Carlos Blanco (Madrid, 1986) es doctor en Filosofía, doctor en Teología y licenciado en Ciencias Químicas. Desde 1997 es miembro de la Asociación Española de Egiptología, donde estudió egipcio clásico en sistema jeroglífico (1997-2000). En 1998, a los doce años, El Mundo y medios de comunicación internacionales le consideraron el egiptólogo más joven del mundo. Entre 2009 y 2011 ha sido Visiting Fellow en el “Comité para el Estudio de la Religión” de la Universidad de Harvard. Ha publicado quince libros, entre ellos La Belleza del Conocimiento (Siddharth Mehta), Grandes Problemas Filosóficos (Síntesis), Leonardo da Vinci o la Tragedia de la Perfección (De Buena Tinta), Lógica, Ciencia y Creatividad (Dykinson), Historia de la Neurociencia (Biblioteca Nueva), El Pensamiento de la Apocalíptica Judía (Trotta), Conciencia y Mismidad (Madrid 2013), Philosophy and Salvation (Portland 2012), Filosofía, Teología y el Sentido de la Historia (Madrid 2011), Why Resurrection? (Portland 2011), así como numerosos artículos de investigación sobre filosofía, historia y cosmología. Entrevistado por periódicos, cadenas de televisión y emisoras de radio de España y de Latinoamérica, alcanzó gran popularidad con sus intervenciones semanales en “Crónicas Marcianas”, con trece años de edad. Impartió su primera conferencia a los doce años en el Museo Egipcio de Barcelona. Ha sido invitado a hablar en universidades de Estados Unidos, México, Portugal, Argentina y Rusia. Actualmente es profesor en la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid. Es miembro fundador de The Altius Society de Oxford y miembro correspondiente de la World Academy of Art and Science.
AG: Todos sabemos que su infancia fue muy televisiva. Pasó por programas como “Crónicas Marcianas”, etc. El cociente intelectual (mayor al de Einstein) fue un reclamo para la audiencia, que sin duda le hizo muy popular. A mí, si me permite, me gustaría hacerle una pregunta. ¿La inteligencia académica va al unísono con la emocional?
CB: Creo que no existe una relación clara entre inteligencia académica e inteligencia emocional. Lo que sí pienso es que la vida académica exige interaccionar con todo tipo de personas, lo que ofrece la posibilidad de cultivar también las facetas emocionales. Se trata siempre de un equilibrio enormemente complicado, porque si la razón se deja guiar por las emociones, pierde objetividad y sucumbe a prejuicios, fugaces impresiones e injustas precipitaciones, pero si rechaza por completo la emoción, se vuelve demasiado fría e incluso ciega para comprender el mundo, sus aspiraciones y necesidades.
AG:¿Ha tenido problemas afectivos en ese sentido? ¿Tener un cociente alto ayuda a encontrar respuestas o para ello también es necesario el factor creativo, lateral?
CB: Ciertamente. Muchas veces, el desarrollo del pensamiento puramente teórico lleva a un callejón sin salida, se abisma en esquemas excesivamente rígidos y es incapaz de contemplar otras posibilidades enriquecedoras para la propia racionalidad. Es un tema que me fascina: ¿cómo surgen las grandes ideas creadoras? Es el mayor misterio de la neurociencia. Por supuesto, uno tiene que haber meditado mucho sobre un tema para elaborar reflexiones profundas, pero no todos los que se sumergen en una materia alcanzan el estado verdaderamente creativo, no meramente reiterativo. Probablemente el ambiente (un entorno estimulante que privilegie la creatividad) y las emociones, las predisposiciones de la psicología de un individuo para contemplar ideas nuevas y partir de presupuestos distintos, subyazcan al acto estrictamente creativo. Pero son meras elucubraciones.
AG: Pero entremos en materia filosófica, si le parece. Revisando sus ponencias y el material publicado, he comprobado que para usted el centro de gravedad actual de la filosofía es el problema mente-cuerpo. ¿Podría contarnos sus postulados respecto a ello?
CB: En efecto. Creo que es el problema fundamental de la metafísica y la epistemología, las bases de toda filosofía. Tengamos en cuenta que prácticamente todas las ramas de la filosofía llegan a dualidades infranqueables entre, por ejemplo, materia y espíritu, cantidad y cualidad, causalidad e intencionalidad. Es el problema mente-cerebro, es nuestro insuficiente conocimiento de la naturaleza de la mente humana, y por tanto nuestro deficiente entendimiento del hombre, que es al fin y al cabo quien formula todos los interrogantes filosóficos. Estoy trabajando en una teoría del conocimiento basada en postulados y en tesis; me llevará tiempo, aunque ya tengo algo avanzado (quiero que sea lo más completa posible, y que incorpore también filosofía de las matemáticas y filosofía de la física). Mi intuición parte de que podemos organizar la teoría del conocimiento desde dos grandes postulados. Es una forma simple, aunque no la única, de elaborar una teoría del conocimiento compatible con la teoría de la evolución y con la plasticidad del cerebro humano. Sucintamente, el primer postulado nos dice que los fenómenos de la mente reflejan las leyes y la estructura de la naturaleza; el segundo sostiene que no existen conceptos irreversibles. Como postulados, no son demostrables, pero su valor puede juzgarse según su fecundidad teórica. Lo que plantea el primer postulado es que todo producto de la mente remite, en realidad, a la naturaleza, a su estructura y a las leyes que rigen el funcionamiento de esa estructura en el espacio y en el tiempo. Pero, junto a este postulado “rígido”, creo necesario proponer uno “flexible” (pues es imposible examinar la creatividad de la mente, su superación de barreras aparentemente inquebrantables, y no sentir una sincera admiración por sus capacidades). Aunque la mente parta del mundo y de las leyes de la naturaleza, goza de la suficiente flexibilidad como para imaginar infinitas combinaciones posibles de esos elementos y condiciones de contorno que conforman el universo, tal y como se presenta ante nosotros.
AG: ¿Qué dice exactamente el segundo postulado cuando afirma que no hay conceptos inalterables, colocando como prejuicio a las categorías kantianas a priori, y exaltando la creatividad de la mente?
CB: Pensar que existe un elenco de categorías a priori en el entendimiento, sean doce, como dice Kant, o cualquier otro número, me parece incompatible con el enfoque evolucionista. ¿Cuándo y por qué surgieron esas categorías? ¿Cómo se transmiten de una generación a otra? ¿Cómo puede probarse que son inmutables, y que no se pueden añadir más categorías al entendimiento? La creatividad de la mente, que ni siquiera es rehén de las constricciones del lenguaje, nos ha permitido incluso desafiar prejuicios inveterados, como el de que todos los infinitos son iguales (no es cierto, pues el infinito de los números reales es mayor que el de los naturales). Jamás me atrevería a cerrar el espacio del entendimiento posible a un conjunto perfectamente delimitado de categorías. Creo, de hecho, que las categorías básicas son ser, no-ser y posibilidad, y que muchas de las otras categorías kantianas se infieren claramente desde estas tres; además, me parece que se trata sólo del primer escalón en una hilera potencialmente infinita de categorías y pensamientos posibles, a las que sin duda accederá una mente mucho más evolucionada que la nuestra. Digamos que hay categorías de las que no podemos exonerarnos (ser, no-ser y posibilidad), puntos de no retorno de los que ni siquiera una inteligencia superior podría eximirse, pero en este ascenso evolutivo hacia categorías cada vez más sofisticadas podemos descubrir niveles insospechados de flexibilidad en esas mismas categorías, que nos permitan asimilar un universo cuya complejidad no cesa de desafiarnos.
AG: Ha dicho también que muchas preguntas filosóficas están irresueltas al no estar resuelto el tema de la mente. ¿La neurociencia puede ayudarnos a construir los cimientos de una nueva filosofía?
CB: Sin duda. No sólo una nueva filosofía (que quizás no sea tan nueva, pues siempre descubrimos que ideas pretendidamente nuevas ya habían sido alumbradas por los griegos o por genios como Leibniz), sino una nueva economía, una nueva sociología… una nueva ciencia humana y social, en definitiva. Sin una teoría de la mente es imposible formular adecuadamente una teoría del comportamiento, sobre la que ha de radicar la teoría económica. Sin una comprensión neurocientífica de la mente navegamos a la deriva al intentar entender qué es el hombre y cómo se gestan los pensamientos y las más sublimes producciones del espíritu. La neurociencia está destinada a servir como base de muchas de las grandes ramas de la filosofía. Precisamente la necesidad de lo interdisciplinar es lo que hemos intentado plasmar, por ejemplo, en las conferencias Altius de Oxford: reunir a científicos, economistas, filósofos y políticos para discutir desafíos globales, como las oportunidades de la inteligencia artificial, de la extensión de la vida, del transhumanismo…
AG: ¿Seremos capaces de dar otro salto lateral y crear un nuevo sistema filosófico? La filosofía conceptual actual, situada en la posmodernidad, necesita nuevas fuentes y nuevos discursos?
CB: Es muy triste que la filosofía renuncie a su vocación sistemática, porque se convierte en mero comentario de texto, en erudición desprovista de pensamiento creativo. No me extraña entonces que algunos científicos sostengan que la filosofía ha muerto. La historia de la filosofía no es filosofía; es una herramienta imprescindible, pero ni agota ni puede pretender agotar la labor propiamente filosófica. Hoy urge integrar los saberes, sobre todo los científicos, para ofrecer una visión unitaria de una realidad que, a tenor de la ciencia, es unitaria. El contacto con la ciencia, sobre todo con la física fundamental y con la neurociencia, puede infundir esa sana ambición explicativa de la que la filosofía no puede desprenderse.
AG: Dado que la novedad filosófica se cierne al mundo académico, donde existe casi en exclusiva, “anclando” y “anclada” en y para el plano teórico, ¿no sería una autoexigencia para el filósofo, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, plantearse también la filosofía práctica y aplicada?
CB: Por supuesto. Creo que, en último término, no existe ninguna idea filosófica despojada de algún significado práctico, positivo o negativo. Y es tarea del pensador buscar las conexiones entre lo teórico y lo práctico. En un mundo, como el nuestro, que experimenta progresos asombrosos pero que también adolece de innumerables contradicciones; en mundo, en suma, sujeto a tantos desafíos, la filosofía es más necesaria que nunca, porque inspira amplitud de miras, afán integrador, espíritu crítico y tolerancia creativa ante las visiones distintas. Por otra parte, no es cierto que la creación filosófica tenga lugar en el mundo académico. Muchos grandes filósofos, científicos y pensadores trabajaban fuera de la universidad. A veces, el academicismo lleva a disputas estériles y obtura los atisbos de creatividad filosófica.
AG: ¿El modelo de saber de esta última puede aportar un plus de información, indagatorio, verificatorio, complementario al contemplativo?
CB: Creo que sí. El filósofo ha de especular, y su labor no difiere tanto de la del físico teórico que formula hipótesis, muchas veces guiado por la intuición. Pero las especulaciones han de ser contrastadas con los datos empíricos, por lo que la información proporcionada por disciplinas científicas, sociales y humanísticas es esencial para la filosofía. Por parafrasear a San Ignacio de Loyola, digamos que el filósofo ha de “contemplar en la acción”, y que el contacto del mundo real ayuda inconmensurablemente a la filosofía, pues la valida o la rechaza, la impulsa o la frustra.
AG: ¿Serían correctas las afirmaciones siguientes? 1) El problema mayor de la filosofía radica en filosofar desde referencias académicas, perdiendo el contacto con lo filosofable y filosofado. 2) El círculo vicioso trazado en la posmodernidad respecto al conocimiento podría superarse en filosofía práctica y las nuevas fuentes de saber aportables.
CB: Sí. Creo que el academicismo y el enquistamiento en escuelas, discípulos y maestros es un error, que ahoga el pensamiento creativo. El filósofo ha de buscar el saber por sí mismo y plantearse cada cuestión como si fuera eternamente nueva. Una saludable ingenuidad es necesaria para pensar, o de lo contrario prestamos más atención a la forma que al fondo, a quién lo dijo que a lo que dijo, a la subjetividad que a la objetividad. La perspectiva hermenéutica es muy sugerente, sobre todo para disipar adanismos, pero si el filósofo se limita a leer textos y no se plantea los problemas filosóficos y la sistematización del pensamiento desde cero, sin atención a escuelas y a aspectos historiográficos, pierde su razón de ser. Me apasiona la historia, pero no por ello creo que el filósofo deba limitarse a hacer historia de la filosofía. Y, ciertamente, el contacto con el mundo real plantea preguntas y desafíos a los que muchas veces no accede el filósofo por sí solo, en la soledad de sus reflexiones. Por usar un símil evolutivo: la variación se criba siempre con la selección. La variación corresponde a la parte teórica, creativa, a la infinita ductilidad de la mente, que puede conjeturar todo tipo de afirmaciones y alumbrar toda clase de hipótesis filosóficas; la selección tiene que ver con el contraste empírico e histórico de lo que dice y propone.
AG: Cambiemos de tema. En varias ocasiones ha defendido la existencia de Dios. En el mundo actual, agnóstico, relativista, donde la religión ha cedido la transcendencia a la cultura siendo esta el áccesit hacia lo infinito, ¿la tesis sobre Dios le parece recomendable?
CB: Depende de qué entendamos por Dios. Cuando digo que me parece posible la existencia de Dios me refiero a que la mente humana, como imaginación orientada potencialmente a lo infinito e ilimitado, se ve legitimada a perfilar la noción de una inteligencia que desborda inconmensurablemente el entendimiento del hombre; un Dios más allá de religiones, libros y dogmas (me considero un creyente ecuménico, pues no me parece necesario confinarse a religiones, sistemas filosóficos o ideologías). Las pruebas tradicionales de la existencia de Dios son inválidas, a mi juicio, porque lo que predican de Dios podría serle atribuido al mundo. El ser supremo al que me refiero no se concibe antropomórficamente, sino como fundamento e inteligibilidad del orden del universo, como el ser previo a la realidad, como la lógica de lo posible que rige el devenir de la materia, pero como fundamento cuya justificación es indisociable del mundo. Evoca así la perfecta sinergia entre lógica y ontología, entre pensamiento y materia, entre posibilidad y realidad. El regreso infinito en la cadena de las razones suficientes se detiene entonces en la reciprocidad entre Dios como sostén de la inteligibilidad del mundo y el mundo como reflejo necesario de la inteligibilidad de Dios.
AG: La mística, sin dogma, como búsqueda de lo absoluto, ¿es útil para el conocimiento?
CB: Si por mística entendemos una actitud contemplativa, arrebatada por la admiración de la grandeza del universo y de la sofisticación de sus leyes, así como de la belleza que resplandece tanto en el cosmos como en innumerables creaciones del hombre, creo que sí, pues estimula la intuición y aviva el deseo de comprender aún más sobre lo que nos rodea y lo que nosotros mismos forjamos. Pero si la mística se identifica con un holismo unificador que, en lugar de analizar y descomponer la realidad para entenderla cabalmente, se refugia en expresiones vagas, en unificaciones precipitadas y en exaltaciones poéticas de lo inefable e insondable, puede paralizar la razón. Lo ideal es fundir razón y mística, el entendimiento y su dimensión estética, emocional y contemplativa, que ha inspirado a tantos grandes espíritus a consagrar sus mayores esfuerzos a formular preguntas atrevidas y a buscar respuestas no menos osadas.
AG: ¿Cuál es su modelo de Dios a defender? Sabemos que personas como Einstein se acercaban a Spinoza. ¿A qué modelo se aproxima usted?
CB: La noción de una inteligencia suprema converge con el futuro de la mente humana. Así como el hombre sería un dios para la fe de una criatura menos evolucionada, la inteligencia suprema encarnaría el límite asintótico al que tiende el desarrollo posible de la mente. Y sí, me siento muy identificado con el Dios de Einstein, con el sutil espíritu que permea la inteligibilidad del universo, y creo que la labor del hombre consiste en construir, en la Tierra, una obra digna de las capacidades que, por azar o necesidad, le han sido deparadas, una obra que nos enaltezca hasta las cumbres más elevadas de lo real y de lo posible, hasta el espacio mismo de lo divino.
AG: ¿El infinito desde lo finito es posible sin el infinito? ¿Lo finito sin el infinito es posible?
CB: Antes pensaba que el infinito sólo existía en la mente (por ejemplo, como conjuntos infinitos numerables), pero, honestamente, me resulta imposible concebir un universo que no sea infinito en el espacio y en el tiempo. Quizás esté equivocado, pero no puedo concebirlo. Creo, de hecho, que todo es un infinito numerable: cada elemento está ordenado en ese conjunto infinito que es el universo, que es la imaginación, que es el todo. Lo finito son delimitaciones arbitrarias que establece la mente, sin duda basada en fronteras más o menos plausibles que observamos en el universo, pero que, examinadas con mayor prolijidad, pertenecen a un todo infinito. Por tanto, lo finito no es posible sin lo infinito, pero lo infinito es primario en todos los sentidos. Metafóricamente, digamos que creo en la hipótesis de un continuo universal entre todas las esferas del universo, por lo que, en el fondo, creo que el infinito es la realidad fundamental.
AG: Para finalizar le instaría, como a todos los entrevistados, a que me esbozara una definición de esta expresión: “La mirada zurda”.
(http://lamiradazurda.blogspot.com.es/)
CB: Mejor una mirada panorámica…
By: ANTONIO GUERRERO