Archivo de la categoría: Opinión

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CEGUERA MORAL

La ceguera moral nos conduce directamente a la caverna si no abrimos la mente a tiempo»

Antonio Guerrero

 EN el célebre libro «Carta sobre los ciegos para uso de los que ven», de Diderot, aparece un tema muy atractivo: «la ceguera moral». El libro está situado en el siglo de las luces y fue bastante refutado entonces, hasta el punto de costarle la cárcel al autor. En este trabajo aparece una simetría perfecta entre los problemas físicos que tenían los pacientes de ceguera y los problemas políticos franceses del momento. En el momento de ser escrito el libro, había una invidencia de los que veían respecto a la aristocracia y el despotismo ilustrado que otorgaba cánones de excelencia. Era la ilustración, entonces, (el siglo de las luces) y existía una amplia ceguera política y ética. Diderot dio ciertas claves en este trabajo para salir de la oscuridad ética: la razón, la crítica, la libertad, la fraternidad y el furor igualitario de la Revolución Francesa como motor de la modernidad. Además, se dio la coincidencia histórica de ser el momento en el que los estudios sobre cataratas avanzaron mucho, hasta el punto de lograr dar la vista a algunos ciegos, hecho que aprovechó el autor. No obstante este tema esta vigente hoy día. Hay más filósofos que han argumentado sobre ello. En un momento más presente está, por ejemplo, Zygmunt Bauman, en tanto y en cuanto la ceguera moral es una característica de la modernidad líquida. Este es un término creado para referirse al cambio de nuestra sociedad, donde hay transitoriedad, desregulación y liberación de los mercados. Dicho cambio ha generado una gran precariedad en las relaciones humanas, marcadas por un excesivo individualismo y unos principios morales inciertos. Cuando Bauman habla de ceguera moral, nos está diciendo una de las consecuencias a donde nos conduce la modernidad liquida. Hemos perdido el rumbo de la moral y los principios fundamentales donde estaban inspirados. Nuestra vida acelerada, marcaba por la banalización de la cultura y el consumismo radical, está vacía de sensibilidad hacia los problemas de los demás. No hay solidaridad. Además, en algunos campos la ética ya ha sido descartada como por ejemplo en política. La ética se ha debilitado tanto (líquida) que estamos ciegos y no vemos los problemas a nuestro alrededor. En su lugar solo nos importa el placer personal y el individualismo excluyente. La ceguera, como otras tantas cosas del momento presente, nos ha devuelto de lleno a la caverna. 

Fuente:

http://lamiradazurda.blogspot.com.es/2018/03/ceguera-moral-revistablue.html

http://www.diariodealmeria.es/opinion/articulos/Ceguera-moral_0_1224777821.html

El pensador antifranquista

A Millán Astray no le irritaron solo las palabras de don Miguel en defensa de vascos y catalanes

Miguel de Unamuno (con barba blanca), a la salida de la Universidad de Salamanca en 1936.

Un extenso reportaje se hizo ayer en este periódico eco de las investigaciones de Severiano Delgado, bibliotecario de Salamanca. Estamos ante un intento de desmitificación, que desestima el famoso discurso de Unamuno del 12 de octubre de 1936, enfrentándose al general legionario Millán Astray, quien supuestamente habría pronunciado los gritos de “¡Mueran los intelectuales!” Y “¡Viva la muerte!”. Delgado realiza un minucioso trabajo en el cual prueba, y aquí el título del reportaje es explícito, que Unamuno nunca pronunció las conocidas palabras de respuesta a Millán Astray.

Solo que las palabras no serían esas, pero los contenidos estaban ahí. A Millán Astray no le irritaron solo las palabras de don Miguel en defensa de vascos y catalanes, unidas nada menos que a la condena de quienes hablaban de la Antiespaña, condena no pronunciada por el legionario, sino la evocación de José Rizal. Y no solamente por ser un heroico patriota filipino a quien conoció y estimaba, sino por denunciar el crimen cometido en 1896 por el general Polavieja en Filipinas, culminando una represión contra todo adversario real o supuesto, ejemplo de “la brutalidad agresiva e incivil de los militares” (relato de Vegas Latapie). Era un discurso esópico, donde el blanco inequívoco era el militarismo franquista. Lógica la reacción de Millán Astray: “¡Mueran los intelectuales traidores!”. ¿Y qué decir de la referencia en el discurso unamuniano a las mujeres que en Salamanca iban a contemplar los fusilamientos, con sus escapularios y crucifijos. Por fin, una vez limpiado de envolturas retóricas, su proclamación de “vencer no es convencer”, dicho en tales circunstancias, suponía un jaque al rey contra la conducta de los sublevados, a quienes apoyó con fuerza inicialmente. Si cambió de ideas, no fue para redimirse: esta actitud no cabía en Unamuno, tan próximo a su adversario Azaña en cuanto a la exigencia de autenticidad. No menos al denunciar el peligro de “suicidio moral” de España. José Luis Gómez acierta.

La foto de la salida del acto evita cualquier disquisición ulterior y el escrito tardío reproducido por Delgado elimina toda duda. Unamuno rechaza el “régimen de terror” en la otra zona, y también el “bárbaro, anticivil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria” que ve nacer. Es un antifranquista.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/05/08/actualidad/1525800229_294166.html

La vigencia de la filosofía de Habermas

Tras la entrevista a Jürgen Habermas, comienza a hacerse necesario un repaso a sus consideraciones éticas en favor de un mundo mejor. Hace algunas décadas, él concibió una nueva forma de ética. Una manera de entender las costumbres que pudiera mejorar las relaciones entre los seres humanos, que estuviera basada sobre algo inherente de cada persona: el lenguaje. Este filósofo propuso la teoría acerca de la “ética discursiva”. La sociedad iba a tener un progreso en diversos ámbitos si es que se establecía una ética regulada por las normas lingüísticas por las cuales nos regimos. Hay algo en el lenguaje que también está en nuestro pensamiento. Esas reglas implícitas ayudarían a establecer mejores vínculos comunitarios con los demás. Lo principal era el uso del lenguaje como parte primordial de espacios de debate en la sociedad: la existencia de argumentaciones razonadas en cada individuo contribuiría a fortalecer la democracia y a tomar mejores decisiones en conjunto. Hoy en día vivimos en una realidad con argumentos falaces que apelan a los sentimientos, a autoridades erróneas e, incluso, a razones sin cuestionar. El cambio se debe generar desde esa disonancia de ideas que tanto tememos.— Juan Francisco Osores Pinillos. Lima (Perú)

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/05/11/opinion/1526053872_172715.html

Más Séneca y menos ansiolíticos

Vanidad sin control, obsesión por la seguridad, aceleración tecnológica, … ¿Qué tiene que decir el renovado interés editorial por el estoicismo sobre el mundo en el que vivimos?

Juan Arnau

Cultiva el espíritu porque obstáculos no faltarán. El consejo de Confucio podría haberlo firmado cualquiera de los filósofos estoicos. Una versión moderna de esta máxima se la debemos a Woody Allen: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Un poeta barcelonés la remató con un verso lapidario sobre el inexorable juicio del tiempo: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. Esos son, a grandes rasgos, los tres vértices del estoicismo antiguo, que parece resurgir en nuestros días. ¿Se trata de un espejismo? Las sociedades modernas se encuentran dominadas por la rentabilidad tecnocrática del selfie, la autoindulgencia (todo nos lo merecemos, sobre todo si hay desembolso) y el capricho. Se trata de fabricar un ego frágil e injustificadamente vanidoso. Una situación que supuestamente podría remediar una buena dosis de estoicismo. Dado que no podemos controlar lo que nos pasa y vivimos totalmente hacia afuera, atemorizados y estresados, dado que somos más circunstancia que nunca, quizá pueda ayudarnos esta antigua filosofía que inspiró a Marco Aurelio, un hombre que, dada su posición, conoció el estrés mejor que nadie.

No quedan muy lejos algunos ejemplos de estoicismo moderno. Wittgenstein cuenta que de joven experimentó esa sensación de que “nada podía ocurrirle”. Era un modo de decir que, ocurriera lo que le ocurriera (una bala perdida, un cáncer), sabría aprovechar la experiencia. Una actitud que le permitió asumir el puesto de vigía en medio del fuego cruzado durante la primera gran guerra. Algo parecido encontramos en Simone Weil, siempre arriesgándose, ya fuera en la fábrica de la Renault o en los hospitales de Londres, con la humildad como valor supremo, que hace que el ego no apague la llama de lo divino. Curiosamente, la actitud de estos dos grandes filósofos, en los que reviven los viejos ideales grecolatinos, contrasta con algunas obsesiones actuales. Desde el miedo al propio cuerpo, que requiere un examen continuado, hasta la obsesión por la seguridad (to feel safe, to feel at home). Como si un escáner o un refugio pudieran otorgar esa tranquilidad, como si hubiera que encerrarse para sentirse seguro. Mientras un mandatario reciente se preguntaba cuánto dinero necesitaba para sentirse seguro y, al no hallar la cifra, se consagró a amontonar capitales, Wittgenstein se exponía en la trinchera y Weil en la columna de Durruti.

Imaginen a Zuckerberg abrazando esta filosofía; pues bien, eso es lo que hizo el emperador Marco Aurelio

El estoicismo supone, como apuntó Zambrano, la recapitulación fundamental de la filosofía griega. En este sentido fue y es tanto un modo de vida como un modo de estar en el mundo. Zenón de Citio, natural de la colonia griega de Chipre, figura como fundador de la escuela. Tenían algo en común con los cínicos, sobre todo la vida frugal y el desprecio de los bienes mundanos, y reflexionaron sobre el destino y la relación entre naturaleza y espíritu. Hubo un estoicismo medio (platónico, pitagórico y escéptico), pero los que dieron fama a la escuela fueron sus representantes romanos: un emperador, un senador y un esclavo. Todos ellos surgieron, como ahora, al abrigo del Imperio. Aquel imperio era militar, el de hoy es tecnológico. Imaginen ustedes a Zuckerberg abrazando el estoicismo; pues bien, eso es lo que hizo el emperador Marco Aurelio. Séneca nació en la periferia del Imperio, en la colonia bética de Hispania, pero fue una figura fundamental de la política en Roma, senador con Calígula y tutor de Nerón. Epicteto había llegado a la ciudad siendo un esclavo. Cuando fue liberado fundó una escuela, y aunque, siguiendo el ejemplo de Sócrates, no escribió nada, sus discípulos se encargarían de transmitir su legado.

Moralistas y contemplativos, todos ellos defendieron la vida virtuosa, la imperturbabilidad y el desapasionamiento, sentimientos todos ellos muy poco rentables para una sociedad del entretenimiento. El estoicismo conquistó gran parte del mundo político-intelectual romano, pero, a diferencia del 15-M, no cristalizó en “partido”, sino que se decantó en norma de acción y su influencia alcanzaría a grandes filósofos como Plotino o Boecio. No entraremos a describir su refinada lógica, pero merece la pena recordar que la subordinaban a la ética. Al contrario de hoy, al menos en el mundo financiero, donde el algoritmo domina la moral. Destaca en ella su doctrina de los indemostrables, probablemente de origen indio. Concebían el alma como un encerado donde se graban las impresiones. De ellas surgen las certezas (si el alma acepta la impresión) y los interrogantes (si es incapaz de ubicarla). Para los estoicos, el mundo era, como para nosotros, sustancialmente corporal, pero su física no niega lo inmaterial. Concibe la naturaleza como un continuo dinámico, cohesionado por el pneuma, un aliento frío y cálido, compuesto de aire y fuego. Heredaron de Heráclito el fuego como principio activo y primordial, del que han surgido el resto de los elementos y al que regresarán. Como el humor o el llanto, el pneuma no se desplaza, sino que se “propaga”, contagiando alegría o enfermedad.

Hoy no estaría de más poner en práctica algunos de sus principios. El imperativo ético de vivir conforme a la naturaleza, que nuestro planeta agradecería. El ejercicio constante de la virtud, o eudemonía, que permite el desprendimiento. Y, finalmente, lo que Nietzsche llamó el amor fati, la aceptación y querencia del propio destino, remedio eficaz para todo aquello que produce desasosiego. No puede decirse que estos principios proliferen en nuestros días. Si un viejo estoico pudiera asomarse a nuestro tiempo, vería, en las grandes desigualdades propiciadas por la economía financiera, un descuido de sí, un olvido de esa autonomía moral que evita que se desaten emociones como el miedo y la vanidad, que crean la codicia. Emociones contrarias a la razón del mundo que, en nuestro caso, es la razón del planeta.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/04/27/babelia/1524838978_764302.html

Crónica de la ilusión comunista

El historiador británico Gareth Stedman Jones sitúa en una monumental y rigurosa biografía las ideas de Karl Marx más allá del mito y en el contexto en que surgieron

La alienación, la lucha de clases, la plusvalía, el capital. El trabajo como valor, el materialismo histórico, el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. La dictadura del proletariado, el comunismo. Esta ensalada de conceptos remite, sobre todo, a un pensador, Karl Marx (el otro, siempre en segundo plano, es su amigo Friedrich Engels). Vino al mundo en Tréveris, al sureste de Renania, el 5 de mayo de 1818, y doscientos años después de su nacimiento su descomunal obra sigue sometida al escrutinio. La biografía de Gareth Stedman Jones tiene el enorme valor de quitarle al personaje los lastres que lo han convertido en el gran mito de la revolución para devolver su pensamiento al mundo en el que surgió. Karl Marx. Ilusión y grandeza(Taurus; traducción de Jaime Collyer), más de 800 páginas, transita de su vida privada a la pública, de sus estudios a barullo de la política, bucea en sus referentes, da cuenta de sus desafíos, y muestra las contradicciones y los logros de aquel lejano filósofo y hombre de acción, cuya ideas terminaron por transformar radicalmente el mundo en una dirección que ni siquiera llegó a imaginar.

Prusia, hacia 1835. Es la época en la que Marx estudia en Bonn y Berlín y entra en contacto con las ideas de los jóvenes hegelianos. “La crítica de todos estos pensadores radicales a las limitaciones del cristianismo para transformar el mundo prenden en el joven Marx”, explica Stedman Jones, catedrático de Historia de las Ideas en la Universidad de Londres. “Hay también otros elementos que influyen en un ambiente cargado por el interés en la cuestión social. Ni la revolución de 1830 en Francia, que no conduce a una verdadera república sino a una monarquía que solo facilita mayores derechos a una minoría, ni las reformas en Inglaterra, que no logran ampliar el sufragio a amplias capas de la población, han producido cambios considerables”. Así que los obreros empiezan a organizarse. El joven Marx empieza a escribir en revistas

La familia de Marx era judía, pero su padre se bautizó en la Iglesia evangélica de Prusia en algún momento entre 1816 y 1819. Karl se casó en 1843 con Jenny Westphalen, una joven de una familia aristocrática que luego formó también parte de la Liga de los Comunistas. Tuvieron siete hijos, de los que murieron cuatro siendo niños y solo sobrevivieron tres mujeres, dos de las cuales terminarían más adelante suicidándose. Desde muy pronto vivió con ellos Lenchen, una criada que heredaron de la familia Westphalen, y que tuvo un hijo con Marx. La pobreza fue la gran pesadilla que los acompañó durante largos trechos de su vida. Sin la ayuda económica de Engels, que procedía de una familia de un rico industrial, Marx no hubiera podido consagrarse a su obra.

“Era un pater familias que quería controlarlo todo”, cuenta Stedman Jones. “Una de sus hijas se enamoró de un communard francés, pero Karl y Jenny preferían que se casara con alguien más respetable. Así que no le permitían verlo. La muchacha tuvo que encontrar un trabajo en Brighton para mantener la relación, pero hasta allí llegó la mano de su madre. Y aquello no prosperó. Quisieron siempre mantener la imagen de una familia burguesa respetable. Cuando Lenchen quedó embarazada, los Marx decidieron contar que el responsable era Engels. Y este, en su lecho de muerte y como no podía hablar porque tenía un cáncer de lengua, escribió con tiza en una pizarra: ‘Yo no fui el padre, el padre fue Marx”.

Transformar el Estado prusiano en un Estado racional no termina de funcionar, los periódicos radicales son cerrados, y Marx se traslada a París. Allí va a soldar su amistad con Friedrich Engels durante unos intensos días del verano de 1844. Marx es el editor de una publicación en el exilio, los Anales franco-alemanes, donde llega un texto de Engels que cuestiona la economía política del capitalismo y donde recoge la crítica a la propiedad de Proudhon. Sus ideas le interesan. Van a conectar: es hora, no solo de interpretar el mundo, sino de transformarlo. “Son personas muy distintas en lo que toca a su formación política y teórica. Engels conecta con las inquietudes sociales del socialista utópico Robert Owen y no sabe nada de Hegel, inspiración central de Marx. Pero a ambos les interesa Feuerbach, que ha mostrado las limitaciones del cristianismo y considera que es tarea del movimiento obrero la de restaurar el verdadero humanismo”. Ha llegado la hora de emancipar a la clase obrera. Marx y Engels empiezan a trabajar en el Manifiesto comunista, que el primero completa en enero de 1848.

En febrero estalla la revolución en Francia, y poco después se proyecta por otros lugares de Europa. “No es tanto lo que quiera hacer el proletariado sino lo que le toca hacer como clase, eso es lo que defienden”, observa Stedman Jones. Pero otro pensador, Max Stirner, critica esa lectura: “¿Cómo que es una prioridad de los trabajadores emancipar a la humanidad? Eso suena a cristianismo. Marx se afana en responderle, pero no llega a ser convincente. Es cosa de la lucha de clases, viene a decir, pero es no es más que un anhelo. No una realidad, como pretende su teoría”.

Fracaso y comuna

La revolución fracasa. “Los trabajadores lucharon entonces por el sufragio universal y por tener empleo, aquello no tuvo nada que ver con un alzamiento del proletariado contra la burguesía. Lo que pretendían era ser reconocidos como ciudadanos de la república”, dice Stedman Jones. Marx se traslada entonces a Bruselas, empieza a trabajar en El capital, sigue vinculado a los movimientos obreros. Con el tiempo surge la Primera Internacional, las luchas del proletariado empiezan a canalizarse con los socialdemócratas. Marx se convierte en un mito cuando defiende, en 1870, a la Comuna de París. En 1883 muere en Londres, donde se había instalado definitivamente en 1849.

“Es Engels el que defiende que el capitalismo va a derrumbarse por sus propias contradicciones”, explica Stedman Jones. “Marx no cree que la revolución vaya a ser un acontecimiento. No es la toma de la Bastilla, sino más bien un proceso, una transición que se parece más bien a la que hubo del feudalismo al capitalismo».

¿Y cómo imaginaba el comunismo? “Los que se llamaban comunistas, allá por 1840, eran los que creían en compartir la propiedad. Engels era uno de ellos. Marx, no. Él pensaba, más bien, en un regreso a los orígenes de la sociedad. Cuando entre aquellos lejanos cazadores y recolectores había más recursos que personas, una cierta abundancia, no tenía sentido hablar de propiedad, que es algo que solo surge cuando hay escasez. Todo esto es de Adam Smith. La fantasía de Marx era que la sociedad industrial generaría tantos recursos que ya no haría falta ni propiedad, ni leyes, ni gobiernos, ni Estado”. De ese proyecto, ya luego vino todo lo demás.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/04/04/actualidad/1522865179_665829.html

Michel Onfray, el filósofo superventas que irrita y fascina a Francia

Criticado por populista, mediático y reaccionario, el prolífico autor prepara su libro número cien

Michel Onfray —el filósofo más popular, el más mediático, el más detestado también y el más prolífico en la Francia del siglo XXI— lo deja caer en medio de la conversación, como si fuese lo más natural del mundo. “Este año publicaré mi centésimo libro”, dice.

Han leído bien: cien. Cien libros ya, desde el primero en 1989, en la bibliografía del autor del Tratado de ateología, un autodidacta de 59 años alejado de los cenáculos intelectuales de París pero que continúa la tradición tan francesa del intelectual comprometido con el debate público. Se define como «socialista libertario, pero no liberal», con ideas alejadas de la centralidad política, pero tiene más lectores y seguidores que ningún otro intelectual vivo en Francia. Parece capaz de escribir de todo, y a una velocidad y con un éxito —si no siempre de crítica, sí de público— que muchos de sus colegas envidian.

De Decadencia, el segundo volumen de la aún inconclusa trilogía Breve enciclopedia del mundo, ha vendido más de cien mil ejemplares. Sus cursos en la Universidad Popular de Caen —un centro educativo gratuito fundado hace 16 años para llevar la alta cultura a los franceses de a pie— congregan a auditorios multitudinarios.

La popularidad de Onfray es tan intensa como el rechazo que suscita. El presidente Emmanuel Macron, según le explicó al novelista Philippe Besson, lo incluye en la categoría de autores que no le interesan porque “viven encerrados en viejos esquemas” y “miran el mundo de ayer con los ojos de ayer”. Polemista, grafómano, populista, reaccionario son algunos de los adjetivos que le han dedicado sus críticos.

La historiadora y especialista en psicoanálisis Elisabeth Roudinesco publicó en 2010 un libro, Pero, ¿por qué tanto odio?, dedicado a rebatir el “panfleto trufado de errores y plagado de rumores” que Onfray había dedicado a Freud. En 2016 el filósofo de izquierdas Alain Jugnon publicó Contra Onfray, en el que sostenía que Onfray, con quien hace años simpatizó, ya no era un pensador de izquierdas sino de derechas, y lo definía como “un puritano hedonizante, un revolucionario dandyzante, un banquero anarquizante”, encarnación del filósofo que “decide no saber nada, no leer nada, no escribir nada, no vivir nada: vende libros, interviene en los medios”.

Onfray, que cita como referentes ideológicos e intelectuales a Proudhon, Orwell o Camus, cifra en “una quincena” los libros dedicados a atacarle. “Tengo éxito, y esto es un pecado mayor. Además, no soy parisino. Mi padre era obrero agrícola. Mi madre, mujer de la limpieza. No fui a la Escuela Normal Superior [centro donde se forman las élites académicas de Francia]. No soy catedrático. No pertenezco a ninguna tribu. Me he hecho a partir de los libreros y los lectores”, dice en la cafetería el hotel Normandy, en Deauville.

Este año, el centro de convenciones de este elegante pueblo de la costa de Normandía acoge los cursos de la Universidad Popular de Caen. Es domingo y Onfray acaba de disertar durante una hora —más 45 minutos de turno de preguntas y respuestas— ante un público de mil personas sobre San Pablo y el origen de la civilización judeo-cristiana. Podría parecer un predicador americano, por la magnitud del local y la devoción del público, pero al sentarse en la mesa colocada en el escenario y comenzar a impartir la elección recuerda más a un institutor republicano que a un gurú.

Se ha emocionado cuando, al terminar, un hombre cuya profesión era camionero le ha pedido que le firmase un libro. “Para mí es un título de gloria que me lea un camionero. Claramente prefiero esto a cualquier otra cosa. No sé, lo prefiero a una invitación de Emmanuel Macron”.

Onfray siente una conexión particular con la Francia popular, que considera su Francia. “Vi a mis padres humillados, y no soporto la humillación. Recuerdo que me prometí lavar la ofensa”, explica.

¿Populista? “Un populista, ¿qué es? Es alguien que habla al pueblo, que se preocupa por el pueblo, y cuyos libros los compra el pueblo”, responde.

¿Mediático? “Sí, voy a los medios. Pero, ¿qué filósofo, cuando le invitan, no va los medios? ¿Qué problema hay con verme en televisión? ¿Les gustaría no verme, no oírme, que no hablase? Qué bien estaría si no escribiese mis libros y artículos. Cuando dicen este, me piden que no exista”.

¿Reaccionario? “Yo no me he vuelto reaccionario, sino que he dejado de ser de izquierdas como lo era antes. Cuando veo que la izquierda defiende hoy el alquiler del útero de las mujeres para hacer niños, me digo: ‘Yo no soy de esta izquierda’. Cuando la izquierda dice que no necesitamos aprender a leer, a escribir, a contar y a pensar en la escuela, ya no pertenezco a esta izquierda. Cuando la izquierda consiste en elogiar los méritos de Bernard Tapie como hombre de negocios, ya no soy de esta izquierda”.

Así transcritas, las palabras de Onfray parecen las de un hombre airado y desafiante, pero las pronuncia con calma, y de cerca transmite una bonhomía que podría parecer humildad. Probablemente sea esta una de las causas de su éxito: la capacidad para hacer sentir a su público que le habla de cuestiones profundas y serias pero en un lenguaje claro y comprensible, que le habla no desde un pedestal sino de igual a igual.

“Me gusta que se apoye sobre una cultura y unos conocimientos enciclopédicos, y que sepa ponerlo todo en perspectiva”, dice Francine Danin, una profesora jubilada tras escuchar la conferencia de Onfray en Deauville. “Y es un excelente pedagogo. Sabe ponerse al alcance del auditorio, hacerse entender por todo el mundo”.

Cómo encuentra el tiempo para dictar las conferencias, grabar videoblogs comentando la actualidad y escribir al ritmo que escribe, es un enigma. Una vez calculó que podía escribir 40.000 caracteres diarios. Sólo en 2017 publicó nueve libros, de géneros tan dispares como la literatura de viajes, la crónica política, el ensayo (sobre filósofos y escritores Tocqueville, Thoreau, Houellebecq), un alegato en favor de la descentralización de Francia, o las 600 páginas de prosa filosófica de Decadencia. Sabe que en 2018 publicará su libro número cien, pero todavía ignora cuál será. No es extraño, tratándose de Onfray. “Tengo 6 o 7 preparados este año”, adelanta. “Será uno de estos”.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/02/27/actualidad/1519765780_456559.html

Simone de Beauvoir: 10 frases para recordarla

Simone de Beauvoir, nacida un 9 de enero de 1908 en París, hoy se cumplen 110 años de su nacimiento. Pareja del también escritor Jean-Paul Sartre, fue una de las grandes representantes del feminismo francés. Escribió, entre otras obras, «El segundo sexo», «Los mandarines» y «Una muerte muy dulce». Recopilamos algunas de sus mejores frases en el aniversario de su muerte:

Vivir es la voluntad de vivir:

«El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí mismo por su mera presencia en el mundo. El hombre es hombre sólo por su negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente hacia el futuro y lo dirige hacía cosas con el propósito de dominarlas y darles forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la voluntad de vivir».

La muerte, violencia indebida

«No hay muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia pone en cuestión al mundo. La muerte es un accidente, y aun si los hombres la conocen y la aceptan, es una violencia indebida».

El hombre y Dios

«La perfección de su ser no deja ningún lugar al hombre porque el hombre no podría trascenderse en Dios si Dios ya está todo entero dado. En tal caso el hombre no es más que un accidente indiferente a la realidad del ser; está en la tierra como un explorador perdido en el desierto; puede ir a la derecha o a la izquierda, puede ir a donde quiera; jamás irá a ningún lugar y la arena cubrirá sus huellas».

El eterno femenino

«No creo en el eterno femenino, una esencia de mujer, algo místico. La mujer no nace, se hace. No hay un eterno femenino desde el origen, son roles. Y eso se aprecia muy bien cuando se estudia la sociología. El papel de los hombres y de las mujeres no está determinado de forma absoluta en todas las civilizaciones, hay grandes cambios».

La dicha del amor

«El secreto de la dicha del amor consiste menos en ser ciego que en cerrar los ojos cuando hace falta».

Amar sin sentir miedo

«En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación».

Feminismo

«Sólo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburg, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia».

Oprimidos y opresores

«Uno de los beneficios que la opresión ofrece a los opresores es que el más humilde de ellos se siente superior: un pobre blanco del sur de los Estados Unidos tiene el consuelo de decirse que no es un sucio negro. Los blancos más afortunados explotan hábilmente este orgullo. De la misma forma, el más mediocre de los varones se considera frente a las mujeres un semidiós».

El poder y los medios

«No nos engañemos, el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles».

La escritura

«Escribir es un oficio que se aprende escribiendo».

Fuente:

http://www.abc.es/cultura/abci-simone-beauvoir-palabras-201604141257_noticia.html

 

El problema filosófico de Dios

Estos días celebramos la fiesta del nacimiento de una divinidad; para los cristianos, la Divinidad: Cristo.

Arash Arjomandi es filósofo y profesor de la EUSS (UAB)

El tema de Dios ha sido, en la historia de la filosofía, un problema por cuanto no se ha podido aportar ninguna prueba racional de su existencia o de su ausencia que no haya sido razonablemente refutada. Además, lo más apropiado para nuestra época actual parece ser la evitación de este problema a pesar de ser el de mayor trascendencia para cualquier ser humano.

Se elude hablar de esta cuestión, acorde al pragmatismo y funcionalismo de nuestra era tecnológica, o bien porque se le considera irresoluble; o bien por nuestra asunción del certificado nietzscheano de defunción de la idea de Dios; o bien porque, a la manera budista, no creemos imprescindible su resolución para procurarnos la felicidad.

A lo largo de la historia de la cultura ha habido muchos intentos racionales de demostrar la existencia de Dios. Kant los catalogó, sintetizó y clasificó magistralmente para, luego, mostrar que ninguno de ellos es susceptible de decisión lógica. En efecto, todas las pruebas racionales aducidas para la existencia de un Ser supremo se reducen, de un modo u otro, a tres tipos de argumentos.

1.El argumento ontológico, que afirma que un Ser cuya grandeza sea de tal magnitud que no pueda pensarse ningún otro ser por encima de él debe, necesariamente, existir, pues de no existir podría pensarse en otro Ser superior a él por cuanto ese otro Ser, además de ser pensado, tendría una propiedad más: la existencia.

Empero, gracias a Kant sabemos que este argumento tiene una falla lógica fundamental. En efecto, si Dios existe debe ser, ciertamente, el creador de la realidad (su causa primera; no necesariamente como antecedente temporal, pero sí como causa eficiente). En consecuencia, debe ser omnisciente y omnipotente. Pero, esta necesidad (que la causa primera debe ser omnisapiente, omnipotente, suprema) no implica su existencia; de la definición del ser necesario no se puede deducir la existencia de un ser necesario. La existencia no es un predicado lógico (aunque sí gramatical). Si decimos que Dios, además de omnipotente, omnisciente y bondadoso, es existente no estamos añadiendo un nuevo atributo (la existencia) a la noción de Dios, pues la existencia (o inexistencia) del objeto de una idea no es una cualidad de esa idea.

2.El argumento cosmológico, que enuncia la existencia de Dios por el hecho de que la contingencia (no necesidad) de todos los demás seres del mundo prueba la existencia de un Ser necesario. De nuevo, estamos infiriendo la existencia extramental de un concepto de la propia necesidad de tal concepto. De la imposibilidad de una serie infinita de causas hacia atrás queremos deducir la existencia de una causa primera; pero la imposibilidad de la regresión infinita es un principio del pensar, un axioma lógico necesario para poder argumentar; no una característica de lo real.

3. La prueba físico-teológica, que quiere deducir la existencia de un ordenador y diseñador inteligente para el mundo en virtud del orden y regularidad que la ciencia descubre en éste. Nuevamente, ello puede legitimarnos a pensar que, en caso de que existiera un Creador, éste sería, ciertamente, sabio y ordenado pero no nos prueba su existencia.

En suma, la noción de la necesidad solo reside en el pensamiento; es una condición formal de nuestro pensar. Todas las pruebas de la existencia de Dios incurren en la ilusión dialéctica de extrapolar el concepto y la noción de necesidad e hipostasiarla como una condición material del mundo real.

¿Cuál puede ser, entonces, una solución al problema de Dios? Es verdad que las referidas pruebas filosóficas han demostrado que la idea de un ser supremo, de una causa primera o de la unidad de los fenómenos en un único Todo es una idea que se nos revela lógica y racionalmente necesaria, inexorable; pero de la necesidad de una idea no se puede deducir la existencia de su referente fuera del pensamiento. Empero sí podemos y debemos postular esa existencia del siguiente modo: Karl Popper y otros han demostrado que todo nuestro conocimiento científico descansa, entre otras cosas, sobre el principio de razón suficiente (a saber, todo lo que ocurre tiene, al menos, una explicación suficiente, aunque la desconozcamos). Y bien, sólo cabe un único tipo de razón suficiente para la referida necesidad racional de la idea de Dios; esa razón suficiente es que postulemos la existencia de Dios también fuera de nuestro pensamiento. En otras palabras, el hecho de que, en virtud de los argumentos de arriba, nuestra razón no pueda, desde el punto de vista lógico, sustraerse de la idea de un Ser supremo nos obliga a aceptar el axioma de que ese Ser existe. Tal idea es un principio regulativo de nuestra racionalidad, es decir, aquello que nos permite mirar las cosas como si procedieran de una causa necesaria, algo imprescindible para nuestra experiencia epistemológica y moral.

Fuente: http://www.abc.es/opinion/abci-problema-filosofico-dios-201801050437_noticia.html

Nicolás Salmerón, un filósofo práctico

Nicolás Salmerón, el mejor ejemplo a seguir.

Antonio Guerrero

A pesar de ser una figura no tan comentada como debiera, y de no contar con la misma cantidad de textos escritos que sus contemporáneos, de todos los ejemplos no cabe duda de que Salmerón es el mejor para perseverar y ambicionar hermenéuticamente réditos de la idea de una filosofía práctica en España. Fue una persona multidisciplinar y muy vinculada a los problemas sociales de su momento histórico. Para empezar tuvo el temperamento necesario para ello. Su biografía de forma fidedigna lo atestigua: durante su infancia tuvo contacto ya con la política. Tanto su padre como su tío fueron pioneros del Liberalismo en Almería, en ese contexto en el que “Los Coloraos” suponían la oposición. Por otro lado conoció el clímax ideológico democrático en su instituto de secundaria donde se encontraban, en la ratio, algunos de los miembros del Partido Democrático Almeriense. Tiempo después estudió derecho y filosofía en Granada donde conoció a Giner de los Ríos, sentando la base de su actitud también pedagógica. Ya en Madrid, al continuar sus estudios, se introdujo de lleno en el Krausismo siendo miembro de la segunda hornada de discípulos de Sanz del Río. A partir de ahí su vida estuvo ligada a diferentes actividades de las que vamos a dar fe en este ensayo. En todas hay un nexo común: la filosofía; por ello su vocación de filosofía práctica queda patente.

Hemos dicho que tuvo el temperamento necesario para ser un filósofo práctico, lo que nos faltó decir fue que además supo llevar el pensamiento a la acción para alterar la realidad. Lo hizo a través de unas trasformaciones sociales (hechos ahora históricos). Creó en 1866 el Colegio Internacional, claro antecedente de la Institución Libre de Enseñanza, en la que también tomaría parte junto a Giner de los Ríos (transformación pedagógica de lo social). Con su apuesta por la enseñanza privada dio respuesta a la política educativa del Partido Moderado. Por otro lado estuvo integrado al mundo docente universitario como catedrático de metafísica entre otros cargos. Su vocación como filósofo, y por el aula, estuvo clara desde el primer momento, allí esbozó su krausismo propio. Además colaboró con la prensa del momento (trasformación mediática de lo social) en medios como: La democracia, La discusión. Fue también cofundador del periódico: La justicia. En el terreno político comenzó a darse a conocer, por su democratismo, en las tertulias del Café Universal y en los debates del Círculo Filosófico de la calle Cañizares. Entonces se introdujo de lleno en el Partido Democrático (transformación política de lo social). De todos los krausistas, Salmerón, fue el que más se hizo notar en el terreno político. De hecho perdió su cátedra por negarse a firmar un documento de adhesión a la Reina Isabel II. Las conspiraciones en las que estuvo metido contra ella le llevaron a prisión unos meses. Entonces era un radical. Con el Sexenio Democrático tuvo mejor suerte. Ya ostentando cargos en el Partido Demócrata, y bajo el debate sobre el republicanismo, trató de ser diputado por su tierra, Almería, pero no lo logró. Finalmente si pudo serlo por Badajoz y entrar así en las Cortes Constituyentes. Al poco fue nombrado ministro de gracia, destacando como brillante parlamentario. Colaboraron con él: Gumersindo Azcarate, Concepción Arenal y Giner de los Ríos. Su protuberancia le llevó a ser jefe del ejecutivo, presidente de la I República, en 1873, aunque solo durante 50 días. Dejó el cargo al negarse a firmar una sentencia de muerte, siendo fiel a su ideario. Desde ahí paso a ser presidente del Congreso. De esta época destaca su talante moderador y equilibrador entre las fuerzas políticas, un rasgo del Krausismo obviamente. Tras varias agitaciones políticas, y el golpe del General Pavía, paso al Partido Republicano Progresista. En ese momento gozaba de la simpatía de sus paisanos de Almería y trató de ser diputado otra vez desde esa provincia. Sin embargo fue el Caciquismo quién se lo impidió. Lo intentó en varias ocasiones pero sin éxito. Los Caciques fomentaron el fraude electoral para impedirle su objetivo. Poco tiempo después volvió a ser diputado por Cataluña, donde tuvo más suerte. Su discurso era claro: perseguir al Cacique y luchar por la democratización y modernización de España. De esta época han quedado registrados sus discursos parlamentarios en un sensacional libro titulado Obras de Don Nicolás Salmerón que fue prologado por Gumersindo Azcárate. En ese manuscrito aparece, como mensaje, su deseo de trasformar los problemas sociales, implicando eso una conexión entre pensamiento, acción y realidad.

«El sentido del Sr. Salmerón, por lo que hace al problema social, bien claro se muestra en el primero de sus discursos que figuran en este volumen, pronunciado en el célebre debate sobre la legalidad de la Asociación Internacional de Trabajadores. Reconociendo con severa imparcialidad los prejuicios, vicios y errores, así doctrinales como prácticos que alientan este movimiento»(1).

Justificación ideológica

Si bien hay que decirlo todo, el krausismo al que pertenecía Salmerón ya era de por sí una filosofía bastante cercana a los problemas sociales (pretensión de transformación pedagógica, política y mediática). De hecho le dio cobertura al Liberalismo y parió a varios presidentes de la I República. Y todo porque este movimiento conectaba con Erasmo de Rotherdam y la libertad de conciencia, entroncando con el tema de la libertad individual. Krause predicó un realismo racional: un equilibrio entre el ser, el pensamiento y la acción (lo que es de por sí un síntoma claro de filosofía práctica: pensamiento-acción-realidad). Lo real es descubierto por la razón, bajo un realismo racional. Desde ahí es posible cualquier presupuesto que vincule al Krausismo con la acción social.

Como sabemos fue Sanz del Río el difusor en España, tras conocer a Ahrens (discípulo de Krause). Muy en el fondo Sanz del Río llevó a nuestro país ese espíritu socrático del que contaba esta filosofía. De ahí saldría una defensa y apuesta por la ética y la praxis (otro síntoma de filosofía práctica) desde su punto de partida el “yo individual” hasta llegar a la “realidad del cuerpo”, “el espíritu”, y etc. El Krausismo en España supuso la verdadera apertura del pensamiento español a lo extranjero, filosofía alemana en este caso. En el terreno pedagógico destacó con Giner de los Ríos y la Institución libre de enseñanza y en el terreno político con Nicolás Salmerón. En otro orden de cosas Salmerón desarrolló una línea propia dentro de este sistema filosófico: el krausopositivismo. Con ella se separó de la línea de Sanz del Río. Los principios fundamentales, en su postura, estaban en la ciencia empírica: la ley de la evolución y de la relatividad del conocimiento. Según Salmerón estos cuerpos ideológicos deben estar en la filosofía y mantener dentro de ella una relación armónica. Esto le conducía a la psicología filosófica que unía razón y experiencia. En definitiva Salmerón trató de buscar en su línea filosófica una conciliación. Pretendía ir de la ontología del pensamiento y realidad hacia el conocimiento racional y la ciencia, con la experiencia (metafísica inductiva). La experiencia era fundamental para sus ambiciones, como se ve (rasgo de filosofía práctica).

—(1) Obras de Don Nicolás Salmerón. Discursos Parlamentarios. Gras y compañía editores. Madrid 1881.

Bibliografía

  • Historia de la Filosofía Española Contemporánea. Manuel Suances Marcos. Editorial Síntesis. 2010.

  • Obras de D. Nicolás Salmerón. Tomo primero. Discursos parlamentarios. (Prólogo de Gumersindo de Azcárate). De Gras y Compañía Editores. Madrid. 1881.

  • Nicolás Salmerón. La vida de un presidente de la Primera República Española. (Prólogo de José Luis Rodríguez Zapatero y Manuel Chaves González) María Carmen Amate Martínez y J.M. Beltrán. Arráez Editores. Mojácar 2008.

Fuente:

http://www.culturamas.es/blog/category/pensamiento/

 

Adela Cortina en Café Steiner

Vuelve a ver la conversación entre la filósofa y José Ignacio Torreblanca

 

Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007, es la invitada de esta semana a Café Steiner, el espacio de EL PAÍS Opinión en Facebook. Cortina analizará su trayectoria con José Ignacio Torreblanca, jefe de Opinión de EL PAÍS, y charlarán de actualidad.

La filósofa ha publicado Aporofobia, el rechazo al pobre (Editorial Paidós, 2017), donde explica lo que hay detrás de la ola de xenofobia que existe en Europa y Estados Unidos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/09/18/opinion/1505731398_223371.html