A GRACILIANO RAMOS, escritor brasileño, autor de una novela que debería figurar en el Antiguo Testamento, la titulada Vidas secas, lo detuvieron varias veces cuando era un joven periodista. A cada poco, lo prendían y le daban tremenda paliza. Él preguntaba por qué, y le gritaban: “¡Por comunista, cabrón!”. Pero Graciliano Ramos no era comunista ni cabrón. Hasta que llegó un día, más que maltrecho por la paliza, en que decidió hacerse comunista. Pensó: “Si me están martirizando por ser comunista, por lo menos tener el carné de comunista”.
No tiene nada que ver, que me perdone Graciliano Ramos, que en paz descanse, pero yo a finales del siglo pasado me hice deconstructivista. No fue por maltrato ni por represión. Era, eso sí, la “paliza” intelectual de moda. La primera gran corriente crítica en los flujos del pensamiento globalizado. La deconstrucción arrasaba en el mundo universitario, sobre todo en Estados Unidos. Si me hice deconstructivista fue por incoherencia, confusión, desasosiego y pura contradicción. No tenía ni tengo idea de en qué consiste de verdad el deconstructivismo. Es decir, era un auténtico deconstructivista cuando me ponía a deconstruir. Casi tanto como Derrida, su creador.
Jacques Derrida, un judío francés nacido en Argelia, es tal vez el filósofo más citado de nuestro tiempo. A su pesar. Era muy autocrítico, alérgico a la fama, y la hubiera deconstruido de buena gana. Cuando falleció, año de 2004, vino en su ayuda un deconstructivista obituario publicado en The New York Times y en el que, cosa rara en el género, quedaba bastante mal parado. Iba en la línea desmitificadora en la que antes se había pronunciado George Steiner. Una mezcla de bluff, charlatanería y de juego retórico absurdo al estilo de los poemas dadaístas. El deconstructivismo sería algo así como una gran broma antiacademicista que había seducido a muchos académicos. De hecho, hubo una reacción furibunda contra el obituario de The New York Times, hasta el punto de que el influyente gran diario tuvo que encargar, de manera excepcional, una segunda nota necrológica en la que Derrida era despedido como un señor filósofo.
Sin querer, la anécdota de los dos obituarios de Derrida explica de manera sencilla la óptica del deconstructivismo. Por una parte, de qué pie cojeaba el pollo. Por otra, era un muchacho excelente. Debería ser una pauta en el periodismo, la de publicar dos obituarios contrapuestos. Incluso una misma persona podría escribir las dos notas necrológicas. No hay nada fuera del texto, decía Derrida. Todo es texto. Un libro, una ciudad, una vida. Sí, la vida es un texto. Pero un texto a interpretar, con varios significados, donde buscar lo otro, lo diferente. Donde rastrear las huellas de lo que se escapa.
Para el buen ojo deconstructivista, lo más interesante de un libro, de un texto, de una vida serían las erratas. Como los lapsus en el habla. Algo de razón tiene esa manera de escudriñar en la diferencia, de búsqueda freudiana del tornillo perdido, como la tenía aquel multado por infracción que le aclaró a la autoritaria autoridad: “Usted me pondrá la multa, pero no puedo pagar, ¡yo soy disolvente!”. Derrida gozaría con ese desliz. Podría dar una lección de confusión magistral sobre polisemia, contexto, represión, en el día de gracia en que el “insolvente” se declaró “disolvente”.
La vida es un texto con erratas, matices y contradicciones. Cuando se borra o desaparece el rastro de esas huellas, cuando se presenta la “verdad” como una línea recta, en un solo sentido, unidimensional, algo muy preocupante está pasando. Con la imaginación y la ironía, el deconstructivismo era, en el fondo, constructivista. Enriquecía la mirada. Hacía visible lo invisible. Jacques Derrida inventó el término deconstrucción o deconstructivismo como transgresión del concepto de “destrucción”.
Todo está en el texto, decía Derrida, y tenía razón. ¿Cómo son los textos que hoy dominan el mundo, cómo se expresan los poderosos? Veamos lo ocurrido con el abandono del tratado para el desarme nuclear clave o INF(Intermediate-Range Nuclear Forces). El lenguaje que se utiliza tiene todas las huellas del autoritarismo. Se corresponde con un tiempo de destrucción, de una nueva “guerra fría” que nos puede dejar achicharrados. Mensajes breves, elementales, viscerales, sin argumentos. Sin erratas. Tuits apodícticos, es decir, que no esperan respuesta. Es muy difícil argumentar contra algo que se impone sin argumentos. Y ese es el estilo que los grandullones enseñan a los pequeños y los pequeños copian de los grandullones.
Y luego se extrañan de que los “insolventes” se declaren “disolventes”.
Con docentes de filosofía de toda España y con alumnos de diversas edades (desde niños hasta adolescentes de Bachillerato) nos propusimos descubrir cuáles eran los pensadores que más gustaban en clase y los que menos. Ya tenemos algunos nombres de ‘los más amados y odiados’, pero, por el camino, los docentes compartieron con nosotros algunas de sus inquietudes, estrategias y anécdotas en esto de enseñar filosofía.
Por Pilar G. Rodríguez
“Creo, sinceramente, que la pasión que un filósofo pueda despertar en un alumno está íntimamente relacionada con la pasión con la que el profesor explica”. ¿Cómo no estar de acuerdo con Gonzalo Muñoz Barallobre, que enseña filosofía en el colegio El Porvenir, en Madrid. Es más, de un modo general, la misma pasión o desgana por la filosofía misma (y esto es aplicable a otras materias) suele corresponderse con las formas de impartirlas. ¿Quién no tuvo un profesor de los que leen o dictan en clase y acabó sin saber a quién odiar más: si a la materia en cuestión o al sujeto en particular?
De esto de enseñar filosofía, renovar sus maneras y adaptarlas a la actualidad sabe mucho Eduardo Infante.Él lo hace de otro modo en el Centro de Enseñanza Secundaria La Salle de Gijón, en Asturias. Y ¿cómo es de otro modo? Pues del modo en que todo se hace en los últimos años: pegado al móvil desde el que alumnos y profesor dan vida a los #filoretos.
“La pasión que un filósofo pueda despertar en un alumno está íntimamente relacionada con la pasión con la que el profesor explica”. Gonzalo Muñoz Barallobre, profesor en el colegio El Porvenir (Madrid)
“Hace unos años puse en marcha un proyecto educativo en el que uso Twitter para plantearles retos filosóficos a mis alumnos –explica Eduardo Infante–. Así que aproveché esta plataforma para lanzarles la pregunta por su filósofo favorito. Para añadirle un poco más de aliciente, me jugué con ellos a que iría disfrazado a clase del filósofo que más y mejor admirasen. Afortunadamente me lo pusieron fácil, porque la mayoría escogió a Nietzsche y era cuestión de tiempo llegar a alcanzar el tamaño del mostacho prusiano de nuestro querido pensador alemán”.
Aparte de descubrirles el mundo de sus ideas, Infante presentó a Nietzsche diciendo que se llamaba como su perro y les puso la película El día que Nietzsche lloró.“Al hablar de él en clase me entró la curiosidad y me puse a indagar por internet. Descubrí bastantes cosas, pero la que mas me llamó la atención fue que es considerado unos de los tres maestros de la sospecha”. Bien, bravo, aplauso y ovación para Noemí Cembranos que en esa respuesta cumple el sueño de todo profesor: suscitar el interés y la curiosidad por aquello que les han contado y que los alumnos se pongan a ello por su cuenta, con las herramientas de su inquietud y su curiosidad. Un 10.
Pero, ojo, que lo siguió de cerca Diógenes por motivos como estos que subraya Gacizo Malaico (el nombre elegido en su cuenta de Twitter): “En vez de predicar complejas teorías sobre el origen de la physis o sobre la realidad simplemente vivía de la manera menos invasiva, menos ambiciosa y más mundana posible. Sin maldad alguna ni dobles intenciones, honestidad pura o “porque creo que habría que vivir de forma más sencilla”, señala Pablo Valdés. Infante confiesa sus miedos: “Me asusté un poco porque hacer de cínico en pleno otoño-invierno asturiano requiere una imperturbabilidad que aún no domino”.
Eduardo Infante, profesor en La Salle (Gijón), convirtió la pregunta por el filósofo favorito en #filoreto, la manera que ha encontrado de enseñar filosofía en Twitter: ganó Nietzsche
¿Qué es un #filoreto?
En la plataforma creada para organizar este juego para el que hay que tener una cuenta en Twitter se explica así: “Los #filoretos son algo parecido a los programas de fidelización que tienen las grandes compañías. Irás sumando puntos conforme vayas superando pruebas. Cada prueba te dará una puntuación dependiendo de su dificultad. Acumulando estos puntos podrás ir subiendo de nivel y en cada nivel ganarás beneficios y habilidades que podrás canjear en clase durante este curso”. Tiene reglas, niveles, puntuaciones y hasta insignias y medallas. Y sobre todo, tiene –ofrece más bien– la posibilidad de conectar la filosofía con problemas, noticias, personajes, declaraciones sacados de la actualidad.
Las filósofas que amamos
“Ya que nuestros libros no le dan la importancia que se merecen a las mujeres, se la tendremos que dar nosotros”, comenta Paula Vega. Nadie podría decirlo mejor que esta alumna de Infante. Ella reivindica a Simone de Beauvoir, “que defendió los derechos de las mujeres creando la segunda ola feminista”.
El asunto está en la calle, en los medios y en las escuelas. “Les interesa muchísimo –señala Daniel Rosende, profesor de filosofía en el IES La Cabrera, en Madrid–. Pienso que es un tema que los alumnos están viviendo, del que forman parte y le prestan muchísima atención, de modo que es muy fácil para nosotros organizar un debate o actividades porque están muy implicados. No les cuesta nada, al contrario que con otras materias y autores”.
Daniel Rosende, profesor en el IES La Cabrera, en Madrid: “El feminismo interesa muchísimo en clase. Es muy fácil organizar un debate o actividades porque los alumnos están muy implicados”
Obviamente, la figura del docente en este sentido es definitiva; no solo para explicar que sí hubo filósofas a lo largo de la historia del pensar, sino para analizar qué significa que las hubiera y no estén año tras año en los libros que han de estudiar o que toman por referencia.
Mientras que Lola Manzano, alumna en el IES Dr. Fleming (Oviedo), vota también por Simone de Beauvoir, “por sus ideas feministas y marxistas, el activismo y su razonamiento de lo que significa ser mujer”, Ana Gómez y Sergio Cabrero prefieren a Olimpia de Gouges, “porque escribió el libro de los Derechos de la mujer y la ciudadana, y fue guillotinada injustamente”. “Y el que menos gracia me hace –prosigue Cabrero– es Schopenhauer: parecía que no tenía sentimientos”. Y son más los que coinciden en esta opinión. A Eugenia Ugarte no le dan confianza, en general, los “misóginos; uno de ellos es Rousseau que, pese a ser el padre de la democracia, veía a la mujer pasiva y débil y alegaba que ponía poca resistencia y estaba hecha para complacer al hombre”. Quienes hablan son alumnos y alumnas de Myriam García Rodríguez. Además de profesora en el mencionado centro es autora de la novela ¿Habrá mujeres allí? Una misión de espionaje, que muestra la relevancia del pensamiento de las filósofas a lo largo de la historia. Sus alumnos están, por tanto, en una situación de privilegio a la hora de rastrear esos rincones un poco perdidos o selectivamente mal iluminados en la historia de la filosofía. Pero ese privilegio está dejando de serlo porque cada vez son más quienes les dan el espacio y la relevancia que merecen. Como dijo la feminista Angela Davis, “no estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar; estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”. Recuerda la cita Paula Pérez Menéndez al elegir a Davis entre las filósofas que ama.
Myriam García, profesora en el IES Dr. Fleming (Oviedo), ha investigado la relevancia de las mujeres filósofas que han permanecido ocultas o invisibilizadas en la historia de la filosofía. Y eso se nota en las respuestas de los alumnos
Razones para amar a…
Entre los gustos filosóficos de los alumnos que los profesores nos trasladaron destacamos estos que vienen con nombre, apellidos (o con nick) y las razones de sus juicios:
Epicuro:“Porque comparto sus opiniones y sus pensamientos sobre la búsqueda de la felicidad”. Claudia Álvarez
Boecio: “Porque relaciona la música con los estados de ánimo. Piensa que la música afecta a nuestra manera de ser y une el aprendizaje con la música”. Carlos García
Demócrito: “Principalmente por su pensamiento de que ‘quien ríe se hace sabio’ ,y yo creo que no hay cosa que más haga que reirme :D”. Asur Álvarez
Sócrates: “Por ser uno de los filósofos más brillantes de la historia sin haber escrito ningún libro, ya que decía que no sabía nada. Esa frase suya me parece brillante y su capacidad para saber preguntar también”. Miguel González
“Por sus ideas revolucionarias para la época que le llevaron a ser ejecutado”. Gonzalo Rodríguez
“Porque dice que quienes hacen el mal no lo hacen pensando en hacer daño y es lo que me pasa a mí cuando mi madre me riñe por algo. También por su forma de hacer pensar a la gente: con el sentido de la ironía no me extraña que ganase todos los debates”. Iris Varillas
Platón:“Porque es apasionado. Para Platón, lo verdaderamente esencial es la idea de justicia y a esta idea dedica todas sus energías y su intelecto; todo para crear un mundo en el que su maestro Sócrates, a quien considera el más justo de los hombres, jamás pudiera haber sido condenado a muerte. De paso, desarrolla un pensamiento muy moderno y defiende la liberación de los esclavos y de la mujer. Por todo resulta una figura tan sumamente clásica y a su vez tan sumamente actual y atractiva”. Antón Diego
Aristóteles: “Porque mantiene una posición crítica con los sofistas y defiende la existencia de verdades objetivas, algo con lo que estoy de acuerdo. También lo admiro porque clasificó todos los saberes”. Abel Díaz
Hipatia de Alejandría: “Por ser una de las primeras científicas de quien tenemos referencia. Maestra de prestigio en la escuela neoplatónica, realizó importantes contribuciones a la ciencia en los campos de las matemáticas y la astronomía”. Marta Casado.
“Por no dejarse intimidar por la religión de su época y acabar muriendo por sus principios” Carla Berros.
San Agustín:“Por ayudar en la difusión de la cultura romana, sobre todo en aquellos temas relacionados con la música. Lo elegí como mi filósofo favorito ya que me gusta mucho la música y además toco un instrumento. San Agustín fue uno de los personajes que permitieron el desarrollo de la música al distinguir la belleza de la música como algo aparte del texto. Y es que durante la Edad Media la música solo servía para acompañar al texto”. Mario Queipo
María Zambrano:“Por su preciosa frase ‘Amar es verse como otro ser nos ve’”. Marina
Hannah Arendt: Porque tiene una actitud de denuncia ante el totalitarismo y siente la necesidad de interrogar al prejuicio hasta desarticularlo e intentar lograr que la libertad entendida como búsqueda sea la tarea principal de la filosofía. Según Arendt: “no hay pensamientos peligrosos, el pensamiento es peligroso”. Eugenia Ugarte
Sartre y Bakunin: “Coincido con Sartre en muchos aspectos y me gusta mucho su razonamiento, al igual que el de Bakunin, sobre todo por sus ideas anarquistas”. Elena Álvarez
Ortega y Gasset: “Por su manera de entender el razonamiento y la verdad, que nunca es absoluta y que no existe un mundo sin un ser que piense en él”. Nuria García
Lo que quieren los alumnos
Más allá de nombres o de sistemas filosóficos cerrados o completos, para algunos profesores es más útil y reconfortante centrarse en determinados aspectos o propuestas de su filosofía. “Por mi experiencia –habla de nuevo Gonzalo Muñoz Barallobre–, es lo que más hemos disfrutado en clase. Por ejemplo: el Mito de la caverna, de Platón, y su relación con los medios de comunicación; la aritmética entre el dolor y el placer de Epicuro; la demostración de que el universo es eterno a través del argumento de la flecha de Lucrecio; la libertad de espíritu y valentía de Giordano Bruno; la apuesta por Dios de Pascal; el concepto de alegría nietzscheano; la teoría del amor de Aynd Rand; el concepto de banalización del mal de Hannah Arendt; la doctrina del shock de Naomi Klein; la revisión de la estructura panóptica por parte del filósofo Byung-Chul Han…”. De esta manera es más fácil hacer comprender a los alumnos que lo que otros han pensado pueden seguir completándolo ellos o usándolo o haciendo lo que mejor les parezca con ello. “En cualquier caso, la idea es entregar a los alumnos no tanto un cuerpo teórico como unas herramientas conceptuales de las que puedan servirse en su día a día”. He ahí la palabra clave: “herramienta”. Para servirse, para hacer uso de ella, a ser posible bueno…
Y cuando eso pasa, los alumnos de filosofía son de los más entregados, motivados que dicen en las aulas… “Una asignatura como esta te da la posibilidad de plantear infinitos puentes transversales –explica Juan Miguel Contreras, profesor en IES Diego de Siloé, de Albacete–, tanto con su vida como con todas las demás asignaturas. Una vez sobrepasada su perplejidad, son ellos lo que te piden materiales. Películas, libros, series, canciones, cuadros, más libros”. ¿Sobre los nombres? “A unos les gustan más unos pensadores y a otros, otros; a unos les gustan más ciertos aspectos de unos y a los demás de otros. Con que no los vean como algo viejo y extraño a mil años luz de sus vidas ya es suficiente. Con ver cómo se les desamueblan las cabezas e incorporan cosas nuevas deberíamos darnos por satisfechos. ¿Increíble? Posiblemente, pero es lo que estoy viviendo”. Lo vive desde hace no demasiado tiempo (es profesor interino), de modo que está nuevo, más que de refresco, atento a todo aquello que quieren, necesitan e incluso exigen los alumnos y ha detectado que algo exigen: “Que te los tomes en serio, que no se sientan como aliens frente a ti, que bajes a la tierra con ellos. Si consigues eso, la avidez y profusión que muestran resulta casi tierna”.
Juan Miguel Contreras, profesor en IES Diego de Siloé (Albacete), afirma que los alumnos quieren “que te los tomes en serio lo primero, que no se sientan como aliens frente a ti, que bajes a la tierra con ellos”
Me enseñas, luego lo practico
Hasta ahora esta revisión se ha referido a alumnos adolescentes o casi (como son los de Bachillerato o 4º de la ESO), pero a la hora de enseñar filosofía hay experiencias muy interesantes con niños que se están poniendo en marcha dentro y fuera de los centros educativos. Eva Galera hace filosofía con niños desde primero de Primaria hasta sexto en el centro CEIP Pla y Beltrán de Ibi (Alicante), donde se concibe como actividad extraescolar, pero dentro del horario lectivo, de modo que todos los alumnos reciben las clases. Se trata de un modelo de filosofía que ha diseñado ella misma, nada que ver con el de Matthew Limpan, uno de los habituales en el terreno de la filosofía con niños. Una anécdota explica bien algunos de los puntos que Galera trabaja: “Siempre les digo a los niños que no se crean las cosas que les dicen, que hay que investigar por su cuenta y comparar opiniones. Pues bien, pusieron esto en práctica en la clase de Descartes y, cuando yo hice un comentario diciendo que ‘Descartes era un poco feo’, todos contestaron que querían ver una fotografía de él. Aprovechándonos de las tecnologías en el aula y de la pizarra digital, buscamos una imagen suya en la web y un niño contestó: ‘Pero nos has mentido, ahí pone que se llama René, y tú nos has dicho que se llama Descartes’. El niño tenía toda la razón, así que tuve que explicarles que la mayoría de filósofos tomaban su apellido en vez de su nombre”.
Eva Galera hace filosofía con niños de primaria en el centro CEIP Pla y Beltrán de Ibi (Alicante): “Les digo que no se crean las cosas que les dicen, que hay que investigar por su cuenta”. Le hacen caso al pie de la letra
Esa toma de distancia, esa actitud de sospecha y de enjuiciar lo que se nos diga venga de donde venga (y para un niño pequeño su profesor es una de las máximas autoridades) es la actitud inaugural de la filosofía. Se le podrá añadir nombres, conceptos y teorías para puntuar más, pero en entrenamiento filosófico a los pequeños de la clase de Galero no les gana nadie. De hecho, son un ejemplo para adultos perezosos o incrédulos ante las bondades (si no necesidades) de poner las cosas en cuestión.
Pero ¿y los nombres? ¿Y los temas? ¿Se podrán tratar como si los interlocutores fueran más creciditos? Galera confirma la increíble receptividad de los niños. Si ellos están abiertos a lo que les echen, ¿por qué no probar con contenidos de primera? “A los niños le gusta todo lo que conocen –explica la profesora–; todo les parece interesante, así que todos los filósofos que van conociendo les van gustando: Platón, Freud, el mencionado Descartes… Con Kant es cierto que han hecho algún comentario de ‘me va a explotar la cabeza’. Sobre los temas hay uno de los que no les gusta nada hablar, es el tema del amor, porque tienen mucha vergüenza. Por lo demás, si les planteas qué cosa le preguntarían a un filósofo, teniendo en cuenta que un filósofo es una persona muy inteligente y que podría contestar a prácticamente todo, o al menos intentarlo, optan por alguna cuestión sobre la muerte o la existencia. Aunque siempre hay algún ‘espabilado’ que pregunta: ‘¿Alguien va a contestar a todas mis preguntas?’”.
Razones para no amar a…
Los sofistas: “En desacuerdo con su pensamiento filosófico y que, en lugar de decir su verdadera opinión, digan lo que la gente quiere oír”. Claudia Álvarez
“Porque considero que las personas deben tener una ideología clara y seguirla en todas las situaciones”. Lola Manzano
Descartes:“No me gusta su razonamiento y dos de sus verdades me parecen una gran tontería. No me gusta su forma de pensar, salvo por “Pienso, luego existo”. Elena Álvarez
“Porque decía que había que dudar de todo”. Ana Gómez
Schopenhauer:“Porque era extremadamente machista y escribió una serie de frases que son realmente despectivas hacia la mujer”. Mario Queipo
“Por su visión del amor muy confundida, desde mi punto de vista. Dice que el amor solo sirve para procrear y para recibir y dar placer. Yo veo que en el amor es más importante tener una buena relación con la otra persona”. Ángel Martínez
Ayn Rand: “Porque no me gusta la idea de que cada uno se ocupe de sí mismo sin preocuparle los demás”. Pablo Valdés
Maestro de maestros
Una… ¿curiosidad? Entre los filósofos más amados y más odiados, hasta ahora no aparece ninguno vivo. No será porque los docentes no se empeñan en llevar a las clases temas de actualidad y opiniones que sobre ellas vierten filósofos y sociólogos contemporáneos. Guardamos la excepción para el final. Luis Alfonso Iglesias Huelga habla así de la experiencia de sus alumnos el IES Escultor Daniel de Logroño (La Rioja) con Emilio Lledó. “Cuando los alumnos le escuchan decir que somos memoria y lenguaje o que llamamos lengua materna al conjunto de palabras que nos conforman porque nos acarician como una madre también escuchan el gran crujido de esas cadenas hostiles que les sujetan contra los muros de la caverna. En él ven un filósofo nada encorsetado, ágil y joven de pensamiento al que atienden cuando dice que le gustaría ser maestro de escuela para enseñar a los niños a mirar una naranja. Así comprenden que la filosofía y el pensamiento en general consiste en mirar más allá de la niebla que nos impone la costumbre”.
Para enseñar filosofía y ética, Luis Alfonso Iglesias, profesor en el IES Escultor Daniel (Logroño) echa mano de Emilio Lledó: “En él ven un filósofo nada encorsetado, ágil y joven de pensamiento al que atienden cuando dice que le gustaría enseñar a los niños a mirar una naranja”
Con él aprenden que la filosofía es, en gran medida, liberarse del miedo y atreverse a saber, a pensar y a jugar con las palabras y conceptos. Si no están inventadas, pues que se inventen. “A nuestro filósofo –explica Iglesias Huelga– le gusta inventar términos como amigantes (un compuesto lingüístico formado de amigos y mangantes) o asignaturismo (“esa manía de hacer exámenes continuamente, que es la muerte de la cultura”) y a los alumnos les fascina encontrar un pensamiento tan fresco y avanzado en alguien que les supera en edad y, muchas veces, en entusiasmo”.
Con él, además, se puede explicar y aprender ética: “Si conocen que Emilio Lledó rechazó recibir la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid, tras la polémica del máster de la expresidenta Cristina Cifuentes, entonces asumen el significado de términos como coherencia o decencia. Y, así, desde esa ética de mínimos van llegando a darle la importancia que contienen las preguntas básicas que todo ser humano puede hacerse y debe hacerse para empezar a recorrer el camino hacia el intento de ser libres: “¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué tengo la ideología que tengo? ¿Quién ha determinado lo que yo soy?”. Obviamente, pronunciadas por Emilio Lledó los estudiantes comprenden, definitivamente, la utilidad y el valor importancia de las cosas que, aparentemente, no parecen tenerlo, como detenerse a mirar una naranja”. Pronunciadas por Lledó o todo por aquel que se acerque con ánimo de extender el conocimiento, rastrear la verdad, jugar a saber, descubrir otros mundos y equipar con ellos a personas en plena formación. ¿Son estas las características de un buen maestro? Otro día les preguntaremos a los alumnos cómo son los profesores que aman. Por hoy ya sacaron buenas notas ayudándonos a saber quiénes son sus pensadores favoritos. Gracias a los docentes, alumnos y alumnas que participaron.
Epílogo: A veces… veo más filósofos todavía
Tanta filosofía, tanta apertura y tanto mirar alrededor que al final uno acaba viéndola… donde también existe. Diego Jiménez la ve en las letras de las canciones de Eskorbuto, así que Iosu Expósito es su filósofo favorito. ¿Sus razones? Frases como “Creéis que todo tiene un límite, así que estáis todos limitados, o “Trabajos sucios se convierten en arte si tienes la ley de tu parte. Que la ley no es justa, nadie lo duda. Ser pobre, ese es el delito… ¿O lo dudas”. “Para mí –explica Diego Jiménez–, además de mi filósofo favorito es un referente por mostrar la vida como era y como es”.
Más de una década después de que Umberto Eco abordase el tema, Gretchen E. Henderson recoge el testigo del italiano y publica un ensayo que explora la historia de todo eso que ha dado en llamarse «feo»
Escribía Tolstói al principio de su inmortal «Anna Karenina» que «todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Del mismo modo, Umberto Eco sostenía que la belleza es aburrida porque siempre sigue «ciertas reglas», mientras que la fealdad, en cambio, emerge de forma impredecible, ofreciendo «un abanico infinito de posibilidades» Ya se sabe: un ojo de más, una ceja de menos… Si decimos, como se ha dicho y se dice, que la belleza es «esto» (un canon), entonces la fealdad puede ser todo lo demás, y no tan solo todo lo contrario. El italiano lo sentenció con guasa: «La belleza es finita. La fealdad es infinita, como Dios».
Él le dedicó grueso volumen al asunto, pero desde entonces (2007), este no ha dejado de crecer, hacia delante y hacia atrás y en todas las direcciones. Por eso la investigadora Gretchen E. Henderson no ha tenido problemas para recoger el testigo y seguir indagando en el asunto, inabarcable por definición. De hecho, llegó a preguntarse si algún día remataría su libro, pues no sabía dónde colocar el punto y final. Todavía con esa duda a cuestas, publica «Fealdad. Una historia cultural» (Turner), una obra que va más allá de la estética y que, hablando de «lo feo», termina por hablarnos de cómo la humanidad ha ido gestionando «lo diferente».
A falta de una definición estable del concepto –algo difícil por ser tan resbaladizo (y viscoso)–, Henderson nos propone partir de la raíz etimológica de la palabra inglesa «ugly» (fealdad): «Ser temido». Es algo que desborda el sentido de la vista. «La fealdad depende de su contexto, que a su vez se enlaza con cuestiones culturales más amplias», afirma la autora a ABC. Así, se lanza en una exploración del contexto, de los márgenes de las distintas sociedades que han poblado este mundo. Lo entendemos muy bien si nos vamos al principio. En Grecia «inventaron» la belleza (esa a la que no paramos de volver: Renacimiento, Neoclasicismo…), pero también negaron la fealdad. En una misma civilización tenemos a Fidias esculpiendo deidades de cuerpos perfectos y a Aristóteles proponiendo una ley para impedir la crianza de hijos deformes. Por no hablar de Esparta, donde los padres estaban obligados a abandonar a los bebés con malformaciones.
Parece algo lejanísimo, pero no lo es tanto. A finales del siglo XIX, la legislación estadounidense condenaba la fealdad: las «ordenanzas sobre mendigos antiestéticos» prohibían a los individuos deformes visitar los lugares públicos. Al otro lado del charco proliferaban los Ugly Face Club (Club de las caras feas), que entroncaban con una tradición secular de hermandades de feos. En el de Liverpool era necesario tener deformidades faciales para entrar: bastaban unos «labios gordos» o unos «ojos saltones», aunque tampoco le hacían ascos a una «narizota de patata con un forúnculo». Su lema: «Ante todo, una cara fea».
Y en esa correctísima Inglaterra victoriana se extendían, también, las «paradas de monstruos», donde se cobraba por «disfrutar» de los jorobados o las mujeres barbudas. Era el tiempo en el que «deformidad» y «fealdad» se intercambiaban como sinónimos, el tiempo en el que nadie le quitaba el ojo de encima a Joseph Carey Merrick, que pasaría a la posteridad como «El hombre elefante». Noventa años después de su muerte, en 1980, David Lynch le dedicó una película que triunfó en taquilla y cosechó ocho nominaciones a los Oscar. La crítica, ojo, la tildó de «bellísima».
«La historia de la fealdad nos cuenta cómo se han desarrollado los “patrones del miedo” a lo largo de las épocas, mostrando quién ha sido incluido y excluido en las distintas sociedades humanas cuando la ética y la política se enredan», asevera Henderson. Y ese miedo, en parte, se explica por la diferencia. A menudo –recuerda– los relatos sobre individuos feos suscitan una pregunta: «¿Tú que eres?». La fealdad, pues, se escapa de las clasificaciones, por eso que decía Eco de que era infinita.
Quizá fue ese pavor ante lo extraño el que, en 1913, llevó al crítico del «New York Times» a describir los cuadros de Matisse como «feos, toscos, limitados» y «repugnantes en su inhumanidad». Es solo un caso entre mil, porque la fealdad, como la belleza, cambia cuando nos movemos en el mapa cronológico y geográfico. «Según la canción de Frank Zappa “Whats the Ugliest Part of Your Body?”, la parte más fea del cuerpo no es la nariz ni los dedos de los pies, sino “la mente”. Este libro ha navegado por la amplia zona gris de la mente situada entre el ojo del observador y el “yo” del observador apuntando a la idea de que cualquier cuerpo puede identificarse como “feo” según el contexto», escribe Henderson en el epílogo del ensayo.
Es una de las dos grandes certezas que se desprenden de este libro caótico (como el tema que trata) y que está lleno de ejemplos y contraejemplos y anécdotas y, más que nada, de preguntas. De dudas. ¿Y la otra certeza? Que la fealdad interesa. ¿Por qué? «Porque está rodeada de cuestiones sobre la mortalidad. Los seres humanos no somos inmortales ni estamos fijados en el tiempo y el espacio. Estamos vivos y así nos deformamos», subraya. Y para muestra, un dato delirante: «En 2005 se calculó que los estadounidenses gastaban como mínimo 12.400 millones de dólares en cirugía estética, un importe superior al producto interior bruto de más de cien países, desde Albania hasta Zimbabue, que juntos superan los mil millones de habitantes». Seguro que eso daría para otro libro.
A simple vista, “El Problema de la Culpa”, escrito por el filósofo y psiquiatra alemán Karl Jaspers (1883-1969), nos hace pensar en algo meramente interno, propio del individuo en los mas interno de su ser: su conciencia, evocando personajes llevados por la culpa como Raskolnikov o el corazón delator. Sin embargo, de eso no se trata, enteramente el texto de Karl Jaspers.
Al leer el título completo, “El Problema de la Culpa: Sobre la Responsabilidad Política de Alemania”, ya nos ubicamos en un entorno más amplio que el de la propia psiquis del individuo, comenzamos a pensar en el entorno histórico y más específicamente en la Alemania de la posguerra que estaba agobiada por una culpa insondable por haber dejado que todo pasara y que les sería restregada en la cara cada vez que se quisiera poner un ejemplo de las atrocidades más inhumanas.
Creo que el llamado de Jaspers en el Prólogo para “restablecer la disposición para la reflexión” (pág. 44) para “aprender a hablar unos con otros” sin “ceder siempre a la menor resistencia” es lo que me inspiró a seguir leyendo. Con estas primeras palabras, el autor, nos llama la atención y evita que, o nos sumamos en el debate irascible e irracional; o por otro lado, en una discusión pasiva e inconcluyente, llena de muy buenas intenciones.
Este llamado a pensar es inspirador porque nos hace tomar responsabilidad por nuestra posición política en una sociedad en la que, como seres que a través del diálogo en el que todos “son al mismo tiempo acusado y juez”, seamos responsables individual y colectivamente por las consecuencias a las que como cómplices, colaboradores o espectadores hemos dado lugar. Igualmente, este llamado nos invita a tener la conciencia histórica de la famosa y vieja consigna: “Quien olvida su historia, está olvidado a repetirla”.
Jaspers distingue cuatro tipos de Culpa: criminal, política, moral y metafísica. Y de cada uno de este tipo de culpa se implicaría la responsabilidad individual o colectiva y evita que se trivialicen las discusiones y se generalice peligrosamente, o inculpando a los inocentes o exculpando a los culpables. De este modo, a un individuo se le imputaría la culpa criminal luego de demostrarse en juicio que cometió un delito, como la culpa imputable a Garavito que conllevaría un castigo o pena.
Los pueblos serían culpables políticamente cuando por medio de sus acciones o de sus omisiones dieron lugar a la comisión de los más grandes crímenes de forma directa o a través de sus líderes, conllevando su responsabilidad. Como los alemanes de la segunda posguerra, serían igual de condenables los argentinos de la “Historia Oficial” y las masivas desapariciones llevadas a cabo por la Junta; serían condenables los ciudadanos que se hicieron de la vista gorda ante los crímenes del régimen de Pinochet mientras vivían en la abundancia económica; serían condenables las personas de uno y otro partido durante la “Violencia”; serían condenables… Seríamos responsables política y moralmente, como ciudadanos, no actuar cuando se cometían crímenes que habríamos podido evitar como sociedad y por olvidar tan fácilmente lo que pasó.
De la misma manera sería ese sentimiento de haber hecho algo malo, y que conlleva el arrepentimiento y la renovación. Ese sentimiento de culpa moralque carcomía al protagonista de Crimen y Castigo, pero que estaba ausente de la mente de los alemanes de la posguerra quienes actuaron dentro de lo legal y todo lo que sucedió fue a sus espaldas.
Más allá de la culpa moral, se encuentra la culpa metafísica que conlleva una transformación de la conciencia de sí humana ante Dios, y que según la extraña y confusa definición de Jaspers, muy confundible con el tipo anterior de culpa (moral), implica una transformación y renovación del alma.
Sin embargo, Jaspers hace una excepción que en la época actual tendemos a olvidar y que creo implica el verdadero problema de la culpa: “Es absurdo inculpar por un crimen a un pueblo entero. Solo es criminal el individuo”. Como fue absurdo inculpar a los Judíos de todos los males del mundo y por ello condenarlos al Holocausto, es absurdo condenar a todas las personas blancas por la esclavitud de los negros como es más condenable condenar, válgase la redundancia, a todos los hombres por un “patriarcado” imaginado y “opresor” sobre las mujeres.
La Culpa más allá de un sentimiento, que sentido por un individuo o una colectividad e imputado desde sus adentros o desde fura, es un yerro que conlleva una responsabilidad individual o colectiva. La culpa no es buena ni mala, sino que cumple una función junto con la ley y la ética: regular el comportamiento humano.
La publicación de libros de filosofía se reduce un 62% en siete años
Los datos del INE muestran que el género toca fondo en las librerías. La Lomce, la falta de novedades y la confusión en la catalogación con el emergente ensayo explican la merma
La filosofía está bajo mínimos en las librerías. Un alumno de 16 años puede finalizar la educación obligatoria sin tener noticias de Kant. Y esa deforestación del saber, ejecutada por el PP en 2013 con la Lomce (la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa que suprimió Ética de 4º de la ESO y Filosofía como troncal en 2º de Bachillerato), también ha llegado a las librerías: en 2017 se publicaron en España 1.612 títulos de esta materia, tal y como ha hecho público el INE hace unos días. A pesar de que los 62.187 nuevos títulos que se comercializaron son el dato más alto del último lustro, la filosofía ha tocado fondo con la cifra más baja desde que el ISBN capta datos de la industria editorial. El género retrocede en los últimos siete años, con una caída del 62,4% desde 2011, cuando se publicaron 4.291 libros. Esto no ocurre en otras disciplinas como la historia o la literatura, que crecen.
“Es cierto. Ha decrecido el universo de los lectores de filosofía de antaño, nutrido principalmente en las aulas”, confirma Alejandro del Río, editor de Trotta, especializada en la materia, que avisa también del recorte de la tirada. Desde la librería El Buscón, en Madrid, comentan que no hay tantas novedades como reediciones. “Tenemos problemas para determinar qué son libros de filosofía y qué ensayos, crónicas o análisis de la actualidad”, aseguran en Meta Librería. En ambos comercios echan en falta nuevos autores y —primera clave— los que aparecen prefieren transitar hacia otros universos más populares.
“Es el papel que se me exige”. Es un apunte de Clara Ramas (Madrid, 1986), doctora europea e investigadora en la Universidad Complutense, donde ha dedicado su labor a la obra de Karl Marx. “Todos tenemos muchas preguntas, pero quizá no se entiende cómo una disciplina académica puede dar respuesta a nuestras inquietudes. Quizá la gente no cree que la filosofía es la solución. Por eso a los filósofos se nos pide encontrar formas de intervenir en la sociedad menos académica. Menos filósofos, más analistas”, añade. El editor en Akal de Clara Ramas es Tomás Rodríguez y encuentra una segunda hipótesis a esa reducción: “Es un buen momento para la polémica, pero malo para la reflexión”. Indica, además, que se está abandonando el pensamiento teórico para aproximarse a un análisis de la actualidad de corte intelectual, más que filosófico.
Nueva clave: el negocio. “Un ensayo de consumo vende mejor que la filosofía dura. Por eso preferimos que nos coloquen en el punto de venta de Política, porque creemos que el lector está ahí. Ya no importa el origen del libro, importa adónde llega”, incide Rodríguez. Este es un cambio fundamental, porque las editoriales prefieren catalogar en función de quién quieren que lea el libro, en vez de quién lo escribe.
Cuando la filosofía dejó la icónica pipa y agarró el megáfono, se manchó con la calle, atiborrada de gritos y malestar que reclamaban una solución de urgencia a largo plazo. Aquella fotografía icónica con Foucault y su altavoz frente a la fábrica de Renault, con Sartre a su lado, en 1972, lanzaba una profecía: “El filósofo debe intervenir en los nuevos espacios. Si antes agarraron el megáfono, igual ahora hay que estar en Instagram”, habla Ramas, que no tiene perfil para cambiar el filtro de la realidad. Ella misma salió a impartir clases a la calle, durante los movimientos del 15-M, en 2011.
Aquel movimiento lo transformó todo, según ella, porque demostró la necesidad de apertura a audiencias más amplias. Lejos de las academias, lejos de la casta del pensamiento.
Los canales de intervención filosófica se han diversificado, pero sin renunciar a lo teórico: “No podemos perder el libro, ni dejar de tuitear”, dice la filósofa. Marina Garcés (Barcelona, 1973) lo llama “filosofía de guerrilla”. En su libro Fuera de clase (Galaxia Gutenberg) explica que la filosofía aspira ahora a transformar la vida, a volverse acción, que ha abandonado la academia para convertirse en una fuerza de guerrilla, para diluirse en otras formas y fórmulas. Para ser más accesible, para abrirse a los problemas comunes, para no ser neutralizada por su propio elitismo.
Algunos filósofos han abandonado la filosofía para ser interlocutores desde los márgenes del pensamiento. ¿Para qué? “La filosofía es un arma capaz de visibilizar y herir las formas de un pensamiento que trata de oscurecer la pasión fundamental: la libertad”, cuenta Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, que encuentra en la filosofía el antídoto contra la ultraderecha para que no dibuje en nuestro horizonte “el sentido común” del que hablaba Lorca.
Este 2018 ha sido un año en el que se ha consolidado la caída de los títulos de filosofía mientras se ha constatado la subida de la ultraderecha. Para que aquella siga siendo un antídoto eficaz, Santamaría dice que la filosofía debería atravesar todas las enseñanzas de los estudiantes y futuros votantes, que debería estar en todas partes y no aislarse en su propia historia: “Debería cruzar desde las Matemáticas a la Plástica, pasando por la Física y la Química”. Aislarla es ahogarla en un momento en el que urge la reflexión.
Ismael Grasa (Huesca, 1968) es profesor de Filosofía en un colegio de Zaragoza y autor de La hazaña secreta (Turner) y cree que ya no se publica para filósofos, que es una sección que se ha hecho transversal para tocar géneros ligados a la actualidad. Lo llama “perfil antiintelectual” y tiene nuevos referentes.
Santiago Gerchunoff (Buenos Aires, 1977), doctor en Filosofía por la Complutense que publicará Ironía on (Anagrama), apunta que el pensamiento crítico se ha mudado, “que está viviendo o haciéndose público en algún otro espacio distinto del libro”. No ha fallecido porque, “al igual que la ironía”, brota cuando discursos con pretensiones de verdad se enfrentan públicamente. Cree que hay un margen de esperanza: “Se publica menos filosofía, pero hay mayor interés por el pensamiento”.
“NOS VENDRÍA BIEN AIREARNOS UN POCO”
A la filosofía le faltaba calle. Esta nueva hipótesis la lanza el filósofo César Rendueles (Girona, 1975), que reconoce que “buena parte de los debates que tenemos en las facultades de Filosofía son increíblemente escolásticos, en el peor sentido de la expresión”.
“Hemos convertido la filosofía en un permanente comentario de texto de dudosa inteligibilidad. Creo que nos vendría muy bien airearnos un poco y relacionarnos más estrechamente con las ciencias sociales y naturales, para contar algo más que literatura especulativa”, explica a este periódico el filósofo profesor de Sociología en la Complutense, que cree que hay un desplazamiento del pensamiento a otros espacios, porque “hay un público muy amplio y creciente, receptivo a las voces filosóficas cuando estas eligen otros modos de expresión”.
La proliferación en los últimos años de ensayos sobre diversos aspectos de la actualidad refrendan estas palabras.
Vivió por y para Dios. Tenía una espiritualidad fuera de lo común, no siempre fácil de entender. Los libros y las cerca de 500 cartas que han llegado hasta hoy, de las 15.000 que se calcula que escribió, reflejan su vida, su fe y sus periodos de dudas, que los tuvo. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”. Y con esta idea y este amor grabados a fuego en el pensamiento y el corazón, Teresa de Ávila dio todos los pasos que marcaron su vida desde muy joven hasta su muerte, a los 67 años, un día como hoy, 4 de octubre, de 1582.
Por Amalia Mosquera
“Sus escritos han pasado a formar parte de la historia de la literatura universal: la expresión escrita de sus vivencias interiores la presenta como un talento literario de estatura milenaria”, escribe sobre ella Erika Lorenz en el libroTeresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer, publicado por Herder. Tres vidas que caben en una de mucho más de 67 años, los que ella vivió más los siglos que ha sumado con la influencia de su obra y su estela. La primera, la de sus encuentros iniciales con Dios, los reunió en su autobiografía, Libro de la vida, “la primera obra de valor literario en ese género aparecida en Occidente desde San Agustín”, dice Lorenz, que “se ha entendido una y otra vez como si en ella apareciera retratada la imagen válida y definitiva de su vida de santa. Sin embargo, los datos de la obra señalan que surgió como una justificación de Teresa frente a sus confesores a causa de las primeras experiencias místicas que tuvo entre los años 1555 y 1560”.
La obra estaba incompleta. Teresa no conseguía encontrar las palabras adecuadas, perfectas, para explicar con exactitud sus vivencias. Tardó dos años, pero por fin las encontró, en 1562, durante unas semanas de tranquilidad en casa de una amiga. Allí, “la expresión literaria cobró impulso”, cuenta Lorenz. Así que añadió el relato de su primera fundación y las experiencias interiores que vivió en el nuevo convento.
Y a partir de aquí, más vidas. El final de su autobiografía no marcaba el final de todo lo que Teresa de Jesús tenía que vivir, pensar, contar. Le quedaba su vida como “incansable fundadora itinerante de nuevos conventos” y “nuevas y revolucionarias indicaciones para la vida de oración contemplativa personal”, describe Erika Lorenz.
“Su autobiografía, Libro de la vida, fue la primera obra de valor literario en ese género aparecida en Occidente desde San Agustín”, escribe Erika Lorenz
Tres buenas muestras de lo que escribió Teresa sobre su viaje interior, y tres buenas vías para conocer su pensamiento y sus sentimientos: ese Libro de la vida, que recoge su forma de ser y sus experiencias humanas y también las sobrenaturales; luego, de manera más extensa, Caminode perfección; y Castillo interior o Las moradas. La Teresa joven, la Teresa adulta y la Teresa ya mayor, y en todas, aunque transformada, la profunda esencia que marcó su vida: esa inusual espiritualidad que le hizo alcanzar el éxtasis y sufrir; sentir, temer, amar, entregarse y dolerse; pensar, creer, dudar, desesperar, torturarse, preguntar y preguntarse. “La única razón que encuentro para vivir es sufrir y eso es lo único que pido para mí”, escribió una Teresa devota hasta el extremo.
Una familia noble muy numerosa
El nombre que escogió para entrar en el convento, el de su amado Jesús, da idea de su devoción y entrega. Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada vivió en el siglo XVI. Nació en Gotarrendura, Ávila, el 28 de marzo de 1515. Miércoles, cinco de la mañana, anotó su padre, Alonso Sánchez de Cepeda, en los datos de la llegada al mundo de su hija. Alonso se había casado en segundas nupcias con una noble de Castilla, Beatriz de Ahumada. Él tenía dos hijos de su matrimonio anterior, y a ellos se unió la familia numerosa que tuvo con Beatriz: 10 hijos más, entre ellos Teresa, la tercera, que, dicen, era la favorita de su padre.
“Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas”, escribe Teresa en Libro de la vida.
A los 7 años, Teresa intentó fugarse de casa junto a su hermano Rodrigo para marcharse “a tierra de moros, en busca del martirio”. El intento salió mal, pero demuestra la religiosidad que ya tenía en su infancia y su carácter decidido. Años más tarde habría una nueva escapada, y esta ya no fracasaría. Su padre no le daba permiso para ingresar en el convento de las carmelitas de la Encarnación, que era su deseo, así que en 1535, con 20 años, se fuga para tomar los hábitos. Lo tenía decidido, aunque sentimentalmente no fue fácil. “Aquel día, al abandonar mi hogar, sentía tan terrible angustia que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis hermanos”, dijo.
De los libros de santos a los libros de caballerías
Pero sí, el amor a Dios ya estaba dentro de ella. “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías”. Su padre ya la había llevado en una ocasión a un convento. Beatriz, su madre, había muerto cuando Teresa tenía 13 años. Con ella compartió su devoción y su gusto por la lectura. Empezó leyendo vidas de santos y después pasó a los libros de caballerías, que despertaron en ella muchas cosas, entre otras el afán por presumir y mostrarse especialmente agradable con sus primos. “Comencé a pintarme y a ser coqueta”, explicó ella. Esta actitud inquietó a su padre, que decidió internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila, donde se educaban chicas de la nobleza, como ella. Pero Teresa sufrió una grave enfermedad que la obligó a salir del convento. En su convalecencia, su tío le dio a leer las Epístolas de San Jerónimo, y estas encendieron una mecha que ella ya llevaba dentro: se decidió a entrar en las carmelitas, aunque su padre no la dejara.
“Llegó un día a casa de su tío Pedro de Cepeda, que, al igual que Alonso, era un hombre muy culto, de mentalidad judía, que se esforzaba seriamente por adquirir un espíritu cristiano (…). Teresa no mencionó el hecho puesto que debía ocultar su origen tanto en el convento de la Encarnación como frente a la Inquisición. Durante la visita a su tío Pedro, este dio a la sobrina, lectora apasionada desde la infancia hasta la muerte, numerosos libros de buena lectura, todos de contenido ascético. Según refiere Teresa, estos trataban acerca ‘de Dios y de la vanidad del mundo’, y, aunque, como admite, no eran de su gusto, le causaron tan fuerte impresión que no pudo sustraerse a su influjo”, cuenta Erika Lorenz en su libro.
“Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías”
Teresa de Jesús ingresó en el convento de la Encarnación de clausura de monjas carmelitas, en Ávila, en el año 1535, de donde llegó a ser madre priora, antes de comenzar las fundaciones de conventos de su nueva orden religiosa: las carmelitas descalzas.
“Lo sorprendente en la figura de esta doctora de la Iglesia en el campo de la mística es el largo período de tiempo que necesitó para hacer propia la oración mental. Escribe Teresa: ‘No sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme’. Esto no dependía tanto de las imperfecciones del convento que Teresa había elegido en 1535, el Convento de Santa María de la Encarnación, de Ávila, como de las propias exigencias interiores de Teresa. Tampoco sus hermanas religiosas sabían orar mejor, pero no lo consideraban un problema. Era un convento grande, relativamente lujoso, sin clausura estricta, con buena voluntad y mucho movimiento y falta de quietud. Teresa vivió aparentemente contenta en ese convento durante dieciocho años. En realidad, tal como ella misma lo indica, el motivo de su entrada al convento no había sido un gran amor a Dios, sino el miedo ante el infierno, relacionado con el temor de verse obligada a casarse sin amor y a una vida carente de espíritu, ajena a su naturaleza”, escribe Erika Lorenz en Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer.
A un paso de la muerte con 23 años
En 1538, con 23 años, se pone de nuevo enferma; esta vez parece la definitiva: Teresa llega a estar a un paso de morir. En el convento de la Encarnación le preparan su sepultura y hasta celebran un funeral por ella. Pero cuatro días después recupera la vida. Erika Lorenz lo explica así: “Tan profundo es el coma que la santa, a quien se presume ya muerta, no se da cuenta de que le echan cera derretida sobre los párpados, o de que su hermano, que vela junto a la presunta difunta, se queda dormido y la cama se prende fuego. La ausencia de reacción de Teresa es un claro indicio de que no se trataba de un estado histérico. Se le administró la extremaunción y, como ella misma relató en tono algo jocoso tiempo después, se recitó una y otra vez el credo frente a sus oídos sordos. No obstante, su padre no perdió la esperanza, a pesar de que, en el convento de la Encarnación, ya habían cavado su tumba. Él creía sentir todavía un débil pulso que otros no percibían. Y, realmente, Teresa volvió en sí al cuarto día e intentó, asustada, quitarse la cera de los párpados”.
A partir de ese momento empieza la época más dura en la vida de Teresa. Durante estos años, según ella explicó, aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y empezó a practicar el método de oración del recogimiento. En 1543 tiene que salir del convento para cuidar a su padre. En la Navidad de ese año, Alonso muere. A su regreso al convento, Teresa pasó diez años oscuros entre periodos de desesperanza y otros entregada a la oración. El momento definitivo en su vida y su fe ocurrió en 1554, al contemplar una talla policromada de un Ecce homo de Cristo llagado. Tenía 40 años. “Ese día nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su fecundidad espiritual, mística y literaria”, dice Montserrat Izquierdo, autora del libro Teresa de Jesús. Con los pies descalzos.
“El incipiente Renacimiento se esforzaba por el individuo y su propia experiencia. El hombre, buscador de la verdad, ya no procede infiriendo deductivamente de lo general a lo particular (…), sino de lo particular a lo general. Este método exigía concreción y consideración de las necesidades vitales del individuo. Tanto es Teresa una representante de ese tiempo que la palabra ‘fe’ sólo aparece en sus escritos raras veces y sin mayor relieve, mientras que la palabra ‘experiencia’ se presenta en incontables pasajes”, explica Erika Lorenz.
Teresa pasó diez años oscuros entre periodos de desesperanza y otros entregada a la oración. El momento definitivo en su vida y su fe ocurrió en 1554, al contemplar una talla policromada de un Ecce homo de Cristo llagado. Tenía 40 años. Nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida
Visiones y éxtasis
De entonces son sus primeras visiones y sus temores de estar siendo engañada por el demonio, según ella misma dice. Tenía 43 años cuando vivió por primera vez un éxtasis. Entre 1559 y 1561 tuvo numerosas visiones, tantas que sus superiores le prohibieron que se dejara llevar por esa fuerte devoción mística. “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
Vivo sin vivir en mí
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di puso en mí este letrero:
“Que muero porque no muero”.
Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.
¿Qué movía el querer de Teresa?, se pregunta Erika Lorenz. Y la respuesta la resume en tres conceptos clave: oración interior, dignidad humana de las minorías –entre las que se contaban también las mujeres, tratadas con menosprecio– y unidad de la fe cristiana. “Quería rescatar el tesoro de la ‘oración interior’ cristiana como contemplación silenciosa y liberarlo así de la amenaza de las corrientes inquisitoriales de su tiempo, que se le oponían sospechando en todas partes donde se oraba de forma ‘mística’ la presencia de las sectas de los ‘alumbrados’”.
La oración fue el camino para conocer a Dios y, de paso, conocerse a sí misma, dispuesta a llegar hasta su último rincón interior y cuestionarse y exigirse hasta el límite.
“No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos”, escribe Teresa de Jesús en Castillo interior o Las moradas.
En septiembre de 1582, Teresa llega al monasterio de Alba de Tormes (Salamanca) muy enferma. “En fin, muero hija de la Iglesia” fueron sus últimas palabras antes de morir el 4 de octubre. La enterraron en este monasterio. Antes de que pasara un año, exhumaron su cuerpo y lo encontraron incorrupto. Este, todavía incorrupto, se encuentra en la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes, custodiado por nueve llaves, aunque le faltan muchas partes, que se amputaron para ser adoradas como reliquias, diseminadas por todo el mundo. Un sacerdote le amputó una mano que llevó al convento de las carmelitas de Ávila, sin el meñique, que se quedó. En Alba de Tormes se conservan dos relicarios con el brazo izquierdo y el corazón de la santa. Un pie y parte de la mandíbula están en Roma. La mano izquierda, en Lisboa. Un dedo, en París. Pero la reliquia que ha tenido una existencia más agitada ha sido la primera mano que se le cortó, que hoy está en la Iglesia de la Merced de Ronda, Málaga. En el convento de San José del Carmen, en Sevilla, se encuentran la capa con la que murió, el manuscrito original de Las moradas y el único retrato real de la Teresa de Jesús.
Otros escritores opinan sobre Teresa de Ávila
En su libro Teresa de Ávila. Las tres vidas de un mujer, Erika Lorenz recoge las opiniones de autores españoles posteriores sobre ella.
Azorín dijo sobre la obra autobiográfica de Teresa de Ávila: “La Vida de Teresa, escrita por ella misma, es el libro más hondo, más denso, más penetrante que existe en ninguna literatura europea; a su lado, los más agudos analistas del yo –un Stendhal, un Benjamín Constant– son niños inexpertos. Y eso que ella no ha puesto en ese libro sino un poquito de su espíritu; es decir, de todos los trances múltiples, accidentales, viceversas y complicaciones de su espíritu. Pero todo en esas páginas, sin formas del mundo exterior, sin color, sin exterioridades, todo puro, denso, escueto, es de un dramatismo, de un interés, de una ansiedad trágicos”.
Camilo José Cela dijo sobre ella: “Santa Teresa es la cumbre de la prosa mística española, como San Juan de la Cruz lo es de la poesía. Su amor a Dios lo expresa en la lengua viva de su tiempo, espontánea y tierna, emocionada y popular, y de forma tan eficaz que su mano parece guiada por un ángel”.
Gerardo Diego afirmó sobre Teresa de Jesús: “El mayor milagro de Santa Teresa es ella misma. Y para nosotros, los que nacimos siglos después, su obra en la que la estamos viendo. No creo que se haya dado otro caso de autenticidad y testimonio de escritor como el de Santa Teresa, por lo mismo que no es profesional, sino que obedece a más altos designios y por su voz humana habla constantemente el Espíritu realizándose así la más perfecta unidad (…). Santa Teresa es inconmensurable. No hay unidad de medida aplicable a ella y a un Fray Luis de León, un San Juan de la Cruz, un Cervantes (…). Es ella escribiendo y nada más. Santa Teresa escribe; no tanto como habla, sino como es. Es escribiendo, lo es en su totalidad y unidad”.
Quería titular este artículo ‘El lenguaje y sus ausentes’. Quería apuntar hacia todos aquellos que no caben en nuestras palabras ni en sus usos gramaticales. Quería señalar a los ausentes, a las ausentes. Pero en el gesto mismo de señalar empiezan ya los problemas: ¿“sus” ausentes son ellos?, ¿son ellas?, ¿son las características, condiciones y relaciones que ni siquiera son de ellos o de ellas? En cada pronombre estamos tomando una decisión. En cada terminación, una posición. En cada ausencia se esconde una violencia. Y toda violencia puede ser rastreada y contestada.
El sexismo lingüístico es una de las violencias que recorren nuestro lenguaje. Una entre muchas otras: raciales, morales, de clase… Desde un punto de vista filosófico, incluso podemos hablar de violencias ontológicas, pues hay modos de ser que están excluidos de nuestros modos de decir. Que haya violencias lingüísticas no significa que haya soluciones meramente lingüísticas para ellas. La justicia lingüística no existe sin justicia social y la corrección política es “política de escaparate”, según la expresión de la filóloga Neus Nogué, si no implica un verdadero ajuste de las relaciones de poder. Porque de eso va el juego entre el lenguaje y la violencia: de relaciones de poder.
Actualmente, vivimos bajo la angustia permanente de la falsedad. En inglés: el fake. El fake es la sombra que pone en entredicho todos los discursos, opiniones, informaciones. Incluso el cuerpo de una mujer maltratada o de unos manifestantes golpeados pueden ser neutralizados en su condición de posible fake, contra toda evidencia. También podemos consumir apariencias de igualdad, simulacros de democracia, incluso espectáculos de activismo fake. Pero ante la dificultad para establecer dónde empieza la verdad y dónde la falsedad, la pregunta crítica a la que no debemos renunciar es: ¿quién tiene el poder de imponer sus mentiras y quién puede constituir contrapoderes que las desmientan?
Para entender esta relación intrínseca entre el lenguaje y el poder, no se me ocurre mejor reflexión que la Lección inaugural de Roland Barthes, el crítico que demostró que la crítica no es un arte menor ni un oficio de personaje secundario, sino una condición indispensable para que el aparato de la cultura, con los medios de comunicación incluidos, no colapse en la irreflexión. Decía Barthes en 1977, tres años antes de ser atropellado por una furgoneta en las calles de París, que no hay usos lingüísticos inocentes porque el lenguaje es una legislación y cada lengua un código. Recogiendo las tesis del lingüista ruso Roman Jakobson, nos recordaba una idea muy importante: que una lengua no se define tanto por lo que permite expresar sino por lo que nos obliga a decir. Por ejemplo, nos obliga a escoger entre el masculino y el femenino en determinados casos, o a no poder hacerlo en otros. Nos obliga a clasificar según un determinado reparto de categorías, a jerarquizar según un determinado orden sintáctico, a excluir lo borroso y a ratificar lo representable hasta convertirlo en cliché.
El lenguaje como legislación y cada lengua como código nos traslada, pues, a las conquistas de los vencedores y, con ellas, nos obliga a repetir sus olvidos: los sentidos borrados, las formas de vida excluidas, las existencias no reconocidas. Un ejemplo que está en el centro de los debates contemporáneos: cuando hablamos de humanismo, de humanidades, del hombre y de la humanidad, actualmente denunciamos reiteradamente que en estos términos se perpetúan las violencias del patriarcado, que ha encumbrado al hombre masculino (blanco y occidental) a modelo de lo universal. Y es así. Y hay que denunciarlo. Pero en esta historia violenta del humanismo se esconde un olvido que podemos rastrear: hombre viene de homo, que viene a su vez de humus, es decir, lo que surge del suelo o de la tierra. El latín homo no es aún el vir de varón. Es el ser terrestre, por contraposición al carácter celestial de los dioses. ¿Cuándo y cómo sucedió esta masculinización de los seres terrestres? ¿Podemos deshacer sus efectos sin renunciar a nuestra común humanidad, compartida incluso con los demás seres de la tierra?
Más que duplicar los términos, pienso que la apuesta verdaderamente política es multiplicar las voces y las lenguas, incluso dentro de una misma lengua. Frente a la apariencia de igualdad, pues, la batalla por la diversidad de las formas de vida en sus irresueltas relaciones de poder y de contrapoder. ¿Quién ha dicho que sólo los varones pueden encarnar las medidas del ser terrestre modélico y trasladarlas como parámetros supuestamente neutrales de la lengua universal y su gramática? ¿Por qué no las niñas, o los pájaros o los gusanos? ¿Cuáles serán entonces las flexiones de género y los plurales inclusivos de estos seres? Multiplicar las voces es multiplicar los mundos. Para ello es necesario hacerle muchas trampas al lenguaje instituido, aceptado, normalizado. Roland Barthes habla de tricher, hacer trampas que abran grietas libres de poder en la legislación del lenguaje. Es el juego que violenta las reglas para combatir la violencia legal del poder.
Gabriel Albiac es el autor de una nueva y exhaustiva edición crítica de los «Pensamientos» de Pascal, que incluye el acceso digital a los originales de la obra
Tras una existencia de intenso sufrimiento físico, Blaise Pascalmurió el 19 de agosto de 1662. Había cumplido treinta y nueve años. Tiempo suficiente para haber inventado la primera máquina de calcular de la historia, para haber desarrollado conceptos como la presión y el vacío y para sentar las bases de la teoría de las probabilidades. Pascal tuvo tiempo para eso y mucho más, pero no pudo acabar la obra más ambiciosa de su vida: una apología del cristianismo que sus amigos esperaban con ansiedad.
Al registrar sus pertenencias personales tras su fallecimiento, no se encontró ni rastro de esta obra pero sí se halló un gran número de papeles, cortados de grandes pliegos y de diversos tamaños, en su mayoría cosidos en legajos. Pronto quedó claro que las anotaciones carecían de una sistemática concreta y que tampoco suponían el borrador de un nuevo trabajo. Esos documentos eran reflexiones y citas recogidas de otros autores, fragmentos en suma de muy difícil clasificación.
Revisiones de la obra
Ocho años después de su muerte, sus amigos jansenistas decidieron ordenar y editar esos papeles, que aparecieron bajo el título Pensamientos sobre la religión y otras cuestiones. El intento era loable, pero adolecía de fallos e incorrecciones porque no se guiaron por el texto original sino por una copia que se había realizado por orden de la familia Perier, con la que mantenía vínculos de estrecha amistad.
Desde la publicación de esta primera versión de los Pensamientos, un título convencional que se improvisó en esa edición de 1670, ha habido otras muchas revisiones de esta obra póstuma de Pascal. Entre ellas, la de Leon Brunschvicg, acabada en 1904.
Merece, por ello, la pena subrayar el enorme desafío intelectual acometido por Gabriel Albiac, catedrático de Filosofía y columnista de ABC, que ha dedicado años a la investigación de los legajos de Pascal y sus diversas reconstrucciones para ofrecernos una completa edición crítica de los Pensamientos, que incluye un estudio preliminar, con traducción y notas del profesor de la Complutense.
Una de las innovaciones de esta cuidadosa edición, que supone un despliegue de erudición sobre la obra de Pascal, es la indexación de las anotaciones a una base de datos digital, que permite acceder a los manuscritos originales, llenos de tachaduras y rectificaciones. Ello supone una valiosa herramienta para quien quiera profundizar en el legado de Pascal, cuyo atractivo sigue creciendo con el paso del tiempo.
Contemporáneo de Descartes, Pascal fue un pensador que intentó reconciliar el cristianismo con la ciencia, la virtud con el saber y los sentimientos con la razón. Pero en última instancia creía que la fe era un acto de renuncia absoluta y de entrega a Dios.
Los Pensamientos son, en cierta forma, el testimonio de esa conversión sufrida por Pascal en 1654, cuando una noche sintió la presencia del Ser Supremo con una extraordinaria intensidad mientras rezaba. El acontecimiento marcó sus últimos años de existencia, en los que prácticamente se retiró de la vida mundana.
Ortodoxia de la fe
«Pascal escribe al borde de la tumba. No hay por ello lugar a la comedia», subraya Albiac, que evoca al filósofo tachando, recortando, cosiendo sus legajos mientras la muerte estrecha su cerco. En ese sentido, los Pensamientos son el legado contra reloj de un alma doliente que intenta dejar su huella en un mundo convulso, en el que los jansenistas y los jesuitas pugnaban por fijar la ortodoxia de la fe. También en esta polémica Pascal tomará partido con sus demoledoras Cartas provinciales por Port Royal, la abadía inspirada por la visión del obispo holandés Jansenio, próxima al calvinismo.
Plena vigencia
Dicho todo esto, ¿tiene sentido leer hoy a un místico como Pascal? La respuesta no ofrece ninguna duda: sí. Y ello porque los dilemas y las reflexiones de sus Pensamientos son de una hondura y una sinceridad que resultan muy difíciles de encontrar entre sus contemporáneos. En muchos momentos, evocan los Ensayos de Montaigne.
Pascal subrayaba que merece la pena apostar cuando hay mucho que ganar. Esta edición es una apuesta que hay que agradecer a Gabriel Albiac y a la editorial Tecnos. Han tenido el valor de emprender una aventura tan ambiciosa y arriesgada como justificada porque los Pensamientos son y serán un texto indispensable para los amantes de la filosofía y para quienes disfruten de estos clásicos en los que siempre podemos buscar y encontrar.
Exigimos a los adolescentes que sepan pronto lo que quieren hacer. Tal vez demasiado
Decimos que nuestro sistema educativo obliga a chicos y chicas de 14 o 15 años a optar demasiado pronto por un camino concreto de su formación. “Ciencias o letras” le llamamos (aunque los de letras deberíamos contraatacar diciendo: “Humanidades y números”, pero eso es otro artículo). En realidad, los padres, tíos o invitados que pasan/pasamos por ahí también colaboramos en el carácter forzado de la elección. Vemos a un familiar de esa edad, no sabemos qué decir y seguro que antes de treinta segundos soltamos: “Y tú, ¿de ciencias o de letras?” “Ni idea”. “Pues ya te toca elegir” Es verdad que hoy en día los jóvenes tienen más recursos para dejar fuera de juego a quienes les preguntan “¿Y tú qué quieres ser?” “Youtuber, streamer, o influencer en general. Y si tiene que ver con Fornite, mejor”. “Hummm… Ahhh, creo que voy a la cocina a buscar algo”.
Imaginemos ahora que abordamos a un adolescente en una reunión familiar y tras las dos frases de rigor, y sin saber qué añadir, le hacemos la pregunta fatídica. Y él o ella, sin mirar a los ojos —son así— nos dice: “Ni idea… me gusta saber cómo funcionan las cosas y tengo algunas ideas sobre máquinas que podría construir. Pero también me gusta pintar. No se me da mal. Y me encanta hacer cosas con las manos. Mira, de este yogur que tengo en la mano acabo de sacar la cara de la abuela. ¡Ah! Adoro escribir. Escribo sobre todo; lo que pienso, lo que hago y lo que podría hacer. Como mis hermanos son unos cotillas (perdona, pero creo que lo han heredado de tu rama familiar) escribo de forma que solo se pueda leer en un espejo. Y lo hago con ambas manos. También me fascina la medicina y cómo funciona el cuerpo humano. Toco tres o cuatro instrumentos. No pongas esa cara. En realidad es fácil, solo hay que comprender el código matemático de las partituras. Claro que no estaría mal tratar de hacer más fácil la vida a los demás. ¿Sabes? El lío del tráfico tiene mucho que ver con el trazado urbanístico… o tal vez con los políticos que se creen muy importantes; deberían leer a Marco Aurelio…”.
Florencia ha comenzado a celebrar el quinto centenario de Leonardo da Vinci. Un italiano universal cuya vida merece la pena conocer, y al que afortunadamente nadie preguntó: “Tú, ¿ciencias o letras?”.
El Surcoreano Byung-Chul Han, uno de los filósofos contemporáneos con mayor repercusión, pública «Buen entretenimiento» (Herder). Babelia adelante un capítulo.
¿Qué es entonces entretenimiento? ¿Cómo se puede explicar que en nuestros días parezca impregnarlo todo: «Infotainment, edutainment, servotainment, confrotainment, drama documental»? ¿Qué es lo que engendra estos «formatos híbridos» del entretenimiento, que cada vez son más numerosos? ¿El entretenimiento del que hoy tanto se habla no es más que un fenómeno conocido desde hace tiempo que en nuestros días, por el motivo que sea, cobra más relevancia pero sin anunciar nada nuevo?
Uno puede darle todas las vueltas que quiera: a los hombres les gusta entretenerse, ya sean solos, con otros, a costa de otros y de cualquier cosa, y se chiflan por historias llenas de aventuras, por imágenes coloridas, por una música marchosa y por juegos de todo tipo, o dicho brevemente, por una communication light, por participar sin ceremonias y sin grandes pretensiones ni reglas. Supuestamente eso ya fue siempre así, y seguirá siendo así mientas sigamos programados para la sensación de placer y la sociabilidad.
¿La ubicuidad del entretenimiento de hoy no remite entonces a ningún proceso inusual, a ningún acontecimiento singular que no hubiera habido antes? ¿O después de todo se anuncia algo extraordinario que caracteriza o constituye el hoy? «Está claro que todo es entretenimiento». Pero no está tan claro. No está nada claro que hoy todo deba ser entretenimiento. ¿Qué sucede aquí? ¿Nos hallamos ante una especie de cambio de paradigma?
Recientemente ha habido muchos intentos de elaborar un concepto del entretenimiento. Pero parece que en el fenómeno del entretenimiento hay algo que se resiste tenazmente a ser fijado conceptualmente. De este modo impera una cierta perplejidad en relación con la definición conceptual. Esta dificultad no se puede eludir sin más con una historización del fenómeno:
A menudo conviene empezar con el desarrollo histórico, porque eso es casi siempre más revelador que comenzar con una definición. Como tantos otros fenómenos el entretenimiento comenzó en el siglo XVIII, porque solo en el siglo XVIII surgió la diferencia entre trabajo y ocio en sentido moderno.
La nobleza no necesitaba entretenimiento porque no hacía un trabajo regulado. Los eventos que organizaban los nobles, tales como conciertos o representaciones teatrales, eran «más bien actividades comunitarias que entretenimientos». Si no hay trabajo regulado tampoco hay ocio. Y si no hay ocio tampoco hay entretenimiento. Según esta tesis, el entretenimiento es una actividad con la que se llena el tiempo libre. Después de todo, así es como se define el ocio. Justamente esta definición implícita del fenómeno construye su presunta facticidad histórica. Es paradójico que a la historización, que debería servir para hacer superflua la definición, le anteceda una definición. Más convincente, o por lo menos libre de contradicción, sería la tesis de que desde siempre hubo entretenimientos; los griegos no solo representaban teatros, sino que, como hacían los pretendientes de Penélope, tocaban con lira música ligera; y Nausícaa se lo estaba pasando bien con sus amigas jugando a la pelota cuando la ola lanzó a Odiseo a la playa. Las monarquías medievales no solo construían monasterios, sino que también mantenían a bufones.
No tiene mucho sentido afirmar que los griegos o los romanos desconocían los entretenimientos porque en aquella época no se hacía la distinción entre trabajo y ocio.
La ubicuidad del entretenimiento no se puede explicar simplemente en función de que cada vez hay más ocio, de que el entretenimiento cada vez cobra más relevancia a causa de un aumento del tiempo libre. Lo peculiar del actual fenómeno del entretenimiento consiste más bien en que rebasa con mucho el fenómeno del ocio. Por ejemplo, el edutainment no se refiere en primer lugar al ámbito del ocio. La ubicuidad del entretenimiento se expresa como su totalización, que suprime justamente la distinción entre trabajo y ocio. Neologismos como labotainment o theotainment tampoco serían un oxímoron. La moral sería un allotainment. Surge así una cultura de las inclinaciones. Aquella historización que sitúa el entretenimiento en el siglo XVIII no acierta de ningún modo a captar la peculiaridad histórica del actual fenómeno del entretenimiento.
En la actualidad se señala a menudo la ubicuidad del entretenimiento:
El concepto de «entretenimiento», extrañamente cambiante y ambiguo, es de entrada un concepto neutral y abierto. También la información puede ser entretenida, e incluso el saber y el trabajo, y hasta el propio mundo.
¿Hasta qué punto el mundo mismo puede ser entretenido? ¿Se anuncia aquí una nueva comprensión del mundo o de la realidad? ¿El cambiante y ambiguo concepto de entretenimiento posiblemente remita a un acontecimiento especial que conduce a una totalización del entretenimiento? Si incluso el trabajo mismo tiene que ser entretenido, entonces el entretenimiento se desprende por completo de su referencia a aquel ocio como fenómeno histórico, es decir, como fenómeno que surgió en el siglo XVIII. El entretenimiento es entonces mucho más que la actividad con la que se mata el tiempo libre. Incluso sería concebible un cognitainment. Este desposorio híbrido de saber y entretenimiento no está forzosamente vinculado al ocio. Más bien formula una relación totalmente distinta con el saber. El cognitainment se opone al saber como Pasión, es decir, al saber que se sublimó como un fin en sí mismo, y que incluso se teologizó o se teleologizó.
También para Luhmann el entretenimiento no es más que un «componente moderno de la cultura del tiempo libre, que tiene como función eliminar el tiempo que sobra».7 Para definir el entretenimiento Luhmann toma como modelo el juego. Los entretenimientos son como juegos, son «episodios» en la medida en que la realidad que en ellos se concibe como juego y que se extrae de la realidad normal tiene una limitación temporal:
Durante el juego, no es que se pase a otro modo de conducción de la vida, sino únicamente se está entretenido sin estar cargado de otras cosas y sin dar oportunidad a otras cosas. En cada jugada algo queda marcado como juego, y puede de súbito romperse, cuando se toma en serio. El gato salta sobre el tablero de ajedrez.8
Evidentemente Luhmann tampoco se ha enterado de la novedad del fenómeno actual del entretenimiento. El entretenimiento rompe aquella limitación temporal y funcional. Ya no es meramente «episódico», sino que, por así decirlo, se vuelve crónico, es decir, ya no parece concernir solo a la libertad, sino al propio tiempo. Así pues, no hay ninguna diferencia entre el gato y el tablero de ajedrez. Es más, el propio gato se consagra al juego. Tras la ubicuidad del entretenimiento posiblemente se esconda una totalización que se va imponiendo poco a poco. Mirándolo así, el entretenimiento está engendrando, más allá de episodios aislados, un nuevo «estilo de vida», una nueva experiencia del mundo y del tiempoen general.
Según Luhmann, un sistema construye su propia realidad con ayuda de un código binario. Por ejemplo, del sistema de la ciencia es constitutiva la distinción entre verdadero/falso. El código binario decide qué es real. El sistema de los medios de masas, entre los que además de los ámbitos de las noticias y la publicidad se encuentra también el entretenimiento, opera con el código binario información/no-información:
Cada uno de estos ámbitos utiliza el código información/no-información, aunque en distintas versiones. Pero se diferencian entre sí, en razón de los criterios con los que seleccionan la información.9
El entretenimiento selecciona la información en función de criterios distintos a los que emplean las noticias o la publicidad. Pero el código binario información/no-información es demasiado general, demasiado impreciso, como para marcar lo peculiar del entretenimiento o también de los medios de masas, pues la información, según Luhmann, es constitutiva de la comunicación en general. Esta no es por tanto nada específico de los medios de masas. Todacomunicación presupone que una información se selecciona, se comunica y se comprende. Además, como mero ámbito parcial de los medios de masas el entretenimiento lleva una existencia marginal. Por tanto, Luhmann no puede percibir ni explicar la ubicuidad del entretenimiento, que hace que este rebase con mucho el ámbito de los medios de masas.
Por ejemplo, el edutainment no se limita al sistema de los medios de masas, en el que Luhmann incluye el entretenimiento. En realidad pertenece al sistema de la educación. En la actualidad, el entretenimiento parece acoplarse a todo sistema social y modificarlo correspondientemente, de modo que los sistemas generan sus propias formas de entretenimiento. Precisamente el infotainment difumina la frontera entre noticias y entretenimiento como ámbitos parciales de los medios de masas. La teoría de sistemas de Luhmann no es capaz de registrar aquellos formatos híbridos. El entretenimiento se sale de aquella «clausura ficticia» que lo distingue de las noticias. Además, no siempre viene dado de forma inequívoca el «marco externo»,10 que hace ver que se trata de un entretenimiento, de un juego. Al fin y al cabo es posible que el mundo mismo se convierta en un tablero de ajedrez. El salto del gato no sería entonces más que una jugada. El marco de la «pantalla» marca las películas de ficción como entretenimiento, pero igualmente incluye las noticias. Ya la igualdad del marco externo hace que el entretenimiento y las noticias se mezclen. También se va borrando cada vez más la frontera entre «realidad real» y «realidad ficticia», que marca el entretenimiento. Hace ya tiempo que el entretenimiento se ha hecho también con la «realidad real». Modifica todos los sistemas sociales sin marcar expresamente su propia presencia. Parece establecerse así un hipersistema que es coextenso con el mundo. El código binario entretenido/no-entretenido, en el que tal hipersistema se basa, tiene que decidir qué es idóneo para entrar a formar parte del mundo y qué no, es más, qué es en general.
El entretenimiento se eleva a un nuevo paradigma, a una nueva fórmula del mundo y del ser. Para ser, para formar parte del mundo, es necesario resultar entretenido. Solo lo que resulta entretenido es real o efectivo. Ya no es relevante la diferencia entre realidad ficticia y real, a la que aún se aferra el concepto de entretenimiento de Luhmann. La realidad misma parece ser un efecto del entretenimiento.
Al espíritu de la Pasión podrá parecerle que la totalización del entretenimiento es una decadencia. Pero en el fondo la Pasión y el entretenimiento están hermanados. El presente estudio remite muchas veces a su convergencia oculta. No es casualidad que el artista del hambre de Kafka como personaje de la Pasión y su animal hedonista, a pesar de su diferente comprensión del ser y de la libertad, habiten la misma jaula. Vienen a ser dos figuras que siempre seirán alternando en el mismo circo.
‘Buen entretenimiento. Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión’. Byung-Chul Han. Traducción de Alberto Ciria. Herder.