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Cuando Paris Hilton se enamoró de Jacques Derrida

AMOR POP DE VERANO

Te voy a contar una cosita. No se lo digas a nadie. No se sabe muy bien cómo pasó, pero ellos se amaron. Se amaron de manera absurda, inexplicable, categórica. Como suele ser el amor de verano. Con ese tedio que se mete, cual veneno en la piel, cual resaca de sangría, entre los tímpanos y el estómago. Con ese amor auténtico de mentira.

Hay quien considera que medimos el amor como una entelequia, como el tiempo. Hay quien usa otras varas de medir. Pero para lo que nos ocupa este verano, solo hay una fecha realmente vital: 1997. Antes de Paris y después de Paris.

¿Que qué Paris? Por favor. La única Paris, la que nos ha situado dónde estamos hoy. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que las it girls, las chicas que visten bien, van a saraos y que no hacen realmente nada, no eran relevantes. Eso fue la era pre Paris. Después llegó Paris (Hilton), descendiente de magnates hoteleros, rubia internacional y el mundo se acostumbró a la relevancia de las celebrities que eran famosas por el hecho de serlo.

Ahora te puedes encaramar a un yate, ponerle tu nombre a un bolso, subirlo a Instagram y ya tienes una profesión. Y ahí están las Kardashian para demostrarlo, epítomes de este reinado en el orbe terrestre. Pero no siempre fue así.

Hubo un trasvase social, eso es evidente, Lo que poca gente conoce es que ese trasvase, ese cambio de fuerzas, fue a través de la intelectualidad mundial. Lo que poca gente conoce es la imposible aunque maravillosa relación oculta entre Jacques Derrida y Paris Hilton.

La cultura pop y la academia han sufrido, históricamente, un espacio de desencuentro. Ahí no había cariño. No había química, era imposible establecer conexiones. Salvo una excepción: la teórica Camille Paglia, ferviente lectora de simbología pop, especialmente si se trata de rubias famosas.

Camille Paglia, sin saberlo, fue su Celestina.

Ahí está su trabajo sobre Madonna, su disquisición sobre la importancia de Marilyn Monroe y, para lo que hoy nos ocupa, la primera interpretación académica de Paris Hilton: “Ella no tiene una vocación. Es una celebridad que cambió el concepto de fama copiando poses de moda que aprendió de drag queens. Es el zeitgeist, un significante vacío sobre el que podemos proyectar lo que queramos”. Camille abrió la caja de Pandora de lo simbólico: se atrevió con la rubia del momento.

La suerte estaba echada. Poco después llegaría la hora de la verdad. La hora del amor.

Paglia, como la precursora que es, abrió la veda, y Jacques Derrida lo elevó a arte. El filósofo que acuñó la deconstrucción, quiso ir más allá: se acercó a Paris, lleno de curiosidad, y Paris le devolvió un reflejo dorado. Paris y el abismo. El amor de verano les consumió: mantuvieron una relación platónica en 1997 a la que le siguió un intercambio epistolar que ahora recuperan académicos, dispuestos a encontrar la evidente importancia que esto tuvo en el trabajo de ambos.

Esto, por supuesto, no es cierto, ya nos gustaría. Pero al menos la ficción que se han inventado unos avispados usuarios en Facebook compromete la relación entre realidad, razón y palabra, como el trabajo del postestructuralista.

En este verano del amor, del tedio, de la nostalgia, nada como recordar las (verosímiles pero inventadas) cartas de Derrida a Paris: Qué irónico (irónico e icónico al mismo tiempo, la ironía latente en la iconicidad) que te escriba precisamente en la ciudad que lleva tu nombre, para que tu ausencia de París aparezca escrita en todas las paredes de la ciudad (Quiero decir, no exactamente escrita, pero no-escrita por el mismo gesto de tu no presencia).

Y, lo más relevante, nos demuestra que toda esa movida que se habló hace un tiempo entre Lady Gaga y Slavoj Zizek llega tarde. Puede que su relación fuera real, pero la de Paris y Derrida al menos es auténtica. Autenticidad en la era del simulacro. Qué fuerte, tía.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2017/08/03/actualidad/1501785004_310947.html
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JOAQUÍN REYES

Éric Sadin: “El libre albedrío se desploma a causa de la inteligencia artificial”

El filósofo francés sostiene que el ser humano tal y como lo entendemos desde la Ilustración corre el riesgo de desaparecer. ¿La causa? La tecnología decide cada vez más por nosotros

Escritor y filósofo opuesto al devenir digital del mundo, Éric Sadin (París, 1973) firma con La humanidad aumentada un alegato contra las interferencias de la tecnología en el poder de decisión humano y contra la mercantilización de las distintas vertientes de nuestra existencia que esconde el auge imparable del big data. Su último ensayo en francés, La siliconización del mundo, donde ahonda en las consecuencias más pérfidas de este modelo emergente de sociedad, será traducido al castellano en 2018.

PREGUNTA. Su libro termina con Tetsuo, ese personaje de manga japonés con mente humana y cuerpo tecnológico. ¿Ya llegamos a ese punto?

RESPUESTA. Hemos superado la era de la digitalización para entrar en la de la medición de la vida. Los sensores se introducen en nuestro día a día a través de relojes inteligentes y casas conectadas. Han aparecido aplicaciones que acumulan datos a una escala gigante, explotados por sistemas de inteligencia artificial cada vez más sofisticados. Eso les permite responder a nuestras necesidades y sugerirnos productos y servicios de manera incesante. Detrás de esas aplicaciones hay una voluntad de mercantilizar todas las esferas de la vida. Se trata de un acompañamiento algorítmico de nuestra existencia que puede parecer benevolente aunque en realidad tiene finalidad comercial y esconde intereses privados.

P. Pero sugerir no es obligar. ¿Qué margen de decisión le queda a la voluntad humana?

R. Puede que una recomendación en Amazon o un anuncio en una web tengan una efectividad limitada, pero existen otros mecanismos más coercitivos. Por ejemplo, los sistemas integrados en el mundo laboral o en la cadencia de producción de un artículo. Nuestro libre albedrío se desploma a causa de la hipereficacia de la inteligencia artificial.

P. La tecnología lleva décadas interfiriendo en la actividad humana. ¿Qué es lo que cambia ahora?

R. Cambia la voluntad de conquistar nuestro comportamiento. El poder de penetración es mucho mayor. Esos sistemas son capaces de interpretar situaciones y tomar decisiones sin que el ser humano tenga que intervenir. Se trata de una ruptura histórica. Espero, como parece insinuar usted, que la fuerza de decisión humana siga primando. Pero también observo una conquista integral de nuestra vida por parte de las tecnológicas. Estamos superando un umbral de liberalismo para entrar en lo que yo llamo tecnoliberalismo, que ya no acepta que ningún rincón de la existencia humana quede al margen de su control.

P. En el libro sitúa los orígenes de este fenómeno en el siglo XIX. ¿En qué momento se acelera este proceso?

R. El punto de inflexión son los atentados del 11-S. La primera potencia económica y militar empieza a seguir la pista de los individuos a partir de datos cruzados: comunicaciones telefónicas, tarjetas de crédito, datos diseminados por Internet… A partir de 2011, el desarrollo de los sensores y la inteligencia artificial posibilita la retroactividad. Es decir, la capacidad de orientar una decisión, de manera automatizada, a partir de datos sobre el comportamiento que un usuario ha demostrado tener en el pasado. Estamos dejando atrás la “era del acceso”, sobre la que discurrió Jeremy Rifkin, para entrar en otra fase distinta. Esa mercantilización ya se adentra en campos como la medicina o la educación…

P. ¿Por qué nadie ha frenado ese desarrollo?

R. Ha emergido una doxa. Se ha generalizado la idea de que ese modelo de sociedad constituye un horizonte inevitable. Para legitimarlo se utiliza un liberalismo pacífico, de apariencia luminosa, vehiculado por empresas dinámicas y modernas, todas ellas instaladas en la Costa Oeste y lideradas por dirigentes que simulan ser el colmo del humanismo. En realidad, todo eso es una fábula.

P. ¿Qué políticos proponen soluciones acertadas?

R. Ningún político quiere meterse en el asunto. Por ejemplo, Emmanuel Macron es uno de los mejores embajadores de esta ideología, un propagandista como lo fueron Barack Obama, Hillary Clinton y el resto de líderes social-liberales. Benoît Hamon, candidato a las presidenciales del Partido Socialista francés, planteó algunos de estos temas en su campaña, como la robotización o la renta básica universal para sus víctimas, pero no respondió de forma satisfactoria al problema. En realidad, las tecnológicas están plenamente a favor de esa renta básica, porque solucionaría de golpe el problema de la automatización. Dar un sueldo a los trabajadores perjudicados por ese proceso les permitiría calmar a la jauría. Lo que más odian las tecnológicas es el conflicto. Fíjese en lo que pasó con las gafas de Google: en cuanto apareció cierta desconfianza entre los usuarios, dieron inmediatamente un paso atrás.

P. ¿No ve nada bueno en las nuevas tecnologías?

R. No digo que no tengan ventajas. Está muy bien poder leer The New York Times al despertarse, comprar un billete de avión en dos minutos o comunicarse gratuitamente con tus amigos en Japón. Pero también observo que se empieza a superar el límite de la integridad humana. Yo no quiero vivir con sensores bajo mi cama. Para mí, el sueño humano no se puede comercializar. No hay que rechazarlo todo en bloque, pero tal vez sí difundir discursos opuestos a los de los think tanks liberales. Debería existir un debate social sobre esta cuestión que, por ahora, brilla por su ausencia.

P. Michel Foucault ya predijo “la muerte del hombre”. Lo que usted dice es que nos acercamos a ella.

R. Sí. Nos dirigimos hacia la muerte de la figura humana según el modelo de la Ilustración, que antes fue el del Renacimiento. Es decir, un ser humano dotado de la capacidad de definirse libremente a sí mismo y de actuar con responsabilidad, que es la noción sobre la que se erige todo nuestro régimen jurídico. Si delegamos cada vez más decisiones individuales y colectivas ante esos sistemas tecnológicos, perderemos nuestro libre albedrío y nuestra capacidad política. Yo abogo por reintroducir lo sensible, la contradicción, la imperfección, el miedo al contacto con otro y al conflicto, cuando este sea necesario.

P. Acabó el libro hace cuatro años. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

R. Entonces hablaba de una ambivalencia de la tecnología que ya hemos dejado atrás. Hemos entrado en una fase de desarrollo exponencial. Hace cuatro años tenía más esperanza, mientras que ahora me queda menos. A no ser que pasemos a la acción y nos opongamos a esta deriva.

‘La humanidad aumentada. La administración digital del mundo’. Éric Sadin. Traducción de Javier Blanco y Cecilia Paccazochi. Caja Negra, 2017. 160 páginas. 16 euros.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2017/07/11/babelia/1499762435_023266.html

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STÉPHAN LARROQUE

Slavoj Žižek

Mis gustos son sorprendentemente tradicionales

En el contexto de la exposición «NSK. Del Kapital al Capital», que el Museo Reina Sofía dedica a este colectivo esloveno, y respondiendo a una invitación conjunta del centro y del Círculo de Bellas Artes, el filósofo Slavoj Žižek (Liubliana, 1949), pasó por Madrid para impartir dos conferencias sobre las diversas muertes y resurrecciones del fantasma fascista. Un momento perfecto para que el crítico Fernando Castro charlara con él… de muchas otras cosas.

Estamos conversando en el Museo Reina Sofía y me gustaría saber qué relación tienes con el arte contemporáneo.

Creo que te voy a decepcionar terriblemente. Yo soy un «modernista conservador». Todavía pienso –y es horrible lo que voy a decir– que el gran evento en el mundo del arte fue el primer modernismo europeo. Schonberg, en el mundo de la música…

Malevich, en el arte.

Malevich y toda esa generación. La idea de que el posmodernismo acabó con el modernismo no es cierta, todavía seguimos a la sombra de esos eventos. No hemos superado esa época. Mis gustos son sorprendentemente tradicionales. La gente está totalmente equivocada cuando piensa que alcanzó el nivel más mínimo con «Cuadrado negro». No: para él, ese era el punto cero, el punto de partida. Admiro enormemente sus pinturas tardías, que la gente malinterpreta como su sumisión al estalinismo. No lo son. Son creaciones que siguen la reducción mínima, incluso aquellas aparentemente estalinistas, como las pinturas finales de mujeres. Son obras propias de un genio.

Has escrito algunas veces sobre Duchamp.

Sí, pero eran cosas más bien estándar. Aunque tuve un debate interesante en China sobre él, en el que la gente no entendió lo que quería decir. «Tienes un urinario, lo expones y se convierte en una obra de arte, ¿no?», le pregunté al comisario de un museo: «¿Qué pasaría si subiese al escenario y mease en él?». Me dijo: «Serías un vulgar, porque mostrarías que no entendiste la obra. Esto es una obra de arte, ya no es objeto para ser usado con tal fin». ¿Sabes cuál fue mi respuesta?: «Pero, ¿qué pasa si afirmo que soy un “performer” y que el acto de orinar es, por lo tanto, una obra de arte, una “performance”?».

Esto ya se hizo, de hecho. Pierre Pinoncelli orinó y luego destruyó el urinario duchampiano en 1993.

Algo que es crucial –y que tal vez nos acerca a lo que sé sobre teoría del arte, y sobre arte abstracto– es que siempre he tenido problemas con Jackson Pollock porque soy fanáticamente anti-alcohólico y odio a todos esos artistas que se emborrachan, pintan un par de colores y luego van diciendo que han compuesto una obra maestra. Mi idea de artista es Mark Rothko. Es absolutamente ético, sus pinturas se oscurecen más y más, y casi puedes predecir solo mirándolas que se suicidaría al final. También puedo tolerar a Hopper, al que se suele despreciar por realista. Uno se da cuenta de que hizo un milagro, produjo cuadros aparentemente realistas, pero que solo pueden ser entendidos en el contexto de la abstracción. Es esto lo que admiro del arte moderno. Lo verdaderamente difícil es volver a alguna forma de realismo, pero de tal forma dialéctica que se pueda comprobar que se regresa después de la abstracción.

Y, en la literatura moderna, ¿cuáles son tus preferencias?

Para mí, hay tres grandes escritores de Europa Occidental. Beckett, frente a Joyce, que es un coñazo, un snob, un narcisista. «Finnegans Wake» es horrible. Él reconoció que lo escribió para que los críticos literarios tuviesen cuatrocientos años de trabajo. ¡Que le jodan! Yo no le meto con eso ni un día. Beckett era el verdadero genio.

«Endgame», una obra maestra.

Sí y todas las otras, por ejemplo, Not I. Después viene Kafka, al que nadie gana en su juego. Él entendió la dimensión obscenamente sexual de la burocracia. Y, por último, Platonov, un maestro al que considero el Malevich de la literatura.

Pero esto es bastante peculiar porque te interesan los videojuegos y la cultura cibernética más actual, pero luego, en el arte, te quedas en la modernidad y en las primeras vanguardias.

Sencillamente, no lo puedo hacer todo. Por ejemplo, durante un tiempo traté de seguir la música moderna. Pero he de admitir que tengo limitaciones en este campo, traté de seguir lo mejor que pude a Boulez y a Stockhausen. En el campo de la música moderna, quien más me gusta es Hanns Eisler. A la par que escribió el himno de la RDA, compuso piezas maravillosas. Representaba una combinación casi imposible: un comunista ortodoxo, a la vez fiel seguidor de Schonberg y de la experimentación atonal.

El caso del grupo esloveno Laibach es significativo porque disfrutan con una sobreidentificación fascista. En cierta medida, me hacen recordar «El gran dictador» de Chaplin, cuando convierte los discursos de Hitler en sonidos extraños en los que solamente entendemos algunas vulgaridades. Hacer eso es mucho más subversivo que criticar racionalmente a Hitler. Le copias lo más fielmente posible, y, de esta forma, lo tornas completamente ridículo. Pero a la vez esto es muy serio. Laibach no son unos liberales que imitan y critican el totalitarismo. Por el contrario, nos confrontan con un hecho muy desagradable: que todos disfrutamos identificándonos con rituales totalitarios.

¿Te interesa la serie «Black Mirror»?

Es una de las mejores. ¿Sabes qué episodio me gusta más? El primero de la segunda temporada, que trata de una sociedad en la que cada vez que te encuentras con alguien o llamas a alguien, te ponen una calificación, una nota. De todo eso emergen unos ciertos estándares para el control social. Esto puede parecernos una utopía, pero ya está sucediendo con Google. Podemos aprender con «Black Mirror» que nos estamos aproximando a un tipo de sociedad de control, aunque yo no soy tan pesimista en este punto. Sí: podemos ser controlados, pero no deja de sorprenderme lo estúpidos que son los ordenadores. Lo saben todo, pero tienen exceso de datos.

Fuente:

http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-slavoj-gustos-sorprendentemente-tradicionales-201707172351_noticia.html

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Castro y Zizek sellan su charla con un «selfie» conjunto – Román Lores Riesgo

La felicidad no es cosa de los gobiernos

Todo los vericuetos intelectuales

Luis de Val

Gran parte de los políticos, llegados de repente y por primera vez a un cargo, sienten la irresistible seducción de pensar que están allí para hacer felices a los ciudadanos, lo cual en sí ya no es bueno, pero lo peor comienza en el momento en que empiezan a tomar iniciativas. Si los filósofos todavía no han logrado definir algo tan inaprensible y subjetivo como es la felicidad, imaginemos lo que puede hacer un político, con ese entusiasmo que puede empedrar el camino hacia el infierno. El político, además, está preso de sus prejuicios ideológicos. La sociedad avanza, el respeto hacia la libertad del individuo gana prestigio, pero los prejuicios ideológicos y/o religiosos son difíciles de ahuyentar, porque los dogmas suelen interpretarse de maneras que pueden llegar a la extravagancia. Lo más parecido a un predicador obsesionado con el ateísmo, es un predicador comunista ofuscado por los males del capitalismo. En un concurso de pelmazos sería muy difícil distinguir al más cargante, pero tengo ya comprobado que un leninista en plan evangélico es capaz de agotar los cerebros más lúcidos y reducirlos por cansancio.

A algunos conservadores es difícil quitarles el prejuicio de que no todos los ciudadanos de rentas bajas son revolucionarios potenciales que todavía no han entrado en acción, y a los izquierdistas es muy difíciles extraerles la convicción de que lo que llaman clases medias, no sólo pueden ser votantes suyos, sino que de su seno han salido siempre los grandes provocadores, y de las clases medias proceden la inmensa mayoría de personajes que han alborotado e innovado la ciencia, la filosofía, la política y la economía, la cultura en suma. De no ser por la burguesía puede que todavía estuviéramos en la monarquía absolutista, a pesar de que el término burgués va acompañado de un sentido peyorativo tan injusto como inapropiado.

De pronto, a los ayuntamientos han llegado unos políticos dispuestos a hacer todo lo posible para que llevemos una vida sana y agradable y, en muchas ciudades españolas, están empeñados en que nos traslademos en bicicleta. Como el público, en general, es reacio a ser feliz siguiendo las indicaciones del político de turno, y las docenas de millones de euros gastados en la construcción de carriles para bicicletas tampoco han generado un entusiasmo prodigioso, se ha pasado a la segunda fase: la coerción, una coerción con rostro civilizado, que son las peores, y se quitan carriles en las calles, se peatonalizan otras, se suprimen plazas de aparcamiento, es decir, se chantajea al contribuyente para que se traslade en bicicleta o en autobús. Desde luego, la contaminación es un problema grave que debe abordarse, pero pensar que yendo en bicicleta unos cuantos miles de esforzados ciudadanos va a arreglarse es como creer que prohibiendo las calderas de la calefacción del 5% de los edificios tendremos una atmósfera más limpia. (Y no se olvide que, en invierno, la calefacción contamina mucho más que la combustión de los automóviles).

Lo que sí se está logrando, de momento, es que muchos ciclistas suban las rampas de algunas empinadas calles españolas, haciendo un gran esfuerzo físico, que les reclama mayor cantidad de oxígeno para los pulmones, un oxígeno contaminado por los autobuses, camiones y coches que circulan por esas mismas calles. Yo no sé si las bicicletas son para el verano, pero para pedalear entre motores que están quemando hidrocarburos no son lo más apropiado. Sería preferible lo de las matrículas pares e impares que acortar la vida de esos ciclistas ingenuos, que pueden tener razón de ser en vías de escasa circulación, pero que en avenidas atestadas de motores son algo así como introducir a una prima ballerina, ataviada con tutú, en una concentración de moteros.

Desde la izquierda siempre se ha albergado la sospecha de que quien posee un automóvil es un peligroso capitalista que disfruta contaminando la atmósfera y es enemigo acérrimo de la ecología. Todo el mundo sabe que el fontanero, el obrero de la construcción, la funcionaria y el profesor de matemáticas usan el automóvil para sus desplazamientos, y pueden ser indiferentes o amantes de la ecología, pero estas reducciones simples nos llevan a las soluciones simplistas, como la de hacernos felices a través del pedaleo.

Desde Aristóteles, que en su «Ética a Demónico» advertía que la felicidad estaba en la virtud, hasta Ortega y Gasset que pensaba que la felicidad venía a ser una especie de coincidencia entre la vida proyectada y la vida real, su definición nunca puede ser precisa y universal, porque eso que los griegos llamaban la eudaimonia depende de la sensibilidad, saberes y certezas de cada individuo. El más pesimista de todos, Schopenhauer, que escribió un agudo ensayo sobre la felicidad y la desdicha, no sólo desconfiaba de que el hombre pudiera alcanzar la felicidad, sino que estaba convencido de que, al lograrlo, no se enteraría de ello, y por eso nos dijo que la felicidad es algo que se recuerda.

Veinticuatro siglos antes de que llegara la sociedad de consumo, Platón, como Arístoteles, ya advertía que la adquisición de bienes y cosas materiales no proporciona la felicidad, y debe estar próxima a la mística y a la armonía interior. Ignoro los vericuetos intelectuales por los que han ido desarrollando la idea de que la felicidad consiste en ir en bicicleta, o en llevar a los niños a la escuela pública, o en votar todas las tardes en asamblea para ver lo que vamos hacer al día siguiente. Entiendo la buena voluntad que anima a estas gentes, pero no recuerdo ningún momento de esos en los que fui feliz, que lo asocie a quién era el alcalde de la ciudad o quién estaba al frente del Ministerio de Agricultura. Ese encargo profesional que perseguías, y que un día te lo dan, no tiene nada que ver con quién ocupe la concejalía de Urbanismo o quién sea el presidente autonómico. Esa aceptación de la persona con la que vas a compartir el resto de tu vida, y que te llenó de felicidad, fue ajeno por completo a quien ostentara la dirección general de tráfico en ese instante. La felicidad es una satisfacción íntima de acuerdo con valores personales y circunstancias imposibles de proyectar a los demás. Ya sabemos que cada vez tendremos que pagar más impuestos, porque los misioneros dispuestos a hacernos felices parecen estar convencidos de que no deben ahorrar en el presupuesto y lo mejor es endeudarse. No les pido que dejen de derrochar. Pero, por favor, déjennos esa parcela privada a la que tenemos derecho, y no intenten imponernos sus prejuicios. La felicidad no es cosa de los gobiernos. Y dudo mucho que dependa del aumento de personas que se trasladan peligrosamente por las ciudades, montadas en una bicicleta.

Luis del Val es escritor.

Fuente:

http://www.abc.es/opinion/abci-felicidad-no-cosa-gobiernos-201707010351_noticia.html

A P U N T E S D E V I A J E 3

   Antonio Guerrero

Enajenación moral

Repasando algunos textos de ética nicomáquea y esbozando comparaciones con el gran Ortega y Gasset, no he podido evitar una reflexión sobre los tiempos presentes y el estado moral. Dijo Lipovetsky que esta era la era de la «nada» donde la indiferencia moral campaba a sus anchas; y donde la dejadez y la irresponsabilidad a lo ajeno se habían convertido en el modus operandi de la deriva social. Con eso declaró que este era un mundo de apatía, de autoexilio, de individualismo dentro de la masa, en el que ya no quedaban posibilidades de recuperación de los valores. No obstante desde mi óptica el problema es otro. El estado moral de nuestro tiempo creo que es el de la enajenación moral. La definición de enajenación según la R.A.E. es clara: perdida transitoria de razón a consecuencia de un estado anímico insuperable. Si lo aplicamos a nuestra sociedad encontramos mucha verosimilitud. Existe una pérdida del sentido moral a consecuencia de cambios anímicos en las personas: hay miedo a la perdida de trabajo, hay odio hacia las agresiones jurídicas de algunos entes públicos (ya que no hay ley de segundas oportunidades), hay una cultura de corrupción estructural igual al tráfico de indulgencias de otra época, y una insuficiente formación moral en la educación básica. Con esta desorientación es inevitable el menoscabo transitorio de los valores y la enajenación. Hay sin duda una desgaste del sentido moral que nos ha conducido a esta sociedad opulenta y caótica donde no rigen ni los principios ni las máximas y donde nada es lo que parece, o acaso se ha hecho parecer lo que no es. El caso es que todos somos unos enajenados porque nadie nos educó para lo contrario y porque la supervivencia social requiere carecer de valores hoy día. Sin embargo la enajenación moral tiene una lectura positiva. Se trata de un mal transitorio. Se puede recuperar los valores de nuestra cultura si somos capaces de crear una base educativa dentro de la formación elemental y si le damos la importancia que se merece. La pregunta consecuente esta clara: ¿El ente público va a invertir en formación ética? ¿Le va a dar más importancia que a las finanzas? Probablemente no, pero su dejadez no hace irresoluto al problema solo declara la dejadez de dicho ente. Nuestro deseo ahora debería ser exigir dicha formación. Yo lo exijo desde aquí; que se tomen la formación ética en serio.

Yo, Libre

Normalmente la libertad está muy sobrevalorada; suele tomarse como un fin en si misma, una circunstancia ideal en la que las personas disfrutan de un estado de bienestar satisfactorio, sin tapujos, sin culpas y sin miedos. Desde ese punto de vista podríamos considerarla como una utopía, un horizonte que fija un rumbo y un destino para los que ansían cambiar su vida. A esa idealización han contribuido mucho los estereotipos del cine y la literatura. Existen modelos culturales creados que son perseguidos por las personas con frustraciones como única ambición en la vida, entendiendo que si no llegan a alcanzarlos su vida carece de sentido. Tomemos como ejemplo «Cadena Perpetua» de Frank Darabont. Los lugares comunes, los clichés, suelen crear interpretaciones subjetivas restando objetividad a los valores éticos con los que fueron construidos. Una persona se identifica con ellos cuando no tiene una identidad bien formada. En ese tipo de abstracciones suelen confundirse mucho las fronteras de la libertad, la felicidad y el bienestar. No obstante si la libertad no está bien entendida, si tenemos una confusión, es porque las personas tenemos una obsesión: la de preguntamos si somos o no libres. En realidad esa pregunta es innecesaria por completo. Las personas no debemos plantearnos si somos o no libres, puesto que ya lo somos. Así lo dijo Sartre. Somos libres desde nuestro nacimiento. Tenemos libertad de decisión, libertad ambulatoria y podemos llegar a ser librepensadores. La verdadera pregunta es si estamos dispuestos a asumir con valentía nuestra libertad. Si somos lo suficientemente osados como para aceptarla y ejercerla según nuestras necesidades y deseos. La respuesta a esa segunda pregunta es más compleja porque entra el juego social y la responsabilidad. Pero asumir nuestro verdadero estado es la única manera de tener nuestra identidad, la nuestra, a salvo y no vivir confundido en la aspiración de un estereotipo encontrado en una película o en un libro. En cierta forma preguntarnos si somos libres es una perdida de tiempo; saber si somos quienes debemos ser es la verdadera cuestión: si somos seres auténticos, emancipados, librepensadores y si proyectamos nuestra identidad. Aspirar a la autorealización, que diría Aristóteles, es la mejor vía de evolución personal y la única posible para no confundirnos con los espejismos de nuestra cultura.

Fuente:  http://www.elalmeria.es/antonio_guerrero/

El retrato de un hombre sin rostro

Diario de un cínico

Basilio Baltasar

 

En un lugar de la frontera húngara, un hombre con su hijo en brazos huye de los guardas que dispersan a los refugiados. La periodista graba la batida para su canal de televisión y sin dejar de enfocar su cámara de vídeo, le pone la zancadilla. Cuando el hombre se levanta del suelo, mira a la mujer y rompe a llorar.

¿A dónde irán a parar las secuencias de la crónica contemporánea? El periodismo es actualidad y todo recuerdo es redundancia. La conciencia moral es amnésica y solo duele mientras dura el espectáculo. ¿Cómo conservar viva la expresión de asombro que se dibujó en el rostro de aquel hombre humillado?

El artista urbano Grip Face, acompañado por el comisario y crítico de arte Jordi Pallarés, presenta en el casal palmesano de Can Marques, las obras de arte que ha diseminado por los muros de la ciudad (también en Ámsterdam, Bilbao y Valldemosa). La propietaria del palacio, la coleccionista de arte Nieves Barber, que con frecuencia abre su casa a las actuaciones de la comunidad artística mallorquina, lo escucha con gran interés.

El artista Grip Face sostiene un reservado anonimato y al mismo tiempo una enérgica intervención en el escenario teatral de la ciudad. Sus interrogaciones sobre la personalidad son corrosivas y hacen tambalear la jactancia de la razón ensimismada: pues quizá el artista sea a fin de cuentas un obstáculo para la obra de arte. Pero ¿cómo renunciar al yo soy? ¿cómo impedir que el yo escondido se declare autor de mis obras? Dado que estos juegos de identidad son peligrosos, el artista los contempla ahora con mansedumbre y perplejidad. Ya veremos qué pasa luego.

Por el momento, su ocultamiento coincide con el de los rostros enmascarados que ha pintado en el reverso del callejero palmesano. En las puertas enladrilladas de los edificios clausurados, en la tapia de un suburbio, entre los escombros de las ruinas abandonadas, en la fachada de las casas condenadas al derribo. Con estos murales el artista alumbra esa periferia desdeñada por el diseño y, al mismo tiempo, hace temblar el busto hermético de unos desconocidos.

Como epígono del posmodernismo, se insinúa un vigoroso arte inminente: un estilo que mientras devora a sus ancestros, ensaya las formas expresivas del porvenir. Grip Face maneja la ironía del arte pop, la nerviosa inquietud del arte urbano y el lenguaje bastardo del grafismo publicitario. Pues el arte bebe hoy en ese almacén de residuos: las imágenes olvidadas, las huellas borradas por el paso del tiempo, las emociones vulgarizadas por el consumo, saldrán del estercolero a través de una lúcida indagación estética. El artista contemporáneo es la encarnación de los maestros muertos y hartos.

En las cabezas de Grip Face, en la serie que ha titulado Black Faces —malas caras según la afortunada versión de Pallarés—, ha sido retratado un personaje en el que palpita nuestro propio recelo, desconfianza, indiferencia, repudio y desprecio. Con este repertorio de gestos teatrales, las máscaras de la tragedia contemporánea, Grip Face da forma a un espíritu de nuestro tiempo: a las malas caras que no dejan de instigarnos.

Los iconos urbanos de Grip Face, que acechan al transeúnte descuidado, son la alegoría de los ausentes. La forma artística que adoptan entre nosotros para anunciar cuántos esperan al otro lado de la frontera. Como un coro de cabezas impasibles se desplaza una masa de emigrantes sin rostro y acude el mismo vecino que los oye acercarse con su confusa aflicción.

Fuente:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/06/10/catalunya/1497113441_369090.html

Xavier Zubiri

El filósofo español más importante del Siglo XX

HUGO FERNÁNDEZ

La Fundación Xavier Zubiri presentó ayer en la sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid una nueva obra sobre el filósofo donostiarra y una recopilación de sus «lecciones». Esta última, titulada «Sobre la religión» (Alianza Editorial), recoge las transcripciones de tres «lecciones», hasta ahora inéditas, impartidas por Xavier Zubiri (1898-1983) en Madrid y Barcelona durante los años sesenta.

En ella asistimos al hecho manifiesto de que resulta imposible hablar de ciencia de la religión sin establecer primero qué entendemos por religión. En este sentido, Antonio González, encargado de la presentación de esta obra, explicó que lo que hoy entendemos por religión no se corresponde con lo que hacían nuestros antepasados griegos y romanos. De hecho, debemos avanzar hasta la Edad Moderna para encontrar un concepto amplio del término no solo circunscrito a cuestiones como la piedad o el culto.

Leyendo a Zubiri

En «El poder de lo real. Leyendo a Zubiri» (Triacastela), el director académico de la Fundación, Diego Gracia, presenta treinta años después la continuación de su obra «Voluntad de verdad. Para leer a Zubiri». Esta secuela es fruto del deseo de actualización de una gran vocación filosófica. Permite apreciar el avance logrado durante las pasadas décadas en el análisis y comprensión de la obra de quien, en palabras del académico de Ciencias Morales y Políticas Pedro Cerezo, fue, probablemente, el filósofo español más importante del siglo XX.

En «El poder de lo real. Leyendo a Zubiri», el lector descubre los tres principales problemas que el filósofo achacaba a la investigación filosófica: la intelectualización del logos, la pontificación y la lectura objetivadora de Dios.José Lladó, presidente de la Fundación, clausuró el acto rememorando la figura de la viuda del filósofo, Carmen Castro, quien, a la muerte de su esposo, decidió editar sus obras inéditas y dar un voto de confianza a la institución. También reafirmó Lladó su compromiso personal, así como el del resto de académicos, para seguir estudiando la figura de Zubiri y consagrarla como la de uno de los grandes filósofos europeos del siglo XX.

Fuente:
http://www.abc.es/cultura/libros/abci-xavier-zubiri-filosofo-espanol-mas-importante-siglo-201706140104_noticia.html

María Zambrano

Una vida comprometida con el pensamiento

 

Hablar de María Zambrano invita siempre a reflexionar. Nacida en Vélez-Málaga en 1904, dedicó toda su vida al pensamiento, siendo una filósofa y ensayista única. Gran parte de su vida transcurrió en el exilio, donde buscó salvaguardar Occidente a través del crudo ejemplo de la guerra civil española. Este lunes, un día después de Sant Jordi, Google rinde homenaje a María Zambrano a través con un «doodle» en la portada del buscador.

En 1909 partió rodeade de sus familiares hacia Madrid. Más tarde, se mudaría a Segovia, ciudad donde pasó la adolescencia y comenzó a fraguar su fino pensamiento. En 1914, la escritora publicó su primer artículo en la revista de antiguos alumnos del Instituto San Isidro, con un texto centrado en Europa y la paz. Luego regresaría a la capital española para cursar Filosofía y Letras con autores de la talla de Ortega y Gasset, Xavier Zubiri y García Morente.

Con el paso de los años logró ser profesora y formar parte de la docencia centrada en el pensamiento, coincidiendo con Antonio Machado en el Instituto Cervantes. Con el final de la Guerra Civil y la victoria del bando franquista, tuvo que recurrir al exilio republicano. Primero se fue a París, más tarde a México, Cuba e Italia, concretamente a Roma. Desde el exilio, sus reflexiones trataban de ejemplificar las graves consecuencias que trae una conflicto descarnado de este tipo.

 Regresó ya en los años 80 a España y obtuvo, a una edad avanzada, el reconocimiento merecido a su carrera de pensadora y literaria. En 1981, se le concedió el primer Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Mientras, el ayuntamiento de Vélez-Málaga la nombraba Hija Pedrilecta, así como la Universidad la doctoró «honoris causa». Solo tres años antes de morir, en 1988, se le reconoció con el Premio Cervantes, siendo la primera mujer en la historia en recibir el galardón.

El vigor de la razón dialógica

Los seres humanos se hacen desde el diálogo

El 15 de mayo murió en su casa de Niedernhausen, a los 95 años, Karl-Otto Apel, uno de los mejores filósofos de los siglos XX y XXI. Nacido el 15 de marzo de 1922 en Düsseldorf, su biografía intelectual viene jalonada por estudios de historia, germanística y filosofía, con Erich Rothacker, en la Universidad de Bonn, y más tarde por la elaboración de una propuesta filosófica, que tiene por hilo conductor la atención al lenguaje como el lugar desde el que los seres humanos hacen ciencia y ética, desde el que son posibles la comprensión y la acción.

Su trabajo de habilitación (1961) versa sobre la idea del lenguaje en la tradición del humanismo de Dante a Vico, y en los años de profesor en Kiel, Saarbrücken y Fráncfort, donde permaneció desde 1972 hasta convertirse en profesor emérito en 1990, se adentró en los caminos de la hermenéutica de Dilthey, Heidegger y Gadamer, en el pragmatismo de Peirce, en la filosofía del lenguaje de Humboldt, Wittgenstein, Searle o Austin.

En diálogo con ellos, y muy especialmente con Kant, elaboró la propuesta que apareció en La transformación de la filosofía (1973), a la que siguieron Diskurs und Verantwortung (1988), en que aplica la ética del discurso a distintos ámbitos; un volumen de Auseinandersetzungen (1998), de cuya parte final —las discusiones con Habermas— hay versión española de Norberto Smilg en Comares; Paradigmen der Ersten Philosophie (2011) y, recientemente, Transzendentale Reflexion und Geschichte (2017).

Estos son algunos datos sobre el legado de un pensador que unía su vigorosa aportación filosófica a una cordial personalidad. Casado con Judith, una mujer extraordinaria, tenía tres hijas, a las que adoraba; disfrutaba compartiendo el tiempo con sus amigos, se enfurecía cuando perdía la selección alemana y le gustaba el vino tinto, pero sobre todo podía pasar horas enteras discutiendo apasionadamente de filosofía, porque creía en su importancia para la vida de las personas y de los pueblos. Como su colega y gran amigo Jürgen Habermas, experimentaba la necesidad de evitar recaer en situaciones como la del nacionalsocialismo, que surgió, entre otras cosas, del rechazo al pensamiento, a la argumentación y la crítica. Se decía en aquel tiempo —contaba Apel— que Hitler había sabido conectar con el “sano sentir” del pueblo, y por eso se desaconsejaba argumentar y dar razón. Bastaba con obedecer al Führer, al caudillo, que encarnaba la voz del pueblo.

La consecuencia —el Holocausto— no pudo ser más deplorable, por eso la filosofía tenía que recuperar su fuerza crítica, su responsabilidad de dar razón en el ámbito teórico y en el práctico, su capacidad de fundamentar frente al totalitarismo y al dogmatismo de lo irracional. Tenía que tomar la iniciativa para impedir ese expectante dejar ser a cualquier caudillo que conecte con la dimensión irracional del pueblo. Para impedir que Auschwitz se repita.

De ahí que Apel se haya esforzado por recordar, junto a Habermas, que los seres humanos se hacen desde el diálogo y no desde el monólogo impositivo; que es preciso argumentar, y no solo sentir, para descubrir cooperativamente qué es lo más verdadero y lo más justo.

En esta línea irían su antropología del conocimiento, su hermenéutica y pragmática trascendentales, la semiótica como filosofía primera, la teoría de los tipos de racionalidad, la teoría consensual de la verdad y la ética del discurso, en su doble nivel de fundamentación y aplicación a distintos problemas contemporáneos.

Para algunos de los que en los setenta del siglo pasado empezamos a oficiar de filósofos, estas propuestas fueron un soplo de aire fresco. Presentaban una alternativa vigorosa al positivismo, empeñado en negar la racionalidad del mundo moral y político, por no ser un mundo de hechos comprobables; pero también al individualismo neoliberal, basado en el solipsismo metódico, incapaz de descubrir el vínculo de intersubjetividad que une a los seres humanos; al relativismo escéptico en el mundo moral, que ningún ser humano es capaz de vivir en serio; a la tecnocracia y el mercantilismo de la razón instrumental. Daban cuenta de la pretensión de universalidad que anida en el corazón de quien ante situaciones indignantes las tacha de injustas y está dispuesto a dar razón de su crítica. Porque presupone pragmáticamente, lo quiera o no, que en una situación ideal de argumentación sería posible encontrar la respuesta más adecuada.

La propuesta de Apel ha sido y es decisiva en el hacer de estudiosos de todo el mundo, especialmente de Iberoamérica y Europa. Baste recordar a jóvenes filósofos como Kettner, Hösle o Forst; el diálogo cordial con Javier Muguerza, los trabajos de tantos filósofos españoles; entre ellos, del grupo de Valencia y Castellón, al que pertenezco. Como también la dedicatoria de Habermas al comienzo de Conciencia moral y acción comunicativa: “De entre los filósofos vivos, ninguno ha influido más en mi pensamiento que Karl-Otto Apel”. Contar con la persona, la filosofía y la amistad cordial de Apel ha sido un gran regalo por el que no cabe sino dar las gracias.

El sentido de la vida

El sentido de la vida existe y no tiene nada que ver con la charlatanería

Eva van den Berg
sentido

Como dijo el psicoanalista Erich Fromm, el sentido de la vida no es más que el acto de vivir en uno mismo. Cómo experimentamos cada una de la horas y los días, de los meses y los años, moldea el propósito de nuestra existencia. Y este, a su vez, es el responsable de sentir plenitud. Muy filosófico. Pero es que además, tal y como avalan numerosos estudios científicos, incide en nuestra salud. Hay muchos ejemplos: la investigación dirigida por la psicóloga Mei-Chuan Wang, de la Universidad de Memphis, en el que se dice que que ayuda a reducir el estrés y las tendencias suicidas. O la coordinada por Patricia A. Boyle, del Centro Rush para el alzhéimer de Chicago, que asegura que reduce la incidencia de la enfermedad y el deterioro cognitivo leve en personas mayores. Kim Erich, del departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, ha estudiado cómo disminuye el riesgo de infarto en la tercera edad. E incluso favorece que un toxicómano pueda dejar sus vicios, según los resultados obtenidos por investigadores del Centro de Estudios sobre el Alcohol y la Adicción de la Universidad Brown de Providencia (EE UU). Hace muchos, muchos años que la comunidad científica internacional trabaja para ver hasta dónde el estado de la mente influye en el del cuerpo, un pack indisoluble e hiperconectado. Una de las conclusiones más sorprendentes: estar motivado influye hasta en los genes. Así lo asegura Steve Cole, profesor de Medicina y Psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, quien, bajo la dirección de la profesora y psicóloga Barbara Fredrickson, de la Universidad de Carolina del Norte, lleva años estudiando cómo reaccionan nuestros genes ante el estrés y cómo sentirnos bien mentalmente incide en el genoma.

Para realizar el estudio, Cole distinguió dos tipos de bienestar psicológico. Uno, vinculado a los eudaimonistas, poseedores de una motivación que da sentido a su existencia; y dos, el hedonista, que básicamente obtiene satisfacción de la constante autogratificación, especialmente a través de la búsqueda y posesión del placer material y físico. De forma inesperada –¿justicia poética o bioquímica?– Cole descubrió que, mientras el perfil genético de los eudaimonistas es favorable a las células del sistema inmune (potencia niveles bajos de inflamación y una fuerte expresión de genes vinculados a anticuerpos), el hedonista se manifiesta de forma contraria: alta inflamación y baja expresión de los genes antivirales y anticuerpos. ¿Cómo puede ser si ambos grupos, en principio, mostraron un mismo nivel de felicidad? Seguramente, opina Cole, la actitud de los primeros les lleva a vivir con más tranquilidad, con todos los beneficios que esto conlleva. Los hedonistas, en cambio, parece que viven con mucha más presión, lo que les acarrea estrés. Y este, entre otros muchos perjuicios, puede dañar los telómeros, los extremos de los cromosomas cuya función es evitar daños en el ADN, haciendo que envejezcan antes. Los placeres hedonistas, concluye Frederickson, son como calorías vacías que no aportan nada y no contribuyen a beneficiarnos físicamente. “Todo indica que a nivel celular el cuerpo responde positivamente al bienestar psicológico basado en el sentido de conexión y el propósito”, resume.

Y usted… ¿qué tipo de motivación tiene?

Aunque todos los indicios científicos apuntan a que tener un propósito en la vida nos beneficia y mucho, es evidente que no todo el mundo se apasiona por las mismas cosas, y que no todas despiertan el mismo grado de pasión ni de bienestar. Según explica el psicólogo Jonathan García-Allen, hay distintas maneras de clasificar las motivaciones. Una es diferenciarlas entre extrínsecas e intrínsecas. “Las primeras son externas al individuo y a la actividad que realiza. Por ejemplo, alguien puede trabajar o estudiar mucho porque lo que le mueve es ganar dinero o el reconocimiento social”, explica. En cambio, la intrínseca procede del interior de la persona, la cual no espera ninguna recompensa externa. “Esto se asocia a los deseos de autorrealización y de crecimiento personal. La experimentan, entre otros, aquellos que trabajan para el bienestar de la comunidad o que forman parte de un equipo deportivo”, observa. También hay motivaciones positivas, en las que la propia actividad es la que genera un estado de bienestar, y negativas que, de forma opuesta, espolean a las personas a emprender una acción para evitar una consecuencia negativa, como puede ser un despido, un fracaso, un castigo o una frustración. Una tercera clasificación las ordena en base a aquello que las estimula: así, se habla de motivación por logro (cuando el fin es el que mueve a la persona a vencer un desafío concreto ante sí mismo), por competencia (si el detonante es ser considerado el mejor realizando un determinado trabajo) y por afiliación (cuando la cooperación y el trabajo en equipo son el principal estímulo).

Lo que importa, de fondo, es comprender que todos nosotros somos susceptibles de sentirnos motivados. Así lo cree el neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl, quien sobrevivió en varios campos de concentración nazis –donde perdió a sus padres y a su mujer–. Una experiencia que le inspiró a escribir El hombre en busca de sentido (Herder). En el libro cuenta, desde el punto de vista de un psiquiatra, que cualquier persona en cualquier circunstancia, aunque sea de sufrimiento extremo, puede aferrarse a una razón para vivir. En realidad no importa lo que esperamos de la vida, decía, sino lo que la vida espera de nosotros (por ejemplo, ayudar a los demás). Fruto de esas reflexiones creó un tipo de psicoterapia, la logoterapia, basada en la idea de que la motivación más importante del ser humano es precisamente esa: otorgar un sentido a la vida en cualquier situación.

El escarabajo pelotero y la rana hervida

Vic Strecher, profesor y director del programa de Innovación y Emprendimiento Social en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Michigan, y experto en las vinculaciones existentes entre el estado psicológico y la salud de las personas, está convencido de que el propósito y el significado que cada uno tenemos de la vida es la esencia de una buena salud. Lo explica en su libro Life on purpose donde, “más allá de las tendencias, las opiniones y las falsas esperanzas de los libros de autoayuda, se explora la increíble conexión entre una vida motivada y las últimas evidencias científicas sobre la calidad de vida y la longevidad”, explica. Strecher, gran comunicador, suele amenizar sus conferencias contando la historia de un animal que le fascina: el escarabajo pelotero. En él se inspira la deidad egipcia Khepri, cuya misión es la de empujar el Sol a través del cielo cada día para salvarlo de la noche y protegerlo hasta la jornada siguiente y que encarna el renacimiento, la transformación y la trascendencia. En la vida real, el escarabajo pelotero es un insecto especializado en transformar porciones de estiércol en bolas rodantes que, con la ayuda de las feromonas con las que las rocía, atraen a las hembras que acuden a ellas para aparearse y depositar los huevos en su interior.

Todos tenemos, dice textualmente, “mierda en nuestras vidas” que podemos transformar en algo bello, así como la capacidad de encontrar una motivación. En sus charlas, además de hablar de las habilidades de esos curiosos coleópteros (¿sabían que son capaces de orientarse en la noche siguiendo el rastro de la Vía Láctea?), suele hacer referencia a la famosa fábula de aquella rana que, en un primer experimento, es introducida en un cazo de agua muy caliente y reacciona dando un salto para huir despavorida. En una segunda ocasión, el mismo anfibio es colocado en una olla de agua fría que se calienta progresivamente, pero, en ese contexto, la rana no reacciona y tras quedar medio adormecida, acaba muriendo cuando el líquido llega al punto de ebullición. Al igual que ella, dice Strecher, muchas personas son incapaces de reaccionar y de cambiar determinadas rutinas a pesar de saber que son dinámicas vitales negativas, incluso susceptibles de causarles la muerte. Es el caso de muchos malos hábitos en el tema de la salud, como fumar, el sedentarismo, la obesidad, la mala alimentación… problemas que conocemos y que nos atacan progresivamente, frente a los cuales, en lugar de saltar, adoptamos una postura de pasividad que acaba por dejarnos bien hervidos.

Y es que los mensajes que nos amenazan constantemente con la enfermedad y la muerte no nos mueven a cambiar, dice Strecher. Atrapados dentro de una especie de castillo emocional –nuestro ego– tendemos a mostrarnos a la defensiva frente a los comentarios ajenos. Derribar ese muro, comenta, es algo que muchas personas consiguen tras una experiencia emocional dolorosa. Él, que ha trabajado con muchos pacientes de cáncer, afirma que ninguno de los que ha sobrevivido ha seguido con su vida de antes: todos han abordado grandes cambios. Él mismo sufrió la pérdida de su hija de 19 años, Julia, a causa de una larga dolencia, tras lo cual decidió romper su propia pared y buscar un nuevo propósito en la vida, uno más importante que él mismo. En su caso, difundir la necesidad de encontrar una motivación y tratar a todos sus estudiantes como si fueran sus propios hijos. Transmitirles, en definitiva, que los estímulos positivos, mucho más que los negativos, son los que nos empujan a luchar. Y que una vez lograda la motivación, la vida es más placentera…y mucho más saludable.

Estar sano es motivador, y estar motivado mejora la salud

Lola Márquez, que ha ejercido como técnica de salud mental en el Ayuntamiento de Sabadell y ahora es profesora y tutora en el posgrado en Coaching Ejecutivo en la Barcelona School of Management de la Universidad Pompeu Fabra, explica que cuando estamos motivados “percibimos que tenemos el control sobre diversos aspectos de la vida, sobre los cuales sentimos que podemos influir. En paralelo, toleramos mejor aquellas situaciones que no dependen de nosotros. Esto nos ayuda a ser más resilientes, más capaces de adaptarnos ante situaciones adversas y salir de ellas transformados en positivo”. En definitiva, tener una o varias razones para vivir nos anima a ocuparnos de nuestra vida en lugar de preocuparnos por ella. Escucharnos es esencial. Es básico conocer nuestros deseos, valores y necesidades para poder seguir hábitos saludables que favorecen la experimentación plena del día a día y convertir aquello que nos limita en oportunidades.

Según detalla, la motivación depende de varios factores: tendencias genéticas y circunstancias ambientales, estabilidad emocional… Pero también de la adopción de actitudes como la fuerza de voluntad, que se puede aprender y mejorar. Tener algo por lo qué vivir y ser fieles a nuestros valores nos encamina hacia la senda vital que más nos encaja, y eso siempre redunda en una mejor calidad de vida. Sin duda es un proceso a lo largo del cual hay que “hacer espacio en nuestro interior”. Es decir, eliminar lo superfluo y centrarse en trabajar en pro de nuestras íntimas y verdaderas prioridades.

¿Quiere descubrir su propósito en la vida? Busque su estado ‘flow’

Mihaly Csikszentmihalyi , de origen croata y pionero de la psicología positiva centrada en el estudio de los fundamentos del bienestar mental, vivió siendo niño la Segunda Guerra Mundial. Entonces se fijó en las habilidades que los adultos manejaban para lidiar con las tragedias de la guerra. ¿Por qué algunos eran capaces de llevar una vida casi normal, casi alegre, una existencia, al fin y al cabo, digna? Le intrigó averiguar qué es lo que hace a una persona percibir que su vida vale la pena y, tras buscar durante su adolescencia respuestas en la filosofía, el arte y la religión, se decantó por estudiar psicología y se especializó en entender las raíces de la felicidad.

Tras comprobar que a partir de un mínimo en el que las necesidades básicas están cubiertas, el incremento del bienestar material no parece tener demasiado efecto en el índice de felicidad, se interesó en descubrir en qué momento de la vida diaria los humanos se sienten más felices. “Estudié el perfil de personas creativas, artistas y científicos para entender qué les hacía invertir la mayor parte del tiempo en algo de lo que no esperaban conseguir ni fama ni fortuna, pero que sí daba un significado y valor a su existencia”, explicó en una charla TED. Es algo así como un estado de éxtasis que gente de todas las épocas y culturas ha experimentado, un sentimiento tan intenso que incluso la propia existencia pasa a un segundo plano. Cuando nos sumergimos en esos procesos tan cautivadores, olvidamos los problemas y ni siquiera nos acordamos de si estamos hambrientos o cansados. Toda la conciencia, todo nuestro hardware, se invierte en la concentración que necesitamos para hacer eso que nos parece tan motivador y nuestro yo queda en standby. Eso es lo que Csikszentmihalyi llama “el estado de flujo”, el estado flow, en el que lo importante es la tarea no el objetivo. Alcanzar con frecuencia esos estados de fluidez pone en orden nuestro caos interior, nos hace fuertes ante a las adversidades y nos protege de trastornos físicos y psíquicos.

Como decía la gran Dory, por ahora el pez cirujano azul más filósofo de todos los tiempos, en la película Buscando a Dory, parece que lo más importante en esta vida es recordar que, pase lo que pase, lo que hay que hacer es…¡seguir nadando! Porque llegará un día en el que moriremos, pero el resto del tiempo estaremos vivos. Y, parafraseando a Wim Hof, un holandés apodado The Iceman por su capacidad de soportar el frío extremo (ha logrado 26 récords mundiales, allá cada uno con sus motivaciones) lo que realmente da miedo no es morir, lo que es aterrador es no poder vivir plenamente, como explica de forma inspiradora, sobre estas líneas, el actor Will Smith, en una charla grabada en vídeo convertida en viral en las últimas semanas. No es para menos…

Fuente:

http://elpais.com/elpais/2017/05/11/buenavida/1494509669_387977.html