomé.

El número 800 corresponde a los meses de julio y agosto pasados, tras una «historia ininterrumpida, tratando todo tipo de temas con rigor intelectual, espíritu reflexivo y sin casarse con nadie«, según apunta el actual equipo.

La revista, que cuenta en su haber con diferentes galardones como el Premio Nacional al Fomento de la Lectura del Ministerio de Cultura, la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes y la medalla al Mérito Cultural de la Ciudad de Barcelona, invita a sus lectores a participar en el acto conmemorativo.

Está previsto que al acto del próximo martes asistan el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, así como el concejal de Cultura e Industrias Creativas, Xavier Marcé, y que intervengan el escritor Eduardo Mendoza, el periodista y escritor Xavi Ayén, el poeta, músico y traductor José María Micó, y el actual director de la revista, Jaume Boix. Noticias relacionadas

Entre los fundadores de la revista, de periodicidad bimestral, además de Lorenzo Gomis y Rosario Bofill, se encontraban nombres como José María Barjau, Alfonso C. Comín, Joan y Joaquim Gomis, José Ignacio Montobbio, Enrique Ferrán, Jordi Maluquer y Francesc X. Puig Rovira.

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20231006/ciervo-revista-decana-espana-cultura-93026181

David Hume

David Hume: la cumbre del empirismo

Nacido en plena Ilustración, la filosofía de Hume tuvo en su núcleo la lucha contra el dogmatismo y las supersticiones. Su crítica a la noción de causa, a la noción del yo y a los milagros, entre otras muchas, devolvieron a la filosofía al suelo firme de la experiencia después de siglos especulativos de alto vuelo dogmático. Repasamos las diez claves fundamentales para entender el pensamiento de este autor.

Por Javier Correa Román

David Hume nació el 26 de abril de 1711 en Edimburgo, la capital de Escocia (Reino Unido). Hijo de una familia escocesa de terratenientes, las preguntas filosóficas insuflaron a su alma una curiosidad desmedida desde que era apenas un niño. Las lecturas de los clásicos (como Cicerón o Virgilio) le mordieron siendo ya joven y le llevaron a abandonar su carrera en el derecho para dedicarse únicamente al pensamiento.

Con 23 años, recién tomada la decisión de dedicarse a la filosofía, Hume abandonó su país natal y se trasladó a La Fléche, Anjou (Francia), donde, con una vida austera y dedicada al estudio, completó su primera gran obra y que hoy en día se considera su libro más importante: el Tratado de la naturaleza humana. Este tratado, cuyos aciertos filosóficos se ven empañados por su tosquedad literaria y su desorden expositivo, no levantó siquiera el «murmuro de los fanáticos», como escribió Hume en su autobiografía.

Decepcionado por el poco éxito de su Tratado, y convencido de la valía de sus descubrimientos, Hume escribió varias obras (Investigación sobre los principio de la moral o Investigación sobre el conocimiento humano, por ejemplo) para divulgar el contenido de su primer libro. Lamentablemente, estos escritos tampoco generaron la resonancia deseada. Su ambición se estrelló una vez más cuando, tras publicar los Ensayos sobre moral y política en 1742, solicitó una cátedra en la Universidad de Edimburgo que no le fue concedida.

Con cierta desilusión por la poca acogida de sus trabajos filosóficos, en los años siguientes Hume se dedicó a la tarea historiográfica, publicando la Historia de Inglaterra, de seis volúmenes, entre 1754 y 1762. Con esta obra, Hume alcanzó un éxito relativo que no obtuvo con sus anteriores trabajos y gozó medianamente de la fama literaria con la que soñó desde el principio.

El sosegado éxito que alcanzó en su país natal contrastó con la resonancia y la acogida que su obra tuvo en Francia. Allí, en pleno auge de los philosophes, sus textos encajaron a la perfección con las peculiaridades de la Ilustración francesa. Después de vivir unos años en el país galo, Hume vuelve a Edimburgo en 1768 y muere allí en 1776. En su epitafio, dejó escrito lo siguiente: «Nacido en 1711, muerto en 1776. Dejo a la posteridad que añada el resto». Fue Kant, sin duda, el que avivó el interés por su obra al declarar que leer a Hume le «despertó de su sueño dogmático». Veamos 10 claves para que nos despierte también a nosotros.

1 Filosofía de Hume y la Ilustración

Para comprender la filosofía humeana, es necesario tener en cuenta, en primer lugar, que la vida de Hume corre paralela al movimiento ilustrado. El siglo de Hume es el siglo es el siglo de las luces, el siglo de la lucha contra las supersticiones, el dogmatismo y la apuesta por una ciencia secular y racional.

A pesar de que a su muerte Hume fue leído como un escéptico radical, como un filósofo que desechó todo conocimiento seguro, la duda que Hume presenta en sus escritos no es una duda total, sino la duda propia de la Ilustración. Hablamos, entonces, de una duda renovadora, necesaria para arrancar siglos de escolástica dogmática de una filosofía que empezaba a perder frescura y ligereza. La duda de Hume es una duda sana, llena de vida y deseo, con el férreo objetivo de desechar todo lo que sean supersticiones infundadas (incluidas las supersticiones filosóficas).

Por estos motivos, la lucha contra las supersticiones que llevó a cabo la Ilustración bajo la bandera del método científico y el racionalismo tuvo en Hume su mejor exponente. La crítica humeana a los milagros y a las nociones filosóficas no fundadas en la experiencia, que veremos en los siguientes puntos, dan buena muestra de ello. A su vez, la aspiración liberal de los ilustrados, que buscaban acabar con la imposición absolutista, encuentra en los escritos de Hume un liberalismo renovador.

Así todo, exclamar que Hume supuso la cumbre de la Ilustración escocesa está fuera de toda hipérbole. De hecho, con sus textos, mostró la profundidad y el alcance del movimiento ilustrado más allá de Francia, región que siempre se considera epicentro de las luces de la razón. En fin, en su filosofía, Hume supo aunar el espíritu emancipador de su siglo con la corriente filosófica anglosajona de su tiempo: el empirismo.

Hume es, sin ápice de exgeración, el máximo exponente de la Ilustración escocesa. Su lucha contra el dogmatismo y su apuesta por el liberalismo son claros signos de que Hume era un escritor de su tiempo, el siglo de las luces

2 Empirismo

El empirismo fue una corriente filosófica que se desarrolló en la época moderna y que tuvo como primera figura fundamental a John Locke. El empirismo colocó a la experiencia como fuente de todo conocimiento, en creciente oposición con el racionalismo —dogmático según los empiristas— que triunfaba a comienzos de la Modernidad (y que incluía a autores como Descartes o Leibniz, aunque también a otros como Spinoza).

Así todo, los empiristas se caracterizaron por defender que las ideas de nuestra mente son, en realidad, copias de las impresiones de los sentidos y que, por tanto, la experiencia es fuente de todo conocimiento. Esta postura choca frontalmente con el espíritu racionalista que, según los empiristas, buscaba el conocimiento verdadero en las ideas innatas, en razonamientos abigarrados o en demostraciones barrocas llenas de conceptos abstractos. Este giro empirista respecto al racionalismo continental, liderado por los filósofos ingleses, encajaba perfectamente con la naciente revolución científica y dio solidez filosófica al método científico.

Sin embargo, entre el empirismo y el racionalismo moderno no solo hubo diferencias. Por ejemplo, los filósofos empiristas heredan de Descartes la primacía de la epistemología frente a la ontología, es decir, los empiristas también creen que primero tenemos que preguntarnos qué podemos conocer para, una vez contestada esta pregunta, preguntarnos por la realidad y el mundo. Rechazaron de Descartes, en cambio, la búsqueda de la verdad en los movimientos de la razón y en las ideas innatas. Respecto a estas últimas, se preguntarán los empiristas: ¿cómo puede una persona ciega tener en su mente la idea de rojo? Todas las ideas, creen los empiristas, derivan de los sentidos.

Además, y esto lo heredará el método científico hasta nuestros días, la filosofía empirista rechaza la deducción (partir de principios generales para llegar a casos particulares) como método de conocimiento. El conocimiento del mundo, dicen estos autores, debe realizarse desde la inducción (aunque presente también ciertos problemas). Es decir, el conocimiento del mundo debe partir del estudio de la realidad particular y, de ahí, se pueden extraer ciertas sentencias generales.

3 Impresiones e ideas

«Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas». Así empieza el libro primero del Tratado de la naturaleza humana, la primera obra de Hume. Según el filósofo escocés, las impresiones son las percepciones de los sentidos (como cuando miramos un vestido rojo) y las ideas son copias de las impresiones (como cuando cerramos los ojos y pensamos en ese vestido rojo).

Esta distinción entre impresiones e ideas abarca, escribe Hume, la totalidad de los fenómenos de la mente. De esto se deriva, como buen empirista, que no hay idea alguna en nuestra cabeza que no haya sido previamente una impresión captada por los sentidos internos (por ejemplo: hambre, frío o deseo) o externos (por ejemplo: vista, gusto u olfato). Todas las ideas nacen de una impresión previa y, por tanto, sin experiencia, no hay conocimiento.

¿Qué ocurre entonces cuando pensamos en un unicornio? ¿No es acaso una idea que no deriva de una impresión procedente de los sentidos? Para explicar la formación de las ideas que no son reales, es decir, ideas de objetos o seres que no hemos visto en la realidad, Hume recurre al libre juego de la imaginación. La facultad humana de la imaginación mezcla ideas de nuestra mente (cuerno y caballo, en este caso) para crear ficciones, ideas que no derivan totalmente de la experiencia. Pero la imaginación nunca inventa algo radicalmente nuevo, sino que mezcla impresiones. En otras palabras, la imaginación se caracteriza por juguetear, mezclar, hacer collages, pero no trasciende totalmente el campo de la experiencia.

En fin, la distinción entre impresiones e ideas articula toda la filosofía humeana y es la base de todas sus críticas y propuestas. Considerada esta distinción por Hume como un hecho evidente e indudable, recurrió a ella cada vez que pretendió articular nuevas concepciones o desmontar concepciones clásicas de la filosofía. Con la distinción entre impresiones e ideas, Hume se propuso examinar todas las nociones de la filosofía tradicional para ver si derivan de la experiencia o, en caso negativo, examinar cuál es su origen. Una de las nociones que sometió a este examen empirista es la idea de causalidad.

4 Causa

Antes de examinar críticamente desde el empirismo la noción de causa, Hume necesita esclarecer primero qué es la causa, es decir, qué queremos decir cuando hablamos de causalidad. Después de un riguroso análisis en el Tratado, Hume llega a la conclusión de que afirmamos que un elemento es causa de otro cuando observamos dos fenómenos (causa y efecto) contiguos en el que uno precede a otro temporalmente. Cuando esta observación se repite en el tiempo, y vemos repetidamente que un fenómeno sigue al otro, establecemos una conexión necesaria entre ellos, de tal forma que —pensamos— si volviéramos a percibir la causa esperaríamos percibir el efecto.

Veámoslo mejor con un ejemplo. Cuando toco el fuego (percepción 1), después siento dolor en el dedo (percepción 2). Creemos que una percepción es causa de la otra (es decir, que me duele el dedo porque he tocado el fuego) cuando creemos que son dos percepciones que necesariamente tienen que ir juntas. Sería absurdo pensar que quizá toquemos un día el fuego y no nos quememos, ¿verdad? Esta es la noción de casualidad: dos fenómenos contiguos en el que el efecto sigue necesariamente a la causa.

El núcleo del empirismo humeano se encuentra resumido en el comienzo de su Tratado: «Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas»

Hume no problematiza ninguno de los dos fenómenos, pues ambos cumplen la regla empirista: de ambos (tanto del fuego como del dolor) tenemos experiencia, hallamos impresiones. Sin embargo, dice Hume, ¿podemos percibir la necesidad que une a ambos fenómenos? Captamos las dos percepciones (fuego y dolor) y su contigüidad (su estrecha relación temporal), pero ¿cómo podemos estar seguros de que mañana nos quemaremos? Si todo conocimiento parte de la experiencia, ¿no es la noción de necesidad una idea que no deriva de la experiencia? ¿Es que acaso se puede percibir la necesidad? Si limitamos el conocimiento a la experiencia debemos, entonces, rechazar esa noción de necesidad, pues nunca hemos tenido impresión de ella. Tan sólo percibimos el fuego y el dolor, nada más.

Para Hume, la causalidad es un fenómeno psicológico, es decir, a medida que vemos que dos fenómenos van relacionados uno detrás de otro, nuestra mente, y por hábito, empieza a establecer que uno es causa del otro. Así, nuestra mente empieza a pensar que es probable que si pasa uno, entonces pase el otro. Esta probabilidad que augura nuestra mente continúa en nuestro entendimiento hasta que, después de varias sucesiones, nuestra mente da el paso a la necesidad: sin uno no hay otro, si toco el fuego, siempre me quemaré.

Pero sobre la necesidad en el mundo real no podemos pronunciarnos, dice Hume, porque no podemos percibir la necesidad que adscribimos a los fenómenos. Es muy probable que nos queme le fuego mañana, pero podría no hacerlo, argumenta Hume, porque no tenemos experiencia del lazo que une ambas percepciones. Hay que evitar dar peso a las ideas que no se fundamentan en la experiencia y la necesidad, base de la causalidad, es una de ellas.

5 El yo

Otra de las nociones que examina Hume bajo la lupa empirista es la noción del yo. Clásicamente, el yo, la identidad de cada uno, se ha concebido como la sustancia que permanece tras los cambios. Es decir, esté enfadado o esté alegre, clásicamente se ha creído que hay una substancia (Javier) que permanece, aunque algunos estados cambien.

La crítica que hace Hume a la idea del yo es similar a la que realiza a la noción de causa. ¿Tiene la noción de yo una impresión correspondiente? Es decir, si todo conocimiento parte de la experiencia ¿tenemos experiencia de nuestro yo? Cuando buceo en mí, ¿percibo a Javier? ¿Percibo esa sustancia?

La respuesta de Hume es negativa. Podemos tener, dice el filósofo escocés, a lo sumo impresiones particulares: percibo el Javier hambriento o el Javier enfadado, pero no la percepción de la sustancia de mi identidad. Es decir, y en palabras de Hume, tenemos un haz o manojo [bundle] de impresiones, pero nunca tenemos una impresión que trasciende esa particularidad. En román paladino: nunca percibimos nuestra identidad, sino, y a lo sumo, cómo nos sentimos en un momento determinado.

6 El problema de la inducción

En lógica clásica hay dos formas principales de razonamiento que nos pueden aportar nuevo conocimiento: la deducción y la inducción. La deducción consiste en extraer una conclusión particular («Sócrates es mortal») a partir de premisas generales («Todos los hombres son mortales»). La inducción, en cambio, se caracteriza por el camino inverso: extrae conclusiones generales («La madera es inflamable») a partir de premisas particulares («Hemos quemado muchas maderas y hemos visto que todas prenden»). Como es sabido, el razonamiento inductivo es el razonamiento usado por el método científico, que realiza múltiples experimentos particulares para extraer conclusiones de alcance general.

Según todo lo dicho hasta aquí del empirismo humeano, es fácil advertir los problemas de la inducción que Hume va a denunciar. Al igual que ocurre con la noción de causa (que añadía la necesidad a las percepciones de la mente), la inducción es un paso que va allende la experiencia, un paso que trasciende lo que experimentamos.

Con ejemplos lo podemos ver de forma más clara. Aunque todas las maderas que hemos probado hayan prendido, no podemos estar totalmente seguros de que todas las maderas del universo sean así. O viéndolo de otra forma, el problema de la inducción consiste en observar una serie de pájaros verdes (por ejemplo, cien o mil) y extraer de ahí la conclusión de que todos los pájaros del mundo son verdes.

Es cierto que un número alto de casos, por ejemplo, un millón de pájaros, podría darnos un suelo epistémico relativamente estable para hacer tal afirmación general, pero ¿no es un salto demasiado grande afirmar algo así de todos los pájaros? El límite del conocimiento, no se cansará de repetir Hume, es la experiencia. Trascender este límite nos lleva a dogmatismos y fanatismos. Lo sumo que podemos decir es que cien pájaros (o el número que hayamos visto) son verdes y, quizá, y tan solo quizá, los demás lo sean, aunque no es algo que sepamos con certeza.

Para Hume no tenemos impresión alguna de nuestra identidad, únicamente percibimos manojos de impresiones particulares

7 Sentimentalismo

El empirismo epistemológico de David Hume tiene, como no podía ser de otra forma, profundas y marcadas consecuencias en otros ámbitos filosóficos. Dos de ellos de fundamental importancia son la moral y la estética. Ambas disciplinas presentan, después de la crítica empirista, el problema de su fundamentación: ¿cómo hablar de la moral si no tenemos impresión alguna del bien? O, en el caso de la estética, de todo lo que vemos en el cuadro, ¿cuál de esos elementos de la representación corresponde a la belleza? En fin, ¿cómo hacer una moral y una estética empiristas que no abracen conceptos vacíos, conceptos no basados en la experiencia?

La solución de Hume consiste en colocar a los sentimientos (que sí pueden vivirse y de los cuales tenemos experiencia) como fuente epistemológica en relación a la moral y a las artes. Así, el bien para Hume no es otra cosa que el sentimiento de aprobación que sentimos hacia las acciones de los demás. En otras palabras, decir que algo es bueno equivaldría a decir que esa acción nos agrada. ¿Podemos hacer ahora una moral empirista? Por supuesto, se tratará de examinar cuándo y en qué situación emerge este sentimiento (del que sí tenemos experiencia).

Lo mismo ocurre respecto a la belleza. Esta no es una cualidad de los objetos, no consiste en aquella línea o en aquella combinación de colores, sino que, para Hume, la belleza es una sensación de agrado que nos recorre cuando observamos los objetos. Dice Hume a este respecto en el Tratado:

«Euclides ha explicado completamente todas las cualidades del círculo; pero no ha dicho, en ninguna proposición, una palabra de su belleza. La razón es evidente. La belleza no es una cualidad del círculo. Es solo el efecto que esa figura produce sobre la mente».

Con esta solución sentimentalista, Hume roza peligrosamente el sendero del relativismo. ¿Cómo debatir con alguien que siente que lo que hace está bien o que asegura que un bello cuadro impresionista le desagrada? Hume nunca andará este camino relativista, que, sin embargo, es obvio que se deriva de sus escritos, y tratará de buscar una solución intermedia en textos como Sobre la norma del gusto.

Es problemático trascender la experiencia con la inducción. Aunque todos los pájaros que hayamos visto vuelen, nunca podemos dar el paso epistemológico para afirmar que «todos los pájaros vuelan». Siempre puede haber un pájaro desconocido por nosotros que no vuele

8 La razón debe ser esclava de las pasiones

Muy en relación con su sentimentalismo estético y moral, hay una sentencia de Hume que ha hecho historia: «la razón es y solo debe ser esclava de las pasiones». ¿Qué quiere decir esta célebre frase tantas veces manida y malinterpretada?

Hume es un crítico de la razón instrumental avant la lettre. El filósofo escocés muestra en el Tratado que la razón únicamente puede dirimir distintos medios para determinados fines, pero que no puede escoger entre diversos fines. Dicho de otra forma: la razón actúa cuando pensamos cómo ir al cine, si en bicicleta o andando, si por un camino o por este otro, pero la decisión de ir al cine, en vez de estudiar, no es una decisión racional, sino meramente pasional, de nuestras emociones.

En los escritos de Hume, la razón discierne entre los medios y sus cálculos, pero no entre los fines de la voluntad. De esto se deriva que los fines (estudiar o ir al cine) tan solo pueden considerarse irracionales como medios respecto a otro fin mayor (sacarme la carrera de medicina), pero que, en sí mismos, no son ni racionales ni irracionales. De ahí otro célebre y polémico pasaje humeano:

«No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el dedo. No es contrario a la razón que yo elija mi ruina total, para prevenir el menor desasosiego de un indio o persona enteramente desconocida para mí. Es igualmente poco contrario a la razón preferir incluso mi propio bien menor reconocido a mi mayor, y tener un afecto más ardiente por el primero que por el segundo».

9 La falacia naturalista

Si seguimos explorando la riqueza filosófica del Tratado, nos encontramos con un pequeño pasaje que ha desencadenado en la historia de la filosofía ríos de tinta, especialmente en la filosofía analítica del último siglo, y que creemos que merece un puesto en la lista de diez claves para entender el pensamiento de este autor. El pasaje es el siguiente:

«No puedo dejar de añadir a estos razonamientos una observación que, tal vez, pueda tener alguna importancia. En todos los sistemas de moralidad con los que me he encontrado hasta ahora, siempre he observado que el autor procede durante algún tiempo de la manera ordinaria de razonar, y establece la existencia de un Dios, o hace observaciones sobre los asuntos humanos; cuando de repente me sorprendo al encontrar que, en lugar de las cópulas usuales de las proposiciones, es y no es, no encuentro ninguna proposición que no esté conectada con un deber o un no deber. Este cambio es imperceptible; pero es, sin embargo, de última consecuencia».

Moore, en su libro Principia Ethica de 1903, llamó falacia naturalista a esta trampa intelectual denunciada por Hume. La falacia naturalista consiste en pasar del ser al deber ser. Este paso en los razonamientos, que puede parecer legítimo, no está justificado en sí mismo, como denunció Hume. Es decir, no se puede deducir la moral de la realidad.

Lo vemos en un ejemplo. Del hecho de que los hoteles estén llenos (juicio de la realidad, juicio sobre el ser) no se deriva que haya que construir más hoteles (juicio moral, juicio sobre el deber ser). Una vez señalado parece evidente la trampa, pero darnos cuenta de esto abre nuevos problemas: ¿de dónde derivan entonces los juicios morales?

«No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el dedo. No es contrario a la razón que yo elija mi ruina total, para prevenir el menor desasosiego de un indio o persona enteramente desconocida para mí. Es igualmente poco contrario a la razón preferir incluso mi propio bien menor reconocido a mi mayor, y tener un afecto más ardiente por el primero que por el segundo». Hume

10 La crítica a la religión

Aunque la vehemencia de la prosa debía ser comedida por la censura religiosa, la filosofía de Hume es claramente anticlerical y atea. El empirismo de Hume no permite afirmar que exista Dios, pues si todo conocimiento deriva de la experiencia, entonces ¿cómo fundamentar la fe en un ser del cual no tenemos impresión alguna?

Podría objetarse que la experiencia de Dios en la Tierra se halla en la experiencia de los milagros, verdadero rastro de la esencia divina. Sin embargo, cree Hume, los milagros son fruto de la mente humana y su facilidad para ver allí donde no hay nada. Cuando observamos un suceso que creemos increíble, ¿cómo podemos estar seguros de que no es un suceso propio de la naturaleza humana que, sin embargo, y por ser poco frecuente, desconocemos sus causas o es simplemente novedoso para nosotros?

Pensemos en los eclipses, por ejemplo. Es fácil ver su carácter único y la facilidad que podría tener la mente humana que no ha visto ninguno para pensar que se debe a un milagro y a una anomalía, pero lo que ocurre en realidad no corre fuera del curso de las leyes de la naturaleza.

Y aunque pasará algo realmente extraordinario, algo que realmente no supiéramos explicar, ¿por qué le damos a un caso (el milagroso, el extraordinario) mayor peso epistemológico que al resto de miles de observaciones que hemos realizado en nuestra vida cotidiana? ¿Por qué dudar de todo lo visto hasta ahora por un simple fenómeno que no se ha repetido más? Además, ¿no es curioso que los milagros se hayan dado con mayor frecuencia en regiones analfabetas o en épocas de menor acceso a la cultura? Esta cita de Hume sigue presente:

«Las ventajas de empezar una impostura entre gentes ignorantes son tan grandes que, aunque el engaño sea demasiado burdo como para imponerse a la mayoría de ellos (lo cual ocurre, aunque no con mucha frecuencia), tiene muchas mayores posibilidades de tener éxito en países remotos que si hubiera comenzado en una ciudad famosa por sus artes».

Fuente: https://filco.es/filosofia-de-hume-10-claves/