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Gregorio Luri: «El niño tiene el derecho fundamental a ser frustrado y a conocer los adverbios de negación»

El filósofo, pedagogo y escritor navarro acaba de presentar «Elogio de las familias sensatamente imperfectas»

El filósofo Gregorio Luri se atreve a decir alto y claro lo que cada vez parece menos evidente: que no hay familias perfectas, que está muy bien oír un «no» de vez en cuando, y que es imprescindible aprender las palabras mágicas: «por favor», «gracias», «perdón» y «confío». Así lo cuenta en su nuevo libro «Elogio de las familias sensatamente imperfectas», donde nos da las claves para encontrar ese perdido sentido común.

Esta obra, detalla Luri, surgió de una manera espontánea, no programada. «Empecé a escribirla de forma imprevista tras dar una charla a unos padres de Lérida, donde vi que lo que contaba parecía que les había interesado y que, por tanto, merecía ser publicado», relata. Pero con estas páginas, reconoce el autor, «no tengo ninguna intención ni de hacer un tratamiento sistemático de todo, ni de ser excesivamente original en nada. Es más, eso he intentado por todos los medios. En el fondo lo que les vengo a decir a los padres es: «si ya sabéis lo que hay que hacer… No os compliquéis demasiado la existencia»».

De hecho, prosigue, «cuando doy charlas, las suelo terminar diciendo: si habéis escuchado algo que no sabíais, no lo apuntéis, porque no es relevante. Insisto: lo que intento decir es que hay cosas que las sabían, pero que hay que ponerlas en valor. Y creo que hoy es imprescindible intentar hacer una defensa teórica de la prudencia. Ese es mi papel, insistir a los padres en que lo que es realmente importante, ellos lo saben. ¡No arrienden su responsabilidad a un especialista!».

—Libros, internet, conferencias, escuelas de padres… antes las familias no consultaban tanto., mientras hoy parece que tienen que aprenderlo o saberlo todo.

—Los padres de antes tenían muchas cosas que enseñarnos. Lo primero, que los hijos «vienen», no se programan para cuando me viene bien. Llegan, y en ese momento hay que aceptar que eso es un don. ¿Un don que quiere decir? Que no se controla muy bien lo que hay dentro. Lo segundo, que los hijos «salen». Esto me parece esencial: Que los hijos «salen» quiere decir que nuestros padres asumían que no estaba en sus manos programar su vida. Aceptar eso de manera natural, sin dramatismos, me parece una señal de inteligencia práctica, de sabiduría extraordinaria. Y tercero: no estaban todo el día viendo un problema en lo que habían hecho. Podían meter la pata, pero si la metían, salían para adelante. No hacían como los padres actuales, que están viviendo su experiencia con una especie de pepito grillo pedagógico dentro, del tipo «uy le he gritado, quizás no debería haberle gritado tanto, quizás tendría que haber negociado». Pero ha negociado y el infante no le ha hecho caso, entonces piensan «ahí quizás tendría que haber dicho un «no» tajante»…

—¿Por qué tienen esa inseguridad las generaciones nuevas de padres?

—Están introduciendo una distancia crítica entre su prole y ellos mismos que les lleva a perder espontaneidad en la relación. Digamos que hay una intermediación pseudocientífica que a mi me parece terrible en las relaciones entre padres e hijos, y profesores y alumnos. Damos por supuesto que hay que estar observando continuamente… Nuestros padres podían hacer muchas cosas mal pero la naturalidad de la relación estaba ahí. Recuerdo cada vez con más cariño la imagen de mi madre con la zapatilla en la mano, y me sorprendo pensando en la puntería extraordinaria de aquella mujer… y en la cantidad de psicomotricidad que hacía yo para esquivarla. Pero no ponías en cuestión que tus padres te querían. Mientras ahora te preguntas constantemente: ¿lo quiero como debería quererlo? Cuando las relaciones se miden desde esa distancia, hay una teatrocracia educativa. Nos vemos a nosotros mismos no como actores, sino como espectadores. Pero estar observándonos a nosotros mismos es una patología, es una neurosis. Cuando en la vida pierdes espontaneidad, hay algo de intensidad que se pierde.

—Pero así están muchos padres bien intencionados. ¿Qué les lleva hasta ahí?

—Cuando las cosas pasan siempre es por algo, y analizar las razones de que esto ocurra era una de los motivos por los que quería escribir este libro. Lo que es cierto que esto tiene muchísimo elementos sociales: Empezando porque cada vez llegamos más tarde a casa, y estamos menos con nuestros hijos, y continuando con la sustitución de la cigüeña por la agenda, la pérdida de espacios de libertad para los niños, que ya no tienen ámbitos en los que puedan estar sin la supervisión de los padres, en los que ganaban seguridad, autoestima… Me refiero a ir a jugar a la calle o al pueblo, donde antes salías a vivir aventuras desde bien pequeño. La incertidumbre con respecto al futuro… La propia conciencia de la provisionalidad de las relaciones familiares, con niños que ven en su propio ámbito escolar que el padre de su amiguito no es exactamente su padre… Y por supuesto, esta convicción que es muy propia de nuestro tiempo de que hay una respuesta técnica para cada problema, que es por donde creo que deberíamos empezar.

—A lo largo de todas las líneas de este libro usted hace una ferviente defensa de las familias sensatamente imperfectas, porque ha detectado que esta nueva generación de padres no tiene suficiente con hacerlo bien, quiere hacerlo mejor. Buscan el mejor colegio, aunque este se encuentre a una hora de ruta de su casa, le apuntan todos los días a las extraescolares más extravagantes…

—Exacto, no tienen suficiente con hacerlo bien, quieren ser perfectos. Pero se olvidan de que uno de los derechos del niño es tener una familia tranquila, y eso solo lo proporciona un entorno tranquilo, con paz en los momentos cruciales del día (por la mañana y justo antes de acostarse). Hay muchos menores que no duermen lo suficiente y esto me lleva a preguntar a los padres si le darían una sustancia tóxica a sus hijos. Pues bien, la falta de sueño es equivalente a una sustancia tóxica. Los padres están para decir «no» ante determinadas cosas, para poner barreras, para establecer una trinchera. Pero volvemos siempre a la misma cuestión, que es la intromisión de la teoría en las relaciones familiares. Hemos perdido el sentido de la prudencia. Habría que volver a leer a Gracián como pedagogo en ese arte. Hay que aceptar que el ser humano no tiene respuestas para todo.

—En este sentido, recomienda también en su libro volver a decir «no» de vez en cuando a nuestros hijos. ¿No se dice lo suficiente? ¿Está la autoridad denostada?

—Es más, diría que son dos derechos fundamentales del menor: el derecho del niño a ser frustrado, y el derecho del niño a conocer los adverbios de negación. En España lo que ocurre es que estamos acomplejados a la hora de mostrar la autoridad, tanto en la familia como en la escuela. Nadie quiere mostrar que es autoritario, pero todo el mundo querría que sus hijos y sus alumnos le obedecieran sin tener que mandárselo. Eso es lo característico de la situación. Pero, ¿cómo conseguir una autoridad que no esté mandada? Ese es el sueño. Recomiendo no perder de vista al primer ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, que aboga por recuperar la autoridad, la jerarquía, el conocimiento, y la autonomía de los centros. Todo está recogido en su obra «La escuela de mañana».

Fuente:

http://www.abc.es/familia/educacion/abci-gregorio-luri-nino-tiene-derecho-fundamental-frustrado-y-conocer-adverbios-negacion-201709182226_noticia.html

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Ignacio Gil

Manuel Cruz: «La Filosofía es la columna vertebral de la cultura occidental»

El catedrático dirige la colección de ABC «Biblioteca Descubrir la Filosofía», que arranca el domingo con «La verdad está en otra parte, de Platón

Guillermo Garabito

Para filosofar hace falta un filósofo. Como aquella campaña que pedía incluir más filósofos en la vida cotidiana y empresarial del país. ¿Y por qué podría ser esto necesario? «Uno de los rasgos que está más extendido en nuestra sociedad es el de la incertidumbre, la dificultad para entender lo que pasa. Y respecto a esta incertidumbre la gente tiene la sensación de que la Filosofía le puede ayudar arrojando algo de sentido para lo que si no aparece como un marasmo de caos», sentencia Manuel Cruz.

Filósofo, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y diputado nacional por el PSOE, Cruz (Barcelona, 1951) dirige la Colección «Biblioteca Descubrir la Filosofía» que desde el domingo se podrá adquirir con ABC.

¿Cómo ayuda la Filosofía a reducir la incertidumbre diaria?

A menudo da la sensación de que la Filosofía ayuda a comprenderlo todo. Pero a veces se entra en una fantástica épica. La Filosofía, obviamente, ayuda a comprender la realidad. En otras dimensiones también ayuda a comprender lo otro, no lo que esperábamos. Esa parte de la realidad que no estaba prevista.

¿Cómo filósofos de hace más de dos mil años pueden ayudar a entender la realidad que vivimos hoy?

Todo el pensamiento del pasado sigue vivo en el sentido de que ilumina. A mí me parece que los filósofos, igual que los escritores y poetas, son hijos de su tiempo. ¿O es que acaso tú puedes leer a cualquier poeta de cualquier época y conectar con él? Es fruto de una época concreta, que ya no es la nuestra. Esto obviamente puede ocurrir con cualquier filósofo, pero hay que añadir: nosotros hoy podemos emocionarnos ante una escultura griega, ante una poesía de Safo de Lesbos, podemos seguir emocionándonos con eso. Y eso tiene su razón de ser, nos plantea que hay dimensiones del ser humano o de la sociedad humana que evidentemente varían pero otras que son estructurales y permanentes. Y ya que permanecen el filósofo pueden conectar con ellas. En la medida en que los filósofos piensan sobre medidas básicas y estructurales, claro que tienen que resonar en nosotros. Si el filósofo tratase de cuestiones caducas, sería imposible conectar.

A los que proponen quitar la Filosofía de las aulas escolares, cómo les responde.

Normalmente cuando alguien plantea objeciones a la Filosofía las plantea en un plano que no es el pertinente. Precisamente sobre la utilidad de la misma. Lo que el filósofo diría es: «¿Usted que entiende por servir? ¿Por qué es fundamental que algo tenga que servir en el sentido que usted me está diciendo?». En una especie de horizonte ideal diríamos que aquel que está adiestrado en la Filosofía, está adiestrado en preguntar. Mejor, en sospechar. En no considerar obvio lo preestablecido. Si de verdad creemos que es relevante que la educación sirva para algo más, si consideramos que la educación debe ser algo más que una monumental «FP» que prepare a los chicos para el mercado laboral, entonces este el caso. Por el contrario si consideramos que la educación tiene algo que ver con formar ciudadanos no puede esquivarse la materia de la Filosofía.

Enlazando con lo anterior, en qué medida tiene presencia la Filosofía en la sociedad actual. ¿Y su futuro?

A estas alturas del partido hacer predicciones es realmente complicado. Sí se puede decir que, como en cualquier época, las corrientes sociales son varias, aunque no siempre vayan todas en la misma dirección. En este momento y desde hace tiempo, especialmente en Europa, los diarios de mayor prestigio acogen artículos de filósofos. No podría considerarse un periódico prestigioso ninguno que no lo hiciera. Por tanto ahí tiene una presencia. Esto es un ejemplo de que la Filosofía tiene cabida en nuestra sociedad. Y probablemente no vaya a desaparecer, se corresponda o no en los planes de estudio.

Usted además de filósofo es diputado por el Partido Socialista. ¿Qué relación cabría esperar en el siglo XXI entre la Filosofía y la política?

Me conformaría con que los políticos mirasen a la Filosofía. —Contesta con cierta distancia, como si él no fuera parte de la política–. No hace falta que la mirasen siquiera bien, sólo que la tomasen en consideración. Más que las reflexiones de un filósofo o de otro o que la disposición filosófica se hace necesaria la reflexión, la mirada distanciada y la visión escéptica. También la valoración, el énfasis y recuperar la importancia del pensamiento. Cuando uno ve cómo se trata la Filosofía en la política actual podría criticar a los responsables políticos y educativos. Pero nos engañamos si pensamos que en el resto del mundo se ha tratado mejor.

Usted, que ha dirigido y mimado esta colección, ¿sería capaz de decantarse por alguno de los filósofos que recoge?

Yo soy catedrático de Filosofía Contemporánea y por tanto los autores del siglo XX son con los que estoy más familiarizado. Precisamente el gran desafío que nos plantea la historia de la Filosofía es enfrentarnos a nuestra condición de seres históricos. Por tanto elegiría a alguno de los autores más alejados de nosotros en el tiempo. En el mundo actual tendemos a mirarnos a nosotros mismos como si la Historia fuera una mochila pesada de la que si uno puede desprenderse, mejor. No es que se reniegue, pero si se trata de aligerarla. Frente a ese tópico, que está muy extendido, creo que me decanto por el libro que habla del autor más alejado de nosotros, que es Platón; ese me gusta. Si alguno coge algún texto de Platón, por ejemplo «El banquete»… Hay una escena en la película «Antes del anochecer» en la que varios comensales de distintas edades se reúnen entorno a una mesa para hablar del amor. Esa escena es «El banquete» de Platón. Si Platón está caduco, esa película también está caduca. Y no creo que Platón ni esa película lo estén.

Destaca el carácter didáctico de esta colección. ¿Cómo cree que va a llegar a la gente que nunca antes se ha atrevido a adentrarse en la Filosofía?

Yo creo que un mensaje es que la Filosofía es algo así como la columna vertebral de la cultura occidental. La columna vertebral de lo que se ha pensado hasta hoy. Ese recorrido por la Filosofía, que es un recorrido por las vértebras del pensamiento occidental. Pero no sólo está ideada para un primer acercamiento a esta materia. Hay un asunto sobre el que conviene incidir. Esta colección tiene además de la función anterior, también, un uso instrumental en el sentido de que hay profesores de Filosofía interesados en ella. Gente que ya se sabe esta materia y precisamente porque se lo saben, y porque tienen que transmitirlo, quieren poder disponer de un texto sintético con las ideas claras. Es una buena cosa. Pese a la familiaridad con algún autor concreto, poder proporcionar estas visiones totales del conjunto del personaje y su obra, de lo que ha pensado un autor, se debe tener muy en cuenta.

Fuente:

http://www.abc.es/cultura/abci-manuel-cruz-filosofia-columna-vertebral-cultura-occidental-201702170156_noticia.html

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Jaime Garcia.

Adela Cortina en Café Steiner

Vuelve a ver la conversación entre la filósofa y José Ignacio Torreblanca

 

Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007, es la invitada de esta semana a Café Steiner, el espacio de EL PAÍS Opinión en Facebook. Cortina analizará su trayectoria con José Ignacio Torreblanca, jefe de Opinión de EL PAÍS, y charlarán de actualidad.

La filósofa ha publicado Aporofobia, el rechazo al pobre (Editorial Paidós, 2017), donde explica lo que hay detrás de la ola de xenofobia que existe en Europa y Estados Unidos.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2017/09/18/opinion/1505731398_223371.html

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

¿Y si la automatización nos ofreciese un mundo en el que trabajar solo un par de horas al día? ¿Qué haríamos con el resto? El panorama apunta a una crisis de identidad y un profundo cambio educativo y social

A Elena no la levantaría ningún despertador, dejaría que su cuerpo decidiese, haría café cada mañana y se sentaría a desayunar sin mirar media docena de veces la hora. Manuela piensa y cree que moriría del aburrimiento. Daniel pedalearía cada tarde, iría al mercado y no al súper, terminaría una lista de pueblos que lleva intentando visitar ocho años. Pilar se mudaría de piso, se tumbaría en el sofá durante la siesta para ver series y aprendería a tocar el violín. Carolina se prepararía para un Iron Man. Juanma y Sofía harían un calendario semanal de teatro, cine y museos, pintarían las paredes del salón, serían padres. Noelia entra en pánico ante la idea de no tener nada que hacer. Alejandra cambiaría de trabajo o montaría una web de no sabe qué.

¿Y si no tuviésemos que trabajar más de un par de horas al día? ¿Qué haríamos con esa cantidad importante y poco habitual de tiempo libre? La respuesta automática suele ser aquello que se tiene ganas de hacer en ese instante y no se puede, aficiones abandonadas, deseos de un imaginario común: viajar, leer, ir al cine, al teatro, a conciertos, hacer más deporte, aprender a cocinar-tocar un instrumento-bailar-tejer… Son ideas instintivas que surgen dentro de un contexto en el que lo común es tener poco tiempo disponible. Si la respuesta es meditada, se vuelve mucho más ambigua, se llena de frases como «no sé» o «tendría que pensarlo mucho».

Ese extraño escenario, que ahora parece lejano y del que solo se pueden hacer conjeturas, podría materializarse en algún momento si las previsiones sobre la cuarta revolución industrial (o revolución robótica) se cumplen, si la tendencia continúa y los androides empiezan a hacerse cargo de algunos de los trabajos del ser humano, total o parcialmente, como ya ha empezado a ocurrir; el pasado enero, por ejemplo, la aseguradora japonesa Fukoku Mutual Life sustituyó a 34 de sus empleados en oficinas por un sistema de inteligencia artificial basado en el IBM Watson Explorer (una plataforma de análisis de contenido a partir de datos).

¿Qué haremos con el tiempo libre que nos dejarán los robots?

Según el último informe anual de la Federación Internacional de Robótica (de 2016 con datos de 2015), actualmente hay en el mundo entre 1,5 y 1,75 millones de robots activos. Una cifra que habrá crecido, como viene haciendo durante los últimos años, en las estadísticas que ese mismo organismo publicará en septiembre y que ya lleva un tiempo ocupando la agenda de organismos internacionales.

Empieza a haber muchas y muy variadas previsiones de cifras para los empleos que se destruirán o los que se crearán: el Foro de Davos calcula que esta cuarta revolución industrial acabará con más de 5 millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo de aquí a 2020, la OCDE estima que solo en España, el 12% de los trabajadores podrían ser sustituidos a corto plazo por robots, mientras, la Unión Europea calcula que solo la Inteligencia Artificial hará nacer casi un millón de empleos nuevos.

PARTICIPA EN LA ENCUESTA

La iniciativa REIsearch, con apoyo de la Unión Europea, está realizando una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada. Puedes participar en esta iniciativa pinchando en este enlace. Los resultados de esta campaña de encuestas serán presentados a la Comisión Europea.

Sin embargo, es muy escasa la literatura en la que se hable del tiempo libre que dejará ese cambio, de los cambios sociales que acarreará y ni hablar de fechas probables en las que eso podría ocurrir. Aunque sí empieza a haber interés por adentrarse más allá de la economía en este futuro que parece inevitable: la iniciativa REIsearch, lanzada el pasado año con apoyo de la Unión Europea y la Comisión Europea, está haciendo una encuesta a todos los ciudadanos europeos para conocer su opinión sobre el impacto de la tecnología en aspectos como la economía, el trabajo, las esfera pública y la vida privada.

Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología de esa misma institución, reflexiona precisamente sobre cómo estamos observando ese cambio de paradigma desde un punto de vista puramente económico y de alteración en los puestos de trabajo y en el tipo de profesiones: “Pero lo que nos espera de la robotización es una agudización de la crisis cultural que ya estamos viviendo y que va a alterar profundamente las estructuras”.

Si cualquiera se frota las manos hoy cuando escucha la palabra «libranza» o «vacaciones» es porque la sociedad está siendo educada, desde hace décadas, para la producción, para ser rentable y para contribuir al statu quo del actual sistema capitalista. «Nadie sabe qué haría cada individuo con ese tiempo, pero la cuestión va más allá de ir tres días al cine en vez de uno», apunta Rodríguez de las Heras.  Aquí, algunas de las claves de ese «más allá», que no forma parte por el momento del debate informativo, centrado en cifras, porcentajes y términos de coste y beneficio y que está lleno de incertidumbre. «Hay muy poca previsión y muy poca creatividad en cuanto a los escenarios posibles», puntualiza. Para él, no se trata de anunciar cual profetas o especular de forma apocalíptica, sino de reflexionar: «Estamos trivializando la robotización, que es un fenómeno capilar que va a ir entrando, a veces, de forma invisible, y que es mucho, mucho más profundo».

¿Estamos preparados para tener mucho más tiempo libre?

Un sí al unísono podría esperarse como respuesta obvia a esta pregunta. El tiempo es, probablemente, la magnitud de la que cualquiera quiere más, la que la humanidad siempre ha ansiado (y ansía) con más fuerza. En la realidad que Andrew Niccol dibujó en In Time, la película protagonizada por Justin Timberlake en 2011, los seres humanos han dejado de envejecer, sin embargo, cuando cumplen 25 años se activa una cuenta atrás que les dará un año más de vida; durante esos 12 meses, deben empezar a ganar tiempo: si el reloj digital que se dibuja en sus antebrazos llega al cero, mueren. Luchan, sudan, sufren y matan por conseguir segundos en lo que podría ser una metáfora distópica del mundo occidental.

Como en aquel filme, el concepto de ocio, y por tanto el de trabajo, se alterarían mucho bajo esta hipótesis. Aunque antes de eso, el historiador Rutger Bregman (Westerschouwen, Holanda, 1988), cree necesario «repensar qué es trabajo»: «Hoy, millones de personas hacen trabajos que creen que carecen de sentido —están enviando correos electrónicos o escribiendo informes que nadie lee—. Creo que debemos trabajar menos, para que podamos hacer más , para vivir una vida rica y significativa». Una idea que enlaza con una idea que también da Rodríguez de las Heras: «El trabajo se consideró un castigo hasta que el sistema económico consiguió darle la vuelta y sublimarlo hasta el punto de reclamarlo. Trabajo y más trabajo para que el sistema siga funcionando como buenos consumidores».

Y el horizonte de ocio trastocaría el modelo actual por completo, según el catedrático: «Actualmente se nos quita lo único que somos, tiempo, hay una alienación tan sublimada por la hiperactividad que podría decirse que vacía a las personas, las deja sin capacidad reflexiva. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a ocho horas libres diariamente?». Para Bregman, viendo el contexto actual, se puede: «Si comparamos diferentes países, en realidad son aquellos con las semanas de trabajo más cortas donde la gente dedica más tiempo a cuidar a los ancianos, los voluntarios trabajan y participan en sus comunidades locales. Son los países con las semanas de trabajo más largas donde la gente ve más televisión, no se puede hacer mucho más si estás cansado después de horas y horas en una oficina aburrida».

La doctora Núria Codina, profesora de la Universidad de Barcelona y especialista en Psicología Social y Ocio y Gestión del Tiempo, apunta por el contrario a que la sociedad no está educada para el uso y la gestión del tiempo: «Es el bien más escaso y más democrático y no se valora». Y se pregunta, además, si ese futuro tiempo de «no trabajo» será realmente «tiempo libre»: «Probablemente se nos mantendrá ocupados. En esta línea posiblemente tome fuerza una modalidad de ocio, conocida entre los especialistas como ‘ocio serio’, que es aquello a lo que la persona se dedica procurando realizar la actividad cada vez mejor (idiomas, aprendizaje de instrumentos, disciplinas que requieren horas de práctica para desarrollarse bien…)».

¿Y las estructuras?

Los poderes públicos, que viven pegados a la solución inmediata de los problemas inmediatos, no se han parado a pensar en el problema del tiempo más allá de las consecuencias en sus estadísticas de población activa. Codina cree que solo adoptarán medidas en el momento en el que se manifiesten problemas sociales: «Problemas que pueden venir por parte de aquellos que no sepan qué hacer con su tiempo».

Para Bregman, la disposición o no de las grandes estructuras para este cambio no es del todo importante: «El cambio real nunca comienza con las grandes potencias políticas o económicas, comienza en los márgenes de la sociedad». El historiador recuerda cómo cada hito de la civilización (la democracia, el fin de la esclavitud, el estado de bienestar) fue alguna vez una fantasía utópica. «Siempre comienza con alguien que es desechado (por las grandes potencias) como irracional y poco realista. La tarea de los intelectuales es hacer realista lo irreal, hacer inevitable lo imposible». Y añade una frase de Óscar Wilde: «El progreso es la realización de utopía».

Rodríguez, además, apunta a un cambio que ya se está produciendo y que podría calar del todo si hubiese más momentos para la reflexión: un mundo donde no hay púlpitos ni balcones sino corrillos y reuniones en las calles. «Los grandes poderes ya están viendo que esa plaza, que antes les miraba a ellos, ha dejado de hacerlo y se ha puesto a hablar. Es una forma de organización que nos cuesta trabajo entender ahora por la falta de referencias cercanas, pero necesaria». Para el catedrático, esta es una situación amplificada por la sociedad en red: «Da la palabra a los que, hasta ahora, solo podían escuchar. Es lo más revolucionario». Y frente a eso, asegura, ese intento de desprestigiar estos movimientos «alegando que solo se dicen idioteces, trivialidades, que son un peligro…».

Más tiempo, más reflexión, más revolución contra lo establecido. Algo que, por otra parte y según Gabriela Vargas-Cetina, profesora de Antropología en la Universidad Autónoma de Yucatán (México) y autora del artículo Tiempo y poder: la antropología del tiempo, el poder intentará coartar: «Son ellos (poderes políticos y económicos) quienes están promoviendo los cambios en las formas de empleo y trabajo que nos llevarán a un mundo cada vez más desigual en términos del disfrute del tiempo libre».

Pararse y darse cuenta o la crisis de identidad

Como cada periodo de cambio en la historia, las preguntas se acumulan respecto al futuro y a veces se repiten. La filósofa y política Hannah Arendt, en los años 50, ya se preguntaba qué ocurriría si el trabajo diese tanto tiempo libre como para que la gente se dedicase a otras actividades. «Y decía que no hay ninguna que cree tanta identidad como el trabajo», arguye José Francisco Durán, profesor de sociología de la Universidad de Vigo. En aquel momento, las horas que el periodo laboral dejaban vacías la sociedad las dedicaba a realizarse, sobre todo, socialmente.

«Ahora es tiempo de consumo, de puro entretenimiento, y eso tiene problemas para crear identidad a largo plazo». La anomia, que Émile Durkheim introdujo en La división del trabajo social (1893), es la palabra que Durán elige para este futuro hipotético. «Aunque ya se da hoy en día. Es ese estado en el que hay una incapacidad para encajar la sociedad con el individuo y este no siente interés por hacer nada, no está motivado, ni para sí mismo ni para los demás». Según el profesor, hoy las motivaciones vienen principalmente del ámbito del consumo, lo que hace que tengan que generarse nuevas de forma continua: «No hay un proceso vital de largo recorrido, todo es nuevo y pasa rápido. Eso crea un estado anómico que repercute en una crisis de identidad».

La vacuidad a la que alude Durán puede derivar, a veces, en supuestos negativos. Gabriela Vargas-Cetina alude a las situaciones de «reconocimiento interno y exclusión» que pueden darse alrededor de esa creación de identidad: «Muchas veces quedan en el borde del totalitarismo». En un mundo como el actual, con repuntes de los movimientos ultraderechistas, ese tiempo libre podría acabar usándose, según Vargas-Cetina, en expresar ese resentimiento. «Nos estamos enfrentando a una crisis identitaria en el sentido de un reforzamiento de las identidades grupales como formas totalitarias de identidad».

De forma constante, la sociedad se remite a movimientos pasados para preveer los futuros; en muchos casos con una carga mesiánica importante. «Y es un modelo totalmente desajustado. Sabemos que el cambio vendrá, y lo hará poco a poco y calando profundamente, y cuando llegue, el ser humano se dará cuenta de que nunca antes había tenido tiempo para reflexionar y se dará cuenta de las lagunas inmensas que tiene», arguye el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras. Habla de nuevos malestares previos a un cambio social muy profundo del que no saldrá un líder, sino un movimiento más atomizado y global que, según Bregman, debe pasar no solo por prepararse para una nueva identidad, sino superar la verdadera crisis de esta, que se está dando ahora.

Apunta el historiador holandés a que cerca de un tercio de la mano de obra moderna está actualmente atrapada en un trabajo que encuentra inútil. Y asegura que no habla de agricultores, enfermeras o profesores, sino de abogados, banqueros y consultores: «Todos los que que renunciaron a sus sueños porque pensaban que tenían que ganarse la vida. Es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: estamos desperdiciando una cantidad increíble de energía, ambición e inteligencia con todas esas personas inteligentes que trabajan en algo que no aporta nada de valor. O incluso peor (en el caso del sector financiero) que lo destruyen». Para Bregman no es una coincidencia que los que trabajan en este área, a menudo, terminen con agotamiento o depresión: «La verdadera crisis de identidad de nuestros tiempos».

Adiós, educación actual

Para que ese cambio de paradigma tenga lugar, todos coinciden en un punto clave: la educación, ahora enrocada en el afán por alienar y adoctrinar en los valores de la productividad, la rentabilidad y el futuro económico sostenible bajo los criterios de la jerarquía de la oferta y la demanda. Para la antropóloga Vargas-Cetina, desde las estructuras hegemónicas de poder y el status quo, los cambios nos están llevando de una educación más crítica a una más técnica, donde las ciencias sociales, las artes y las humanidades son relegadas. «Visto desde un futuro mejor para todos, deberíamos tener más arte, más crítica, más ciencias sociales y más herramientas que nos ayuden a entender por qué la técnica nunca es ‘solamente’ una aplicación de las cosas, sino la implementación de una cierta filosofía».

En 2015, la reforma educativa española (LOMCE) redujo la asignatura de Filosofía en las aulas de manera significativa; en aquel momento, profesores y expertos se levantaron y arguyeron que la materia llevaba años siendo maltratada. Aquel fue solo un ejemplo más del escaso interés que la política —al fin y al cabo quien tiene en su mano la palanca de mando— tiene por inculcar el amor a la sabiduría. «Los grandes poderes, tanto nacionales como supranacionales, fomentan una educación vinculada directamente al trabajo; y la otra forma que han entendido hasta ahora ha estado vinculada al tema de la ciudadanía, pero eso sí, con valores superfluos y débiles», subraya Durán.

Rodríguez de las Heras también se encamina hacia ahí: «La educación siempre es revolucionaria o contrarrevolucionaria, por eso se disputa continuamente. Todos queremos en nuestra mano el mando para mover o contener el mundo y hacerse con la educación es formar el mundo que tú quieres«. El catedrático coloca la educación como la protagonista única de un cambio que habrá de darse en cada individuo y que lo prepare frente a la indefensión y la vulnerabilidad que supondría este futurible. «Disponer de tiempo, al principio, nos deja indefensos frente a la invasión que supone el entretenimiento, una especie de sonajero sin trasfondo».

Preparar a las personas para ser cultos, aprender a observar el mundo, discernir lo que sucede tras lo que es contado, alejar el trabajo como única realización personal, bajarle los humos al éxito profesional como indicador de felicidad… Un indicador que, probablemente, dejaría más en pañales que al resto a aquellos saturados de títulos, cargos y honores laborales. Rodríguez apunta a quienes tienen un nivel sociocultural más alto como los más afectados: «Su proceso educativo ha sido extraordinariamente transformador, una horma muy fuerte para que ser una pieza de relojería en la maquina social, por tanto, ahí puede producirse un derrumbamiento». Aunque asegura que el daño y las perturbaciones pueden ser muy dispares. «Los efectos de ese posible escenario va a darnos sorpresas, no son nada predecibles».

Nùria Codina suma una arista más a las hipótesis que podrían darse: no solo un cambio educativo es «esencial», sino que habría que introducir expertos en gestión del tiempo y el ocio. «No se trata solo de ocupar el tiempo, lo óptimo es invertirlo en aquello que realmente aporte el desarrollo psicosocial de la persona. Y aquí es importante destacar que algunas escuelas desarrollan experiencias piloto en las que el contenido académico se imparte a partir del ocio; unas experiencias que aportan innovación y nos preparan para otro modelo de enseñanza».

Poderoso caballero es Don dinero

Para asegurar un cambio positivo en lo que podrían ser las escuelas del futuro, Bregman, autor de Utopía para realistas, apunta hacia la renta básica garantizada como puntal para que las nuevas generaciones se dediquen más a seguir lo que desean y no lo que deben: «Los padres a menudo dicen a sus hijos ‘aseguraos de estudiar algo que tenga un buen sueldo’. El resultado es que muchos jóvenes no estudian artes, música, danza, historia o filosofía, porque tienen miedo de no ganar suficiente». Si supieran que esa parte está cubierta, las decisiones de millones de personas, según el historiador, empezarían a ser otras.

Por eso cree en la absoluta necesidad de adquirir ese nuevo derecho: «Es crucial que demos a todos la libertad de decidir por sí mismos qué quieren hacer con su vida. Sería el mayor logro del capitalismo y de la socialdemocracia». Por primera vez en la historia, todos y no solo los ricos, podrían decir «no» a un trabajo que no quieren hacer. «Por primera vez en la historia, todos serían verdaderamente libres».

Bienvenida de nuevo, cultura

Dentro de esa educación renovada, sin duda para los expertos, la cultura se posicionaría en cabeza. «La educación y la cultura se desmembraron la una de la otra hace tiempo y eso creó una anomalía en el cociente educativo y cultural», anota Rodríguez de las Heras, aludiendo a una divergencia que ha generado carencias inmensas en el desarrollo de las personas. «Si vuelven a integrarse, aquellas cosas que ahora pueden incluso molestar, como la pintura o la escritura creativa, se recuperarán». El catedrático está convencido de que este tipo de habilidades, ahora pertenecientes al mundo del tiempo libre de cada uno, tendrán un renacimiento: «Ese ocio llevará a aquello que te han robado porque no cabía durante el tiempo laboral impuesto».

Aunque, como en el resto de sectores, la cultura deberá atravesar un proceso de cambio que ofrezca respuestas y satisfaga las necesidades (que se antojan más profundas) del nuevo público. Unos espectadores que, en su mayoría y por el momento, «consumen cultura». El profesor Durán explica que, aunque ahora existe un afán cultural enorme, es solo un especie de espejismo del afán por el entretenimiento «enfocado a recuperar fuerzas para volver a trabajar». Sin embargo, afirma, debería ser algo que permitiese ser mejor moralmente, tener más capacidad y mejores herramientas para comprender el mundo: «El entretenimiento convierte a las personas en la masa, mientras que la cultura pasa por apreciar lo que se experimenta, por cultivarlo. Solo entonces se es más libre».

Para todo lo anterior hay matices: la situación no sería igual en India que en Australia, ni sería lo mismo para aquellos con profesiones vocacionales que mecánicas, ni creativas que burocráticas. Pero parece claro que, en un mundo en el que nos han enseñado a ser eficientes operarios del sistema, habría que aprender, de nuevo y casi de cero, a vivir. Bregman está convencido de que millones de personas podrán dedicar más tiempo a cosas que creen que son realmente valiosas —siempre y cuando se cumpliese la premisa de la renta básica garantizada—: «De repente todo el mundo podría pasar a un trabajo diferente, una ciudad diferente y comenzar una nueva empresa. Aunque, obviamente, no sabemos con certeza lo que ocurrirá».

Por el momento, es difícil hacerse a la idea de un mundo en el que trabajar ocupara una parte mínima del tiempo; por el momento hay que volar, tener cinco brazos y dos agendas, rezar porque el transporte público sea puntual o no haya atasco, porque no se bloquee el ordenador o no caiga ninguna de las redes que son el puente de contacto con el resto del mundo; por el momento, el mundo es una carrerita en bucle entre el coyote y el correcaminos. El tiempo, claro, es el coyote y nosotros el correcaminos.

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https://elpais.com/elpais/2017/08/23/talento_digital/1503489856_850481.html

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Fotograma de la película ‘In time’

Cioran y Dios, juntos en las librerías

Se publica la versión íntegra en español de ‘Lágrimas y santos’, el gran libro del escritor y pensador rumano sobre la religión

Borja Hermoso

Hay que ser un clásico en vida para poder conservar de forma permanente e ilimitada el espíritu de la contradicción y, al tiempo, ser capaz de tejer una obra no solo de una profunda belleza, sino también de una perenne coherencia dentro del caos. Es, entre otros muchos rasgos, lo que enmarcó al personaje y la obra de Emil Cioran (Rășinari, Rumanía, 1911-París, 1995).

Un pensador tan atormentado como sarcástico y un escritor tan capaz de lo profundo como de lo aéreo: cuestión de fondo y forma, cuestión de sabiduría y de estilo en la aproximación a las cuestiones básicas de la existencia, incluido Dios ya sea como verdad, como duda o como mentira. La publicación por vez primera en español de la versión íntegra y directamente traducida del rumano de Lágrimas y santos (Hermida Editores), el gran libro religioso de Cioran, es una de las grandes noticias de este regreso al nuevo curso para los lectores en general y para los enemigos de las inamovibles certezas en particular.

La traducción de este libro incómodo y digamos no excesivamente fácil (ríspido de verdad en algunos tramos) corre a cargo del argentino afincado desde hace más de 30 años en España Christian Santacroce. Lo menos que puede decirse es que sabe de lo que habla. Hace ya muchos años que Santacroce leyó en la Universidad de Salamanca su tesis sobre la dimensión religiosa de la obra de Emil Cioran. El presidente de aquel tribunal calificador es la persona que más y mejor ha conocido e interpretado no solo los escritos del Cioran, sino al propio autor: Fernando Savater, que resume así en tres líneas el vaivén conceptual del escritor y la cuestión que aquí importa: “Cioran fue siempre un pensador religioso… lo que pasa es que es un religioso contrariado. Nunca le perdonó a Dios que no existiera”.

Savater aparca las correcciones de su artículo del fin de semana y regresa –eterno retorno- a Cioran con motivo de Lágrimas y santos, un abrumador ejercicio filosófico sobre lo trascendente y alrededores: “El tema de lo trascendente, de lo absoluto, etcétera, es su tema prioritario, sin duda. En un momento dado, Cioran se da cuenta de que ha perdido la vieja relación que tenía de joven con la religión, y ya no sabe cómo compensarlo. De joven fue alguien con una fe ciega en lo absoluto, y por eso se acercó no solo a Dios sino a movimientos que perseguían ese ideal absoluto como la Guardia de Hierro, primero, y los nazis después: porque tenía ese afán de algo definitivo, y porque fuera de eso todo le resultaba tambaleante, pútrido”.

“Le fascinaban España y sus místicos… Él decía que, en el mundo, sólo España y Rusia se hacían sobre sí mismas las preguntas que los demás se hacen sobre Dios: ¿existe España?, ¿Me quiere España?, ¿Es buena o mala?…”. De hecho, en un momento dado escribe aquella célebre frase: ‘Si Dios fuera un cíclope, España sería su ojo”, rememora Fernando Savater recordando aquellas interminables charlas con Emil Cioran en su buhardilla de la Rue de l’Odéon de París.

En este libro, Cioran, hijo de un sacerdote ortodoxo rumano y lector compulsivo de Nietschze, de Schopenhauer y de Kant, da rienda suelta a sus devaneos a veces conmovedores y a veces terribles, en torno a Dios, Jesucristo, los santos y la experiencia mística (que dice haber probado en sus largas noches de insomnio). Cioran escribe Lágrimas y santos en rumano entre 1936 y 1937, mientras era profesor de Filosofía y Lógica en un instituto de la ciudad de Brasov, y publica el libro en 1937, año en el que abandonaría Rumanía para establecerse en París. Llevaba más de un año sumergido en la lectura de Shakespeare, de la vida de los santos –a quienes parece aborrecer- y de místicos como Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz –a quienes confiesa adorar-. Tenía 25 años y era una pequeña celebridad, pues ya había publicado títulos que siguen siendo esenciales en su obra como En las cimas de la desesperación o El libro de las quimeras. La publicación del libro solo le trajo problemas personales: su familia se aparta de él, y uno de sus mejores amigos, el también escritor Mircea Eliade, le ataca con dureza.

“La vida no es sino una constante crisis religiosa, superficial en los creyentes, perturbadora en los que dudan”, escribe Cioran, que persigue en teoría el ideal de santidad (“¿llegaré algún día a ser tan puro que no pueda reflejarme sino en las lágrimas de los santos?”) pero que en la práctica no soporta a estos enviados especiales de Dios: “Todo habría sido mejor sin los santos. Nos habríamos ocupado cada quien de lo suyo y estaríamos contentos con nuestras imperfecciones. Su presencia, en cambio, provoca complejos de inferioridad, desprecio y envidias inútiles. El mundo de los santos es un veneno celestial”.

En opinión de Christian Santacroce, traductor de la obra, “la visión de Cioran de la existencia y todo lo que él expresa en torno a ella viene de un sentimiento religioso, aunque continuamente paradójico. Su sentimiento de la existencia está constantemente saltando de un polo a otro, de la negación a la afirmación… puede que fuera una persona religiosa a pesar de sí mismo”.

La edición de Lágrimas y santos que el próximo lunes llegará a las librerías rescata la versión original e íntegra de la obra. La versión en español que podía leerse hasta hoy se basaba en una traducción francesa realizada en los años 80 a partir de las numerosas amputaciones que el propio Cioran aplicó a su libro. “Cortó muchas cosas del escrito original, creo yo, por una especie de reparo hacia el público francés”, explica Santacroce, “no creía que el lector francés fuera a comprender bien ese desgarro de tipo religioso”.

En su opinión, el Cioran francés no es el rumano: “Se ha estilizado para poder presentarse a su nuevo público. Es un autor que utiliza mucho más la ironía y el sarcasmo, pero sobre todo con respecto a sí mismo. Y eso incluye sus reflexiones acerca de la religión. El Cioran rumano, el de juventud, es mucho más insolente y arrogante, y ese es precisamente el encanto de esa etapa de su obra”, argumenta el traductor. Y coincide en su visión de las cosas con Fernando Savater, que matiza: “Lo que diferencia a los libros de la primera época de Cioran, los de su etapa rumana, es que son más crudos, más desesperados y sin bromas alrededor”.

En Cioran, contradicciones y vaivenes conceptuales y filosóficos, todos. Bromas, en efecto, pocas. Sirva como demostración este martillazo hacia el mismo Dios que, pocas páginas antes, había adorado: “La creación del mundo no tiene otra explicación que el temor de Dios a la soledad. En otros términos, nuestro rol, el de las criaturas, no es otro que distraer al Creador. Pobres bufones del absoluto…”.

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https://elpais.com/cultura/2017/08/31/actualidad/1504204824_150471.html

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Emil Michel Cioran, retratado en 1977. Rue des Archives/AGIP / Cordon Press

Filosofia, educación y democracia.

Beatriz Villareal

DEsde la filosofía entendida como reflexión y como  estudio de la verdad  está directamente relacionada con la educación, pues reflexionar y  conocer la verdad son partes fundamentales de ésta. Es la base del fundamento educativo de la sociedad moderna, según los filósofos Rousseau, Locke y Dewey.

 Para Dewey la filosofía es toda la experiencia de la vida en la cual la persona se debate y trata de llegar a resultados y conclusiones. La experiencia se le revela a cada uno como algo dramático que tiene que vencer y resolver, esto lo pone frente a la incertidumbre. Desde el Pragmatismo el conocimiento es el que lo libera de esos peligros para poder llegar a obtener dominio y seguridad sobre la realidad.

La acción es un deber dirigido por la filosofía como la sabiduría directiva de la vida e impulsora de la fe en sí mismo, por medio del lenguaje y de su inserción en el todo social en donde la democracia educa y democratiza, por eso aboga por un democratismo humanista en el que la democracia es una forma de vida y un ideal ético, un ideal humano y social que establece dos criterios de valoración que son a) la igualdad y b) la flexibilidad continua, vista como adaptación y readecuacíòn de sus instituciones. La base o el fundamento democrático es la fe en la inteligencia humana, en la experiencia, la colaboración y en la solidaridad. Así democracia y educación se identifican como la fe en la igualdad y en la posibilidad que tienen todos de vivir y educarse para contribuir al todo social.

La escuela es un agente social de valores y objetivos, es un laboratorio de democracia, de igualdad, al borrar las diferencias sociales. Es un taller de democracia, en la que esta, la democracia es construida permanentemente por un desorden creativo. La democracia disminuye los efectos de las desigualdades económicas. La idea de educación se concibe como una liberación de la capacidad individual en un desarrollo progresivo encaminado a fines sociales.

Dewey escribió a fines del siglo XIX y principios del XX para la sociedad norteamericana. Qué se puede decir sobre esto en  Guatemala más  un siglo después? Primero: que la educación como valor esencial de la democracia es todavía una tarea a cumplir. Por lo tanto la democracia es también inconclusa. Segundo: la educación no es para todos un derecho dado, no es igualitaria pues grandes cantidades de niños no tienen acceso a una educación buena. Solo una parte reducida. Tercero: no existe relación entre democracia y educación, ni entre filosofía, educación y democracia. Pues la educación no es el enfrentamiento con la incertidumbre, ni reflexión ni es el estudio de la verdad como parte de la democracia entendida como igualdad y como la base del proyecto social guatemalteco. Y cuarto: haciendo un balance del avance de la democracia de este país desde la perspectiva de la educación lo que se está dando es un retroceso histórico que está marcando negativamente al país.

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http://s21.gt/2017/08/28/filosofia-educacion-democracia/

Un hombre bueno

Francisco Fernández Buey, un compañero entrañable, noble y honesto

No sé cuántas veces me habrá explicado mi maestro genovés, Riccardo Guastini, cuál es la diferencia entre una “bella città” y una “città bella”. Se trata de una distinción importante, al parecer, para adentrarse con delicadeza y sabiduría en esa escuela de vida que es el viaje a Italia, viaje que todos, en algún momento de nuestras vidas, deberíamos hacer.

Sin embargo, por alguna razón, siempre se me olvida en qué consiste esa diferencia.

La diferencia que en cambio no olvido nunca es la que existe entre un “buen hombre” y un “hombre bueno”. Un buen hombre es un hombre algo ingenuo, dócil, que no se hace notar demasiado y que, en virtud de que no molesta mucho, nos da un poco de lástima cuando le ocurre algo malo. Un hombre bueno es un hombre honesto, generoso, alérgico al cinismo y dispuesto a comprometerse con causas nobles, aún sabiendo de antemano que probablemente están perdidas. Cuando algo malo le ocurre a un hombre bueno, sentimos una mezcla de tristeza y admiración, aunque no lástima.

Francisco Fernández Buey, del que este agosto se cumplen cinco años de su muerte, era un hombre bueno. Su fe en el género humano no era inquebrantable, pero consideraba que eso no era impedimento para embarcarse en proyectos que mejoraran la posición de los de abajo y, con ello, acercarnos a ese otro mundo posible.

Brillante e influyente historiador de las ideas, admirador del racionalismo ilustrado, fundador de Izquierda Unida, miembro del Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universitat de Barcelona (SDEUB) en los años sesenta y muchas otras cosas más, Paco Fernández Buey estudió el ecologismo, el feminismo, la relación entre las ciencias y las humanidades, los movimientos sociales y, por supuesto, el marxismo, aunque su relación con este último era más bien iconoclasta; al respecto, léanse estas líneas iluminadoras: “A mí lo de considerarme marxista o no, siempre me ha parecido una cosa secundaria. Aunque pueda parecer otra cosa desde fuera, no es mi asunto (…). Para mi, el marxismo es una historia de la que han salido muchas cosas. Siempre consideré que eso del marxismo había pasado a ser uno de los elementos de la cultura superior y que, para entendernos, había marxistas de derechas y marxistas de izquierdas. La línea divisoria de la lucha social y política en nuestro mundo, no pasa por ser marxista o no marxista”.

Son muchas las cosas que yo y otros aprendimos de Paco Fernández Buey. Pero hay por lo menos dos que siempre procuro tener presentes. La primera se deriva de sus estudios sobre la contraposición histórica entre civilización y barbarie, en la que nosotros — donde “nosotros” es prácticamente cualquier grupo que se considere a sí mismo una comunidad cultural— siempre somos la civilización y los otros son la barbarie. Fernández Buey mostró no sólo que casi siempre “el otro” está delineado de manera despectiva y caricaturizada, sino que el temor al otro nos puede convertir a nosotros mismos en bárbaros. Sintetizó esta idea en la afortunada frase: “esperando a los bárbaros, llegaron los nuestros” (frase que, por cierto, usó Manuel Vázquez Montalbán para abrir uno de los capítulos más incómodos para la izquierda de Un polaco en la corte del Rey Juan Carlos). Y así ocurrió en la conquista de América, en la que, esperando que los amerindios se revelaran como los bárbaros que se suponía que eran, llegaron los nuestros con nuestra barbarie aniquiladora. “El otro” es símbolo de barbarie, de inferioridad moral, el otro, el diferente, es aquel al que hay que expulsar de nuestra comunidad política, cultural y moral.

La otra cosa que aprendí de Paco Fernández Buey fue a dejar que la ironía impregnara tanto el trabajo intelectual como el quehacer cotidiano. Así, con ironía, era como había que entender la noción de utopía. Así, con ironía, es como hay que leer El Quijote. Así, con ironía, es como en definitiva hay que vivir la vida. Por desgracia, la era del tertuliano mediático, con “expertos” que expresan opiniones patéticamente solemnes sobre cualquier cosa, es una era inhóspita para la ironía.

No hacía falta compartir el ideario político de Paco para encontrar en él a un compañero entrañable, noble y honesto. Eso sólo le puede ocurrir a un hombre bueno.

Aquí seguimos, Paco, enzarzados en esa pelea —cada uno a su manera, supongo— por fracasar cada vez mejor. Mientras tanto, se te añora como nunca.

Fuente:
https://elpais.com/ccaa/2017/08/20/catalunya/1503243008_101368.html

Héroes y tiranos

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle

En periodo laboral, los villanos secuestran las noticias. En vacaciones, nos toca rescatar a los héroes.

Y, al pensar en héroes, lo último que nos viene a la cabeza es un filósofo francés, a quien visualizamos fumando y tomando cafés a la orilla del Sena. Pero la filósofa Anne Dufourmantelle es una heroína de palabra y obra.

En tiempos de histerias colectivas, Dufourmantelle nadó contracorriente, elaborando un razonado elogio del riesgo. Criticó nuestra inútil obsesión contemporánea con el riesgo-cero, pues no tenemos forma de extirpar los peligros inherentes a la existencia. Dufourmantelle nos animó a educarnos en el riesgo como un componente esencial de la vida, y a abandonar la búsqueda de un Estado sobreprotector. Si no, estaremos a merced de Gobiernos que, con la excusa de protegernos, tratarán de controlarnos, exagerando los peligros a los que nuestra sociedad objetivamente se enfrenta.

Dufourmantelle vivió y murió siguiendo sus propios preceptos. Hace unos días, en una playa cerca de St. Tropez, intentó salvar a unos niños que se estaban ahogando lanzándose al mar con un fuerte oleaje. Los niños sobrevivieron. Ella pereció.

Su historia nos recuerda que todas las élites, incluso las más entregadas a la libación como las intelectuales, tienen sus dosis de héroes. De individuos preparados a entregar sus ideas y su vida por los demás.

Junto a ellos, medran sus némesis, los agitadores sociales que, desde la Revolución Francesa, han incitado todo tipo de sacrificios colectivos para beneficio de sus ideas. Son muchos los tiranos que se han inspirado en las doctrinas incendiarias de pensadores que, apelando a la liberación de la humanidad, han instigado al exterminio de sus supuestos enemigos. Como, por ejemplo, el glorificado Diderot, para quien el mundo no sería libre hasta que el último rey fuera estrangulado con las entrañas del último cura.

Por desgracia, los filósofos-villanos gozan de más acólitos que filósofas como Dufourmantelle. Pues en el mercado de las ideas se comercializan mejor aquellas que nos redimen de las responsabilidades que las que nos liberan de los miedos.

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https://elpais.com/elpais/2017/07/31/opinion/1501502363_952084.html

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Cuando Paris Hilton se enamoró de Jacques Derrida

AMOR POP DE VERANO

Te voy a contar una cosita. No se lo digas a nadie. No se sabe muy bien cómo pasó, pero ellos se amaron. Se amaron de manera absurda, inexplicable, categórica. Como suele ser el amor de verano. Con ese tedio que se mete, cual veneno en la piel, cual resaca de sangría, entre los tímpanos y el estómago. Con ese amor auténtico de mentira.

Hay quien considera que medimos el amor como una entelequia, como el tiempo. Hay quien usa otras varas de medir. Pero para lo que nos ocupa este verano, solo hay una fecha realmente vital: 1997. Antes de Paris y después de Paris.

¿Que qué Paris? Por favor. La única Paris, la que nos ha situado dónde estamos hoy. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que las it girls, las chicas que visten bien, van a saraos y que no hacen realmente nada, no eran relevantes. Eso fue la era pre Paris. Después llegó Paris (Hilton), descendiente de magnates hoteleros, rubia internacional y el mundo se acostumbró a la relevancia de las celebrities que eran famosas por el hecho de serlo.

Ahora te puedes encaramar a un yate, ponerle tu nombre a un bolso, subirlo a Instagram y ya tienes una profesión. Y ahí están las Kardashian para demostrarlo, epítomes de este reinado en el orbe terrestre. Pero no siempre fue así.

Hubo un trasvase social, eso es evidente, Lo que poca gente conoce es que ese trasvase, ese cambio de fuerzas, fue a través de la intelectualidad mundial. Lo que poca gente conoce es la imposible aunque maravillosa relación oculta entre Jacques Derrida y Paris Hilton.

La cultura pop y la academia han sufrido, históricamente, un espacio de desencuentro. Ahí no había cariño. No había química, era imposible establecer conexiones. Salvo una excepción: la teórica Camille Paglia, ferviente lectora de simbología pop, especialmente si se trata de rubias famosas.

Camille Paglia, sin saberlo, fue su Celestina.

Ahí está su trabajo sobre Madonna, su disquisición sobre la importancia de Marilyn Monroe y, para lo que hoy nos ocupa, la primera interpretación académica de Paris Hilton: “Ella no tiene una vocación. Es una celebridad que cambió el concepto de fama copiando poses de moda que aprendió de drag queens. Es el zeitgeist, un significante vacío sobre el que podemos proyectar lo que queramos”. Camille abrió la caja de Pandora de lo simbólico: se atrevió con la rubia del momento.

La suerte estaba echada. Poco después llegaría la hora de la verdad. La hora del amor.

Paglia, como la precursora que es, abrió la veda, y Jacques Derrida lo elevó a arte. El filósofo que acuñó la deconstrucción, quiso ir más allá: se acercó a Paris, lleno de curiosidad, y Paris le devolvió un reflejo dorado. Paris y el abismo. El amor de verano les consumió: mantuvieron una relación platónica en 1997 a la que le siguió un intercambio epistolar que ahora recuperan académicos, dispuestos a encontrar la evidente importancia que esto tuvo en el trabajo de ambos.

Esto, por supuesto, no es cierto, ya nos gustaría. Pero al menos la ficción que se han inventado unos avispados usuarios en Facebook compromete la relación entre realidad, razón y palabra, como el trabajo del postestructuralista.

En este verano del amor, del tedio, de la nostalgia, nada como recordar las (verosímiles pero inventadas) cartas de Derrida a Paris: Qué irónico (irónico e icónico al mismo tiempo, la ironía latente en la iconicidad) que te escriba precisamente en la ciudad que lleva tu nombre, para que tu ausencia de París aparezca escrita en todas las paredes de la ciudad (Quiero decir, no exactamente escrita, pero no-escrita por el mismo gesto de tu no presencia).

Y, lo más relevante, nos demuestra que toda esa movida que se habló hace un tiempo entre Lady Gaga y Slavoj Zizek llega tarde. Puede que su relación fuera real, pero la de Paris y Derrida al menos es auténtica. Autenticidad en la era del simulacro. Qué fuerte, tía.

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https://elpais.com/cultura/2017/08/03/actualidad/1501785004_310947.html
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JOAQUÍN REYES

Éric Sadin: “El libre albedrío se desploma a causa de la inteligencia artificial”

El filósofo francés sostiene que el ser humano tal y como lo entendemos desde la Ilustración corre el riesgo de desaparecer. ¿La causa? La tecnología decide cada vez más por nosotros

Escritor y filósofo opuesto al devenir digital del mundo, Éric Sadin (París, 1973) firma con La humanidad aumentada un alegato contra las interferencias de la tecnología en el poder de decisión humano y contra la mercantilización de las distintas vertientes de nuestra existencia que esconde el auge imparable del big data. Su último ensayo en francés, La siliconización del mundo, donde ahonda en las consecuencias más pérfidas de este modelo emergente de sociedad, será traducido al castellano en 2018.

PREGUNTA. Su libro termina con Tetsuo, ese personaje de manga japonés con mente humana y cuerpo tecnológico. ¿Ya llegamos a ese punto?

RESPUESTA. Hemos superado la era de la digitalización para entrar en la de la medición de la vida. Los sensores se introducen en nuestro día a día a través de relojes inteligentes y casas conectadas. Han aparecido aplicaciones que acumulan datos a una escala gigante, explotados por sistemas de inteligencia artificial cada vez más sofisticados. Eso les permite responder a nuestras necesidades y sugerirnos productos y servicios de manera incesante. Detrás de esas aplicaciones hay una voluntad de mercantilizar todas las esferas de la vida. Se trata de un acompañamiento algorítmico de nuestra existencia que puede parecer benevolente aunque en realidad tiene finalidad comercial y esconde intereses privados.

P. Pero sugerir no es obligar. ¿Qué margen de decisión le queda a la voluntad humana?

R. Puede que una recomendación en Amazon o un anuncio en una web tengan una efectividad limitada, pero existen otros mecanismos más coercitivos. Por ejemplo, los sistemas integrados en el mundo laboral o en la cadencia de producción de un artículo. Nuestro libre albedrío se desploma a causa de la hipereficacia de la inteligencia artificial.

P. La tecnología lleva décadas interfiriendo en la actividad humana. ¿Qué es lo que cambia ahora?

R. Cambia la voluntad de conquistar nuestro comportamiento. El poder de penetración es mucho mayor. Esos sistemas son capaces de interpretar situaciones y tomar decisiones sin que el ser humano tenga que intervenir. Se trata de una ruptura histórica. Espero, como parece insinuar usted, que la fuerza de decisión humana siga primando. Pero también observo una conquista integral de nuestra vida por parte de las tecnológicas. Estamos superando un umbral de liberalismo para entrar en lo que yo llamo tecnoliberalismo, que ya no acepta que ningún rincón de la existencia humana quede al margen de su control.

P. En el libro sitúa los orígenes de este fenómeno en el siglo XIX. ¿En qué momento se acelera este proceso?

R. El punto de inflexión son los atentados del 11-S. La primera potencia económica y militar empieza a seguir la pista de los individuos a partir de datos cruzados: comunicaciones telefónicas, tarjetas de crédito, datos diseminados por Internet… A partir de 2011, el desarrollo de los sensores y la inteligencia artificial posibilita la retroactividad. Es decir, la capacidad de orientar una decisión, de manera automatizada, a partir de datos sobre el comportamiento que un usuario ha demostrado tener en el pasado. Estamos dejando atrás la “era del acceso”, sobre la que discurrió Jeremy Rifkin, para entrar en otra fase distinta. Esa mercantilización ya se adentra en campos como la medicina o la educación…

P. ¿Por qué nadie ha frenado ese desarrollo?

R. Ha emergido una doxa. Se ha generalizado la idea de que ese modelo de sociedad constituye un horizonte inevitable. Para legitimarlo se utiliza un liberalismo pacífico, de apariencia luminosa, vehiculado por empresas dinámicas y modernas, todas ellas instaladas en la Costa Oeste y lideradas por dirigentes que simulan ser el colmo del humanismo. En realidad, todo eso es una fábula.

P. ¿Qué políticos proponen soluciones acertadas?

R. Ningún político quiere meterse en el asunto. Por ejemplo, Emmanuel Macron es uno de los mejores embajadores de esta ideología, un propagandista como lo fueron Barack Obama, Hillary Clinton y el resto de líderes social-liberales. Benoît Hamon, candidato a las presidenciales del Partido Socialista francés, planteó algunos de estos temas en su campaña, como la robotización o la renta básica universal para sus víctimas, pero no respondió de forma satisfactoria al problema. En realidad, las tecnológicas están plenamente a favor de esa renta básica, porque solucionaría de golpe el problema de la automatización. Dar un sueldo a los trabajadores perjudicados por ese proceso les permitiría calmar a la jauría. Lo que más odian las tecnológicas es el conflicto. Fíjese en lo que pasó con las gafas de Google: en cuanto apareció cierta desconfianza entre los usuarios, dieron inmediatamente un paso atrás.

P. ¿No ve nada bueno en las nuevas tecnologías?

R. No digo que no tengan ventajas. Está muy bien poder leer The New York Times al despertarse, comprar un billete de avión en dos minutos o comunicarse gratuitamente con tus amigos en Japón. Pero también observo que se empieza a superar el límite de la integridad humana. Yo no quiero vivir con sensores bajo mi cama. Para mí, el sueño humano no se puede comercializar. No hay que rechazarlo todo en bloque, pero tal vez sí difundir discursos opuestos a los de los think tanks liberales. Debería existir un debate social sobre esta cuestión que, por ahora, brilla por su ausencia.

P. Michel Foucault ya predijo “la muerte del hombre”. Lo que usted dice es que nos acercamos a ella.

R. Sí. Nos dirigimos hacia la muerte de la figura humana según el modelo de la Ilustración, que antes fue el del Renacimiento. Es decir, un ser humano dotado de la capacidad de definirse libremente a sí mismo y de actuar con responsabilidad, que es la noción sobre la que se erige todo nuestro régimen jurídico. Si delegamos cada vez más decisiones individuales y colectivas ante esos sistemas tecnológicos, perderemos nuestro libre albedrío y nuestra capacidad política. Yo abogo por reintroducir lo sensible, la contradicción, la imperfección, el miedo al contacto con otro y al conflicto, cuando este sea necesario.

P. Acabó el libro hace cuatro años. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

R. Entonces hablaba de una ambivalencia de la tecnología que ya hemos dejado atrás. Hemos entrado en una fase de desarrollo exponencial. Hace cuatro años tenía más esperanza, mientras que ahora me queda menos. A no ser que pasemos a la acción y nos opongamos a esta deriva.

‘La humanidad aumentada. La administración digital del mundo’. Éric Sadin. Traducción de Javier Blanco y Cecilia Paccazochi. Caja Negra, 2017. 160 páginas. 16 euros.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2017/07/11/babelia/1499762435_023266.html

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STÉPHAN LARROQUE