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Cierra exitosamente IV Congreso Dominicano de Filosofía

Con una asistencia masiva de personas cerró el pasado jueves 16 de abril de 2015, el IV Congreso Dominicano de Filosofía, titulado Los desafíos de las ciencias sociales: Una mirada filosófica, celebrada los días 14, 15 y 16 de abril 2015, en diferentes espacios de la Universidad Autónoma de Santo Domingo ( UASD ).

Maestros de diversas áreas de las ciencias sociales y estudiantes de todas las carreras académicas, se presentaron desde las 8:00 am, en los varios espacios donde se exhibieron las ponencias de maestros tanto de la UASD, como otros invitados de otras universidades del pais y el extranjero.

La actividad organizada por la escuela de filosofía de la (UASD) y su director el Dr. Leonardo Díaz, con el apoyo de Ramón Rodríguez Espinal Decano de la Facultad de Humanidades, la Academia de Ciencias de la Republica Dominicana y la colaboración de la Asociación de Estudiantes de Filosofía de la  UASD (ASEUFIL), se mantuvo desde las 8:30 hasta las 7:30 en constante movimiento de los disertadores, invitados, estudiantes y curiosos, “ la actividad ha sido todo un éxito, hemos recibido más del doble de asistencia de lo previsto “  expreso Díaz a LOSMINA.NET, prensa oficial del evento.

Los estudiantes que asistieron al evento mostraban asombro e interés por lo que estaba allí ocurriendo, durante las varias horas que duro se observo una asistencia masiva de diferentes provincias y sectores del país, tanto de la carrera de filosofía como de otras de la ciencia y el saber humano.

“… hemos visto el entusiasmo y la disposición de los jóvenes asistentes, se nos han acercado a preguntar por la carrera de filosofía y lo hemos invitado a pasar por la escuela de filosofía de la UASD, ubicada en el 5to piso del edificio administrativo de la universidad o llamarnos a los   teléfonos: 809-535- 8273, ext. 5780: Cels.809-448-7019/809-982-7502 y también seguirnos en Facbook: ASEUFIL o Escuela Filosofía Uasd  y en Twitter @escuelafiluasd ” dijeron los miembros de ASEUFIL a LOSMINA.NET, y agregaron “ es la FILOSOFIA y los filósofos de Quisqueya quienes descontaminaremos al país de las malas costumbres que nos afectan»

Al cerrar con la actividad los conferencistas, maestros y miembros de ASEUFIL se dirigieron a la academia de ciencias dominicana a presenciar la ponencia del invitado de honor el Doctor Antonio Campillo, finalista del XIII premio de Ensayo  Anagrama y Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia.

Originalmente publicado en Losmina.net

¿Para qué sirven las humanidades?

Como todos sabéis, hay en marcha un debate importante sobre la crisis de las Humanidades. Normalmente esos debatesson un poco tristes porque van del llanto a la añoranza y poco
más.

Sin embargo, el otro día en el Ateneu Barcelonès hicimos un Debate sobre el tema (patrocinado por la Universitat Autònoma de Barcelona) que realmente salió poco tópico.

En la mesa redonda aparecen Joan Carbonell, profesor de Filología Latina (UAB), Ricard Solé, físico e ICREA (UPF) y M. Àngels Cabré, escritora y directora Observatorio Cultural de Género de Catalunya.

El vídeo está en catalán, y aunque nos planteamos subtitularlo, debéis ser comprensivos con la tardanza en la elaboración de los subtítulos de un vídeo de casi dos horas.

Vídeo enviado por Ramón Alcoberro

https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=Eb1aZJz9m88

Vídeos en defensa de la Filosofía.

La REF, en colaboración con la Facultad de Filosofía y CCEE de la Universidad de Valencia, realizó una serie de vídeos en defensa de la Filosofía a personajes de relevancia en el ámbito de la cultura con ocasión de la aprobación de la LOMCE.

Adjuntamos un enlace a cada uno de los vídeos que próximamente se irán actualizando con la publicación de los realizados al filósofo José Luis Pardo y la escritora Elvira Navarro.

 

 

Un saber tan cruel

Belén Quejigo

Hay demasiados ladrillos en el muro. Que el sistema educativo está obsoleto no es nuevo. Que está realizado bajo la falsa filantropía de lo bueno, de lo que se debe saber y de la obligatoriedad normativa desde la adquisición progresiva del conocimiento y el estamento de las edades tampoco es nuevo (lo que hay que conocer a los cuatro, a los quince o a los veinticinco años), así como tampoco la economía del tiempo, el espacio, la distribución en una institución cerrada que extrae del cuerpo todo lo útil desde la recompensa y el castigo, desde la clase –social y física– de los buenos y de los malos, estigmatizando al estudiante como el individuo al que hay que enderezar y enseñar desde la mirada puntillosa del detalle disciplinario, desde el marco institucional, las técnicas de control y la pedagogía analítica.

Pero ¿es posible pensar una forma de conocimiento y enseñanza no ligada a la escuela, la obligatoriedad, los libros, el modelo examen, la asistencia de treinta horas semanales cinco días a la semana a un centro institucional cerrado que prepara ya para el horario del mercado laboral? ¿Podría­mos pensar una pedagogía de la diferencia? ¿Podríamos pensar una educación por la educación?

Michel-Foucault

Ese mismo año, el filósofo francés, junto a su pareja Daniel Defert, fundó el Grupo de In­for­maciones de Prisiones (GIP) para realizar una teoría que no fuera ajena a los afectados de las prisiones, que eran sustancialmente los que sufrían sus anacronismos y crueldades. Los prisioneros y los funcionarios te­nían algo que decir sobre el sistema penitenciario que sistemáticamente era considerado no digno de ser narrado. En el mismo sentido podemos hacer un paralelismo e intentar extender este modelo hacia unas nuevas pedagogías con ayuda de sus propios afectados, los alumnos y los profesores, ya que muy probablemente tendrían grandes aportaciones al sistema educativo. Sin embargo, a ojos de algunos, este hecho no tendrá ningún valor, pues una persona de diez o quince años nada puede aportar a un sistema organizado por quienes no lo sufren.

Pero si los grandes dirigentes estuvieran en un aula escuchando los rumores y las voces de los alumnos y profesores, se asombrarían. Los alumnos tienen algo que decir y están en su legítimo derecho de ser escuchados y tenidos en cuenta a la hora de redactar un marco legal que atañe en gran medida al conjunto de sus vidas. Pero su sentido crítico depende al mismo tiempo de los profesores porque, si en vez de fomentar la memorización se fomentara el espíritu crítico e individual de conocimiento, sí tendrían algo que decir y, de hecho, muchos lo dicen muy bien cuando se les presentan las herramientas necesarias para construir un discurso crítico. Por supuesto, muchos profesores tendrían algo que decir sobre las pedagogías y las formas de enseñanza.

Las preguntas son urgentes: ¿existe conocimiento más allá de los muros escolares? ¿Podría pensarse un método educativo no enclaustrado en la forma escuela? Si los tiempos están cambiando, ¿por qué el modelo educativo sólo cambia de materiales –de libros a ordenadores, por ejemplo–, pero no sustancialmente de forma y lugar desde su inicio? Todas estas preguntas pueden pensarse desde una cuestión: ¿es posible otra forma de pensar la educación? Te­nemos un arte moderno, una literatura moderna, “una política moderna”, una ciencia moderna. ¿Para cuándo una educación realmente moderna?

La tecnificación en las aulas no es síntoma de modernización, sino de falsa inversión en educación, una inversión basada en la obsolescencia de los recursos técnicos. Si bien es cierto que son urgentes dentro de las aulas para estar al mismo nivel que la sociedad de ahí fuera, no se puede llamar a la compra de portátiles o iPads inversión en educación, sino inversión o renovación de estructuras, que no es exactamente lo mismo.

‘Life on Mars’

Siento empañar la lectura con mis propias miserias, pero es necesario hacer pasar al lector por los mismos puntos que me condujeron a esta reflexión. La semana pasada en el metro una niña cantaba en un inglés perfecto «Life on Mars», de David Bowie. El hecho aislado carecería de interés incluso tratándose del hombre al que recitaba si no fuera porque, al ver mi cara de asombro, la madre me miró, se compadeció de mi condición de espectadora y dijo que ella no se lo enseñaba, que era la niña quien lo pedía en casa y se aprendía una gran cantidad de letras del cantante.

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Este gesto en apariencia vulgar y cotidiano esconde una profunda lección filosófica, a saber, que sólo existe el conocimiento desde el autoconocimiento y que sólo puede aprenderse (y aprehenderse) aquello que se ama desde cierto ejercicio de libertad de pensamiento porque, si no es así, cae en el vacío, aunque a corto plazo cumpla su función: aprobar un examen, agradar a un profesor, contentar a los padres. Un saber tan cruel… No hace falta recurrir a terceras personas para hacer este ejercicio sobre los fondos de ‘el capital cultural’ heredado de la Educación Secundaria y el Bachillerato (incluso de muchas asignaturas universitarias). Per­so­nalmente, poco recuerdo de las infinitas lecciones de Física o Literatura durante la Educación Secundaria Obligatoria y el Bachillerato, por no hablar de las Matemáticas, desterradas de mi memoria como Hécuba, hecho que no me honra en absoluto, pero tampoco lo hace al sistema educativo, que no consideró ni por un momento mi individualidad, sino que expuso universalmente unos contenidos que debíamos aprender obligatoriamente para ejercer una presión constante de sometimiento a un mismo modelo. “Para estar todos obligados a la subordinación, a la docilidad, a la atención en los estudios y ejercicios y a la exacta práctica de los deberes y de la disciplina. Para que todos se asemejen”.

Si bien es cierto que debe existir una obligatoriedad que permita a los individuos comprender de forma básica el mundo y tener unas bases de cultura general, tiene poca repercusión en dos sentidos. El primero porque en la era de la información, donde está más al alcance de la mano que en ninguna otra época, tenemos un sistema educativo que genera individuos dóciles rellenos de contenidos memorísticos. La información está toda volcada en una red infinitamente accesible y elástica. ¿No valdría la pena acabar con la memoria para invitar a pensar y a problematizar, a desestabilizar los marcos de pensamiento y a dejar de hacer obligatorios los contenidos a favor de una individualidad? ¿No merecería la pena cambiar la forma de conocer y aprender? Y, sobre todo, ¿cómo se hace todo esto? ¿Qué profesores necesitaría esta nueva educación? El segundo, porque ¿dónde queda la individualidad de cada uno si por doquier encontramos un sistema castrante de represión normalizadora de la personalidad que, además, se plantea de forma hipócrita como un sistema libre?

Desconozco si existen nuevas pedagogías a este respecto, pero sí conozco las nuevas leyes que gobernarán nuestro sistema educativo al menos unos años y que son el marco teórico en los que se desenvolverá el ejercicio escolar desde los contenidos básicos y competencias. Existe un gran movimiento contra esta nueva ley que sigue implantando esta mala educación que denunciamos, donde las disciplinas humanísticas que son las encargadas de problematizar dicho asunto están cada vez más ausentes de los planes de estudios. La gran afectada es la Filosofía, que, carente de interés en un mundo dominado por la utilidad, la eficacia y el capitalismo, sufre los estragos del modelo educativo, un declive que no es aislado para la forma escuela, sino para todas las instituciones de nuestro país. En particular, este declive que comenzó, como bien señala José Luis Pardo, hace ya algunos años, se debe a un cambio de terminología en apariencia técnica e inofensiva cuando, en lugar de asignaturas, las universidades empezaron a tener créditos en clara analogía con la terminología financiera. Esta falta de finalidad capital de no servir para nada (ni a nada) no tiene cabida en el mundo actual y se encuentra en un perpetuo no-lugar y a punto de su extinción en la Educación Se­cun­daria Obligatoria y el Bachi­llerato.

Este cambio no sólo daña a la Filosofía, sino al conjunto de conocimientos en general y sobre todo a los alumnos que aprenden que sólo deben alienarse individualmente y dedicarse a tener tiempos útiles sin desperdicios, sin vacíos, siempre llenos de felicidad y grandes intereses, economizando tanto su vida en general como su tiempo particular, y desterrar todo aquello que a corto o medio plazo no le vaya a garantizar ningún bien (en el sentido material). En clara analogía financiera (y hollywoodiense), los alumnos no aprenden categorías distintas al capital: tristeza, fracaso, pérdida, que forman también parte de nuestra vida, son consideradas como malas y deben ser desterradas de los modelos que no fomenten la competencia, el éxito y la utilidad. Pero nos entristecemos, fracasamos y perdemos, y no hay nada de malo en ello, forma parte del paquete de estar vivo. Esta pedagogía del miedo a lo que también es nuestro fomenta un saber cruel que está instalado en el inconsciente de cada uno de nosotros. Se torna lectura urgente Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, que nos enseña que hace falta algo más que el interés para fijar un conocimiento y que no debemos educar en el miedo, sino en la libertad y la diferencia. “Pero re­cuerde, señor Kappus, no tenemos ninguna razón para temer al mundo porque no nos es contrario. Si hay espantos, son los nuestros; si hay abismos, son nuestros abismos. Si hay peligros, debemos esforzarnos por amarlos”. Pro­ba­blemente la Filosofía sea la única disciplina capaz de salvar los cortos y medios plazos tanto educativos como financieros.

Este artículo fue originalmente publicado aquí,

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Más dóciles y más cobardes

El filósofo italiano Giorgio Agamben, en su inquietante ensayo titulado ¿Qué es un dispositivo?, llega a la conclusión de que hoy tenemos “el cuerpo social más dócil y cobarde que se haya dado jamás en la historia de la humanidad”. Esa docilidad y esa cobardía que Agamben percibe esta relacionada con los teléfonos móviles y con las tabletas a las que vive conectado un habitante común del siglo XXI.

Pero estos aparatos electrónicos, que son el punto en el que termina el ensayo, no son más que la evolución de los dispositivos que han modelado el comportamiento y los destinos de la humanidad desde hace siglos. ¿Qué es un dispositivo? Agamben echa mano de las ideas de Michel Foucault, de Jean Hyppolite y de Hegel para establecer que el dispositivo es eso que tiene “la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes”, y esto incluye no solo las instituciones como la escuela, las fábricas, la religión, la constitución y el manicomio. También son dispositivos “la pluma, la escritura, la literatura, la filosofía, la agricultura, el cigarrillo, la navegación, los ordenadores, los teléfonos móviles y —por qué no— el lenguaje mismo, que quizás es el más antiguo de los dispositivos”. En suma, Agamben divide al mundo en dos grandes clases: los seres vivientes y los dispositivos, que forman una intricada red que, inevitablemente, nos condiciona, nos hace pensar, reaccionar y conducirnos de una manera determinada, aun cuando nosotros estemos muy convencidos de nuestra originalidad.

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Pero el filósofo italiano termina su ensayo precisamente en cuanto aparecen el smartphone y la tableta, que han venido a revolucionar, y a multiplicar de manera masiva, esos dispositivos que nos han acompañado desde el principio de los tiempos, pues ninguno de estos, ni las fábricas ni los manicomios ni el cigarrillo ni la agricultura, han sido tan invasivos, ni han gozado de tanta impunidad como las tabletas y los teléfonos móviles, que son también, a su vez, dispositivos, y que invaden absolutamente todas las esferas que conforman la vida cotidiana de un individuo. Además, invaden, a diferencia de aquellos dispositivos altamente invasivos como la religión, o las dictaduras, o el capitalismo rampante, de manera rigurosamente personal, más bien de forma personalizada, en un permanente y muy íntimo tête à tête con el usuario de la tableta o el teléfono. Y no hay que dejar de lado otra diferencia con los dispositivos invasivos, la de que el usuario tiene en alta estima a su aparato electrónico, lo lleva a todos lados, no puede vivir sin él, lo ama y le preocupa que su aparato envejezca y caiga en desuso, le preocupa no estar al día, le agobia que su dispositivo no sea ventana suficiente para mirar, y empaparse, de todos esos millones de dispositivos que son las páginas web, las redes sociales, las aplicaciones que sistematizan y propagan los millones y millones de dispositivos que están ahí palpitando, a un solo clic de distancia, listos para que el usuario voraz los consuma, los digiera y, a la postre, se deje conformar por estos. Antes de los teléfonos móviles, y de los ordenadores, el individuo gobernaba mejor su relación con los dispositivos, tenía espacio para reflexionar, la información se administraba con una velocidad de escala humana; hoy la escala es la velocidad de la luz y en ese batiburrillo de pronto el planeta entero, como sucedió hace unos días, debate si el vestido que llevaba una señora a una boda era blanco y dorado, o azul y negro. ¿La discusión sobre el color del vestido era importante?, seguramente no, pero era la que con más fuerza entraba por los aparatos electrónicos y esto nos da una idea de la nueva jerarquía que establece el siglo XXI.

Tiene razón Giorgio Agamben cuando dice que nunca en la historia de la humanidad la sociedad ha sido tan dócil y tan cobarde, quizá porque nunca habíamos consumido tantos dispositivos, estamos permanente distraídos, con la atención puesta en demasiadas cosas simultáneamente y eso nos hace vulnerables, hemos abierto demasiadas puertas y la atención que requiere atenderlas a todas nos va condenando poco a poco a la individualidad, nos va convirtiendo en individuos que se bastan a sí mismos, que pueden prescindir, cada vez con más confort, de la vida en comunidad.

Los teléfonos y las tabletas, además de sus múltiples virtudes, también han conseguido atomizar a la sociedad y quizá por esto, porque estamos cada vez más solos somos hoy más dóciles y más cobardes. Y en esa rotunda soledad a la que nos invita la tableta, estamos expuestos permanentemente al discurso oficial de este milenio, que es el de la preocupación de los Estados por la salud de sus ciudadanos, y la preocupación de las familias por la salud de sus individuos; vivimos bombardeados por millones de dispositivos que nos hacen ver, con una insistencia francamente sospechosa, lo perjudicial que puede ser fumar, beber alcohol, consumir grasas saturadas, no hacer ejercicio; una batería de dispositivos del miedo al envenenamiento corporal, a la decadencia física, al peligro, que atemorizan al individuo y que, seguramente, tiene que ver con eso de que somos el grupo humano más dócil y más cobarde que ha producido la humanidad.

Observemos, desde nuestra individualidad atómica, lo que ya ha pasado, en este siglo que apenas comienza, con el acto de sentarse a mirar la televisión, que en el siglo XX sustituyó al acto colectivo de sentarse alrededor del fuego; el televisor estaba en el salón y la casa gravitaba entorno a él, como también pasaba con el tocadiscos: la tele y la música eran dos grandes pretextos para convivir con el otro. Hoy este paisaje doméstico ha sido erradicado, se ha atomizado, cada individuo mira lo que quiere en su tableta, en su habitación y en solitario y, el aparato de televisión, que se parece cada vez más a un monitor de ordenador, o a una pantalla de cine, subsiste gracias a las películas y a los partidos de fútbol, los dos espectáculos que son capaces, todavía, de congregar a un grupo de personas que atiende a una sola propuesta. Desde luego que la tableta tiene enormes ventajas sobre la televisión, no está sujeta a un horario, se puede hacer una pausa o repetir una escena, se pueden ver producciones de todo el mundo y puede evitarse la publicidad; pero estas contundentes ventajas solo lo serán de verdad si somos conscientes de lo que esa misma tableta nos ha arrebatado.

La imagen que ilustra de verdad la atomización que producen estos aparatos electrónicos, es la del individuo que escucha música enchufado a unos cascos. La calle está llena de gente que lleva cascos, cada vez más ostentosos, y que con frecuencia van cantando la canción que solo ellos oyen; van atendiendo parcialmente los accidentes del camino y transmitiendo a los que se topan con ellos, el mensaje que pretendo atrapar desde que comenzaron estas líneas: aquí voy, en medio de la multitud, completamente solo.

Pensemos en lo que era escuchar música en el siglo XX, era el acto colectivo por excelencia, se ponía un disco que oían los demás y la obra musical generaba una conversación, un intercambio de ideas, una convivencia, cosa que todavía puede hacerse hoy pero que ya ha caído en desuso, porque lo de hoy es lo atómico, el individuo solo con sus cascos. Y como complemento de esta nueva tendencia, también la música se ha atomizado, ya nadie escucha un disco completo, la música se vende por canciones, a pedazos. Pensando desde la paranoia, parece que alguien se ha puesto a aplicar aquella máxima de divide y vencerás, o mejor: atomiza y tendrás una multitud de individuos solitarios, dóciles y cobardes.

Jordi Soler es escritor, y ha publicado este artículo en el diario El País el día 28-3-2015.

Un genio vagabundo amante de la lógica, el padre incomprendido de la cibernética

Walter Pitts, un genio atormentado, huyó de su hogar cuando era adolescente para cumplir su sueño: aprender lógica. En los años 40, el neurocientífico Warren McCulloch, al que Turing consideraba un charlatán, le acogió en su casa y juntos desarrollaron la primera teoría matemática del cerebro. La historia de estos dos científicos revolucionarios no tuvo un final feliz y su investigación siempre se asoció con la inteligencia artificial pese a que sus ideas iban mucho más allá.

«¿Tú qué quieres hacer en la vida?», pregunta el maestro. «Yo quiero saber lo que es un número que una persona puede conocer, y saber lo que es una persona, un cerebro, que puede conocer un número. Saber la relación entre el conocimiento abstracto y la persona y el cerebro«, responde el alumno. Esta fue la conversación que mantuvieron Warren McCulloch y su profesor de filosofía en una clase de bachillerato a principios del siglo XX. El maestro le advirtió que estaría ocupado toda su vida. Y así fue.

El joven de Nueva Jersey estudió teología, matemáticas, medicina y psiquiatría para alcanzar ese propósito. Roberto Moreno, catedrático emérito de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, discípulo e íntimo amigo de McCulloch durante su estancia como investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en los años 60, desvela estas anécdotas a HojaDeRouter.com. «Warren quería desarrollar un modelo de funcionamiento del cerebro», explica este investigador.

Casi con la misma edad que aquel Warren que sorprendió a un maestro con su ingenio, aunque unos cuantos años después, Walter Pitts huía de su hogar en Detroit. Su padre no aceptaba que su hijo adolescente tuviera el firme propósito de dedicar su vida al estudio de la lógica. No comprendía que era un genio autodidacta. Pitts nunca estudió el bachiller ni ninguna carrera, pero aprendió lógica y matemática por su cuenta, además de varios idiomas, incluyendo el griego y el latín.

Con tan solo 12 años, Pitts ya se había ventilado ‘Principia Mathematica’ de Bertrand Russell en solo tres días e incluso llegó a escribir una carta al filósofo y matemático detallándole algunos errores de su obra. Russell le contestó con una invitación para estudiar en Inglaterra.

Precisamente en una clase de este autor, ya en la Universidad de Chicago, Pitts conocería posteriormente al que sería profesor de ingeniería eléctrica y biomédica en el MIT, Jerome Lettvin, según el ya fallecido  Lettvin desveló hace algunos años. En poco tiempo se hicieron inseparables. «Lettvin era un buen estudiante de medicina, aunque un poco bohemio, y le cogió simpatía a aquel chiflado al que le gustaba la lógica matemática«, nos cuenta Moreno.

DOS VAGABUNDOS DE BIBLIOTECA Y UN PSIQUIATRA QUE QUERÍA ENTENDER EL CEREBRO

Ambos eran vagabundos de biblioteca hasta que conocieron a Warren McCulloch. En 1942, Warren invitó a aquellos pobres diablos a vivir con su familia. Este genio de larga barba, penetrantes ojos grises e inmensa capacidad creativa encontraría en un jovencísimo Walter Pitts el mejor complemento para su propósito de realizar una teoría del cerebro.

Por aquel entonces, Alan Turing ya había descrito su máquina automática, la famosa máquina de Turing, un diseño abstracto de una computadora con una memoria infinita. «Turing se reunió con McCulloch en una ocasión y pensó que era un charlatán, pero creo que simplemente estaba subestimando a McCulloch», señaló en cierta ocasión Jack Cowan, profesor de matemáticas y neurología, que trabajó como investigador en el MIT con el psiquiatra. « Alan Turing pecaba de extremos: era demasiado riguroso, no tenía imaginación, y Warren tenía mucha imaginación», añade Moreno.

La imaginación de McCulloch y sus conocimientos de fisiología, medicina y psiquiatría se fundieron con la cultura lógico-matemática de Pitts. Juntos desarrollaron la primera explicación lógico-matemática del cerebro de la historia, un modelo neuronal formal para explicar su funcionamiento que recogieron en ‘Un cálculo lógico de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa ‘. Este artículo, publicado en 1943, está considerado uno de los estudios fundadores de la inteligencia artificial, aunque este concepto no se desarrollaría hasta años después.

Moreno defiende que la inteligencia artificial solo se ha aprovechado de las ideas de estos dos pioneros, que no buscaban una teoría de la inteligencia artificial sino del cerebro. «Yo creo que la gente los utiliza de disculpa. La inteligencia artificial son artefactos ‘ad hoc’, sistemas basados en el desarrollo tecnológico para resolver problemas concretos que se parecen a los intelectuales, pero no era lo que ellos pretendían «, señala este investigador, que cree que pocos científicos han entendido el sentido del artículo general.

«Ellos crearon un modelo teórico de cómo funciona el cerebro, el primero modelo, erróneo pero el primero», detalla Moreno. «Es una primera teoría formal de cómo unidades básicas, sencillas, conectadas, pueden computar por lo menos lo que por entonces era la máquina de computación más compleja, la máquina de Turing». McCulloch y Pitts no querían simplemente conocer cómo funcionaba una máquina; deseaban descubrir cómo trabaja un sistema mucho más potente: nuestro cerebro.

EL GRUPO DE GENIOS DE LA CIBERNÉTICA QUE SE SEPARÓ POR UN LÍO DE FALDAS

En 1943, Pitts conoció al que después consideró su verdadero padre: Norbert Wiener, precursor también de la cibernética y defensor de que los seres biológicos pueden ser en gran parte expresados de forma matemática. Lettvin le dijo a Wiener que había descubierto a alguien extraordinario que debía conocer. Efectivamente, quedó fascinado por Walter.  

«Él era en cierto sentido el genio del grupo. Era absolutamente incomparable en química, física o todo lo que pudieras hablar sobre historia, botánica, etc. Cuando tú le preguntabas una cuestión, te contestaba con todo un libro de texto. Te sentabas y le escuchabas durante dos o tres horas porque él seguía y seguía. Para él, el mundo estaba conectado de un modo complejo y maravilloso», escribió después Lettvin sobre su colega Pitts.

Norbert Wiener consiguió que Pitts y McCulloch trabajaran juntos en el Laboratorio de Investigación Electrónica del MIT, en 1952, junto con Jerome Lettvin o Humberto Maturana. En 1959, los cuatro publicaron ‘Lo que el ojo de la rana dice al cerebro de la rana’,  descubriendo que el ojo proporciona al cerebro información que es en cierta forma organizada e interpretada.

Para entonces, este grupo de investigadores revolucionarios ya se había fracturado, una situación que enloquecería a Walter Pitts . Estos genios no discutieron por sus teorías ni por sus visiones, sino por un lío de faldas.

McCulloch era un hombre muy atractivo («se las llevaba a todas de calle», nos cuenta Roberto Moreno) y liberal (el investigador canario recuerda cómo todos se bañaban desnudos en su rancho en Connecticut), mientras que la familia de Wiener era muy puritana. «Norbert era un genio pero también era un calzonazos, y tenía un terrible miedo a su mujer«. La estricta esposa de Wiener obligó a su familia a separarse de todo el grupo después de que su hija asegurara que McCulloch le había seducido. Pitts jamás lo superó.

EL SUICIDIO COGNITIVO DE WALTER PITTS

Este genio de la lógica matemática quemó todos sus manuscritos, incluyendo su trabajo sobre redes tridimensionales, una investigación única, y se aisló por completo. «Verle destrozándose a sí mismo fue una experiencia terrible para todos lo que le conocíamos bien», detalló Lettvin.

Moreno se incorporó a la plantilla del Laboratory of Electronics y al Charles Stark Draper Laboratory del MIT en 1965. Nunca conoció a Pitts, aunque era supuestamente su compañero de laboratorio. Pese a la afinidad que le unía con el  chileno Humberto Maturana, este biólogo nunca le habló de él. «Lo que me dijeron fue que se había suicidado, pero no era verdad que se hubiera muerto, solo se había suicidado socialmente, cognitivamente».

Pitts se dio a la bebida y dedicó sus últimos años a la lectura. Moreno nos cuenta que Lettvin le dejó un manuscrito inédito, en el que afirmaba que Walter Pitts vivía entonces «como el que se va a morir mañana, leyendo por leer». Falleció en 1969 sin que su cariñoso amigo Lettvin se enterara. Ese mismo año murió también Warren McCulloch, su gran aliado.

El enigmático y fascinante científico McCulloch se convirtió en el primer presidente de la Asociación Americana de Cibernética, fundada en 1964. «Estuve con Warren hasta una fecha muy próxima a su muerte y siguió persiguiendo sus ideas. Buscaba otra lógica. Nos puso a algunos de sus pupilos a pensar en ello, pero no se ha podido llegar muy lejos por ahora», explica Moreno.

McCulloch nunca logró su propósito ni tampoco ningún otro científico posterior. «Ahora solo se presta atención a resolver problemas puntuales, parroquiales y concretos que se pueden vender«, explica este científico canario que, después de su labor en el MIT, regresó a España y fundó un grupo de investigación en redes neuronales en la Universidad de Zaragoza y el Instituto Universitario de Ciencias y Tecnologías Cibernéticas en La Universidad de Las Palmas, el primero de nuestro país.

En 1995, Moreno reunió en una conferencia en Las Palmas a todos los supervivientes de la época gloriosa de la cibernética, desde Heinz von Foerster a Jerome Lettvin. Este investigador rememora aquella reunión con nostalgia, ya que, en su opinión, los filósofos y científicos con base sólida han tendido a desaparecer. Ahora los científicos no tienen tiempo para filosofías, solo para buscar financiación.

«El gran efecto que tuvo el trabajo pionero de Pitts, McCulloch o Wiener fue poner a la gente a pensar en teorías que explicaran cómo funcionan los seres vivos, y marginalmente, en la “mecanización de los procesos mentales», nos cuenta Moreno. «Sus teorías tuvieron un éxito pequeño, relativo, pero dispararon un montón de actividad, dispararon la curiosidad de investigar fenómenos cognitivos y mecanizarlos por procedimientos computacionales», concluye este científico, que ha realizado 130 trabajos de investigación sobre neurocibernética, teoría retinal y visión natural y artificial.

En la actualidad, queremos saber qué hace nuestro cerebro solo para lograr que la tecnología continúe su camino y mecanice nuestros pasos. Estos pensadores, sin embargo, perseguían una cuestión mucho más importante y más profunda: descubrir cómo está unida nuestra mente a la materia, al cerebro, y poder expresarlo de manera científica. Un interrogante que, hoy en día, sigue sin tener solución.

Artículo de Cristina Sánchez en eldiario.es